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Reflexiones Marginales -ISSN 2007-8501 Otorgado por el Centro Nacional deiiSSN

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Trump: tres apuntes para trascender


las coyunturas
, SABINA MORALES ROSAS &ARTURO ROMERO CONTRERAS

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Resumen

La presidencia de Trump ha significado un gran desafío para el análisis político, especialmente


para la comprensión de las relaciones entre la izquierda y la derecha, el nuevo papel de E. U.
en la escena internacional, así como el valor de síntoma de la época que esta figura
representa. La lectura de este fenómeno se ha ido construyendo al hilo de las coyunturas,
pues los esquemas usuales de comprensión han quedado cuestionados e incluso rebasados.
En este artículo tomamos cierta distancia de las coyunturas, buscando entender a Trump
como síntoma de la época en un horizonte más amplio. Para esta lectura hemos aportado
ciertas claves desde de tres aproximaciones. La primera representa una lectura de Trump
desde la izquierda y la situación de fracaso en que la época sitúa esta perspectiva. También
nos permite comprender cuál es el pretendido fin de la historia que de ahí se deriva y por qué
se argumenta que Trump retoma elementos de la crítica que la izquierda dirige al orden
mundial, pero simplificándolos y apropiándoselos para una agenda conservadora. La segunda
exhibe a Trump a partir del género literario contemporáneo que su figura representa en la
trama política actual, el melodrama-farsa, recordando la conocida lectura de Marx a
propósito de Napoleón 111: primero como tragedia, luego como farsa. La tercera se pregunta si
Trump ha roto o no y en qué medida el consenso internacional que había dominado desde la 11
Guerra Mundial, como sostienen Negri y Hardt.

Palabras clave: democracia en E.U., izquierda, fin de la historia, imperio, melodrama, farsa,
orden mundial, 18 Brumario.

Abstract

Trump's presidency represents a great challenge for political analysis, especially for our
understanding of left-right relationships, the new role ofthe U.S. in the international scene,
and as symptomatic character of our times. The interpretation of the Trump phenomenon has
heavily relied on conjunctural analysis, since the usual frameworks have been called into
question or have even exceeded. In this paper we take distance from conjunctural analysis
understanding Trump as a symptom of our times in a broader horizon. We provide insight for
such an approach following three generallines. The first one offers a reading ofTrump from
the point ofview ofthe left considering the so-called failure of the left and the end of history.
We argue that Trump takes advantage of left criticism against the world order by simplifying
it and capitalizing it for a conservative agenda. The second one exhibits Trump from a point of
view of the literary gen re he represents in the current political drama, i.e., melodrama-farce.
In this point we drawfrom Marx's well-known thesis regarding Napoleon 111: first as tragedy,
then as farce. The third one asks whether Trump has broken the international consensus that
Negri and Hardt claim to bethe core ofworld order afterWorld War 11.

Keywords: U.S. democracy,left, end of history, empire, melodrama, farce, world order, 18
Brumaire.
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La velocidad y contundencia con la que el actual presidente de EE.UU. comunica sus


decisiones en las redes sociales supone un reto para todo el que se aventura a escribir sobre
Dona Id Trump. Aunque la incertidumbre respecto al desarrollo de su gobierno no ha
decrecido con los meses, algo es claro: los análisis políticos, frente a la urgencia de explicar las
inverosímiles coyunturas que hemos atestiguado, suelen caducar a la velocidad a la que
Trump twitea. ¿Cómo tomar distancia y entender a Trump en un horizonte más amplio?
¿Cómo leerlo como fenómeno, como síntoma de una época? ¿Cómo entender las narrativas a
las que apela y a las que interpela? ¿Cómo podemos trazar una agenda crítica frente a un
discurso que ha descolocado a la izquierda de su posición privilegiada para ejercerla? ¿Cómo
hacerlo sin dejarnos arrastrar por el pesimismo o la denuncia panfletaria?

Para llevar a cabo la crítica, en el sentido de una denuncia argumentada, de un fenómeno


social, especialmente ahí donde es imposible una posición neutral, se debe exigir no sólo
explicar lo aberrante del fenómeno, sino dar razón de su sinrazón y, por otra parte, examinar
en sí mismo las secretas complicidades. Dicho en otros términos: la denuncia exige no sólo
refutar malas razones y atacar errores (ideologías y fantasías), sino mostrar la verdad fallida
que se oculta detrás de ellas y emprender un autoexamen que revele en qué medida se
participa de aquello que se critica. En el caso de Trump, se debe denunciar su figura desde los
más diversos frentes y, al mismo tiempo, dar razón de su éxito, lo que implica traer a la luz ese
pedazo de verdad distorsionada que el personaje oculta. Debemos también demorarnos en
pensar por qué existe, por parte de los críticos de Trump no un odio a su persona, sino un
amor al odio: amamos odiar a Trump.

Una crítica a la izquierda desde la izquierda y a propósito de Trump

El siglo XX comenzó (heredando el impulso del siglo XIX) con una gran esquela, es decir, con la
proclamación de varios muertos: la muerte de Dios, la muerte del concepto de "hombre", el fin
de la historia, el fin del concepto de "verdad", el final del mundo como objetividad, etc. Sin
embargo, todas estas muertes convocaban a alguien que vendría después.

Hegel hablaba ya de la muerte de los dioses y el fin del Cristianismo como instancia
unificadora de la sociedad, pero este mundo infinito debía ser recuperado para los hombres,
quienes realizarían la libertad objetivamente en la figura del Estado. Marx reconoce que la
crítica de la religión está acabada, pero que ella continúa de manera velada en el corazón del
capitalismo, de modo que la crítica de la economía política mostrará cómo es que la historia
ha acontecido de manera inconsciente, por así decirlo, a espaldas de los hombres, pero ahora
y sólo ahora, el proletariado sería la figura donde acontece una toma de conciencia y donde, a
partir de la revolución, el mundo puede ser apropiado para el hombre. Nietzsche no mata a
Dios sin prometer la venida del superhombre: ahí donde no existe justificación para la vida,
debemos entregarnos a la vida creadora, convertirnos en artistas de la existencia y producir
el sentido como juego, sobreponiéndonos a toda creencia en el sentido del mundo o la

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salvación de nuestras almas. Foucault no proclama el fin del hombre sin prometer nuevos
modos de vivir la subjetividad al margen de las instituciones (de los aparatos de Estado,
dirramos, mutatis mutandis). Heidegger habla del fin de la metafrsica, pero promete el inicio
de un pensar profundo, radical y originario que renovarra las fuentes de occidente y del
mundo, abriéndolo a una relación poética.

RETRATO DE HEGEL

No obstante, nuestra época es más dramática, porque se coloca en el punto del fracaso de
todas las promesas. No son la muerte de Dios, del hombre o la disolución del mundo lo que
nos atañe, sino el fracaso de todas las respuestas que el siglo XX intentó brindar. El hombre
no se apropió del infinito que resguardaba la religión, no procuró el reino de Dios en la tierra,
no consumó la utopía artística.

El índice más dramático de este fracaso es la derrota del comunismo. Este representó el
proyecto más radical del siglo XX extendido por todo el planeta. Movilizó a europeos,
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asiáticos, africanos y americanos por igual. Involucró a múltiples condenados de la tierra:
indígenas, negros, mujeres, etc. Movilizó al arte (que se volvió también socialmente
relevante), tomó a la política como sitio de invención (destruyendo viejos regímenes y
oponiéndose de manera decidida al fascismo), cambió las relaciones entre los sexos
{promoviendo la liberación femenina) y dedicó sus esfuerzos al desarrollo de la ciencia. Sin
embargo, ese arte se devaluó hasta el punto de convertirse en propaganda. La política
democrática anunciada proletarizó a los campesinos y los sometió al centralismo del partido
comunista, estableciendo un capitalismo de Estado. Las mujeres se liberaron para poder
trabajar como los hombres y la ciencia se puso fundamentalmente al servicio de la carrera
armamentista.

No haremos aquí un balance del socialismo realmente existente. Su derrumbe es prueba


suficiente de su fracaso como alternativa al orden mundial y sus consecuencias funestas son
el argumento de su inviabilidad. ¿Pero qué fracasó ahí verdaderamente? No fue un modelo
particular o el "idealismo" que subyacía al comunismo, sino la primera empresa global de
movilización consciente que intentó apropiarse de la historia, deviniendo su sujeto en
nombre de todos, es decir, de la comunidad. El término "comunismo" significaba la
apropiación de la comunidad por la comunidad o, en otras palabras, la libre determinación de
las relaciones recíprocas que debían poner fin al sojuzga miento a partir del desmontaje de las
estructuras intelectuales y económicas que lo producían, sostenían y reproducían.

Si el siglo XIX y los comienzos del siglo XX dieron lugar a la deconstrucción de los grandes
discursos de la historia, el siglo XX, con sus movimientos políticos, amorosos, artísticos y
científicos, dio una suerte de prueba de la impotencia del sujeto. La política emancipadora no
pudo contra la dominación económica y social. La crítica a las figuras de autoridad, de la
escuela al Estado no acabó con las jerarquías, sino que solamente las desplazó; la liberación
sexual no trajo consigo un goce inusitado, sino una frustración más generalizada en la esfera
de la sexualidad; la vanguardia artística quedó confinada a círculos burgueses y se mostró
impotente frente al ascenso del fascismo en Europa; la ciencia no pudo desligarse de su
reducción técnica y su servicio a la producción económica y bélica, lo cual terminó por
maginar las ideas revolucionarias que comportaban, por ejemplo, la física cuántica o las
paradojas matemáticas que emergieron en los sistemas axiomáticos.

