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Agosto
2013
(Publicado
en
De
Familias
y
Terapias,
No
33,
Agosto
2013)
Introducción
Situaré
la
reflexión
en
la
noción
de
negligencia
en
sus
polos
familiares
e
institucionales
desde
un
recorrido
que
abarca
la
compleja
relación
existente
entre
la
manera
como
se
administra
justicia
para
aquellos
que
están
desplazados,
excluidos
o
vulnerados
en
nuestra
sociedad
y
el
reconocimiento
que
se
le
debe
a
cualquier
ser
humano,
independiente
de
su
condición,
respecto
a
la
sociedad
en
que
vive.
Para
llegar
al
meollo
de
este
artículo,
debo
primero
establecer
algunas
consideraciones
previas.
1
observaciones
y
experiencias
(Appiah,
2010),
las
que
en
nuestro
caso
las
empezamos
muchas
veces
desde
la
clínica,
y
después,
en
la
consideración
del
contexto
en
que
las
realizamos
y
en
las
distintas
relaciones
que
se
establecen
allí.
Este
quehacer
lo
hacemos
con
familias
o
instituciones.
Instituciones
que
un
modo
directo
o
indirecto
tienen
que
vérselas
con
ellas.
Rosa
está
actualmente
casada
con
Camilo,
ella
ha
tenido
con
él
dos
hijos
y
antes
otros
tres,
una
de
las
cuales
ha
fallecido
y
ha
sido
el
inicio
de,
primero,
grandes
dudas
sobre
su
competencia,
y
luego,
el
convencimiento
de
varias
instituciones
de
salud,
psicológicas
y
de
justicia
acerca
de
su
incompetencia.
Como
resultado
de
lo
anterior,
los
dos
últimos
hijos
le
han
sido
sustraídos,
uno
casi
al
nacer
y
el
otro
como
a
los
dos
años.
Que
Camilo
o
la
madre
de
Rosa
sean
competentes,
buen
padre
y
buena
abuela
no
ha
sido
considerado,
pues
en
Chile,
observamos
con
frecuencia
que
familia
es
sinónimo
de
madre
para
muchas
instituciones
encargadas
de
velar
por
el
buen
desarrollo
de
los
niños,
digo
desarrollo
y
no
vínculo,
pues
de
eso
se
ocupan
menos
al
tenor
de
las
actuales
investigaciones
sobre
su
calidad
de
persona
poseedora
de
una
subjetividad
que
también
hay
que
respetar
e
investigar
con
una
metodología
apropiada,
hoy,
con
variada
evidencia
empírica
a
su
favor.
2
Un
psicólogo
de
un
hogar
de
acogida
nos
pidió
nuestra
ayuda
como
expertos
en
terapia
familiar.
La
idea
era
averiguar
sobre
el
diagnóstico
de
S.
de
Munchausen1
de
Rosa,
la
condición
vincular
de
los
niños
con
ambos
padres
y
abuela
y
la
eventual
posibilidad
de
reintegro
de
los
niños
al
hogar
formado
por
ellos
dos,
más
la
abuela.
La
primera
fue
el
diagnóstico
del
Servicio
Médico
Legal,
el
que
en
dos
sesiones
fue
lapidario
al
señalar
una
certeza
diagnóstica
sin
mayor
posibilidad
de
discusión.
La
segunda
fue
la
determinación
de
que
si
Rosa
era
peligrosa
para
el
normal
crecimiento
de
los
hijos,
Camilo
y
la
abuela
no
estaban
considerados
en
el
cumplimiento
de
esa
tarea
afectiva
y
evolutiva,
es
decir,
vincular.
La
sexta
era
ver
en
sesión
conjunta
a
los
niños
en
su
interacción
con
la
madre,
el
padre
y
la
abuela.
La
séptima
era
supervisar
esa
sesión
con
expertos
en
psicología
infantil
con
el
fin
de
apreciar
mejor
lo
que
allí
se
iba
a
desenvolver.
Como
podemos
observar,
dos
nociones
emergen
de
un
trabajo
que
es
pedido
en
términos
psicológicos:
1
El
síndrome
de
Münchhausen
es
considerada
una
enfermedad
mental
donde
la
persona
inventa
dolencias
que
no
tiene
para
ser
tratado
como
enferma.
Puede
llegar
a
auto
inflingirse
lesiones.
Se
vincula
a
una
necesidad
de
ser
considerada
y
asistida.
En
el
caso
de
Rosa
no
queda
claro
si
lo
padece
ella
o
lo
desplaza
a
sus
hijos
al
quedar
consignado
el
diagnóstico
en
el
IML.
3
Primero,
cambiar
la
idea
de
desprecio
hacia
la
madre
por
una
de
aprecio
a
los
encargados
de
velar
por
los
buenos
vínculos
y
tratos
hacia
estos
dos
niños,
incorporando
en
esta
noción
la
subjetividad
e
historia
de
estos
niños
y
el
aprecio
de
acciones
que
el
padre
y
la
abuela
también
pueden
realizar
en
presencia
de
la
madre.
Y
sobretodo,
el
cariño
que
estos
niños
le
demuestran,
en
cada
una
de
las
ocasiones
de
las
que
pudimos
ser
testigos,
a
su
padre,
su
abuela
y
su
madre.
Estamos
así
en
la
esfera
del
reconocimiento.
La
otra
concierne
a
la
pregunta
de
cómo
deberían
tratarse
estas
personas
entre
sí
y
cómo
debería
organizarse
la
sociedad
si
ellos
no
cumplen
lo
establecido
por
ella
y
qué
normas
deben
acatar,
muchas
de
ellas
establecidas
en
leyes.
Estamos
así
en
la
esfera
de
la
justicia.
Como
terapeutas
familiares,
quehacer
perteneciente
a
la
psicología,
estimamos
que
estamos
ante
una
situación
que
interroga
diversos
dominios
y
que
tenemos
que
construir
o
aprender
a
resolver
los
puntos
de
conflicto
entre
ellos
por
el
bien
de
las
personas
involucradas.
De
acuerdo
a
la
demanda,
el
primer
dominio
cuestionado
era
el
carácter
y
estado
de
Rosa,
el
que
desde
un
supuesto
trastorno
no
evolucionaría
hacia
la
capacidad
de
velar
afectiva
y
educativamente
por
el
bienestar
de
sus
hijos.
Se
notará
que
una
idea
de
“bien”
está
a
la
base
de
esta
primera
discusión,
es
decir,
de
una
capacidad
de
ser
virtuoso
respecto
de
una
acción
importante
que
debe
ser
mantenida
en
el
tiempo.
