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ANÁLISIS DEL SEGUNDO DIARIO LIMEÑO CON INTERLUDIO

AYACUCHANO (1958-1961)

Las siguientes líneas tienen como objetivo analizar la trayectoria de Julio Ramón Ribeyro
como diarista. Con La tentación del fracaso, publicados en tres tomos durante la década
del noventa, ingresamos a la fase autobiográfica, la preminencia del estilo fragmentario y
la actitud reflexiva y moralizante en el escritor de Los gallinazos sin plumas.
Particularmente, nos abocaremos a indagar en los amores del diarista y su vocación
literaria como actitud vital en el Segundo diario limeño con interludio ayacuchano.

1. C., H. y Mimí: Julio Ramón Ribeyro y su relación con las mujeres

En Año Nuevo de 1953, en París, conoce a la misteriosa C., la inicial del nombre de Cathie
Herrera, cuya identidad fue revelada en las cartas de Julio Ramón Ribeyro remitidas a su
hermano mayor, Juan Antonio1. Cathie era una joven peruana con quien vivirá momentos
de intenso amor, pero también peleas continuas y escenas de celos.

Mis relaciones con C. no tiene porvenir ni compostura: encuentros, distanciamientos,


rupturas, reconciliaciones, horas de amor, horas de indiferencia, traiciones recíprocas
seguidas de arrepentimiento, escenas de verdadera ternura, lágrimas, protestas, todo esto
repitiéndose, confundiéndose, transformándose ¡y esa necesidad de buscarla cada cierto
tiempo! Para terminar de pronto secos, sin gratitud ni dolor, o abrazados como hermanos
o amantes. (2003, pp.185-186).

1
Véase la entrevista de Jorge Coaguila a Ribeyro, en la cual le realiza algunas preguntas sobre sus
enamoradas en http://jcoaguila.blogspot.pe/2014/08/entrevista-julio-ramon-ribeyro.html
Vale recordar que la relación con Cathie fue más larga e intensa que con otras mujeres
anteriores. Su belleza, así como su personalidad enérgica y arrolladora, era muy opuesta a
la de nuestro escritor. Además, ella era quien tomaba las iniciativas, concertaba las citas,
proponía los planes y guiaba el curso de las conversaciones.

En general al lado de C. jugaré siempre el papel de la víctima. Tengo que referirme a ella
en términos maléficos. Ella tiene sobre mí una suerte de potestad diabólica. Como soy
mucho más sensible que ella y muchísimo más débil, me siento casi femenino a su lado y a
ella terriblemente varonil. Ella me toma y me deja, como los hombres hacen con las
mujeres y yo lo consiento todo (2003, p.199).

Como señala Hugo Anselmi (2012), C. propone soluciones muy prácticas que nuestro
protagonista las interpreta como masculinas, como pragmáticas (por ejemplo, cuando
ante los problemas que él presenta, ella le responde que con solucionar el problema
económico todo lo demás se resolverá por añadidura), en oposición a la sensibilidad que
lo entiende como femenina y a la cual se adhiere. Así, espera que la solución (desde esa
diferencia de personalidad entre el hombre y la mujer) parta de ella, lo cual difícilmente
ocurrirá.

Cuando se realice el viaje a Ayacucho para dirigir el Departamento de Extensión Cultural


de la Universidad de Huamanga, nuestro protagonista se sentirá atraído por una alumna:

Consignar la atracción que ejerce sobre mí la alumna H. Es la primera vez que me intereso
en una mujer que, para la mayoría, debe ser fea. Ninguno de sus rasgos es atractivo. No
tiene ni ojos, ni labios, ni nariz, ni cutis, ni piel, ni cabello agradables. Lo que tiene es la
simpatía de la expresión, del gesto y del movimiento. Es extraño: le basta desplazarse o
acompañar cualquier frase suya de un ademán, de una entonación, de una mueca para
que me produzca una irresistible gracia. En este aspecto me hace recordar a Mimí, a quien
debo ver en París, si toda sale bien, dentro de tres meses (2003, p.205).

No obstante, se deja apreciar una inestabilidad emocional en nuestro personaje, pues


transcurridos cinco días empieza a cortejar a otra lugareña, bastante bonita, aunque un
poco gris de temperamento (206). Pero la suerte de esta relación parece estar echada,
pues se presenta dos obstáculos: el recuerdo de C. y Mimí, y la afrenta de la pareja de su
“bella regnícola”. De esta manera, cuando nuestro protagonista se encontraba besando
los labios de la joven, es increpado por la pareja de ella, un estudiante fornido, lo que va a
significar el fin de un fugaz romance.

Ahora bien, debemos recordar que en Amberes, durante 1957, nuestro narrador entabla
una relación con una joven belga diez años menor que él. A diferencia de Cathie, Mimí es
cándida e inocente, aunque muy voluble. Quizá por ello la pasión de nuestro protagonista
se tornó obsesiva y en algunos casos hasta violenta. Esto, sumado a la diferencia de
edades, llegó a extenuarlo y, a la larga, imposibilitó la concreción de su relación. Aun así,
no dejó de mantener contacto con ella a través de misivas. Por ello, un posible viaje a
París resulta ser el pretexto para volver a reanudar su relación con Mimí. Si bien en un
primer momento se narra que dicho viaje se frustra, al final nuestro narrador nos comenta
su partida por barco rumbo a Europa por segunda vez y su próxima cita con Mimí frente a
Notre-Dame.

