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LOS YOES

Dentro de esta perspectiva, Freud distingue dos etapas: en la primera, el sujeto «[..]
coincide con lo que es placentero, y el mundo exterior con lo que es indiferente» (2 a); en la
segunda, el sujeto y el mundo exterior se oponen como lo que es placentero a lo que es
displacentero. El sujeto, en la primera etapa, es calificado de yo-realidad; en la segunda, de
yo-placer; como puede verse, la sucesión de los términos es inversa a la del texto anterior,
pero estos términos, y especialmente el de yo-realidad, se toman en un sentido distinto: la
oposición entre yo-realidad y yo-placer se sitúa aquí previamente a la introducción del
principio de

realidad; el paso del yo-realidad al yo-placer «[...] se realiza bajo la supremacía del
principio de placer» {2 b).

Este «yo-realidad del principio» es calificado así por Freud debido a «[...] que
distingue interior y exterior según un buen criterio objetivo» (2 c), afirmación que podría
entenderse del siguiente modo: constituye una posición inicial objetiva la de relacionar con
el sujeto las sensaciones de placer y de displacer, sin hacer de ellas cualidades del mundo
exterior que en sí es indiferente.

¿Cómo se constituye el yo-placer? El sujeto, al igual que el mundo exterior, se halla


escindido en una parte placentera y una parte displacentera; de ello resulta una nueva
repartición, de forma que el sujeto coincide con todo lo placentero y el mundo con todo lo
displacentero; esta repartición se efectúa mediante una introyección* de la parte de los
objetos del mundo exterior que es fuente de placer, y una proyección* al exterior de lo que,
en el interior, es ocasión de displacer. Esta nueva posición del sujeto permite definirlo como
«yo-placer purificado», estando todo lo displacentero fuera.

Vemos, pues, que en Las pulsiones y sus destinos el término «yo-placer» no


significa ya solamente un yo regido por el principio de displacer-placer, sino un yo
identificado con lo placentero en contraposición a lo displacentero. Dentro de esta nueva
acepción, lo que se contrapone siguen siendo dos etapas del yo, pero esta vez definidas por
una modificación de su límite y de sus contenidos, 3.° En La negación, Freud continúa
utilizando la distinción entre yo-placer y yo-realidad, y ello dentro de la misma perspectiva
que en el texto anterior: ¿cómo se constituye la oposición sujeto-mundo exterior? La
expresión de «yo-realidad del principio» no es recogida literalmente; sin embargo, no
parece que Freud haya renunciado a esta idea, puesto que añrma que, desde un principio, eJ
sujeto dispone de un acceso objetivo a la realidad: «En el origen, la existencia de la
representación es una garantía de la realidad de lo representado» (3a).

El segundo tiempo, el del «yo-placer», se describe en los mismos términos que en


Las pulsiones y sus destinos: «El yo-placer originario [...'] desea introyectarse todo lo que
es bueno y expulsar de sí todo lo que es malo. Para él, lo malo, lo extraño al yo, lo que está
fuera, son al principio idénticos» (3 b).

El «yo-realidad definitivo» correspondería a un tercer tiempo, aquel en que el sujeto


intenta encontrar en el exterior un objeto real que corresponda a la representación del objeto
primitivamente satisfactorio y perdido {véase: Experiencia de satisfacción): esto
corresponde a la prueba de realidad*.

Este paso del yo-placer al yo-realidad depende, como en las Formulaciones sobre
los dos principios del funcionamiento psíquico, de la instauración del principio de realidad.

ZONA ERÓGENA
: zona oral, anal, uretro-genital, pezón.

Toda región del revestimiento cutáneo-mucoso puede funcionar como zona erógena,
y Freud extiende incluso la propiedad llamada erogeneidad* a todos los órganos internos
(2): «Hablando con propiedad, todo el cuerpo es una zona erógena» (3). Pero algunas zonas
parecen «predestinadas» a esta función. Así, en el ejemplo de la actividad de succión, la
zona oral se halla fisiológicamente determinada a su función erógena; en la succión del
pulgar, este último participa en la excitación sexual como «una segunda zona erógena,
aunque sea de menor valor» (1 b). Las zonas erógenas son fuentes* de diferentes pulsiones
parciales (autoerotismo*). Determinan, con mayor o menor especificidad, cierto tipo de
fin* sexual.

EXPERIENCIA DE SATISFACCIÓN
Tipo de experiencia originaria postulado por Freud, consistente en el
apaciguamiento, en el lactante, gracias a una intervención exterior, de una tensión interna
creada por la necesidad. La imagen del objeto que satisface adquiere entonces un valor
electivo en la constitución del deseo del sujeto. Podrá ser recatectizada en ausencia del
objeto real (satisfacción alucinatoria del deseo). Guiará constantemente la búsqueda ulterior
del objeto que satisface.