Lo
contrario
es
la
acción
viciosa.
Lo
complicado
es
que
si
esa
acción
es
mantenida
hablamos
de
un
carácter
dominado
por
el
vicio.
Es
cierto
que
como
psicólogos
hablamos
de
patología
y
no
de
vicio,
pero
si
están
involucrados
otros
dominios,
el
término
vicio
vuelve
a
ser
adecuado,
pues
es
lo
que
se
castiga.
De
alguna
manera
de
lo
que
se
trata
es
de
determinar
qué
rasgos
del
carácter
son
compatibles
para
vivir
bien
y
cual
es
el
trato
que
debemos
dispensarle
a
otras
personas,
en
especial
si
están
bajo
nuestro
cuidado,
como
es
el
caso
de
los
hijos.
La
respuesta
obvia
es
que
mejor
no
lo
hagamos,
pero
si
decidimos
cuestionar
una
aseveración
tal,
debemos
demostrarlo.
Es
lo
que
hacen
los
psicólogos
sociales
que
no
son
filósofos
morales,
es
decir,
aquellos
que
se
preguntan
si
la
mayoría
de
las
personas
muestran
en
lo
habitual
conductas
virtuosas
o
más
bien
tales
conductas
se
mueven
en
múltiples
direcciones
siendo
influidas
en
parte
por
el
contexto,
y
en
otras
ni
siquiera,
pero
que
en
lo
general
sí
dependen
de
las
situaciones
en
que
las
personas
se
mueven.
Ya
en
1920
hubo
psicólogos
que
estudiaron
esto.
Hubo
algunos
(Hartshorne
y
May,
1928)
que
estudiaron
a
diez
mil
escolares
norteamericanos
a
los
que
se
les
daba
la
posibilidad
de
mentir
y
engañar
en
diversas
situaciones
descubriendo
que
tal
posibilidad
dependía
de
cada
situación
y
que
esa
conducta
no
se
correspondía
con
rasgos
de
personalidad
de
cada
niño
y
que
el
engaño
podía
ser
en
una
situación
y
no
en
otra.
Después,
en
la
década
de
los
70
(Appiah,
2010)
abundaron
investigaciones
parecidas,
por
ejemplo,
seminaristas
que
después
de
escuchar
la
parábola
del
buen
samaritano
4
no
se
detenían
a
ayudar
a
alguien
si
estaban
atrasados
para
un
examen,
sin
dejar
por
eso
de
ser
buenas
personas
en
otros
ámbitos.
Llegados
a
este
punto
podríamos
adelantar
una
conclusión
preliminar
que
nos
puede
llevar
a
engaño.
Podemos
decir
que
no
sabemos
muy
bien
por
qué
hacemos
lo
que
hacemos
y
que
las
explicaciones
de
nuestras
conductas
son
tan
poco
fiables
como
las
que
ofrecen
las
demás.
Observar
a
Rosa
desde
esta
perspectiva
nos
empieza
a
poner
en
aprietos.
Dado
que
somos
tan
sensibles
a
las
circunstancias
y
las
advertimos
tan
poco,
¿cómo
nos
dirigimos
hacia
hacer
lo
correcto
o
a
ser
compasivos?
Una
mirada
sobre
la
justicia
Como
mencionamos
en
la
Introducción,
el
significado
de
la
justicia
tiene
que
ver
con
la
manera
en
que
las
personas
se
organizan
entre
sí
en
eso
que
llamamos
sociedad
y
las
leyes
que
hay
que
cumplir
para
mantener
esa
organización
(Sandels,
2009).
En
una
sociedad
como
la
nuestra,
su
significado
se
expresa
a
través
de
tres
ideas
centrales:
como
lograr
el
máximo
de
bienestar
para
las
personas,
cómo
respetar
la
libertad
de
cada
cual
y
cómo
promover
la
virtud
de
sus
integrantes
(Sandels,
2009).
Para
que
una
sociedad
sea
justa
hay
que
preguntarse
por
la
distribución
de
las
cosas
que
apreciamos,
por
ejemplo,
preguntarnos
por
ingresos
y
patrimonios,
por
deberes
y
derechos,
por
los
poderes
y
oportunidades,
por
los
oficios
y
honores,
por
aquellos
que
nos
quieren
y
queremos.
De
lo
que
se
trata
es
de
la
manera
como
se
distribuyen
esos
bienes.
Y
como
la
sociedad
la
componen
individuos
es
necesario
interrogarse
por
lo
que
le
toca
de
bienestar
a
cada
uno
y
por
qué
tiene
que
ser
así
(Walzer,
1993).
La
tarea
de
articular
la
mayor
obtención
de
bienestar
con
el
respeto
de
la
libertad
y
el
cultivo
de
la
virtud
no
es
sencilla.
El
bienestar
tiene
que
ver
con
el
aumento
de
la
prosperidad,
es
decir,
con
la
mejoría
del
nivel
de
vida
y
de
los
estándares
económicos,
con
la
estabilidad
afectiva,
en
otras
palabras,
con
la
búsqueda
de
otorgar
felicidad
al
mayor
número
de
ciudadanos
y
las
preguntas
de
cómo
hacerlo
y
por
qué.
La
libertad
tiene
relación
con
la
defensa
de
los
derechos
individuales,
por
ejemplo
la
libertad
de
expresión,
la
libertad
religiosa,
¿la
libertad
de
modos
de
crianza
y
valoración
del
contexto?
etc.
Sin
embargo,
al
hablar
de
libertades
es
importante
pronunciarse
por
la
equidad
en
desmedro
por
ejemplo
del
libre
mercado
y
su
postura
de
laissez-faire.
La
virtud
guarda
relación
con
la
vida
buena.
A
veces
las
ideas
de
vida
buena
difieren
respecto
de
la
cultura
en
que
se
vive,
de
las
diferentes
creencias
que
tenemos,
de
los
valores
que
defendemos
y
de
la
mayor
capacidad
para
vivir
con
otros
en
afectos
y
normas
semejantes.
Y
como
ya
lo
mencionamos,
la
idea
de
virtud
difiere
según
las
posturas
que
se
tengan
respecto
a
la
necesidad
de
cultivar
un
carácter
virtuoso
o
de
apreciar
las
conductas
virtuosas
que
desplegamos
en
determinadas
situaciones.
5
Para
este
propósito,
me
interesa
reflexionar
sobre
los
juicios
que
de
allí
se
desprenden
hasta
llegar
a
los
principios
de
cómo
se
mueve
la
justicia.
