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IFDC DE EL BOLSÓN – PROFESORADO DE HISTORIA – TALLER DE ALFABETIZACIÓN ACADÉMICA – FICHA DE CÁTEDRA: UNIDAD 3 - 2013

LA PRESENCIA DE ENUNCIADORES MÚLTIPLES: LA POLIFONÍA

Es común que el hablante no produzca un discurso enteramente original cada vez. Al contrario,
lo usual es retomar la palabra de otros, explícitamente o no. Ocurre que cualquier enunciado se
relaciona con enunciados ajenos. Como ha señalado el lingüista ruso Bajtin, “todo hablante es por sí
mismo un contestatario, en mayor o menor medida, él no es el primer hablante que ha interrumpido
por primera vez el eterno silencio del universo (…) sino que cuenta con la presencia de ciertos
enunciados anteriores, suyos o ajenos, con los cuales su enunciado establece toda suerte de relaciones
(se apoya en ellos, polemiza con ellos, los reproduce o simplemente los supone conocidos por su
oyente”. (Bajtin, 1982). Con múltiples mecanismos podemos emplear la palabra de otro para
identificarnos con ella o para distanciarnos.
El término polifonía recubre las variadas formas que adopta la interacción de voces dentro de
una secuencia discursiva o de un enunciado. La situación de diálogo que toda producción verbal supone,
su orientación hacia el otro, aparece siempre con mayor o menor grado de explicitación en el tejido
textual. Pero también en éste, y de múltiples maneras, está presente lo ya dicho, los otros textos, así
como las diversas voces sociales con sus peculiares registros.
Esas otras voces pueden introducirse a través de los llamados enunciados referidos, los cuales
se presentan bajo la forma de Discurso Directo o Discurso Indirecto, en los cuales se recurre a citas
textuales o reformuladas. Pero además, como señala Bajtin, los enunciados son portadores de ecos
apenas perceptibles de otras voces, aluden a discursos ajenos de modo semioculto o implícito. Este
juego intertextual apela, particularmente en sus formas menos explícitas, a la competencia cultural e
ideológica de los receptores, que les permite percibirlo.

LOS ENUNCIADOS REFERIDOS

Las gramáticas reconocen dos formas de incluir la palabra del otro en el propio discurso: el estilo
directo y el estilo indirecto.

DISCURSO DIRECTO (DD)

En el Estilo Directo, las fronteras entre el discurso citante y el citado son nítidas. En los textos
escritos está a menudo marcada por los dos puntos, comillas, guiones o bastardillas, y en los enunciados
orales, por rasgos suprasegmentales como juntura o tono. El discurso citado conserva, además, las
marcas de su enunciación, como los pronombres personales y las referencias témporo-espaciales.
El estilo directo produce un efecto de fidelidad al original, la ilusión de reproducir textualmente
las palabras del otro. Es tan usado por el periodismo y en la conversación cotidiana porque su finalidad
es presentar los hechos “tal cual” ocurrieron, buscando dar la impresión de objetividad. Sin embargo es
importante tener en cuenta que, aunque en menor medida que en el estilo indirecto, también en el
directo la palabra del otro está sujeta a una manipulación que se manifiesta en el nuevo entorno verbal
en el que aparece.

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DISCURSO INDIRECTO (DI)

En el Estilo Indirecto el discurso citado pierde su autonomía, se subordina sintácticamente al


discurso citante, que borra las huellas de la otra enunciación. Esto se manifiesta en la desaparición de
los dos puntos y comillas, en la aparición de algún subordinante (que, si, u otro), en los cambios de
pronombres personales, de espacio y tiempo, en los tiempos verbales, entre otros. El que cita, en este
caso, ya no reproduce exactamente la palabra del otro, sino que la reformula. Esa reformulación puede
ser más o menos fiel a las palabras tal como fueron dichas originalmente, pero siempre habrá algún
grado de manipulación que borre o destaque las marcas del discurso del otro según los intereses del que
cita.
El discurso indirecto, en la medida en que no conserva la materialidad del enunciado, supone
una interpretación del discurso del otro, una versión del mismo, y da lugar a síntesis o despliegues según
los casos. Al hacerse cargo del discurso citado, al integrarlo al suyo, el hablante se muestra poniendo de
manifiesto sus posiciones ideológicas o afectivas. Por eso es siempre interesante comprara las distintas
formas de referir en estilo directo e indirecto el mismo enunciado.

EJEMPLOS
Discurso Directo y Discurso Indirecto constituyen dos estrategias discursivas distintas con sus
exigencias propias. Los hablantes prefieren una u otra por razones psicológicas o restricciones temáticas
o situacionales. Cuando Guillermo Kelly narra su secuestro a un periodista del diario Tiempo Argentino
refiere de esta manera lo que le había dicho sus secuestradores:
- ¡Qué pescado gordo es usted! ¿Sabe el bolonqui que hay en el mundo entero con esto? (DD)
Más adelante, en el mismo texto, recuerda el episodio en estos términos:
- Presté atención cuando me dijo que había un revuelo mundial por mi asunto y que no se imaginaban
que yo era un pez tan gordo. (DI)
Las modalidades de enunciación exclamativa e interrogativa del DD desaparecen en el DI: la
exclamación es interpretada como “no se imaginaban que…”. “¡Qué pescado gordo es usted!” se
transforma en “que yo era un pez tan gordo”: cambian los pronombres personales (“usted” por “yo”) y
el tiempo verbal (“es” por “era”), se reemplaza el “que” por el “tal”, cambia el término “pescado” por
“pez” y “bolonqui” por “revuelo”. También se sustituye “esto” por “mi asunto” ya que al cambiar la
situación de enunciación el demostrativo “esto” parece insuficiente.

