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J.N.L.

DURAND

! Los siguientes párrafos son tomados de PATETTA, Luciano: Historia de la Arquitectura


(Antología Crítica), Celeste Ediciones, Madrid, 1997. Del Précis des leçons d'architecture
donées a l'Ecole Polytechnique, París, 1819. Versión castellana: Compendio de lecciones
de arquitectura, Ed. Pronaos, Madrid, 1981, trad. Manuel Blanco, Alfonso Magaz y
Javier Girón, págs. 21-22, 13, 14, 32-33, 53, 55.

El “Précis des lecons d'architecture”

La arquitectura es un arte de índole particular... su objetivo es satisfacer


gran número de nuestras necesidades. Sólo la palabra construcción,
...ofrece, pues, una idea bastante general y que conviene a todos los
edificios. Pero, puesto que la arquitectura no es solamente el arte de
realizar, sino de también el arte de componer todos los edificios públicos y
privados, y puesto que no se puede realizar un edificio cualquiera sin
haberlo concebido, sería necesario que a la idea de construcción se
encontrara unida otra idea general de la que derivarían todas las ideas
particulares que deben guiar la composición de todos los edificios. (...)
...estos órdenes (los clásicos) no forman nunca la esencia de la
arquitectura; ...el placer que se espera de ellos y de la decoración
resultante es nulo; ...finalmente esta decoración misma no es más que una
quimera y el gasto que ocasiona, una locura. (...) ...es evidente que el
agradar no ha podido ser nunca el objetivo de la arquitectura ni la
decoración arquitectónica ser su objeto. (...) Estamos lejos de pensar que
la arquitectura no puede agradar; al contrario, decimos que es imposible
que no guste cuando es tratada según sus verdaderos principios... Ahora
bien, un arte como la arquitectura, un arte que satisface inmediatamente
una parte tan grande de nuestras necesidades, ...podría dejar de
agradarnos? (...) No se vuelva a estar tentado de abandonar... la
decoración natural y satisfactoria para sustituirla por... la apariencia de
una construcción imaginaria que, no siendo la construcción real del
edificio, da una idea falsa y lo priva de una parte de su carácter en vez de
caracterizarlo ulteriormente. (...) Se pueden ordenar las formas y las
proporciones en tres clases: aquellas que nacen de la naturaleza de los
materiales y del uso de los objetos en la construcción de los cuales son
empleadas; aquellas por las que el hábito nos ha creado de algún modo
una necesidad, como las formas y las proporciones que se ven en los
edificios antiguos; por último aquellas que, más simples y mejor definidas
que las demás, deben ser preferidas por nosotros debido a la facilidad que
tenemos para captarlas. Las primeras son las únicas esenciales, pero no se
encuentran fijadas por la naturaleza de las cosas de tal manera que no se
pueda añadir o suprimir nada de ellas, de ese modo que nada impide
aliarlas a las segundas, las de los edificios antiguos, y como éstas varían
mucho en los edificios griegos imitados por los romanos, ...somos libres de
escoger entre ellas las formas y las proporciones que siendo las más
simples sean las más apropiadas, al aportar economía a los edificios, para
satisfacer la vista y el espíritu. (...) Los diversos elementos de los edificios
pueden estar situados de unos al lado de otros o unos encima de otros. (...)
Después de haber trazado ejes paralelos equidistantes y cortado
perpendicularmente estos ejes por otros ejes alejados unos de otros tanto
como los primeros, se colocan, a una distancia de tantos entre-axes como
se juzgue conveniente, los muros sobre los ejes y las columnas, los pilares,
etc., sobre las intersecciones de éstos mismos ejes; a continuación se
divide en dos los entre-axes y sobre los nuevos ejes que resultan de esta
división se colocan las puertas, las ventanas, las arcadas, etcétera.

! Los siguientes párrafos son tomados de HEREU, Pere; MONTANER, Josep Maria y
OLIVERAS, Jordi: Textos de arquitectura de la Modernidad, Madrid, Ed. Nerea, 1994.
De Jean Nicolas-Louis Durand, arís, 1760 – Thiasis 1834. Précis de leçons
d’Architectiure données à l’École Polytechnique, 2 vols. París, 1802 – 1805. Ed. revisada
París, 1817 – 1819. Edición en español: Compendio de lecciones de Arquitectura. Parte
gráfica de los cursos de Arquitectura. Prólogo de Rafael Moneo, Pronaos, madrid, 1981.