Por
otra
vía,
estamos
de
nuevo
en
el
razonamiento
moral.
Cuando
aparece
la
diferencia
moral,
muchas
veces
tenemos
que
distinguir
entre
la
intención
del
que
decide
y
las
víctimas
que
deja
en
el
camino.
En
una
situación
así,
la
reflexión
moral
surge
naturalmente
cuando
el
problema
moral
es
difícil.
La
fuerza
de
esa
confusión
es
la
que
nos
lleva
a
escritos
como
este.
Un
camino
es
aplicar
principios
heurísticos,
es
decir,
ir
cambiando
los
puntos
de
vista
divergentes
que
se
producen
desde
estar
instalados
en
creencias,
convicciones
y
preferencias
cuando
pasamos
del
mundo
de
las
razones
al
mundo
de
la
acción
y
viceversa.
Cuando
lo
hacemos,
se
establece
una
dialéctica
que
nos
permite
movernos
con
nuestros
juicios
desde
las
situaciones
particulares
hasta
la
convicción
de
respetar
ciertos
principios
de
justicia
a
los
que
adherimos.
Dedicaré
un
acápite
a
estos
principios
cuando
hable
de
nuestra
teoría
situacional.
Se
nos
aparece
la
pregunta:
¿podremos
confiar
en
que
el
resultado
se
aleje
de
una
cadena
de
prejuicios
congruentes
entre
los
dialogantes?
Contestarla
nos
sitúa
en
el
mundo
público,
es
decir,
requiere
de
las
otras
personas
con
las
que
vivimos
en
sociedad,
requiere
de
sus
creencias
y
preferencias,
como
asimismo
de
la
de
los
poderes
políticos,
que
con
sus
leyes
y
ordenanzas
gobiernan
nuestra
vida
colectiva.
En
esta
dialéctica,
las
creencias
y
opiniones
se
expresan
con
vigor
con
toda
la
parcialidad
que
ella
conlleva
y
las
instituciones
hacen
lo
suyo
para
preservar
la
normativa
vigente.
6
Tanto
a
nosotros
como
al
hogar
de
acogida
de
los
niños
nos
ha
interesado,
desde
una
perspectiva
psicológica,
saber
cómo
se
alteran
o
cuidan
ciertos
parámetros,
entre
otros,
la
situación
económica
de
esta
familia,
sus
relaciones
con
la
familia
extensa,
la
salud
mental
de
Camilo,
Rosa,
abuela
y
cuidadores
institucionales.
Hemos
averiguado
de
situaciones
estresantes
para
ellos,
de
las
características
del
barrio
en
que
viven,
investigado
sus
relaciones
sociales,
la
relación
de
pareja,
la
manera
como
se
llevan
a
cabo
las
tareas
domésticas,
las
relaciones
entre
los
hermanos,
cuáles
son
sus
hábitos
de
crianza,
cómo
efectúan
la
atención
y
cuidados
a
los
hijos
cuando
están
con
ellos,
cómo
se
vinculan
con
los
servicios
sociales,
su
nivel
de
educación
formal,
su
nivel
cultural,
si
hay
consumo
de
drogas,
la
situación
laboral,
las
condiciones
de
su
vivienda,
condiciones
de
salud
física
y
de
bienestar
físico.
Es
por
eso
que
nos
ha
llamado
la
atención,
que
estando
la
familia
en
tratamiento,
en
donde
se
revisaban
los
parámetro
anteriores,
y
más
allá
de
los
altos
y
bajos
con
que
ellos
se
comprometían,
el
castigo
de
la
separación
y
nueva
sustracción
de
los
hijos
haya
recaído
sobre
ellos
y
no
se
haya
confiado
en
las
instituciones
a
cargo
de
fortalecer
en
el
tiempo
sus
competencias
parentales.
Al
descalificarlas,
se
ha
descalificado
además,
varios
años
de
trabajo
de
instituciones
que
han
creído
en
la
rehabilitación
de
una
madre
y
confiado,
con
pruebas
empíricas,
en
las
competencias
de
una
abuela
y
un
padre.
Pero
lo
que
es
peor,
se
ha
traicionado
la
confianza
de
dos
menores
que
creían
y
se
alegraban
de
haber
retornado
al
hogar
familiar
en
vez
de
una
nueva
confinación.
En
el
caso
de
la
familia
de
Rosa,
la
noción
de
justicia
se
observa
además
en
los
procesos
judiciales
en
los
que
han
estado
involucrados
todos
ellos,
a
menudo
sin
entenderlos,
practicando
la
obediencia
automática,
al
mismo
tiempo
que
viviendo
como
a
ellos
les
parece,
violando,
desde
la
institucionalidad
social,
una
serie
de
obligaciones
respecto
a
la
vida
digna
que
debieran
proporcionarles
a
sus
hijos.
En
lo
que
sigue,
quisiera
compartir
una
serie
de
preguntas
ligadas
a
estas
diferencias
y
confusiones
respecto
del
tipo
de
vida
cívica
que
pueden
llevar
las
personas
que
solemos
atender,
tal
como
lo
he
ido
ejemplificando
con
la
historia
de
Rosa,
Camilo
e
hijos,
el
tipo
de
justicia
al
que
ellos
pueden
aspirar;
los
derechos,
que
todavía
tienen
y
cuáles
les
han
sido
sustraídos;
las
obligaciones
que
deben
cumplir
en
su
mundo
privado
y
las
que
le
deben
a
la
institucionalidad
en
la
que
viven
junto
a
todos
los
que
participan
en
una
sociedad;
el
tipo
de
consentimiento
que
están
obligados
a
otorgar
aunque
no
lo
deseen;
la
mirada
propia
en
torno
a
su
dignidad
básica
y
la
virtud
que
pueden
mostrar
respecto
a
diferentes
comportamientos
en
las
situaciones
en
las
que
participan;
el
tipo
de
moral
que
practican
y
en
la
que
creen;
y
la
ley
que
deben
cumplir
o
transgreden.
7
La
defensa
de
los
Derechos
del
Niño
obliga
a
la
sociedad
a
velar
por
estos
y
establece
una
normativa
para
su
cumplimiento.
Desde
su
promulgación
se
observa
un
proceso
creciente
de
reconocimiento
de
la
ciudadanía
a
sujetos
que,
hasta
ahora,
se
encontraban
excluidos
de
los
mecanismos
de
participación
propios
de
la
ciudadanía
civil,
política
y
social.
Esta
evolución
política
es
acompañada
de
un
desarrollo
sostenido
de
instrumentos
jurídicos
destinados
a
garantizarlos.