Formulemos entonces esta tesis: nuestra época está transida por la conciencia de un fracaso.
El"orden mundial" se nos ofrece como inexpugnable porque su gran alternativa fue
derrocada. En este orden de ideas, la izquierda ordenó su estrategia en dos vías: a) insistió en
el discurso de la lucha de clases, defendiendo que la verdad del comunismo no había sido
agotada por el socialismo realmente existente, más bien, el momento de la autocrítica no fue
tan profundo como para ofrecer una suerte de "autosuperación"; b) siguió los derroteros de la
posmodernidad, la cual, crítica de los "grandes discursos" y las "explicaciones totalizantes", vio
en el marxismo una filosofía a vencer. Más aún, la concentración de la economía en el área de
servicios, el refinamiento del trabajo intelectual, la revolución tecnológica digital y el giro
lingüístico, hicieron que toda la atención de la izquierda filosófica se dirigiera al"lenguaje", a la

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"cultura• y a las •Interpretaciones" y menos a la economra, a la materia, a la naturaleza o a la
explotación en general. Al respecto recordemos la frase atribuida a Benjamln,W como se ha
señalado ya muchas veces en tiempos recientes, que los grandes movimientos conservadores
como el fascismo y, salvadas las distancias, hoy el Trumpismo, provienen de una revolución
fallida La forma más general de enunciar esta tesis es: la derecha vive de lo que Izquierda es
Incapaz de articular y organizar.

El manclsmo, tanto en sus versiones lenlnlstas como maorstas, ofreció no solamente una
Interpretación de la historia, sino del mundo presente. Supo producir ese sujeto llamado
proletariado y organizar grandes masas a partir de la figura del partido. Supo articular su
discurso a escala global,logrando una estructura internacionalista. Supo definir, también, en
qué conslstfa una victoria: la toma del poder y la abolición de la propiedad privada de les
medios de producción del mundo. A partir de ahf organlz61a producción, la sociedad, las
instituciones, la arquitectura. Se dirá que precisamente este aspecto totalizante fue su error,
pero más bien era la potencia del planteamiento comunista la que permitfa leer las
consecuencias de su Idea en todos los ámbitos; que elle se dejara en manos de un partido
vertical y autoritario no se sigue sin más de sus Ideas fundamentales. La Izquierda se desgarró
desde dentro, porque mientras una parte lnslstfa en conservar el espacio del marxismo, la
otra habra hecho el objeto de su desconstrucción, precisamente, ese marxismo, pues su
enemigo no era primariamente el capitalismo, sino el totalitarismo. En el escenario de las
guerras mundiales, el verdadero peligro era el fascismo, mientras que comunistas v
capitalistas podlan formar parte de un bloque de aliados.

Solld4rirv,J..,.,._ '8'1· Tht H~ Tbat Will Rute tbe Worlcl-Onc: Bi¡¡: Unlon.

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La guerra fría, la guerra entre los otrora aliados, se vio fundamentalmente "enrarecida"
porque el comunismo empezó a leerse como otra versión extendida del fascismo, el cual
debía entrar en el marco de los movimientos "totalitarios". Es así que buena parte de la
izquierda emprendió la crítica contra el totalitarismo sin el cuidado de distinguir entre esta y
la crítica al capitalismo. Como lo ha mostrado con agudeza Boris Groys,I211a crítica que los
posmodernos dedicarían al capitalismo (piénsese en Foucault, Derrida o Deleuze) había
preparado sus argumentos en la crítica al totalitarismo. Aún así, no escapó a otros, como
Jameson,[3] el hecho de que la posmodernidad no sólo compatibilizaba profundamente con el
capitalismo, sino que incluso se había convertido en su ideología dominante. No se trata ni de
subsumir a estos pensadores bajo el rótulo de "pos modernos", ni de reducir su obra a
ideología capitalista, sino de mostrar el punto en el que ambos resultan compatibles porque el
enemigo central de cierta izquierda fue la sociedad autoritaria. Sin embargo, para el mundo
permisivo, flexible e individualista del capitalismo contemporáneo, que recibiría muy bien
ideas como "todo es interpretación", el sujeto es una invención que debe desaparecer, pues
sólo existen individuos que fluyen en el éxtasis de sensaciones y su intensidad. Desde esta
perspectiva, el Estado resulta una figura centralista y opresora que debe desaparecer en el
libre juego del mercado. Si a esto agregamos que en la filosofía a comienzos del siglo XX
Heidegger señaló que el"verdadero• problema de occidente no era la economía, sino la
"metafísica", y que fue él la figura más importante para la escuela francesa (que incluye
precisamente a Foucault, a Derrida y a Deleuze, pero no sólo), entonces puede comprenderse
cómo es que la crítica dirigida al capitalismo, al totalitarismo y a la metafísica se ha
confundido gravemente dentro de un mismo gesto muchas veces indiferenciado.

Figuras menos emblemáticas, pero que forman parte de la "conciencia de izquierda", lo mismo
que defensores del capitalismo, pero con una perspectiva socialdemócrata, han sumado
críticas, por todos conocidas, al capitalismo neoliberal contemporáneo. Algunas de estas son,
por ejemplo, que el capitalismo ha producido una desigualdad equiparable a la que existía en
el siglo XIX; que un mercado sin control estatal ha empoderado de manera irreversible a
compañías transnacionales en contra de los ciudadanos; que la economía global ha producido
precarización laboral y desplazamientos forzados de trabajadores en todo el planeta,
pauperizándolos; que el papel preponderante de la economía va en detrimento de la
democracia, etc. Pues bien, Trump logró, por un lado, retomar estas críticas al capitalismo y,
por otro, ofrecer una articulación política concreta, guardadas las distancias, como lo ofrecía
el modelo de la lucha comunista. Pero veamos esto más de cerca.

Hemos dicho que la lucha comunista global logró articular los siguientes elementos: ofreció
una interpretación histórica que explicaba la condición actual de los trabajadores, logró
organizar amplios sectores en la figura de un partido, señaló las tareas del partido en la
escena internacional, dio una definición clara de la victoria y proyectó medidas políticas
concretas tras esta. En una medida pobre, pero superior a la izquierda contemporánea, esto
es lo que logró Trump. Ofreció una interpretación en la que se afirmaba la ruina de E.U. a
causa del modelo económico global. Planteó el camino para salir de ahí no con una revolución,
sino con una contrarrevolución (o revolución conservadora) que devolvería los empleos a los

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americanos. Organizó el descontento en grupos de apoyo que lo llevaron primero a la
candidatura del partido republicano y luego a la Casa Blanca. Es decir, dio una definición clara
de la victoria, que era la toma del poder. Dijo lo que E.U. debía hacer a escala global para
reivindicarse: renegociar los tratados de libre comercio, controlar la migración, apoyar la
industria local y adoptar una estrategia militar más agresiva. Y, finalmente, para estas tareas,
tomó decisiones y avanzó proyectos de ley: la creación de un muro, la cancelación del ATCI
(Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión o TTIP, por sus siglas en inglés), la
renegociación del TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte o NAFTA, por sus
siglas en inglés), la salida del Acuerdo de París para el cambio climático, etc. En otras palabras,
ofreció un camino que iba desde su campaña, desde su diagnóstico (simplificado) del mundo
hasta (retorcidas) acciones concretas, con lo cual logró una organización, una articulación y
una instrumentación discursiva y práctica que la izquierda no ha logrado en mucho tiempo.

En cuanto a los motivos, fue muy fácil señalar lo que estaba a los ojos de todos. Trump no tuvo
más que ir a las zonas duramente golpeadas por el neoliberalismo para cazar seguidores. La
industria del carbón y la manufacturera son un sitio privilegiado para apreciar la salida de
capitales de E. U. y los estragos que la mano de obra barata del tercer mundo tiene para aquel.
Pero lejos de realizar una crrtica al capitalismo en general, hizo una crrtica de sus efectos en
E.U., de modo que su estrategia no es otra que crear un capitalismo diferencial: que E.U. goce
de los beneficios del capitalismo sin tener que pagar sus costos. Capitalismo proteccionista
hacia adentro, salvaje hacia afuera. Tratados comerciales que beneficien a E.U. a costa de sus
socios, pues lo que priva no es un discurso de beneficio mutuo, sino de defensa exclusiva de

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los intereses americanos.

La izquierda también ha dado una opinión muy clara respecto al poder de Wall Street sobre la
política estatal. Es el capital financiero el que directamente (por medio de movimientos
masivos de capitales que pueden desplazarse de la noche a la mañana) e indirectamente por
medio del/obbying (interviniendo así en las decisiones del Congreso) termina decidiendo los
destinos de E. U. Trump denunció también esto y llamó a devolver Washington a los
ciudadanos. En todo el mundo es también conocida la crítica de la izquierda a la democracia
representativa, la cual se ha convertido en una partidocracia capaz de representar los
intereses de sus miembros y no los de la población a la que afirma dar voz. A partir de ahí es
que las agresiones de Trump contra el sistema americano y, especialmente, contra el Colegio
Electoral {que finalmente le dio el triunfo) quedan no solamente explicadas, sino incluso
justificadas. Sólo que su clamor no fue por un mejoramiento de la democracia, pues elevó la
voz para expresar todo tipo de protestas a causa de las supuestas agresiones que su persona
y candidatura sufrían.