Otro ejemplo: dos enunciados tomados del diario Le Monde Diplomatique, en discurso directo y
discurso indirecto.
- Cravailles afirmó: “nadie combate para ser libre sino porque ya lo es”.(DD)
- Cavailles considera que la libertad es una condición que posibilita la lucha y no solo su
finalidad.(DI)

Otras veces aparecen las palabras del otro en forma de alusión. En estos casos solo un lector
informado puede completar el sentido del enunciado:
- Algunos han invertido el sentido del combate y lo consideran una consecuencia del ejercicio de la
libertad.
- El sentido del combate es la lucha por la libertad y no su consecuencia.

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EL ENTORNO VERBAL: LOS VERBOS INTRODUCTORES

Si bien la actividad interpretativa resulta más evidente en el discurso indirecto, no está en


absoluto ausente en el discurso directo. Tanto en un caso como en el otro se retoma un enunciado
producido en otra situación comunicativa, para finalidades distintas; se lo recorta y se lo inserta en un
texto que despliega sus propias redes semánticas. Este trabajo del discurso citante sobre el citado, su
recepción activa de las palabras del otro, las marcas de su distancia o las formas de su adhesión se
muestran particularmente en el entorno verbal en el que el enunciado se ubica. De allí la importancia de
las fórmulas introductorias, de los verbos de decir que lo anuncian. La distancia que el locutor establece
respecto del enunciado referido es por cierto mayor cuando dice “X se atreve a afirmar que…” que
cuando simplemente señala “X dijo que…” o “según X”. También la adhesión es más fuerte en
“Respondió lúcidamente que…”, que en “Dijo que…”.
Los verbos no solo introducen el enunciado referido sino también orientan respecto de cómo
deben ser entendidas las palabras del otro. Aportan así informaciones diversas: pueden explicitar la
fuerza alocutoria (“aconsejó que no se dejaran provocar”), presuponer la verdad o falsedad de lo que el
discurso citado afirma (“reveló que él mismo había renunciado”), especificar el modo de realización
fónica del enunciado (“gritó que estaba harto”), caracterizarlo a partir de una tipología de los discursos
(“argumentó que…”), situarlo dentro de una cronología discursiva (“replicó…”). En el discurso directo el
verbo puede ubicarse en distintas posiciones: inicial (Dijo: “es necesario…”), intercalado (“Los argentinos
–señaló- vamos a…”) o al final (“Tenemos que ser protagonistas”, recalcó). Estas posibilidades de
articulación entre el discurso citante y el citado no dejan de tener incidencia semántica ya que implican
modalidades de mensaje distintas.

Fragmento adaptado de Arnaux, E, Di Setefano, M., Pereira C. (2002) “Capítulo1” en La lectura y la escritura en la
Universidad, Buenos Aires, Eudeba.; y de Marafioti, R. (1998) Recorridos Semiológicos, Buenos Aires, Eudeba,
pp.148-162

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LA PUESTA EN ESCENA: OPACIDAD Y CONSTRUCCIÓN DISCURSIVA

Siempre que se hace uso del lenguaje, el emisor construye discursivamente una versión de si
mismo, del referente y de aquel o aquellos a los que se dirige. Por eso, producir discursos, ya sea orales
o escritos, implica montar una verdadera puesta en escena.
Para el desarrollo de las habilidades lectoras y de escritura es útil reflexionar sobre algunas
características propias de la materia con que se forja lo escrito, esto es el lenguaje verbal.
El objetivo de esta reflexión es percibir el carácter opaco del lenguaje, su carácter de
construcción. Es decir, el lenguaje no es una trasparencia a través de la cual accedemos a lo real, no es
un reflejo fiel de las cosas que nombra, sino una materia a través de la cual construimos versiones del
mundo. El lenguaje a la vez que muestra, oculta.
Ducrot (1994) –lingüista francés contemporáneo- afirma que el lenguaje jamás “describe” el
mundo, sino que siempre lo valora, aún cuando adopte formas aparentemente objetivas o neutras. El
lenguaje se muestra como transparente, oculta su opacidad, por eso parece que a través de él se accede
al mundo, pero la realidad es que a penas deja entrever aquello a lo que refiere. Este es el mecanismo a
través del cual no solo se construye discursivamente al referente, sino que también el enunciador y el
destinatario, los cuales no son lo sujetos reales y empíricos que hacen uso de la palabra, sino productos
de la puesta en escena discursiva.
El enunciador es el que lleva adelante el discurso, para lo cual se ubica desde un lugar (se habla,
por ejemplo, desde la experiencia personal, o desde el saber, o desde la autoridad que otorga un
parentesco, el poder económico, político o laboral). El enunciador adopta una serie de rasgos de
acuerdo a la situación en que se encuentre: informado, formal, con autoridad académica en un tema, o
bien informal y cómplice, dubitativo o autoritario y distante. En fin, las posibilidades son muchas. Lo
mismo sucede con el destinatario de un texto, al que se puede construir con rasgos diversos: informado,
responsable, o bien ignorante, manipulable, de menor jerarquía que el enunciador, etc.
La construcción del enunciador, del destinatario y del referente no siempre son operaciones
conscientes de los hablantes, ni son operaciones libres e individuales, sino que están también
codificadas para las distintas situaciones sociales, y responden a posiciones culturales e ideológicas de
los sujetos y sus grupos de pertenencia.