Se
trata
de
una
construcción
de
la
igualdad
que
puede
expresarse
como
dice
H.
Arendt
como
el
derecho
a
tener
derechos.
Las
relaciones
dentro
de
la
familia
son
una
de
las
materias
principales
que
aborda
la
Convención
de
los
Derechos
del
Niño
aprobada
por
la
Naciones
Unidas
en
1989
y
en
la
que
en
uno
de
los
puntos
más
claros
dice
que
el
niño
tiene
derecho
a
la
convivencia
familiar;
que
las
relaciones
de
familia
se
estructuran
sobre
derechos
y
responsabilidades
recíprocos;
que
la
función
de
educación
de
los
hijos
tiene
por
finalidad
su
desarrollo
y
el
ejercicio
efectivo
de
sus
derechos;
y
que
el
Estado
debe
apoyar
a
la
familia
–incluso
materialmente–
y
tiene
como
límite
de
sus
intervenciones
los
derechos
de
los
padres
y
de
los
niños.
Y
sólo
debe
intervenir
en
resguardo
de
los
derechos
de
los
niños
y
niñas
como
último
recurso;
pues
se
debe
reconocer
el
principio
de
que
ambos
padres
tienen
iguales
responsabilidades
y
derechos
en
la
crianza
y
educación
de
los
hijos
(Cillero,
2001).
8
intermedias
que
van
desde
la
separación
de
los
padres
hasta
la
residencia
definitiva
y
las
exigencias
que
se
les
hace
a
los
padres
en
materia
de
visitas
y
sus
horarios.
Es
ahí
donde
lo
favorable
de
una
ley
que
vela
por
los
niños
se
torna
a
veces
inviable
en
su
práctica
debido
a
la
falta
de
recursos
económicos
y
a
la
burocracia
con
que
se
ejerce.
9
vez
hablado
de
esto
con
Camilo?
¿Cómo
entenderán
el
principio
de
autonomía
y
equidad?
De
nuestro
contacto
con
ellos
y
en
nuestro
afán
de
compartir
el
curso
de
sus
vidas
a
través
de
sus
relatos,
nos
hemos
dado
cuenta
que
su
idea
de
autonomía
está
sesgada
por
la
precariedad
en
que
viven
y
por
las
diferencias
en
el
cariño
que
se
otorgan.
Los
hijos
han
sido
los
estímulos
positivos
de
su
unión.
A
ellos
han
pretendido
dedicarse
mientras
los
han
tenido
consigo
bajo
la
mirada
vigilante
de
instituciones
que
no
confían
en
sus
capacidades.
¿Es
posible
alguna
autonomía
para
ellos
en
estas
condiciones?
Las
luchas
judiciales
empezaron
temprano
en
su
historia
de
padres,
disputas
que
los
han
obligado
a
consentir
humillaciones
con
tal
de
tener
a
sus
hijos,
humillaciones
que
se
expresan
en
respuestas
de
quejas,
desconfianza,
obediencias
hipócritas
y
sobretodo,
dificultad
para
entender
lo
que
les
está
pasando.
¿Es
posible
intercalar
algún
tipo
de
equidad
desde
esta
situación?
¿Tienen
algún
derecho
a
ser
escuchados
en
sus
propósitos?
¿Serán
ayudados
a
cumplir
con
los
estándares
que
el
contrato
social
exige
o
más
bien
seguirán
sin
ser
escuchados
en
su
manera
de
criar
y
cuidar?
Las
veces
que
pudimos
compartir
un
espacio
con
ellos
y
sus
hijos
no
encontramos
ningún
indicador
de
peligro
en
la
crianza
que
fuera
diferente
a
la
de
cualquier
familia
en
condiciones
de
inequidad
y
de
pobreza
como
la
de
ellos.
Sin
embargo,
nada
de
esto
tuvo
peso
para
constatar
que
sí
estaban
cumpliendo
con
ese
contrato
social
básico
al
que
todos
los
ciudadanos
nos
comprometemos
en
materias
de
familia.
¿Será
por
que
no
son
considerados
ciudadanos
y
por
lo
tanto
incapaces
de
suscribir
un
contrato
social
el
que
se
los
haya
tratado
así?
Sin
embargo,
¿no
será
la
idea
de
dignidad
una
idea
imaginaria
que
sólo
sirve
para
regular
una
noción
abstracta
de
ser
humano
y
sus
derechos?
10
Se
supone
que
la
dignidad
es
un
principio
constitucional
que
porta
los
valores
sociales,
defiende
los
derechos
de
los
seres
humanos
y
prohíbe
que
las
personas
sean
un
mero
objeto
de
los
poderes
del
Estado,
garantizándole
su
autonomía
como
asimismo
obligándoles
a
cumplir
sus
obligaciones
sociales.
Como
se
trata
de
un
concepto
jurídico
abierto,
su
contenido
concreto
tiene
que
ir
verificándose
en
cada
denuncia,
es
decir,
la
dignidad
está
sujeta
a
interpretación.
En
el
caso
de
Rosa
y
Camilo,
nos
tenemos
que
plantear
la
espinosa
cuestión
de
la
autonomía
de
sus
voluntades
para
delimitar
si
alteraron
la
dignidad
de
sus
hijos
y
protegieron
o
no
sus
derechos
fundamentales,
cosa
que
por
cierto
sostienen
los
que
se
los
quitaron.
Como
son
niños,
cuesta
saber
de
su
boca
si
esto
ha
sido
así,
y
es
el
Estado
a
través
de
sus
instituciones
el
que
les
brinda
una
protección
supletoria
en
aras
de
su
dignidad.
Se
trata,
como
se
ve,
de
un
debate
con
ribetes
filosóficos,
éticos
y
políticos
respecto
a
qué
bien
mayor
es
el
que
está
protegido
por
la
Constitución,
el
de
los
padres
a
criar
a
sus
hijos
con
libertad
en
un
particular
contexto,
en
que
muchas
veces
el
Estado
no
puede
garantizarles
autonomía
y
equidad,
o
el
de
los
hijos
a
ser
tratados
dignamente,
brindándoles
claramente
una
mayor
dignidad
en
las
instituciones
de
acogida,
a
la
que
llegan
después
de
un
peregrinar
por
otras
instituciones
intermedias
a
menudo
atochadas
de
niños,
o
mejor
dicho,
de
casos
parecidos.
Por
definición,
el
Estado,
al
velar
por
su
ejercicio,
tiene
a
su
vez
el
deber
de
brindarle
a
esos
niños
condiciones
mucho
mejores
que
la
que
los
padres
le
están
otorgando
mal.