Compendio de lecciones de arquitectura

La arquitectura es el arte de componer y de realizar todos los edificios


públicos y privados.

La arquitectura es entre todas las artes aquella cuyas realizaciones son las
más caras; ya cuesta mucho levantar los edificios privados menos
importantes; aún cuesta mucho más erigir edificios públicos, aunque
hayan sido concebidos tanto unos como otros con la mayor prudencia, y si
en su composición no se han seguido más guías que el prejuicio, el
capricho o la rutina, los gastos que ocasiona se convierten en
incalculables.

Sin embargo, la arquitectura, ese arte cuyo empleo es tan costoso, es al


mismo tiempo aquel cuyo uso es más constante y más general; en todos
los lugares y en todas las épocas se ha construido un gran número de
moradas privadas para los individuos y de edificios públicos para las
diferentes sociedades que han poblado la tierra, y a pesar de la
multiplicidad de estos edificios, a pesar de los miles de ejemplos, más o
menos preocupantes, como el que acabamos de dar, ejemplos que
bastarían para hastiarnos de la arquitectura, cada día veo levantar nuevos
monumentos de este arte; es preciso, pues, que sea muy necesario para la
especie humana e incluso que sea para ella una fuente de muy dulces
gozos.
En efecto, la arquitectura es entre todas las artes la que procura al hombre
las ventajas más inmediatas, más grandes y más numerosas; el hombre le
debe su conservación; la sociedad, su existencia; todas las artes, su
nacimiento y su desarrollo; sin ella la especie humana, enfrentada a todos
los rigores de la naturaleza, ocupada únicamente en defenderse de la
necesidad, los peligros y el dolor, lejos de llegar a disfrutar de todas las
ventajas de la sociedad, posiblemente hubiera desaparecido casi por
completo de la superficie del globo.

Los arquitectos no son los únicos que tienen que construir edificios; los
ingenieros de cualquier clase, los oficiales de artillería, etc., experimentan
frecuentemente esa obligación; se podría incluso añadir que actualmente
los ingenieros tienen más ocasiones de realizar obras que los arquitectos
propiamente dichos. En efecto, éstos, en el curso de su vida no tienen que
construir a menudo más que casas particulares, mientras que los otros,
además del mismo tipo de edificios que les puedan ser encargados,
igualmente, en las regiones apartadas, donde los arquitectos son muy
escasos, se encuentran por su condición llamados a levantar hospitales,
prisiones, cuarteles, arsenales, almacenes, puentes, puertos, faros, en fin,
una multitud de edificios de máxima importancia; así, los conocimientos y
las aptitudes en arquitectura les son por lo menos tan necesarios como a
los arquitectos de profesión.

Los medios que deben emplear para alcanzar un objetivo tan interesante y
tan noble, serán mucho más difíciles de reconocer; algunas observaciones
muy simples bastarán para hacérselos descubrir.

Por poco que observemos la marcha y el desarrollo de la inteligencia y de la


sensibilidad, reconoceremos que en todas las épocas y en todos los
lugares, todos los pensamientos del hombre y todas sus acciones tienen
por origen estos dos principios: el amor al bienestar y la aversión a
cualquier tipo de penalidad. Por esta razón los hombres, ya sea cuando,
aislados construyeron sus viviendas privadas ya sea cuando reunidos en
sociedad levantaron edificios públicos, tuvieron que intentar: 1º) sacar de
los edificios que construían el mayor provecho y, en consecuencia,
hacerlos de la manera más conveniente para su destino, y 2.º) construirlos
primeramente de la manera menos penosa y más tarde, cuando el dinero
se convirtió en el precio del trabajo, de la menos costosa.

Así, conveniencia y economía son los medios que debe emplear


naturalmente la arquitectura y las fuentes de las que debe extraer sus
principios, que son los únicos que pueden guiarnos en el estudio y en el
ejercicio de este arte.
En principio, para que un edificio sea conveniente es preciso que sea
sólido, salubre y cómodo.

En una superficie dada se observa que cuando está determinada por los
cuatro lados de un cuadrado exige un contorno menor que cuando lo está
por los de un paralelogramo y menor todavía cuando está determinada por
la circunferencia de un círculo; que en cuestión de simetría, de regularidad
y de simplicidad, la forma del cuadrado, siendo superior a la del
paralelogramo, es inferior a la del círculo, por lo que tendremos que
concluir que un edificio será tanto menos costoso cuanto más simétrico,
más regular y más simple sea. No es necesario añadir que si la economía
prescribe la más grande simplicidad en todas las cosas necesarias,
proscribe por completo todo lo que es inútil.

