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MANUAL DE HISTORIA UNIVERSAL

VOL IV

ROMA

ANGEL MONTENEGRO DUQUE,


Universidad de Valladolid
FEDERICO LARA PEINADO,
Universidad Complutense de Madrid
GUILLERMO FATAS,
Universidad de Zaragoza
RAQUEL LOPEZ MELERO,
Universidad Nacional
de Educación a Distancia
MAURICIO PASTOR,
Universidad de Granada
JUAN FRANCISCO RODRIGUEZ
NEILA,
Universidad de Córdoba
ARCADIO DEL CASTILLO,
Universidad de León
FRANCISCO MARCO,
Universidad de Zaragoza

EDICIONES
NAJERA
MANUAL DE HISTORIA
UNIVERSAL
VOL. IV

ROMA
La colosal labor emprendida por Roma, su conquista del
mundo, la pretendida hermandad universal bajo una única
autoridad suprema, la garantía de la ciudadanía que
alcanzaba todo el que vivía bajo su amparo, la paz, casi
siempre conseguida a base de muchas vidas, pero que
permutaba la espada por el arado y permitía el progreso,
así como el desarrollo de una legislación justa y equitativa
como base de su política de gobierno, con un valor
absoluto de modernidad, son las mejores aportaciones de
esta cultura que supo convertirse en’ cimiento del mundo
occidental. He aquí la continua sugerencia de su legado
que participaba tanto de los logros orientales como del
mismo helenismo enriquecido con la perseverante
laboriosidad de su original hacer.
Desde el reconocimiento de la innegable importancia de
Roma para el estudio de la evolución histórica mundial un
grupo de especialistas en el tema ha elaborado esta obra
que aporta rigor, precisión y calidad. Han conseguido
superar el encasillamiento en cualquier tipo de "ism o" en el
que con frecuencia caen muchos historiadores, herederos
de aquellos escritores paganos y cristianos de fines del
Imperio, cuando todavía persisten en disputas ideológicas
que facultan el profundizar en determinados temas, pero
parcializan demasiado los conceptos. Y como Roma
continúa interesando a las nuevas generaciones han
elaborado una Historia objetiva, más centrada en la
información que en la polémica, que introduce a los
lectores en el conocimiento de las grandes realizaciones
romanas con una visión actualizada, de modo genérico, sin
personalizar. Este magnífico conjunto de profesores nos va
presentando a lo largo de la obra todos aquellos avances
que Roma fue alcanzando, sus concepciones filosóficas,
tanto las nuevas como aquellas venidas del mundo griego y
que alcanzaron plena originalidad en sus manos, sus
progresos en el campo de las ciencias naturales y positivas,
así como su magnífica producción literaria, entre otras.
El resultado ha sido este excelente Manual que, más que
dar respuesta a problemas concretos que pueden empañar
la visión integradora y el verdadero significado histórico del
Imperio Romano, pretende introducir al lector y encaminarle
en todos aquellos puntos de partida que le instruyan en
tales objetivos y que son imprescindibles en el
planteamiento de ulteriores profundizaciones.
\NGEL MONTENEGRO DUQUE
Es el Coordinador y D irector de esta colección y en
la actualidad Catedrático de Historia Antigua de la
Universidad de V a lla d o lid . Se in ic ió como Becario del
Consejo Superior de Investigaciones en donde term inó
como Colaborador C ientífico del Instituto Antonio de
N ebrija, entre 1951 y 1 9 54. A continuación daría
comienzo una labor docente que le llevaría por
diferentes Universidades españolas. En 1970 fundaría
la revista «H ispania A ntiqua» de la que es D irector y
en la que colaboran hum anistas del mundo entero.
Cuenta con num erosos artícu lo s y libros publicados y
y algunos por publicar.

FEDERICO LARA PEINADO


Doctor en H istoria trabaja como Profesor T itular de
Historia Antigua de la Universidad Complutense de
M adrid. Inició sus estudios universitarios en
Barcelona, de donde partió, para am pliarlos, a centros
universitarios de Francia e Ita lia . Sus primeras
investigaciones las centró en la H istoria de la
Cataluña Romana, para pasar a ocuparse de la
H istoria del Antiguo Oriente, habiendo publicado entre
otras muchas obras: «Poema de Gilgamesh» (1984),
3.a ed. y «El Libro de los M uertos» (1 9 8 4 ), en
colaboración con otros especialistas.

GUILLERMO FATAS CABEZAS


Es Catedrático de H istoria Antigua de la Universidad
de Zaragoza. Paralelam ente a su labor docente ha
desarrollado un tipo de trabajo investigador que se
concreta en numerosas publicaciones com o: «La
Sedetania», «D iccionario de térm inos de Arte y
Arqueología», con G. Borrás, «Fábula Contrebiensis»,
«Aspectos Históricos del problem a vasco» y
«Romanos y celtíberos citeriores», entre otras muchas.

RAQUEL LOPEZ MELERO


Es Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad
Autónoma, Catedrático de I.N .B . en excedencia y
Profesora T itular de Historia Antigua de la U.N.E.D.,
cargo que desempeña en la actualidad. Entre sus
numerosas publicaciones podríam os destacar:
«D iccionario de la M ito lo g ía Clásica», del que es
coautora, sus trabajos sobre Belona y Ataegina, temas
religiosos romanos. En Hispania Romana ha trabajado
sobre Lusitan¡a: con investigaciones sobre los
comienzos de la ocupación romana en la zona y en el
estudio de docum entos epigráficos inéditos.
MAURICIO PASTOR
Licenciado en F ilo lo g ía C lásica y D octor en H istoria
A ntigua, es Profesor T itu la r de esta m ateria en la
Universidad de Granada y tam bién Profesor Encargado
de la Cátedra de Arqueología, Epigrafía y
N um ism ática en la m ism a. Director de las
excavaciones arqueológicas del yacim iento del «Cerro
de la M ora», de M oraleda de Zafayona (Granada),
desde 1 979, ha publicado sus resultados en el
N oticia rio Arqueológico Hispánico, 12 y 13. Son
innum erables los artículos y libros que, de su mano,
han visto la luz, entre los que destacaremos el
ú ltim o: «Epigrafía Latina de Granada y su provincia»,
todavía en prensa.

JUAN FRANCISCO RODRIGUEZ NEILA


En la actualidad es Catedrático Numerario de Historia
Antigua de la Universidad de Córdoba, pero además
cuenta con otros cargos relevantes com o: Presidente
de la D elegación en Córdoba de la Sociedad Española
de Estudios Clásicos, M iem bro del Consejo de
D irección del Departamento de Estudios Históricos
Andaluces del Instituto de Cultura Andaluza (Junta de
A ndalucía), además de M iem bro Num erario de la
Cátedra «Adolfo de Castro» de la Fundación
M u n icip a l de Cultura del Ayuntam iento de Cádiz.
Paralelam ente ha publicado diversos libros y artículos.

ARCADIO DEL CASTILLO ALVAREZ


Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de
León, ha trabajado en otras Universidades como
M adrid, Granada y M álaga. Fue M iem bro del
«Institute of Classical Studies» de la Universidad de
Londres y en la actualidad lo es de la «Society for
the Prom otion of Roman Studies». Adem ás de sus
numerosas publicaciones de investigación sociológica,
publicadas en España y en el extranjero, pertenece al
Consejo de redacción de la revista «Hispania
Antiqua» y es D irector de la revista «Estudios
Humanísticos, Geografía, Historia, Arte».

FRANCISCO MARCO SIMON


En la actualidad es Profesor Titular y Encargado de
Cátedra en la Universidad de Zaragoza. M iem bro de
la Sociedad de Estudios Clásicos es, además, Director
de las diferentes excavaciones en el yacim iento íbero-
romano de El Palao (Alcañiz-Teruel). Asistente a
numerosos congresos en España y en el extranjero ha
publicado incontables trabajos de los que señalamos:
«Textos para la Historia del Próximo Oriente Antiguo»
(2 vols, con N. Santos) y la últim a obra todavía en
prensa, «El poblam iento prerromano» y «La
rom anización, I: La conquista romana», en «Historia
de Aragón» de Ed. Guara.
AUTORES
A n g e l M o n t e n e g r o D u q u e , Universidad de Valladolid
F e d e r i c o L a r a P e i n a d o , Universidad Complutense de Madrid
G u i l l e r m o F a t á s , Universidad de Zaragoza
R a q u e l L ó p e z M e l e r o , Univ. Nacional de Educación a Distancia
M a u r i c i o P a s t o r , Universidad de Granada
J u a n F r a n c i s c o R o d r í g u e z N e i l a , Universidad de Córdoba
A r c a d i o d e l C a s t i l l o , Universidad de León
F r a n c i s c o M a r c o , Universidad de Zaragoza

MANUAL
DE
HISTORIA UNIVERSAL

VOL. IV

ROMA

EDICIONES NAJERA
MADRID
19 8 3
ES PROPIEDAD
© Angel Montenegro Duque
Federico Lara Peinado
Guillermo Fatás
Raquel López Melero
Mauricio Pastor
Juan Francisco Rodriguez Neila
Arcadio del Castillo
Francisco Marco
© Ediciones Nájera
Angela M.a Sanz de Moretón

Edición exclusiva para:


Carlos Moretón e Hijos Editores, S. A.
Cartagena, 43 - Madrid-28
Teléf. 255 95 68
Depósito legal: M. 2.002-1983
ISBN: 84-85432-06-1
Impreso por GREFOL, S. A., Pol. II - La Fuensanta
Móstoles (Madrid)
IN D IC E GENERAL

C apítulos Paginas

Introducción, por AngeI Montenegro D u q u e ...................................................................... ιχ

Bibliografía general................................................................................................................... χ χ ι ι ι
1 Italia, los etruscos y Roma hasta el final de la Monarquía (509 a. de C.), por Federico
Lara P einado............................................................................................................................. 1
I. L o s pueblos de la Italia p r im itiv a ....................................................................................................... 1
1. P o b lacio n es p re h istó ric a s italian as. 2. Pueblos c o lo n iz ad o res en Ita lia : a) F enicios
en Ita lia ; b) G riegos en Ita lia y Sicilia.
II. L a civilización e tr u s c a ............................................................................................................................ 6
1. Las fuentes. 2. T eo rías so b re el origen de los etruscos: a) T eo ría o rie n ta l; b) T e o ría
s ep te n trio n al: c) T eo ría de la a u to c to n ía : el) N uevos e nfoques sobre el origen de los
etru sco s. 3. La e x p an sió n etru sca p o r Italia. 4. In stitu c io n e s, sociedad y econom ía. 5.
C iv ilización: a) A rte: b) L etras y m úsica; c) R eligión; d ) V ida científica: e) V ida
c o tid ia n a. 6. L a lengua y la e sc ritu ra etruscas.
III. Los orígenes de Rom a (753-510 a. de C . ) ..................................................................................... 18
1. P reh isto ria del Lacio. 2. L a R o m a p rim itiv a. 3. La leyenda de los orígenes de
R o m a. 4. La fecha fu n d a c io n a l de R o m a. 5. D a to s arqueológicos. 6 . La M o n arq u ía
ro m a n a : a) M o n a rq u ía la tin o -sa b in a; b) M o n a rq u ía e tru sca . 7. In stitu c io n e s ro m a n a s
de la ép o ca m o n á rq u ic a : a) A spectos sociales: b) El senado; c) El ejército; d ) El rey;
(<) A spectos legislativos: / ’) A rte y lite ra tu ra : g) E co n om ía: Λ) R eligión.
B ib lio g ra fía ............................ ................................................................................................................................ 32

2 La República Romana hasta la I Guerra Púnica (509-264 a. de C.), por Guillermo


F atás ............................................................................................................................................................................... 34
I. ¡.os inicios de la R e p ú b lic a ..................................................................................................................... 34
I. La revolución del 509. 2. Los prim eros conflictos externos. 3. Patricios y plebeyos.
4. La reacción plebeya. 5. Las XII T ab las y la lucha p o r las m agistraturas.
II. L a conquista de ¡talla por R o m a ......................................................................................................... 39
1. L a g u erra de Veyes. El incendio gálico. 2. L a am en aza gálica. 3. Las Leyes Licinias.
4. Las g u erras sam n itas. 5. El final de los g randes conflictos internos. 6. El final de la
co n q u ista de Italia.
III. L a organización politica de la R om a R ep u b lica n a ......................................................................... 46
1. L a org an izació n de las co n q u istas. 2. El ejército en el siglo m. 3. La religión. 4.
E c o n o m ía y sociedad. 5. Las m ag istratu ras. 6 . L as asam b leas. 7. El senado.
B ib lio g ra fía .............................................................................................................................................................. 55

3 Las Guerras Púnicas y los inicios de un Imperio (264-133 a. de C.), por Guillermo
F atás............................................................................................................................................ 56
I. Lachas contra cartagineses r griegos por el dom inio del M editerráneo occidental . . . . 56
1. Los m o tivos de las guerras. 2. La I G u e rra P ú n ic a (264-241 a. de C .). 3. El p erio d o
en treg u erras. 4. La g u erra de A níbal (218-201 a. de C.). H isp an ia, pro v in cia ro m an a.
II. L a hegem onía sobre el inundo helenístico y la consolidación d e l Im perio en Occidente. 63
1. G u e rra c o n tra M aced o n ia, Seleucia y la Liga E tolia. 2. El p ro te c to ra d o so b re
G recia. 3. A frica, pro v in cia ro m a n a . 4. M aced o n ia, p ro v in cia ro m an a, y la anexión
de P érgam o. 5. Las victorias so b re lu sitanos y celtíberos y la am pliación d e la
H ispania ro m an a.
VI IN D IC E GENERAL

C apítulos P áginas

III. L o s efecto s de las conquistas.................................................................................................................. 70


1. La re p ú b lic a o lig á rq u ic a . 2. L os com ienzos del g o b ierno prov in cial. 3. El e sta n c a ­
m ie n to d e m o g rá fic o y el crecim ien to eco n ó m ico . 4. N u ev a e stru c tu ra social. 5. El
g o b iern o de la «res p ú b lica» . 6 . E l im p a c to del helenism o.
B ib lio g ra fía ............................................................................................................................................................... 81

4 La crisis social de la República Romana. I. Los Gracos (133-121 a. de C.), por Raquel
López M elero.............................................................................................................................. 83
I. Tiberio Sem pronio Graco y e l m ovim iento p o p u la r .................................................................... 83
1. El em p o b re c im ie n to de los p e q u eñ o s p ro p ie ta rio s y el p ro b le m a del «ager
p u b licu s» . 2. L as ideas re fo rm a d o ra s de T ib erio G ra c o . 3. L a le x Sem pronia. 4.
R eaccio n es a n te el p ro y e c to de ley y a sesin ato 5. La su p u esta ilegalidad de T iberio.
II. C ayo G raco v sus reform as so c ia le s.................................................................................................. 89
1. La reacció n a la p o lítica de los o p tim ates. 2. El trib u n a d o y las leyes d e C ayo
G ra c o : a ) Ley fru m e n ta ria : b ) Ley ag ra ria ; c) Ley de fu n d a c ió n de colonias; d ) Ley de
A sia; e) Ley ju d ic ia l; / ) Leyes m ilitares. 3. L a cu estió n italian a. 4. L a co lo n izació n en
C zrth a g o y la m u e rte de C ayo G ra c o .
B ib lio g ra fía ............................................................................................................................................................... 96

5 La crisis social de la República Romana. II. Mario y Sila (121-79 a. de C.), por
Mauricio Pastor ....................................................................................................................... 98
I. Peligros e xterio res en A frica y la G a l i a ........................................................................................ 98
1. L iq u id ació n d e la o b ra de los G ra c o s. L a re sta u ra c ió n n o b ilia r. 2. El ascenso de
M ario . 3. A n ex ió n de la G a lia N a rb o n e n se . 4. L a g u e rra de Y u g u rta (107-105 a. de
C .). 5. M ario , cónsul d e R o m a . El n u evo ejército. 6 . L a a m e n az a de cim b rio s y
teu to n es.
II. Problem as sociales en R o m a e I t a l i a ................................................................................................ 103
1. La re b e lió n servil de Sicilia (104-101 a. de C.). 2. P ro blem as in te rn o s. El g o bierno
de lo s p o p u la re s. 3. El trib u n a d o re fo rm ista d e D ru so el Joven. 4. L a g u erra de los
A liad o s o «bellum sociale». 5. El c o n flicto e n tre M ario y Sila. 6. El g o b ie rn o de
C in n a. L a g u e rra civil. 7. V uelta d e Sila a Ita lia y fin de la g u e rra civil. 8 . La g u erra
c o n tra M itrid ates y los a su n to s de O riente. 9. El g o b ie rn o de Sila (82-79 a. de C.).

B ib lio g ra fía ............................................................................................................................................................... 117

6 La lucha por el poder personal: el Principado de Pompeyo (79-60 a. de € .), por Angel
M o n ten eg ro ................................................................................................................................ 118
I. La era de P o m p e y o ................................................................................................................................ 118
1. Los p ro b lem as h e re d ad o s de Sulla en el añ o 79. 2. La rebelión de L épido. 3. La
g u e rra de S erto rio . 4. E s p a rta c o c o n d u ce la re b e lió n de los esclavos. 5. El con su lad o
de P o m p e y o y C ra sso . 6 . L as re fo rm a s d em o c rá tica s. 7. El esc á n d alo d e V erres. 8 .
A m e n az a de la p ira te ría en el M e d ite rrá n e o . 9. T ercera y ú ltim a g u erra coiitra
M itrid a te s: el éx ito p a rc ia l de L ú c u lo . 10. El triu n fo de P om peyo so b re los p ira ta s y
M itrid a te s. 11. L a g lo ria de P o m p ey o .
II. C ésar y el contrapeso p opular al p o d e r de P o m p e y o ................................................................. 131
1. El deseq u ilib rio social de R o m a en los años 64-60 a. de C. y el pap el p rep o n d e ra n te
de C ésar. 2. C icerón, C ésar y C atilin a, p ro ta g o n ista s en las lu ch as de p a rtid o s, 3. La
co n ju ració n de C atilin a. 4. L a v u e lta de P o m p ey o y los p rep arativ o s de C ésar p a ra el
asa lto al poder.
B ib lio g ra fía ............................................................................................................................................................... 138

7 El primer triunvirato y la monarquía de César (60-44 a. de C.), por Angel Montenegro 139
I. E l prim er tr iu n v ir a to ................ ............................................................................................................ 139
1. C ésar, cónsul del añ o 59 a. d e C. 2. L a co n q u ista de las G alias p o r C ésar. 3. El
d istan ciam ien to e n tre C ésar y P om peyo: m u e rte de Julia, d esastre de C rasso y
asesin ato de C lodio. 4. H a cia la g u erra civil.
II. L a m onarquía de C é s a r ..........................................................................................................................
1. Los episodios de la g u erra civil: H isp an ia, F arsalia, A frica, M u n d a. 2. Las
inno v acio n es de C ésar: su id eario p o lítico y sus p oderes m o n á rq u ic o s. 3. O b ra social
y a d m in istrativ a en Ita lia y en las provincias. 4. La m u erte de C ésar.
Bibliografía 159
IN D IC E GENERAL V II

C apim los Páginas

8 Economía y sociedad durante la época republicana, por Juan Francisco Rodrigue:


N e ila ............................................................................................................................................ 160
I. E c o n o m ía ..................................................................................................................................................... 160
1. La a g ric u ltu ra italian a: a ) C aracteres de la p ro p ie d a d ru ra l; b) L as o rientaciones
ag ro n ó m ic a s de C ató n : c) A ctitu d es fren te a la v id a agrícola. 2. L as actividades
in d u striales. 3. Los p ro g reso s del com ercio y la b anca: o) Los nuevos intereses
m ercan tiles; b) E x p an sió n o rie n ta l y aso ciacio n es co m erciales; c) L os cab allero s y los
negocios.
II. S o cied a d y c u ltu r a ................................................................................................................................... 171
1. S itu ació n de los esclavos y lib erto s en el m u n d o ro m a n o : a) C ondiciones del
e sta m e n to servil; b) R ev u eltas y represiones. 2. El H elen ism o y su incidencia en
R om a: a) L a co rrie n te a sim ila d o ra ; b) L a in ú til reacció n tra d ic io n a lista. 3. Las nuevas
o rie n ta c io n es religiosas y filosóficas: a) P rem isas y fa c to re s p a ra u n cam bio; h) Los
elem en to s de la re n o v a ció n e sp iritu al. 4. E v o lu ció n d e la lite ra tu ra ro m a n a : a)
P rem isas y facto res p a ra un cam b io ; b) L os elem en to s de la re n o v a ció n espiritual 4.
E v o lu ció n d e la lite ra tu ra ro m a n a : a) Los o ríg en es de las letras la tin a s; b) E n tre la
p o esía y el te a tro ; c) L a g en eració n escipiónica; d ) La p o s tre ra a p o rta c ió n re p u b lic a ­
na. 5. T rad ició n e in n o v a c ió n en el arte: a) U n a m e d ita d a p o lítica m o n u m e n ta l; b)
E sc u ltu ra y artes d eco rativ as.
B ib lio g ra fía .............................................................................................................................................................. 190

9 Augusto y su tiempo (44 a. de C-Í4 d. de C.), por Angel M ontenegro....................... 192


1. L a agonía de la República y el p o d er personal de O c ta vio ...................................................... 192
1. R eacció n re p u b lic a n a a la m u e rte de C ésar. 2. L a g u e rra d e M ó d en a . O ctav io en
escena. 3. El seg u n d o triu n v ira to y el re p a rto del m u n d o . 4. L a v ic to ria de F ilippos. 5.
O ctav io , d u e ñ o ú n ico de O ccidente. 6 . O ctav io , d u eñ o ú n ic o del Im p e rio : b a ta lla de
A c tiu m (31 a. de C.).
II. L a p o lítica e xterio r de A u g u s to ......................................................................................................... 198
1. El re m a te d e la c o n q u ista en la G a lia e H isp an ia . 2. L a p ro tecció n de las fro n teras
alp in as de Ita lia y el A lto D a n u b io . 3. L a c o n q u ista de G e rm a n ia y el fracaso d e la
lín ea del E lba. 4. El av an ce general d e la fro n te ra h a cia el D a n u b io . 5. L a regulación
d e los p ro b le m a s fro n teriz o s en O riente. 6. H a c ia la esta b ilid a d de las fro n teras de
A frica.
III. L a reorganización del I m p e r i o ............................................................................................................. 204
1. Bases ideológicas y p o d eres reales de A u g u sto . 2. El p rin c ip a d o . 3. T ítu lo s y
p o d eres de A u g u sto . 4. A n tig u o s y nuevos ó rg a n o s de go b iern o . 5. El g obierno de
R o m a , Ita lia y las p ro v in cias. 6 . El ejército. 7. La sucesión. 8. La econom ía d e los
tiem p o s au g ú steo s. 9. Sociedad y c u ltu ra del siglo de A ugusto.
B ib lio g ra fía .............................................................................................................................................................. 219

10 El Imperio Romano de Tiberio a Vespasiano (14-69 d. de C.), por Arcadio del Castillo 221
I. L a dinastía Julio-C laiulia. Los sucesores de A u g u s t o ............................................................... 221
1. T ib erio (14-37 d. de C.): a) L a sucesión d e A u g usto; b) A grippa P o stu m o ; c)
T ib erio y T ácito ; d ) El g o b iern o de T ib erio ; e) L a L e x m aiestatis; / ) Sejano y la
sucesión de T ib erio ; g ) R etiro a C ap ri y m u e rte de T iberio. 2. C aligula (37-41 d. de
C.). 3. C lau d io (41-54 d. de C.): a) El g o b iern o d e C lau dio; b) El papel de sus lib e rto s
y sus m u jeres en el g o b iern o ; c) L a an ex ió n de M a u rita n ia y la co n q u ista de
B rita n n ia . 4. N e ró n (54-68 d. de C.): a) Séneca y los p rim ero s años d e gobierno; 6) El
g o b ie rn o d e N eró n ; c) L a c o n sp irac ió n de Pisón.
II. Econom ía y sociedad en e l periodo Julio-C laudio ............. . ..................................................... 231
1. P o d e r im perial. 2. Sistem a financiero. 3. A g ricu ltu ra. 4. In d u stria . 5. C om ercio. 6 .
R elaciones sociales.
III. La caída de Nerón v la crisis d el 68-69 ti. de C ........................................................................... 236
B ib lio g ra fía .............................................................................................................................................................. 238

11 El Imperio Romano durante las dinastías Flavia y Antonina (69-192 d. de C ), por


Arcadio del Castillo ................................................................................................................. 240
I. Flavios y A n to n in o ................................................................................................................................ 240
1. V espasiano (69-79 d. de C.). 2. T ito (79-81 d. de C.). 3. D o m ician o (81-96 d. de C.):
a) El g o b iern o de D o m ician o ; b) P o lítica ex terio r; c) Las co n sp iracio n es y el terro r. 4.
N erva (96-98 d. de C.). 5. T rajan o (98-117 d. d e C.): a) El g o bierno de T rajan o : b)
Política exterior: La c o n q u ista de D acia y el p ro b lem a p a rto . 6. A d rian o ( 1 17-138 d.
VIII INDICE GENERAL

C apítulos Paginas

de C.): a) La sucesión de T ra ja n o ; b) El g o b iern o de A d ria n o ; c) La sucesión de


A d ria n o . 7. A n to n in o P io (138-161 d. de C.). 8. M arco A urelio (161-180 d. de C.); a)
L a su cesió n de A n to n in o Pio; b) El g o b iern o d e M arco A urelio; c) P olítica ex terio r. 9.
C o m m o d o (180-192 d. de C.).
II. E conom ía y sociedad en et p eriodo jla v io y A n to n in o ............................................................... 251
1. P o d e r im p erial; a) R elacio n es co n el sen ad o ; b) La a d m in istra ció n im perial. 2.
R ég im en p ro v in cial. 3. S istem a fin an ciero . 4. A g ricu ltu ra. 5. In d u stria . 6. C om ercio.
7. R elacio n es sociales.
B ib lio g ra fía .............................................................................................................................................................. 261

12 Crisis y restauración del Imperio: de los Severo a Diocleciano (193-306 d. de C.), p o r


M a u r ic io P a s to r ..................................................................................................................................................... 262
I. L a m onarquía m ilitar i los Severo 111*3-235 d. de C . ) ............................................................. 262
1. L a g u erra civil del 193 al 197. 2. P olítica ex terio r de Septim io Severo. 3. R eform as
m ilitares. 4. A spectos sociales, económ icos y religiosos b ajo Septim io Severo. 5.
C arac a lla (211-217). P ro b lem as económ icos y d erech o de ciu d ad an ía. 6. M acrin o
(217-218) y H elio g áb alo (218-222). 7. A lejan d ro Severo (222-235). Política in te rio r y
ex terio r. 8. L a situ ació n an te la crisis: El Im p erio en la época de los Severo.
II. La crisis d el Im perio en el siglo 111 (235-253) ........................................................................ 275
1. L a a n a rq u ía m ilitar: El rein ad o de los so ld ad o s (235-253). 2. L a invasión b á rb a ra y
las am en azas a la u n id ad del Im p erio . 3. Los em p erad o res ilirios: h acia la re sta u ra ­
ción del Im p erio (268-285). 4. El Im p erio R o m a n o d u ra n te la crisis del siglo m .
III. Diocleciano y el restablecim iento d el Im perio ( 2 8 5 - 3 1 2 ) ........................................................ 287
1. D io clecian o y la T e trarq u ía: com ienzos y po lítica ex terior. 2. Las refo rm as de
D iocleciano. 3. D iocleciano y el cristianism o. 4. El final de la T etrarq u ía.

B ib lio g ra fía ............................................................................................................................................................... 293

13 La Constitución del «Imperium Christianum» (306-379 d. de C.), por Francisco


M a rco .......................................................................................................................................... 295
I. El reinado ile C onstantino (306-337 d. de C . ) ............................................................................. 295
1. C risis de la T e trarq u ía. 2. C o n sta n tin o y el cristianism o. 3. L a o b ra de C o n sta n ti­
no: a) El p o d e r im perial: b) L a ad m in istració n : c) El ejército y la defensa del Im perio:
d ) N ovedades eco n ó m icas y su im p acto social: e) La «N ea R om a»; / ) V aloración do
la o b ra de C o n stan tin o .
II. Los sucesores de C onstantino (337-363 d. de C . ) ....................................................................... 303
1. El Im p erio colegial (337-350). 2. C o n stan cio , único E m p erad o r (353-361). 3, El
p ro b lem a religioso y la lucha p o r la o rto d o x ia. 4. La reacción de Juliano: a) Política
religiosa: h) Política interior: c) La em presa persa.
III. Los la lcn tin ia n o s (363-379 d. de C.J ............................................................................................. 311
I. V alen tin ian o y la defensa del Im p erio (364-375). 2. V alente (364-378). 3. Los
prim ero s años de G ra c ian o (375-378).
IV. A spectos económ icos y so cia les............................................................................................................. 314
1. El dirigism o económ ico. 2. Los efectos d e la p o lítica económ ica. 3. Los grupos
superiores de la sociedad. 4. D ecad en cia m u n icip al. 5. Las «gentes m inores». 6 . La
Iglesia. 7. La vida cu ltu ral.
B ib lio g ra fía ................ ! ........................................................................................................................................... 323

14 Teodosio y la sociedad de su tiempo (379-395 d. de C.), por Raquel López M elero. 324
I. H echos p olíticos y m ilitares .................................................................................................................. 324
1. L a p e rso n a de T eo d o sio . 2. T e o d o sio , A u g u sto . 3. El p ro b le m a religioso: a) El
a rria n ism o : b) El C o n cilio de N icea: c) El E d icto de T esalónica; d ) El C o ncilio de
C o n sta n tin o p la ; e) U rfilas; / ) L a p o lítica religiosa de G ra c ia n o y el C oncilio de
A q u ilea; g) L a h u m illa c ió n de T eo d o sio a n te el o b ispo de M ilán; h) T e o d o sio y el
p ag an ism o . 4. L a p o lític a ex terio r: a) R eacció n de los e m p e ra d o re s an te el p ro b lem a
b á rb a ro y la reo rg a n iz a ció n del ejército ; b) M ac e d o n ia : c) El tra ta d o del 382 con los
godos; d ) L a p a z co n los p ersas; e) B alance d e la p o lítica e x te rio r de T eod o sio ; /')
E fectivos m ilitares. 5. L a u s u rp a c ió n de M áx im o ; a) Su llegada al p o d e r; b) El p a cto
de V ero n a: c) L a d e rro ta de M áx im o . 6 . El fin de T e o d o sio y la división del Im perio.
II. A dm inistración ........................................................................................................................................... 332
1. D ivisiones del Im perio. 2. P ersonal
INDICE GENERAL IX

C apítulos Paginas

III. E c o n o m ía ..................................................................................................................................................... 335


I) La T ierra: a) El la tifu n d ism o : b) El p ro b le m a fiscal; cj El patrocinium . 2. Las
m inas. 3. El dirigisme) estatal en el com ercio y la in d u stria . 4. L a m oneda: a) El
trem issis; b) L a adaeratio.
IV. S o c ie d a d ....................................................................................................................................................... 340
1. Los h o n estio res: a) Los sen ad o res; b) L os cab alleros; c) Los curiales. 2. Los
h u m ilio res: a) La plebe rú stica y el co lo n a d o : b) La plebe u rb a n a y los collegia; c) Los
esclavos.