Como
es
fácil
observar
que
eso
no
es
así
en
muchas
ocasiones,
queda
abierto
el
debate
de
su
capacidad
como
garante.
El
tema
de
la
moral
que
se
practica
y
la
ley
que
se
debe
cumplir
Existe
otro
debate
cuando
hablamos
de
las
diferencias
morales
que
observamos
en
las
distintas
capas
de
nuestra
sociedad.
Ellas
están
dadas
por
la
mayor
o
menor
integración
a
las
normas
que
nos
indica
la
sociedad
en
que
vivimos.
Observamos
dos
mundos
con
una
misma
normativa.
Los
primeros
están
convencidos
de
ella,
los
segundos
la
cumplen
escolarmente,
de
manera
repetitiva
o
temerosa
de
las
sanciones
derivadas
de
su
incumplimiento.
Cuando
esto
ocurre,
somos
testigos
de
la
diferencia
entre
un
mundo
de
la
vida
y
otro
de
dominio
social.
La
identidad
en
ambos
grupos
es
distinta,
la
lengua
es
otra,
aparecen
otras
competencias,
la
idea
de
justicia
e
injusticia
sobre
el
honor,
la
dignidad
y
la
integridad
los
lleva
a
acciones
de
otra
índole.
11
En
el
segundo
grupo
se
reclama
un
tipo
de
reconocimiento
al
que
el
primer
grupo
sí
ha
accedido.
La
consecuencia
en
este
segundo
grupo
puede
ser
medida
en
autoestima
y
menoscabo
en
su
manera
de
ser,
y
en
donde
los
sentimientos
de
vergüenza,
rabia,
apatía
o
indignación
suelen
ser
los
más
frecuentes.
Rosa
y
Camilo
pertenecen
a
este
segundo
grupo.
En
ellos
está
disociada
la
rabia,
más
encarnada
en
ella,
con
muestras
de
apatía
en
él,
En
ambos,
la
vergüenza
va
acompañada
de
la
dificultad
de
proveerles
a
sus
hijos
una
vida
de
más
calidad.
A
ratos
es
conmovedor
su
esfuerzo,
a
ratos
es
molesta
su
desidia.
Si
a
ello
le
sumamos
características
psicológicas
en
que
la
autoestima
ha
estado
lesionada
por
fuertes
traumatizaciones
anteriores,
es
poco
probable
que
los
podamos
medir
con
la
vara
de
crianza
a
la
que
estamos
acostumbrados.
Aun
así,
sus
vidas
han
girado
en
torno
a
brindarle
cariño
y
educación
a
sus
hijos.
¿Qué
les
pasará
si
les
han
repetido
hasta
el
cansancio
que
no
lo
hacen
bien?
¿Qué
les
pasará
si
no
comprenden
la
instrucción
de
cómo
tienen
que
hacerlo?
¿Dónde
pondrán
el
acento?
¿Tendrán
a
pesar
de
todo
una
moral
propia?
¿De
dónde
la
obtendrán?
¿Cómo
se
considera
en
la
práctica
la
seguridad
de
un
niño?
¿Cómo
se
integran
sus
confianzas
básicas,
sus
relaciones
de
apego,
de
cariño,
de
integración
de
su
memoria
afectiva,
y
la
estabilidad
y
seguridad
que
se
desprende
de
lo
anterior
cuando
los
padres,
o
uno
de
ellos,
es
acusado
de
negligente
y
ese
niño
o
niña
debe
peregrinar
por
hogares
e
instituciones
hasta
volver
donde
sus
padres
o
ser
dados
en
adopción?
Estamos
hablando
de
las
situaciones
de
muchos
padres
que
no
necesariamente
han
abandonado,
que
no
han
cometido
maltrato
ni
abusos
sexuales,
pero
sí
han
cometido
faltas,
llamadas
negligencia,
debido
a
su
precaria
condición
12
socioeconómica,
a
problemas
de
salud
mental
remediable,
a
diferencias
culturales,
en
fin,
a
condiciones
donde
la
autonomía
y
equidad
están
parcialmente
ausentes.
Nos
podemos
detener
un
instante
para
entender
mejor
eso
que
llamamos
negligencia.
La
palabra
negligencia
viene
del
latín
Nec-legens
que
puede
entenderse
como
no
lector,
aquel
que
no
lee.
Sinónimos
de
ella
son
descuido,
desinterés,
desidia,
apatía,
dejadez,
abandono,
desgana,
indolencia,
y
antónimos
son
preocupación,
atención,
diligencia.
La
culpa
se
define
por
una
omisión
de
la
conducta
debida
para
prever
y
evitar
el
daño.
Se
manifiesta
por
la
imprudencia,
negligencia,
impericia
o
inobservancia
de
reglamentos
o
deberes.
En
el
caso
penal
existe
mayor
rigor
para
valorar
las
circunstancias
constitutivas
de
la
culpa
con
el
propósito
de
no
condenar
a
un
inocente.
Es
cierto
que
Camilo
fue
descuidado,
que
cometió
la
omisión
de
no
asistir
a
una
audiencia
por
ignorancia.
¿Era
Camilo
culpable
o
inocente
de
negligencia?¿Hemos
sido
las
instituciones
intervinientes
culpables
o
inocentes
de
negligencia
por
no
haber
previsto
estas
reglamentaciones?
¿O
por
no
haber
advertido
al
tribunal
lo
que
estaba
pasando?
Si
lo
hacíamos,
¿ganábamos
algo
respecto
de
la
protección
amenazada
de
estos
niños?
Estamos
hablando
además
de
una
situación
legal
vigente
donde
tanto
los
padres
como
las
instituciones
temporales,
donde
los
tiempos
de
espera
en
que
empieza
a
vivir
el
niño
puede
también
ser
susceptible
de
ser
tipificado
como
otro
tipo
de
negligencia,
compiten,
en
la
práctica,
en
no
brindarle
al
niño
lo
que
éste
necesita
y
merece.
Cuando
digo
situación
legal
vigente
me
refiero
a
esta
situación
práctica,
económica
y
social,
en
la
que
le
ley
se
hace
cumplir,
donde
se
faculta
a
instituciones
sin
las
condiciones
mínimas
para
funcionar,
con
tiempos
prolongados
de
tramitación
en
el
diagnóstico,
en
instancias
judiciales
lentas
y
sin
una
formación
psicológica
apropiada
para
velar
por
los
intereses
del
niño,
con
una
rotación
de
funcionarios
en
el
trámite
de
las
causas,
a
diferentes
maneras
de
13
interpretar
la
noción
de
dignidad
y
de
derechos
fundamentales,
con
una
ideologización
de
lo
que
llamamos
competencias
parentales
que
van
variando
en
el
tiempo,
en
fin,
nos
estamos
refiriendo
a
una
práctica,
en
que
con
la
anuencia
del
Estado,
ni
los
niños
ni
los
padres
quedan
debidamente
protegidos.
