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Hace unos meses, creía que escribir literatura era un acto demasiado complejo, luego me
introduje en la corrección de estilo. En un principio, pensé que bastaba con escribir bien, sin
embargo, tropecé repetidas veces, pues la confianza es el peor enemigo del corrector. Se
necesita más que seguridad para reparar un texto. Una amplia cultura y dominio del idioma
son algunos de los requisitos. Además, al igual que cualquier otro oficio, requiere
herramientas, en este caso: el diccionario, post-its, plumas, marcatextos, etcétera. Y cómo
no, práctica. Van Gogh no nació pintor, se hizo. Mozart no nació músico, también se hizo.
Cervantes no nació escritor, igualmente se hizo. Así el corrector, a través de la práctica y los
tropezones se irá forjando: primero corrigiendo escritos cortos; luego, un poco más extensos
y después, libros completos. Eso sí, debe conocer sus límites, no corregirá una disertación
sobre astronomía si no domina el tema, a menos que la información sea básica y pueda
manejarla. Pero sobre todo, existe un elemento que no le puede faltar al buen corrector: la
paciencia. Saber que al igual que Vang Gogh, Mozart o Cervantes con el tiempo se podrá
llamar a sí mismo un buen corrector de estilo.