B ib lio g ra fía.............................................................................................................................................................. 345


15 La sucesión de Teodosio y el fin del Imperio de Occidente (395-476 d. de C.), por
Raquel Lopez M elero .......................................................................................................................................... 347
I. E l Im perio romano en e l siglo I ' ....................................................................................................... 347
II. L a sucesión de Teodosio en O c cid e n te .............................................................................................. 34(S
1. E stilicón. 2. C o n stan cio . 3. V a len tin ian o II I y A ecio. 4. Los ú ltim o s añ o s del
Im p erio .
IÏI. L a sucesión de Teodosio en O rie n te ................................................................................................... 350
1. G o b e rn a d o re s y generales de A rcad io . 2. T e o d o sio II. 3. M arcia n o , León, Z e n ó n y
A n astasio .
IV . L a s invasiones b á rb a ra s.......................................................................................................................... 351
1. B árb aro s en el limes. 2. A larico. 3. Los b á rb a ro s de H isp an ia . 4. A se n ta m ie n to de
los visigodos en las G alias. 5. A se n ta m ie n to d e los v á n d alo s en A frica. 6 . A tila y los
H u n o s. 7. O d o a cro y T eo d o rico .
V. L a s causas de la caída d el Im perio de O c cid e n te ......................................................................... 354
1. C au sa religiosa. 2. C au sa p o lítica. 3. C au sa social. 4. C ausa c u ltu ra l. 5. C ausa
m o ral. 6. C au sa e tn o ló g ica. 7. C au sa eco n ó m ica. 8. C au sa histó ric a . 9. C ausa
d em o g ráfica.
B ib lio g ra fía .............................................................................................................................................................. 358

16 La administración y defensa del Imperio (siglos i-V d. de C.), por Juan Francisco
Rodrigue: N eila ....................................................................................................................................................... 359
I. L a institución im p e ria l............................................................................................................................ 359
1. El m ecan ism o de la sucesión: a) F u n d a m e n to s de la h erencia im perial: b) El
recu rso a la a d o p ció n ; c) A ltern ativ as del sistem a. 2. La ¡ex de im perio de V espasiano.
3. E v o lu ció n de la idea im perial d u ra n te los A n to n in o , Severo y la A n a rq u ía M ilitar.
4. Las refo rm as de D io clecian o y el a b so lu tism o b ajo im perial.
II. L o s resortes de la adm inistración r o m a n a ....................................................................................... 367
1. El c o n tro l del E stad o . 2. A d m in istra c ió n pro v incial. 3. O rg a n o s locales de
g o b iern o .
III. E l ejército y la defensa d el «lim es» .................................................................................................. 375
1. L egiones y cu erp o s auxiliares. 2. Las re fo rm as m ilitares d u ra n te la A n a rq u ía
M ilita r y b a jo im p e rio . 3. La m a rin a ro m a n a . 4. O rg an izació n de las z o n as fronterizas.
El limes.
17 Cultura y religión en el Imperio (siglos I-V d. de C.), por Juan Francisco Rodriquez
N e ila ....................................................................................................................................‘ . . . 387
I. Las aportaciones c u ltu r a le s .................................................................................................................... 387
1. Los géneros literario s: a) La h eren cia del clasicism o a u gústeo; b) R en acim ien to
griego y epig o n ism o la tin o . 2. L as realizacio n es del D e re ch o ro m an o : a) C a ra c te rísti­
cas generales; b) Los m o d o s d e c re ac ió n del D e re ch o ro m a n o : la ley, los senadocon-
su lto s, los edixtos de los m ag istrad o s, las c o n stitu cio n es im periales, la ju risp ru d e n c ia .
3. El a rte im perial: a) A rq u ite c tu ra , género ro m a n o p o r excelencia; b) E sc u ltu ra y
a rtes d eco rativ as. 4. El legado científico.
II. Religión rom ana y cultos o r ie n ta le s ................................................................................................... 398
1. L a relig ió n y el c u lto oficial: a) L a recu p erac ió n del le g a d o tra d ic io n a l; b) N uevos
h o riz o n te s vivenciales. 2. D iv in izació n de los C ésares: a) U n fa c to r p a ra la cohesión
del E sta d o ; b) C o n so lid ac ió n en los siglos im peraiels. 3. L as creencias llegadas del
E ste: «) P reo cu p acio n es de u n a gen eració n in q u ieta; b) L as vías de salvación. 4.
C ristian ism o y E stad o ro m a n o : a) Las raíces del p ro b le m a : h) H acia u n a coexistencia
crítica, 5. In fluen cia m oral de las c o rrien tes filosóficas.
B ib lio g ra fía 408
X IN D IC E GENERAL

Capítulos Paginas

18 Hispania romana (218-409 d. de C.), por Ange! Montenegro v Federico L a r a ......... 410
I. La conquista rom ana cie H is p a n ia ..................................................................................................... 410
1. C a rta g o y R o m a en la P en ín su la Ibérica. 2. L as g u erras c eltíb ero -lu sita n as. 3. Las
g u erras civiles ro m a n a s y su reflejo en H isp an ia . 4. A u gusto en H ispania.
II. H ispania durante e l Im perio R o m a n o .............................................................................................. 417
1. H isp an ia en la e ta p a a u g ú ste a y ju lio -cla u d ia . 2. H isp an ia d u ra n te la crisis del 68-
69 d. de C. y b a jo la d in a stía flavia. 3. L a e ra de los e m p erad o res hisp an o s. 4. Los
A n to n in o y los Severo. 5. D ecad en cia y crisis en la H isp an ia del siglo m . 6. La
H isp an ia del B ajo Im p e rio .
III. L a r o m a n iza c ió n ........................................................................................................................................ 428
1. L a o rg a n iz a ció n a d m in istra tiv a : a) El régim en p ro v in cial; b) El régim en m unicipal:
c) El ejército y la clien tela. 2. El d erech o h is p a n o rro m a n o . 3. Sociedad. 4. E c o n o m ía .
5. R eligión. 6 . A rte. 7. L as letras.

B ib lio g ra fía .............................................................................................................................................................. 445

Lista de emperadores romanos .............................................................................................. 447


INTRODUCCION

I. EL IM P E R IO , LA G R A N R E A LIZA C IO N DE R O M A

Roma cierra el ciclo de las grandes culturas e imperios de la angitüedad.


Tras el florecimiento de la inigualable genialidad creadora de Grecia, empezó a
forjarse el poder de Roma. Fueron vacilantes y difíciles sus iniciales momen­
tos y pasaron largos siglos —v i i i al m a. de C.— antes de consolidar su
dominio sobre Italia. Pero, vencido el poder de Cartago en las Guerras
Púnicas, en Roma se despierta un incontenible espíritu imperialista, y a ritmo
rápido e ininterrumpido incorpora unos tras otros a todos los países del
Mediterráneo hasta conformar en los siglos π y i a. de C. el Imperio más
extenso de cuantos le precedieron y siguieron en el curso de la Historia. Y, si
en el orden cultural quedó lejos de las metas logradas por Grecia, se nos
muestra en toda su grandiosidad precisamente en aquel aspecto en que Grecia
fracasa rotundamente: la consolidación de un Imperio. Pues Roma fue, sin
duda, maestra en el arte de gobernar y ejemplo de eficacia entre los antiguos
para las realizaciones políticas, sociales y económicas. En esta misión brillan
al máximo las cualidades organizadoras romanas. Y los logros consiguientes
determinan, a su vez, la consistencia de su legado y explican los múltiples
imitadores que ha tenido la lección de Roma.
La idea de un Imperio de extensión universal, de eterna duración, con un
gobierno de origen divino y rigiendo en paz permanente a los pueblos
hermanados no nace en Roma, sino en Oriente. Fue obra del pensamiento
griego y se sintetiza en el panhelenismo de I s ó c r a t e s . Pero sólo con muchas
limitaciones y por muy breve tiempo fue llevado a la práctica por Alejandro.
El ideal del Imperio Universal romano, sin abandonar los principios teóricos
griegos, adquiere un sentido más positivo y concreto bajo el impulso de César
y Augusto, y es idealizado, a su vez, en la Eneida de V i r g i l i o . Sobre cinco
pilares básicos trató Roma de estructurar y consolidar su Imperio Universal:
a), extensión ilimitada; b), hermandad de todos los pueblos; c), integración
ideal de todos en la condición de cives romani; d), garantía de la eterna pax
romana; e), fijación de un régimen jurídico y administrativo para una sociedad
que tiene la familia, la ciudad y la provincia como elementos de cohesión. El
resultado fue un largo periodo de orden, paz y bienestar generalizado, pocas
veces igualado en la historia del mundo y con la más sólida vinculación al
Estado-ciudad, Roma, que actúa como coordinadora y rectora de los
pueblos. Aun cuando es bien cierto que ese programa ideal estuvo lejos de ser
alcanzado en la práctica.
XII IN TR O D U C C IO N

a) Conquista del mundo. Tarea primordial de Roma fue, no sólo incor­


porar tierras, sino, y sobre todo, proceder a su sistemática estructuración bajo
el modelo de Roma: la romanización del mundo que iba conquistando.
Ciertamente la experiencia del Imperio, el aprendizaje de gobierno, fue largo
y duro para vencedores y vencidos; supuso terribles esfuerzos con luchas
internas para Roma y duras presiones, exacciones, crueldades, ineficacia o
abusos con los sometidos. Sólo desde el siglo i a. de C. el Senado y, luego, los
Emperadores llevaron a la práctica fórmulas de gobierno para territorios, con
cierto equilibrio de autoridad y eficacia y ya sin mayores estridencias. Otra
línea de éxitos importantes fue el de dar nueva dimensión de civilización al
mundo mediterráneo y que hasta entonces se circunscribía a Grecia y su
mundo colonial, Etruria, Cartago y franja hispana de la cultura ibérica. Con
Roma se incluyen en el ámbito de las grandes culturas todas las tierras
meridionales de Europa más Britannia y todo el norte de Africa. Caminó esta
civilización romana más al ritmo del progreso en las esferas de lo práctico —
puentes, vías, sistemas de cultivo, técnicas mineras— que en el de la pura
cultura; pero no por ello podemos negar el papel civilizador de Roma.
Claro error de Roma, al menos bajo la perspectiva de su ideal de Imperio
Universal y eterno, fue no prolongar sus dominios por Germania y países
mesopotámicos definiendo un limes más corto y con defensas más naturales.
Del mundo germano y persa le llegarían los continuados ataques y sería difícil
ver hasta qué punto Roma no quiso, o no pudo, rematar aquella idea de César
de constituir un auténtico Imperio Universal sin límites geográficos ni
exclusión de pueblos o razas. Abandonado por Augusto aquel plan, sólo con
Trajano encontramos un parcial intento de reemprender el viejo ideal de
Imperio. Pues no cabe duda que la paralización de la política de conquista fue
altamente nociva en la perspectiva egoísta del Imperio romano desde el
momento que limitó una de sus tradicionales fuentes de ingresos y de
ocupación de tierras que ofrecer al creciente número de ciudadanos y
licenciados del ejército; con el agravante de que paralelamente crecían sus
gastos y dejaba sus fronteras en la vecindad de unos pueblos cada vez mejor
organizados, que a la postre serían su ruina.

b) Hermandad universa!, ideal del Imperio. Base de la Roma naciente


fue la igualdad de todos los ciudadanos ante el Estado. Cuando incrementó sus
conquistas en Italia y tomó conciencia de su fuerza, fue norma política,
igualmente, conceder a sus subordinados cierta libertad y el otorgarles
progresivamente la condición de cives romani. Pero, entretanto accedían a
esta situación, no dudó en ser tolerante con respecto a las costumbres de los
pueblos y naciones; así fueron pasando progresivamente del trato como
enemigos (hostes) al de amigos (peregrini y socii) y luego de romanos ( ci ves
romani). Pero sólo aquellos largos siglos por los que perduró el Imperio
terminaron por integrar a todos los sometidos en un régimen de vida común y
adecuado al superior nivel de cultura y civilización que Roma fue renovando.
Entretanto, las provincias mantenían sus propias tradiciones en el vestido, la
religión y las costumbres; y hubo total y libre circulación de personas, bienes e
ideas. Con una limitación: tal uso de la libertad comportaba una vida en paz,
la pax romana, y la vinculación de los pueblos a Roma como árbitro supremo
de esta paz y ejercicio de la justicia garantizada por el Derecho Romano.
Incluso en lo político las ciudades sometidas se rigieron por sus propias leyes y
costumbres; si bien es cierto que, también en este orden, el modelo de Roma
arrastró normalmente a los pueblos, que terminaron por imitar la organiza­
IN TR O D U C C IO N X III

ción romana y aún recibieron con orgullo el titulo de colonia o el de


municipium civium romanorum. Con lo que se alcanzó una indiscutible
uniformidad sobre la base de las instituciones políticas. La universalización de
la civitas con organización romana llegó a ser total; y casi absoluta la
desaparición de antiguas estructuras tribales o gentilicias características de
muchas poblaciones indígenas. Con la urbanización aceptada de Roma
también se modificaron diversos aspectos de la vida cotidiana: trabajo,
diversiones, urbanismo, concepciones religiosas. Y, en este orden, sólo consta­
tamos acusados retrasos en regiones lejanas o separadas de las vías de
comunicación y centros de comercio: ciertas regiones de Britannia, la franja
cantábrica hispánica, pueblos fronterizos al desierto africano. O donde se
había mantenido una civilización igual o superior a la romana: Grecia,
Egipto, Asia Menor. Algo similar acaeció con el idioma: el latín prosperó
con relativa facilidad en Occidente, pero no logró desplazar al griego en
Oriente.
En lo que atañe a la religiosidad, la tolerancia de Roma fue máxima y
subsistieron creencias indígenas con no pocos elementos del culto romano y, a
veces, homologando sus dioses, hasta que fueron sustituidas por el Cristianis­
mo. Habría que hablar, pues, de una religión hispano romana, o galo romana
o egipcio romana. En este variado mosaico de cultos y creencias resulta bien
conocido el gran peso de las religiones orientales en Roma; así el culto a
Hércules-Melkart, de la sumeria Mitra, de la egipcia Isis, por citar algunos
ejemplos que lograron resonante acogida en la propia Roma o en Occidente.
Los pueblos, a la búsqueda de doctrinas salvadoras, trascendentes, los
prestaron fuerte adhesión hasta que el cristianismo les ofreció su superior
concepción del mundo y de la vida. Sólo el culto al emperador —con más
sentido político que religioso— significó cierta imposición por parte de Roma
como garantía de vinculación entre la majestad imperial y los súbditos de las
provincias; y esa vinculación, entendida por algunos emperadores como
absolutamente necesario, provocó la persecución del cristianismo.
Todo esto no quiere decir que tal hermandad universal lograda tuviera en
Roma un sentido moderno. Pues está suficientemente contrastado que la
sociedad romana estuvo lejos de un equilibrio medianamente justo, desde el
momento en que proliferan elementos extremos a esa clase media generaliza­
da de campesinos, artesanos y comerciantes de pequeña y mediana propiedad
privada: capitalismo y latifundismo por una parte, y esclavismo, apenas
mitigado por emperadores humanitarios, como modo de producción, por
otra, fueron lacras ciertas y constantes de los siglos de Roma. No solamente
tolerados, sino institucionalizados y hasta, diríamos, sostén de la estructura
política de Roma que jerarquizó y delimitó el ámbito respectivo de atribucio­
nes y obligaciones de cada uno de estos estamentos sociales con usos y leyes.
No terminó con ellos ni el humanitarismo de algunos emperadores, ni siquiera
la difusión y aceptación del cristianismo, pues seguían vigentes en los
últimos siglos del Imperio. Aún más, el latifundismo provocó la ruina de la
ciudad y de la instituciones ciudadanas y el gran capital terminó por eliminar,
al final del Imperio, a gran parte de la pequeña propiedad y al artesanado
libre para caer en el colonato. Ello supuso para muchos el fin de su libertad,
pues, terminaron adscritos obligatoriamente a la tierra que cultivaban y de la
que eran, al menos teóricamente, dueños. Tampoco el esclavismo, pese a
ciertos intentos de emperadores humanitarios, como Marco Aurelio, pudo ser
suprimido, aunque sí mitigado. Y el mismo cristianismo lo aceptó de Roma;
los mantuvo en su seno y aun institucionalizó su condición en sus propias
XIV IN TR O D U C C IO N

leyes y en las que inspiró a los pueblos bárbaros herederos de la Roma caída y
desintegrada.
Así, en definitiva podemos constatar que hubo una lenta pero efectiva her-
manación entre todos los pueblos sometidos a Roma en lo político, social,
cultural, técnico y religioso. La constante circulación de personas en el Imperio
—soldados, comerciantes, trabajadores— actuó como agente decisivo en esa
comunión de razas e ideas.

c) El ideal de la ciudadanía romana. Base y sostén del Imperio e


ingrediente primordial de su unidad son los cives romani, en razón a que
Roma supo darles una situación de privilegio y un espíritu de solidaridad.
Eran libres; con derecho al voto, al matrimonio legal, a la propiedad y a los
cargos políticos o militares. La condición de cives, como hemos señalado ya,
se limitaba inicialmente a los habitantes de Roma, pero la ampliación de este
derecho, primero a los itálicos, luego a los provincianos más romanizados y,
finalmente, a todos los súbditos libres del Imperio, explica en gran parte la
consolidación de sus dominios en paz. Además, propició a partir de César esa
hermandad universal, ideal último de Roma. Es precisamente la Eneida, de
V i r g i l i o , la expresión sublime de esta ideal hermandad universal de los
pueblos en su condición de cives romani. Fue una hermandad más teórica que
real, pero el número de ciudadanos de derecho fue siempre suficiente como
para garantizar la estabilidad de los dominios del Imperio; tanto más que los
cives romani fueron las gentes de mayor capacidad económica e influencia
social. En una prudente línea de actuación política, cuidó de otorgar tal
condición de cives a los príncipes y ricos hombres de las provincias sucesiva­
mente sometidas. Aún más, a estas noblezas locales se les abrieron pronto las
puertas a los cargos más importantes; con notorio éxito en su gestión, las más
de las veces, como ocurriera en la dinastía de los emperadores hispanos o con
los ilirios. Así vemos prontamente a los vencidos convertirse en solidarios de
la obra y de los ideales de Roma. Esta aportación provinciana a los altos
cargos permitió renovar con nueva sangre la clase dirigente; precisamente la
que en la corte era víctima de las luchas dinásticas, tan frecuentes en la
Historia de Roma.
La fuerza y consistencia del cuerpo ciudadano romano, por una parte,
radica en el espíritu cívico y solidario que les animó de forma constante y que
los habitantes de Roma supieron contagiar a Italia y, luego, a todas las
provincias. Desde la Roma délos reyes, hasta el fin del Imperio, toda la clase
ciudadana siempre sintió orgullo de ser romana y partícipes de ese Imperio.
Ellos integraron prácticamente siempre los cuerpos legionarios que conquista­
ron y luego defendieron las fronteras. Por otra parte, gozaron las bases
ciudadanas de prebendas y alicientes de carácter económico o judicial que
habitualmente fueron mantenidas por las clases dirigentes: servicio en el ejérci­
to, acceso a los cuadros de mando, reparto de tierras mediante asentamientos en
las colonias romanas, repartos de alimentos en Roma o de tierras a los
licenciados del ejército. Así, sobre un pedestal de egoísmo y orgullo —
ciertamente no siempre bien administrados— se forjó y sostuvo largos siglos
el Imperio. Las propias gentes de las regiones menos romanizadas, los
habitantes del limes y aun al fin del Imperio los mismos bárbaros se
incorporaron a las filas de la ciudadanía masivamente a través del servicio
militar; con lo que Roma encontró un solidario cuerpo ciudadano en aquellos
que, ya licendiados y beneficiados con tierras y premios en metálico, disfruta­
ban de la paz por la que habían luchado.
IN TR O D U C C IO N XV

Algo verdaderamente sorprendente es la fuerza con que late el romanismo


y el ideal de la suprema autoridad de Roma, aún en los medios más alejados
del Imperio, por encima de las peculiaridades indígenas en las formas de vida
y costumbres. Al punto de que apenas asomaron resquicios nacionalistas o
localistas y nunca Roma tuvo que sofocar auténticos movimientos secesionis­
tas. Sin duda, contribuyó a semejante estabilidad política la buena administra­
ción y la constante renovación de sus cuadros dirigentes que acompañó y
secundó el ideal de la pax romana.
Importante también para la secular pervivencia del Imperio fue el hecho
de que el gobierno de Roma se moviera en un medio generalizado de libertad,
protección a las personas y bienes, eficacia administrativa, fijación de leyes y
acceso al bienestar. Y que estas posibilidades alcanzaran a mayorías y, por
supuesto, a las masas influyentes y poderosas capaces de secundar las
directrices de la administración. Cierto que la libertad política se anuló con la
aparición del Imperio. Pero hubo otro tipo, también importante, de libertad
que aún el mundo moderno está lejos de igualar: la libre circulación de ideas,
bienes y personas. La libertad de expresión fue relativa, sobre todo en Roma,
donde la censura reprimió los ataques al emperador y su corte y adquirió gran
rigor con la lex maiestatis. Hubo, por el contrario, mayor tolerancia en ideas
filosóficas o religiosas, sólo reprimidas en tanto en cuanto atentaran a la paz
social o a las esencias morales. Las limitaciones, en principio, pues, obedecen
a razones de estado; como ocurriera con el cristianismo, cuyos principios
básicos socavaban abiertamente al culto imperial en el que radicaban los
vínculos de unión de los provinciales con Roma y el emperador. También las
ciudades mantuvieron autonomía y libertad de acción a través de sus propios
órganos rectores municipales. La intervención de Roma se limitó, en conse­
cuencia, a garantizar la paz y el principio de autoridad; amén de la percepción
de tributos.

d) La pax romana. Meta de Roma y lema de su propaganda política


fue, en efecto, la paz que había logrado en las tierras sometidas. Bien es
verdad que las más de las veces se logró la sumisión con terribles pérdidas
para ambos contendientes. Pero no es menos cierto que con ella consigue
Roma hacer que los pueblos, especialmente en Occidente, trocaran la espada
por el arado y que el mundo mediterráneo gozase largos años de esta paz y
que cada cual eliminase sus ambiciones sobre tierras vecinas.
Garantes de la paz permanente serían las legiones. En el interior la paz
sólo se vió alterada por luchas dinásticas, de escasa repercusión sobre el
pueblo. Contribuyó a esta paz social, sobre todo, el relativamente fácil acceso
a un nivel medio económico,viable para una mayoría de medianos y pequeños
propietarios: apenas hubo legiones en el interior del Imperio y las reducidas
policías municipales se bastaron para cuestiones de orden y contra salteado­
res. Semejante ideal de paz no se ha repetido en la historia para tantos pueblos,
tan largos tiempos y con tan escaso despliegue de tropas. El caso de Hispania,
con una guarnición que se redujo escasamente a 10.000 hombres, es buen
ejemplo; pues, aún, estos hombres fueron dedicados más bien a tareas civiles
que militares: construcción de puentes, acueductos, obras de minas, etc. La
historiografía apenas menciona revueltas en el curso de los cuatro primeros
siglos del Imperio dentro de Hispania.
También la buena administración fue importante factor en la pervivencia
del Imperio y de su restauración cuando acaecieron momentos difíciles. Tres
objetivos fundamentales cumplió la eficaz administración romana: garantizar
XVI IN TR O D U C C IO N

la paz social, ejercitar una justicia equilibrada y allegar sus tributos e


ingresos por explotaciones mineras que grantizasen fondos para los gastos
permanentes: corte, servicios, ejército. Fueron en general impuestos tolera­
bles, habida cuenta del incremento de la producción bajo la paz de Roma y el
impulso que dio a la economía: buena red de vías, explotación de minas,
perfeccionamiento de las técnicas agrícolas, ampliación del comercio. Ade­
más, los impuestos quedaron normalmente bien distribuidos; y no fueron
elevados; de modo que la tributación no constituyó un real expolio de lo
sometidos que, por otra parte, aceptaron de buen grado a cambio de esa era
de paz. Máxima aspiración de las gentes fue buscar su bienestar económico,
mientras los más ambiciosos buscaron en la milicia, en el comercio, en ser­
vicios municipales o en la administración unos ingresos seguros y el posible
ascenso en la vida política.
Esta vía de posible promoción de provincianos a los cargos públicos fue
otro indiscutible acierto del Imperio. Pues, con ello quedó abierto el cauce de
la ambición a los mejor dotados, a la vez que las provincias se sintieron
solidarias con la gran empresa de Roma y hubo una constante renovación de
los periódicamente desgastados cuadros dirigentes.
En todo caso, el obligatorio cursus honorum impidió la masiva presencia
de ineptos o advenedizos a los altos mandos de la administración; el ascenso
progresivo a los cargos, si no garantizaban la bondad de los hombres nuevos,
sí sus experiencias en la milicia o en la burocracia. En este sentido, la gestión
municipal fue escuela de hombres para la administración. La creación de los
órganos autónomos municipales bajo la sola supervisión, sin ingerencia, de las
autoridades romanas, mereció la complacencia de los pueblos del Imperio; al
punto de que el municipio haya pervivido como institución en Occidente
hasta nuestros días en sus líneas básicas.

e) El Derecho Romano. Obra maestra de Roma y expresión máxima de


sus virtudes de gobierno fue el Derecho. Es, además, su obra más característi­
ca, permanente y actual. El Derecho fue constantemente perfeccionado desde
la época de las Doce Tablas con leyes de los Comicios, resoluciones del
Senado, edictos o sentencias de los pretores y decretos imperiales. Base de su
eficacia fueron: la igualdad de todo ciudadano ante la ley; el desarrollo de su
jurisprudencia sobre principios profundamente científicos; el sentido práctico y
concreto de su contenido, sin mengua de su valor universalizador y por
encima de la pura casuística; la supremacía de la ley aceptada unánimente-
mente; la constante renovación y perfeccionamiento al ritmo impuesto por la
experiencia, pero partiendo de un respeto a la tradición siempre que se hacían
innovaciones o adaptaciones a la vista de las circunstancias de cada momento
y lugar. Sólo así se convirtió en un instrumento sólido y eficaz de administra­
ción y ejercicio de justicia sobre los pueblos y guardián de la paz y bienestar
social del Imperio. A la vez que tales condiciones garantizaron su universali­
dad y su perennidad en la historia del mundo superando el correr de los
tiempos, los cambios de modos de vida y la diversidad de las civilizaciones.
El Derecho Romano, tal como lo conocemos hoy, es el resultado de la
recopilación de eruditos del final del Imperio y en él se refleja toda la
capacidad perfectiva y práctica del espíritu romano. Abarca todos los campos
posibles de la acción legal: Derecho Público ( ius publicum) y Derecho privado
(ius privatum). Con aspectos específicos para este último:real, obligaciones,
familia, sucesiones. Tal ordenamiento jurídico nos admira por su espíritu
moderno. Actual es, incluso, en cuestiones de procedimiento, pues ofrecía
IN TR O D U C C IO N X VII

plenas garantías de equidad y de un proceso penal rigurosamente sometido a


normas y absolutamete ajeno a cualquier capricho de los jueces. También,
emanado del pretor que en Roma atiende a los que no son ciudadanos
romanos (praetor peregrinus) y luego de los gobernadores provinciales, nació
una jurisprudencia precedente de nuestro Derecho Internacional. Sirvió ini­
cialmente, para aquellos comerciantes extranjeros que actuaran en Roma o en
el mundo rom ano;m ás adelante para todos los hombres libres, no romanos,
de cualquier parte que fueran (ius gentium) y que hubieren de mantener
cualquier tipo de relaciones dentro del ámbito del Imperio.

II. LA H E R E N C IA DE R O M A

Sobre otros muchos campos se manifestó el sentido práctico e innovador de


Roma en el ordenamiento del mundo: organización del trabajo a distintos
niveles y que va desde la ideal programación de la productividad en agricultu­
ra por Catón, hasta la fijación de los salarios por Diocleciano; la permisividad
y aún protección a los gremios y collegia profesionales; ordenamiento del
régimen de minas y difusión de avanzadas técnicas mineras y agrícolas, tales
como la bomba de Ctesibio y el tribulum punicum; fundaciones de beneficien-
cia, tales como los hospitales, escuelas para mineros o instituciones alimenta­
rias; el papel otorgado a la mujer, más semejante al que ocupa en la sociedad
actual que en cualquier otra época o civilización; consolidación de las
instituciones familiares y ciudadanas en detrimento de las estructuras sociales
tribales y gentilicias que, salvo contadas y discutibles excepciones, desapare­
cen de las tierras sometidas al Imperio de Roma; difusión y apoyo a un
sistema estable de moneda; construcción de una amplísima y sólida red de
vías y puentes que surcó el Imperio en todas las direcciones y fué servida por
una red de postas y mansiones, de cuya perfección da idea el hecho de que se
mantuvieran inalteradas casi hasta tiempos modernos; fácil acceso a un sueldo
para grandes masas entre los menos favorecidos, ya en las minas, ya en el
ejército, ya en la administración, ya en la industra o comercio.
Bajo el gobierno de Roma registra el mundo mediterráneo un progreso
importante, especialmente en el terreno de las técnicas agrícola, minera, de la
ingeniería, de la construcción, la navegación y el comercio. Los intercambios
de mercancías no sólo unieron a todo el mundo romano, sino también a éste
con las tierras de Africa, norte de Europa y hasta la India y China en viajes
frecuentes y regulares. Ya J u v e n a l pudo decir que el mar estaba más poblado
que la tierra. Cierto que el libre mercado y los abusos del nepotismo imperial
o de las confiscaciones abrieron camino a la acumulación de grandes capitales
y latifundios y unos modos de producción de fuerte impronta capitalista y
esclavista que las autoridades más favorecieron que combatieron. Sin embar­
go, frente a estos hechos evidentes, parece claro hoy que proliferó la pequeña
propiedad como sistema común de explotación de la tierra; y que se comba­
tió en ocasiones y en todo caso se dulcificó el trato al esclavo. Tampoco
hubo en el Estado romano una especial preocupación en lo social al estilo
moderno, y los casos contrarios, como el de Trajano, fueron raros; ni se
eliminaron lacras humanas endémicas, como la peste o el hambre. El bandole­
rismo y las revueltas sociales, como la de los bacauda, fruto de esta falta de
una política social amplia y de una auténtica programación económica,
XVIII IN TR O D U C C IO N

fueron inútilmente denunciadas por la historiografía antigua; pero fueron


relativas para sus tiempos y en proporción a la amplitud del Imperio; y,
seguramente, hemos de avanzar mucho en los tiempos modernos para
encontrar niveles generales de bienestar similares a lo logrados por Roma.
Tampoco, en sus mismas fronteras, los pueblos bárbaros, que pudieron
impregnarse de los progresos técnicos de Roma, cambiaron o mejoraron
substancialmente sus modos de vida tradicional y más bien buscaron mejorar
su condición a costa y dentro de los límites de Roma que no por su propia
obra o transformación de sus estructuras políticas o sociales y de su mentali­
dad en general.
Para nosotros, los occidentales, es doblemente sugerente este análisis del
proceso histórico que contempla tales logros por Roma. Primero, por el valor
intrínseco y propio, que venimos anotando, de las ideas que asumió de las
culturas del Oriente y del helenismo y que nos transmitió añadiendo no pocas
aportaciones originales. En segundo lugar, por el hecho de ser la más directa
inspiradora de nuestro particular devenir histórico occidental, al que transmi­
tió lengua, religión, las bases de las estructuras nacionales, urbana y familiar,
régimen de propiedad. Y, en general, ordenamiento económico, jurídico y
tantos modos de entendimiento de la vida y de la cultura. Y añádase que
muchos de los pueblos de Occidente han sido, a su vez, germen y fermento de
nuevos imperios y culturas de ellos emanados, con lo que la proyección de
Roma alcanza límites insospechados entre los más importantes núcleos de la
civilización actual. Hispania, Gallia y Britannia, los últimos en incorporarse
al concierto de pueblos civilizados en la antigüedad, fueron los más fervientes
imitadores de la cultura de Roma por ser los más próximos a su idiosincrasia.
E, incluso, de los que más innovaciones positivas y renovadoras aportaron al
propio Imperio de Roma en su tarea civilizadora del mundo.
Es evidente que Roma no alcanzó aquella floreciente cultura, especialmen­
te en el campo de la ciencia teórica, que llenara de gloria a la civilización
griega. Con desprecio o incapacidad hacia la ciencia pura, la civilización
romana centró su atención en la ciencia aplicada, pese a que Alejandría, que
era el más importante núcleo de la investigación helenística, mantuvo por un
tiempo el valor de los métodos experimentales. Pero nunca fue del gusto
romano, inclinado a buscar lo útil, el indagar o ahondar en la filosofía pura,
en la teoría política o en la especulación matemática. Bajo su gobierno estas
materias serían víctimas del estancamiento, cuando no del olvido. Mas, no
por ello podemos aceptar el desden de W i n c k e l m a n n — su condición de
historiador del Arte lo justifica en parte— entendiendo a Roma como mera
provincia del helenismo; ni podemos atribuirla un papel nefasto en su
condición de transmisor del legado espiritual de Grecia. De tal deterioro o
estancamiento fue, sin duda, responsable el propio helenismo y los centros
surgidos después de Alejandro, que no supieron buscar nuevas vías de
renovación; pero no porque Roma vetara sus estudios, aunque ciertamente
nada positivo hicera para revitalizarlos.
Por otra parte, la humanidad ha heredado de Roma no pocos progresos
científicos en los que se revela, ciertamente, su acción renovadora y aún
creadora del espíritu. Nos legó nuevas o renovadas concepciones filosóficas;
como el estoicismo, que recibió una fuerte y peculiar impronta romana. Y
avanzó en el estudio de la naturaleza, en tanto en cuanto podía ser útil para el
hombre: el ejemplo de los tratados de P l i n i o e l V ie j o lo justifica sobradamen­
te. En el orden de la creación literaria tampoco Roma careció de valores
propios y novedosos como fuera el género satírico de M a r c i a l , L u c i l i o y
IN TR O D U C C IO N X IX

F ig . 1. Principales pueblos y regiones en la Italia antigua.

