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el liberalismo.

Esto no quiere decir que el liberalismo haya capitulado


completa y definitivamente. Todavía hoy se deja sentir su perniciosa
influencia.

«Según la Biblia —observa J. Gresham Machen— el hombre es un


pecador condenado por la justicia de Dios; pero según el moderno
liberalismo no hay tal cosa como eso que llaman pecado. En la misma raíz
del moderno movimiento liberal está la pérdida de la conciencia de pecado.
El predicador liberal no denuncia el pecado. En vez de proclamar la fe en
Jesús para salvación proclama la fe de Jesús como ejemplo. En su errado
desvarío, el liberalismo afirma que Jesús cree en el poder del hombre "para
llegar a ser", en lugar de predicar el poder transformador del Espíritu de
Cristo en favor de una raza de pecadores impotentes. El liberal se dirige a la
gente con estas palabras: "Sois muy buenos; respondéis a todos los
llamamientos que se os hacen para promover el bien de la Humanidad.
Ahora bien, tenemos en la Biblia —especialmente en la vida de Jesús—
algo tan bueno que creemos que será suficientemente bueno incluso para
vosotros que sois tan buenos." Esta es la predicación liberal.
Completamente estéril y fútil. Ni siquiera Nuestro Señor llamó a los justos
al arrepentimiento, y probablemente no vamos nosotros a tener más éxito
que Él.»

Solamente una concepción de la teología que crea imposible una


Revelación sobrenatural por parte de Dios, puede seguir aceptando los
postulados del liberalismo. Para el Cristianismo Evangélico son
inadmisibles.

3. La posición neo-Ortodoxa
La Neo-Ortodoxia fue una reacción frente al racionalismo extremo
del liberalismo. La experiencia de la primera gran guerra llevó a muchos
teólogos, entre ellos al célebre Karl Barth, a perder su fe en el exagerado
optimismo de las teorías evolucionistas. La experiencia estaba demostrando
que el hombre no era tan bueno, ni tan sabio, como se había supuesto. La
segunda guerra mundial vino a confirmar el error del liberalismo teológico.

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