LA CONSTRUCCIÓN DEL REFERENTE

Entre un enunciado y su mundo de referencia no se da una relación de representación


“trasparente”. Los enunciados revelan el modo en que es observado el mundo. Por ejemplo, no es lo
mismo afirmar “Pinochet está loco” que formular una pregunta “¿Pinochet está loco?”. El primer
enunciado puede ser considerado verdadero o falso, mientras que el segundo no puede ser objeto de
un juicio sobre la verdad. Además, el hecho de que el enunciado constituya una afirmación tiene otras
implicancias que no tienen directamente que ver con el estado de salud de Pinochet (alguien lo afirmó,
se dijo eso).
Tampoco es lo mismo afirmar “Pinochet padece demencia transitoria” que afirmar simplemente
que está loco. Las dos expresiones pueden estar haciendo referencia a un mismo estado de cosas. Las
palabras “demente” y “loco” podrán representar estados psíquicos idénticos pero ambos enunciados no
significan lo mismo. Uno de ellos está subrayando una calificación que puede proceder de un
diagnóstico psiquiátrico mientras que la otra no.
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Entonces, para lograr interpretar el significado de un enunciado, es necesario considerarlo como
un acontecimiento material, determinado por el contexto en que fue producido. Es decir, al leer un
enunciado es necesario leer su relación con la situación enunciativa en la que tuvo origen, constituida
por el espacio, el tiempo en que se produjo el enunciado, y los sujetos que la protagonizaron: su
enunciador, su destinatario y la relación entre ambos. El referente construido por el enunciado depende
en gran parte de esa situación enunciativa desde la que se observa y se valora lo real.
Así, no será lo mismo que se afirme “Pinochet padece demencia” en 1973 que en el 2001, ni que
esa afirmación sea resultado de un peritaje médico solicitado por la Corte o la opinión de algún
ciudadano chileno. Por eso, es útil muchas veces comparar las distintas versiones que sobre un mismo
tema, personaje o problema ofrecen enunciadores diversos.

Fragmento adaptado de Arnaux, E, Di Setefano, M., Pereira C. (2002) “Capítulo1” en La lectura y la escritura en la
Universidad, Buenos Aires, Eudeba.

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UNA INTRODUCCIÓN A LA TEORÍA DE LA ENUNCIACIÓN

Benveniste plantea que cada enunciación es un acto de apropiación del sistema de la lengua,
por el cual cada hablante, utilizando parte de este sistema, se instaura como enunciador e instaura al
receptor como destinatario.
Ducrot (1980) define la enunciación como un hecho histórico, como la aparición de un
enunciado. Realiza una serie de distinciones imprescindibles para todo análisis de fenómenos
discursivos. La oración es un elemento de la lengua, una entidad abstracta y formal que contiene
elementos semánticos necesarios para comprender su significado (palabras y estructura sintáctica). El
enunciado es una entidad concreta, es una oración cuando se emite en un contexto, y contiene
elementos semánticos que llevan a comprender su sentido. La oración contiene instrucciones para
comprender su significado y el enunciado instrucciones para comprender su enunciación, es decir, para
captar sus efectos de sentido; estas instrucciones son marcas del sujeto productor del enunciado, es
decir, el enunciador.
Desde este punto de vista, la teoría de la enunciación se propone como objetivo investigar
acerca de la subjetividad en el lenguaje, es decir, la inscripción del sujeto hablante en el discurso. Esto es
posible si se deja de lado el prejuicio (muy extendido) de que la principal función del lenguaje es
trasmitir información, y que la información que se trasmite es objetiva. La lengua no existe en estado
puro, sino que siempre se da por mediación de un individuo que la utiliza, y que, en general, no puede
distanciarse de los hechos que refiere y dar una versión imparcial; la mayor parte de las veces sucede lo
contrario. En este sentido, la subjetividad aparece en forma constante, y por lo tanto es sistemática,
está representada por signos específicos, que son el contenido de la teoría de la enunciación.
Todo lo dicho deja lugar para una reflexión más: si la utilización del lenguaje es siempre
subjetiva, la objetividad resulta un efecto de sentido más; un discurso objetivo es solamente el que
ocupa a su locutor mediante una utilización particular de los elementos del aparato formal de la
enunciación.

Fragmento adaptado de Romero, D. (1997): “La teoría de la enunciación”, en Comp. Daniel Romero, Elementos
básicos para el análisis del Discurso, Buenos Aires, Los libros del riel.