Del mismo V i r g i l i o , ¿quién duda de que fue un plagiario de la


J u v e n a l.
epopeya homérica? Pero lo fue por respeto a la tradición griega, a la que aña­
dió un sublime toque de humanismo trascendente en defensa de la Roma
eterna. Y en el terreno de las ciencias positivas, ¿quién negaría los progresos
que alcanza la medicina, la técnica de navegación y el comercio, la arquitectu­
ra (templos, puentes, urbanismo, murallas, vías de comunicación, acueductos,
edificios públicos), el trabajo del vidrio, la metalurgia, la cartografía? Y fue
XX IN TR O D U C C IO N

timbre de gloria para Roma el hecho de transmitir un elevado nivel cultural a


tierras antes bárbaras o semibárbaras del norte de Africa, Occidente, Britan­
nia, el Rhin y el Danubio. Mientras, fuera del limes romano sólo contempla­
mos un elemental nivel de civilización. Por lo demás, la adopción del latín en
Occidente y su mantenimiento, tras la caída del Imperio, facilitó la asimila­
ción y larga pervivencia de este precioso legado. En este hecho influye
especialmente el cristianismo al mantener secularmente el latín y convertirlo
en el vínculo de la gran comunidad de la romanía y mantenedor del sedimento
que subsistiría con carácter unificador para el Occidente.
Aspecto, en fin, importante de la herencia de Roma en Occidente es el
concepto y la realidad de Nación. Surgido de la ruina del Imperio, con sentido
más o menos profundo, este concepto de Nación emana de la estructura
administrativa que Roma otorgó a las provincias y a las diócesis. Basado en la
doble circunstancia de que muchas veces estas unidades administrativas
romanas respetaban ciertas unidades geográficas y aún étnicas y de que las
invasiones bárbaras ajustaron, las más de las veces, su ocupación a tales
unidades administrativas romanas. Por otra parte, el largo dominio de Roma
fue definiendo tendencias de unificación de razas, costumbres o intereses
económicos sobre regiones naturales. Al punto de que los últimos siglos del
Imperio registraban ciertos movimientos de insurrección o preferencias por
emperadores, legales o usurpadores, en los que no estuvo ausente ese
incipiente sentido nacional; como ocurriera con la usurpación de Postumo o
Máximo, de claro apoyo popular occidental.
Es por igual un tópico bien conocido que también de Roma heredaría la
Edad Media el cesaropapismo y el derecho divino de los reyes y ese concepto
de Imperio al que no renunció Bizancio, ni Carlomagno, ni los Otones, ni
siquiera ciertos imperialismos recientes. Con carácter general, ha quedado
plasmado en esa gran realidad que llamamos Occidente; y que, pese a no
pocas reticencias y egoísmos, intenta recobrar su vieja unidad y condición. Ya
que, sin duda, de Roma, de su experiencia aún latente, parte la primacía
política, económica y cultural que Europa ha ostentado en el correr de la
Historia y que difícilmente y sólo parcialmente le será arrebatada.
Ahora bien, en torno a esta obra de Roma y de su herencia, ¿quién duda,
también, de que no todo fuera virtudes o éxitos? Hubo fracasos, egoísmos e
infinitos abusos y grandes lacras morales. Pero su responsabilidad recae
compartida, ya sobre la propia estructura inadecuada de la organización
romana, ya sobre las clases dirigentes y administrativas ejecutoras de las
normas legales, ya sobre los grupos de presión. Grupos de presión que, al
final de los tiempos de la República, no surgen sólo de Roma, sino también de
Italia, de los ejércitos, de los pretorianos, de las legiones del limes, de grupos
económicos de Hispania, Africa, la Galia u Oriente; y que logran imponer,
para bien o para mal, su propio candidato y su política de Imperio.
La más reciente literatura —y ya no sólo la tradicionalmente adversa
historiografía marxista y muy en particular la de origen soviético— es
especialmente insistente en reconsiderar y reevaluar el papel de Roma en la
evolución histórica de Occidente, sus méritos y deméritos; sus grandezas y
miserias; sus éxitos y fracasos. Y más bien prevalecen los juicios adversos y
desfavorables. Tomando como base de su acerva crítica fundamentos esencial­
mente de valor moral. Y no se acepta el viejo consenso sobre la beneficiosa
herencia de Roma. Los estudios de G. Fatás nos ilustran al respecto.
Realmente ello no es nuevo. Pues, apenas los historiadores antiguos
pudieron sustraerse a estos juicios de valor para lograr relatos puramente
IN TR O D U C C IO N XXI

objetivos. Esa historiografía tradicional no siem pre justificó los m edios hetero­
doxos de R om a para som eter a los pueblos ante la beneficiosa meta de la p a x
romana. En la propia historiografía que podríam os calificar de más patriota,
p od em os constatar ju icio s contrarios, unos favorables y otros adversos, en
torno a la acción de R om a: son bien co n o cid o s los reproches a propósito de la
conquista de H ispania — tan prolija en gen ocid ios y depredaciones que ni
siquiera cesan en los tiem pos a u gú steos— que son m ás o m enos abiertam ente
denunciados en la historiografía m ism a de Rom a. C om o son un tópico entre
sus propios m oralistas aquellos m étodos crim inales de la corte en los in i­
cios del Im perio. Y tam bién nos es notoria aquella acritud con que T á c it o
contrapone la olvidada virtus romana a la m oralidad esencial de los germ anos.
Por igual, no p o co s historiadores, abierta o solapadam ente, dejan traslucir sus
aires favorables al régim en de la R epública y sus libertades en el orden de las
instituciones políticas; frente a los desm anes de arbitrario autoritarism o qu e
se im puso bajo el gobierno m onárquico. D e l m ism o m o d o que es constante la
severidad co n que la historiografía cristiana — E u seb io d e C esa re a , O r o sio ,
L a c t a n c io , por citar algunos ejem p los— se pronunciaron contra la in m orali­
dad o la represión hacia el cristianism o; hasta hacer surgir esa auténtica
historia calamitatum que anim a la F ilosofía de la H istoria agustiniana y su
teoría de las dos contrapuestas ciudades, la R om a cristiana y la R om a
pagana; de las que sólo esta últim a se hace, en su op inión, merecedora de
una auténtica eternidad. C on secuente con esta literatura clásica cristiana, son
bien co n o cid o s los excesos a que llevó este enjuiciam iento moral; com o lo s
que se hicieron por parte de la historiografía cristiana medieval; al punto de
convertir sistem áticam ente en nefastos a tod o s los em peradores perseguidores
del cristianism o m ientras glorifica sin trabas a los em peradores cristianos y n o
perseguidores, desde C onstantino a T e o d o sio .
En esa historiografía rom ana de denuncia, en sus testim on ios, ha en ­
contrado frecuente punto de partida la generalizada crítica adversa hacia
R om a que, según ven im os señ alan do, proliféra en los tiem pos m odernos y que
m uestra preferencia sobre tem as de carácter social y econ óm ico en los que
entra particularm ente en ju eg o la libertad, la distribución de bienes, la lucha
de clases. Y h oy, prácticam ente tod os los historiadores de R om a estam os
envueltos en estas disputas ideológicas; algo así co m o lo que ocurriera entre
escritores p aga n o s y cristianos al fin del Im perio, aunque partiendo de bases
m ás am plias de ju icio s de valor. P rácticam en te tod os se pronuncian y form an,
partido; u n o s con m ayor o m enor acritud, otros para m ostrar su d iscon fm iio-J
dad en el hecho m ism o de im plicar el ju icio m oral en una H istoria que debe
ser, ante to d o , objetiva: M . I. F in ley ; M . A . L evi; E. Ba d ia n ; A. N .
S h e r w in -W h ite ; T. F r a n k ; W . Seston ; P. A . B r u n t ; C h . G. S t a r r ; C h .
W ir szu bsk i ; H . M a t t in g l y ; Lord A cto n ; H . F u c h s ; K o c h ; D . H . L a w r e n ­
ce ; T. R. S. B r o u g h t o n ; J. G ag é ; J. V o g t ; J. J. H a t t ; M . G r a n t .
Los historiadores marxistas, sobre todo los soviéticos, son especialmente
severos en sus juicios sobre temas como la acumulación de capitales, latifun-
dismo y esclavitud. Y son propicios a ver por doquier rebeliones de masas o
luchas de clases: K o v a l i o v , M a s c h i c in , M i s h u l i n , U t t s c h e n k o , A l p a l o v .
Mientras acentúan el papel de los esclavos romanos, en su unión a los
bárbaros invasores, para dar el golpe definitivo al Imperio Romano.
Caería fuera de los límites de una introducción el hacer crítica amplia de
esta historiografía. Sus argumentos y conclusiones son puestos de relieve y
discutidos por cada colaborador en sus capítulos respectivos. Pero no pode­
mos eludir aquí una serie de matizaciones de carácter genérico, sobre todo,
XXII IN TR O D U C C IO N

F i g . 2. V ías d e Ita lia .


IN TR O D U C C IO N X X III

teniendo en cuenta que nuestra obra se dirige precisamente a jóvenes univer­


sitarios que acceden por vez primera, y ya con cierta amplitud de detalle,
al desarrollo y problemática de la Historia de Roma.
Anotaremos primeramente que, parejo a estas críticas, ha surgido una
importantísima y exhaustiva labor investigadora acerca de temas socioeconó­
micos. Como son las estructuras de gobierno, esclavitud, capitalismo, religio­
sidad, esencia y pervivencia de las culturas indígenas, revueltas sociales,
demografía, nivel de vida, devaluación de la moneda y poder adquisitivo,
latifundismo y pequeña propiedad, urbanismo y vida rural, juegos circenses,
moralidad general y sexual, colonización y métodos de opresión y depreda­
ción, represión política y religiosa. Con ello se han ensanchado las perspecti­
vas que nos venía dando la historia tradicional y se ha profundizado de
manera decisiva en las causas y consecuencias de muchos hechos históricos,
en ciertos cambios o crisis, en las vicisitudes sociales o económicas que
subyacen a ciertos movimientos históricos decisivos, como pudo ser el fin del
Imperio. Y con ello, es obvio señalarlo, se está alcanzando una visión de
Roma más auténtica, lógica y consecuente en sus planteamientos.
Pero, en segundo lugar, y sin restar valor a las citadas denuncias, parece
claro que se han de hacer ciertas puntualizaciones. No se puede incurrir en
condenas o denuncias genéricas, porque —como señala G. F a t a s — hemos de
excluir en la visión de la historia de Roma esquematismos empobrecedores,
escamoteamientos de la realidad; sobre todo, cuando no se trata de realidades
perfectamente conocidas. Y tenemos que evitar el caer en alguno de esos
«ismos» que ponen los hechos históricos al servicio de las doctrinas y no
justamente al revés, como exige Αά ^ Historia crítica y objetiva. O, como
advierte S t a r r , es evidente que la^citjfcas sobre aspectos concretos no pueden
ni deben envolver genéricamente a la civilización romana.
Mas, en definitiva, el propio planteamiento de estos importante problemas
evidencia que aún la obra de Roma sigue interesando a las generaciones
presentes porque aún guarda profundo significado para el mundo de hoy. Con
este ánimo hemos emprendido la presente edición de la Historia de Roma que
pretende, más que dar respuesta a estos problemas, introducir a los lectores en
el conocimiento de las grandes realizaciones de Roma; de modo genérico y
por supuesto no pormenorizado, pues no deja de ser obra de iniciación a la
antigüedad y, en consecuencia, más centrada en la información que en la
polémica. Pero con visión actualizada y donde halle el lector los necesarios
puntos de partida para ulteriores profundizaciones.

Angel Montenegro Duque


Universidad de Valladolid,
diciembre de 1982.
BIBLIOGRAFIA GENERAL

I. FUENTES CLASICAS

Literarias

Bibliotheca scriptorum graecorum et latinorum T E U B N E R IA N A , Leipzig.


Collection des universités de France, Paris (Asociación G. Budé, texto y traducción al francés).
Corpus scriptorum latinorum Paravianum, Turin, Milán, Roma.
Loeb Classical Library, Londres, Cambridge, Massachusets (texto y traducción al inglés).
Scriptorum classicorum Bibliotheca Oxoniensis, Oxford.
Biblioteca Clásica, Madrid, Editorial Gredos, (traducción en castellano).
Clásicos Aguilar Madrid (Editorial Aguilar; sólo traducción al castellano).
Colección hispánica de autores griegos y latinos, Barcelona (Alma Mater; texto y traducción al
castellano).
P. M ig n e : Patrología latina, 1844-1864.
Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid (texto y traducción al castellano).
F . J a c o b y : Die Fragmente der griechischen Hístoriker, L e id e n , 1 9 6 8 .
H. P e t e r : Historicorum romanontm reliquiae, L e ip z ig . 1967.
E. M a l c o v a t i : Oratorum romanorum fragm enta liberae rei publicae, 3 v o l., Turin, 1967.
A. C a l d e r i n i : Papiri latini, Milán, 1945.
R. C a r v e n a i l e : Corpus papyrorum latinarunt, Wiesbaden, 1958.
A. S c h u l t e n y R. G r o s s e : Fontes Hispaniae Antiquae, B a rc e lo n a , 1 9 3 6 ss
Monumenta Germaniae Historica. Auctores antiquissimi y Chronica Minora, Berlin. 1826 ss.

Juridicas

C . G . B r u n s y O. G r a d e n w i t z : Fontes luris Romani Antiqui, Aalen, 1958.


T. M om m sen y P. K r u g f .r : Corpus luris Civilis, Berlin, 1968-1970.
S. RICCOBONO: F . Ba v i e r a : C . F k r r i n i : V. A r a n c i o - R u i z : Fontes iuris romani anteiustiniani, 3
v o ls., R o m a , 1968.
A . D O rs y otros: Digesto, 2 vols. Pamplona, 1969.
P. F. G ir a r d : Textes de Droit romain, Paris. 1937.
C l; B rw d : R o m a n m ilita r y la w . Londres. 1968.

Epigráficas

Corpus Inscriptionum Latinarum. Berlín. (Esta magna obra está aún incompleta y, por
supuesto, necesita revisiones y suplementos que recojan el abundante material que se ha ido
descubriendo.) Consta de:
I. I n s c r ip tio n e s L a ti n a e a n tiq u is s im a e a d C a e s a r is m o r t e m , 1893.
II. Inscriptiones Hispaniae Latinae, 1869, Suplemento. 1892.

XXV
XXVI B IB LIO G R A F IA GENERAL

III. Inscriptiones Asiae, prov. Europeae Graec., Ulisici Latinae, 1873.


IV. Inscriptiones parietariae Pompeianae, 1871. Suplemento, 1898 y 1909.
V. Inscriptiones Galliae Cisalpinae, 1872-1877.
VI. Inscriptiones Vrbis Romae, 1876-1933.
VII. Inscriptiones Britanniae, 1876.
VIII. Inscriptiones Africae, 1881. Suplemento, 1891-1942.
IX. Inscriptiones Calabriae, Apuliae, Samnii, Sabinorum, Piceni, 1883.
X. Inscriptiones Bruttiorum, Lucaniae, Campaniae, Siciliae, Sardiniae, 1883-1942.
XI. Inscriptiones Aemiliae, Vmbriae, Etruriae, 1888-1926.
XII. Inscriptiones Galliae Narbonencis, 1888.
XIII. Inscriptiones trium Galliarum et duarum Germaniorum, 1899-1943.
XIV. Inscriptiones Latii antiqui, 1888. Suplemento de Ostia, 1930-1933.
XV. Inscriptiones laterum, 1891; Vasa, lucernae, fistulae, 1899.
XVI. Diplomata, 1936. Suplemento, 1955.
XVII. Milliaria (en preparación).
Las muy numerosas inscripciones aparecidas con posterioridad a esta magna obra se publican
en diversas revistas especializadas, en recopilaciones locales y en estudios sobre aspectos
concretos. Entre las principales figuran;
L'Année Epigraphique. París, 1888 y ss.
Ephemerides Epigraphicae, 9 vols. Berlín, 1872-1913.
Hispania Antiqua Ephigraphica, Madrid, 1950 y ss.
R. CoLLiNGWQOD y R. W r i g h t ; The Roman Inscriptions o f Britain, Oxford, 1965.
J. V iv e s : Inscripciones cristianas de la España romana y visigoda, Barcelona, 1942.
H . D e ssa u ; Inscriptiones latinae selectae, B e rlín , 1961 (3 v o ls.). E l v o l. IV , por J. M o r e a u y H . J.
M a r r o u , 1967.
E. d e R u g g ie r o ; Dizzionario epigráfico di antichitá romane, Roma, 1961 y ss.
R. C agn at y otros: Inscriptiones Graecae ad res romanas pertinentes, Vols. I, III. IV, Roma, 1964.

Numismáticas
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B e l t r á n , A.: Curso de numismática, Zaragoza, 1968.
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G r a n t , M.: Roman H istory fro m Coins, Cambridge, 1955.
G r u e b e , H. A.: Coins o f the Roman Republic in the British Museum, 3 vols., Oxford, 1970.
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H i l l , G. F.; Historical Roman Coins, Chicago, 1966.
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M a t t in g l y , H.; S y d e n h a n , E. A„ y S u t h e r l a n d , H. H.; The Roman Imperial Coinage, 1923 y
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P a n v in i , F.; Intoduzione alla Numismática antica, Roma, 1963.
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R o b e r t s o n , A. S.: Roman Imperial Coins, 4 vols., Oxford, 1962-1978.
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Arte y arqueología
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A r ia s , P . E.: L a escultura romana, Messina, 1941.


A u r ig e m m a , S.: Le pitture delFetá romana, Roma, 1962.
B a l il , A.: Pintura helenística y romana, Madrid, 1962.
B ia n c h i B a n d in e l l i , R .: L o s etruscos y ¡a Italia anterior a Roma, Madrid, 1973.
B ia n c h i B a n d in e l l i , R .: Roma. El fin del arte antiguo, Madrid, 1971.
B ia n c h i B a n d in e l l i , R .: Roma, centro del poder, Madrid, 1970.
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B l ü m e l , C .: Romische Skulpturen, Berlin, 1963.
B o r d a , M.: La pittura romana, Milán, 1958.
C r e m a , L.: L'architectura romana, vol. XII de la Enciclopedia Classica, Turin, 1959.
D o r i g o , W.: L a pittura tardorromana, Milán, 1966.
G o u g h , M.: The Origins o f Christian Art, Londres, 1973.
G r a b a r , A.: El primer arte cristiano, Madrid, 1967.
L u g li, G.: La técnica edilizia romana, Roma, 1958.
M a i u r i , A.: Roman painting, Nueva York, 1953.
P a l o l , P .: Arqueología cristiana de la España Romana, V a lla d o lid , 1967,

II. HISTORIOGRAFIA MODERNA Y OBRAS DE C O NSULTA SOBRE


LOS PRINCIPALES ASPECTOS DE LA CIVILIZACION ROMANA

Histoire Générale (d irig id a por G . G l o t z ) . Histoire Romaine:


1. E. P a ís -J. Β α υ ε γ : Des origines ¿t l'achèvement de la conquête, P a ris, 1940,
II. G . B io c h - J . C a r c o p i n o : La République Romaine de 133 à 44, 2 vols., Paris, 1935 y
1936.
III. L. H o m o : Le H aut Empire, Paris, 1933.
IV. M. B e s n ie r y A . P i g a n i o l : Les Bas Empire, 2 vols., Paris, 1937 y 1947.

The Cambridge Ancient History. B a jo la d ire c c ió n d e B u r y , C o o k , A d c o o k . C a m b rid g e ,


1923-1939 (in ic ia d a la re v isió n en 1964).
VII. The Hellenistic Monarchies and the Rise o f Rome.
VIII. Rome and the Mediterranean, 218-133 B.C.
IX. The Roman Republic, 133-44 B.C.
X. The Augustan Empire, 44 B.C.-A.D . 70.
XI. The Imperial Peace, A.D . 70-192.
XII. The Imperial Crisis and Recovery, A .D . 193-324.
Láminas, vols. Ill, IV y V.

Handbuch der klassischen Altertumswissenschaft, fundada por I v a n v o n M ü l l e r . Munich,


1886. Cuenta con valiosas monografías de literatura, historia, instituciones, cronología, etc., en
ediciones sucesivamente revisadas hasta nuestros días y con gran erudición bibliográfica.

Istituto di Studi Romani. Bolonia, 1938 y sigs. (aún sin completar).


I. Le origini e il periodo regio.
II. Roma nell’etá delle Guerre Puniche.
III. L e Grande conquiste Méditerranee.
IV. Dei Gracchi alla congiura di Catilina.
V. L 'età di Cesare e di Augusto.
VI. L'Im pero da Tiberio agii Antonini.
VII. I Severi.
V III. Da Diocleziano alla caduta dell’Impero (TOccidente.
XVI. Economía, flnaza e vita privata in Rom a antica.
XXVIII B IB LIO G R A F IA GENERAL

XVII. Roma e le Provincie.


XVIII. La religione di Roma antica.
XIX. II cristianismo e Roma.
XX. II Diritto Romano.
XXI. L ’arte militare romana.
XXII. Topografía e urbanística di Roma antica.
XXIII. Storia della lingua di Roma.
XXIV. La letleratura di Roma Republicana de Augustea.
XXV. La letteratura di Roma imperiale.

M ethuen's H istory o f the Greek and Roman World.


IV . H . H . S c u l l a r d : Reman World fro m 733 to 146 B.C., 1961.
V. F. B. M a r s h : Roman World fro m 146 to 30 B.C., 1961.
VI. E. T. Salmon: Roman World fro m 30 B.C. to 138 A .D ., 1966.
VII. H. M. D. P a r k e r : Roman World fro m 138 to 337 A.D ., 1958.

Historia Universal Siglo X X I.


VI. P. G r i m a l : E l helenismo y el auge de Roma, 1972.
VII. P. G r i m a l : La formación del Imperio romano, 1973.
VIII. F. M il l a r : E l Imperio romano y sus pueblos limítrofes, 1973.
IX. F. G. M a ie r : Las transformaciones del mundo mediterráneo, siglos III-V III, 1972.

Nueva Clio (algunos volúmenes aún en preparación. Original en francés, traducidas al


castellano en Edit. Labor, Barcelona).
VII. I. H e u r g o n : Roma y el Mediterráneo occidental hasta lasguerras púnicas, 1971.
VIII. C. N ic o l e t : Roma y la conquista del mundo mediterráneo, 2 vols., 1979.
IX. P. P etit: L a paz romana, 1969.
X. M. Simon-A. B e n o it : El judaismo y el cristianismo antiguos, 1972.
XI. M . R é m o n d o n : La crisis del Imperio romano. De Marco Aurelio a Anastasio, 1967.
XII. L. M u sse t : Las invasiones, 2 vols., 1969.

Aufstieg und Niedergang der Romische Welt, Berlín, 1972 y sígs. Serie de estudios monográfi­
cos fundada por H. T e m p o r in i sobre aspectos concretos redactados por especialistas. Concebidos
con una gran erudición bibliográfica constituyen un necesario punto de partida para una nueva
comprensión de la historia de Roma. Hasta el momento de redactar estas líneas han aparecido
cerca de 25 gruesos volúmenes.

G. de Sa c t is : Storia dei Romani, 4 vols., Florencia, 1967.

III. OBRAS DE CONSULTA

Introducciones generales a la historia de Roma

B a il e y , C , y otros: El legado de Roma, Madrid, S. A.


B e n g t s o n , H .: Eiufülirung in die alte Geschichte, Munich, 1948.
C o r t e , F . d e l l a y varios: Introduzione allô studio delta cultura classica, 3 vols., Milán, 1974.
C u r t i u s , E.: Literatura europea r Edad Media latina. México, 2 vols.. 1955.
F a t á s . G.: Sobre algunos manuales soviéticos de Historia Antigua. Zarago/a. 1974.
G r i m a l , P.: Guide a l'étudiant latiniste. Paris, 1971,
H i g h e t , C .: La tradición clásica, 2 vols., México, Buenos Aires, 1954.
Introduzione alla Filología Classica (dirigida por E. Bignone), Milán, 1951.
L a u r a n d . L.: Manuel des études grecques et latines, vol. II. Roma, Paris. 1913 (sucesivas
reimpresiones revisadas).
B IB LIO G R A FIA GENERAL XXIX

M a n n i, E.; Introduzione cillo siiulio dclla storia greca e romana, Palermo, 1952.
R o l d a n , L. M,: Introducción a la Historia Antigua, Madrid, 1975,
S a n d y s , J. E.: A companion to Latin Studies, Cambridge, 1929.
S a n d y s , J. E.: A History o f Classical scholarships, Nueva York. 1958.
CH. G . : «The Roman Place in History». Essay on Ancient History, págs. 213-222. Leiden,
St a r r .
1979

Diccionarios

Berger, A.: Enciclopcdic Dictionary o f Roman Law, Filadelfia. 1968.


S c h u l z , F.: Prinzipien des romischen Rechts, Munich, 1934.
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L a v e d a n , P.: Dictionnaire illustré de la mythologie et des antiquités grecques et romaines, Paris,
1953.
L eclerq. H.: Dictionnaire cTArchéologie chrétienne et de Liturgie, Paris, 1922 y ss.
Pali.y-W issowa: Real-Encidopadie der Klas.sischen Ahcnttmswissenschaft, Stuttgart, 1893 y ss.
Der Kleine Pauly. Le.xikon der A ltai Weh, Stuttgart. 1964 y ss.

Instituciones

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A r i a s R a m o s, J.: Derecho romano, Madrid, 1974.
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B u c k l a n d , W. W.: A Manual o f Roman Provate law, Cambridge, 1939.
C u q , E .: M anuel des institutions juridiques greques et romaines, Paris, 1928.
D e g r a s s i , A.; L'administrazione delle citó, Nâpoles, 1959.
E l l u l , J.: Historia de las Instituciones de la antigüedad, Madrid, 1970.
F I u v e lin , P.; Etudes d'historie du droit commercial romain, Paris, 1929.
J o l o w i c z , H.: Historical introduction to the study o f Roman Law, Cambridge, 1939.
K a s e r , M.: Romische Privatrecht, 2 vols., Munich, 1971.
M a r q u a r d , J. y M o m m sen , T h .: M anuel des antiquités romaines, 20 vols, Paris, 1890-1907.
M a r t i n o , F. d e .: Storia della constituzione romana, 6 vols., Nápoles, 1951-1967.
M a r í n P e ñ a , M .: Instituciones militares romanas, M a d rid , 1956.
M o m m sen , Th.: Romisches staatsrecht, Tübingen, 1963.
P a is, E .: Storia della colonizzazione di Roma antica, 2 vols., Roma, 1923.
P a r k e r , H. M. D.: The Roman Legions, Cambridge, 1958.
P a s s e r in i, A.: Le coorti pretorie, Roma, 1939.
R i c c o b o n o , S.; Profilo sotorico del diritto romano, Palermo, 1956.
S t a r r , Ch. G.: The Roman Imperial Navy 32 B. C.-A. D. 324, Cambridge, 1961.
T h i e l , J. H.: Studies in the history o f Roman sea-power in republican times, Amsterdam, 1946.
T o r r e n t , A.: Derecho público romano y sistema de fuentes, Oviedo, 1982.
V a n B e rc h e m , D.: L'armée de Dioclétien et la réforme constantinienne, Paris, 1952.
W e b s t e r , G.: The Roman Imperial Arm y, Londres, 1969.
W ille m s , P.: Le Sénat de la République romaine, 2 vols., Lovaina, 1968.

Sociedad

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B a l d s d o n , J. P. V. D.: Roman WEomeii, Londres, 1962,
B a r r o w , R. FI.: Slavery in the Roman Empire, Nueva York, 1968.
B r u n t , P . A.: Conflictos sociales en la República romana, Buenos Aires, 1973.
C a r c o p i n o , J.: La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Imperio, Buenos aires, 1942.
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G a g é , J.: Les classes sociales dans l'Empire romain, Paris, 1971.


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Pensamiento

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B ig n o n e , E.: storia della letteratura latina, 3 vols., Florencia, 1942-1951.
D o r e y , T. A.: Latin historians, Londres, 1966.
D u m é z il, G .: L a religion romaine archaïque, Paris, 1966.
L e G l a y , M.: La religion romaine, Paris, 1971.
L a b r i o l l e , P.: Histoire de la Littérature latine chrétienne, 2 vols., Paris, 1974.
L a t t e , K,: Rômische Religiongeschichte, Munich, 1960.
L e v i, M. A.: Historia de la filosofía romana, Buenos Aires, 1969.
M a r r o u , H. I.: Historia de ta educación en la antigüedad, Madrid, 1971.
M i c h e l , A.: Histoire des doctrines politiques à Rome, Paris, 1971.
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M is c h , G .: Geschichte der Autobiographie. I: Das Altertum, 2 vols,, Leipzig, 1949-1950.
R o s t a g n i , A.: Storia della letteratura latina, 3 vols., Turin, 1964.
S t a h l , W. H.: Roman Sciences, Madison, 1962.
S c a r b o r o u g h . J.: Roman Medicine, Londres, 1969.
S c h a n z , M.: H o s iu s , C .. y K a r i g h r , G .: Gcschitchtc der rômischen Literau, 5 v o ls., Munich,
1959.
W is s o w a , G .: Religion and Kultus der Romer, Munich, 1912.
W l o s o k , A.: Rômischer kaiserkult, Darmstadt, 1978.

