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Escenarios TEATRO

¿Dramaturgia española?
Sostiene el autor que desde las instituciones no se impulsa el teatro escrito en
español, en contraste con el apoyo al cine. ¿Explicaría esta falta de voluntad
política la actual fragmentación del Estado?

ERNESTO CABALLERO | 26/06/2009 | Edición impresa

Lope de Vega

En el siglo XIX, Fitcheenuncia la idea de que un pueblo se define por leyes naturales y lazos invisibles,
así como por compartir un mismo idioma. La cultura no sólo es la genuina expresión de este Volkgeist,
sino que debe asumir su compromiso en la configuración de una identidad nacional, cuyos fundamentos
son inequívocamente esencialistas. Estos planteamientos se extienden como la pólvora por toda Europa
dando lugar al movimiento romántico nacionalista que concibe la dramaturgia autóctona como la voz
depurada de un pueblo que se reconoce en ella como tal.

En España, una serie de estudiosos y filólogos como Durán, Amador de los Ríos o el propio Menéndez
Pelayo plantean la misma necesidad de consolidación de un proyecto de Teatro Nacional capaz de trazar
un puente entre los autores áureos y el teatro burgués de su tiempo (Echegaray). Más tarde, ya entrado
el siglo veinte, intelectuales y artistas como Rivas, Machado o Casonaabordan la reflexión sobre cómo
preservar la continuidad de este empeño de construcción histórica y cultural desembarazándose de su
impronta nacional-burguesa. Esta iniciativa es violentamente abortada por la guerra. Posteriormente, las
condiciones sociales y políticas del franquismo hacen imposible cualquier intento en este sentido. Así
por ejemplo, la prohibición y desatención por razones ideológicas de la obra de Valle-Inclán resulta,
como diría el propio creador del esperpento, pavorosamente significativa. Llega finalmente la
democracia y con ella un notable impulso de nuestra vida escénica: se crea la Compañía Nacional de
Teatro Clásico, el Centro Dramático Nacional, el Centro de Nuevas Tendencias, se lleva a cabo una
ambiciosa modernización de equipamientos e infraestructuras, desaparece la censura, se despliega una
política descentralizadora en sintonía con el nuevo marco autonómico. Sin embargo, en parte debido a
esta última circunstancia, para evitar un delicado debate sobre esencias e identidades se deja pasar, una
vez más, la oportunidad de acometer un proyecto cultural de gran alcance sobre la literatura dramática
española que iniciara en su día Moratín y que, como decimos, retomaron después personalidades del
más amplio espectro estético e ideológico desde Max Aub a Jacinto Benavente.

Esta omisión ha traído consigo múltiples carencias y disfunciones en nuestra escena, como la escasez de
estrenos del repertorio español del último cuarto del siglo XX. Un quebranto agudizado por la
fragmentación del Estado que, cada vez con mayor relevancia, ha ido dificultando la libre circulación y
el conocimiento de las obras de los dramaturgos españoles, en cuya difusión resulta decisivo el lugar
donde está registrada su ficha de empadronamiento. Hoy por hoy, tal y como sucede en otros servicios
públicos (y el teatro lo es) cuya regulación afecta al conjunto de España, se halla en manos de políticas
territoriales particulares algo que es un derecho y un patrimonio de todos. A todo esto se han añadido
otros factores como la hegemonía de los directores de escena, máximos responsables culturales de todas
y cada una de las unidades de producción del Estado, así como la extrapolación intempestiva del
concepto deportivo de relevo generacional, cuya avidez de novedad destierra de los escenarios sólidas
trayectorias de escritores “caducos”, entendiendo por tales a todos los que no han surgido en el último
lustro.

Como consecuencia de todo ello ha faltado, como decimos, un decidido proyecto institucional de
protección, impulso y desarrollo de este patrimonio (tal y como se ha concebido para con el deporte o la
cinematografía) a pesar del momento actual de pujanza de la escritura teatral, que despierta gran interés
fuera de nuestras fronteras, donde perciben la cultura española como lo que realmente es: una unidad con
múltiples voces. El teatro desde sus orígenes es uno de los más valiosos, complejos y sutiles
instrumentos de cohesión ciudadana, en él nos reconocemos como colectividad; en este caso, como una
sociedad abierta, mestiza, decidida a construir el presente desde un pacto de convivencia liberado de
leyes naturales y lazos invisibles, pero con una lengua y unas señas de identidad comunes que el Teatro
ha difundido y debiera seguir difundiendo sin complejos ni pusilanimidad.

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