LA NOCIÓN DE ENUNCIACIÓN

La noción de enunciación nos permite distinguir dos planos dentro de un enunciado, el plano del
contenido y el plano de la enunciación, en tanto niveles de funcionamiento discursivo. Si comparamos la
afirmación “X posee la propiedad Y” con las siguientes variaciones: “yo creo que X posee la propiedad
Y”, “es evidente que X posee la propiedad Y”, “como bien se sabe X posee la propiedad Y”, etc, se trata,
en todos los casos, de variaciones enunciativas en torno a un enunciado cuyos elementos de contenido
permanecen idénticos. El plano de la enunciación es ese nivel del discurso en el que se construye, no lo
que se dice, sino la relación del que habla con aquello que dice, relación que contiene necesariamente
otra relación: aquella que el que habla propone al receptor respecto de lo que dice.
Si yo digo “X posee la propiedad Y” presento mi enunciado como una verdad indiscutible y
objetiva, que no necesita ninguna calificación; si, por el contrario, digo “creo que X posee la propiedad
Y”, presento el mismo enunciado como objeto de mi creencia personal, y dejo a mi interlocutor en

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libertad de adoptar la actitud que le parezca conveniente. Si digo “es bien sabido que X posee la
propiedad Y” presento mi enunciado como una verdad compartida por la comunidad, con lo cual estoy
indicando a mi interlocutor que no puede rechazar mi afirmación sin correr el riesgo de quedar fuera del
“sentido común”.
El plano de la enunciación comprende dos grandes aspectos: las entidades de la enunciación y
las relaciones entre esas entidades. Todo discurso construye dos “entidades” enunciativas
fundamentales: la imagen del que habla (que llamaremos enunciador) y la imagen de aquel a quien se le
habla (que llamaremos destinatario). El enunciador no es el emisor, el destinatario no es el receptor:
“emisor” y “receptor” designan entidades “materiales” (individuos o instituciones) que aparecen
respectivamente como fuente y destino “en la realidad”. Enunciador y destinatario son entidades del
imaginario: son imágenes de la fuente y del destino, construidas en el discurso mismo. La distinción es
importante, puesto que un mismo emisor, en diferentes momentos, puede construir imágenes muy
diferentes de sí mismo.
Pero el funcionamiento discursivo consiste también en relacionar estas entidades entre sí, a
través de lo que se dice; en otros términos, la relación entre el plano de la enunciación y el plano del
contenido es un fenómeno del orden de la enunciación. Lo hemos visto en nuestros ejemplos: la
certidumbre, la duda, la sugerencia, son algunos de los múltiples modos en que el que habla define su
relación con lo que dice y, automáticamente, define también la relación del destinatario con lo dicho.
Aunque puede ocurrir, por supuesto, que el receptor no se reconozca en la imagen de sí mismo (el
destinatario) que le es propuesta en el discurso.
El hecho de que en los últimos años se haya puesto de relieve la importancia de los mecanismos
enunciativos no quiere decir en modo alguno que, a partir de este punto de vista, el análisis del discurso
se desentienda de los contenidos. Lo esencial es que, vistos en relación con los mecanismos
enunciativos, los enunciados no son ya más simples “contenidos”. En esta perspectiva, en efecto, la
noción de enunciado es inseparable de la noción de enunciación: una teoría de la enunciación discursiva
no olvida los enunciados, pero estos últimos no son comparables a los “temas” o “unidades” definidos
por el análisis del contenido; los enunciados se articulan a las entidades enunciativas: el enunciador y el
destinatario. El análisis del discurso no “olvida” ni “descuida” los contenidos; lo que hace es
incorporarlos a una teoría de la enunciación. Una cosa es considerar un tema o un contenido en sí
mismo, de una manera aislada; otra cosa es considerar ese tema o ese contenido como organizado por
la estrategia de un enunciador y orientado hacia un destinatario.

Fragmento adaptado de Verón, E. y Sigal, S. (1985) Perón o Muerte, Buenos Aires, Legasa, pp. 19 – 21

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INTRODUCCIÓN AL ANÁLISIS DEL DISCURSO1

Todo discurso es dicho por alguien. Este es el punto de partida esencial del análisis del discurso.
Dicho de otro modo: todo discurso es un hecho histórico, es producido por alguien particular, se dirige a
lectores particulares, en un momento particular y en un lugar particular.
El discurso es una materialidad, un conjunto de signos producidos por una persona, es decir es
un objeto lingüístico que puede ser analizado. Este objeto, como señalara Saussure para todos los
fenómenos del lenguaje, está a caballo entre dos dominios: lo social y lo individual. En tanto compuesto
por signos es una comunicación de valores sociales compartidos por una comunidad hablante. En tanto
configuración particular de signos organizada por un sujeto es un modo en que la subjetividad del
individuo se manifiesta.
De acuerdo a esto, el análisis del discurso consiste básicamente en una puesta en relación de los
elementos del discurso con la situación en la que fue producido. Para comprender esto es necesario
tener presente la diferencia que se establece dentro del marco de la Teoría de la enunciación entre
significado y sentido.
El significado puede considerarse como un núcleo semántico obtenido por medio de un proceso
de abstracción: tomando la terminología de Saussure, se omite todo lo que sea específico de los hechos
de habla concretos en que el signo es utilizado y sólo se retiene como significado aquello pertinente
para ser incorporado a la Lengua, es decir lo que se puede generalizar en todos los casos particulares.
Un ejemplo sencillo son las definiciones que podemos encontrar en el diccionario.
El concepto sentido, en cambio, intenta dar cuenta del valor semántico de los enunciados
considerados como hechos históricos, es decir, en tanto son producidos por una persona en un
momento y lugar determinado. El sentido no es generalizable, es siempre un valor particular que
depende de la situación de enunciación. Por ejemplo, que el enunciado “silencio” se repita dos o tres
veces no implica desde el punto de vista del significado ninguna modificación en el valor semántico del
signo. En cambio, desde el punto de vista del sentido es evidente que cada repetición de “silencio” va
cargando al enunciado de nuevos valores semánticos: insistencia, énfasis, impaciencia u otro según la
situación.
Se puede comprender ahora a qué nos referimos con el concepto de efecto de sentido. El efecto
de sentido es el valor particular que cobra un signo o una serie de signos en un discurso particular
(cotexto) y en una situación particular (contexto). Podemos decir que el sentido surge de la interrelación
de dos niveles: el nivel de las relaciones que los signos mantienen entre sí en el discurso (qué signos
aparecen y en qué orden) y el nivel de la situación concreta de enunciación (quién habla, a quién/es,
cuándo y donde habla).
Se trata entonces de dos niveles íntimamente ligados. Un mismo discurso cambia de sentido si
se modifica la situación de enunciación y también cambia si se modifican las relaciones internas entre
signos. Para ejemplificar esto transcribimos a continuación el informe final de la Junta Militar sobre los
desaparecidos en Argentina (abril de 1983):