La experiencia de satisfacción va ligada al “desamparo original del ser humano”: el


organismo no puede provocar la acción específica capaz de suprimir la tensión resultante
del aflujo de las excitaciones endógenas; esta acción requiere la ayuda de una persona
exterior (por ejemplo, suministro de alimento); el organismo puede entonces suprimir la
tensión.

Ahora bien, en una fase precoz del desarrollo, el sujeto no es capaz de cerciorarse
de que el objeto no se encuentra realmente allí. Una catexia demasiado intensa de la imagen
produce el mismo “indicio de realidad” que una percepción. La formación del yo viene a
paliar el primer fracaso del sujeto en distinguir entre una alucinación y una percepción. Por
su función inhibidora, impide que la recatectización de la imagen del objeto que satisface
sea demasiado intensa.

YO IDEAL
Yo ideal (fr. moi idéal; ingl. ideal ego; al. Ideal-Ich). Formación psíquica
perteneciente al registro de lo imaginario, representativa del primer esbozo del yo investido
libidinalmente.

El término, introducido por Freud en 1914 (Introducción del narcisismo), designa


al yo real [Real-Ichl que habría sido objeto de las primeras satisfacciones narcisistas.
Ulteriormente, el sujeto tiende a querer reencontrar este yo ideal, característico del estado
llamado «de omnipotenci~> del narcisismo infantil, tiempo en que el niño «era su propio
ideal». En El yo y el ello (1923), Freud acerca al yo ideal y al ideal del yo, atribuyéndoles
las mismas funciones de censura e idealización. Para J. Lacan (El estadio del espejo como
formador de lafunción del yo lje}, 1949), el yo ideal es elaborado desde la imagen del
cuerpo propio en el espejo. Esta imagen es el soporte de la identificación primaria del niño
con su semejante y constituye el punto inaugural de la alienación del sujeto en la captura
imaginaria y la fuente de las identificaciones secundarias en las que el <1e>> se objetiva en
su relación con la cultura y el lenguaje por la mediación del otro.

IDEAL DEL YO

Término utilizado por Freud en su segunda teoría del aparato psíquico: instancia de
la personalidad que resulta de la convergencia del narcisismo (idealización del yo) y de las
identiñcaciones con los padres, con sus substitutos y con los ideales colectivos. Como
instancia diferenciada, el ideal del yo constituye un modelo al que el sujeto intenta
adecuarse.

En Freud resulta difícil delimitar un sentido unívoco del término «ideal del yo». Las
variaciones de este concepto obedecen a que se halla íntimamente ligado a la elaboración
progresiva de la noción de superyó y, de un modo más general, de la segunda teoría del
aparato psíquico. Así, en El yo y el Ello (Das Ich und das Es, 1923) se tratan como
sinónimos ideal del yo y superyó, mientras que en otros trabajos la función del ideal se
atribuye a una instancia diferenciada o, por lo menos, a una subestructura particular
existente dentro del superyó (véase esta palabra).
En la Introducción al narcisismo {Zur Einführung des Narzissinus, 1914) aparece el
término «ideal del yo» para designar una formación intrapsíquica relativamente autónoma
que sirve de referencia al yo para apreciar sus realizaciones efectivas. Su origen es
principalmente narci-sista: «Lo que [el hombre] proyecta ante sí como su ideal es el
substitutivo del narcisismo perdido de su infancia; en aquel entonces él mismo era su
propio ideal» (1 a). Este estado narcisista, que Freud compara a un verdadero delirio de
grandezas, es abandonado, especialmente a causa de la crítica que los padres ejercen acerca
del niño.

Se observará que ésta, interiorizada en forma de una instancia psíquica particular,


instancia de censura y de autoobservación, se distingue, a lo largo de todo el texto, del ideal
del yo: ella «[ . .. ] observa sin cesar al yo actual y lo compara con el ideal» (1 b)

En El yo y el ello, donde figura por vez primera el término «superyó», éste se


considera como sinónimo de ideal del yo; se trata de una sola instancia, que se forma por
identificación con los padres correlativamente con la declinación del Edipo y que reúne las
funciones de prohibición y de ideal. «Las relaciones [del superyó] con el yo no se limitan
únicamente a este precepto: "tú debes ser así" [como el padre]; incluyen también esta
prohibición: "tú no tienes derecho a ser así" [como el padre], es decir, a hacer todo lo que él
hace; muchas cosas le están reservadas» (3).

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