Lo que por un instante podría enfriar el ardor con el que deben


naturalmente los alumnos de la Escuela Politécnica entregarse al estudio
de la arquitectura sería, por un lado, el poco tiempo que le pueden
consagrar y, por otro, el infinito número de objetos que la arquitectura
abarca.

Hemos visto que este arte consistía en la composición y en la realización


tanto de edificios públicos como de edificios privados.

Estos dos géneros se subdividen en un gran número de especies, y cada


una de estas especies es todavía susceptible de una infinidad de
modificaciones.

Los edificios públicos son: las puertas de las ciudades, los arcos de triunfo,
los puentes, las plazas públicas, los templos consagrados a la divinidad,
los que deben servir de santuario a las leyes y a la justicia, los palacios
destinados a la Administración y al Tesoro Público, los ayuntamientos, las
escuelas, los colegios, las academias, las bibliotecas, los museos, los
teatros, los mercados, los mataderos, los mercados centrales de cualquier
tipo, las aduanas, las bolsas, las ferias, los baños públicos, los hospitales,
las prisiones, los cuarteles tanto de infantería como de caballería, los
arsenales, etc.; en una palabra, todos los edificios necesarios para el culto,
el gobierno, la instrucción, los aprovisionamientos, el comercio, los
placeres, la salud, el consuelo de humanidad sufriente, la seguridad y la
tranquilidad públicas, etc.

Los edificios privados son: las casas particulares en la ciudad y en el


campo, las casas de alquiler, las casas de recreo, las casas rurales, así
como todas sus dependencias, los talleres, los almacenes, etc.
Las diferencias de costumbres, usos, climas, localidades, materiales y
posibilidades pecuniarias, introducen necesariamente una multitud de
variedades en cada clase de edificio y llevan hasta el infinito el número de
proyectos que el arquitecto puede concebir y ejecutar.

Si en efecto para aprender arquitectura hiciera falta estudiar una detrás de


otra las diversas clases de edificios en todas las circunstancias que
puedan modificarlos, unos estudios semejantes suponiendo que fueran
posibles, serían, por cierto, espantosamente largos. Quizá, se podría
pensar que sería posible abreviarlos restringiéndolos a un determinado
número de proyectos que se presumirían tener que ejecutar. Pero por muy
grande que fuera este número, este estudio además de ser incompleto
sería muy poco provechoso, pues, seguramente, no se adquirirían así más
que ideas particulares, aisladas, que lejos de prestarse un mutuo auxilio,
se enfrentarían tanto más desorden y confusión en el espíritu cuanto más
considerable fuera su número.

Además, podría suceder que a un arquitecto formado con este método se le


encargara levantar un edificio del que no se hubiera ocupado jamás; desde
luego no podría hacerlo, o lo que sería peor, solamente podría hacerlo muy
mal, incluso suponiendo que este edificio hubiera sido uno de los temas de
su estudio; pero estudiando para un terreno diferente de aquél sobre el
que tendría que construirlo, esta única circunstancia, independientemente
de una multitud de otras que podrían encontrarse al mismo tiempo,
bastaría para que no lo saliera mucho mejor; el estudio específico que
hubiera hecho de este proyecto, lejos de serle de alguna utilidad, le
perjudicaría, disuadiéndole de componer uno diferente; entonces, para
hacer cuadrar sus planos con el terreno dado, se vería obligado a extender
o comprimir sus partes, lo que casi siempre convertiría su composición en
incorrecta e incluso, algunas veces, en completamente irrealizable.

Así pues, éste no es el modo como se debe estudiar la arquitectura. En


efecto, este procedimiento no es aplicable al estudio de ningún arte ni de
ninguna ciencia, sea la que sea. Un hombre que se propone seguir la
carrera dramática no aprende a hacer tal o cual tragedia; ni un músico, tal
o cual ópera; ni un pintor, tal o cual cuadro. En cualquier género que sea,
antes de componer, hay que saber con qué se compone; ahora bien, no
siendo la composición del conjunto de los edificios más que el resultado de
la unión de sus partes hay que conocer éstas antes de ocuparse del total; y
no siendo estas mismas partes más que un compuesto de los elementos
primarios, deberían ser los primeros temas que estudie un arquitecto tras
haber estudiado los principios generales del que deben emanar todos los
principios particulares.
De acuerdo con lo que nos indica la razón, de acuerdo con los métodos en
uso en las escuelas de ciencias y de artes, donde se enseña a los alumnos
a caminar desde lo simple a lo complejo, de lo conocido a lo desconocido,
de manera tal que una idea prepara a la siguiente y que ésta recuerda
infaliblemente a la otra, nos ceñiremos cada vez más a este plan de estudio
que hemos seguido con anterioridad.

