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Gabriel Solano Iglesias La voz en los lazos sociales

El fragor inaudito del acontecimiento: sobre Los Ejércitos de Evelio Rosero

Asistimos con Rosero a una serie de encadenamientos significantes entre distintos


sucesos de la vida de Ismael Pasos, cuyo objeto predilecto es la mirada. De una u otra
forma, Los Ejércitos de cuenta de cómo la voz configura y orienta el objeto escópico;
urde los entramados pulsionales. Los encadenamientos entre distintas escenas de tipo
escópico, narrados como capítulos de una sola perversión, apuntalados
religiosamente, no logran librarse del grito primordial y excesivo. El objeto invocante
es omnipresente. Después de todo, aquello que ocurre en los ejércitos es cómo el grito
desgarrador de la guerra desplaza y reconfigura a Pasos, lo hace testigo, lo hace
partícipe de una Verdad. Un testigo es un preso del grito: su aporía es que la Verdad
de su discurso no está en los hechos, en lo narrable, está en el exceso, en aquello Real
que no puede inscribirse. Y su tragedia es que nunca se es pasivo en la escena, mucho
menos un voyeur. Don Ismael en su condición de testigo nos da a oír aquello
desgarrador que hace callar las teorías reduccionistas y liberales del conflicto, que
espetan sobre una guerra contra la sociedad civil. El testigo, el mirón, el escuchón,
nunca es puramente pasivo.

Esta novela señala precisamente aquello inaudito que despliega el ímpetu de


significación, aquello que impulsa los chillidos, los murmullos, las voces quedas e
ininteligibles, los balbuceos, las diatribas parroquiales sin ton ni son. Y correlativa a
esta imposibilidad constitutiva de la significación ante lo Real de la guerra, la sordera;
la voz que yerra su objetivo, la voz que repite, el grito atroz de los muertos. Y con el
grito, un renovado y atronador silencio. Con Pasos asistimos a lo que es el corte
temporal del acontecimiento; a la reconfiguración temporal del acontecimiento, a su
inscripción. El tiempo, el tiempo desde donde se habla, desde donde se articula sobre
lo perdido, es de un cariz distinto al tiempo histórico, minuciosamente dividido
encadenado como una sucesión de eventos en un pasado, un presente y un futuro
posible. El acontecimiento es aquello que da cuenta de la temporalidad desde donde
habla Ismael. Se trata del tiempo del sujeto, del tiempo absoluto, donde conviven en
simultánea su compendio aparentemente dispar, su encadenamiento inverosímil de
escenas de goce. Este tiempo lato, Real, es el del acontecimiento brutal de la guerra, el
de la desaparición, el del grito. El acontecimiento hace corte y reconfigura el tiempo;
apuntala, presenta de nuevo, sitúa al sujeto y su emergencia en una dimensión
peculiar, lejos de la cadena de eventos. La pregunta por cuándo ha estallado la guerra,
por el cuándo de los actos terribles, de las arremetidas atroces y homicidas, no tiene
lugar. El acontecimiento estuvo allí siempre. La guerra comenzó todo el tiempo. Pasos
fue siempre testigo, fue siempre portador de una Verdad onerosa y brutal, y es ésta,
inarticulable, la que urde los encadenamientos de su discurso, la que dispara la voz
rauda e incontrolable que murmulla, que repite, que grita, que calla.

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