Como hemos podido apreciar, en el Segundo diario limeño con interludio ayacuchano
Ribeyro deja de lado su característico pudor con las mujeres para retratar la complejidad
de sus supuestos romances. Para Ana Gallego, las mujeres representan “un obstáculo en
la práctica de la escritura, puesto que lo arrastran a la indisciplina, la abstracción, el
recuerdo, el lamento, la añoranza; pero se vuelve profuso en la narración cuando es
abandonado […] En cambio cuando es feliz deja de escribir” (s/f, p.8). Esto nos lleva a
recalar en la importancia de la relación entre la vida y la literatura para Ribeyro.

2. El “fracaso” de ser un escritor profesional

A partir de los recuerdos que nos ofrece el protagonista, podemos indagar en su identidad
en tanto sujeto comprometido con el ejercicio de la escritura. Por tal motivo no nos debe
de extrañar su escepticismo ante su obra de ficción, lo cual lo lleva a cavilar sobre nuevas
posibilidades en la escritura:
He tomado casi la determinación de interrumpir la corrección de mi novela. Su flagrante
naturalismo me aburre. Más que nunca veo la necesidad de encontrar una nueva técnica
que me permita construir un mundo que no tenga nada de común con los ya conocidos.
Hay demasiada lógica, demasiado raciocinio, demasiada claridad, demasiado orden,
demasiada psicología. Todo aquello lo hicieron los franceses hace cien años. El origen de
todo este embarazo está en que mi actitud frente a la vida es una actitud intelectual y no
una actitud novelesca. […] Yo que odio el lugar común, veo mi obra plagada de lugares
comunes […] Pero, ¿existe una técnica que apareje el uso de una nueva sintaxis y de un
nuevo vocabulario? (2003, pp. 197-198).

Estas reflexiones parten de la desconfianza del autor frente a su novela Crónica de San
Gabriel, ya que en páginas anteriores preveía desfavorables críticas para esta debido al
desconocimiento del ambiente, ignorancia de los problemas sociales, exceso de fantasía,
etc. A ello se suma la rigurosidad de Ribeyro en la palabra escrita, lo que lo llevó a ser el
censor de su propia obra. En ese sentido, la práctica diarística sirvió a Ribeyro de
laboratorio de la escritura, como reflexión sobre la condición del artista y sobre su oficio.
El diario, como instrumento de trabajo, llegó a convertirse en el lugar de donde se
desgranan, por ejemplo, los fragmentos que conforman Prosas apátridas (Gallego s/f)2.

Por otro lado, la imagen de escritor fracasado que nos entrega Ribeyro es una estrategia
que pone énfasis en el compromiso entre el artista y su vocación. Esta se ve
constantemente amenazada por las presiones del medio familiar y social. Por ello, la
solución ribeyriana es vivir en el exilio, en París. Es por ello su vehemente deseo de volver
a Europa cuando se encuentra viviendo en Lima. Aunque a veces añora su vida de
bohemia, el diarista apunta que desde su llegada a Lima sus apetitos sexuales han caído
en un letargo “sabio y soportable”. No obstante reconoce que solo en un estado de
embriaguez medio, es decir, con un mínimo de irresponsabilidad que sólo puede dármelo
el alcohol hábilmente dosificado se puede escribir. En consecuencia, se instala una molicie

2
Según Alonso Rabí Do Carmo, hay vasos comunicantes entre el diario de Riberyo, Prosas apátridas y Dichos
de Luder, ya que “[e]n los tres textos, más allá de sus diferencias de orden y sentido, hay una evidente
predilección por la composición fragmentaria del discurso bajo diversas modalidades: aforismo,
microcuento, microensayo, apunte, carnet. De ahí que si hay algún tipo de “contagio” entre estos textos,
esto no resultaría un hecho particularmente extraordinario” (2014, p.243).
(propiciada también por la úlcera que lo posterga en casa) que lo lleva a catalogar de
pereza mental, la cual se traduce en una sequía literaria. Tal y como ya lo habíamos
comentado, esto se vincula con su el estado de su vida amorosa: “Ahora vegeto a la
sombra de un amor desgraciado, sufro y me pudro el espíritu reinventando recuerdos que
no aportan ningún consuelo o trazando proyectos —miles— que no tengo el coraje de
realizar” (2003: p.186). Finalmente, su identificación como intelectual lo lleva a abandonar
cargos académicos en Ayacucho, quizá más que su fobia por el sedentarismo, es su
rechazo a esa “comodidad” pragmática. El diarista es tentado a “echar el ancla”, a dejar de
lado esa austeridad que lo predispone a pasar largos periodos de hambre; sin embargo, lo
fundamental para él es ejercer el oficio literario, entregarse a la consecución de su obra.
Con ello, podemos aseverar que Ribeyro en este diario nos muestra que se puede luchar
contra el fracaso al narrarlo, es decir, hacer del fracaso un arte.

BIBLIOGRAFÍA

ANSELMI, H. (2012). La tentación del fracaso de Julio Ramón Ribeyro como creación de la
memoria. Tesis de maestría. Lima: UNMSM.

GALLEGO, A. (s/f). Diario de un escritor fracasado: las tentaciones de Julio Ramón Ribeyro.
Recuperado de http://crimic-sorbonne.fr/img/pdf/Gallegof.pdf

RABÍ DO CARMO, A. (2014). El autor como diarista: La tentación del fracaso, de Julio
Ramón Ribeyro. Lienzo, 35: 225-250.

RIBEYRO, J.R. (2003). La tentación del fracaso. Diario personal (1950-1978). Barcelona:
Seix Barral.

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