Economía

C h a r l e s w o r t h , M. P .: Trade routes and commerce o f the roman Empire, Cambridge, 1974.


P a p a s o g l i , G.: L ’agricultura degli etnisci e dei Romani, Roma, 1942.
R o s t o v t z e f f , M.: Historia social y económica del imperio romano, Madrid, 1973.
R o s t o v t z e f f , M.: Città caravaniere, Bari, 1934.
R o u g é , J.: Recherches sur l’organsation du commerce maritime en Mediteranée sous l’Empire
romain, París, 1966.
T e n n e y F r a n k y otros: An Economic survey o f ancient Rome, 5 vols., Baltomore, 1927 (con
sucesivas reediciones).

Atlas y estudios de geografía y cronología

B e n g ts o n , H.: Grosser historischer Weltatlas 1: Vorgeschichte und altertum, 2 vols., Munich, 1963.
C u n t z , O. y S c h n e t z , J.: Itineraria romana, I-II, Leipzig, 1929-1940.
G i n z e l , F. Κ.: handbluch der Chronologie, 3 vols., Leipzig, 1906-1914.
G r u m e l , V.: La Chronologie, Paris, 1958.
K r o m a y e r , J. y v a n K a m p e n , A.: A tlas Antiquus, 1920.
K u b i t s c h e k , W,: Grundriss der antiken Seitrechnung, Munich, 1926.
M i c h e l s , A. Κ.: The Calendar o f the Roman Republic, Princeton, 1967.
R o l d a n , J. M.: Itineraria hispana, Valladolid, 1975.
S a lm o n , P.: Populaion et dépopulation dans l’Empire romain, Bruselas, 1974.
B IB LIO G R A FIA GENERAL XXXI

S c h u l t e n , A.: Geografía y Etnología antiguas de la Península Ibérica, Madrid, 1959.


S h e p h e r d , W.: H istorical allas, Nueva York, 1964.
su e r, H. E. y otros: Wetermanns atlas zur Weltgeschichte, Munich, 1965.
T h o z e r , H. F.: A H istory o f ancient Geography, Nueva York, 1964.

IV. REVISTAS

Emerita, Madrid, 1932 y ss.


Hispania Antiqua, Valladolid, 1971 y ss.
Archivo Español de Arqueología, Madrid, 1940 y ss. (Editado anteriormente con el título de:
Archivo español de A rte y Arqueología.)
Numisma, Madrid, 1952 y ss.
O Arqueólogo Portugués, Lisboa 1859 y ss.
Numus, Lisboa, 1950 y ss.
Athenaeum, Pavía, 1933.
La Farola del Passato, Ñapóles, 1946.
Rivísta di Arqueología Cristiana, Roma, 1924 y ss.
Revue des Etudes Anciennes, Burdeos, 1899 y ss.
Revue de Γetudes latines, París, 1923 y ss.
Revue historique, París, 1876 y ss.
Jura, Ñapóles. 1950 y ss.
Revue Archéologique, París, 1930.
Revue Numismatique, París, 1936 y ss.
Revue belge de philologie et d'histoire, Bruselas.
L ’Antiquité Classique, Lovaina, 1932 y ss.
Revue Internationale des droits de l’Antiquité, Bruselas, 1948 y ss.
Revue de Philologie, Littérature et Histoire Ancienne, Bruselas.
Latomus, Bruselas, 1937.
Historia, Wiesbaden, 1950 y ss.
Klio, Leipzig, 1901-1944; Berlin, 1958 y ss.
Hermes, Leipzig, 1866-1943; Wiesbaden, 1950.
Bonner Jahrbiicher, Bonn, 1800 y ss.
Jahrbuch fu r N um ism atick und Geldfeschichte, Munich, 1949 y ss.
Numismatische Zeitschrift, Viena, 1869 y ss.
Gnomn, Berlin, 1923-1943; Munich, 1949 y ss.
Vestnik Drevnej Istorii, Moscú 1937 y ss.
American Journal o f Philology, Baltimore, 1880.
American Journal o f Archaeology. Nortwood-Princeton, 1897 y ss.
Teh N um ism atick Chronicle, Londres, 1838 y ss.
Journal o f Roman Studies, Londres.

Compendios de bibliografía

M a ro u z e a u , J.: L ’Année Philologique, Paris, 1914-1981. (Completada para 1896-1914 por S.


L a m b r in o y continuada en la actualidad por J. E r n s t . )
M o n te n e g ro D u q u e , A. y M a n g a s , J.: Bibliografía de la España Romana, I, Vitoria, 1972.
M o n te n e g ro D u q u e , A.; G a r a b i t o , T ., y S o l o v e r a , E .: Bibliografía de la España Romana, II,
Vitoria, 1973.
C r e s p o , S. y S a g r e d o , L .: Bibliografía de la España Romana, III, Valladolid, 1976.
CAPITULO 1

ITALIA, LOS E T R U S C O S Y R O M A
H A S T A EL FINAL DE LA M O N A R Q U I A (509 a. de C.)

Federico Lara Peinado

I. LOS PUEBLO S DE LA ITA LIA P R IM IT IV A

1. P oblaciones p reh istó ricas italianas

La península itálica, la central de las tres europeas que se internan en el


Mediterráneo, bañada por los mares Adriático al este, Jónico al sur y Tirreno
al oeste, recorrida por la cordillera de los Apeninos y por los ríos Po, Arno y
Tiber, además de otros secundarios, y separada del resto de Europa por los
Alpes, ejerció ya desde tiempos remotos una gran atracción, dada la facilidad
de sus accesos por tierra y por mar, por sus riquezas naturales en pastos,
bosques y minerales, su agradable clima y la feracidad de sus tierras.
Próximas a la península, las islas de Córcega, Cerdeña y Sicilia —sobre todo
ésta— entraron en pronta conexión con la historia de la Italia antigua.
Habitada la península ya en época paleolítica, será con el Neolítico
cuando se hallen poblaciones perfectamente evolucionadas: armas, herramien­
tas, cerámica, domesticación de animales; habitaban en cavernas, chozas y
aun fosos, y que reciben tempranamente influencias orientales; pues, con
seguridad, Sicilia es visitada por gentes prehelénicas.
Una nueva sociedad (hacia 2400-1900) que utiliza el cobre y practica la
agricultura, representada especialmente por las estaciones de Remedello,
Rinaldone y Gaudo, hace su aparición. Junto a ella, pero en la zona alpina
meridional, surgen diferentes aldeas palafíticas —Peschiera sea tal vez la más
significativa— que perduran incluso hasta la Edad del Hierro.
En la Edad del Bronce (hacia 1800) la civilización llamada de las
«terramaras», asentada en el valle del Po, y muy próximas en su estructura a
los palafitos, pero al parecer sin evolucionar de ellos, ya que responden a
necesidades muy concretas de esta zona, tendrán una gran personalidad,no
tanto por su forma de vida básicamente agrícola, cuanto por sus típicos
objetos: fibulas, armas de bronce, cerámicas oscuras y bruñidas. La misma
influiría en la civilización «apenínica», de estructura pastoril seminómada,
con ritos funerarios de inhumación, y que ha proporcionado abundantes
cerámicas negras y objetos de bronce.
Tras ellas, hacia el final del segundo milenio (hacia 1200) la aparición del
hierro aporta nuevas consecuencias; por ejemplo, la presencia de la cultura de
los «campos de urnas». En esta Edad del Hierro sobresalen amplios grupos
culturales de gran importancia: el de «Golasecca», en Lombardia, y el
«atestino», en el Véneto, que mantienen contactos con la cultura de los
2 IT ALIA, LOS ETRUSCOS Y R O M A

campos de urnas centroeuropeos, así como el «villanoviano», que tiene


particular esplendor en la zona de Bolonia, donde se descubrió la estación que
le da nombre y que tuvo varias fases culturales: Savena-San Vitale, Benacci I y
II, Arnoaldi y luego Certosa. Ya con estructuras etruscas, alcanzaron más de
400 años de vida (entre 950-525). La cultura «villanoviana» se compone de
una floreciente cultura incineradora que evoluciona hacia la inhumación, con
cerámicas decoradas en vasos bicónicos, brazaletes, «navajas» de media luna y
bronces (situlas), como elementos más característicos y que alcanzó un amplio
espacio territorial (Etruria, Lacio, hallazgos incluso en Cumas). Otras cultu­
ras regionales de este momento son favorecidas por particularismos geográfi­
cos. Como la siciliana (sículos de Orsi); la toscana de Vetulonia, Bisenzo y
Corneto; la de Pulla en el Adriático; la lacial en torno a lo que sería Roma y
sus aledaños; la campania (Campania, va,lle del Sarno, Calabria) y otras
menos significativas, pero todas ellas con elementos materiales muy semejan­
tes.
Más tarde surge la cultura etrusca con una floreciente civilización y junto
a ella la de los pueblos italiotas, divididos en dos grandes troncos, los
umbrosa bélicos, en zonas del norte y del sur, y los latinos, en el valle inferior
del Tiber.
También tribus ilíricas —yápigos sobre todo— penetrarán por la zona
adriática, al tiempo que en la otra costa italiana, la tirrénica, continúa el
desarrollo de la cultura de las «tumbas de fosa» del grupo campanio.
Finalmente, inmigrados griegos (siglo vm) ocuparon la franja sur de la
península y diferentes puntos de Sicilia y poco después (siglo vi) las tribus
celtas hacen su aparición en el valle del P o.
El mapa étnico de la antigua Italia aparece muy complejo, con una serie
de pueblos sin cohesión: ligures, sobre el golfo de Génova y Alpes meridiona­
les, que englobaban a los frimiates, veiturios, ingaunos y otros grupos; retios
en los valles del Trentino y del Adigio; vénetos en el Po; etruscos en Toscana;
umbrosabélicos, oscos y latinos en el Apenino central; picentinos, vestinos,
marrucinos, frentanos, marsos y pelignos en las costas adriáticas y centro de
la península; volscos y ausones en las costas tirrénicas y en el interior; al sur,
samnitas y lucanos; bruzzios en Calabria; yápigos, divididos en tres tribus, en
el sudeste, y sicanos, sículos y elimeos en Sicilia.
Respecto de las lenguas habladas por este conglomerado de pueblos
prerromanos —Roma más tarde impondrá la unidad territorial y lingüística—
conocemos diferentes idiomas pertenecientes a la familia indoeuropea y otros
correspondientes a otros idiomas. Gracias al estudio de multitud de filólogos
(D evoto , E r n o u t , L ejeune , A ltheim , P alm er , P isa n i , K retschmer , entre
otros) se puede hablar, en la Italia anterior a Roma, de determinadas lenguas
del grupo indoeuropeo, como son el falisco, el véneto, el umbro —en el cual
tienen capital importancia las Tabulae Eugubinae—, el oseo y el latín, con dos
variantes (el de Preneste y el de Roma) y una serie de dialectos (volseo,
piceno, marso, sículo, etc.) y otras lenguas no pertenecientes a este grupo
indoeuropeo, como el ligur, el yápigo, el etrusco, el rético —muy afín al
etrusco— y el idioma de las inscripciones de Val Camónica.
La presencia de este complejo de pueblos, junto con la variedad de sus
lenguajes, ponen en evidencia las grandes dificultades que se plantean a la
hora de abordar el estudio de la etapa prerromana de Italia.
LOS PUEBLOS DE LA ITA LIA P R IM IT IV A 3

2. Pueblos co lo n izad o res en Ita lia


Determinadas fuentes clásicas, así como algunas tradiciones locales, sitúan
la presencia de pueblos colonizadores en Italia en épocas remotas. La
Arqueología ha venido a confirmar que los cretenses, hacia finales del siglo
XVII —y más tarde los micénicos—, llegaron no sólo a las costas italianas, sino
también a su interior en busca de metales y otros productos, dejando al
propio tiempo suficientes elementos civilizadores que originaron formas de
vida locales más evolucionadas.
La zona sur de la península, la costa occidental de Sicilia e islas Lípari
fueron focos de gran atracción. Sin embargo, hacia el 1200 se pierde
prácticamente esta actividad comercial que no se volverá a reanudar hasta
finales del siglo ix. En poco más de dos siglos los griegos en su gran etapa
colonizadora occidental conquistarán amplias zonas de Sicilia e Italia del sur,
rechazando hacia el interior a las poblaciones autóctonas indígenas. Los
estudios de D u n b a b in , B ernabo B r ea , H olm , B ér a r d , T aylor , V an C om -
pernolle y B o a r d m a n , por citar unos cuantos autores, ponen en sus exactos
términos los estados de la cuestión de esta presencia griega en Italia.
Por lo que respecta a los fenicios, su problemática, relacionada con el ámbito
itálico ha sido estudiada, entre otros, por B arreca , C ecch ini , M oscati,
G uzzo y H a r d e n . Aunque tuvieron contactos eminentemente comerciales
con Italia, anteriores incluso a los griegos de la gran etapa colonizadora,
tenemos, desgraciadamente (con la excepción de Sicilia y otras islas) escasos
testimonios literarios o arqueológicos de la presencia fenicia en la península
italiana.
a) Fenicios en Italia. Si hemos de creer a Tucídides, los fenicios tuvie­
ron diferentes establecimientos en Sicilia e islotes circunvecinos anteriores
incluso a la llegada de los griegos a Italia.
Parece ser que al hundirse la actividad comercial micénica, el vacío
económico dejado por estos griegos en ámbitos itálicos, fue ocupado por los
fenicios, cuya presencia se detecta de manera poderosa en las costas africanas
(Lixus, Utica) y aun de la península Ibérica (Gades) ya desde el siglo xn a. de
C.
Siglos más tarde, Cartago, fundada en el 814, aglutinará la resurrección
del semitismo, oscurecido por serios problemas sufridos en las metrópolis
fenicias, y a su entorno logrará reforzar y acrecentar espectacularmente el
poderío de las colonias fenicias y de las que la propia Cartago va fundando
sistemáticamente.
La actividad fenicia en Sicilia se limitó, en líneas generales, a transacciones
comerciales con los sículos, prontamente alteradas por la presencia de colonos
griegos. Estos obligan a los fenicios a retirarse a puntos más occidentales de la
isla; se concentran finalmente en tres enclaves: Motya, Solus y Panormo
(Palermo), desde donde, aparte de controlar la zona y comerciar con los
elimeos,podían conectar rápidamente, vía marítima, con Cartago.
Frente a lo que señalan las fuentes escritas, la Arqueología no detecta en
Sicilia estratos fenicios anteriores al siglo vm, por lo que lo más correcto y que
históricamente se puede aceptar, es sostener que tras unos esporádicos
contactos comerciales entre fenicios y nativos de Sicilia (Motya), Cerdeña y
otros puntos de Italia (costas de Etruria y del Lacio), serían los cartagineses
quienes establecerían desde Cartago los primeros enclaves comerciales de
manera estable.
4 IT ALIA, LOS ETRUSCOS Y R O M A

F ig . 3. Colonias griegas de Sicilia.

Restos arqueológicos, documentos epigráficos y diferentes topónimos


confirman la presencia fenicia en Italia, cuya influencia sobre Etruria y Roma
(y no entramos en considerandos de tipo político ni militar de los púnicos con
las potencias itálicas) iba a ser eminentemente de carácter práctico (adminis­
tración, religión, técnicas) y comercial (quincallas, manufacturas, objetos de
lujo orientales).
b) Griegos en Italia y Sicilia. La iniciativa colonizadora griega en zonas
itálicas se debió a los calcidios y eretrios de la isla de Eubea, quienes a través
del estrecho de Mesina muy pronto descubrieron la rica zona de la Campania,
en donde se asentaron en el siglo vin a. de C.
Tras recalar en los islotes de las Pitecusas (Ischia y Prócida), a don
llegan hacia el 775, pasaron luego a Cumas (hacia 750), ya en tierra firme y
primera de las fundaciones griegas, según E s t r a b ó n , punto desde el cual iban
a hacer llegar a etruscos e itálicos numerosísimos elementos griegos.
Su fundación hay que buscarla en razones económicas, entre ellas la
obtención de las riquezas mineras de Etruria y de la isla de Elba, la creación
de nuevos mercados y la apertura de rutas comerciales. Como dice H k u r g o n ,
no se explicaría que sus fundadores —los calcidios— buscaran a tal distancia
de su metrópoli griega, dejando a un lado las ricas llanuras de lo que luego
sería la Magna Grecia, el país donde volcar el excedente de su población.
Desde este punto colonial fundan nuevos enclaves para controlar las
costas itálicas (Nápoles, Dicearquía) así como para obtener gran cantidad de
materias y productos (pesca, trigo, oro).
Por otra parte, un gran conjunto de griegos de variadas procedencias —
locrios, aqueos, focidios, etolios, mesenios— se desplazaron también ya desde
LOS PUEBLOS DE LA ITALIA P R IM IT IV A 5

F ig . 4. Colonias griegas de Italia Meridional,

el siglo vin, pero eludiendo la zona de Mesina, hacia el golfo de Tarento en


búsqueda de nuevas rutas terrestres entre los mares Jónico y Tirreno, así
como de tierras fértiles para alimentar a gran contingente de colonos,
desplazados de sus metrópolis de origen por causas económicas sociales y
políticas.
Alrededor del año 720 los aqueos inician la colonización de esta zona,
fundando primero Síbaris y poco después Crotona, colonias que a su vez
originaron otros enclaves: Metaponto, también en el golfo de Tarento, y
Posidonia, en Lucania, obra de Síbaris; Crotona por su parte creó Caulonia.
En el 706 los espartanos fundan Tarento, enclave de gran vitalidad económi­
ca, que a su vez fundaría Heraclea. Entre el 680 y el 670 los jonios de Colofón
levantan Siris, pronto desaparecida, y casi coetáneamente a ella los locrios
fundan Locres Epicefiria, colonia que logrará volcarse hacia la vertiente
tirrena colonizando Metauro, Medma e Hiponio.
Mucho tiempo después, hacia los años 580-570 van surgiendo en las costas
itálicas del mar Adriático otras fundaciones griegas (Epidamno, Apolonia,
Adria, Spina), en las que fueron protagonistas fundamentalmente Corcira y
Corinto, atraídas por las ricas tierras cerealísticas del valle del Po y por las
posibilidades comerciales con los etruscos y con los pueblos de las rutas del
norte.
En el sur de Italia, en la zona de Lucania, los foceos fundan el pequeño
enclave de Velia (535) que no alcanzó relevancia especial.
También la isla de Sicilia contó con la presencia de los griegos, los cuales
se establecieron en su costa a partir de finales del siglo v i i i , buscando enclaves
agrícolas y puntos estratégicos para controlar la ruta del estrecho de Mesina,
enfrentándose a sicanos, sículos y fenicios.
6 ITALIA, LOS ETRUSCOS Y R O M A

Los calcidios fundan Naxos (734), colonia que no tuvo apenas importan­
cia económica, pero que sirvió de base para la fundación de otras dos
(Leontinos y Catania), en ricas zonas trigueras. Por estas mismas fechas
fundan los calcidios Zancle, en Sicilia, y Rhegión, en Italia, a fin de controlar
desde estos dos puntos el tráfico comercial del estrecho. Desde Zancle
fundarán poco tiempo después, y en la zona norte, Mylae (716) e Himera
(649), avanzadilla calcidia en esta zona.
El dominio del estrecho y de la franja costera norteña tuvo como
consecuencia que los calcidios establecieran un gran imperio comercial,
marítimo y territorial, desplazando así del mar Tirreno a los productos
corintios, al tiempo que se erigían en los verdaderos intermediarios económi­
cos de los productos griegos en Etruria.
Por su parte los griegos de Megara fundan en Sicilia, Megara Hiblea (750),
que a su vez originaría Selinunte en la costa suroeste de la isla, ciudad que ha
proporcionado los mejores ejemplares del arte colonial griego de Sicilia. En el
734, Corinto funda Siracusa, llegando a ser la más rica de las ciudades griegas
de la isla, asentada en un formidable puerto. En la costa sur, los rodios y
cretenses fundaron Gela (688); los siracusanos, Acre, Casmene y Camarina, y
los de Gela, a su vez, Acragante.
Por estas fechas (580-570) los rodios y cnidios, que habían fracasado frente
a los fenicios al intentar establecerse en la parte occidental de Sicilia,
colonizaron las islas Lípari.
Las consecuencias del impacto colonizador griego sobre Italia, Sicilia y la
Magna Grecia motivaron que los pueblos de la península itálica se iniciaran
muy prontamente en la gran cultura mediterránea.
Entre los siglos viii y vi, los griegos irán ocupando amplios espacios
territoriales, cuya posesión supuso —y lo confirma la Arqueología y las
fuentes escritas—, en la mayoría de los casos, enfrentamientos con los nativos,
esclavización de las poblaciones autóctonas o el rechazo hacia las zonas
montañosas del interior e imposición de nuevas formas de vida.
Aunque hubo diferencias entre la colonización de Sicilia y de la Magna
Grecia, los resultados fueron similares: helenización inmediata y progresiva, a
deducir por la evolución de las culturas protohistóricas locales contaminadas
por formas culturales griegas.
Las nuevas formas helénicas occidentales, sobre todo culturales, religiosas
y técnicas, resultantes del contacto griego con lo puramente autóctono, se
abrieron rápido camino hacia Italia central, influyendo hondamente en
Etruria (que originarían la llamada «fase orientalizante») y, sobre todo, en
Roma. Merecen especial atención la introducción y difusión del alfabeto, la
aceptación de determinadas divinidades y formas religiosas, la asimilación de
nuevas técnicas y la adquisición de diferentes productos manufacturados
(cerámicas, bronces, tejidos).

II. LA C IV IL IZ A C IO N E TR U S C A

El primer capítulo con personalidad propia de la Historia de la península


itálica lo abren los etruscos (llamados por los griegos tyrrhenoi y por los
latinos tusci o etrusci), los cuales presentan serios problemas y no pocas
lagunas de conocimiento histórico.
LA C IV ILIZAC IO N ETRUSCA 7

Pueblo ubicado en la Italia centrál, entre los ríos Arno y Tiber y la costa
tirrénica, se halló constituido históricamente ya en el siglo vm a. de C.,
alcanzando una civilización mucho más evolucionada que la de los pueblos
itálicos.

1. Las fu e n te s

Las fuentes para el estudio de los etruscos, ante la problemática de su lengua


y textos, se reducen a publicaciones de tipo arqueológico y artístico, a diferentes
repertorios epigráficos (por ejemplo, el Corpus Inscriptionum Etruscarum, ini­
ciado por C. P auli en 1893, y todavía en curso de publicación, o los Testimonia
Linguae Etruscae, de M. P allottino ) y a una gran abundantísima bibliografía
que prácticamente abarca todas las facetas de la vida de este pueblo, sobre el
que, por supuesto, todavía no se ha dicho la última palabra.
La Etruscología fue ya cultivada en época romana (el emperador Claudio
llegó a escribir una obra en 20 libros —lamentablemente perdida— sobre
antigüedades e historia etrusca, titulada Tyrrenika), pero pronto dejó de
interesar su estudio. Tras quince siglos de silencio se reanudan las investiga­
ciones sobre los etruscos, con una obra del dominico A nnio d e V iterbo ,
publicada en 1498. En el siglo xvn, el escocés T homas D empster editó su De
Etruria regali libri VII, que abrió paso a numerosos trabajos. El siglo pasado
conoció una gran floración de estudiosos del tema etrusco (F réret , N iebh u r ,
W in c k elm a n n , D es V ergers , M ommsen , M a r t h a , C a n in ia , etc.)que han
tenido continuadores en el presente. Las escuelas italiana, francesa y alemana,
con investigadores de primera fila, están llevando a término una gran
actividad en el terreno de la Etruscología, enfocando sus estudios bajo nuevos
presupuestos metodológicos.

2. Teorías sobre el origen de los etruscos

El primer problema a considerar es el de su origen o procedencia. Dicho


problema, muy debatido, se. halla todavía sin solución adecuada, pero ya se
vislumbran puntos bastante sólidos sobre los que se deberá fundamentar la
solución definitiva, basada en un nuevo y más correcto planteamiento del
problema.
Tres han sido las teorías que nos ha transmitido la Antigüedad sobre ios
orígenes de los etruscos a las que algunos autores modernos han añadido una
cuarta tesis que trata de conjugar contrapuestas versiones tradicionales.
a) Teoría oriental. Es la más divulgada y la que ha contado con mayor
aceptación (D u c a t i , B lo c h , P ig a n io l , Bér a r d , H encicen ). El dato más
preciso lo da H eródoto al narrarnos la emigración de los lidios. Según este
autor, a causa de una gran carestía, los lidios hubieron de emigrar por vía
marítima en el siglo xiii a. de C. hacia las costas occidentales de Italia al
mando de Tyrrhenos —de quien tomaron su nombre—, hijo del rey Atys de
Lidia. Otro autor, H elánico de L esbos, contemporáneo de H eródoto , sostuvo
también esta tradición, aun cuando identificó a los tirrenos con los pelasgos
(una población antigua de Grecia) como un solo pueblo. A ntíclides habla de
una inmigración de Tyrrhenos con los pelasgos, los cuales, tras haber
8 IT ALIA, LOS ETRUSCOS Y R O M A

colonizado Lemnos e Imbros, habían pasado a Italia. A partir de estos


autores la historiografía griega y romana siguió esta opinión, aceptando
plenamente el origen oriental de los etruscos o tirrenos.
Esta teoría cuenta a su favor con numerosos argumentos, que creemos
sólidos: la práctica de la inhumación de los cadáveres, costumbre claramente
orientalizante, frente a la tradicional forma de incineración de los villanovia-
nos (antecedente o núcleo básico sobre el que se posan, potencian o evolucio­
nan los etruscos); concordancias lingüísticas entre el etrusco y la lengua de
una estela funeraria localizada en la isla de Lemnos (Kaminia); la posible
equivalencia entre los tirrenos y los tursha ( trs.w) de las fuentes egipcias, uno
de los «pueblos del mar» que intentaron penetrar en Egipto en el siglo xm a.
de C., durante los reinados de Mernephtah y Ramsés III.
b) Teoría septentrional. A partir del nombre rasenna, que los etruscos
se daba a sí mismos, y a una errónea lectura que diferentes autores de los
siglos xviii y xix (F réret , N ie b u h r , M üller , K retschmer ) hicieron de un
pasaje de Tito Livio sobre el supuesto parentesco entre los rasenna y los retios
alpinos, y en la identificación de los etruscos con los incineradores del
noroeste derivados del círculo cultural de las «terramaras» y palafitos del
norte itálico, sostuvieron que los etruscos eran originarios del norte de
Europa.
Esta teoría cuenta en su apoyo con el supuesto carácter septentrional de
los incineradores de la cultura de las «terramaras», de la cual se derivó la
«villanoviana» y, a su vez, la etrusca. También en el terreno lingüístico se
argumenta que los etruscos provendrían del grupo retio-tirrénico o retio-
pelásgico, extendido desde la zona Balcanes-Danubio hasta Grecia e Italia.
c) Teoría de la autoctonía. A pesar de la unanimidad de los clásicos en
hacer a los etruscos originarios de Lidia, D ionisio de H alicarnaso , tras
argumentar contra la tesis tradicional, sostuvo la autoctonía de los etruscos
(los rasenna), basándose en que un determinado autor, X anthos de L id ia ,
ignoraba la emigración de los lidios, hecho que si se hubiese producido,
forzosamente hubiera debido quedar recogido, dada su importancia en las
fuentes. Tal teoría, que no puede enfrentarse a algunas objeciones arqueológi­
cas y culturales, aceptada por algunos autores modernos, cuenta con posicio­
nes moderadas (A ltheim , Pallottino ) y radicales (M eyer , D evoto ) que
descansan en elaboradas interpretaciones arqueológicas y lingüísticas. Ar­
queológicamente a los inhumadores eneolíticos se les habrían superpuesto los
itálicos incineradores (villanovianos), pero gracias a los influjos orientalizan-
tes se habría originado la cultura etrusca que seguiría practicando la inhuma­
ción. Lingüísticamente (T rombetti) el pueblo etrusco sería el residuo de un
antiguo sustrato preitálico, especie de isla étnico-lingüística que habría podido
hacer frente a la lengua indoeuropea.
d) Nuevos enfoques sobre el origen de los etruscos. Con el fin de buscar
soluciones al problema, no han faltado autores (M ühlestein ) que han llegado
a mantener posturas eclécticas, argumentando un doble origen de proceden­
cia. Habría habido una primera oleada etrusca proveniente del centro y norte
de Europa, a través de los Alpes o del Adriático, y otra posterior, por mar,
desde el Asia Menor.
Excepto esta moderna teoría, totalmente artificial y forzada, las tres
primeras, combinando adecuadamente los elementos conocidos, pueden ser
aceptadas, pero todas ellas dejan algo por explicar. Según los actuales
LA C IV ILIZAC IO N ETRUSCA 9

enfoques, el problema del origen de los etruscos tiende a dejarse de plantear


bajo presupuestos geográficos. Se busca el concepto de lo etrusco, pueblo que
tuvo un gran esplendor entre los siglos viii- vii a. de C., con lengua y
costumbres propias y que para su formación hubieron de contribuir variados
elementos étnicos, lingüísticos, políticos y culturales a través de un largo
proceso. Como dice P allottino , se podrá discutir el origen de esos elemen­
tos, pero para su comprensión el planteamiento debe partir de la «formación»
de lo etrusco y no de la Geografía o punto de origen. Y esta formación y
posterior desarrollo cultural se produjo en Etruria, en suelo itálico y no en
otros lugares.
Bajo este nuevo enfoque, totalmente original, no debe olvidarse que se
halla latente la teoría de la autoctonía itálica del pueblo etrusco, aunque sea
en un sentido relativo. No obstante, debemos decir que en la cultura etrusca
son evidentes gran profusión de elementos orientales que se hallan en la
onomástica, lengua, arte, religión y costumbres. Parte de la investigación
histórica está de acuerdo en sostener que el Mediterráneo occidental a fines
del II milenio no fue un mar aislado y, en consecuencia, las costas itálicas
hubieron de ser visitadas por pueblos orientales, que conmocionados por las
inmigraciones indoeuropeas y subsiguientes trastornos, hubieron de lanzarse a
la búsqueda de nuevas tierras. Con esta interpretación —refrendada por la
tradición histórica— tiene sentido la frase de Séneca al señalar que Asia
reclamaba a los etruscos como suyos.

3. La expansión etrusca por Ita lia

Hacia el 1100-1000 a. de C. (en el siglo xm, según H eródoto ), el arribo a


Etruria de gentes de superior cultura, procedentes del Mediterráneo oriental,
en una o varias oleadas, al contactar con las poblaciones nativas que
evolucionaban hacia la Edad del Hierro, dio como resultado una entidad
político-cultural totalmente diferente de la que constituían por separado sus
componentes. Esta nueva entidad, que no supuso disociación de lo anterior,
formada en Italia, fue la del pueblo etrusco, que tras alcanzar enorme poderío
inició su expansión imperialista por tierras y por mar. T ito L ivio y C atón nos
recuerdan la pujanza y el poder que tuvieron hasta el extremo de llegar a
dominar prácticamente toda la península itálica.
Desde su núcleo primitivo, donde se gestó lo específicamente etrusco,
comprendido entre la faja costera tirrénica, el Arno y el Tiber, los etruscos,
políticamente organizados en una federación de doce ciudades —se desconoce
la capital federal de esta zona— inician su expansión territorial en las
direcciones sur y norte, hecho incuestionable corroborado por numerosos
testimonios arqueológicos y epigráficos. Aun cuando las fuentes escritas no
nos han transmitido este proceso de etrusquización de Italia se pueden
rastrear sus diferentes pasos. Quedaron al margen de estas conquistas, por
diversas causas, en la zona occidental parte de Lombardia, el Piamonte y la
Liguria; por el Este, la zona del Véneto y gran parte de la mitad oriental
peninsular, así como la totalidad de la zona sureña, que estaba bajo el
dominio de las colonias griegas.
La expansión etrusca hacia el sur que se inicia a finales del siglo vni fue
dirigida, tras conquistar el Lacio, a la posesión de las ricas llanuras de la
Campania, zona en la que entran en fricción con las colonias griegas. Fundan
aquí diferentes ciudades (Acerra, Nola, Velaia, Pompeya) que se agrupan, al
10 IT ALIA, LOS ETRUSCOS Y R O M A

igual que en el territorio central, en una dodecarquia, con capital en Capua.