1
El término “discurso” tiene variados significados dentro del campo de la lingüística, en el caso específico de la
expresión “análisis del discurso” se lo utiliza para designar la unidad específica de toda producción lingüística. Las
personas no producen ni palabras ni oraciones sueltas, sino que producen unidades lingüísticas completas en sí
misma (aún cuando desde otro punto de vista puedan aparecer incompletas: dejar una frase a medio decir es una
forma posible de cerrar un discurso). Desde este punto de vista un discurso puede ser oral o escrito, estar
compuesto por muchas palabras o por una sola, puede ser sólo bloque (como el discurso político o una novela) o
estar fragmentado en partes (como una conversación)

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Las fuerzas armadas, de seguridad y policiales actuaron en defensa de la comunidad
nacional, cuyos derechos esenciales no estaban asegurados, y, a diferencia del accionar
subversivo, no utilizaron su poder contra terceros inocentes, aún cuando indirectamente
éstos pudieran haber sufrido consecuencias.
Las acciones así desarrolladas fueron la consecuencia de apreciaciones que debieron
efectuarse en plena lucha, con la cuota de pasión que el combate y la defensa de la propia
vida genera, en un ambiente teñido diariamente de sangre inocente, de destrucción, y ante
una sociedad en la que el pánico reinaba. En este marco casi apocalíptico se cometieron
errores que, como sucede en todo conflicto bélico, pudieron traspasar, a veces, los límites
del respeto de los derechos humanos fundamentales, y que quedan sujetos al juicio de Dios,
en cada conciencia y a la comprensión de los hombres.”

Este discurso tiene un sentido que depende fuertemente del hecho de haber sido producido
antes de que se realizaran las investigaciones de la Conadep y el Juicio a las Juntas Militares (contexto),
si ese mismo discurso hubiera sido producido después del juicio, donde se establecieron claramente la
existencia de los crímenes cometidos durante la dictadura militar, su sentido sería totalmente otro
puesto que, como mínimo, implicaría un no reconocimiento del poder judicial y de las instituciones de la
nación.
Por otro lado, si en el mismo informe modificamos las relaciones entre los signos (cotexto) se
modificará igualmente el sentido del discursos, por ejemplo si en lugar de “pudieran haber afectado a
terceros inocentes” colocamos “afectaron a terceros inocentes” el discurso se transformaría
prácticamente en una autocondena de las Fuerzas Armadas dado que se estarían reconociendo acciones
de violencia sobre personas inocentes. Notemos que este profundo cambio en el sentido del discurso se
obtiene simplemente eliminando el subjuntivo en el elemento modal “poder”.
Al analizar los discursos desde estos dos niveles, el análisis del discurso intenta establecer el
sentido único e irrepetible que esos signos toman en la situación particular en que son utilizados.
Retomando la distinción entre significado y sentido, desde el punto de vista del significado,
podemos decir que el pronombre “yo” señala al sujeto de enunciación (a la persona que dice “yo”);
podemos parafrasear esta regla como una indicación del tipo: “para saber qué significa ‘yo’ hay que
fijarse quién lo dice”.
Sin embargo, el significado del pronombre “yo” no agota el sentido que el uso del pronombre
“yo” tiene en el discurso. Tomemos por ejemplo una oración como “Odio la semiología”, el sentido de la
oración va variar según quien la diga. Si en el contexto de una clase de semiología, la dice un alumno
tendrá un sentido y si la dice el docente de Semiología tendrá otro. La diferencia de sentido entre el
enunciado del alumno y el enunciado del docente pone en juego toda la situación de comunicación en lo
que implica un conjunto de valores sociales que organizan el intercambio.
Así, el efecto de sentido que produce el enunciado del alumno es el de brindar una opinión
sobre una materia y cae dentro de lo esperable (aunque no de lo deseable) en la situación de dictado de
clase de Semiología. En cambio, el sentido del enunciado del docente puede tomar diversos valores en
tanto contradice los supuestos sociales en torno a la docencia, por ejemplo el supuesto de que el
docente debe hacer interesante la materia para sus alumnos, que les debe hacer gustar la semiología,
que se es docente por vocación y gusto personal, etc. Dicha por el docente la oración “Odio la
semiología” puede tener el sentido de una confesión de mala fe (expresa sus verdaderos sentimientos
aunque contradigan los supuestos valores que lo sostienen como sujeto de enunciación en ese contexto,
los valores que lo acreditan como docente), o de una manifestación de cansancio y hartazgo ante la
situación de dar clases (y en ese caso “Semiología” no significaría la disciplina sino el contexto en que
esa disciplina se enseña, remuneración incluida), o de chiste o ironía (se dice lo contrario a lo que se
piensa), etc.