Después de haber expuesto los principios generales, tal y como acabamos


de hacerlo en nuestra introducción, nos ocuparemos de los elementos de
los edificios: los soportes aislados y entregados, los muros, las diferentes
aberturas que se practican en ellos, los cimientos, las bóvedas, las
techumbres y las terrazas. Examinaremos estos distintos temas: 1.º) en
relación con los distintos materiales que puedan ser empleados en su
construcción, y 2.º) en relación con las distintas formas y proporciones que
deben tener por su naturaleza.

Cuando nos hayamos familiarizado bien con estos distintos objetos, que
son a la arquitectura lo que las palabras son al discurso y las notas a la
música, y sin el conocimiento perfecto de los cuales sería imposible ir más
lejos, veremos: 1º) cómo se deben combinar entre sí es decir, cómo se
deben disponer unos en relación a los otros, tanto horizontal como
verticalmente; 2.º) cómo, por medio de estas combinaciones, se llega a la
formación de las diversas partes de un edificio, como los pórticos, los
porches, los vestíbulos, las escaleras interiores y exteriores, las salas de
cualquier tipo, los patios, las grutas y las fuentes. Una vez que
conozcamos bien estas diferentes partes veremos: 3.º) cómo a su vez hay
que combinarlas al componer el conjunto de los edificios.

Tan perjudicial es, bajo cualquier concepto, sustituir en el estudio de la


arquitectura el conocimiento de las exigencias generales que nos
pertenecen a todos, y que son de todos los lugares y de todas las épocas,
por el conocimiento de una multitud de pequeñas exigencias específicas de
cada edificio, como más ventajoso sería, después de un estudio como el
que acabamos de planear, pasar revista y analizar el mayor número de
edificios posibles; no hay nada más apropiado para ejercitar el juicio y
hacer fecunda la imaginación, para penetrar cada vez más en los
verdaderos principios de este arte y facilitar su aplicación. Este análisis
era, hasta hace unos pocos años, la tercera parte de este curso, pero
habiendo sido restringido después el tiempo dedicado al estudio de la
arquitectura, en vista de la necesidad que había de él para otros estudios,
estamos ahora obligados a limitar nuestro curso a las dos primeras partes.
Sin embargo, tomaremos de dicha tercera algunos ejemplos que
repartiremos a lo largo de nuestras lecciones; y los alumnos que crean que
después de su salida de la escuela tienen que hacer un estudio todavía
más profundo de este arte, encontrarán su compendio en el volumen
siguiente.

Después de todo lo dicho, se debe dar uno cuenta de cómo el estudio de la


arquitectura, reducido a un pequeño número de ideas generales y
fecundas, a un número poco considerable de elementos pero bastan para
la composición de todos los edificios; a algunas combinaciones simples y
poco numerosas, pero cuyos resultados son tan ricos y tan variados como
los de las combinaciones de los elementos de lenguaje; se debe dar uno
cuenta, digo, de cómo semejante estudio debe ser a la vez provechoso y
sucinto; de cómo debe ser apropiado para dar a los alumnos habilidad
para componer bien todos los edificios, incluso aquellos de los que no
hubieran oído hablar jamás, y al mismo tiempo para hacer desaparecer los
obstáculos que la brevedad del tiempo parecía oponerles.

El dibujo sirve para darse cuenta de las ideas, ya sea cuando se estudia
arquitectura, ya sea cuando se componen proyectos de edificios; sirve para
fijar las ideas, de manera que se pueda con toda tranquilidad examinarlas
de nuevo y corregirlas si es necesario; sirve en fin para comunicarlas a
continuación, sea a los clientes sea a los diferentes contratistas que
concurren en la realización de los edificios; se da uno cuenta, después de
esto, de la importancia que tiene el lograr que sea familiar.