La expansión por esta zona quedó detenida a finales del siglo vi a consecuencia
del choque de etruscos y otros pueblos itálicos con la ciudad de Cumas, cuyo
jefe griego, Aristodemo, los puede rechazar victoriosamente. Años más tarde,
los etruscos pierden totalmente este amplio territorio a causa de la fuerte
expansión de los samnitas p>or esta zona (423).
Hacia el norte la expansión etrusca se inicia en el siglo vi, llegándose a la
llanura del Po y a las costas adriáticas. También se realizan fundaciones de
ciudades (Felsina, Mantua, Melpum, Rávena) que se coaligan en otra liga
dodecárquica; pero esta expansión queda detenida definitivamente por la
reacción de vénetos y ligmes. Más tarde, ante la invasión de los galos (396) —
que poco después se presentarían en la propia Roma— y otras hordas célticas
(insubios, boyos, cenómanos, sénones, lingones) los etruscos deberán abando­
nar estos riquísimos territorios.
Con la anexión al territorio central primitivo, salpicado de importantes
ciudades (Veyes, Tarquinia, Volsinii, Populonia, Vetulonia, Arretium, Vulci,
Caere, Perugia, etc.) de estas dos «provincias» o dodecarquías —la Campania
y la «Galia cisalpina»— puede hablarse, por la serie de inmensos recursos que
penetran en Etruria, de un verdadero imperio.
Junto a esta amplicación de territorios, los etruscos, gracias a sus conoci­
mientos marítimos, dominaron el Mediterráneo occidental, con audaces
incursiones no sólo por estas zonas, sino incluso hacia el oriente (robo de la
estatua de Hera en la isla de Samos, saqueo de Atenas, rapto de mujeres en
Braurón). Se está de acuerdo con la tradición en reconocer la importancia que
tuvo la talasocracia tirrena, hablándose de una colonización etrusca de
Córcega, Cerdeña, Baleares y costas española e incluso de determinadas islas
atlánticas, que la Arqueología —aparte de las fuentes— va confirmando
plenamente.
Dada su superioridad marítima (inventaron los rostra navales, el áncora,
dieron nombres a los mares Adriático y Tirreno, acciones piráticas, comercio
marítimo a gran escala) que les habían llevado a ser aliados de los cartagineses
para luchar contra el enemigo común, los griegos, no nos es de extrañar que
fuesen en este campo los maestros de los romanos.
En el desarrollo histórico de Etruria se pueden considerar los siguientes
períodos. Uno de formación, desarrollo y apogeo, comprendido entre Ios-
siglos X y vi, en el que destacan la gestación del imperio, la expansión
territorial y marítima que acabamos de examinar, diferentes pactos con los
cartagineses (las láminas de oro de Pyrgi, con textos religiosos, serían un fiel
reflejo de esta alianzas) y luchas contra los focenses (batalla de Alalia en 540).
Otro segundo período, con síntomas de debilitamiento y de decadencia, que
abarcó el final del siglo vi y todo el v, significado por la expulsión de los
Tarquinios de Roma en el 509, por el debilitamiento marítimo (derrota etrusca
en el 474 ante Cumas) y por la invasión de grupos celtas en Italia del norte y
central; y finalmente, otro tercero, ya de absoluta decadencia, en el siglo iv e
inicios del m, en que Roma inicia sucesivamente la conquista de diferentes
ciudades etruscas (Veyes en 396, Sutri en 395, Caere en 351, Tarquinia en 308,
etc.) e incorpora a sus estructuras políticas el antiguo imperio etrusco. Con
ello se pone fin a la Etruria independiente y se da paso a la Etruria romana.
LA C IV ILIZAC IO N ETRUSCA 11

4. In s titu c io n e s , sociedad y e c o n o m ía

La célula política etrusca era la ciudad (spur) y su entorno territorial, a


semejanza de las poleis griegas. Se agruparon, sin perder su autonomía y con
tines básicamente religiosos y económicos, en ligas o confederaciones de doce
ciudades (duodecim populi Etruriae) que en época de dominio romano
pasaron a quince, imitando la confederación jónica de Mileto. Conocemos
tres de esas ligas: las de Etruria, Campania y valle del Po, cuyos representan­
tes anualmente se reunían en el santuario nacional etrusco, situado cerca de la
actual Bolsena, el fanum Voltumnae, para discutir temas de alta política, de
economía o de religión y elegir el jefe anual absoluto investido de la máxima
autoridad religiosa.
Al frente de cada ciudad se hallaba un rey ( lucumón), pero excepto los
atributos de su realeza (corona, cetro, toga palmata, sella curulis, aurea bulla y
fasces) y su jefatura en el ejército, religión y poderes judiciales, se desconocen
prácticamente muchos aspectos de todo el mecanismo monárquico etrusco.
Tras unas dictaduras militaristas el régimen político de las ciudades evolucio­
nó en el siglo vi hacia repúblicas oligárquicas con su senado, magistraturas
colegiadas y asambleas populares.
Entre los cargos administrativos e institucionales conocidos, la documen­
tación epigráfica nos habla del zilath, especie de pretor romano; el purthe,
cargo acaso equivalente al prítano griego; el camthi, magistratura todavía no
definida; el macstereuc o jefe de la milicia, próximo al magister romano; y el
maru, con toda probabilidad una especie de edil romano con connotaciones
religiosas.
La organización social etrusca era gentilicia, a deducir de su sistema
onomástico, formado por cinco componentes (praenomen, gentilicio, patroní­
mico, matronímico y cognomen), conociéndose por la Epigrafía numerosas de
esta familias o gentes. Según se puede concluir de los restos arqueológicos las
gentes se hallaban divididas por su fortuna y status personal en clases sociales,
en las que se dibujaban con todo detalle patricios y plebeyos y una gran masa
de esclavos (lethi), libertos (lautni), clientes (eteri) y extranjeros. Los
esclavos, procedentes fundamentalmente de los prisioneros de guerra y de la
población autóctona umbra, fueron empleados en la agricultura y en los
servicios domésticos, según testimonian las pinturas murales. Pero deducir la
situación exacta de toda la masa de la población y analizar sus características
escapa hoy por hoy a los investigadores, aun cuando algunos hechos aislados,
transmitidos por la tradición histórica —revolución proletaria en Arretium y
Bolsena en el siglo iii— nos evidencian la real situación de esta masa de
desheredados.
La economía etrusca, conocida muy deficientemente, descansaba en la
explotación racional de la agricultura y la ganadería, a las cuales aplicaron,
para su mayor rendimiento, nuevas técnicas dados sus conocimientos hidráu­
licos, de agrimensura y zootécnicos. El trigo, el olivo, la vid y la madera eran
los productos básicos, mientras que la ganadería se especializaba en la cría y
selección de caballos y ovejas. Asimismo la riqueza minera (hierro, cobre y
aun estaño) de determinadas zonas (isla de Elba, Populonia, Vetulonia) fue
muy explotada, lo mismo que la actividad industrial, sobresaliendo en
trabajos de orfebrería, bronces, tejidos, cerámicas, cuero y alimentarios.
La actividad comercial, muchas veces pirática, y tanto la de importación
como la de exportación —sostenida con fenicios, cartagineses, griegos y
12 IT ALIA, LOS ETRUSCOS Y R O M A

celtas— contribuyó a la prosperidad económica de las ciudades etruscas,


algunas de las cuales se hallaban especializadas en determinados productos,
según se deduce de un pasaje de T ito L ivio , referido ya a una época tardía:
Caere, en productos alimentarios; Populonia, en hierro; Tarquinia, en telas
para velámenes; Volterra, en cordelería, pez y trigo; Arretium, en armas y
manufacturas variadas; Chiusi, Perugia y Ruselas, en granos y madera
(también en bronces). El área de dispersión de los productos etruscos (España,
Francia, Suiza, Alemania, Grecia, Mar Negro, Chipre, Siria) ponen de
manifiesto la gran expansión comercial de este pueblo, no estudiada todavía
en detalle.
La actividad económica funcionó en base a trueques de productos o
presupuestos piráticos, ya que la moneda en Etruria no fue muy utilizada. Se
pasó, en el siglo v, del aes rude, o trozos de bronce que se pesaban en cada
operación, al aes signatum, lingote en forma de barra o pan ornamentado con
motivos geométricos. También utilizaron monedas griegas, acuñadas desde el
siglo vu, para finalizar con moneda propia, en oro y plata, siguiendo patrones
euboicos y persas. A partir del siglo m todo este numerario desapareció de los
mercados absorbido por las emisiones romanas.

5. C iv iliza ció n

La civilización etrusca se debe estudiar en función de sus actividades


artísticas, religiosas, científicas y de su vida cotidiana. Tuvo muchísimos
rasgos originales, pero en gran medida quedaron difuminados ante la acusada
presencia de préstamos orientales y griegos.
a) Arte. Respecto a su actividad artística, sobre cuya personalidad y
calidad se ha discutido mucho, en el campo de la Arquitectura se deben
señalar la diversidad técnica utilizada y el empleo de variados materiales; sus
construcciones se caracterizan por el uso del arco, la bóveda y la falsa cúpula.
Sus ciudades se hallaban fortificadas con potentes murallas en las que se
abrían magníficas puertas monumentales (del «Arco», en Volterra; «Marzia»
y de «Augusto», en Perugia). La arquitectura funeraria evoluciona desde
simples pozos y túmulos —sobresalen por su magnificencia los de Caere
(Cerveteri) y Vulci— a estructuras tipo hipogeo, excavados en la roca y de
considerables dimensiones, que van estructurándose a modo de una vivienda
normal, articulada en varias estancias (hipogeo de los Volumnii, en Perugia;
tumba François, en Vulci).
El templo etrusco, descrito por Vitrubio, levantado sobre un podium con
un único acceso frontal, era casi tan largo como ancho, hallándose dividido
en tres cellae para cada una de las divinidades de la tríada, capillas a las que
se accedía desde un pórtico sostenido por columnas. De material perecedero
(ladrillo y madera decorados con estucos), excepto en sus cimientos, no nos
han llegado más que débiles restos de estos monumentos.
La escultura etrusca, que no utiliza el mármol como materia básica,
conoce en su evolución plástica tres fases: orientalizante, arcaica (la más
importante) y decadente. Aparte de los relieves en barro para los altares —de
Chiusi, por ejemplo—, las estelas —de Aules Feluskes— y los sarcófagos en
terracota policromada (algunos de indudables aciertos estéticos, como el de
los «esposos» de Cerveteri) la estatuaria tiene su mayor representante en
Vulca, artista oriundo de Veyes y. que trabajó en Roma en el siglo vi. Su obra
LA C IV ILIZAC IO N ETRUSCA 13

cumbre es el grupo de «Apolo y Hércules disputándose la cierva sagrada».


Aparte de toda la coroplastia etrusca debemos citar también unas pocas
esculturas en piedra, de indudable belleza (el «Centauro», el «Caballero
marino»). En bronce la plástica etrusca alcanzó su máxima expresión,
bastando enumerar conocidísimas obras, como la «Loba capitalina»; la
«Quimera» y la «Minerva», de Arezzo (la Arretium etrusca); el «Marte», de
Todi; «l’Arringatore» (el arengador), del Trasimeno, o el retrato de «Junio
Bruto», para hacerse idea de su gran calidad.
La pintura, tanto sobre cerámica y losas como sobre muros y sarcófagos,
destaca por su interés compositivo e histórico. Estilísticamente P a l l o t t in o ha
visto cuatro grandes ciclos: los primitivos, el estilo «severo», el de las
influencias clásicas y el helenístico, los cuales, dentro de su variedad estética,
recogen infinidad de manifestaciones para el estudio de la vida cotidiana
etrusca. Tumbas con ricas decoraciones murales han sido localizadas sobre
todo en Tarquinia (tumbas de los Toros, Augures, De la caza y de la pesca,
Bacantes, Triclinio, etc.), en Orvieto (Tumba de Golino), en Vulci (Tumba
François) y en otros muchos puntos del ámbito geográfico etrusco. Por su
importancia estética y singularidad debemos reseñar el magnífico «Sarcófago
de las Amazonas», ornado con bellísimas pinturas que constituyen la expre­
sión artística más elevada del mundo greco-itálico de la época clásica.
La cerámica está representada por recipientes de arcilla roja o negruzca
( impasto) o negra brillante (bucchero ñero), lisa ésta o con relieves y que, tras
rivalizar con la cerámica oriental, acabará por ceder ante la calidad de la
griega, a la que intentará imitar para recuperar mercados. Aparte de trabajar
formas típicamente griegas (skyphos, oenochoe, amphore) modelan piezas de
aspectos zoomórficos en las que se reflejan su gran originalidad creadora.
Típica producción de Chiusi fueron unos vasos canopes o urnas de arcilla
destinadas a guardar las cenizas del difunto y decoradas con rasgos antropo­
morfos (brazos, senos) y tapaderas en forma de cabeza.
En cuanto a las artes menores, señalamos la gran cantidad y calidad de los
marfiles (diosa de Marsiliana), bronces (candelabro de Cortona), espejos (de
Helena y Menelao), cistas (de Ficorini), situlas (Certosa); así como el
preciosismo y los conocimientos técnicos manifestados en la o rfe b re ría
(fíbulas, diademas, collares, anillos, brazaletes, pendientes, etc.).

b) Letras y música. Por lo que se refiere a las letras, aun cuando no nos
ha llegado ninguna manifestación literaria concreta, se sabe que tuvieron una
importante literatura religiosa, popular e histórica. V a r r ó n habla de las
Tuscae historiae y también de Volnio, autor etrusco de obras teatrales ya en
época tardía. Esta cita, junto al hallazgo de máscaras cómicas, nos testimo­
nian la existencia de obras destinadas a ser representadas.
Otra manifestación muy cultivada fue la de la música, que alcanzó gran
brillantez, a deducir de las pinturas murales de las tumbas, las cuales
reproducen gran variedad de instrumentos musicales (de cuerda, viento y
percusión) con los que acompañaban a los danzarines en sus festividades y
banquetes, himnos y plegarias religiosas.

c) Religión. La religión es una de las m an ifestaciones m ás con ocid as de


la vida etrusca. A u nq u e no está totalm ente resuelto su con ocim ien to, sí se está
en con d icio n es de delinear prácticam ente to d o su con ten id o, ritos y alcan ce.
L os etruscos, al decir de T it o L iv io y otros autores, fueron u n p ueblo muy
religioso, con creencias en diferentes p an teones de variado núm ero de divini-
14 IT ALIA, LOS ETRUSCOS Y R O M A

dades. A todos ellos tributaban un culto muy escrupuloso con rituales


formulistas.
Aparte de textos etruscos directamente relacionados con la religión (Liber
linteus, de Zagreb; teja, de Capua; «hígado», de Piacenza; lámina, de Maglia-
no, etc.) y otros indirectos proporcionados por autores latinos, sabemos que
en el siglo i se fijó por escrito la religión etrusca, transmitida hasta esa época
tardía por vía oral. Los libros sagrados, que constituyeron la etrusca disciplina
(normas de relación entre dioses y hombres) se dividieron en tres series: los Li­
bri Haruspicini, con reglas para el examen de las entrañas de las víctimas; los Librí
Fulgurales, relativos a la interpretación de rayos y relámpagos, y los Libri Ri­
tuales, preceptos sobre la vida de hombres y pueblos, que a su vez comprendían
los Acherontici (libro de los muertos) y los Ostentaría (libro de los prodigios).
En la creencia etrusca su religión fue revelada por el niño Tages («Voz
salida de la tierra») y la ninfa Begoé o Vegoia, según refieren C icerón y otros
autores antiguos. Conocemos su cosmogonía etrusca que nos hallegado por
S u id a s , así como su teología; en ellas se mezclan creencias autóctonas junto a
fuertes contaminaciones de origen oriental.
Desde antiguo es una tríada —Tinia (Júpiter), Uni (Juno) y Menerva
(Minerva)— la que preside el panteón religioso, a la que le siguen gran
cantidad de dioses, agrupados en número variable —doce, dos, tres y nueve—
y en los que es fácil asociar su paralelo griego. Citamos, entre otros, a Fufluns
(Dioniso), Sethlans (Vulcano), Turmus (Hermes) y Aplu (Apolo). Entre las
divinidades femeninas recogemos los nombres de Turan (Venus), Tiur (Luna),
Artmes (Artemisa) y Nortia (Fortuna). Divinidad muy importante, aunque de
época tardía, fue Veltumna (el Vertumnus romano) convertido en Deus
Etruriae princeps, según indica V a r r ó n , al adquirir individualidad específica
por influencias griegas.
Además de estos dioses superiores, respresentados antropomórficamente,
los etruscos creyeron en un sinfín de dioses menores o secundarios (dii
principes, involuti, opertanei), así como en divinidades infernales, Eíta (Ha­
des); Phersiphai (Pcrséfone); Athrpa (Parca); Tuchulcha, enarbolador de ser­
pientes; Charun, eí- deno^íhq >de la muerte, y Culsu o Vanth (las Furias).
Poblaban el panteón celeste un número elevado de espíritus de ambos sexos,
representados con diferentes atributos o con alas (caso de las Lasas, asociadas
a Turan y, a veces, a Tinia y Menerva) y que vivían normalmente para
proteger al hombre. Carácter de semidivinidades tuvieron los Lares y los
Penates, ligados al hogar y la familia.
Creyeron en una vida de ultratumba, que fue valorada muy distintamente
según las fases de su historia, y que se desenvolvía en una grandiosa caverna
del centro de la Tierra, y con la cual se podían comunicar mediante un foso
abovedado o mundus (munthu). Su obsesión por el destino de los muertos y
por la vida del más allá fue constante, según podemos deducir de su
producción artística.
A pesar de no conocer con todo detalle las formas rituales, con muchas
influencias orientales (caso del famoso «hígado» de Piacenza, instrumento
para practicar la aruspicina), se sabe de la existencia de un clero muy
instruido y especializado, organizado en colegios y hermandades, que tuvo
una gran preeminencia social. Se conocen algunos títulos sacerdotales (cepen,
celu, santi, cejase) los cargos de arúspices (netsuis), fulgurales (trutnut ?),
encargados de un templo (maru cepen ?), responsables de las funciones
sagradas (zilij cejaneri), etc. Un reciente estudio de A. J. P fiffig , da una
visión muy completa de toda la problemática religiosa etrusca.
LA C IV ILIZ A C IO N ETRUSCA 15

F ig . 5. El Imperio etrusco y la Magna Grecia, siglos νιι-ν a. de C.


16 IT A LIA , LOS ETRUSCOS Y R O M A

d) Vida científica. Sobre la vida científica etrusca es todavía poco lo


que se sabe; las fuentes indican que en este aspecto gozaron de justa fama en
todo el Mediterráneo. Aparte de sus conocimientos técnicos relacionados con
la agricultura, las obras hidráulicas y la ingeniería (Tagliata etrusca, por
ejemplo) sobresalieron por sus conocimientos médicos, especialmente en el
campo de la odontología, y farmacológicos, según alusiones, entre otros, de
E squilo , T eofrasto y H esíodo .
e) Vida cotidiana. La vida cotidiana ha podido reconstruirse casi en su
totalidad, gracias a los numerosos testimonios arqueológicos que han llegado
hasta nosotros. El tipo de vida urbano (se conocen numerosísimas ciudades
que tuvieron sus viviendas estructuradas en torno a dos avenidas principales
cruzadas y orientadas según los puntos cardinales) nos pone de manifiesto,
aparte de influencias orientales y griegas, un gran desarrollo económico,
social y cultural. Las tumbas nos reproducen con toda minuciosidad o nos
han proporcionado infinidad de objetos domésticos, mobiliario y otros
enseres que utilizaron para su actividad cotidiana; por las pinturas de sus
tumbas conocemos, tanto su forma de vestir, muy influenciada por modas
orientalizantes y griegas, como sus distracciones predilectas (espectáculo del
Phersu, juegos gladiatorios, banquetes, deportes). Todas estas manifestaciones
materiales nos hablan de una civilización urbana, muy refinada, amante de los
placeres y del lujo, en la cual la presencia de la mujer juega socialmente un
destacadísimo papel, que no fue juzgado objetivamente por los autores
clásicos.
Gracias a una sítula de bronce del siglo v a. de C., hallada en la tumba de
la Certosa (Bolonia), conocemos diferentes aspectos externos de la vida
militar. En dicha sítula, en una serie de franjas horizontales, se recoge un
desfile: caballeros armados con hachas, infantería de diferentes especialidades
y un cuerpo de zapadores. Las armas, que conocemos por diversas fuentes,
fueron tanto ofensivas (astas, espadas, sables a modo de machairas griegas,
puñales, hachas) como defensivas (yelmos, escudos, grebas, corazas). Cono­
cieron el carro de combate, así como los barcos de guerra, según puede verse,
por ejemplo, en un vaso cerámico del siglo vi, procedente de Caere, que
representa en su decoración una batalla naval.

6. La lengua y la e s c ritu ra etruscas

La lengua etrusca todavía no ha sido descifrada, a pesar de haberse fijado


la comprensión de unas 300 palabras y de intuir los significados de otras. Según
buena parte de los lingüistas el etrusco no pertenece al grupo de lenguas indo­
europeas, pero últimamente está en revisión este punto de vísta. Ni es cierta­
mente semita. Se duda, por lo tanto, a qué grupo pueda adscribirse, a pesar de
todos los esfuerzos que se siguen haciendo para esclarecer su tronco idiomático.
Conocemos la lengua etrusca, que es perfectamente legible por un número
reducido de «glosas» (una treintena) transmitidas por los autores clásicos,
por términos onomásticos y toponímicos, por supuestas traducciones al latín y
por la existencia de unas diez mil inscripciones, casi todas funerarias y votivas,
de breve contenido y de época tardía.
Unas pocas inscripciones brindan un mayor número de vocablos de lo que
suele ser usual en los textos etruscos, tales como las del Líber linteus, de
Zagreb (Yugoslavia), formado por unas 1.300 palabras sobre las ven­
LA C IV ILIZAC IO N ETRUSCA 17

das de lino que recubrieron una momia egipcia de época ptolemaica


tardía, y que se refieren a un calendario litúrgico; la teja de Capua (mu­
seo de Berlín) con 300 palabras, que nos habla de un ritual funerario en
honor de los dioses infernales; la lámina lenticular de plomo de Magliano, con
70 palabras, de contenido religioso y con nombre de divinidades y ofrendas
funerarias; el mojón de Perugia con 130 palabras y que nos transmite un texto
jurídico sobre contratos y límites de propiedades; la inscripción de Laris
Pulena sobre la tapadera de un sarcófago, con 59palabras, en donde se recoge
el elogio fúnebre de este magistrado, y las láminas de oro de Pyrgi —las dos
etruscas (no interesa una tercera redactada en púnico)—, que suman 50
palabras, y en donde se alude a la dedicatoria de un templo en dicha localidad
,a la diosa fenicia Astarté. El resto de las inscripciones suele ser de breve
contenido y casi siempre en relación con el mundo funerario.
Todos los textos, a falta de una inscripción bilingüe de largo contenido,
han sido abordados para su estudio y comprensión mediante tres métodos: el
etimológico, que intentaba interpretar el etrusco por medio del griego, finés,
hitita, vasco, dravídico y otras lenguas, y que ha sido abandonado; el
combinatorio, que por análisis comparativos dentro del propio texto etrusco y
las pocas inscripciones bilingües existentes va obteniendo positivos resultados;
y el paralelo, que se fundamente en la comprobación de las posibles igualda­
des entre los formularios religiosos o jurídicos de etruscos, umbros y latinos.
De todos modos la clave todavía no ha sido hallada a pesar de conocerse el
sentido general de cada uno de los textos.
Es interesante observar el proceso de adquisición y difusión del alfabeto
etrusco. Es conocido por la existencia de unos cuantos abecedarios tipo: el
grabado en los bordes de una tablilla de marfil, del siglo vil, localizada en
Marsilina d’Albegna y que tiene 26 letras; el alfabeto grafitado sobre un vaso
de bucchero en forma de gallo, del siglo vn-vi, localizado en Viterbo; y el
de Formelo (siglos v-iv). Además de éstos, se conocen otros de modo
fragmentario, como los de la piedra de Vetulonia y el de la crátera de Vix,
ambos del siglo m a. de C.
El alfabeto etrusco de 26 letras, que fue tomado de uno griego arcaico
occidental, les fue suministrado tal vez por los calcidicos de Cumas, o acaso
por la mediación de mercaderes fenicios. De estas 6 letras retuvieron en tre
los siglos v ii - v a. de C. un alfabeto de 23 letras y otro posterior de 20.
El etrusco se escribe de derecha a izquierda, no faltando tex to s escrito s en
doble dirección o «bustrófedon», separándose ya en época tardía las p a la b ra s
mediante puntos. Hay esbozada una sucinta morfología con dos declinaciones
(en -s y en -1), unos cuantos casos gramaticales, formas verbales y n o m in ales,
partículas, algunos numerales y poco más.
Los etruscos propagaron su alfabeto entre los latinos, oscos, umbros y
vénetos, difundiéndose así la escritura por la mitad norte de Italia.
18 IT A LIA , LOS ETRUSCOS Y R O M A

III. LOS O R IG E N E S DE R O M A (753-510 a. de C .)

1. P reh is to ria del Lacio

La zona del Lacio, en la que se ubica Roma, encerrada entre Etruria, al


norte; los montes Prenestinos y Lepinos, al Este; los moites Albanos y el río
Incastro, al Sur, y cortada al oeste por el mar, se hallaba poblada ya en el
Neolítico y en el Calcolítico, a pesar de sus precarias condiciones naturales
(paludismo, inundaciones, erupciones volcánicas). No hay casi vestigios de la
Edad del Bronce (tal vez una erupción volcánica desalojó a los habitantes) y sí
muchos de la Edad del Hierro (urnas bicónicas, urnas cabaña, fíbulas, armas
y otros materiales). Esta civilización lacial, formada sobre un sustrato
apenínico en la que se mezclan influencias villanovianas y de la cultura de
fosas y cuyas numerosas necrópolis de incineración e inhumación se han
agrupado para su estudio sistemático en tres grupos (Boscheto, Albano y de la
Campiaña), puede fecharse entre el 850 y el 600.
Según V arrón los habitantes del Lacio vivían en sus primeros tiempos en
chozas y cabañas desperdigadas. En caso de peligro se reunían en aldeas-
refugio (oppida, vici) levantadas en lugares fácilmente defendibles. Con
posterioridad, estos primitivos latinos —los prisci latini— conocerán la
federación, motivada esta situación política primero por razones religiosas y
más tarde por las militares y económicas. Esas federaciones llegaron a
unificarse en una liga nacional, compuesta por 30 pueblos —Liga latina—
cuya capitalidad, aun cuando no pasaba de ser una pobre aldea, la ostentaba
Alba Longa (cerca de Castelgandolfo). Alba Lohga y sus aldeas federadas
tributaron culto a Júpiter Latiar, cuya sede estaba en el monte Cavo, el más
alto de los Albanos. Más tarde, tras el ocaso de Alba Longa, la capital de la
liga radicó en Lavinium (Pratica di Mare), en donde se llegó a venerar a Eneas
como Pater Indiges, ya que en tal localidad se dice que había desembarcado el
héroe troyano.
Sobre el Lacio pronto se dejaron sentir las influencias primero de Etruria,
y luego de la Magna Grecia, con lo cual el aislamiento —de hecho gentes
orientales ya habían arribado a la zona en épocas remotas— desaparece,
estableciéndose importantes relaciones comerciales.