Como
señalé
en
un
artículo
anterior,
es
necesaria
la
construcción
de
una
cultura
moral
donde
las
personas
más
vulnerables
de
nuestro
país
puedan
tener
la
fuerza
individual
de
articular
sus
experiencias
en
la
esfera
de
lo
público,
específicamente
en
las
redes
de
apoyo
que
el
Estado
tiene
la
obligación
de
otorgar,
para
no
tener
así
que
hacerlo
en
contraculturas
extra
sistémicas.
Una
posibilidad
en
esta
dirección
es
la
que
ofrece
la
idea
de
reconocimiento.
El
núcleo
moral
del
reconocimiento
es
el
respeto.
¿Cómo
llevar
el
respeto
a
la
interacción
social
y
motivarnos
a
ejercerlo?
En
otras
palabras,
¿cómo
declarar
vigente
al
otro
y
aceptarlo?
En
especial
a
aquel
en
el
que
los
derechos
básicos
están
menos
protegidos.
Es
de
fácil
observación
lo
grato
que
sería
vivir
en
una
sociedad
más
amigable,
segura
y
estable.
¿Qué
será
lo
que
lo
impide?
¿Será
la
odiosidad
e
indiferencia
hacia
el
otro,
pero
que
vivimos
como
dirigida
hacia
nosotros?
¿Debemos
esperar
que
las
autoridades
resuelvan
este
problema,
que
el
Estado
a
través
de
sus
prerrogativas
nos
dicte
las
pautas
de
cómo
hacerlo,
pero
sin
lesionar
ninguno
de
nuestros
intereses?
A
través
de
todas
las
páginas
anteriores
hemos
visto
las
dificultades
que
aparecen,
en
distintos
niveles,
en
el
otorgamiento
de
reconocimiento,
es
más,
podemos
caracterizar
la
patología
que
emerge
de
su
incumplimiento
(Bernales,
2012).
La
incorporación
de
esta
noción
fundamental
se
ha
debido
al
trabajo
que
realizamos
con
las
personas
a
las
que
se
les
sustrae
el
reconocimiento
en
alguna
de
sus
modalidades.
El
respeto
de
las
tradiciones
valóricas
se
observa
cuando
se
aprecia
a
cada
cual
en
su
condición
(por
ejemplo,
niño,
mujer
y
hombre)
en
la
cultura,
condición
o
14
etapa
en
que
vive.
Así,
en
el
niño
se
observa
en
el
respeto
a
su
necesidad
de
afecto,
educación
y
aprendizaje;
en
la
mujer,
respetándole
la
diferencia
de
funciones
derivadas
de
la
maternidad;
en
el
hombre
respetándole
su
necesidad
de
un
trabajo
bien
remunerado.
Y
en
los
tres,
respetándoles
en
sus
tradiciones
familiares,
étnicas,
culturales
y
religiosas,
es
decir,
en
sus
pertenencias
básicas.
Una
tercera
aparece
cuando
la
propuesta
de
vínculo
del
otro
no
es
aceptada
por
nosotros
porque
transgrede
nuestra
percepciones
cognitivo
racionales
o
caen
fuera
de
nuestras
convicciones
y
preferencias.
El
resultado
es
declarar
ese
vínculo
como
fuera
de
la
normalidad,
o
sea,
patológico.
Muchas
veces
esto
aparece
en
situaciones
de
menor
integración
social
en
sectores
vulnerables
por
falta
de
medios
de
diferente
tipo
para
cumplir
los
fines
de
mayor
equidad
y
autonomía
a
la
que
la
persona
aspira.
En
estos
casos,
como
ya
vimos
antes,
las
convicciones
normativas
son
diferentes,
por
lo
que
las
normas
de
acción
y
la
conciencia
moral
también
lo
son.
Muchos
casos
rotulados
de
negligencia
pueden
caber
en
esta
categoría.
Tal
es
la
situación
que
hemos
venido
comentando.
15
La
primera
es
la
invisibilidad,
ligada
a
la
negación
de
la
capacidad
del
otro
de
ser
miembro
de
la
comunidad
y
de
emitir
un
juicio
moral
sobre
el
bien
que
puede
querer
para
sí
y
los
otros.
Ocurre
cuando
se
le
impiden
ciertos
derechos
a
una
persona
que
lo
deja
en
una
situación
de
indefensión
y
de
exclusión
social.
Su
resultado
es
la
disminución
de
la
estima
de
sí,
la
falta
de
confianza,
la
dificultad
de
creer
en
las
normas
compartidas,
inseguridad
en
las
interacciones
sociales,
o
bien,
cuando
se
le
empuja
hacia
una
contracultura
contraria
de
la
sociedad
en
que
vive.
Muchos
casos
de
negligencia
caben
también
en
esta
modalidad
de
desprecio
social,
tal
como
se
ve
especialmente
con
Camilo
y
la
abuela.
Y
en
lo
social,
todo
tipo
de
ceguera
frente
a
lo
que
le
pasa
a
ciertas
personas
debido
a
su
condición
de
extranjero
o
de
discapacitado.
La
segunda
es
el
desprecio
del
valor
social
hacia
ciertas
comunidades
minoritarias
o
grupos
etarios,
tal
como
sucede
con
viejos,
jóvenes,
minorías
sexuales
o
pueblos
originarios.
Ocurre
si
un
viejo
estorba,
un
joven
molesta
o
un
miembro
de
una
etnia
es
considerado
inferior.
O
si
en
nuestras
convicciones
o
preferencias,
el
otro
nos
entorpece
nuestra
vida
por
alguno
de
estos
motivos,
debemos
sospechar
del
valor
social
que
estamos
invocando.
De
la
tercera,
el
reconocimiento
apreciativo,
se
observan
dos
situaciones.
La
primera
es
el
impedimento
a
la
individuación,
diferenciación
y
autorrealización
en
niños.
El
derecho
a
la
integridad
física
y
psíquica
es
una
obligación
de
padres
y
cuidadores
desde
el
nacimiento.
Cuando
se
ejerce
mal
o
se
abandona,
el
niño
queda
con
una
merma
de
su
confianza
básica.