La lógica es clara: a partir del reconocimiento de un estado de crisis causado por un sistema
económico y por una élite política que han empobrecido a los ciudadanos, al tiempo que los
han privado de la participación en el poder y la toma de decisiones, Trump se dedicó a
criticarlos por medio de la construcción de una figura-víctima: a nivel nacional, se trata del
americano promedio; a nivel internacional, de Estados Unidos, y a nivel de líder, de su propia
figura.

El Trumpismo era y quizá todavía es la oportunidad de la izquierda para hablar sobre los
temas que se habían vuelto tabú en el orden mundial. No se podía hablar de intervención
Estatal porque ello se equiparaba con el totalitarismo. No se podía cuestionar el estado de la
democracia representativa porque se decía que olía a comunismo. Los tratados de libre
comercio eran intocables y hablar desde el poder de élites económicas que estaban en contra
de la población era más que una provocación. Y, sin embargo, Trump lo ha hecho casi con
naturalidad, sorprendiendo no por lo que es capaz de decir y hacer, sino por el apoyo que, a
pesar de todo, sigue teniendo y tendrá mientras sus críticas al sistema no sean actualizadas y
reapropiadas por la izquierda de manera estratégica, y mientras esta no sea capaz de ofrecer
elementos de coordinación y organización entre sectores más amplios de la población con
ideas de lo que puede significar una victoria, por modesta que sea.

E/18 Brumario de Donald Trump ¿farsa o melodrama~

Ahora hay que preguntarse no por qué nos parece Trump tan deleznable, sino por qué
amamos tanto odiarlo. Trump es un minotauro. La mitad de su cuerpo está hecho de la carne
capitalista-neo/ibera/ que reviste al mundo contemporáneo. En este sentido, él es un mero
apéndice, un escupitajo expulsado del hocico del mundo. Pero, al mismo tiempo, su atractivo
proviene del hecho de tener cabeza de toro. Es una bestia enfurecida que produce la fantasía
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de ser un Maverick, alguien con pantalones, que dice la verdad, que no se detiene frente a lo
polrticamente correcto, que hiere porque su honestidad no tiene lrmites y es un valiente
porque se atreve a articular los juicios más oscuros que la mayoría consideraba
impronunciables en la arena pública. Es mitad toro, sólo que los cuernos no nacen de su
cuerpo, sino que se los ha quitado a la izquierda y se los ha amarrado a la frente con un lazo
viejo, lo cual los hace incapaces de cornear, pues cuelgan lastimosamente.

Pero entonces, de nuevo, ¿por qué es tan fácil odiar a Trump?, ¿por qué es tan fácil señalarlo y
tomar partido, como si su figura no fuese contradictoria? Los que lo aman y lo odian han
mordido el anzuelo por igual. Unos, porque creen que Trump representa una verdad inaudita,
un caudillo de los tiempos que viene a reivindicar y justificar a los ciudadanos americanos.
Otros, porque creen que Trump es un payaso sin salvación, un imbécil que ha llegado al poder
por azares de un oscuro destino o bien, el mayor peligro del mundo contemporáneo. Si
tuviéramos que pensar en algún tema de la cultura popular, diríamos que los primeros ven a
Trump como el típico caudillo que viene de "fuera" de los círculos del poder y que ha recibido
un llamado para cumplir un destino. Es Frodo Baggins, el hobbit que salva a la Tierra Media
del mal en "El Señor de los Anillos". Para los segundos, Trump representa la comedia de
a Presidente por accidente~ un tipo común que, por su parecido con el presidente de E.U., es
confundido con él y de la noche a la mañana ocupa su cargo, debiendo tomar decisiones
desde su penosa inexperiencia. Para otros, en cambio, Trump es el protagonista de la
tragicomedia "Mi villano favorito~ la historia de un personaje dedicado a hacer lo que el resto
de los personajes necesitan que alguien haga para depositar el odio de su idiosincrasia. Pero
lo que hace falta es conectar todas estas imágenes: Trump es menos que un caudillo y más
que un payaso; o mejor, es la figura cómico-trágica del caudillo.

Zizek es responsabl~de haber recuperado la tesis que Marx presenta en El18 Brumario de

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Luis Napoleón Bonaparte (Napoleón 111 Bonaparte) a propósito de los libera bies
contemporáneos, quienes no parecen creer en lo que dicen, dando lugar a una posición cínica.
Pero ello se podría aplicar todavía mejor a Trump. Marx advierte en el18 Brumario que
"Hegel indica en alguna parte que todos los grandes hechos y personas de la historia mundial
tienen lugar, por así decirlo, dos veces. Olvidó agregar: la primera vez como tragedia, la
segunda vez como farsa".l~ Y a propósito de ello, Zizek retoma la comparación que hace Marx
entre el error del Antiguo Régimen y el nuevo:

"Mientras como orden del mundo establecido el Antiguo Régimen luchaba contra otro
mundo que sólo empezaba, se basaba en un error de dimensiones históricas, no en un
error personal. Su hundimiento fue, por ello, trágico. En cambio, el actual régimen de
Alemania -un anacronismo, una contradicción flagrante con axiomas universalmente
aceptados, la nulidad del Antiguo Régimen expuesta en público- no hace más que
imaginarse que cree en sí mismo y exige del mundo la misma fantasían.IZI

En otras palabras, no sólo se trata de aquello en lo que cada época "cree", sino también de la
posición respecto a esa creencia. La farsa proviene de un distanciamiento no reconocido
respecto a la creencia. Luis Napoleón Bonaparte pretende que cree, mientras que el resto del
mundo observa dicha actitud como un tosco manierismo, como una farsa. Pero debemos ir un
paso más allá que 2:izek. Cuando Marx eligió el término "tragedian, no fue a la ligera. Las
referencias a la tragedia contemporánea, muy particular en la obra de Shakespeare, pueden
reconocerse a lo largo de toda su obra. La farsa como género o, más precisamente, como una
suerte de subgénero que introduce un distanciamiento respecto al género mismo,
produciendo un efecto de descreimiento a través de la burla, aparece como tal en el siglo XX,
pero puede rastrearse tanto en la comedia francesa como en Alemania, a partir del valor que
los románticos otorgan a la ironía. De la ironía podemos decir que es un modo de
desdoblamiento, donde se dice algo y se le critica al mismo tiempo o se muestra un doble
sentido de las cosas, afirmando que la relación con una creencia, con una idea, con el deseo
propio, ya no puede ser simple y directa, sino que está dividida. Ahora bien, la farsa de
Napoleón 111 no consiste en una lucidez respecto a su propia posición, pues él no es el autor de
la obra, sino un actor. Él es jugado en este doble sentido que escapa a su propia inteligencia y
por la cual su posición resulta tragicómica. Que Luis Napoleón Bonaparte ejecute una
comedia-farsa no hace que los efectos políticos y sociales de su papel sean menos dramáticos,
al contrario, pueden incluso ser peores. Fársica es la escena completa a ojos de una sociedad
que mira en él un personaje bufonesco que quiere convencer a todos y, sobre todo, a sí mismo
de que no lo es, y que debe ser leído como el heredero de otro tiempo, pues el traerá de vuelta
un régimen perdido.

Marx muestra en el18 Brumario cómo cada figura de la historia, para legitimarse, ha tenido
que inventarse un antecesor, una prefiguración histórica que le daría profundidad y la
apariencia de un destino. Lutero, dice Marx, tuvo que ponerse los ropajes de San Pablo,
convertirse en su nueva encarnación para que la Reforma tuviera el sabor de una transición,

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del origen de un tiempo nuevo donde se impugnara la letra (el poder de la iglesia) y se
reivindicara la vida del espíritu (asequible en una lectura directa de la Biblia). Los
revolucionarios franceses, prosigue Marx, deseosos de recomenzar la historia de forma
absoluta y de establecer un nuevo punto cero para el tiempo, que marcaría el origen del
hombre-ciudadano, necesitaron de la figura de los viejos romanos para dar a su República un
aire soberano fundado en el derecho. Pero estas comparaciones tienen, todas, algo de chusco,
porque muestran la insuficiencia del presente para darse legitimidad a sí mismo y la
necesidad que tiene todo movimiento de invocar a sus fantasmas para dejarse poseer por
ellos. El punto culminante en el análisis de Marx es Napoleón 111 quien, tratando de emular a
su tío, Napoleón 1, no hace sino repetir el desenlace de éste, pero ya no en el orden de una
tragedia que tiene su punto álgido en la derrota de Waterloo, sino en el de una comedia que
arrastra consigo la ruina del imperio restaurado. La historia sucede primero como tragedia y
luego, cuando se le busca repetir, nos ofrece entonces la representación de una comedia.