2. La R om a p rim itiv a

La tradición hace de Roma una ciudad latina dependiente de Alba Longa,


de donde habían llegado colonos; pero los últimos estudios arqueológicos han
demostrado que esa dependencia es discutible, toda vez que los materiales
hallados revelan el nacimiento simultáneo de ambos enclaves.
Roma estuvo habitada ininterrumpidamente desde la Edad del Bronce,
pues su situación a orillas del Tiber, en un cruce de caminos, con terrenos
ricos en pastos y con colinas que ofrecían lugares de fácil defensa, la hicieron
prontamente atractiva. Además, la topografía jugó un gran papel estratégico y
militar, pues la siete colinas clásicas (Palatino, Aventino, Capitolio, Quirinal,
Viminal, Esquilmo y Celio) tenían otros cabezos secundarios (Germai, Velia,
Fagutal, Cispio, Oppio); pronto se vieron pobladas de cabañas, verdaderas
vanguardias defensivas del Lacio, y que se extendieron incluso por las
LOS ORIGENES DE ROMA 19

depresiones del terreno y las zonas bajas de la accidentada orografía de la


futura Roma; allí, efectivamente han encontrado los arqueólogos restos de
cabañas, pozos, fortificaciones y diferentes necrópolis.
Se desconoce cuál de las colinas tuvo supremacía, pero la Arqueología y
algunas citas clásicas hacen pensar que fue el Palatino (colonia del Germai) la
que alcanzó mayor importancia (tesis defendida entre otros por M üller -
K a r pe y P allottino ). La tesis contraria (G jerstad ) propone un sinecis-
mo de montes y colles, sin que hubiese ninguna colina prioritaria a las demás.
La serie de aldeas dispersadas por estas colin as se asociaron bajo ad v o ca ­
cion es religiosas com u nes, según se dijo; prim ero, h u b o una federación
palatina de 30 p u eb lo s, al decir de la tradición, y lu ego, otra m ucho más
am plia que en g lo b ó a una buena parte de las colin as — la llam ada liga de los
Septimontium (siglo v iii)— cuya festividad (Septimontiale sacrum ) tod avía se
celebraba en ép oca clásica. E sta liga n o era de las siete colin as (septem
montem ) tal co m o la etim o lo g ía de V a r r ó n daba a entender — pues los textos
siem pre enum eran o ch o m o n tes— y co m o querían los estudios tradicionales
(L eón H om o), sin o la liga de los saepti montes, (de saeptum-i = vallado) según
la crítica reciente ( H o l l a n d , P o u c e t), esto es, la liga de las aldeas que co n sus
vallad os de em palizadas o tapiales en sus m on tes p o d ían hacer frente a los
ataques exteriores, singularm ente de los etruscos.
Debe indicarse que esta Liga septimontial no significó la identificación de
todas las aldeas en un solo pueblo. No figuraron en ella ni el Quirinal,
Viminal, Capitolio, ni Aventino, colinas que según indica la tradición —la
Arqueología por ahora no lo comprueba— fueron colonizadas por los
sabinos.
En la sucesiva ocupación de estas colinas debe verse ante todo unas
necesidades puramente militares frente al peligro etrusco, según antes hemos
recogido, pueblo cuyo progreso conquistador en el siglo viii era evidente. Los
factores que pudieron concurrir en la fundación de Roma, elaborados a
posteriori (C icer ó n , T ito L ivio , por ejemplo) cuando la Urbs era el gran
centro rector de Italia deben ser arrinconados.
El papel económico del Tiber sólo jugó importancia en la época clásica, no
así en los primeros momentos de una pobre vida pastoril en q u e in te re sa b a ,
ante todo, la vigilancia de esta vía fluvial de fácil vadeo (isla tiberina). La
salubridad de las alturas pudo ser tenida en cuenta para la o cu p a c ió n de las
colinas a resguardo de pantanos y enfermedades endémicas; el e m p la z a m ie n to
a bastante distancia del mar para quedar a salvo de piratas y c o lo n iz a d o re s
pudo ser otro factor de peso; la riqueza de la zona en bosques posibilitaba u n a
pujante ganadería y con ello la subsistencia, pero estos factores n o hubieron
de ser en el siglo v iii tan condicionantes para el desarrollo de estas exiguas
comunidades de latinos y sabinos hasta el extremo de reforzar la escarpada
topografía de las colinas con obras artificiales (empalizadas, murallas) refuer­
zos tendentes a remarcar la eficacia defensiva de esta vanguardia del Lacio y
no a conservar unas muy discutibles ventajas económicas.
Como quiera que fuese Roma pronto estuvo en condiciones de adueñarse
de la única vía militar y comercial que conectaba Etruria con la Campania por
la zona del bajo Tiber y este hecho, como señala De Sa n c t is , explica el rápido
y próspero florecimiento de Roma,
20 IT ALIA, LOS ETRUSCOS Y R O M A

3. La leyenda de los orígenes de Rom a

La carencia de fuentes fidedignas y la serie de leyendas desperdigadas en


las obras de los historiadores clásicos hacen adoptar una natural prudencia a
la hora de estudiar los orígenes de Roma. Hoy se está de acuerdo en admitir
que, sin creer todo lo que las leyendas y tradiciones dicen, muchos de sus
puntos pueden contener fundamentos históricos, que van encontrando, aun­
que lentamente, su confirmación en los hallazgos arqueológicos.
La más antigua tradición, recogida por D ionisio de H alicarnaso , nos
habla de la presencia de aqueos con prisioneras troyanas en el Lacio, que
fundan la ciudad de Roma. Otras dos tradiciones creen que Roma fue una
fundación aquea o bien troyana. En época republicana la tradición originó
otras leyendas: una tomada de los mitógrafos griegos, que hacían a Eneas su
fundador, y otra, de sentido nacionalista, que la creía fundada por los gemelos
Rómulo y Remo, descendientes de aquél.
La leyenda troyana, recogida magistralmente en la Eneida, contribuyó a
perfilar los orígenes míticos de Roma. Eneas.,- hijo de Anquises y de Afrodita,
tras escapar de Ilion, logra llegar al Lacio, ^empañado en su duro peregrinar
por su hijo Ascanio, que adopta el nombre deTÍus (Ilion) o Iulus (antecesor de
la gens Iulia a la que pertenecían César y Octavio). El héroe troyano casa con
la hija del rey Latino; se alia con el arcadio Evandro, que fundará en el
Palatino la urbe de Palantea, y logrará reprimir a los rútulos que al frente de
su caudillo Turno presionan a los troyanos. Por su parte Eneas fundará
Lavinium, no lejos de las bocas del Tiber y su hijo Ascanio la ciudad de
Alba Longa. Sus descendientes que han formado una dinastía de hasta doce
monarcas en dicha ciudad se enzarzan en luchas dinásticas. La hija de uno de
estos reyes, Numitor, llamada Rhea Sylvia, fue obligada por su tío y
usurpador, Amulio, que también había asesinado al hermano de Rhea, a
hacerse vestal, para evitar descendencia y poder ser por ella derrocado. Pero,
amada por el dios Marte, tuvo dos hijos gemelos, Rómulo y Remo, a los que
hubo de abandonar en una cesta en el río Tiber. Esta leyenda, a falta de datos
arqueológicos coetáneos, refleja los lejanos contactos que debieron existir a
finales del segundo milenio entre el mundo egeo y la península itálica.
Sin poder ahondar en la formación de este relato mítico, sí se dispone en la
actualidad de unos pocos documentos arqueológicos que detectan el momento
eh que aparece constituida esta leyenda. Consisten en unas terracotas,
localizadas en Veyes, que representan a Eneas llevando a sus espaldas a su
padre Anquises. Este tema plástico, detectado ya en el siglo vi a. de C. era
muy querido en el mundo etrusco y aun latino, pues personificaba el símbolo
de la pietas, esto es, la devoción debida a los padres y luego a los dioses.
También la presencia de Eneas en Italia, y en calidad de progenitor de
Rómulo por su enlace con la etrusca Tyrrhenia, queda recogida en A lkimos ,
discípulo de P l a t ó n . De esta época (siglo iv a. de C.) data una dedicatoria de
Lavinium en la que aparece el nombre de Eneas con un praenomen etrusco,
Lare Aineia.
Ello quiere decir que la figura de Eneas y su leyenda fue recibida por la
propia Roma, siendo la Urbs la encargada de desarrollar y difundir, como
señala un autor, el mito del héroe fundador.
El segundo momento de esta leyenda tiene un planteamiento diferente,
claramente nacionalista. Salvados Rómulo y Remo de las aguas y am amanta­
dos por un loba en la gruta del Lupercal fueron finalmente recogidos por unos
LOS ORIGENES DE R O M A 21

F ig. 6. Roma durante la República.

pastores. Tras descubrir el secreto de su nacimiento, Rómulo y Remo


mataron a Amulio y devolvieron el reino a su abuelo Numitor. Este les
entregó territorios al noroeste del Lacio y allí Rómulo fundó Roma según el
rito etrusco en el año 753, delimitando el recinto de la ciudad (pomoerium)
con un arado que sería la supuesta Roma quadrata del Palatino (Germai). Más
tarde Rómulo dio muerte a su hermano al burlarse de él tras la ceremonia
fundacional.
Este mito de los hermanos gemelos, unidos hasta el momento en que se fun­
da Roma, es de claro origen latino, no siendo posible precisar la fecha exacta en
22 IT ALIA, LOS ETRUSCOS Y R O M A

que pudo formarse la leyenda. Tuvo su sanción oficial, según T ito L ivio , en el
año 296 a. de C , cuando los ediles curules Cneo y Quinto Ogulnii, de
ascendencia etrusca, levantaron una estatua en la que se veía una loba
amamantando a dos niños; en el 269 este mismo tema se recogía en el reverso
de una de las primeras emisiones de didracmas romanos.
Los elementos que informan el segundo momento de la leyenda sobre los
orígenes de Roma son complejos según indica H e u r g o n : un culto totémico
del lobo (propio de las civilizaciones pastoriles); presencia de temas mitológi­
cos grecoetruscos (cierva de Telefo, loba de Bolonia); dualidad étnica (roma­
nos-sabinos) o política (patricios-plebeyos) a través de dos etimologías (una
griega «Rhomos» y otra latina «Romulus») para el éponimo fundador de la
ciudad, ambientado todo ello en una escenografía local: gruta del Palatino
(Lupercal), higuera sagrada (Ruminai).
Pero Rómulo, prescindiendo de la figura de su hermano Remo —que para
algunos autores sería un jefe del Aventino que tras haberse enfrentado a
Rómulo habría sido eliminado— aparecerá en los Am ales de E n n io como
único fundador de Roma, centrándose en su figura el interés de la historiogra­
fía romana, llegando ésta a perfilar, elaborar y completar, sin escrúpulos a la
verdad histórica, toda una actuación militar, política y social necesaria para
establecer una verdadera mística romúlea.
Expuesto todo lo anterior se evidencia que el concepto Urbs condita, tan
querido a algunos historiadores de pasados siglos y aun del actual, debe ser
rechazado.Rómulo presenta pocos visos de historicidad y en base a esta
afirmación podemos señalar que Roma no tuvo un comienzo instantáneo,
sino que conoció sucesivas fases de formación, evolución y engrandecimiento
urbano, que la tradición recoge y la Arqueología evidencia.

4. La fe c h a fu n d a c io n a l de Rom a

La fecha de la fundación de Roma ya intentó ser datada por los autores


antiguos. E n n io la fijó en el 880; T imeo, en el 814; F abio P ictor creyó
probable la del 748-747; C incio A limento la rebajó al 729-728; Polibio y
P isón la fijaron entre el 752-750, y V a r r ó n , en el 754-753, fecha ésta que ha
prevalecido definitivamente en la historiografía.
En todas estas cronologías jugaron diferentes factores, no ofreciendo en
consecuencia, ninguna de ellas garantía absoluta. Para arbitrar la fecha
fundacional partieron, por lo común, de la fecha de la instauración de la
República romana y a partir de la misma rellenaron hacia atrás (hasta el siglo
viii a. de C .) el espacio temporal con determinado número de reyes (siete
según los analistas, ocho según la tradición, tal vez más en la realidad)
buscando la conexión con el mítico Rómulo.
Las dataciones por radiocarbono han dado fechas del 835 ± 70 a. de C.
que con las correcciones de G o d w in se retraen al 918 ± 70. Estas fechas son
acordes con los restos arqueológicos encontrados. En efecto, parece ser que a
finales del siglo ix fue cuando ya existieron cabañas y habitaciones en el
Palatino en una fase claramente preurbana. A partir de entonces, en una larga
y compleja fase de urbanización se irá perfilando lo que sería Roma.
Parece totalmente inadmisible la fecha dada por G jerstad quien propone
el siglo viii para los más antiguos materiales hallados en Roma, rebajando la
fecha de la fundación al 575.
LOS ORIGENES DE R O M A

d
£
Italia Central (Adaptado de Salmon y Piganiol.)
23
24 IT A LIA , LOS ETRUSCOS Y R O M A

5. D a to s arq u eo ló g ico s

A dem ás de las fuentes históricas, que van sien d o rehabilitadas en su justa


valoración, la d ocu m en tación arqu eológica corrobora m uchas de las afirm a­
ciones que las leyendas y tradiciones recogían sobre los orígenes de Rom a. Los
estudios de B ér a r d , A lfo ld i , G jerstad , M üller -K a r pe , R iem ann , P eroni ,
R omanelli , P allottino y otros han sid o básicos, a pesar de algunos aspectos
discutibles, para progresar en el co n o cim ien to acerca de los prim eros m om en ­
tos de R om a.
Fragmentos cerámicos de la Edad del Bronce hallados en el Forum
Boarium, numerosísimas tumbas de incineración (latinos) y de inhumación
(sabinos), fondos de cabañas y restos de santuarios, que van del Bronce final a
la Edad del Hierro con ajuares y materiales diversos demuestran la instala­
ción, densidad y continuidad de población en la zona que llegaría a ser Roma.
Ya de época totalmente histórica hay restos de tipo urbano, como el
pavimento del foro romano, a partir del cual G jerstad ha elaborado una
nueva cronología para la etapa monárquica de Roma (575-450) en vez de la
tradicional (753-509); otros claros indicios de fortificaciones, edificios religio­
sos, tumbas o testimonios epigráficos en etrusco y latín demuestran, por la
amplitud del área geográfica en que han sido hallados, la existencia de una
gran ciudad con orígenes muy antiguos y que pronto alcanzaría extraordina­
rio desarrollo económico y cultural.

6. La m o n a rq u ía rom ana

La existencia de los reyes, puesta en duda por diferentes autores, y objeto


de nuevos planteamientos por parte de G. D um ézil , quien con tesis brillantes
ha creído demostrar que la monarquía romana era un trasunto mitológico de
origen indoeuropeo, cuenta con defensores que ven en la misma unas líneas
generales de veracidad histórica, aun cuando el número y la actuación de los
reyes no sean aceptados en su totalidad.
El periodo regio en Roma, siguiendo a los analistas, se extendió cronológi­
camente desde el 753 al 509, y estuvo constituido por siete reyes: cuatro de
origen latino-sabino (Rómulo, Numa Pompilio, Tulo Hostilio, Anco Marcio)
y tres de origen etrusco (Tarquinio el Antiguo, Servio Tulio y Tarquinio el
Soberbio).
a) Monarquía latino-sabina. Rómulo, el supuesto fundador epónimo de
Roma, presenta pocos elementos que resistan la crítica histórica. Su leyenda
refleja muchos aspectos mitológicos (problema de su nacimiento, su onomás­
tica, su muerte, etc.) presentes en otros personajes míticos de la historia
antigua.
Este personaje, que inicia la fase monárquica romana, tras fundar la
ciudad, procedió a su organización. Para ello y a fin de engrandecerla acogió
a nuevas gentes (asylum), creó el senado, compuesto de cien miembros
(paires) cuyos descendientes fueron llamados patricios y dividió la población
en 30 curias. Según C icerón las estructuró en tres tribus (Ramnes, Tities y
Luceres), nombres que son aplicados por Τίτο Livio a tres centurias de
caballeros que también había organizado Rómulo. Asimismo, el rey se rodeó
de una guardia personal de 300 miembros ( celeres).
LOS ORIGENES DE R O M A 25

En conexión con estos primeros momentos de Roma debe recogerse la


leyenda del rapto de las sabinas, planeado por Rómulo con el fin de
proporcionar esposas a sus compañeros (episodio que quizá refleje los
primeros choques entre latinos y sabinos). Tras una dura guerra entre los dos
pueblos, Rómulo y Tito Tacio, rey de los sabinos, acuerdan realizar un pacto
por el cual gobernarán conjuntamente, creándose así la Roma latino-sabina
con templos, viviendas y edificios públicos. Muerto Tito Tacio, Rómulo
quedó como único rey, realizando diferentes y victoriosas empresas bélicas.
Tras morir en el 717 (para unos arrebatado a los cielos en el curso de una
tempestad, para otros asesinado por los senadores que él mismo había creado)
fue divinizado y adorado bajo la advocación de Quirino.
Luego de la muerte de Rómulo —y siempre según la leyenda— tras un año
de interregno el senado eligió por rey a Numa Pompilio (717-673 a. de C.) de
origen sabino y hombre de probada justicia y piedad. Su esposa y consejera, la
ninfa Egeria, le alentó a la creación de la religión romana, organizando en
consecuencia el sacerdocio y creando los flamines, los augures y los fetiales.
Introdujo el culto a Vesta, de origen albano, y a Marte Gradivus, creando un
colegio de doce sacerdotes (los Salii). Para la supervisión del culto instituyó
un Gran Pontífice. Dedicó un templo a Jano, reformó el calendario y dictó
diferentes leyes.
Tras un segundo interregno el pueblo romano, reunido por curias, designó
rey a Tulo Hostilio (672-641). Estableció que el colegio de los fetiales debía
sancionar los tratados. En su reinado estalla la guerra contra Alba Longa, la
metrópoli, en el transcurso de la cual se sitúa el famoso duelo entre los tres
hermanos Horacio contra los tres Curiacio para poner fin a la guerra.
Vencedor un Horacio y destruida Alba Longa, Tulo Hostilio amplía el
perímetro urbano de Roma con la colina Coelia. Tras guerrear nuevamente
contra los sabinos cayó enfermo, dedicándose a prácticas religiosas y mágicas.
Murió herido por un rayo.
Al cabo de un tercer interregno de dos años fue elegido rey el sabino Anco
Marcio (639-616), nieto de Numa. Fijó las formalidades del derecho de guerra
y venció a los latinos que se habían coaligado contra Roma, asentándolos en
diferentes puntos de la ciudad (Aventino). Fundó la colonia y el puerto de
Ostia y procedió a la fortificación total de la ciudad. En el Aventino
estableció almacenes de sal, producto obtenido en la desembocadura del Tiber
y objeto de activo comercio.
En medio de esta artificiosa trama de relatos, la crítica moderna cree
encontrar ciertas realidades de la historia primitiva de Roma, sobre todo, en
lo que afecta a su entorno socioeconómico. Tal, el hecho cierto de que Roma
no cuenta todavía con los suficientes medios económicos y políticos para
iniciar su expansión. Su abastecimiento depende fuertemente de los productos
importados de etruscos y griegos. Otro hecho debe destacarse: la introducción
de la escritura bajo formas de un alfabeto calcidio hacia fines de siglo vm o en el
siglo vn (fíbula de Preneste, considerada hoy falsa, vaso de Dueños). En el orden
religioso de la primitiva Roma, es evidente que debemos aceptar con D umézil la
fuerte influencia indoeuropea que, dentro de su mitología, se representaba el
mundo jerarquizado en tres órdenes: soberanía religiosa, poder militar y fecun­
didad. ¿No responden a esta tripartición las figuras de Numa Pompilio, caracte­
rizado por su actuación en el campo religioso, Tulo Hostilio, por su actividad
guerrera, y Anco Marcio por sus tareas colonizadoras y comerciales? ¿No
serían estos reyes un trasunto de las funciones usuales del pueblo latino
indoeuropeo? Las concordancias de los hechos atribuidos a estos reyes con la
26 IT ALIA, LOS ETRUSCOS Y R O M A

jerarquización funcional indoeuropea son evidentes y por tanto la hipótesis


muy atractiva.
b) Monarquía etrusca. En la época de Anco Marcio, un etrusco llama­
do Lucumón, originario de Tarquinia, se había establecido en Roma. Adoptó
el nombre de Lucio Tarquinio y llegó a colaborar estrechamente con el rey
Anco Marcio. A la muerte de éste, el pueblo romano elige como sucesor al
mencionado Tarquinio, llamado el Antiguo (Priscus) (616-579). Este persona­
je, al que la tradición considera un tirano, nombró cien nuevos senadores,
instituyó los primeros Juegos Romanos e inició numerosos trabajos en
Roma (fundamentos del circo Máximo, del templo Capitolino, de la Cloaca
Máxima) aparte de proceder al drenaje de amplias zonas insalubres. Implanta
así la magnificencia de las obras urbanas propias de la civilización etrusca.
Guerreó Tarquinio contra los sabinos con éxito y fue asesinado por un hijo de
Anco Marcio.
La esposa viuda de Tarquinio el Antiguo, Tanaquil, que había jugado un
gran papel político junto a su esposo, elevó al trono a Servio Tulio (578-535),
originario tal vez de Vulci, y que había prestado servicios a Tarquinio.
Presentado por la tradición como hijo de una sierva (de ahí Servius) y de un
etrusco (o de un dios como quieren otros) su actuación iba a ser importante
por la serie de reformas que realizaría.
En efecto, la tradición anacrónicamente le asigna unas reformas, la
«Constitución serviana», que significaron a un tiempo una nueva distribución
de los derechos políticos, basados en la fortuna personal y no en el nacimien­
to, y una nueva reorganización militar. Dividió la ciudad y el ager Romanus, al
parecer con vistas a los impuestos, en varias tribus: cuatro urbanas (Succusa-
na, Palatina, Esquilma y Collina, quedando así parcelada la ciudad en cuatro
partes, la verdadera Roma quaclrata) y dieciséis rústicas. Los analistas fijan
diferente número, que llevaban nombres toponímicos y también de las gentes
mayores: Galería, Cornelia, Aemilia, Claudia, Lemonia, Fabia, etc.
En su Constitución dividió la población de las tribus en cinco clases
(aspecto económico) y 193 centurias (aspecto militar). En la primera clase se
incluyeron a los ciudadanos con un capital no inferior a 100.000 ases; en la
segunda a los que poseían 75.000; en la tercera, 50.000; en la cuarta, 25.000, y
en la quinta, 11.000. Los que no alcanzaban esta última cifra formaban la
infra classem, denominándoseles proletarios (de proles), esto es, personas que
sólo tenían hijos y a los que se clasificaba no sólo por su fortuna, sino por su
número (capite censi). Todas las clases sociales debían prestar servicio militar
y se distribuían entre las distintas centurias según su censo económico. La
primera clase constaba de 18 centurias de caballeros y 80 de infantes (en total
98); La segunda, tercera y cuarta clases tenían 20 centurias cada una, y la
quinta, únicamente 30. Los no propietarios de tierras estaban englobados en
cuatro centurias auxiliares (especialidades y músicos) y los proletarios se
agrupaban en una centuria infra classem. En cada una de estas clases las
centurias estaban estructuradas por mitades en fuerzas de choque (júniores) y
en fuerzas de contención y retaguardia (seniores). Como quiera que cada
centuria tenía un voto, en los comitia centuriata al votar primero la primera
clase (caballeros y terrateniéntes) siempre alcanzaban la mayoría (98 contra
95), copando así todas las votaciones y teniendo a su merced este tipo de
comicios.
Servio Tulio ensanchó Roma con el Quirinal y el Viminal y la protegió
con fosos y un muro (muro serviano), cuyos restos llegados a nuestros días
LOS ORIGENES DE R O M A 27

sólo en algunos puntos pueden ser de esta época. Edificó, asimismo, sobre el
Aventino un templo a Diana, donde centró el culto federal de la Liga latina.
Acabó asesinado por sus propios parientes (Tulia, Tarquinio), viéndose en
ello la reacción de la nobleza de sangre que no aceptó sus reformas
censitarias, basadas en la riqueza.
Nuevos estudios, especialmente de A . A lfo ldi , han demostrado que
Servio Tulio, el Macs tama etrusco, había sometido a Roma a mediados del
siglo vi con un ejército procedente de Vulci y logrado expulsar a Tarquinio.
Hay muchos puntos oscuros en la figura de este rey, que van desde su patria
originaria a su onomástica, pasando por su discutible reforma o Constitución.
De hecho, parece ser que fue un guerrero (su nombre etrusco es una
traducción del término latino magister), un aventurero que ayudó a los
príncipes de Vulci, Celio y Aulo Vibenna a combatir a Tarquinio, terminando
por reinar él en Roma.
Un hijo de Tarquinio el Antiguo, yerno a la vez de Servio Tulio, llamado
Tarquinio el Soberbio ocupó a continuación el trono (534-510). Su realeza se
caracterizó por una total tiranía, al decir de la tradición. Hizo descansar su
poder en la fuerza, diezmó al senado para rebajar su influencia, renovó el
tratado con los latinos, guerreó contra los volscos y creó manípulos mixtos de
romanos y latinos. Su actividad constructora reactivó las obras iniciadas por
su padre: edificación del templo de Júpiter Capitolino y terminación de la
Clocaca Máxima o alcantarilla colectora de la ciudad.
Su actuación tiránica —respuesta a una reacción en contra suya de los
patricios— y el episodio de la violación de la noble matrona romana Lucrecia
por parte del hijo de Tarquinio, Sexto, incidieron para que un noble romano,
Lucio Junio Bruto (interpolado aquí erróneamente por los analistas) al frente
de un movimiento revolucionario provocara la caída de Tarquinio el Soberbio
en el 510-509, teniendo que huir a la localidad etrusca de Caere.
Pese a este movimiento revolucionario y acontecimientos subsiguientes
que significaron el fin de la monarquía romana y el inicio de una nueva etapa
histórica, los etruscos no abandonaron la ciudad, pues, tanto las excavaciones
arqueológicas, como los fastos consulares, que recogen los nombres de
influyentes familias etruscas, atestiguan la presencia continuada de los mis­
mos después del 509.
Aunque los tres reinados que hemos sintetizado puedan hallarse fo rz a d o s
en algunos aspectos por la analística romana —pudieron ser más los reyes
etruscos de Roma, a deducir de un pasaje de C atón que recoge al rey de
Caere, Mecencio, como dueño de Roma— los Tarquinios (algunos opinan
que hubo uno solo desdoblado en dos por necesidades cronológicas) y Servio
Tulio vendrían a significar sucesivas oleadas invasoras de etruscos c o n tra
Roma.
Con la presencia etrusca en Roma el panorama cambia totalmente, pues a
ellos les debió el que fuera una urbs en el término amplio de esta palabra. Los
documentos de esta etapa monárquica son más sólidos, pues, aparte de los
restos arqueológicos y epigráficos etruscos encontrados en Roma (grafito del
siglo vil, dos inscripciones sobre vasos de bucchero del siglo vi, restos de la
Cloaca, templos y murallas, cerámicas, etc.) y las citas de historiadores que
consideraban a Roma una ciudad etrusca debemos contar con la propia
historia etrusca figurada en sus pinturas (especialmente la Tumba François,
en Vulci), en sus obras de arte que recogen episodios históricos y sobre todo
con la historiografía etrusca, que si bien no nos es conocida hubo de ser
aprovechada por los escritores romanos.
28 ITALIA, LOS ETRUSCOS Y R O M A

7. In s titu c io n e s rom anas de la época m o n árq u ica

Roma debió a la presencia etrusca y a las influencias griegas su entrada en


la civilización. De un viejo grupo de comunidades pastoriles, a nivel de tribu y
de federación, pasará a ser una ciudad con intereses comerciales y perspecti­
vas de expansión política.

a) A sp ecto s sociales. Socialmente la etapa monárquica tuvo una organi­


zación gentilicia decimal. La gens, esto es, el grupo que reconocía a un
antepasado común estaba formada por miembros ligados por parentesco o
por lazos de clientela (c lie n te s) mediante los cuales se establecían de modo
vitalicio mutos deberes y derechos. Esta clientela que podrá usar el nomen
gen tis (recordemos que los patricios usaban tres elementos en su onomástica:
praenom en, nomen y cognom en ) y participar en· la vida familiar había tenido su
origen, al parecer, en la emancipación de antiguos esclavos ( clientes libertini)
o en la adscripción de un hombre libre ( app lica tio ) a una de las gentes.
Sobre esta gran familia patriarcal se fue imponiendo la familia autónoma,
que era una subdivisión de la g en s , y que llegaría a ser la célula básica de la
estructura social. El p a ter fam ilias tenía pleno dominio sobre esta estructura
en todos los órdenes y bienes consiguientes, incluso el ius vitae necisque.
Junto a las g en tes, los individuos que no tenían estirpe o antepasado
común constituían la plebe (p le b s) cuyos orígenes son muy discutidos. Serían
hombres sin hogar, pobres, procedentes de las poblaciones indígenas someti­
das, conquistadas o transplantadas y que constituirían la gran masa cam:
pesina.
Numerosos indicios recogidos en un estudio, ya clásico, de H. L ast ,
parecen demostrar que en los primeros momentos de la monarquía romana,
todos los habitantes de Roma gozaron de los mismos derechos privados y
públicos, con las particulares diferencias de rangos y fortunas. Este cuerpo
político uniforme (el dualismo patricio-plebeyo sólo se dará a partir del siglo
v) de los primeros momentos entró en crisis en la fase final de la monarquía,
pues el patriciado fue adquiriendo conciencia de clase al monopolizar dere­
chos políticos y religiosos que con la caída de la monarquía pudieron ya
retener totalmente.
El pueblo (populus romunus Q u irites) fue dividido por Rómulo en tres
tribus y 30 curias. Las tribus (Ramnes, Tities y Luceres) parecían obedecer a
la tripartición de los elementos étnicos originarios (latinos, sabinos y etruscos)
fusionados por el supuesto Rómulo. Para D um ézil obedecían a las tres
funciones sociales propias de los pueblos indoeuropeos (Ramnes, sacerdotes;
Tities, productores; Luceres, guerreros). Para D evoto estas tribus reflejan
tres estratos lingüísticos indoeuropeos (Ramnes, protolatinos; Tities, protosa-
binos; Luceres, protoitálicos). Lo cierto es que dichos nombres son una
transcripción etrusquizada, efectuada en la reforma serviana, de nombres
latinos anteriores y que reflejan un agrupamiento parcial de las aldeas de los
septim ontium .
Las 30 curias (de corivia = conjunto de hombres) de las tres tribus, cuya
existencia se prolongó hasta inicios del Imperio tenían como finalidad debatir
problemas comunitarios y celebrar culto religioso. Formaban la asamblea
popular de los patricios (c o m itia cu riata) y entendía en asuntos legales y
religiosos, pero sin competencias, a los que daba o no su aprobación por
votaciones individuales, tales como la presentación del rex, que se votaba por
LOS ORIGENES DE R O M A 29

aclamación (le x cuariata de im p erio ), la asistencia a las declaraciones de


guerra (le x de bello in d icen d o ) , testamentos ( te s ta m e n ti) , admisión de nuevas
gen tes en la ciudad (c o o p ta tio ) , arrogación o entrada de una familia en el
seno de otra (a d ro g a tio ), renuncia o expulsión del arrogado de su culto
familiar ( d e te sta tio sacrorum ) , etc.
Anteriores a estos comicios curiados fueron los com itia calata (de calare =
llamar) o reunión mensual de los agricultores y ganaderos que acudían a oír
los edictos del rey acerca del calendario, en donde se fijaban los días fastos o
nefastos para la administración de justicia.
Con la Constitución de Servio Tulio, en la que se rompe el principio
gentilicio, la población romana quedó dividida en clases económicas y
centurias militares. Los comicios, cuando eran por centurias ( com itia centu­
ria ta ) se reunían fuera del pom oeriu m de la ciudad. Allí se debatían cuestiones
de paz o de guerra, elecciones de magistrados, ratificación de algunas leyes,
administración de justicia, etc. Esta asamblea, timocrática y conservadora, y
que venía a ser el pueblo en armas, llegó a alcanzar la forma más alta de
asamblea popular.
b) E l senado. El senado jugaba un destacadísimo papel. Surgido de la
reunión o asambleas de los p a tre s fam iliaru m , representantes más notorios de
las principales aldeas, entendían en los asuntos superiores de la comunidad.
La tradición hace creador del mismo a Rómulo, quien nombró cien
miembros, número que fue aumentado hasta 500 al final de la monarquía. El
senado era en esta etapa histórica la asamblea de la ciudad que con su
au ctoritas intervenía en el nombramiento del rex, ocupaba el interregnum o
vacante del trono y decidía la validez de los acuerdos adoptados en los
comicios.
c) E l ejército. Todo el pueblo romano (incluso hasta la gente más pobre
— infra claàsi^eh — en casos extremos) formaba parte del ejército. Sin embar­
go, la leva, que se realizaba entre hombres de diecisiete a cuarenta y cinco
años, tenía lugar exclusivamente en el marco de las curias. Cada curia
proporcionaba cien soldados de infantería (h a sta ti Q u irites ) mandado por los
tribuni m ilitum y cada tribu cien caballeros (é q u ité s) conducidos por los
tribuni celerum . En total el ejército de la mmonarquía ascendía a 3.000
infantes y 300 jinetes. Con Servio Tulio se asiste a una transformación
estructural del ejército, aparte de la creación de nuevas unidades militares.
La milicia no fue en la época monárquica profesional. Al final de cada
campaña los soldados, que debían costearse su propio equipo militar, volvían
a sus hogares sin haber percibido ningún tipo de sueldo y a la espera de ser
nuevamente llamados para sucesivas campañas.
d) E l rey. Sobre la sociedad romana el rey (r e x ) tenía el más alto
poder. Los especialistas discuten el origen de esta institución y el espectro de
sus poderes. La realeza, que contenía en buena parte elementos religiosos y
militares, no fue hereditaria, si bien el parentesco podía ser un elemento
importante (caso de los Tarquinios). La realeza fue teóricamente electiva,
siendo el pueblo quien elegía al rey, ratificándolo a continuación el senado.
En caso de vacante se producía el interregnum . El rey con los símbolos de su
cargo, heredados de los etruscos, adquiría amplios poderes políticos, judicia­
les, militares y religiosos.
e) A sp ecto s legislativos. Los reyes dictaron normas jurídicas en tanto
que sacerdotes, asignándoles la tradición diferentes leyes (leg es regiae) de
30 IT A LIA , LOS ETRUSCOS Y R O M A

elaboración mucho más tardía evidentemente. Existió un derecho consuetudi­


nario (m o s m aiorum ) y otro registrado en textos, del cual sería buen ejemplo
la famosa piedra negra del Foro ( L a p is n iger) fechada en el siglo vi a. de C.
El rey en los primeros tiempos respetó ciertas prerrogativas jurídicas de los
p a tre s fa m ilia ru m , pero era el depositario del grueso de la ley (derecho público
y aun privado en casos excepcionales). Se conocen las figuras jurídicas del
perduellio (alta traición) y del p a rricidiu m (homicidio). Contra una sentencia se
podía apelar al pueblo (p r o v o c a tio ) . De todos modos el Derecho romano
primitivo estuvo rodeado de ritos y fórmulas mágicas (nexum , sponsio,
stip u la tio ) teniendo unos presupuestos totalmente sacrales.
La administración de justicia se realizó a dos niveles: al de la gens, en el
que se juzgaban aspectos de las relaciones internas familiares y en el que el
p a te r fa m ilia s actuaba como juez, y a nivel de urbs, que juzgaba los crímenes
religiosos y los actos delictivos que caían fuera de la esfera de las gentes. Se
inicia ahora también, aunque tímidamente, un esbozo del ius gentium o futuro
Derecho internacional.
f) A rte y literatu ra. No podemos hablar con propiedad de un arte
específico de la primera etapa monárquica de Roma. Los restos arquitectóni­
cos y escultóricos hallados, pertenecientes a dicho periodo histórico, están tan
penetrados del espíritu etrusco que obligan a excluirlos de la Historia del Arte
romano.
Literariamente hablando sólo se conocen fragmentos de cantos religiosos
(carm in a ) recogidos ya muy tardíamente por escrito (de los danzarines salios
y de los hermanos Arvales). Los a m a le s , titu li y elogia, también muy tardíos
no tienen nada de literario. Asimismo, los textos más antiguos de la lengua
latina (fíbula de oro de Preneste, cipo mutilado del Foro ( L apis n ig e r ) , vaso
de Dueños) tampoco pueden ser admitidos dentro del campo de la literatura
debido a su brevedad y al carácter de su contenido. No se descarta la
posibilidad de que hubiese existido una elaboración preliteraria durante esta
fase arcaica de Roma, transmitida por vía oral, con temas épicos, históricos o
dramáticos. De todos modos no puede considerarse la existencia de una
literatura romana antes del siglo iii a. de C.
g) Econom ía. La economía de la etapa monárquica descansó primera­
mente en la ganadería y, más tarde, en una rudimentaria agricultura de simple
subsistencia. Con la dominación etrusca los latinos aprendieron nuevas
técnicas agrícolas, hasta el extremo que esta actividad se convertirá en la
básica, desplazando a la ganadería.
La tierra fue de propiedad comunal, sobre la que recaían circunstancias
religiosas; pero bajo la influencia etrusca se tendió a la propiedad privada. A
fines de la monarquía ya existían el saltus (pastos y bosques de propiedad
colectiva), el fu n du s (explotación de fundos agrícolas que, sin ser propiedad
privada, en virtud de la usucapió tiende a ella) y el heredium (pequeña
propiedad privada que se transmitía por herencia), así como los latifundios,
en manos de las grandes familias.
En la ciudad la actividad económica fue doble: industrial (cerámicas,
armas, tejidos y cueros), con agrupaciones de trabajadores bajo la protección
de una divinidad, y comercial, tanto de exportación (sal, cereales, ganado,
armas) como de importación (cerámicas perfumes, objetos de adorno), pero
ambas de escasa importancia, aunque reglamentadas en mercados de celebra­
ción periódica (n un dinae).
Como vehículo de comercio, aparte del trueque primitivo, se utilizó como
LOS ORIGENES DE R O M A 31

unidad monetaria el ganado (pecas) y luego el cobre bruto (aes rude) que se
pesaba en cada operación mercantil. Más tarde Roma crearía una moneda
oficial.