Tal
es
el
caso
de
maltrato,
abusos
o
abandonos.
La
sobreprotección
exagerada
o
la
exposición
arriesgada
es
una
variante
de
la
falta
de
aprecio
por
la
singularidad
del
menor.
El
vínculo
instrumental
es
otra.
Los
padres
o
cuidadores
que
no
lo
otorgan,
fallan
en
su
responsabilidad
o
están
disminuidos
en
su
capacidad.
Más
allá
de
los
eximentes,
los
niños
sufren
la
consecuencia
como
indiferencia
o
desprecio.
Ha
sido
el
caso
por
el
cual
los
niños
de
Rosa
le
han
sido
quitados,
sin
embargo,
sólo
se
le
atribuye
a
Rosa
esa
responsabilidad.
16
en
el
mundo
público
y
apreciarlo,
mientras
que
conocer
a
ese
mismo
otro
es
un
acto
que
pertenece
a
mundo
privado
de
aquel
que
lo
ejerce.
La
vida
sin
reconocimiento
no
sería
posible
en
términos
sociales.
La
hipótesis
situacional:
un
recorrido
por
la
heurística
La
idea
ahora
es
proponer
una
teoría
situacional
de
manera
tal
que
las
explicaciones
que
ofrecemos
de
las
acciones
no
sobreestime
el
carácter
ni
la
intuición
como
patrones
de
medida
y
estime
más
el
contexto
relacional
en
que
la
gente
se
mueve
para
valorar
como
es
que
desde
ahí
construye
su
vida.
¿De
qué
manera
podríamos
llevar
a
cabo
una
teoría
o
un
modelo
que
parta
de
la
importancia
de
la
situación?
17
Dado
que
tenemos
una
cierta
manera
de
ser
y
el
mundo
(contexto)
también
tiene
una
manera
de
ser,
si
seguimos
estas
reglas
tenemos
una
alta
probabilidad
de
hacer
o
pensar
o
preferir
lo
que
haríamos,
pensaríamos
o
preferiríamos
si
contáramos
con
todas
las
capacidades
lógicas
del
mundo
y
todo
el
tiempo
necesario
para
ejercerlas.
Es
fácil
constatar
lo
difícil
de
su
ejercicio
pues
la
mayoría
de
las
veces
los
seres
humanos
no
están
en
condiciones
de
cumplirlas.
Sin
embargo,
tales
reglas
sí
nos
pueden
servir
para
los
que
trabajamos
en
situaciones
en
que
las
relaciones
humanas
se
muestran
en
sus
determinaciones
contextuales
en
la
construcción
de
nuestras
vidas
y
las
de
otros,
pues
nos
permiten
actuar
de
manera
más
expeditiva
y
sucinta,
es
decir
en
los
tiempos
acotados
que
se
nos
pide
y
con
las
capacidades
limitadas
de
que
disponemos
(Appiah,
2010).
Si
lo
ponemos
en
fácil,
una
regla
heurística
debe
cumplir
con
varios
factores
cuando
la
aplicamos
a
una
situación
(Appiah,
2010):
a.-‐
Claridad.
Responde
a
la
pregunta,
¿qué
debería
creer,
dado
lo
que
ya
creo
en
esta
situación?
¿cómo
debo
organizar
mis
preferencias?
¿cómo
debo
actuar,
dadas
mis
creencias
y
mis
preferencias?
b.-‐
Criterio.
¿Cómo
puedo
identificar
desde
una
perspectiva
teórica
la
respuesta
correcta
a
un
problema?
c.-‐
Capacidad
en
tiempo
real.
¿Cuáles
es
mi
capacidad
real
y
el
contexto
específico
en
que
aplicaré
la
regla?
d.-‐
Disminuir
el
riesgo
de
fracaso.
¿Cómo
determino
los
riesgos
que
estoy
dispuesto
a
correr
para
obtener
una
respuesta
a
las
preguntas
planteadas?
En
otras
palabras,
para
buscar
una
regla
heurística
necesitamos
una
tarea,
fijar
un
criterio,
cierta
comprensión
del
entorno
y
de
nuestros
recursos;
ser
capaces
de
aplicarla
en
un
tiempo
definido
y
darnos
cuenta
de
la
frecuencia
en
que
nos
iremos
por
un
camino
equivocado
y
los
costos
que
esto
tendrá;
por
lo
que
encontrar
la
respuesta
correcta
es
muy
importante.
La
tarea
que
se
nos
pidió
fue
la
de
ayudar
a
esclarecer
las
distintas
aristas
de
un
caso
en
extremo
complejo
dadas
las
características
de
los
dominios
involucrados
y
el
sufrimiento
de
los
distintos
actores
participantes.
Para
llevarla
a
cabo
fue
necesario
fijar
ciertos
criterios
en
consonancia
con
nuestra
creencia
de
que
no
existe
un
lugar
mejor
que
la
familia
para
la
crianza
de
los
hijos,
que
la
idea
de
familia
la
entendemos
como
un
espacio
de
vínculo
afectivo
que
aprecia
a
sus
miembros
y
no
los
daña;
que
debemos
ponderar
el
entorno
donde
nuestra
intervención
se
lleva
a
cabo,
en
este
caso,
el
de
una
mujer
discriminada
y
18
patologizada,
de
una
familia
discriminada,
de
niños
deseosos
de
estar
más
tiempo
con
sus
padres
y
un
entorno
de
pobreza;
distinguir
entre
diferentes
formas
de
hacerlo
de
acuerdo
a
las
distintas
capacidades
de
los
actores
involucrados,
incluidos
nosotros;
una
madre
con
diversas
dificultades
para
ejercer
como
tal,
un
padre
competente
y
cariñoso
con
los
hijos
e
inseguro
de
la
lealtad
de
su
mujer,
una
abuela
cariñosa,
proveedora
y
estabilizadora
de
la
vida
familiar;
la
necesidad
de
fijar
un
plazo
para
nuestra
tarea,
para
lo
cual
debíamos
conocer
los
distintos
sistemas
involucrados
y
sus
lógicas
inherentes;
y
las
limitaciones
con
que
nos
podíamos
encontrar,
tal
como
la
necesidad
de
las
distintas
instituciones
de
defender
sus
lógicas
internas
y
la
variedad
de
creencias
y
preferencias
con
las
que
dialogar.
El
caso
de
Rosa
es
semejante
al
de
muchos
otros,
llámense
Andrea,
María,
Juana,
y
el
de
Camilo
también.