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Es por esta razón que el análisis del discurso se define como una actividad interdisciplinaria
donde se ponen en juego distintos saberes (lingüísticos, sociológicos, psicológicos, antropológicos,
históricos, políticos, culturales, etc.). La importancia de la lingüística (especialmente la Teoría de la
enunciación) reside justamente en que permite encontrar en el discurso las “marcas” que lo “anclan” a
la situación, los signos que remiten a la subjetividad del sujeto de enunciación y su toma de posición
ante una situación determinada.

CONTEXTO DE PRODUCCIÓN

Hacer análisis del discurso implica no sólo poner en juego un saber lingüístico sino articular un
conjunto de saberes diversos. En este punto corresponde señalar que el discurso mismo generalmente
incorpora información sobre su situación de producción. En tanto todo discurso organiza de alguna
manera la realidad no puede evitar mencionar y hacer presente discursivamente aquellos elementos del
contexto necesarios para garantizar que los destinatarios establezcan el sentido. Así, al analizar un
discurso podemos encontrar algunas coordenadas fundamentales para reconstruir el contexto de
producción.
Supongamos, por ejemplo, que estamos analizando el siguiente discurso de Ernesto Sábato y
que no poseemos ningún conocimiento sobre su contexto de producción:

Cómo nunca la Argentina puede resumir hoy esta experiencia diciendo que el único
régimen compatible con la dignidad del hombre, con su sagrado derecho de persona, es
la democracia. Democracia que tenemos que defender con uñas y dientes. Esta
democracia está permitiendo la emisión de un programa como el que ustedes acaban de
ver, y que se tiene que hacer no solamente sobre la base de la libertad, sino de la verdad,
o de la indagación de la verdad, la justicia.

Veamos como el discurso mismo nos brinda información sobre su contexto: así el párrafo que
comienza “Esta democracia está permitiendo…” y finaliza con un reclamo de justicia permite inferir que
no siempre hubo democracia y que de hecho el sujeto de enunciación está aludiendo a un cambio de la
situación política que se ha producido más o menos recientemente. El enunciado “Esta democracia está
permitiendo la emisión de un programa como el que ustedes acaba de ver” nos permite saber que la
situación de enunciación corresponde a una transmisión televisiva y que la situación política anterior al
momento del discurso se caracterizaba por la censura (no permitía ese tipo de producciones
discursivas). Por otro lado el reclamo de justicia permite establecer que en la situación política anterior
no la había o por lo menos que en el momento de producción del discurso se mantenía una situación
que el locutor consideraba de injusticia y ocultamiento de hechos, etc.
Por supuesto estas inferencias sobre el contexto tienen un valor relativo y deben ser
confirmadas buscando más información sobre ese contexto. Lo que nos interesa señalar es el hecho de
que es el discurso mismo el que nos indica de diversas maneras hacia dónde debemos orientar nuestra
búsqueda de información. Este hecho puede ser de gran utilidad en la investigación, por ejemplo en los
estudios históricos, dado que permiten considerar los documentos no sólo como discursos que
confirman lo que sabemos de una situación particular sino que, en tanto nos pone en una situación de
desconocimiento, nos pueden señalar lagunas en nuestro conocimiento sobre determinada situación y
orientar de esta manera la investigación.
Por otra parte, el contexto que deducimos del discurso se presenta como “necesario” para que
el discurso tenga sentido: resulta muy complicado pensar el sentido que pudiera tener este discurso en
un contexto de cien años de continuidad democrática, con una justicia efectiva y libertad de expresión.
Si nuestro conocimiento sobre el contexto de este discurso fuera éste (continuidad democrática, justicia

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y libertad de expresión) la existencia del discurso nos llevaría a cuestionar por lo menos hasta qué punto
nuestro saber sobre esa situación se corresponde con la verdad.

ALGUNAS HERRAMIENTAS DE LA TEORÍA DE LA ENUNCIACIÓN

La teoría de la enunciación nos brinda una serie de herramientas para dar cuenta de las
relaciones que se establecen entre el enunciador, el destinatario y el referente. El eje central de todo
discurso es el vínculo entre el enunciador y el destinatario. De hecho, es esta relación la que hace que
tenga sentido la existencia de discursos y que podamos hablar de efectos de sentido.
A continuación intentaremos caracterizar la clase particular de relaciones que cada tipo de
elementos enunciativos permite establecer.