El dibujo es el lenguaje, para cumplir su cometido, debe estar


perfectamente en armonía con las ideas de las que es expresión; ahora
bien, siendo la arquitectura esencialmente sencilla, enemiga de toda
inutilidad, de toda afectación, el tipo de dibujo que usa debe estar liberado
de cualquier clase de dificultad, de pretensión, de lujo; contribuirá
entonces singularmente a la celeridad, a la facilidad de estudio y al
desarrollo de las ideas; en caso contrario no hará más que volver la mano
torpe, la imaginación perezosa e incluso, a menudo, el juicio falso.

Para dar una idea completa de un edificio es necesario hacer tres dibujos
denominados planta, alzado y sección; el primero representa la disposición
horizontal del edificio, el segundo su disposición vertical o su
construcción, finalmente el tercero, que no es y no puede ser más que el
resultado de los anteriores, representan su exterior.

Este es el camino que nos parece más natural seguir en la composición de


un proyecto, cualquiera que sea; lejos de pensar que pueda poner trabas al
genio, como quizá lo harían algunos arquitectos, lo creemos infinitamente
apropiado para facilitar su desarrollo; pero esto suponiendo que haya
calado con anterioridad en el verdadero espíritu de la arquitectura y que
antes de aplicar este método ha calado, además, en aquél bajo el cual el
proyecto que se esta desarrollando debe ser concebido; de otro modo, lejos
de ayudarnos a componer de una manera satisfactoria, produciría el efecto
contrario. Se puede razonar partiendo de una hipótesis falsa, pero en este
caso cuanto más exactos sean los razonamientos, más absurdas serán las
consecuencias.

¡En qué desviaciones no caerían aquellos que, lejos de ver en la


arquitectura un medio eficaz de contribuir a la dicha pública y privada, no
vieran más que el de ganarse una reputación y adquirir algún tipo de
gloria, al divertir nuestra vista con vanas imágenes! Unos, preocupados
solamente por los órdenes y las columnas, al reducir el inmenso dominio
de la arquitectura a los únicos edificios que admitan estos ornamentos,
descuidarían todos los demás o bien dignándose ocuparse de ellos, pero de
una manera capaz de satisfacer su amor propio, transformarían en
palacios o en templos todos los edificios, incluso aquellos destinados a los
usos más viles. Otros, no buscando más que el carácter y queriendo, de
buen o de mal grado, dárselo a sus edificios, suprimirían, por el contrario,
las columnas en aquellos en que serían más necesarias. Otros, finalmente,
teniendo incesantemente la palabra genio en la boca, queriendo siempre
hacer algo nuevo, se desesperarían si sus producciones se asemejaran a
cualquier otra cosa o, mediante una extraña contradicción, no creerían
hacer nada bueno si sus proyectos no se parecieran más o menos a tal o
cual edificio levantado por tal o cual edificio levantado por tal o cual
arquitecto, aunque este edificio estuviera destinado a un uso
completamente distinto del que se trate.

! Los siguientes párrafos son tomados de CALVO SELLARER, Francisco et. Alt.: Fuentes
y documentos para la Historia del Arte. Vol. VII. Ilustración y Romanticismo. Edición
facsímil, Munich, 1975, pp. 26 a 35, de la edición de Didot, París, 1819. Edición
castellana de Pronaos, Madrid, 1981, con prólogo de Rafael Moneo.

Forma de estudiar la arquitectura. Plan del curso. Clase de dibujo


propio de la arquitectura.

Lo que podría quizá por un instante enfriar el ardor con que los alumnos
de la escuela politécnica deben naturalmente dedicarse al estudio de la
arquitectura sería, por una parte, el poco tiempo que pueden dedicar a ello
y, por otra, el infinito número de objetos que la arquitectura abarca.

Hemos visto que este arte consiste en la composición y ejecución tanto de


edificios, públicos como de edificios privados. Los dos géneros se
subdividen en un gran número de especies y cada especie puede aún ser
susceptible de infinidad de modificaciones.
Los edificios públicos son las puertas de la ciudad, los arcos de triunfo, los
puentes, las plazas públicas, los templos consagrados a la divinidad, los
que deben servir de santuario a la ley y a la justicia, los palacios
destinados a la administración superior y al tesoro público, los
ayuntamientos, las escuelas, los colegios, las academias, las bibliotecas,
los museos, los teatros, los mercados, las carnicerías, las plazas de abasto
de todo tipo, las aduanas, las bolsas, las ferias, los baños públicos, los
hospitales, las cárceles, los cuarteles, tanto de infantería como de
caballería, los arsenales, etc.; en una palabra, todos los edificios
necesarios para el culto, el gobierno, la instrucción, los
aprovisionamientos, el comercio, los placeres, la salud, el alivio de la
humanidad que sufre, la seguridad y la tranquilidad pública, etc.