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JACQUES-LOUIS DAVID, RETRATO DE NAPOLEÓN EN SU GABINETE DE TRABAJO, EN EL PALACIO DE LAS


TULLERÍAS (1812)

¿Por qué utilizar aquí la poética o una teoría de los géneros literarios para leer la historia?
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¿Utilizamos la herramienta errónea? ¿O es que simplemente leemos la historia política como
si se tratara de una obra de teatro, corriendo el riesgo de estetizar la política? Aquí es
necesario invertir el argumento: la poética es un modo de leer la estructura de las
configuraciones histórico-políticas. ¿Pero por qué? Porque lo que vemos desenvolverse en el
escenario es un conflicto de figuras subjetivas en un fondo que se les impone. Este fondo
corresponde al mundo con sus condiciones y restricciones sociales, las figuras son los actores
políticos y el nudo argumental es el conflicto político. No es por ello gratuito que Hegel
intentara desentrañar las relaciones entre los clamores de la familia y los del Estado a partir
de una lectura de Antígena. El arte dramático capta de manera magistral conflictos subjetivos
en un escenario social, y en ello logra a veces aprehender algo genérico, es decir, no
solamente dramas subjetivos solitarios, sino dramas "sociales" porque involucran varias
figuras a la vez mostrando la dinámica de su conflicto. Nos es lícito entonces intentar
comprender a Trump a partir de los géneros dramáticos tal como se nos presentan hoy en la
industria del entretenimiento. La lectura que hace Marx de Luis Napoleón Bonaparte y de las
otras figuras históricas tiene una clara influencia de la estética del idealismo alemán. La
tragedia es el gran género filosófico que tiene su origen en Grecia con Esquilo, Sófocles y
Eurípides, mientras que su culminación en Europa la encontramos con Shakespeare y
Calderón de la Barca. Pero si en la tragedia clásica el héroe iba ciegamente a cumplir un
destino terrible impuesto por los dioses, el héroe moderno es libre y si cae, es porque resulta
víctima de su propio carácter. Él ha hecho su destino sin saberlo. Pero ya en Schelling y en
Hegel se advierte que, como género, no es la tragedia la que tiene la última palabra. El
burgués del siglo XIX ya no puede tomarse las cosas demasiado en serio. Son los años de la
ironía romántica que eventualmente desembocarían en "la pieza" (con Chéjov como su gran
representante) y también en la farsa típica del teatro del absurdo (que veríamos en Beckett o
lonesco).

Preguntamos entonces, ¿qué género literario predomina hoy que pudiera iluminar a Trump
como personaje histórico? ¿Cuál es su escenario y su figura? ¿Es él una figura trágica, fársica o
tragicómica? y, en cualquier caso, ¿qué dicen de esto sus espectadores? Aquí se abren
específicamente dos cuestiones. Si Luis Napoleón Bonaparte era la comedia de Napoleón
(representante de la tragedia), ¿de quién o de qué es Dona Id Trump farsa?Y también: ¿para qué
público esTrumpes una comedia?

Respecto a la primera pregunta, aceptando que la idea de Benjamín sobre el fascismo puede
generalizarse para el resto de los grandes movimientos conservadores, el Trumpismo puede
ser leído como testimonio del fracaso de la izquierda y del fracaso de la revolución socialista.
Ahí, donde el discurso sobre la articulación de las reivindicaciones sociales universales falló,
es que floreció el discurso particularista por la reivindicación de las demandas sociales del
estadounidense blanco. ¿Hay comedia en ello? Sí, pues Trump se ha servido de parte de la
pedacería producida por ese fracaso para zurcir con ironía histórica su traje de minotauro a la
vieja usanza del Arlequín de la Comedia del Arte. Trump da cuenta del fracaso de esta
revolución en tanto que el discurso de izquierda no le ofrece nada al estadounidense blanco
que se siente profundamente agraviado y excluido del sistema. Pero ¿es la revolución

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Trump: tres apuntes para trascender las coyunturas | Reflexiones Marginales http://reflexionesmarginales.com/3.0/trump-tres-apuntes-para-trascender-...
socialista la que ha excluido de la prosperidad económica a millones de estadounidenses y ha
hecho de Estados Unidos de América uno de los países más desiguales del mundo?
Evidentemente no. La respuesta está en otra revolución, en la capitalista.

Luis Napoleón Bonaparte fue farsa de algo que culminó en tragedia, pero que culminó
justamente en esta por haber estado revestida por la gloria de una época, la gloria del
ascenso de la burguesía y del expansionismo francés de Napoleón Bonaparte comenzada en
el18 Brumario, según marcaba el calendario francés republicano tras la Revolución Francesa.
No hay tragedia que no haya sido antecedida por la gloria, de otra forma no se explicaría el
éxito discursivo de apelar a eventos ensombrecidos por desenlaces fatales. El discurso
particularista de Trump, para seguir con el análisis de Marx, encuentra legitimidad en un
pasado glorioso de prosperidad económica y de supremada estadounidense. Hablamos del
18 Brumario de Trump en la medida en la que este logró movilizar simbólicamente, para un
gran sector del electorado estadounidense, la gloria del fantasma de un 18 Brumario
efectivamente honorable. Al igual que Napoleón 111 aludió a lo glorioso de la Francia de
Napoleón 1, Trump alude a la gloria fundada en aquella época de prosperidad económica de
posguerra, la cual alcanzó un poder redistributivo sin precedentes en la historia de Estados
Unidos sobre la que se afianzaron las bases del sueño americano y la constitución de una
densa clase media. Más allá del soporte objetivo de dicha gloria, para fines de la analogía con
el análisis de Marx, importa que, como artefacto de legitimidad, el discurso sea reconocido y
goce de suficiente pregnancia hegemónica como para reordenar el resto de los discursos en
torno a él.

KARLMARX

Ampliando a Benjamín, estaríamos hablando entonces de que Trump da testimonio del


fracaso de dos revoluciones, pues si bien su traje de bufón nos habla del fracaso de la
revolución socialista, el guión de payaso nos habla del fracaso de la revolución capitalista por
cumplir su promesa. ¿De qué es farsa Trump? Antes que nada, del propio capitalismo. ¿V qué
hay de comedia frente al fracaso de esta otra revolución? Que, aun cuando el capitalismo
niegue su propio quiebre y dé carpetazo al socialismo con el ladrillo del•final del historia•, la
tragedia se sigue repitiendo como farsa, pero con la particularidad de que en la época digital,

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con los medios masivos de comunicación, ningún drama, ningún actor tiene un solo público o
una sola audiencia.

Para abordar la segunda pregunta, ¿para qué público esTrumpes una comedia?, hay que
reconocer que, si bien Zizek nos muestra el argumento de Marx de manera renovada, lo hace
desde un sólo punto de vista. Sin embargo, ¿no hay más de un público, una audiencia, más de
un escenario en esta puesta en escena? Es evidente que para Marx, Napoleón 111 era una
figura risible que intentaba mantener penosamente una apariencia frente al público de su
tiempo. Pero, como Marx siempre lo reconoció, los papeles que las personas de carne y hueso
juegan en la historia, dependen del lugar que ocupan en el espacio social. De este modo,
debemos cuestionar el hecho de que exista un único escenario, una única obra en escena. De
hecho, como hemos dicho, el propio teatro del absurdo, pero también ya "la pieza" o las obras
didácticas de Brecht, constituyen un modo de hacer teatro dentro del teatro; una especie de
reflexividad dramática. Digámoslo de otra manera: aunque exista una única obra de teatro en
juego en una época dada, esta se compone de otras obras anidadas en ella que constituyen
diferentes puntos de vista, los cuales no pueden ser vistos "desde arriba" sin formar parte de
uno de ellos. En otras palabras, si la filosofía contemporánea ha insistido en el hecho de que
no existe un "ojo de Dios" que evalúe el campo social fuera de toda posición, fuera de todo
interés, hay que intentar desplegar todas las escenas simultáneas, cambiando los puntos de
vista y realizando las traducciones de una a otra. Esto significa aceptar la necesidad de
pluralismo. Pero si no queremos ser víctimas de un pluralismo indiferente que toma toda
posición como "una interpretación más", si hemos de salir con armas intelectuales contra
Trump y no quedar inermes frente a sus "hechos alternativos", es necesario desplegar cada
escena y luego mostrar sus relaciones recíprocas.

Trump se presenta como centauro por su doble carácter melodramático y fársico, según
diferentes públicos. Ahondemos al respecto. En el mundo del entretenimiento actual hay dos
géneros predominantes: el melodrama y la tragicomedia.l81 En el melodrama, el héroe que
realiza lo imposible se ve arrastrado a un mundo de aventuras insospechadas (donde lo que
cuenta no es lo probable, sino lo remotamente posible). En la tragicomedia, el héroe trágico
lucha contra la objetividad de las fuerzas sociales, inconscientes y de su propio carácter, sólo
para ser vencido e inmolarse ante ellas. Pero hay dos "tintes• que determinan el carácter del
melodrama y la tragicomedia. El primero es el marco fantástico, que crea un mundo
imaginario que desplaza al actual para volver creíble lo improbable; el otro es la farsa, que
puede mostrar tanto ambos géneros como una actuación grotesca a modo de un mero
montaje que no debe ser tomado literalmente. Esta última posición oscila entre el exceso de
seriedad que necesita de lo grotesco para poder seguir hablando (un poco como lo sublime de
los románticos; aquello entre lo divino y lo espantoso) y el cinismo, donde todo lo que se
expone es objeto de burla, pero, al mismo tiempo, es capaz de ofrecer una catarsis inmediata
por la risa, dejando un sabor amargo a largo plazo por su impotencia.