DEÍCITOS DE PERSONA

Mediante el uso de los deícticos de persona el enunciador organiza la estructura del intercambio
con su o sus destinatarios. Estos deícticos son fundamentales en el análisis del discurso porque permiten
establecer “los lugares” que el enunciador va asignando al destinatario y a sí mismo a lo largo del
discurso y, por lo tanto, analizar los modos de vincularse que va estableciendo.
Las relaciones que el enunciador puede establecer con sus destinatarios son, básicamente, de
unión o separación.
Por ejemplo, el uso de la primera persona del singular (yo) y la segunda persona (vos/ ustedes)
presenta al enunciador y al destinatario como instancias separadas.
Veamos un ejemplo: en las elecciones de 1989 por la presidencia de la nación el slogan de
campaña del candidato del partido Justicialista, Carlos Menem, era “Siganme, no los voy a defraudar”.
En este enunciado el enunciador se presenta a sí mismo (“siganme”, uso de la primera persona del
singular) como instancia separada de sus destinatarios, a los cuales interpela directamente (“no los”,
uso de la segunda persona). De este modo, el candidato se coloca en una posición de liderazgo y poder
frente a sus destinatarios y esa relación les garantiza una unidad líder-pueblo (“yo no los voy a
defraudar”).

En cambio, el uso de la primera persona del plural (nosotros) puede tener diferentes sentidos.
Puede tratarse de un “nosotros inclusivo” que presenta a ambos, enunciador y destinatario,
como una unidad. Así, por ejemplo, Raúl Alfonsín en el discurso de los 100 días de su gobierno combina
el uso de la segunda persona (ustedes) con el “nosotros inclusivo”:

Argentinos, estoy seguro que todos ustedes, sin distinción, comprenden o presienten que
estamos ante una hora decisiva para la Nación, para la definición de nuestro futuro.

En este ejemplo, el enunciador plantea una relación inicial de separación con los destinatarios
(“ustedes” como instancia separada a “yo”) y una relación posterior de unión (“estamos” y “nuestro”:
uso del nosotros inclusivo). El efecto de sentido generado por este cambio es que la inclusión es
presentada en el discurso como realizada por los destinatarios y no por el enunciador: son “ustedes” (los

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destinatarios) los que me incluyen dado que son ustedes los que “presienten que estamos (yo y ustedes)
ante una hora decisiva”.
Se puede ver, entonces, cómo los deícticos de persona organizan de diversas maneras los
lugares que ocupan enunciador y destinatario a lo largo del discurso. Los cambios en el uso de los
deícticos determinan diversos modos de relación y son la base para establecer diversos efectos de
sentido.
Ahora bien, el uso de la primera persona de plural (nosotros), no siempre establece esta unidad
entre enunciador y destinatario. En el caso del discurso científico, el uso de la primera persona del plural
es el “nosotros de autor”. Ser científico es enunciar desde este “nosotros” que constituye al sujeto de
enunciación en términos de su dependencia con la comunidad que le da existencia: la comunidad
científica.
Es la comunicada científica quien me constituye como enunciador científico, quien me brinda la
posibilidad de mi discurso y lo garantiza como discurso legítimo donde “hay” o “se dice” cierto saber. En
este tipo de discurso, el “saber” no es patrimonio de un individuo sino que lo construye la comunidad,
por lo tanto no puedo enunciar un saber científico más que como un “nosotros (la comunidad)”.
La tercera persona (el, ella, ellos, ellas), en cambio, designa aquello que no participa en la
relación intersubjetiva, entre el enunciador y el destinatario. Por lo tanto, la tercera persona es “lo
objetivable”, aquello que podemos hacer “objetivo” porque no es ninguno de nosotros y por lo tanto no
tiene subjetividad. Esto es de suma importancia porque pone de relieve que “la objetividad” es en su
esencia un acuerdo intersubjetivo y que por lo tanto es sólo una forma particular de la subjetividad.
Por ejemplo, en su discurso, Sábato, comienza usando la tercera persona cuando dice: “Como
nunca la Argentina puede resumir hoy esta experiencia diciendo que el único régimen compatible con la
dignidad del hombre, con su sagrado derecho de persona, es la democracia”. De esta manera, el
enunciador coloca a los destinatarios en una posición de objetividad presuponiendo un acuerdo tácito
sobre la situación de enunciación (la Argentina hoy) y sobre la validez de un valor como es la
democracia. El uso de la tercera persona evita (busca evitar) que se considere lo expresado como una
opinión subjetiva del locutor. Luego continúa el discurso y usa la primera persona del plural cuando dice:
“Democracia que tenemos que defender con uñas y dientes”. El enunciador incluye a los destinatarios
en la obligación moral de realizar una acción: “tenemos que defender”. El uso del nosotros inclusivo
cobra aquí toda su fuerza para comprometer a los destinatarios. Luego vuelve al plano de lo objetivo
con el uso de la tercera persona: “Esta democracia está permitiendo la emisión de un programa”, para
luego pasar al uso de la segunda persona “… como el que ustedes acaban de ver”. En este momento del
discurso, el enunciador se separa de los destinatarios y pone en ellos la prueba de que lo que viene
diciendo es la verdad y no simplemente su opinión. De este modo se busca evitar cualquier duda sobre
el valor de la democracia (se brinda un argumento contundente, la propia experiencia de los
destinatarios).