Los edificios privados son las casas privadas de la ciudad y del campo, las
casas de alquiler, las casas de recreo, las casas rurales, así como todas
sus dependencias, los talleres, los almacenes, etc.

La diferencia de costumbres, de educación, de climas, de localidades, de


materiales, de posibilidades económicas, introducen necesariamente una
serie de variedades en cada especie de edificio, y lleva al infinito el número
de proyectos que el arquitecto puede concebir y ejecutar.

En efecto, si para estudiar arquitectura fuera necesario estudiar, una tras


otra, las diversas especies de edificios en todas las circunstancias que
pueden modificarlos, un estudio semejante, suponiendo que sea posible,
sería realmente larguísimo. Es probable que alguien piense que sería
posible realizarlo constriñéndolo a un cierto número de proyectos que se
deberían realizar. Pero por grande que fuera su número, el estudio sería no
tan sólo incompleto, sino también muy poco provechoso, ya que, sin duda,
no ofrecería más que ideas particulares, aisladas, las cuales lejos de
prestarse una mutua ayuda, chocarían unas con otras y ofrecerían tanto
desorden y confusión al espíritu que su número sería más considerable.

Además, podría suceder que un arquitecto educado según este método


fuera encargado de levantar un edificio del cual nunca se hubiera
ocupado: entonces no podría hacerlo o, lo que sería peor, podría hacerlo
muy mal; suponiendo incluso que este edificio hubiera sido uno de los
objetos de su estudio, pero sobre un terreno distinto al del lugar donde él
debería edificarlo, esta sola circunstancia, independientemente de muchas
otras que podrían aparecer al mismo tiempo, sería suficiente para que no
supiera tampoco resolverlo mejor; el particular estudio que habría hecho
de este proyecto, lejos de serle de alguna utilidad, le perjudicaría, pri-
vándole de componer otro; entonces, para hacer concordar sus planos con
el terreno dado, se verá obligado a ampliar o recortar sus partes; lo que
casi siempre daría lugar a una composición inconveniente, y en algunas
ocasiones incluso irrealizable.

Esto pues, muestra que no es así como se debe estudiar la arquitectura.


En efecto, este procedimiento no es aplicable al estudio de ningún arte, ni
de cualquier ciencia. Un hombre que se proponga hacer la carrera
dramática, no estudia cómo representar una u otra tragedia; un músico,
una u otra ópera; un pintor, una u otra pintura. En cualquier género
posible, antes de componer es necesario saber con qué se compone; ahora
bien, no siendo la composición de un conjunto de edificios más que el
resultado de la reunión de sus partes, es necesario conocerlas antes de
ocuparse de otra cosa; y no siendo estas partes más que una composición
de primeros elementos de los edificios, después del estudio de los
principios generales de donde deben derivar los principios particulares,
estos primeros elementos deben ser los primeros objetos del estudio de un
arquitecto.

Según lo que nos indica la razón, según los métodos empleados en las
escuelas de ciencias y de artes, donde se enseña a los alumnos a pasar de
lo simple a lo compuesto, de lo conocido a lo desconocido, de tal forma que
una idea prepara a la siguiente y reclama infaliblemente a otra; vamos a
acercarnos cada vez más a este plan de estudio, seguido por nosotros con
anterioridad.

Después de haber expuesto los principios generales, tal y como hemos


hecho en nuestra introducción, nos ocuparemos de los elementos de los
edificios, que son los cimientos aislados y ensamblados, las paredes, las
distintas aberturas que en ellas se practican, los suelos, las bóvedas, los
tejados y las terrazas. Nosotros trataremos estos diversos objetos en
primer lugar según los distintos materiales que pueden emplearse en su
construcción, y en segundo lugar según las distintas formas y
proporciones que deben tener;