h) R eligión. La religión romana arranca en sus orígenes de una clara


herencia indoeuropea, según ha demostrado un documentado estudio de
D umézil sobre la religión romana arcaica. El estrato originario indoeuropeo
quedó modificado a finales del segundo milenio por las formas religiosas de
los pueblos autóctonos itálicos (las Tabulae Eugubinae constituyen una
preciosa fuente de información sobre ritos y cultos umbros), estrato sobre el
cual se fueron perfilando los rasgos religiosos propiamente romanos, caracte­
rizados sobre todo por sus numerosas formas rituales y que, de estadios
pragmáticos y poco abstractos en sus comienzos, evolucionarán al ser conta­
minados muy prontamente por las religiones etruscas y griegas.
En un principio Roma venera divinidades comunes a todo el Lacio:
Júpiter Latiar del monte Cavo, Diana de Nemi, Juno Sospitas, etc. Pronto
conoció una tríada de grandes dioses, Júpiter, Marte y Quirino, que luego fue
sustituida por la de Júpiter, Juno y Minerva.
Otros dioses de esta época primitiva fueron: Jano, numen de las puertas;
Consus, dios protector de los graneros; Flora, vigilante de las flores; Pomona,
protectora de los frutos; Liber Pater, dios de la viticultura: Terminus, dios de
las fronteras y límites; Vesta, diosa protectora del hogar del Estado; Saturno,
dios de las simientes y de la Tierra; etc.
La influencia de las religiones extranjeras motivó que el Panteón romano
ya de por sí complejo y multiforme, sufriera incesantes aumentos cuantitati­
vos, así como que las nuevas divinidades, mediante la in terpretatio romana, se
fuesen asimilando a la mentalidad local. De los griegos adoptarán, entre otras
divinidades, a Diana, Hércules, Esculapio, etc. De los etruscos tomarán
múltiples préstamos para su actividad religiosa, tanto en sus formas rituales
(augurios, aruspicina) como en las cultuales (templos) o incorporación de
dioses (Vulcano, Minerva).
Muy pronto Roma coordinó sus ritos y fiestas religiosas gracias a la
organización dada por Numa Pompilio (calendario para reglamentar y regir el
año religioso; estructuración de los diferentes sacerdocios). De unas primitivas
prácticas materialistas, totémicas y fetichistas se pasará a un verdadero culto,
con vistas a obtener la necesaria y fundamental p a x deorum , tributado a dos
niveles: el privado y el oficial o público, lo que demuestra la vinculación de la
religión a todos los actos de la vida de los romanos.
En el culto privado, menos ritualista, y en el cual el p a te r fa m ilia s era el
verdadero sacerdote, se veneraba al Genius familiar, a los L ares y Penates,
dioses protectores de la riqueza familiar, así como a los M anes o espíritus de
los antepasados. A nivel familiar tuvieron otros seres divinos (num ina) de
inferior rango y que estaban presentes en los diversos momentos de la vida y a
los que también tributaban diferentes ceremonias.
La religión pública, sometida a minuciosas reglamentaciones y dispensada
en los templos, se tributaba a los grandes dioses antes citados por el R ex
sacrorum y los miembros de los diferentes colegios sacerdotales: P on tífices, a
cuyo frente se hallará el p o n tife x m axim us; Flam ines, divididos en tres m aiores
(dialis para Júpiter, quirinalis para Rómulo, m a rtialis para Marte) y doce
m inores (para divinidades de segundo rango); A ugures, que examinaban los
diferentes signos para adivinar la voluntad de los dioses; y Vestales, sacerdo­
cio femenino encargado del fuego sagrado. Con la dominación etrusca nace
32 IT A LIA , LOS ETRUSCOS Y R O M A

un nuevo colegio, al principio de dos miembros, después de diez y finalmente


de quince (decemviri sacris fadunáis) encargados de consultar los Libros
sibilinos, o colección sagrada de textos que contenían los secretos de los que
dependía la propia supervivencia de Roma. Asimismo, diferentes colegios y
confradías religiosas entendían en otros asuntos religiosos de interés público
(Luperci, Saliares, Arvales, Fetiales).
Debemos decir, para concluir, que de una primera religion de «sentimien­
to», tributada en bosques, grutas o cavernas, paulatinamente se irá pasando a
una religión oficializada, en la que el do ut des se impondrá más allá de
cualquier otra consideración religiosa, revistiendo aspectos claramente con­
tractuales que obligaban por igual a dioses y hombres.

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CAPITULO 2

LA RE PUBL IC A R O M A N A H A S T A LA
I G U E R R A P U N I C A (509 -2 64 a. de C.)

Guillermo Fatás

I. LOS IN IC IO S DE LA R E P U B LIC A

1. La « rev o lu c ió n » del 509

No es posible reconstruir fehacientemente la caída de la monarquía; ni, por


otra parte, repugna a muchos estudiosos actuales admitir que Tarquinio el
Soberbio huyó en el 509, intentando luego recuperar el trono, inútilmente.
Recurriría, entonces, a la ayuda de Porsenna de Clusium, obteniendo lo
deseado. La tradición romana rechaza esta recuperación del trono y sitúa aquí
las gestas heroicas de Horacio Cocles, Mucio Scévola y Clelia, coetáneos de la
supuesta derrota de Porsenna. Pero resulta más verosímil lo contrario: Roma se
transformó en un anejo de Clusium; e incluso puede sospecharse que fue
Porsenna quien expulsó a Tarquino, que iría a refugiarse a la corte griega de
Aristodemo de Cumas, muriendo allí en 495.
La crisis romana dio lugar a sublevaciones locales en su área de influencia:
los latinos domeñados, las gentes de Aricia —que reciben ayuda de Cumas—,
cuyas causas son oscuras y pueden ir desde la lealtad a la dinastía derrocada
hasta el simple deseo de liberarse del yugo romano.
Lingüistas y arqueólogos de nota han sostenido, con razonamientos
atractivos, que la presencia etrusca (si bien es difícil precisar en cuáles intensidad
y niveles) se mantuvo en Roma tras el 509. En torno a esta fecha cristaliza, no
obstante, la creencia del cambio de régimen, bajo la fórmula de «tras la
expulsión de los reyes» (post reges exactos). Investigadores como A lfóldi
prefieren situar el cambio en 504 (batalla de Aricia) y los arqueólogos que siguen
a G jerstad llevan el cambio en torno al 475.
Sea como fuere, no hay argumentos de entidad suficiente como para zanjar la
cuestión. Probablemente nos encontramos ante un proceso complejo, en donde
actuaron numerosas concausas encadenadas entre sí. El año 509 es, sospechosa­
mente, el del advenimiento de la primera democracia en Atenas; el de la creación
del consulado; el del inicio de un nuevo tipo de calendario; el de la expulsión de
los reyes «extranjeros»... Fue llamado annus mirabilis o maravilloso, y no hay
necesidad ninguna de crear la obligación artificiosa de explicar todo el proceso
en torno a esta fecha.
Sí es cierto que, al poco tiempo, el poder político y económico de la ciudad
está en manos de unas pocas familias que, a posteriori, se autoincluyeron como
protagonistas de la gesta o magnificaron de tal modo su intervención que
llegaron a merecer la abierta repulsa de C icerón , quien, cuatro siglos y medio
después, no se privaba de atribuir a la ambición familiar y al deseo de poder la
LOS IN IC IO S DE LA R EPU BLIC A 35

pura invención de muchos sucesos primitivos. De estas consideraciones algunos


han deducido que el tipo de monarquía «populista» y antipatricia simbolizada
en Tarquino fue derrotada por las grandes familias de los terratenientes
agropecuarios, y que ése es el verdadero sentido del proceso, en cierta manera
antiurbano, enemigo de una economía relativamente abierta y receloso en
extremo ante las «nuevas clases» artesanas y manufactureras potenciadas por la
cultura etrusca, que iba poniendo los cimientos incluso de una entidad
«prenacional», con cultos propios y, por ello, ajenos al monopolio de lo sacro
mantenido hasta entonces por el patriciado.

2. Los prim eros c o n flic to s externos

En los comienzos republicanos coinciden las guerras con los vecinos y el


enfrentamiento social entre romanos. La necesidad que Roma tiene de-sus
plebeyos para el ejército, dará a éstos la posibilidad de ir imponiendo
condiciones que mejoren su existencia. Las guerras, por otra parte, están en
función del retroceso general de los etruscos en Italia central, lo que animará a
los latinos a afirmarse colectivamente y a los montañeses apenínicos a descender
hacia las atractivas llanuras del litoral occidental.
Probablemente, la expulsión de la dinastía no supuso la de los etruscos en
general, pues, en los Fasti consulares primeros no faltan nombres etruscos; un
vicus Tuscus o barrio etrusco existió en Roma durante bastante tiempo tras el
509; y los arqueólogos no detectan alteraciones significativas hasta el 475 más o
menos: por ello proponen fechar en él la evicción de Tarquino, quizás olvidando
que su destierro pudo no ser el de todos los etruscos. Puede aceptarse que, tras el
509, Roma actuase como una gestora lacial del etrusco Porsenna, dinasta de
Clusium, que se habría hecho con la capital tiberina (y no pactado con ella, como
aseveran las fuentes). Durante esta fase, los vecinos griegos de Cumas y las
aristocracias latinas —entre cuyos miembros habría muchos amigos de Tarqui­
no— mostraron su hostilidad al nuevo régimen. Las ciudades de la Liga Latina
fueron vencidas cerca de Tusculum, en el lago Regilo (499 ó 496), gracias a un
milagro de los Dióscuros, que combatieron junto a los jinetes romanos. El
magistrado Spurio Cassio impuso un pacto a los vencidos, el foedus Cassianum,
por el que Roma trataba de igual a igual con el conjunto de la Liga; lo que, de
hecho, suponía una posición hegemónica respecto de cualquier ciudad latina
considerada aisladamente. Entre tanto, habían surgido ya los primeros graves
conflictos sociales.

3. P atric io s y plebeyos

Las fuentes aseguran que éstos fueron los grupos larga y violentamente
enfrentados. Pero ello no significa forzosamente que todas las contradicciones se
diesen entre ambos, sino que a los historiadores antiguos les pareció así. La
lucha patricio-plebeya no fue un calco de la que luego opondría a la burguesía y
el proletariado modernos. En la antigüedad hubo, sí, lucha de clases entre
propietarios y no propietarios de los medios de producción. Pero sus manifesta­
ciones son mucho más complejas que en el capitalismo, ya que en la sociedad
antigua hubo numerosas contradicciones que no pueden definirse primariamen­
te en función de esa circunstancia. Así, a los conflictos entre propietarios y no
propietarios se añaden las oposiciones libre-esclavo, ciudadano-no ciudadano,
36 LA R E PU B LIC A R O M A N A H ASTA LA I GUERRA P U NICA

hombre rural-hombre urbano e, incluso, propietarios de tierras y ganado frente


a propietarios de fort^ias muebles.
Todas estas oposicppes son operativas y, a veces, muy activamente. Los
antiguos no se interesaron demasiado por ellas, de manera que el científicio debe
indagar en qué medida y momento pudo alguna ser preponderante, atisbando la
realidad a través de pequeños detalles e informaciones fragmentarias, lo que no
es siempre posible ni gratificador. Pero ha de intentarse.
La distinción entre patricios y plebeyos nunca desapareció en la historia
romana; pero en los siglos v y iv fue especialmente neta. Patricio era, en
principio, todo descendiente de los 100 primeros p a tre s con que Rómulo formó
su senado. La p le b s (voz emparentada con el indoeuropeo pledh w y el griego
pléth os, como plu res, «pletórico», «multitudinario») es, para algunos, la
población sometida por los invasores de la Edad del Hierro; o los sabinos del
Quirinal vencidos por los latinos. Frente a la explicación étnica caben otras,
económicas, derivadas del monopolio conseguido por algunos grupos sobre la
tierra de grano y pasto, frente a jornaleros y pequeños campesinos; o de la
división del trabajo entre agropecuarios, por un lado, y artesanos y comercian­
tes, por otro (es decir: unpoco,la oposición campo-ciudad). Otros autores creen
que, siendo agropecuaria toda la riqueza estable, la oposición se generó entre
ganaderos (patricios) y agricultores.
A través de escuetas definiciones tardías que señalan como plebeyos a «los
que no tienen gen tes » (p le b e i sunt qui gen tes non habent) hay quien piensa que el
dominio ejercido por un poderoso de cualquier tipo o patronus (palabra
emparentada con p a ter) sobre un débil o cliens se tradujo en un intercambio de
prestaciones: el cliente se encomienda, se entrega a la fieles del patrono y se
somete a él, a cambio de integrarse en su grupo social o gens, grupo estable,'
reconocido y que ejercita la solidaridad entre sus miembros. Esta fid es mutua
es vitalicia; y tan capaz que otorga al cliente el uso del nomen gen tis , la
participación en el culto,N etc. Es decir: sin ser un patricio, apoya a y es apoyado
por los patricios. Su relación con el patron us es paralela a la de un hijo con el
p a te r fa m ilia s. Esta institución, de origen económico, no permite presentar la
lucha social como lucha entre dos «clases» económicas, simplemente; y explica
por qué, a veces, la plebe —compuesta en parte por ciudadanos de las g en tes —
actúa aparentemente en contradicción con sus intereses: una parte de la misma
es prolongación de los p a tre s y p a tro n i, de quienes dependen su fortuna y
bienestar. Esta institución, esencial en la vida romana, se extendió incluso a las
comunidades: algunas ciudades se entregaban ( cleditio in fid e m ) a la voluntad de
Roma, que actuaba patronalmente con ellas. En todo caso, la separación
patricio-plebeya, así entendida, fue tan total que hasta 445 ( lex C anuleia) estuvo
prohibido el matrimonio interestamental.
Otros creen que la plebe la forman, sencillamente, los pobres, los infra
classem , incapaces de costearse siquiera un mínimo equipo militar. Es claro que
todas estas situaciones, imposibles de rastrear en sus detalles, influyeron en la
génesis de la distinción patricio-plebeyo, en diverso grado e intensidad, según
momentos que apenas es posible discernir. Lo importante es que la oposición era
muy visible en el siglo v (obedeciera a las causas que fuesen, sin duda, muy
varias); y que, desde luego, es observable la oposición entre los romanos
encuadrados en gen tes (sólida y patriarcalmente estructuradas y con cultos
comunes, un Derecho específico desarrollado —el quiritario— y gran capacidad
de presión sobre el conjunto social), sean o no patricios, y los romanos
«masificados», con aspecto de mera multitud. Las gentes parecen controlar la
mayor parte del ager R om anus , la tierra «estatal». Puede pensarse que Servio
LOS IN IC IO S DE LA REPUBLICA 37

Tulio introdujo criterios timocráticos, que favorecerían a la masa de hoplitas o


propietarios medios; pero no sabemos ni hasta qué punto ni a qué velocidad
operaron las reformas «constitucionales» sobre la realidad social. La reforma
hubo de debilitar la estructura gentilicia, se hiciera en una o más veces; pero ello
sólo significa que el embrión de Estado ya no fue únicamente una segregación de
las gentes, y no que éstas perdieran ni todo su papel ni su preponderancia y,
menos, de un solo golpe.
En tal contexto, la expulsión del rex sería impulsada por los jefes de las
grandes g en tes, sujetas al molesto poder arbitral del rey. La figura sagrada de
éste se conservaría en un sacerdote ( rex sacro ru m ); pero el poder eminente del
soberano como defensor de la comunidad entera sufriría un grave quebranto. El
im perium regio pasó a un cargo supremo o m agistratu s, posiblemente un jefe
patricio a cargo dei ejército (p ra eto r m a x im u s) , antecedente de los futuros
cónsules.
El poder debió de quedar en seguida en manos patricias, pues, muchos años
más tarde, si morían los cónsules antes de expirar su mandato, el poder y el
derecho a consultar a los dioses (ius auspicii ) «regresaban» no al senado (patres
et conscripti ), sino sólo a sus miembros patricios, según la fórmula auspicia a d
p a tres redeunt (los auspicios vuelven a los p a tre s). Estos elegían de entre sí a un
interrex, renovado cada cinco días, que encabezaba el Estado hasta nuevas
elecciones. Si ello era así en el siglo i a. de C., cuando el patriciado ya no
dominaba Roma, con más razón hubo de serlo en los primeros tiempos
republicanos.

4. La reacción plebeya

Coincidiendo con las dificultades bélicas, en 494 la plebe abandonó Roma,


retirándose a un monte cercano (el m ons Sacrum o el Aventino) para formar una
comunidad política ( civitas ) separada, llevando al extremo la discriminatoria
política patricia. Esta secessio p leb is conllevó la erección de un santuario
específico, opuesto al capitolino, y dedicado a Ceres, Líber y Libera, dioses
ancestrales del grano y la fertilidad biológica. El templo (a ed es) quedó bajo
custodia de dos aediles, encargados también de los archivos de la nueva
comunidad. Los patricios negociaron, aceptando la existencia de unos tribuni
p leb is (que ya eran diez a mitad de siglo v), sacrosantos e inviolables, investidos
de un terrible poder religioso que hacía sacer (execrable y reo de muerte) a quien
ejerciera violencia sobre ellos, tal como confirman las leges Valeriae H oratiae de
449. Tomó cuerpo en seguida una asamblea privativa, el concilium p leb is, para
elegir estos cargos, cuyas decisiones, llamadas «plebiscitos» (plebis sc ita ) eran
vinculantes para la comunidad plebeya: era el comienzo de una fuerte y
organizada resistencia de un grupo numeroso y activo, pero desposeído de
derechos, ajeno a la comunidad quintaría7de los g en tiles monopolizadores de la
ley, la religión, el gobierno, la tierra y la dirección de la milicia.
El patriciado cedió por lo peligroso de la situación exterior: los pueblos de
Italia central, a quienes los romanos llamaban «sabélicos» (hablaban todos oseo
o lenguas emparentadas), se pusieromen movimiento en busca de tierras. Sus
problemas de subsistencia debieron ser muy graves, hasta el punto de que
crearon el ver sacrum o «primavera consagrada a los dioses», en que sacrifica­
ban todas las primicias vegetales y animales obligando —una vez en edad nu­
bil— a los niños nacidos aquel año a abandonar el territorio. Ecuos, volseos, sa­
binos y, sobre todo, los samnitas, buscaban desesperadamente tierras, sintién-
38 LA R EPU BLIC A R O M A N A H ASTA LA I GUERRA P U N IC A

dose atraídos por el Lacio y la Campania. Los ectios, en marcha hacia los mon­
tes Albanos, y los volscos, camino de Antium, saquearon los territorios urbanos
intermedios. Los primeros héroes semilegendarios de la república (Coriolano,
Cincinnato) se fraguan en estas luchas de mitad del siglo y en el intermitente
enfrentamiento con Veyes (Veii), a 18 km aguas arriba de Roma, en la orilla
derecha o etrusca, deseosa de controlar el vado de Fidenae y el comercio de la
sal, de que se beneficia Roma, entre el mar y las montañas interiores pobladas
por ganaderos.
El germen de Estado, aún no desarrollado, encomendó este caso a una gens,
la Fabia, instalada en la frontera con Veyes; la gens protagonizó la campaña del
477, pereciendo todos sus miembros a excepción de un adolescente dejado en
Roma, como magnificó legendariamente su descendiente, Fabio Píctor. Ello nos
da idea de cuál era el papel preponderante de las gentes en la joven república
patricia, llegando a sustituir las funciones que hoy son propias del Estado. Pero,
a la vez, el fracaso Fabio deja ver que la organización gentilicia demostraba no
ser suficiente ante tal esfuerzo militar. El recurso a la plebe hubo de poner a ésta
en mejores condiciones para negociar un nuevo status.

5. Las X II ta b la s y la lucha p o r las m a g is tra tu ra s

El Derecho —cuyo concepto nuclear, ius, se integra en el ámbito de lo


sagrado— es monopolio patricio, como la aplicación de la justicia. Su
transmisión es oral y sólo los jefes de las gen tes y de las grandes familias
(fa m iliae ) que las integran conocen las «fórmulas», fuera de las cuales no es
posible actuar con licitud y eficacia. La nueva presión plebeya obtuvo que los
principios básicos del Derecho fueran recogidos y publicados, detrayéndolos así
en parte del insufrible monopolio del grupo dominante. En 451/450, dos comi­
siones sucesivas de diez hombres (decem viri legibus scribundis) compilaron y die­
ron a conocer en doce tabulae lo que sería llamado «fuente de todo el Derecho
público y privado». Las XII tablas consagraban el poder prácticamente omní­
modo del p a te r fa m ilia s, en un modelo gentilicio que los plebeyos seguían ya o
adoptaron entonces; la propiedad privada de la tierra, muestra de la gradual
descomposición de la fuerza colectiviza dora de la gens, en beneficio de la familia
y de su jefe; la prohibición del matrimonio legal ( conubium ) mixto; y la posibili­
dad de esclavizar o matar a un deudor insolvente, que quedaba sujeto a una
vinculación (nexum ) respectó de su acreedor.
Inmediatamente se desarrolla un germen de aparato administrativo. Desde
447, dos quaestores (cuatro, en 421) ayudan a la magistratura en la administra­
ción judicial, para especializarse en seguida en tareas financieras. Para la
elaboración del «censo» (fundamental en la leva de tropas o dilectus y en el
cobro de impuestos) se designa, cada cuatro años, y luego cada cinco, a dos
censores, de gran prestigio ciudadano y moral, que se mantienen en función
durante dieciocho meses, a cuyo término, revisados el buen ordenamiento de la
comunidad y la condición de cada ciudadano, efectúan una ceremonia de
purificación del Estado ( lustrum , lu stra tio ) . Los intentos de la plebe más rica por
acceder a los cargos, parece que originan, en 444, la sustitución de los ma­
gistrados (m agistratu s ) usuales por un colegio, en principio accesible a la
plebe, de tribuni m ilitum consulari p o te s ta te ; son jefes de la milicia con la
potestad gubernativa de los cónsules, en número variable, que acaban suplan­
tando, en 426, a la magistratura, por más de cincuenta años. Pero los cargos
habituales tardan mucho en abrirse a la plebe: hasta 407, la cuestura; ha pasado
LA C O N Q U IS TA DE IT A L IA POR R O M A 39

un siglo desde la «instauración de la libertad» (in stitu tio lib e r ta tis ) , como llamó
T ácito al cambio de régimen, seiscientos años después.
Entre tanto, se logran otras victorias. Las dos comunidades, gravemente
escindidas, según comenta Livio, llegan con típico pragmatismo romano a
diversos acuerdos, que acaban estabilizándose en un«modus vivendi» aceptable.
Inmediatamente de publicadas las XII tablas, los p a tre s y sus gentes aceptan
acatar los «plebiscitos», siempre que estén sancionados por la au ctoritas patru m :
ello da a los tribunos de la plebe parte de la iniciativa legisladora y a los acuerdos
plebeyos la fuerza religiosa y jurídica que emana de los fundadores de Roma,
con tal de que éstos participen en el final del proceso, una vez formulada la
voluntad popular; en consecuencia, los concilia p leb is se amplían, incluyendo en
su seno no ya a la p le b s, sino a todo el populus, pues añora puede empezar a
hablarse de un populu s R om anus y de una civitas integrada. Pueblo, además, no
organizado según su fortuna, como en las centuras militares que sirven de base a
los com itia centuriata, o por su estirpe, como en los com itia curiata, sino por el
domicilio (por tribus). Así nacen los com itia tributa, que pronto pasarán a
ostentar la fuerza legislativa principal en la historia republicana.
No obstante, sigue reuniéndose el concilium p le b is como tal para elegir a sus
ediles y tribunos, por y de entre plebeyos. La preponderancia de los comicios por
tribus será tal que, un tiempo más tarde, tan sólo los teóricos del Derecho
distinguirán entre lex (dada por un magistrado cum im perio o votada por las
centurias) y p leb iscitu m , que recibirá ordinariamente el nombre de lex también,
con el nombre de su proponente, al igual que las restantes.

II. LA C O N Q U IS T A DE ITA LIA PO R R O M A

1. La g u e rra de Veyes. El incendio gálico

Roma tenía, en la vecina Etruria, una cabeza de puente para protegerse del
norte por el fácil acceso de la isla Tiberina: el monte Janiculo ; era su atalaya
frente a los etruscos y, particularmente, frente a Veyes, con la que surgirá una
última y larga guerra.
Desde la reforma «serviana», se hiciera de vez o por partes', en las legiones
predominaron los hoplitas, divididos según su fortuna y edad (de diecisiete a
cuarenta y cinco y de cuarenta y seis a sesenta años). La promoción social y
política de la plebe debe mucho a esta circunstancia que igualaba, ante el
enemigo, a patricios y plebeyos. A fines del siglo v hay ya jefes militares plebeyos
que llegan al «tribunado con potestad consular» y se integran después en el
Senado, adquiriendo condición de nobiles, de «reconocidos» o notorios como
prohombres. Son senadores pero no p a tre s; simplemente están inscritos
( conscripti ) en la lista senatoria ( album senatus) .
La campaña militar que consolidó el aparato militar romano pudo ser la
guerra veyentana, por su larga duración (406-396, sospechosamente idéntica a la
guerra de Troya). Exigió algo más que esporádicas «razzias» de temporada y
hubo que pensar en que la res pu blica atendiese de modo permanente a quienes
de modo permanente estaban en filas y a sus familias desvalidas, instituyéndose
un estipendio (aunque no en moneda, a pesar de lo que dicen los antiguos, pues
ésta no existía aún). El nuevo ejército había hecho sus pruebas con los reyes
últimos y, en la república, rechazando a los ecuos y domeñando a los volscos:
40 LA R EPU B LIC A R O M A N A H ASTA LA I GUERRA P U NICA

Antium se había aliado a Roma y Terracina, asimismo costera, fue tomada


mientras se instalaban colonias latinas permanentes para vigilar los territorios
amenazados. Integradas por campesinos inmediatamente movilizables, ofrecían
a éstos la posibilidad de desahogarse económicamente.
Frente a Veyes, en la orilla izquierda, Roma tomó Fidenae, la manzana de la
discordia entre ambas ciudades, en 426. La guerra era inevitable. Tras largos
avatares, M. Furio Camilo cercó Veyes durante el verano y el invierno, tras
asegurarse la protección de las divinidades enemigas por el procedimiento de la
evocatio, que «sustrajo» a Veyes a su propia diosa, Uni (Juno R egina) .
Conquistada la ciudad, la diosa fue solemnemente instalada en el Aventino. La
campaña pudo llegar a exigir la movilización de 6.000 hombres. Los territorios
ganados fueron asignados a campesinos, encuadrados en cuatro nuevas tribus
administrativas, que se formalizaron en 387. Roma había puesto sólidamente el
pie en Etruria, en la orilla derecha del Tiber o ripa Tusca.
Los analistas cuentan que, con el diezmo del botín, Camilo envió un vaso de
oro a Apolo Délfico, por intermedio de los marselleses, que actuaron así de
pro x en o i de Roma ante el gran santuario panhelénico: buena muestra,
primero, de que entre Marsella y Roma había relaciones amistosas; y, segundo,
de las crecientes fama e influencia de lo griego entre los romanos, así como de
que aquéllos sabían dar la bienvenida y el apoyo al nuevo rival de sus persistentes
enemigos, los etruscos, con quienes se habían enfrentado enconadamente en los
siglos vi y V .
Las victorias sobre los vecinos (ecuos, volscos, sabinos, veyenses) daban a
Roma el predominio en Italia central, lo que se traducía en ventajosas alianzas
con latinos y hérnicos. Pero una grave amenaza estuvo a punto de destruirlo
todo: las invasiones celtas.