VARIACIÓN DE TIEMPOS VERBALES

Las variaciones en el uso de los tiempos verbales permiten establecer efectos de sentido
bastante sutiles.
La teoría de la enunciación define las dos actitudes de locución que el sujeto de enunciación
puede adoptar: Relato y Comentario. Estas dos actitudes las podemos entender como dos “tipos de
relaciones” que el enunciador puede establecer frente a los “hechos” que su discurso refiere (el
referente). Es decir, se puede presentar los “hechos” como “clausurados” (Relato) o como “actuantes”
(Comentario).
Los términos “clausurados” y “abiertos” intentan dar cuenta de una situación similar a la que
vimos en relación a los deícticos de persona: así como los deícticos de primera y segunda persona, en

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tanto señalan a los participantes del proceso de enunciación, ponen de manifiesto la subjetividad
inherente a toda relación de comunicación, mientras que la tercera persona pone lo expresado por el
discurso en el terreno de lo objetivo; del mismo modo la actitud de locución comentario pone los hecho
en una relación directa con los interlocutores, con sus opiniones en el momento de la enunciación,
mientras que la actitud de locución relato “separa” los hechos de los interlocutores en tanto traza una
línea temporal que los pone “afuera” de la situación de comunicación.
En este sentido, los hechos relatados son “objetivos”, son contemplados por los interlocutores
como desde un “afuera”, como algo que está separado de la situación de enunciación. Presentar
determinados hechos como relato implica ponerlos en el lugar de un dato concreto y objetivo,
independiente de los interlocutores.
En cambio, la actitud de enunciación “comentario” compromete el “ahora” de la enunciación,
los interlocutores ven “involucradas” sus opiniones actuales por lo expresado en el discurso. Notemos
que el único tiempo en que puedo influir con mis opiniones en mis destinatarios es en el momento de la
enunciación, es decir en el presente: opinar (en el sentido de emitir un juicio explícito de mi posición
actual frente a un hecho) sólo es posible en el presente, si intento opinar usando los tiempos del relato
(los pasados) sólo logro hacer un relato de una opinión que tuve y que por lo tanto está separada de mi
persona actual.
Para explicarlo con un ejemplo de nuestra historia reciente, podemos considerar a grandes
rasgos que los debates sobre los crímenes cometidos por la dictadura militar (sobre si se debían juzgar o
no) que se dieron en nuestro país tuvieron como uno de sus ejes fundamentales el intento de
establecer, de instalar en la sociedad, una determinada actitud de locución sobre esos hechos: por un
lado los militares (entre otros) intentaron presentar los hecho como un relato (“se cometieron errores y
excesos”, “se cumplieron órdenes”, “fue una guerra sucia”) y por lo tanto como hechos que estaban
cerrados, acabados, separados de la realidad actual y a los cuales las opiniones actuales no podían
modificar. De este modo, los juicios sobre estos hechos quedaron por un lado reducidos a meras
expresiones subjetivas frente a la “objetividad de la historia” (“la historia juzgará”) y por lo tanto eran
presentados como un revanchismo extemporáneo (fuera de tiempo, fuera de la “realidad actual” del
país). Del otro lado, en cambio, los organismos de defensa de los derechos humanos (entre otros)
trataban de instalar una actitud de locución de comentario (“son asesinos”, “los crímenes no pueden
quedar impunes”, “debemos recordar y condenar para que no vuelva a pasar”), es decir, se trataba de
poner en juego las opiniones, de definir un posicionamiento actual frente a esos hechos de modo de
exigir que se actúe en consecuencia y se realicen los procedimientos judiciales correspondientes.

LOS TIEMPOS VERBALES DEL RELATO Y EL COMENTARIO


De acuerdo a la actitud de enunciación elegida por el hablante: relato o comentario, se utilizarán
un grupo de tiempos verbales. En el caso de la actitud de Comentario, se utiliza el siguiente grupo de
verbos: el presente, el pretérito perfecto y el futuro. En la actitud de Relato, en cambio, se utilizan el
pretérito perfecto, el imperfecto, el pluscuamperfecto y el condicional.

ACTITUD DE LOCUCIÓN RELATO


Anterioridad Grado cero Futuro
Pretérito Pretérito Pretérito Condicional
Pluscuamperfecto Imperfecto Indefinido
Segundo plano Primer plano

ACTITUD DE LOCUCIÓN COMENTARIO


Anterioridad Grado cero Futuro
Pretérito perfecto Presente Futuro

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LA SUBJETIVIDAD EN LA VALORACIÓN DE LOS OBJETOS DEL MUNDO

Ciertas frases o palabras manifiestan la valoración que el hablante hizo durante su enunciación
de ciertos objetos o hechos del mundo al que refiere. El nombrar es una actividad no puramente
designativa sino que en muchos casos es también evaluativa. Por ejemplo, al decir “la estrecha y lóbrega
callejuela” se manifiestan tres evaluaciones para el mismo objeto: “calle”. Además de calificarla como
“estrecha” y “lóbrega”, nombrar la “calle” como “callejuela” es decir algo diferente y según el contexto
verbal puede resultar elogioso o desvalorizador.
El enunciador, cuando debe nombrar un referente cualquiera (real o imaginario), debe
seleccionar diferentes unidades del repertorio de la lengua y se enfrenta a dos opciones: el discurso
objetivo, que intenta borrar toda huella del enunciador, o el discurso subjetivo, en el que el enunciador
manifiesta su opinión. Es distinto decir, por ejemplo “María es soltera”, que decir “María es una
luchadora” o “María es una solterona”. Las unidades léxicas están ellas mismas cargadas con un peso
más o menos grande de subjetividad. Así, la combinación de diferentes adjetivos y sustantivos permite
construir diferentes efectos de sentido sobre el objeto designado.

Fragmento adaptado de Palací, E. (1997): “Introducción al análisis del discurso”, en Comp. Daniel Romero,
Elementos básicos para el análisis del Discurso, Los libros del riel

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