Cuando nos hayamos familiarizado con estos diversos objetos, que son en
arquitectura lo que las palabras en un discurso, las notas en la música, y
sin el conocimiento perfecto de los cuales sería imposible llegar demasiado
lejos, veremos en primer lugar cómo se deben combinar entre ellos, es
decir, cómo se deben disponer unos con otros, tanto horizontal como
verticalmente; en segundo lugar, cómo por medio de estas combinaciones
se logra la formación de diversas partes de los edificios, tales como los
pórticos, los porches, los vestíbulos, las escaleras, tanto interiores como
exteriores, las salas de todo tipo, los patios, las grutas, las fuentes.
Cuando conozcamos bien estas partes, veremos, en tercer lugar, cómo se
deben combinar para lograr la composición del conjunto de los edificios.
Tan perjudicial es bajo todos los conceptos el substituir, en el estudio de la
arquitectura, el conocimiento de una serie de pequeñas conveniencias
particulares de cada edificio, por el conocimiento de las conveniencias
generales, que pertenecen a la mayoría, y que son de todos los lugares y de
todas las épocas, como tan ventajoso es, después de un estudio como el
que acabamos de describir, pasar revista y analizar el grupo más
numeroso de edificios posible; nada está más próximo a ejercer el juicio y a
fecundar la imaginación; a penetrar progresivamente en los verdaderos
principios de este arte, y a facilitar su aplicación. Este análisis constituiría,
de momento aún hay pocos años, la tercera parte del curso; pero habiendo
restringido el tiempo destinado al estudio de la arquitectura, al ver la
necesidad de él para otros estudios, nos vemos obligados de momento a
limitar nuestro curso a las dos primeras partes. Sin embargo, ofreceremos
algunos ejemplos de la tercera en el transcurso de nuestras lecciones, y los
alumnos que crean, después de haber salido de la escuela, que deben
hacer un estudio más profundo de este arte, encontrarán lo necesario en el
volumen que sigue a éste.

Después de todo lo que hemos dicho, el estudio de la arquitectura debe


parecer reducido a un pequeño número de ideas generales y fecundas; a
un número poco considerable de elementos, pero suficientes para la
composición de todos los edificios; algunas simples y poco numerosas
combinaciones, cuyo resultado es sin embargo tan rico y variado como el
de la combinación de los elementos del lenguaje: parece, creo yo, que un
estudio semejante debe ser forzosamente provechoso y sucinto, que está
próximo a ofrecer a los alumnos facilidades para componer bien todos los
edificios, incluso aquellos de los que nunca hayan oído hablar, y al mismo
tiempo, hacer desaparecer los obstáculos que la brevedad del tiempo
parecía oponerles.

En todos los cursos de arquitectura, este arte se divide en tres partes


distintas: la decoración, la distribución y la construcción. A primera vista,
esta división parece simple, natural y ventajosa. Pero para que realmente
lo fuera sería necesario que las ideas por ella ofrecidas al espíritu fueran
aplicables a todos los edificios, que todas ellas fueran generales, y como
puentes elevados desde donde poder abrazar el arte, llegar en seguida a
todas las ideas particulares, y recorrer todo el espacio. Ahora bien, de las
tres ideas expresadas con las palabras decoración, distribución y
construcción, no hay ni una sola que se adapte a todos los edificios. Según
la idea que se atribuye ordinariamente a la palabra decoración, la mayor
parte de los edificios no pueden ser susceptibles de ella. Por distribución,
no se entiende otra cosa que el arte de ordenar, según nuestras actuales
costumbres, las distintas partes que componen una habitación; ya que no
se habla de distribuir un templo, un teatro, un palacio de justicia, etc. La
palabra construcción, que expresa la reunión de las diferentes artes
mecánicas que la arquitectura emplea, tales como la mampostería, la
carpintería, la cerrajería, etc., ofrece pues tan sólo una idea bastante
general y que se adapta a todos los edificios.

Pero, ya que la arquitectura no es únicamente el arte de ejecutar, sino


también de componer todos los edificios públicos y privados, y que no
puede ejecutarse ningún edificio sin haberlo concebido previamente, sería
necesario que junto a la idea de construcción se añadiera otra idea
general, de donde derivarían todas las ideas particulares que deben guiar
la composición de todos los edificios. Ahora bien, esta idea general, al no
ser ofrecida más que por este método, resulta en consecuencia viciosa.

No sólo este método es vicioso, en la medida que sólo da de la arquitectura


una visión incompleta, sino que también es peligroso, ya que da de ella
ideas falsas: el lugar que ocupa la palabra decoración es una muestra
evidente de ello.