Trump parece legible en este contexto: es un personaje del melodrama fantástico para los que
lo siguen y una tragedia con tintes de farsa para quienes lo atacan. Es decir, Trump es creíble

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dentro de su círculo de seguidores porque aparece como un héroe llamado a salvar a América
de las fuerzas de la decadencia. Su violencia verbal es vista como una honestidad sin lrmites
que atraviesa las barreras mentirosas de lo políticamente correcto. Es el valiente que lleva el
estandarte de la verdad y que puede pronunciarla aunque duela, porque la verdad es siempre
dolorosa. Es una especie de caballero llamado a cumplir un destino. Y si hoy aparece como
torpe para esta "gran" misión, es porque apenas está comenzando. Todas las películas que nos
presentan a un héroe sin ningún talento, llamado a salvar a su pueblo, deben acompañar al
personaje en su crecimiento, que lo lleva de la vida ordinaria {lo que debería darle
credibilidad) hasta su consumación fantástica. Para ello, es necesario construir un escenario
magnífico de fantasía, pues si los hechos desmienten todo el tiempo el progreso del héroe
hacia el cumplimiento de su misión, es porque los incrédulos no alcanzan a ver esa otra
realidad, verdaderamente fantasiosa, en la cual las cosas no son lo que parecen. Y eso es lo
que hace Trump: combatir el peso de los dichos y los hechos (por problemáticos que sean) con
sus "hechos alternativos" y por medio de la descalificación de los organismos noticiosos que
le impugnan. Pero la clave de la resistencia de Trump reside en que, mientras más se le
ataque, más puede denunciar a los medios de mentirosos de ciegos frente a su verdadera
grandeza, misma que se deja ver en los ralliesque realiza en pequeñas comunidades que le
apoyan. Por lo tanto, no es con "hechos" ni argumentos que Trump pierde fuerza. Todo ataque
es parte ya, a priori, de la conspiración de la mentira, de las fuerzas conservadoras del pasado
incapaces de olfatear la grandeza venidera.

Del otro lado, tenemos a los detractores de Trump que ven la farsa en el protagonista de una
tragicomedia. Para algunos comediantes críticos como Stephen Colbert o Trevor Noah,
Trump serra la versión malograda de un Quijote, un pobre demente que sale a combatir
Molinos de viento. Para otros, digamos cualquier político demócrata que por su calidad de
político está obligado a jugar al principio de realidad, Trump seria la versión no sólo
malograda, sino maligna de ese Quijote: un pobre demente que no por enfrentarse a molinos
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de viento causa menos daño, o que incluso por ello, es que tiene una capacidad destructiva
aún mayor que un político promedio en su misma posición. Finalmente, Trump sigue siendo
una farsa para cualquiera de los dos detractores, pues intenta emular el más profundo
espíritu americano explotado hasta el exceso en las películas de ficción: es el Maverick, es
decir, aquella figura que, teniendo acceso a la verdad, puede y debe saltarse todas las reglas
para que se haga justicia; es quien representa a los héroes de las series actuales de televisión:
ei"Mentalista", "Dr. House", el científico de "Miénteme". Todos son personajes que se saltan
las reglas porque pueden ver la verdad en la realidad contingente. El menta lista puede leer lo
que la mente del criminal intenta ocultar, quedando su subjetividad desnuda; House puede
penetrar el caos de los síntomas y realizar la síntesis del saber que permite disipar la tiniebla
y alcanzar un diagnóstico preciso; el científico de "Miénteme" sabe sortear la barrera de la
mentira y penetrar directamente en la verdad del que habla. Trump es la farsa de este tipo de
héroe, porque se comporta como ellos, como un superhéroe que no necesita preguntar, no
necesita negociar, no necesita alcanzar acuerdos, no necesita nada porque posee un acceso
privilegiado a la verdad.

Lo cierto es que Trump es más que ese payaso que se cree en posesión de la verdad por
anticipado. Es más porque desde su grotesca posición ha logrado retomar las críticas de la
izquierda al mundo neoliberal contemporáneo, transformándolas en un programa político
que convoque a la gente a las urnas para apoyarlo. Nadie en la izquierda ha tenido ese logro. Y
es menos, claro, mucho menos que ese paladín del futuro, porque si ha reconocido los efectos
del neoliberalismo en la población norteamericana (destrucción de manufacturas,
empobrecimiento, el crecimiento de China y la pérdida de poder económico de E. U. frente a
esta, etc.), sus explicaciones son una burla que se desploma por sí sola (que México engaña a
E. U., que la OTAN abusa de los buenos sentimientos de los americanos, en suma, que E. U. es el
hazmerreír del mundo por su magnanimidad).

Lo que sus críticos más visibles no están dispuestos a aceptar es que Trump posee críticas
reales (aunque retorcidas en su explicación más amplia) contra el capitalismo. Lo que sus
seguidores no ven es que él no es ningún outsider, sino un vástago del capitalismo, y que él
representa su continuación en la dirección más devastadora, sólo que en el mundo fantástico
donde él triunfa contra el mundo pide libertades de acción, lo que en términos prácticos
significa la destrucción de muchas instituciones sociales: desde el sistema de salud hasta la
estructuras democráticas que amenazan con destruir uno de los cementos de su sociedad.
Habría pues que tomar las críticas de Trump al neoliberalismo y colocarlas en el marco
conceptual más riguroso donde se vuelvan consistentes, es decir, hay que tomarlo en serio en
ese sentido, como lo hicieron sus seguidores. Durante las elecciones, pocos creyeron que
Trump ganaría. Hoy se asume que caerá pronto, pero el mayor error consiste en subestimarlo.
Y aun cuando caiga, no debe olvidarse que el ascenso de las derechas en el mundo es
rampante y que él servirá como ejemplo para muchos otros porvenir.

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Trump, el consenso internacional, la democracia y el póker

Uno de los intentos contemporáneos más ambiciosos por comprender el orden mundial en
sus dimensiones social, política y económica lo representan Negri y Hardt en su famoso libro
lmperio,l21 el cual continuaría después con otros dos volúmenes (Multitud y Commonwealth).
Quedémonos con Imperio. La tesis del libro es que existe un orden económico mundial que
puede llamarse "imperio" porque comparte homologías fundamentales con el 1mperio
Romano.

El interés del libro de Negri y Hardt reside en la construcción de un ambicioso diagnóstico del
orden mundial a partir de la Segunda Guerra Mundial y hasta el apogeo del neoliberalismo. El
argumento central es que dicho orden se encuentra estratificado o, si se quiere, especializado
en diferentes instancias de tal modo que logra incorporar diferentes sistemas políticos en
uno solo. Detengámonos en ello. Polibio (200 a. C.-118 a. C.),[lQ] pensador político de
inspiración platónica, intentó explicar cómo es que Roma pudo extender su hegemonía en la
región. Su tesis es que Roma logró la alianza simultánea de tres modelos políticos que se
pensaban excluyentes: la oligarquía, la democracia y la tiranía. Platón había ya señalado cómo
los sistemas políticos contienen, por su imperfección, tanto los gérmenes de su propia
destrucción como el germen de otro sistema político. En Platón, la timocracia (gobierno
basado en el honor o en méritos) se constituiría en oligarquía, pues la corrupción convocaría a
la asociación de unos pocos, lo cual, a su vez, llevaría a la democracia, cuyo exceso de libertad
solicitaría la figura "fuerte" de un tirano. Polibio resalta el hecho de que Roma logra una
suerte de gobierno mixto que combina diferentes tipos de gobierno, alcanzando, al mismo
tiempo, un contrapeso de poderes: el rey asegura una tiranía; el pueblo, una democracia; el
senado, una aristocracia.

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PLATÓN

Siguiendo este modelo, la tesis de Negri y Hardt consiste en afirmar que el orden mundial
contemporáneo está sostenido sobre una figura imperial que conjuga elementos
autocráticos, oligárquicos y democráticos. A nivel global, el poder militar está claramente
centralizado en Estados Unidos, quien lo utiliza para ejercer un dominio incontestable de
corte tiránico. Por otro lado, este poder no se puede ejercer de manera absoluta, sino que
debe intervenir en el contexto de un mercado global.l:ste se compone por un pequeño grupo
de transnacionales que constituyen a su vez una suerte de gobierno oligárquico. Finalmente,
la comunidad internacional ha producido una esfera pública sobre la base de gobiernos
democráticos que han hecho de la libertad de expresión un pilar esencial. En ella circula todo
tipo de información, incluso la más crítica, sobre gobiernos y el orden mundial (como el mismo
libro de Negri y Hardt), lo que podemos llamar una esfera democrática acotada.

La estabilidad del orden mundial se debe entonces, según aquellos, a este balance de poderes,
pero no en el sentido de un juego de pesos y contrapesos que garantice cierta paz y un
desarrollo equitativo, sino como el modo (violento y padfico a la vez; con momentos de
estabilidad y crisis) en que un conjunto de relaciones sociales, polrticas y económicas se
produce y reproduce con las consecuencias de pobreza, destrucción de la naturaleza,
explotación y el consumo desenfrenado que conocemos. Ahora bien, dicho orden mundial se
sostiene en un pilar fundamental según los autores, a saber, en la legalidad o bien, en un
concepto de legalidad que funciona como un consenso internacional a partir del cual se
establecen no solamente los lrmites de atribuciones y obligaciones de las naciones, sino
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también de sus ciudadanos y sus gobernantes. Sin decirlo directamente, pero extrayendo las
consecuencias, avanzamos aquí la tesis de que este consenso implica, en primer lugar, la
defensa de la democracia como único orden político legítimo, en segundo, considerar que el
libre mercado es el único sistema económico compatible con la libertad y, finalmente, que la
libertad de expresión es la acción por excelencia de los ciudadanos libres. Democracia, libre
mercado y libertad de expresión constituyen un horizonte que no permite ver más allá de
dicho consenso.

