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Etera

2017-11-24 17:29

Del príncipe triste y la princesa escondida

Capítulo primero

Corría, desterrado. Corría, con miedo. Corría, alma en mano. El mundo se


deshacía en niebla espesa y negra mientras corría a través de la noche, tan oscura
y densa que parecía interminable. Solo se vislumbraba la luz argéntea de la
Ciudad, muy atrás, y la silueta de la montaña, más negra y terrible que la noche
acechante. Aquella noche, era la primera, tanto que nadie antes había pensado
un nombre para ella. Era la Oscuridad, como nadie antes la había visto. Y la
había creado. Había invocado las palabras antiguas en lo. El mundo da vueltas,
y, de repente el cristal escapa de las manos. Una piedra en el camino. El cielo es
azul y la Ciudad brilla con los primeros rayos del Sol, las nueve Torres lanzan
destellos cegadores. La fina hoja de cristal vuelve a las manos. alto, había roto
el equilibrio, era poderoso. Podía cambiar el Sol de lugar. Y, oh que estúpido,
lo había hecho sin pensar. Estaba condenado. Finalmente alcanzaba la cima de
la alta montaña, y contento descubría la Luna detrás de ella. Corría, desterrado.
Corría, con miedo. Corría, alma en mano, en busca de las Brumas más allá de
las montañas, donde el mundo acaba. Buscaba nervioso, entre las páginas, el
final. Pero no hay. Todo termina ahí. Guardo el libro cuidadosamente mientras
cruzo la puerta de la gran Academia. Como siempre, me sorprendo, aunque
ya he estado aquí varias veces. Me encanta cómo los finos nervios de cristal se
unen en bóvedas altísimas, cómo las estanterías llenas de libros intentan tocarlas,
cómo la luz traspasa ese extraño cristal azulado, dibujando arcoíris en toda la
biblioteca. Llego al claustro principal, y me estremezco al oler el perfume de las
flores y del agua de la fuente cuando me doy cuenta — después de llevar quince
minutos andando como tonta— de que he llegado pronto mi primer día. Sí, soy
nueva en la Academia y sí, también soy nueva en Even. Me siento en el césped,
recostada contra las columnas mientras espero a que empiece la clase. Saco mi
libro de la mochila, «La historia de Valan Arkániel», una novela antigua, de esas
de fantasía, que narra cómo Valan, un muchacho de Even, se enfrenta a Airë,
una especie de Dios, y roba el Sol. Corría, libre. Corría, valiente. Corría, alma
en mano.

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Capítulo segundo

Corría, alma en mano El sol se alzaba en su cénit, y Ellen caminaba deprisa por
las calles, sorteando canales y ricachuelos que corrían como hilos de plata por la
Ciudad. Como siempre, llegaba tarde. Y para más inri era el primer día. Llegar
tarde a la Academia no es cualquier tontería. Por algo es el centor de cultura a
nivel mundial. Sabía de gente a la que habían expulsado solo y exclusivamente
por llegar tarde — reiteradamente, pero llegar tarde, al fin y al cabo—, y ser
expulsado de la Academia viviendo en Even era como robar el Sol: la deshonra
más grande para un Eveniri. Por eso corría alma en mano. Llegó y para su
gran suerte, aunque llegara tarde, el Maestro cruzaba la galería opuesta. Ellen
suspiró de alivio y se sentó en el suelo, como los demás alumnos, apoyado contra
una columna. No conocía a ninguno.

—¡Quetis Ilvraem, Elerteniel! «Oh no. No puede ser», pensé. «Va a dar
la clase en Evnir Antiguo» En ese momento creí que me moría allí mismo.
Obviamente comprendía aquella lengua, que no se diferenciaba tanto de la mía,
el Evenir Moderno , pero no soportaba a la gente pedante. Dejé de contener
la respiración cuando empezó a hablar de manera más normal (aunque seguía
usando ese estilo pseudopoético extraño). Aunque el Antiguo es un idioma
bonito, seamos francos, ya solo los «grandes sabios» lo usan. No duré ni un
minuto escuchando a aquel hombre, era aburrido como una piedra. Además,
solo estaba explicando qué estudiaríamos aquella vuelta. Paseé la mirada por
todo el claustro. El césped estaba cubierto de estudiantes, mayores y jóvenes.
Había hasta algunos niños, aunque no era la hora del «cuento». Por algo llaman
a Even la ciudad de las Letras. La verdad es que no conocía a casi nadie. A
muchos los había visto por Even, pero también había muchos de «más allá del
Mar», como los llamaría el señor que seguía dando un discurso sobre el Imperio
y la fantasía histórica de la época. No pude evitar quedarme dormido.

Capítulo tercero

Me levanto del suelo, dispuesta a marcharme del claustro, cuando sin querer
tropiezo con un muchacho dormido en el suelo, que se despierta con sobresalto.
— ¡Mira por donde vas!— dice, con la voz pastosa —¡ Casi me matas! — L-lo
siento. . . No te había visto— digo mientras se levanta Me mira, fijamente, y
muta su expresión, como siu hubiese visto un fantasma: — Bueno, no pasa
nada. — una gran sonrisa se dibuja en su cara—No eres de por aquí, ¿verdad?
— N-no — ¡Bienvenida!, soy Ellen, ¿y tú?— me pregunta, sin esconder la sonrisa
— Soy Vára *** Caminamos por las calles de la Ciudad, mientras Ellen me va
contando cuáles son las mejores tabernas, dónde hacen los mejores cristales y en
qué tiendas comprar. Lo noto algo nervioso, iseguro. . . parece que tiene miedo.
Pero me gusta. Realmente es la primera persona que concozco en Even además
de mi casero, porque llegué ayer, pero me cae bien. Se ha ofrecido a enseñarme

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la ciudad y es amable. ## Capítulo último La noche se cierne sobre Even, y las
estrellas resplandecen más que nunca. Mi corazón late deprisa. Corría tentado.
Corría bravo. Corría, por el Viento. La torre del viento se alza ante mí y no
puedo evitar recordar todas las canciones y las historias. Estaba allí. Pude ver
su sonrisa en la lejanía y sus ojos clavados en los míos. Me tiré literalmente a sus
brazos —¿Donde has estado?— pregunté, llorando — No lo creerías— dijo Y me
besó Corro, esperando verlo allí debajo. Quiero con toda mi alma dejarme llevar.
Pero no está. Caigo de rodillas, en el suelo de cristal, mis lágrimas centelleando
en la noche. Un fantasma detrás de la princesa esperaba. Un fantasma a la
princesa escoltaba. Y un fantasma, a la princesa —¡V!— oigo su voz. Me giro
bruscamente y lo veo, ahora de verdad —¿El? No dice nada. Solo se acerca y
me abraza. Y sé que es real. Acaricio su pelo, hoy tubio y largo, recogido en
una coleta. Le miro fijamente. Me mira, con unos ojos más azules que el mar
de mediodía. El Viento susurra entonces dos nombres. El Tiempo se para. Y
dormimos el Sueño de la Vida.

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