Y aun cuando este método ofreciera ideas justas y generales de la


arquitectura, lo inconveniente que resulta en la práctica debería ser
suficiente para abandonarlo. De esta división de la arquitectura en tres
artes independientes unas de otras, que se pueden, que se deben incluso
estudiar por separado, se deduce que quien quiere ser arquitecto gusta
más de una de estas artes que de las otras, se acerca a ella con
preferencia, desdeña las dos restantes, incluso a menudo no se ocupa en
absoluto de ellas, y no adquiere en consecuencia más que una parte de los
conocimientos que le serían necesarios; esto sólo basta para hacer
abandonar totalmente un método semejante.

Acabaremos esta introducción con unas palabras sobre la forma de


dibujar la arquitectura.

El dibujo sirve para rendir cuentas de sus ideas, ya sea cuando se le


estudia en arquitectura, ya sea cuando se componen proyectos de
edificios, sirve para fijar sus ideas, de forma que se pueda examinarlos de
nuevo con tiempo y corregirlos si es necesario; sirve, en definitiva, para
comunicarlas en seguida, ya sea a los organizadores, o bien a los distintos
contratistas que concurren a la ejecución de los edificios: se comprenderá,
por ello, la necesidad de familiarizarse con él.

El dibujo es el lenguaje natural del arquitecto; todo lenguaje, para


conseguir su objetivo, debe hallarse en perfecta armonía con las ideas que
expresa; ahora bien, la arquitectura, siendo esencialmente simple,
enemiga de toda inutilidad, de toda búsqueda, el género de dibujo que usa
debe estar libre de cualquier dificultad, pretensión o lujo, entonces,
contribuirá singularmente a la rapidez, a la facilidad del estudio y al
desarrollo de las ideas; en caso contrario, no hará más que entorpecer la
mano, volver perezosa la imaginación y a menudo incluso muy falso al
juicio.

Para dar una idea completa de un edificio es necesario hacer tres dibujos,
que se denominan planta, sección y alzado; el primero representa la
dirección horizontal del edificio, el segundo, su disposición vertical o su
construcción, y el tercero, que no puede ser más que el resultado de los
otros dos, representa su exterior.

Podrían hacerse estos dibujos sobre hojas de papel separadas, pero se


economizará mucho tiempo haciéndolos sobre una sola: la mayor parte de
sus líneas deben corresponderse y en consecuencia pueden ser tiradas a la
vez (...).

(...) Las personas que creen que la arquitectura tiene como fin esencial
complacer a la vista, como consecuencia natural miran el lavado de los
dibujos geométricos como algo inherente a la arquitectura; pero si la
arquitectura no era en efecto más que el arte de hacer imágenes, al menos
sería necesario que estas imágenes fueran verdaderas, que nos pre-
sentasen a los objetos tal y como los vemos en la naturaleza: ahora bien,
ésta no nos ofrece nada geometrizado; en consecuencia, el lavado de los
dibujos geométricos, lejos de añadir algo que clarifique el efecto de estos
dibujos, no hace más que enturbiarlos y hacerlos equívocos; cosa que no
los hace más útiles, ni tan sólo más capaces de complacer a nuestros ojos.

Este género de dibujo debe ser severamente desterrado de la arquitectura,


ya que no sólo es falso, sino también soberanamente peligroso. De
cualquier forma que se considere este arte, los proyectos más propicios
para producir los más grandes efectos en la ejecución son los dispuestos
de la manera más simple; ahora bien, semejantes proyectos no dicen nada
al ojo geométricamente; ¿qué sucede?, ocurre que lo que atribuye cierto
efecto al dibujo geométrico, altera su planta para que su alzado pueda
producirlo; y si por desgracia, seducido por el extraño encanto de
semejante dibujo, se pasa a la ejecución, no sólo no satisface más a un
espectador instruido sino que el mismo ojo del arquitecto busca en vano
los efectos a los que a menudo ha sacrificado las conveniencias.

Después de todas estas consideraciones, insistiremos en la íntima


persuasión que el lavado, en los dibujos geométricos, debe limitarse a
distinguir con tintas planas, en las plantas y en las secciones, los llenos de
los vacíos, las partes cortadas por un plano, de las que no están
proyectadas sobre ese mismo plano; y que si el lavado puede ser empleado
en los alzados, tiene que ser sólo en los alzados de perspectiva que,
representando a los edificios tal como los vemos en la ejecución, no
pueden, siendo lavados, más que representarlos con mayor verdad.

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