Eso no quiere decir que la democracia sea un mero sistema de reproducción del poder a
partir de partidos ya constituidos que velan por sus propios intereses. Aquí el concepto
democracia es bastante magro y no sobrepasa la idea de la democracia representativa. El
libre mercado, por su parte, no está libre, claramente, de intervenciones estatales, controles y
monopolios que lo alejan de un mercado ideal. Sin embargo, si bien las grandes naciones
utilizan el Estado para proteger sus mercados, se trata de un modelo que opera (no pocas
veces) de manera autónoma por encima de los Estados concretos y de manera generalizada
en el mundo entero. Finalmente, los medios de comunicación también han terminado por
formar grupos de poder concentrado y, sin embargo, en los países occidentales desarrollados
no existe una censura ni una persecución abierta contra enemigos ideológicos como
sucedería en un régimen abiertamente autocrático, pues parte de la legitimidad de este
sistema depende de una mínima pluralidad en la esfera pública.

Debemos tener cuidado aquí porque aunque la democracia sea defectuosa o limitada, aunque
el libre mercado sea faccioso y los medios de comunicación tengan sus propios intereses, eso
no quiere decir que dicha democracia sea idéntica al autoritarismo, que el mercado libre sea
idéntico al poder estatal o que los medios de comunicación sean indiscernibles de un sistema
ideológico de propaganda de un régimen.

El diagnóstico de Negri y Hardt es interesante, pero hoy se vuelve polémico frente el


gobierno de Trump. Esto porque los ejes más escandalosos de su política pasan por estos tres
órdenes que aseguraban el consenso internacional y que explican el desprecio generalizado
en los medios de comunicación por su figura. Trump rompió el primer consenso democrático
desde los tiempos de la elección al poner en duda el respeto a los resultados si no ganaba y
acusando al sistema electoral estadounidense de corrupto. Incluso, después de la elección,
acusó a Hillary Clinton de haber utilizado a votantes de manera ilegal sin haber ofrecido
ninguna prueba. Es esperable que las naciones "en desarrollo" den ejemplos de corrupción
electoral, pero no E.U. Trump deslegitima, con ello, un sistema que ha sabido mantener la
disputa del bipartidismo dentro de ciertos límites institucionales. La siguiente afrenta a la
democracia proviene del abierto desprecio de Trump por el Congreso y, en general, por el
ámbito político como esfera de discusión y enfrentamiento de poder. Los sistemas
democráticos asumen que el conflicto debe resolverse por medio de los mecanismos
establecidos y se puede atacar, incluso descalificar al enemigo, pero nunca a la institución
misma. El desdén de Trump incluso por otros miembros del Partido Republicano que no han
apoyado sus iniciativas, como sucedió en su propuesta de salud, nos presenta una figura

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anómala en el orden norteamericano. En esta misma línea, el despido de miembros de su
gabinete por haberle contradicho, rompe el esquema tradicional de un sistema que no
depende de una persona sino de instituciones, pese al marcado presidencialismo de Estados
Unidos.

El segundo ataque al consenso internacional lo constituye su defensa de un proteccionismo


del mercado estadounidense y el replanteamiento de los tratados de libre comercio. Pero
seamos claros, no es que Trump represente o signifique una crítica real al capitalismo, ni
siquiera al neoliberalismo, pero su posición de abierta defensa de una economía organizada
por el Estado choca contra el esquema ideológico neoliberal y su pretendida desaparición o
reducción del Estado a una mera función reguladora. Polanyi sostiene en La gran
trans(ormación,illlla tesis de que las guerras mundiales fueron el producto de la ruptura de un
vínculo económico entre los países europeos. Un cambio en la política monetaria y la relación
de las deudas entre grandes potencias (recordemos que China posee grandes sumas de
deuda norteamericana, país que ha sido atacado una y otra vez por Trump) es materia
delicada. Ya la revisión completa de los tratados de libre comercio que ha suscrito E.U., son
algo capaz de desestabilizar el mercado internacional.

El tercer ataque de Dona Id Trump ha apuntado a los medios que han dirigido críticas a su
gobierno o a su persona. Dicho ataque sorprende por su virulencia y la violenta acusación
generalizada a muchos medios de comunicación de mentirosos, al punto de crear su propia
estación de noticias oficiales por medio de redes sociales. Que todo medio de comunicación
hostil sea acusado de hacer noticias falsas, rompe la tradición norteamericana de que todo
representante popular, incluido el presidente, debe rendir cuentas frente a la prensa en
conferencias de prensa abiertas. Dígase lo que se diga, es así como el Watergate, por el
trabajo de un periodista, pudo terminar en la deposición de Nixon. Esta es una de las esferas
con mayor valor simbólico en E.U. y que ha sacado a relucir muchas veces invocando la
Tercera Enmienda. Trump, aunque se presente como tal, no es un outsider de los medios. ~1 es
un personaje que se ha construido ahí de cabo a rabo, desde sus apariciones en varios shows

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como magnate, hasta su programa de El aprendiz.! ncluso su personalidad grosera y
escandalosa sigue siendo el insumo, no solamente necesario sino incluso perfecto, de los
medios de comunicación que pueden hablar de él sin cansancio.

Trump depende no sólo históricamente, sino de hecho, de las instituciones democráticas para
ser presidente, pues ellas lo avalan y le dan atribuciones. Trump depende del libre mercado
porque el mundo se encuentra trabado de esa manera y no puede salir de él de un brinco. Es
más, ni siquiera lo desea, porque como aquí argumentamos, Trump no ataca al libre mercado
en general, sino solamente las consecuencias negativas para E. U. Es en este mercado que
critica donde se hizo millonario yWall Street, que tanto cuestionó por secuestrar a
Washington, hoy compone buena parte del círculo más estrecho de su gabinete y sus
asesores. Finalmente son los medios de comunicación quienes, al atacarlo, lo hacen crecer y
lo mantienen presente casi en "tiempo real" en la opinión pública. Sus tweets son
amplificados por los medios y su voz se mantiene ininterrumpidamente en la esfera pública.

Entonces ¿diremos que Trump rompe o no el consenso mundial? ¿Qué significa esta figura
estrambótica, este payaso internacional que articula penosamente las ideas, que pareciera
dar tumbos en cada decisión política y estar asediado por una cadena de error tras error, y
que, sin embargo, nunca cae definitivamente?

En un sentido hegeliano, podríamos decir que Trump representa la verdad del orden mundial;
no su negación flagrante, ni su exterioridad, sino la expresión casi inevitable de lo que este
orden resguardaba en su seno como una posibilidad íntima. Dicho de otro modo, Trump no
sólo es un hijo del capitalismo, sino incluso uno pródigo, que, en cierto modo, representaba un
destino posible y esperable, si se sabía leer ese orden mundial. Lo que esto significa para la
tesis de Negri y Hardt, es que ese consenso no era el fondo último del capitalismo, siempre
móvil y cambiante. Trump encarna, por ello, en un solo punto, varios signos y síntomas que
eran legibles desde décadas atrás.

En los años de Bush, Ross Perot representó a este Maverick, millonario, nacionalista, enemigo
del libre comercio, crítico del sistema electoral y dispuesto a ser presidente. George W. Bush
había ya dado el ejemplo de un líder con graves carencias intelectuales, lo que pasaba a
segundo plano en el gobierno de una potencia mundial. Y Europa había sido ya testigo del
resurgimiento y fortalecimiento de grupos de ultraderecha y de políticos xenófobos y
nacionalistas. Recordemos tan solo a Jean-Marie LePen, quien en 2002 pasó a la segunda
vuelta al competir contra Jacques Chirac. Su hija, Marine LePen repetiría la "hazaña" en 2017
para la ultraderecha de pasar a la segunda vuelta, esta vez contra Macron. Trump no es en
esto ninguna sorpresa, mucho menos en el escenario mundial del surgimiento de grupos
nacionalistas de trabajadores y campesinos con tendencias xenófobas: desde Rusia hasta
Estados Unidos pasando por Europa oriental y central.

Respecto al libre mercado, el mismo Obama había ya dado un paso en dirección al


fortalecimiento del Estado con su programa de acceso a la salud, el así llamado Obamacare.

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Por ello sorprende la insistencia de Trump por desarticularlo en aras de un modelo de libre
mercado. Pero como hemos dicho, Trump es asr: defiende al Estado contra el mercado aqur,
sólo para hacer lo opuesto allá, porque para él el problema no son las relaciones Estado-
mercado en general, sino sólo aquellos casos donde E.U. "pierde".

Por lo que respecta a los medios de comunicación, internet representó al mismo tiempo un
camino de expansión para los medios de comunicación establecidos pero también funcionó
como un canal para la proliferación de noticias alternativas, hechos alternativos y verdades
alternativas que pululan hoy por la red y que son los responsables para bien y para mal de lo
que se ha dado en llamar la posverdad. Los hechos alternativos de Trump habían sido ya
preparados por internet.