2. La am enaza gálica

Desde el 500, oleadas de celtas (G alli ) se asentaban en Italia del norte. Poco
después llegaba su vanguardia a Etruria, atacando a Clusium. Una presunta
embajada romana —formada por miembros de los Fabios— no sólo no consi­
guió mediar, sino que irritó a los galos, que se encaminaron al sur deshaciendo al
ejército romano en el río Allia, en el verano de 390 (ó 387), cerca de Fidenae.
Roma fue tomada, saqueada e incendiada, mientras parte de la población se
acogía, con sus dioses, al amparo de Caere y algún grupo resistía en la acrópolis
del Capitolio. El dies A llien sis fue desde entonces un punto negro en el
calendario romano,.
La crisis general agudizó todos los conflictos: los externos, por el renacimien­
to de las amenazas sabélicas, e incluso hérnicas y latinas; los internos, por la
situación de catástrofe y la necesidad del esfuerzo reconstructor, del acondicio­
namiento defensivo y la reforma legionaria. En cincuenta años no habrá sucesos
militares de esta envergadura, pero la conflictividad social, la stasis, será
elevada. Roma hará tenazmente frente a todas las amenazas, pactando nuevas
bases de entendimiento en su interior, multiplicando la presencia militar,
otorgando privilegios a las civita tes no romanas de su interés e intensificando la
fundación (deductio ) de nuevas colonias.
LA C O N Q U IS TA DE IT A LIA POR R O M A 41

3. Las leyes Licinias

El héroe antigalo, M. Manlio Capitolino, primer patricio que tomó partido


por la plebe, según los textos, encabezó un movimiento de excombatientes
arruinados que, en virtud de la Ley, se hallaban n exi y en expectativa de venta o
esclavitud. Asesinado «legalmente», el movimiento, descabezado, se aplacó;
pero poco más tarde los ricos plebeyos C. Licinio Stolo y L. Sextio Laterano
presentaron diversos proyectos de ley ( rogation es) a los que el senado se opuso
empecinadamente. Uno regulaba el pago de deudas, instituyendo plazos y
condiciones más razonables de amortización; otro reducía el usufructo de ager
publicus por un particular, limitando a 500 iugera (según las fuentes; unas 125 ha)
cada concesión; y el tercero reclamaba la «restauración» del consulado y la
posibilidad plebeya de alcanzarlo.
Tan enconado fue el enfrentamiento que los historiadores dicen no haberse
celebrado elecciones en un quinquenio, como en un permanente estado de
excepción, reeligiéndose, contra costumbre, a Licinio y Sextio como tribunos de
la plebe para que pudieran culminar su intento. Finalmente, en 367, se
aprobaron las propuestas y en 366 hubo elecciones regulares: Lucio Sextio
Laterano fue uno de los dos cónsules. En la negociación, para evitar el acceso
directo de la plebe a la iu stitia y su administración, se acordó crear una nueva
magistratura, patricia y cum im perio, sólo sujeta al cónsul y que se especializaría
en esa función: la pra etu ra , servida por un p ra e to r al que pronto se añadió otro
más. Se crearon dos aediles curules, esto es, patricios, que compartieron con sus
homónimos el cuidado de la policía y buen estado de la ciudad. Entre ambos
colegios se borraron pronto las diferencias funcionales, aunque no tanto las de
sta tu s social.
Las leges L icin iae S e x tia e marcan el comienzo de una etapa de mayor
normalización. Los dirigentes plebeyos obtienen en 364 la edilidad curul; en 356,
un plebeyo es nombrado d icta to r en un ambiente de lucha con latinos y celtas; en
351, llegan a la censura; en 342, obtienen la posibilidad legal de ocupar ambos
puestos consulares (lo que no sucede realmente hasta 172 a. de C ); en 339,
parece que un puesto de censor se les reserva en adelante; en 337, conocemos al
primer pretor plebeyo, y en 326 se logra la obligatoriedad —no sólo la
posibilidad— de que un cónsul sea siempre plebeyo. H a dado, pues, comienzo,
la crisis profunda del predominio exclusivo del sistema gentilicio, obligado a
pactar incesantemente ante las amenazas bélicas de la Liga Latina y de la
confederación samnita. Poco a poco, nacerá una nueva clase política dirigente,
compuesta por los p a tre s y por los ricos y ahora ennoblecidos jefes plebeyos: la
nobilitas, que se consolidará a modo de nueva oligarquía en el siglo siguiente.
Roma efectúa sus primeros escarceos marinos. La aliada Caere, dotada de
un importante puerto (Pyrgi), es honrada en 354 con el trato de civitas sine s u f
fra g io (los caerites tienen en Roma todos los derechos, excepto el de voto) y en
348 se firma un tratado con Cartago, aliada antigua de Caere, acaso ampliando y
mejorando el hipotético de 509 (raro y admirable año en que todo coincide: la
«revolución», el tratado con Cartago, la creación del consulado, la dedicatoria
del templo capitolino, etc. Precisamente el año de la reforma de Clístenes...)
Las legiones —con 4.200 hombres cada una— son ya cuatro, a dos por
cónsul, pero fácilmente se movilizan diez. La pérdida etrusca de poder en el
Adriático, por obra gala, y la amenaza samnita sobre Campania y el sur del
Lacio son aprovechadas por Roma cuando, en 340, se alza la Liga Latina,
reserva de hombres para el ejército romano que no recibe nada a cambio. Roma
42 LA R EPU BLIC A R O M A N A H A STA LA I GUERRA P U NICA

trata con el Samnioy,por el acrisolado procedimiento del divide et im pera, Roma


somete a los sublevados (338), acabando con el antiguo uso de administrar la
Liga por decisiones comunitarias ( com m uni consilio ). Los latinos más refracta­
rios fueron borrados del mapa, deportados; otros fueron tratados como simples
socii; a unos terceros se concedió la civitas sine suffragio; y, a ,los más dúctiles, la
civitas R om ana. Era todo un aviso cara al futuro.
Capua, amenazada por los samnitas —aliados de Roma— recurrió, de
acuerdo con ésta, a efectuar la deditio in fid e m para «obligar» a la gustosa Roma
a defenderla de los montañeses. La mayor ciudad de Italia en extensión urbana y
territorial, dueña del lacio, se dispuso a conquistar Campania, en cuyo norte
pronto poseyó el riquísimo ager Falernus, detraído, precisamente, a Capua.
También la nobleza de Neapolis, como la capuana, pactó alianza con Roma,
capaz de movilizar impresionantes efectivos, pero carente de una fuerza naval
que mereciera ese nombre.

4. Las guerras sam nitas

Con ocasión del tema capuano Roma se había enfrentado a los .samnitas, al
preferir atender el compromiso de una deditio (acaso inventada por las fuentes)
que el de su tratado de amistad. Entre 326-304 y 298-290, las II y III guerras
samnitas (la I tuvo como breve fondo el asunto de Capua, entre 343 y 341) harán
de Roma el primer poder itálico. Peritísimos en la guerra de montaña, armados
con el pilu m y el scutum que copiarán las legiones, feroces por su primitivismo y
exasperados por la permanente necesidad, se organizaron de modo vagamente
federal sobre un vasto territorio, llevando la guerra a lugares muy distantes. Los

MARSOS Aliados de Roma

LUCANOS Aliados del Samnio

Ayuda a Neapolis y ataques


al Samnio desde Apulia (327)
Expedicidn al Samnio, Horcas
Caudinas (321'
Ataques etruscos. Victoria ro­
mana (Perusia, 309).
Expedicio'n a Bovianum (305).

F i g . 8. L a s e g u n d a g u e r ra s a m n ita .
LA C O N Q U IS TA DE ITA LIA POR R O M A 43

F i g . 9. L a te rc e ra g u e rra s a m n ita .

romanos querrán atacarles en su propio terreno. Y, entre Capua y Benevento, en


el desfiladero de las Horcas Caudinas, los cónsules y las legiones hubieron de
rendirse, desarmarse y desfilar desnudos bajo un yugo sin llegar a combatir,
dicen las fuentes (321). El senado repudió a los generales, que parecían haber
condenado a Roma a ser una capital comarcana, acosada en el Lacio e
incomunicada con el sur. Pero la imperturbable tenacidad romana va a poder
con todo. Tras una notable victoria en 314 —con la que podría haberse conclui­
do la guerra—, Roma deseará el aniquilamiento samnita, comenzando por to­
mar una de sus capitales federales, Bovianum. Tras una tregua de cinco años se
reanudará la lucha. Pero, entre tanto, la obsesión Fabia, la Etruria meridional y
del Tiber medio, va cayendo en manos romanas gracias a Q. Fabio Máximo
Rulliano, que fue cinco veces cónsul en veintisiete años. La lección, como cada
vez, ha sido bien aprendida; y entre la victoria de 314 y la toma de Bovianum
(304) se crean nuevas colonias latinas que guarnezcan el sur y la costa, con dos
duumviri navales que activan la incipiente flota. Es preciso regularizar las
comunicaciones entre el Lacio y la Campania, el nuevo granero: y en 312 nace la
idea de la Vía Appia, la «reina de las vías romanas». Cuantos han flaqueado
frente a los samnitas o los han ayudado, encuentran ahora su castigo implacable:
el territorio hérnico es anexionado, el pueblo ecuo desaparece prácticamente, y
Roma se acrece con las tierras del río Liris, foso natural del Lacio frente a los
samnitas.
Pero si el interés Fabio está al norte, los Decios, los Cornelios, los Claudios lo
tienen en el'sur. Y son ellos quienes mandan en Roma, a pesar de algunas
brillantes biografías plebeyas (que, no nos engañemos, representan los antiguos
intereses de dominio tras el pacto con el patriciado. El mismo Licinio Stolo
44 LA R EPU BLIC A R O M A N A H ASTA LA I GUERRA PUNICA

depende, por matrimonio, de una gens patricia). La guerra del 299, conducida
por Decio Mus, tiene su punto crítico en 295. Los romanos han logrado
desplazar del Samnium al enemigo, rechazándolo hacia el norte. Los umbros y
los etruscos se confabulan con ellos y con los galos senones frente a la
«intolerable tiranía» romana, en pluma de L ivio . Un Decio y un Fabio se
enfrentan en Sentinum (Umbría) a la coalición mientras otras tropas impiden el
refuerzo etrusco. La victoria obtenida alcanzó en ese tiempo reputación
extraitálica y aparece, por ejemplo, en historiadores samios; se habla de 100.000
muertos, de 25.000. Las colonias de Sena Gallica (289) y de Ariminum (268)
mostraron al poco que el ager G alücus, como la Umbría, ya tenían dueño
definitivo. Luego, hemos de ver cómo las operaciones en Etruria no cesaron,
durando largo tiempo: todo el que fue preciso para que las viejas ciudades fueran
cayendo en manos de Roma, una por una.

5. El fin a l de los grandes c o n flic to s internos

Aunque las fuentes son confusas, a fines del siglo m se refuerza la importan­
cia de los plebiscitos, a la vez que se ataca fuertemente la esclavitud por deudas
(ilex P o etelia P apiria, del 326 ó 313). Pero el personaje que mejor simboliza las
nuevas contradicciones es Appio Claudio, helenizante, patricio descendiente de
una gens sabina acogida en Roma con sus 5.000 miembros al poco de instituirse
la libertas. Censor antes que cónsul, cónsul por dos veces y d icta to r, tratado de
demagogo por las fuentes a causa de su apoyo a los humiles (libertos, plebe
desprotegida), se resistió a la hegemonía de la nueva nobilitas e intentó cerrar a
los hom ines novi de la plebe rica el acceso a las magistraturas y a los sacerdocios
mayores, apoyando una política más igualitaria para con las capas bajas de
Roma; autor del proyecto de la Vía Appia y del primer acueducto urbano, el
aqua Appia, favoreció la política de empleo, siendo el primer censor que revisó
el album senatus, inscribiendo en él incluso a hijos hijos de libertos y autorizando
a los plebeyos a inscribirse en la tribu de su residencia y no sólo en las cuatro
«urbanas», reservadas a los miserables con objeto de desvanecer su influencia
comicial. Un protegido suyo, edil curul, publicaba al tiempo el calendario, para
que todo el mundo supiera en qué días era lícito ver una causa, y las legis actiones,
o procedimientos de actuación judicial, para que se supiese no sólo cuándo, sino
cómo había que actuar. Claudio, censor entre 312 y 308, tenido como padre de la
literatura latina, no fue bien tratado por la tradición; acaso porque los Fabio se
hallaban al frente de la política «centrista» de la nobilitas: dos de ellos serán
cónsules en los cuatro años de la censura de Claudio.
Esta política de «conservadurismo liberal» se evidencia en acciones como la
de Q. Fabio Rulliano, que en 308 reclasificó a todos los humiles en las tribus
urbanas (y así estarán por más de un siglo), o en las consecuencias de la lex
Ogulnia (300), que creaba nuevos puestos de pontífices y augures, ampliando sus
venerables colegios, para dar entrada a los hom ines novi de la rica plebe afecta al
sistema. Se ratificó el derecho de apelación a los comicios en caso de pena grave
(provocatio a d populum ) que, como tantas otras cosas, se tenía por creación del
509, nuevamente sancionada en 449 y que ahora parece cobrar virtualidad bajo
el impulso de una mentalidad nueva que iba amparándose de Roma.
El conjunto legal más significativo es, en 287, el que regula los plebiscitos (lex
H ortensia, 287), dictado tras un fuerte alzamiento plebeyo motivado acaso por el
injusto reparto de la Sabina central, al final de la III guerra samnita. La ley
ordenó que c/nod plebs iussisset om nes Q uirites ten eret, según P l in io : «Que lo
LA C O N Q U IS TA DE ITALIA POR R OM A 45

que la plebe mandase, obligara a todos los Q u irites » (en el sentido, ya, de roma­
nos). El mismo Hortensio logró que los días de mercado o nundinales (aprove­
chados por el campesinado pobre para ir a la ciudad) fuesen f a s ti: aptos para la
vista de juicios, poniendo así más al alcance de los humildes el acceso a la justi­
cia, tan celosamente monopolizada por los p a tres y sus nuevos aliados.

6. El fin a l de la co nquista de Ita lia

Hemos perdido los libros correspondientes de ab Urbe condita para la


conquista de Etruria; pero los F asti nos dicen que se venció a Volsinia en 280, lo
mismo que a Vulci. Y que, alzada de nuevo aquélla, Fulvio Flacco la tomó en
265, reduciéndola a civitas fo e d e ra ta y poniendo a su frente, como en todas las
demás, a las aristocracias locales. Con la reciente conquista de la Sabina por
Curio Dentato (290) y la conclusión de las guerras samnitas, las fundaciones de
Venusia y Hadria abrían a Roma, respectivamente, las vías de Magna Grecia y
del mar Adriático.
La espléndida Tarento comenzaba a tener que compartir su zona tradicional
de hegemonía con la recién llegada. Al asumir Roma las responsabilidades
campanienses y sus excedentes demográficos, se encontró metida en la política
del Estrecho, donde los campanienses Mamertinos, mercenarios de los griegos,
se establecieron a la fuerza en Mesina (288) mientras que en la otra orilla una
legio Cam pana, actuando por cuenta de Roma, ocupaba desaforadamente
Rhegion. A pesar de las zonas de influencia pactadas con Tarento, en 302 —con
límite en el cabo Lacinio— Roma intervino, a petición griega, en ayuda de
Locris, Hipponium, Thurii y otras poleis, reforzándolas frente a los indígenas
ítalos y exhibiendo imprudentemente su primaria flota en la misma Tarento, que
la derrotó, tomó Thurii para mostrar su preeminencia (282) y, por enésima vez
—ya lo había hecho con mercenarios lacedemonios y con otros—, solicitó el
apoyo de los griegos de la Madre Patria. Un gran general helenístico, Pirro, rey
de Epiro, se puso en marcha.
Deseoso de consolidar un poder griego, monárquico, en Africa y Magna
Grecia, intervino en Italia y en el avispero siciliano avalado por su falange y sus
imponentes elefantes de combate. Roma y Cartago sellaron, una vez más,
alianza. Pirro ganó batalla tras batalla (Heraclea, Ausculum) en las más
verdaderas victorias «pírricas», por la insolidaridad de las poleis —que
limitaban su apoyo una vez pasado el peligro— y la imposibilidad de reponer
bajas y recursos. Dos años de victorias en Sicilia (278-276) lo devuelven a Italia,
aunque perdiendo en el camino la flota siracusana. Saquea el tesoro de Locris,
para allegar recursos, y es hostigado por los campanienses de ambos lados del
Estrecho, a quienes difícilmente puede combatir. Curio Dentato, el héroe frente
a galos y sabinos, acertó a enfrentarse a Pirro del modo más adecuado, de
forma que la estrategia.helenística no pudiera desarrollarse bien. En Malevento
(Beneventum , desde ese día) Pirro comprendió que, ganando todas las batallas,
había perdido la guerra (275) y volvió a Epiro, aunque dejando a su hijo y a su
hombre de confianza al frente de Tarento, que resistió tres años más, acabando
por ser una simple civitas fo e d e ra ta , con su propia administración, pero sin
posibilidad de una política propia en el exterior y obligada a subvenir a las
necesidades navales de Roma, vencedora ya de un rey helenístico. La tradición
afirma que Ptolomeo Filadelfo de Egipto envió presentes a la nueva potencia
mediterránea. Era todo un síntoma.
Por lo demás, el contacto de Roma con el mundo griego no era, naturalmente
46 LA R EPU BLIC A R O M A N A H ASTA LA I GUERRA P U NICA

nuevo. Ostia es puerto abierto desde mediados del siglo iv. Diversos historiado­
res griegos mencionan la llegada de romanos a la corte de Alejandro en 323; a
fines de siglo, Rodas y Roma oficializan su amistad republicana; y en el 306, un
nuevo tratado amistoso con Cartago confirma el rango «internacional»
conseguido por Roma incluso antes de Sentinum. Pero la victoria sobre Pirro y
Tarento auguraba un futuro tan claro que un contemporáneo, infortunadamen­
te perdido, el siciliano Timeo, vaticinó el enfrentamiento entre Roma y
Cartago por el dominio de Sicilia y el control del Mediterráneo occidental y
central.
Como han observado los estudiosos, estos años son, un poco, los del
eclipse de los Fabio; los nombres consulares más frecuentes son de otras
gentes y, sobre todo, de la Atilia, que da siete cónsules en un veintenio; su
estirpe procede de Campania: los intereses meridionales van a privar durante
un tiempo en la política romana.
Efecto asimismo de la proximidad con lo griego es la introducción de la
moneda, surgida hacia 289 como institución más o menos regular, al crearse
trium viri que dirigen el taller en el templo de Juno Moneta y que pronto
facilitan el numerario preciso para la guerra pirro-tarentina. La vida interna­
cional exige enseguida medios importantes de pago, y se usarán monedas de
plata, con patrón greco-egipcio y acuñadas en Tarento. Roma acuña didrac-
mas, con tipos púnicos y helenos: un caballo, una cabeza de Ares-Marte,
enseguida sustituidas por otras con la Loba y los gemelos y con Hércules (269)
y por piezas en que aparece la misma Roma coronada por la Victoria, hacia
264; es la afirmación de una personalidad ética y política, una visión oficial
que la R e s p u b lica desea dar de sí misma al mundo la que aparece,
diáfanamente, en su tipología numismática, factor inapreciable de propagan­
da tanto como señal de identidad.
No obstante, hay que esperar a las guerras con la gran rival histórica,
Cartago, para ver aparecer en las monedas de Roma las proas o rostra de las
naves de guerra. Hasta ese momento, está claro que Roma no se considera
especialmente relevante en el mar. El esfuerzo más duro, largo y grave de la
historia republicana, el de la II Guerra Púnica, será el que desarrolle en el
espíritu romano toda la virtualidad que ahora se apunta modestamente en las
piezas de plata acuñadas en el sur. Es, precisamente, el paso del sitema de la
dracma, prestado por el mundo griego, al del denarius, creación propia y
futura moneda dominante en el mundo mediterráneo.

III. LA O R G A N IZ A C IO N P O LITIC A
DE LA R O M A R E P U B L IC A N A

1. La o rg a n izac ió n de las conquistas

Tras la toma de Tarento y Volsinia, Roma controla Italia desde Mesina


hasta el Arno y el Aesis. El territorio propiamente romano (a g er R om anus) es
de 1/5 del total: Lacio, Campania, Sabina, ager G allicus (con el Piceno, cara al
Adriático) y Etruria meridional. Distribuido en 35 «tribus» administrativas
(cuatro urbanas y 31 «rústicas» desde 341), pertenece a una sola civitas, la
romana. En su seno, las ciudades son simples m unicipia con entidad meramen­
te administrativa, o ni aun eso, como en la Sabina: se les considera simples
LA O R G A N IZA C IO N POLITIC A DE LA R O M A R EPU B LIC A N A 47

aglomeraciones. Sus dueños, los cives R om ani, poseen plenitud jurídica


(icivitas optim o iuré), con derecho a matrimonio legal {conubium ), a la enaje­
nación y adquisición de propiedades (com m ercium ) y al voto (suffragium ).
Sólo ellos —aunque de hecho, no todos— pueden optar a los cargos de go­
bierno {honores). Otros ciudadanos, como los de Caere, poseen estatuto me­
nos completo, aunque lo alcanzarán a lo largo de los siglos m y n. En el ager
publicus R om anus se crean coloniae civium R o m an oru m , casi todas cos­
teras y con misión de vigilancia, como Ostia, Terracina, Minturno,
Antium y, en el Adriático, Pisaurum. Son no tanto a modo de pequeñas
Romas, cuanto pedazos de Roma misma trasplantados a otros lugares de
Italia: todos sus ciudadanos son, en efecto, cives R om ani.
El territorio de los aliados (so c ii) es cuatro veces mayor. Son, técnicamen­
te, extranjeros (p ereg rin i ), aunque favorecidos; guardan sus propias leyes y
administración, reconociendo la superior entidad y supremacía real y moral
( m aiestas ) de Roma; aceptan su tutela militar y política, sus guarniciones y
sus relaciones exteriores. A veces, parte de su a ger se ha convertido en ager
Rom anus: depende de la resistencia que en su día ofrecieron a las legiones.
En situación jurídica intermedia se hallan los cives L atin i, con estatuto
semejante al inicial de los latinos étnicos. Básicamente, gozan del ius com m er­
cii y del ius conubii, estando discriminados en los derechos políticos y en la
capacidad de apelar a los comicios. L a tin i son los habitantes de unas pocas
ciudades latinas y, sobre todo, miembros de la baja plebe romana instalados
como cultivadores en la parte pública del territorio aliado, pobladores de las
coloniae L atin a e que acceden a la propiedad a cambio de sacrificar sus
derechos políticos en Roma.
Estas coloniae L a tin a e van sustituyendo a las coloniae civium Rom anorum ,
por ser, políticamente hablando, menos costosas. Entre 338 y 265 se verifica la
fundación (d e d u c tio ) de 23 colonias latinas, con más de 80.000 colonos de
origen romano; examínese el estratégico reparto de las principales en relación
con las vías: Fregellae, Beneventum, Venusia, Hadria, Ariminum, Spoletum,
Alba Fucens. Pero los L a tin i recuperan el suffragium si regresan a Roma, a la
madre patria. Coyunturas de escasez llevarán a una legislación restrictiva, que
les dificultará la residencia en la ciudad y que llegará a anular el ius canubii
para impedir la recuperación de las civitas mediante matrimonio.
La población propiamente romana, en 265 a. de C., era de unas 900.000
personas (292.000 movilizables) y los aliados sobrepasaban los dos millones.
Los ingresos regulares más estimables eran el tributum (impuesto ciudadano
para la guerra), el vectig a l (canon por el usufructo de ager publicus) y los
p o rto ria , impuestos indirectos sobre el tráfico mercantil.

2. El e jé rc ito en el siglo III

Instrumento principal del poder romano sobre Italia, las legiones ciudada­
nas se caracterizan precisamente por estar compuestas exclusivamente de
cives R om ani que defienden su tierra con armas propias, a excepción de los más
pobres {infra classem , pro leta rii, que sólo son prole y padres de romanos, capite
censi, censados como simples cabezas a efectos de control), convocados sólo
en casos de extrema gravedad ( tum ultus , como el de 390). Las 18 primeras
centurias son la caballería ciudadana; seis de ellas son las antiguas de Tities,
Ramnes y Luceres, p rio re s y p o sterio res, que votan en primer lugar en los
comicios (s e x su ffragia ). Las tres primeras clases por la fortuna forman la
48 LA R EPU B LIC A R O M A N A H A STA LA I G U ERRA P U NICA

infantería pesada; y las dos últimas, y más numerosas, la ligera (v e lite s ), las
tropas de hostigamiento. Con el asedio de Veyes se regulariza el apoyo
económico de la comunidad al combatiente y su familia. Normalmente la
movilización es de temporada, entre primavera y otoño. La república puede
exigir del ciudadano hasta 16 campañas, entre sus diecisiete y cuarenta y cinco
años; diez sólo, si sirve en caballería; pero la cifra puede extenderse a veinte,
lo que no será tan raro. A los cuarenta y seis años se pasa a la reserva,
generalmente a cargo de la defensa de la ciudad; a los sesenta se alcanza la
exención total. La leva (d ile c tu s ) la verifica el cónsul, con permiso del senado,
al inicio del año político (marzo) y el licénciamiento se hace en otoño.
El ejército normal consta de cuatro legiones, a dos por cónsul, que han
pasado de 3.000 infantes (m ilite s ) a 4.200, más 300 jinetes (eq u ite s) por
legión. Las tropas de los so cii (a u x ilia ) son más o menos en igual número,
aunque con más jinetes. Cada legión incluye 60 centuriones procedentes de la
tropa, auténticos profesionales, como los decuriones (que mandan las unida­
des menores de a caballo). Los oficiales superiores son los tribuni m ilitu m , a
razón de seis por legión, elegidos por el pueblo y con alta consideración
pública. Las cuatro legiones iniciales, o legiones urbanae, mantuvieron a estos
tribuni m ilitum a pop u lo ; pero las extraordinarias, cada vez más usuales,
fueron enseguida provistas de tribunos elegidos por los generales (tribuni
m ilitum ru fu li). Al frente de la legión, naturalmente, hay un general (magistra­
do o exmagistrado) dotado de im perium . Por definición, el consul, el p ra e to r o
el d ictador y su segundo.
La táctica legionaria es muy flexible, no falangística, servida por los
manípulos, de dos centurias cada uno —hay 60 centurias por legión—; los
manípulos se disponen al tresbolillo (qu in cu n x ), en tres líneas, dejando
huecos de maniobra y para que se inserten los velites. En cada dilectus, tras la
jura, el m iles es asignado a un centurión y según su edad forma con los h astati
(reclutas), p rin cip es (antiguos combatientes, de primera línea) o triarii (vetera­
nos, tercera línea, que forman en centurias de sólo 30 hombres). La legión
acampó enseguida por el sistema de castra, o campamentos fijos, con dos calles
perpendiculares que se cruzaban en el centro (praetoriu m ), en que se situaba
la tienda del alto mando. Rodeado de foso y empalizada, cuyas estacas
transportaban en su equipo los soldados, un campamento alojaba usualmente
a un ejército consular completo —dos legiones, auxilia, animales e impedi­
menta— y asemejaba una ciudad poblada por miles de habitantes sujetos a
estrictísima disciplina.
El ordenamiento manipular aparece ya a fines del siglo iv, seguramente
como reacción ante el tipo específico de la guerra samnita. Entonces parece
que se sustituye el hasta por el pilu m , jabalina de casi 1,5 m, con un cuerpo
perfectamente contrapesado y un estudiado encaje de la punta de hierro en el
vástago de madera. La espada se modifica para hacerla más apta al cuerpo a
cuerpo, antes de que, en el siglo ii, se adopte el gladius H ispaniensis.
El peso del reclutamiento (dilectu s ) cae básicamente sobre el pequeño
propietario campesino, lo que acabará siendo un grave inconveniente; como
lo es el del alto mando variable anualmente y, a veces, dentro del mismo año
por rotación entre los cónsules; ello resulta ocasionalmente pernicioso, sobre
todo en campañas de larga duración que han de de obedecer a una sola
estrategia; de ahí que, en una de ellas se recurra, tras finalizar el año consular,
a renovar al general el im perium —no el consulado—: esta prórroga (p roroga­
tio im perii) consiente al general actuar a modo de cónsul (p ro consule); así
nacen, en 327, las «promagistraturas». Roma carece prácticamente de flota
LA O R G A N IZA C IO N POLITIC A DE LA R O M A R E PU B LIC A N A 49

que merezca tal nombre: una veintena de naves, ni muy buenas, ni experta­
mente mandadas.

3. La relig ión

Impregna no ya la vida ciudadana, sino la del Estado mismo, a causa de la


necesidad de consultar los auspicios en cada acción que se ejecuta en nombre
de Roma. De ahí que el Derecho público romano se halle transido por los ritos
sacros. Los dioses fueron tantos como las necesidades concretas exigieron.
Jove, Marte y Quirino son enseguida sustituidos por la tríada etrusca del
Capitolio, Jove, Juno y Minerva, que coexiste con dioses itálicos más
populares (la tríada plebeya; Vesta, Jano, Diana, Flora) y helenos o etruscos
(Venus, Apolo, Hércules, Neptuno, Esculapio, Mercurio, etc.). Determinadas
abstracciones se personalizan, como la Fides, la Fortuna, la L ibertas o la
Virtus, mientras persisten atávicos ritos agrarios (A nna Perenna o el renaci­
miento anual, Consus, guardián de los silos, etc.). La necesidad de encomen­
darse a un numen para cualquier cosa hace surgir —es sólo un ejemplo— a
Abeona y Adeona, o a Iterduca y Domiduca, que custodian al niño que va y
viene de casa. Los mismos grandes dioses no se libran de la especialización y
surge un M arte patrono de la venganza ( U lto r ) , o un Jove que paraliza al
fugitivo (S ta to r ) o trae la lluvia (E licius ) como amo de la atmósfera. El
temor romano a cada fuerza o actividad preternatural, llevó incluso al
«rapto» ritual de dioses enemigos, mediante la mágica evocatio, que ya vimos
en Veyes y que aplicó también a Vetumno de Volsinia.
La religión es enormemente rígida en su ritual (lo que no hay que
interpretar despectivamente como mero formalismo). Se codifican al detalle
lugares, gestos, palabras exactas, características minuciosas de la ofrenda, etc.
Era esencial conocer la disposición divina, lo que se intentaba mediante
interpretación de signos augurales («ominosos»), de acuerdo con la Etrusca
disciplina, la adivinatoria, que adquirió carácter jurídico-público. Toda activi­
dad de magistrados y comicios en nombre de Roma exigía la consulta celeste,
frecuentemente por la contemplación de las aves (vuelo, canto, comida, etc.:
avispicum , auspicium ). No se trata de averiguar el futuro, sino de conocer si
los dioses no consideran ilegítimo lo que va a emprenderse. Los secretos
antiquísimos guardados por el colegio pontifical (p en etralia pontificum )
invadieron el Derecho público, también pendiente de los procedimientos, de
las form u la e. En principio, la justicia (que incluye la noción de ius, Derecho)
exige el cumplimiento escrupuloso de las obligaciones con lo sagrado, cuya
inobservancia, sobre hacer ineficaz cuanto se actuara (fuera o no inadvertida­
mente), podía ser catastrófica. Ya el rey había de auspicare, y de ésta su
capacidad de comunicación con los numina se derivaba, precisamente, su
auctoritas (voz pariente de augere y a u g u r) , su sacralidad; la fuente, en suma,
del im perium sobre la comunidad y de la capacidad para regularla.
Los sacerdotes no eran profesionales, sino ciudadanos distinguidos, ini­
cialmente patricios, designados a tal fin por un tiempo usualmente fijo. Los
fla m in es (de la misma raíz indoeuropea que el sánscrito brahm an) eran 15,
presididos por los de Jove (flam en d ia lis), M arte y Quirino; Fueron poco a
poco relegados por los p o n tifices, cuyo presidente (P o n tife x M a x im u s) era
vitalicio y el mayor experto oficial en materia sacra, responsable del calenda­
rio, de la disciplina cultual pública y privada y custodio de los archivos del
pueblo romano. Dos augures consultaban a la divinidad y su respuesta (tras la
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