Un elemento poco mencionado por Negri y Hardt proviene del lugar que la ciencia ocupa en
la legitimación de las decisiones políticas, económicas y tecnológicas en el mundo entero y
que son el basamento de lo que ellos llaman orden mundial. Los productos del mercado que
llegan a la mesa, no solamente aquellos relacionados con la salud, deben estar legitimados
desde su publicidad por alguna opinión pretendida mente científica que asegura que aquél no
hace daño o es nutritivo o produce algún beneficio. Las decisiones económicas están
legitimadas por modelos económicos cuya cientificidad no es puesta en duda por nadie,
debido al complejo lenguaje matemático en el que están formuladas. La propia economía está
motivada por criterios de sustentabilidad ecológica que dependen a su vez del juicio de los
científicos sobre el calentamiento global, sobre el comportamiento de las especies y de los
ecosistemas y de las materias primas en general. Pues bien, Trump ha venido a impugnar a la
ciencia como criterio de legitimación. Pero con ello no ha hecho más que llevar un paso más
adelante las críticas que han hecho la izquierda y cierto pensamiento liberal a los aspectos
impositivos y dudosos de las ciencias. No es ya ninguna sorpresa que en Europa, después de
haber logrado vacunación universal, muchos ciudadanos, particularmente de países nórdicos,
se cuestione el uso de vacunas, que formaban parte ya de esquemas universales. La medicina
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alternativa, la posibilidad de proceder legalmente contra la negligencia médica y la iatrogenia
han debilitado la autoridad médica, pero en general también la autoridad del discurso
cientrfico, hecho sobre el cual Trump se ha montado para poner en cuestión la evidencia
respecto al cambio climático.

Pero la ruptura más dramática se ha producido, sin duda, a partir de los eventos en
Charlottesville, donde una marcha de supremacistas blancos, miembros del KKK. fascistas,
nazistas y grupos afines, que marchaban para defender la estatua de un confederado, acabó
con el atropellamiento intencionado de varios de sus opositores, lo que produjo varios
heridos y la muerte de una mujer. Frente a este atentado de la ultraderecha, Trump, en vez de
condenarlo, declaró que "habra culpa en ambas partes". Hoy cualquiera que brinque por
encima de lo "polrticamente correcto" aparece como un héroe del discurso, alguien a la altura
de verdad y a quien no le tiembla la mano para decir lo que piensa. Pero con todo, había
ciertos límites. Pensadores de izquierda como 2izek habían hecho de la provocación un
mecanismo para mostrar el carácter ideológico del habla políticamente correcta, pero
siempre matizaba sus posiciones al momento de pedir cuentas. Zi.fek, por ejemplo, se ha
servido de Stalin constantemente para interrogar el orden del discurso capitalista, pero el
caso de Trump es distinto, porque su lugar de enunciación es el del líder político, de un
presidente, de quien se espera la declaración oficial que represente la posición de un país. La
paradoja es que una crítica como la de :Zizek al discurso políticamente correcto pueda haber
sido aprovechado por Trump, quien ha convertido en una regla la violación de estas normas
de acartonada civilidad.

SLAVOJ ZIZEK

Las declaraciones de Trump sobre los hechos en Charlottesville hacen tambalear la figura
oficial de E.U. respecto al multiculturalismo. Como siempre, hay que saber comprender que la

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crítica a la democracia desde la izquierda está encaminada a denunciar su carácter tibio,
incompleto o incluso corrompido, pero no su falsedad absoluta, porque el enemigo
democrático por excelencia no es la democracia directa, sino el fascismo y las posiciones
autoritarias en general. Ha sido una flaqueza de la izquierda el promover sus críticas a la
sociedad liberal de una manera abstracta. Se critica la democracia representativa y se le tacha
de mecanismo mentiroso que reproduce el statu quo, pero frente a ella se propone la fantasía
de una democracia directa impracticable que podría funcionar a pequeña escala y en casos
aislados de interés nacional, pero que no puede constituir la vida institucional de una nación
contemporánea. Esta posición no se plantea seriamente en qué consiste gobernar un país de
millones de habitantes ni tampoco discute la diferencia (discutible, pero necesaria) entre
cuestiones técnicas y cuestiones políticas. Falla también en proporcionar una propuesta
realista para lidiar con el desbordante número de decisiones que un país debe tomar, lo que
exige necesariamente representantes organizados, identificables y a quienes se les pueda
pedir cuentas. Del mismo modo, las críticas al capitalismo no van hacia adelante, es decir,
hacia la invención de nuevas determinaciones sociales y políticas, sino hacia atrás, sugiriendo
el truque o las cooperativas como reemplazo de un sistema en el cual los grandes capitales
existen ya sólo virtualmente; un sistema que está en manos de bancos y corporaciones frente
a los cuales no serán las pequeñas organizaciones, sino otra versión del Estado (mismo que se
desprecia, otra vez, abstracta mente) capaz de limitar al mercado.

2:izek decía de Trump, durante los tiempos de la elección contra Hillary Clinton, que no se
trataba sino de un mero "centrista liberal" y que sus comentarios provocadores eran
simplemente eso: provocaciones. Trump, dijo siempre 2:izek, no es un fascista ni tampoco un
personaje autoritario, sino alguien que utiliza comentarios racistas, misóginos y autoritarios
para producir la imagen de un sujeto empoderado, pero que en el fondo no pretende salirse
de la línea de Obama. Pero como agudamente notó un periodista de The Guardian, esto quizá
decfa más de Zizek que de Trump:

'2:izek nunca falla en regresar a aquello que, al final, resulta un conjunto propuestas
modestas [...como...] la introducción de un servicio de salud universal en E. U.[... ] Pero
¿y si lo que queda después de dejar de lado las bromas sucias y las provocaciones
[2:izek] resulta ser un hombre como Trump [según 2:izek, claro], solamente otro
confuso liberal tratando de conmocionamos para que pensemos lo contrario?".U2l

Zizek es más que eso, sin duda, y sería bajo e injusto escatimarle agudeza en su crítica al
capitalismo, lo cierto es que tan solo las declaraciones de Trump en campaña convocaron más
adversarios que todas las provocaciones del filósofo esloveno. Y si esto es así, es porque
Trump ha roto múltiples consensos que formaban parte de ese orden mundial del que
hablaban Negri y Hardt. Pero los ha roto de manera siempre paradójica, ambigua,
produciendo más bien la situación de no saber qué esperar. Trump es escurridizo porque
rompe consensos y, con ello, produce expectativas, pero al final se queda siempre a medio
camino.
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Esta actitud la puede explicar quizá el libro de Dona Id Trump: The art of the deaf.Wl Para
Trump, un acuerdo, un deal, no es una negociación política, sino el resultado de un juego que
se parece al póker. Trump no habla para decir la verdad o para mentir, sino para producir
conductas en su oponente. Su estilo es más próximo al magnate que, para lograr sus objetivos
comerciales, inventa cifras, amedrenta, aparenta, aunque no tenga un buen juego, porque el
juego está en el aparentar. Cuando Trump amenaza a México con construir un muro en la
frontera sur de Estados Unidos y abolir el TLCAN, antes que estar pensando verdaderamente
en ello, está echando mano del juego de las apariencias para debilitar moralmente a su
oponente y lograr con ello un resultado que le sea más favorable, esto es, para lograr su deal.

Así pues, Trump no puede ser tratado ni como un fascista en potencia (o en acto, pero
contenido por algunas instituciones), ni como un mero liberal más (como pretende Zizek),
sino como una figura híbrida que, por su estrategia pragmática, se sirve ora del liberalismo,
ora del autoritarismo, ora del libre mercado, ora de la intervención estatal. De este modo,
puede que Donald Trump no haya roto por completo el consenso internacional de
democracia, libre mercado y libertad de expresión, sino más bien sólo con cierto estilo de la
clase política, introduciendo una figura típicamente capitalista, al insertar en la política al
banal jugador de póker. Un régimen autocrático es claro en sus objetivos, claro en su
ideología; Trump juega con muchas máscaras. El capitalista es pragmático y puede cambiar de
ideologías, pero Trump ha llevado esta actitud un paso más allá: no atenerse ni siquiera al
juego capitalista estándar, pues no se sabe lo que realmente quiere (quizá ni siquiera él
mismo). En esta aplicación tan literal del juego, reside uno de sus más grandes peligros.

En consecuencia, es posible afirmar que existe una verdad distorsionada en Trump, lo cual es
fácil de ver tan sólo por el hecho de que, inteligentemente, ha tomado motivos fundamentales
de la izquierda para apropiárselos y sacar conclusiones opuestas a aquella. Esto se puede
apreciar en la denuncia de la injusticia de los tratados de libre comercio, en el llamado a una
figura fuerte del Estado que intervenga para controlar el modelo del libre mercado, en el
llamado a proteger a los trabajadores nacionales de las agresiones de las grandes
tras nacionales, en el señalamiento de Wall Street como la mafia que verdaderamente
gobierna E.U., en el ataque al sistema electoral como un aparato desvencijado que no alcanza
a representar las demandas populares, etc. Parece tener razón Benjamin cuando dice que los
movimientos fascistas y de derecha provienen de revoluciones fallidas. Para ser más precisos
podríamos decir que la derecha reaccionaria y autoritaria brota ahí donde la izquierda no es
capaz de articular sus demandas, ni articular su propia política. Esto puede extenderse a los
gobiernos comunistas que, siendo incapaces de estructurar el comunismo, echaron mano de
rancias estrategias nacionalistas (en sentido contrario a su congénito internacionalismo), de
un modelo político vertical y autoritario (en sentido contrario a la idea comunista de la
suspensión de un organismo central, como el Estado, que rigiera la totalidad de las relaciones)
y de un economicismo exacerbado (olvidando la crítica de Marx al modo de producción
capitalista: que toda relación humana llega a tener por fundamento una relación económica
de producción, de modo que entronizar al proletario significaba entronizar al hombre en su
figura económica, es decir, capturarlo en la estructura que lo encarcela).

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La verdad distorsionada de Trump o del trumpismo en general proviene del fracaso de la
izquierda, porque la izquierda quiere lo que parece imposible: justicia para todos. La derecha
reaccionaria, cínica y pragmática, en cambio, parece más realista al decir: "Habrá justicia,
pero sólo para nosotros. Nosotros los nativos, nosotros los blancos, nosotros los propietarios,
nosotros los americanos". Es así que la izquierda pasa por fantasiosa y desvelada, mientras
que la derecha se erige como realista y actual, como una política desesperada para el aquí y el
ahora: "Salvémonos nosotros antes de que sea demasiado tarde, mientras, que el resto del
mundo arda".

No es gratuito que los grandes pragmáticos pasen siempre por los más realistas: Maquiavelo
(concentrémonos en el Maquiavelo del Príncipe, ese manual para el estadista moderno, y no
en el Maquiavelo republicano, profundamente refinado y con un ojo penetrante para
comprender el poder burgués moderno), Hobbes (tomemos al naturalizador de la "guerra de
todos contra todos", de donde surge la justificación de la autoridad absoluta y dejemos de
lado al genial conocedor del terror de la guerra) y Schmitt (consideremos al teólogo político,
quien ve la lucha antagónica entre amigos y enemigos como lo realmente político, quien
considera el mundo siempre bajo la inminencia del apocalipsis que el soberano aplaza
constantemente gracias al poder absoluto conferido por el estado de excepción, y dejemos de
lado al agudo legalista y teórico del Estado). Todo gobierno debe mantener el poder, toda
guerra pareciera exigir un orden que naciera de la desesperación recíproca de los
combatientes, toda política radical exige en un punto la confrontación sin terceros (tertium
non datur). Sin embargo, lo que se oculta detrás de estas •verdades" es la imposibilidad de un
pueblo de gobernarse a sí mismo; la incapacidad de alcanzar un acuerdo de paz horizontal sin
convocar un soberano que pida a los ciudadanos su soberanía (ellos renuncian a su
subjetividad), pues ellos se encuentran irremediablemente atrapados en el juego del
narcisismo y la imposibilidad de encontrar un camino que pase por en medio de la
contraposición absoluta frente a la cual no existe ni •justo medio", ni "superaciónH (en el
sentido hegeliano del término).

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Muchos han leído el fenómeno Trump como signo de una democracia en descomposición,
como el más claro síntoma del triunfo del discurso que pone por delante las promesas de
prosperidad económica antes que los principios de la democracia. En perspectiva histórica, la
prevalencia de este argumento representa el quiebre de la democracia. Y es este rasgo de las
últimas elecciones presidenciales el que, entre otros, ha amparado la comparación
generalizada del triunfo de Trump con uno de los capítulos más tenebrosos de la historia
contemporánea: el acenso del nacional socialismo. Aunque este discurso no haya gozado en
sentido estricto del favor mayoritario del voto popular, el hecho es que, aceptando el diseño
institucional del sistema electoral estadounidense, el electorado se decidió por la opción
política que lo abanderó. Además del menosprecio por las instituciones democráticas, el
discurso de Trump contiene otros elementos que fácilmente lo perfilan como signo de un
sistema político decadente frente al script de lo políticamente correcto: el abierto racismo y
machismo reivindicativo de la supremacía blanca, el regreso de un pasado glorioso de
superioridad nacional, la construcción de un discurso nacionalista al amparo de un enemigo
claramente delineado, la renovación de antagonismos globales a la vieja usanza de la guerra
fría, y un largo etcétera. La facilidad e inmediatez con la que es posible asociar a Trump con "lo
despreciable" impiden en ocasiones llevar el análisis a otros niveles.

La lectura de Trump como síntoma de la descomposición y la decadencia de un sistema está


construida sobre una visión elitista de la democracia y del sistema político en su conjunto. Sin
embargo, una visión comunitarista, centrada en la sociedad civil, nos sugeriría una
interpretación radicalmente contrapuesta, para la cual, en cada intento de contrapeso al
fenómeno Trump, lo que estaríamos atestiguando sería la vitalidad de la democracia
estadounidense. Por lo tanto, la poca afluencia durante su toma de posesión, la asistencia
masiva del Women's March, cada llamada y carta enviada por todos aquellos convocados (por
ejemplo, por el cineasta Michael Moore) para usar las instituciones, cada crítica transmitida
por los medios, y el freno que de tacto le supone la decisión unánime del Congreso para
bloquear económicamente a su aliado ruso a la vieja usanza de la guerra fría (freno que quizá
no vendrá directamente de un lmpeachment), son un ejemplo de este fenómeno.

Finalmente, habría que afirmar que es durante la resiliencia de un sistema se prueba en


tiempos de crisis, no en tiempos de normalidad. Emerge cuando este es irritado por las
contradicciones que le hacen probar sus límites, que le harán ver, como en cualquier
momento histórico, su suerte.

Bibliografía

1. Groys, Boris, La posdata comunista, Cruce, Argentina, 2015.


2. http://diepresse.com/home/kultur/1ilm/5188167/Biick-in-die-Seele-von-Weimar
!bttp·//djepresse com/bome/kultur/film/5188167/Biick-jn-dje-Seele-von-Wejmar)
3. https://www.thegyardjan.com/books/2016/apr/28/slavoj-zjzek-donald-trymp-js-really-

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Trump: tres apuntes para trascender las coyunturas | Reflexiones Marginales http://reflexionesmarginales.com/3.0/trump-tres-apuntes-para-trascender-...
a-centrjst-liberal (https://www.theguardian.com/books/2016/apr/28/slaVQj-zjzek-
donald-trump-is-really-a-centrist-liberall
4. Jameson, Frederic, Postmodernism or The Cultural Logic of Late Capitalism, Duke University
Press, Durham, 1991.
S. Marx und Engels Werke (MEW), 8.
6. Negri, Antonio y Hardt, Michael, Imperio, Paidós, Barcelona, 2002.
7. Polanyi, Karl, La gran transformación: Los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo,
Fondo de Cultura Económica, México 1992.
8. Polibio, Historias, Libros 1-IV, trad. y notas de M. Balasch Recort, Gredas, Madrid, 1992.
9. Reyes, Felipe y Negrín, Edith (eds.), Los frutos de Luisa Josefma Hernández. Aproximaciones.
Escritos de teoría dramática, UNAM, Filológicas, Centro de Estudios Literarios, Facultad de
Filosofía Letras, México, 2011.
10. Trump, Dona Id y Schwartz, Tony, The artofthe deal, Random House, LLC, Nueva York,
1987.
11. Zizek, Slavoj, Primero como tragedia, después como farsa, trad., José María Amorato Salido,
Akal, Madrid, 2011.

Notas

ill cf. http:Udiepresse.com/home/kultu r/fi lm/S18816 7 /Biick-i n-die-Seele-von-Wei mar


(http:Udiepresse,com/home/kulturlfilm/S188167/Biick-in-die-Seele-von-Weimarl
mcf, Boris Groys, La posdata comunista, Cruce, Argentina, 201S.
m cf. Frederic Jameson, Postmodernism, or, The Cultural Logic of Late Capitalism, Duke
University Press, Durham, 1991.
l!ll Agradecemos la instrucción del guionista y cineasta Maykel Rodríguez Ponjuán en la teoría
de los géneros literarios para la elaboración de las ideas que presentamos en este apartado.
Todas las imprecisiones son nuestras.
lSlq, Slavoj Zizek, Primero como tragedia, después como farsa, trad., José María Amorato Salido,
Akal, Madrid, 2011.
~Marx und Engels Werke (MEW), 8, p. 11S
m Zizek, op. cit., p. s.
llil Hemos hecho aquí una interpretación más libre de diferentes teorías de géneros
dramáticos. Pero nos hemos basado particularmente en Luisa Josefina Hernández, alumna de
Eric Bentley. Para ella, existen siete géneros: tragedia, comedia, pieza, melodrama,
tragicomedia, obra didáctica y farsa. La obra de Hernández no tiene ningún texto dedicado
explícitamente a los géneros, pero gracias a sus alumnos, que siguieron sus cursos, se ha
podido reconstruir su pensamiento al respecto. La comedia es un género de tipo realista, es
decir, despliega los vicios y falencias de los seres humanos comunes y corrientes. El ejemplo
emblemático es Moliere. El melodrama, por el contrario, busca el límite de lo posible, donde
personajes sin demasiada profundidad se enfrentan a situaciones complejas que buscan
producir sentimientos exacerbados en el espectador. La tragicomedia es no-realista como el

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