Si
forzamos
las
cosas
hasta
un
extremo,
¿quién
es
el
que
sabe
a
ciencia
cierta
como
organizar
el
saber
psicológico
existente
de
modo
que
podamos
elegir
bien
las
reglas
apropiadas
para
conducirnos
en
todo
momento
de
acuerdo
a
ellas?
¿Cómo
les
asignamos
los
medios
para
que
ellos
puedan
cumplir
los
fines
que
desean?
19
En
términos
de
la
simple
heurística
cognitiva,
asignar
medios
para
cumplir
fines
supone
una
buena
capacidad
racional
de
cada
uno
de
los
participantes
para
cumplirlos,
o
al
menos,
maximizar
los
recursos
limitados
de
las
personas
involucradas.
Si
le
agregamos
ahora
el
componente
moral,
los
medios
para
cumplir
tales
fines
suponen
mejores
comportamientos
para
que
no
se
escapen
de
lo
propuesto.
No
solamente
que
haga
acciones
o
ejecute
actos
señalados
como
los
correctos,
sino
que
esté
en
todo
momento
motivado
a
hacerlo
de
ese
modo,
es
decir,
que
su
conducta
no
sea
instrumental,
sino
que
sea
el
resultado
de
algo
que
incorporó
en
su
interior.
La
pregunta
agregada
es,
¿cómo
sabemos
que
la
conducta
no
responde
a
una
buena
labor
de
ingeniería
social,
y
en
tal
caso,
instrumental,
en
vez
de
ser
una
virtud
que
se
incorporó
adentro
del
que
la
ejecuta?
En
otros
términos,
¿cómo
nos
aseguramos
del
funcionamiento
ético?
¿es
eso
lo
que
finalmente
está
en
juego
en
la
vigilancia?
Y
en
tal
sentido,
¿cualquier
desviación
agrava
la
falta?
Por
ejemplo,
¿no
haber
llevado
los
niños
al
jardín
infantil
en
los
períodos
de
prueba
en
que
pudieron
vivir
con
ellos?,
¿no
ir
a
ver
a
los
niños
cuando
estaban
internados?
Pareciera
que
en
casos
como
el
descrito,
las
instituciones
legales
a
veces
confeccionan
trajes
a
la
medida
y
cualquier
ancho
de
manga
es
visto
como
la
incapacidad
del
usuario
a
llevar
tal
prenda.
Considerar
la
vida
en
situación
nos
orienta
en
la
reflexión
sobre
las
instituciones,
es
decir,
mirar
la
capacidad
de
crear
circunstancias
que
pueden
fomentar
la
virtud
a
través
de
la
valoración
de
los
recursos
de
las
personas
en
situaciones
de
adversidad
con
el
entorno.
En
este
sentido,
sólo
guiar
a
la
gente
hacia
un
modelo
demasiado
interno
como
forma
de
cultivar
el
yo
deja
a
ese
yo
sin
mundo
que
es
desde
donde
adquiere
su
forma.
Si
este
mundo
ha
estado
lleno
de
adversidad,
y
sin
embargo,
es
ahí
donde
se
ha
sobrevivido,
será
importante
valorar
los
recursos
que
de
allí
emanan,
pues
es
el
camino
intermedio
el
que
lleva
después
a
lo
que
llamamos
virtud
y
nos
previene
del
furor
sanandi
dirigido
a
la
formación
del
carácter
como
único
medio
de
comportamiento
moral.
Agreguemos
ahora
que
lo
mismo
puede
pasar
si
confiamos
en
la
intuición
como
antes
lo
teníamos
que
hacer
con
el
carácter
virtuoso.
Lo
que
quiero
enfatizar
es
que
para
la
psicología
ha
sido
cada
vez
más
necesario
indagar
de
la
fuente
de
la
que
proceden
nuestras
intuiciones,
pues
muchas
de
ellas
proceden
del
lugar
y
el
contexto
histórico
en
que
vivimos,
razón
suficiente
para
desconfiar
de
los
hábitos
mentales
que
pensamos
como
universales
y
perdurables.
Para
el
propósito
de
esta
exposición,
lo
que
interesa
es
preguntarnos
si
nuestra
actitudes
resuelven
un
problema
de
coordinación
social
sólo
en
términos
adaptativos.
Que
Rosa
requiera
recibir
un
castigo
por
sus
continuas
negligencias
no
significa
que
sea
merecedora
de
ese
castigo.
Ni
que
decir
si
ese
castigo
se
extiende
a
la
totalidad
de
su
familia.
Para
que
ello
ocurra,
es
necesario
que
Rosa
participe
y
entienda
de
lo
que
se
trata,
que
la
explicación
de
lo
que
hace
tenga
una
razón
que
no
reemplace
su
20
justificación
moral,
por
ejemplo,
“no
pude
atender
a
los
niños
porque
me
dolía
la
cabeza
y
tuve
que
ir
a
la
farmacia”,
y
de
parte
de
nosotros
si
visitamos
su
casa,
que
no
sea
,“debemos
volver
a
internar
a
los
niños
porque
ella
no
estaba
en
casa
cuando
fuimos
y
cuando
llegó
ni
los
miró,
los
había
dejado
al
cuidado
de
una
vecina,
el
papá
no
estaba
y
no
había
con
quién
hablar”.
Por
supuesto
que
esto
parece
una
caricaturización
y
la
mayoría
de
las
veces
tomamos
nuestras
decisiones
de
manera
más
consciente
y
provistos
de
protocolos
más
exhaustivos,
pero
es
importante
reflexionar
sobre
la
primacía
que
pueden
llegar
a
tener
nuestras
primeras
actitudes
y
los
sentimientos
involucrados
para
empezar
a
construir
nuestras
teorías
morales.
De
lo
que
se
trata
es
de
resaltar
la
distinción
entre
la
explicación
de
una
decisión
y
su
justificación.
Al
parecer,
actuamos
como
lo
hacemos
porque
seguimos
respondiendo
a
valores
que
nos
guían
y
para
guiarnos
por
ellos,
tenemos
que
seguir
guiándonos
por
una
capacidad
de
evaluar
lo
que
hacemos.
Un
tener
que
derivado
de
una
acción
común
y
corriente
y
no
porque
tengamos
conceptos
anticipados
de
moral
como
si
fueran
verdades
universales.
Sin
embargo,
también
es
cierto
que
nos
guiamos
por
tradiciones
que
contienen
verdades
universales,
por
ejemplo,
en
el
caso
del
amor.
La
doble
visión
se
nos
impone
y
por
suerte
no
tenemos
que
resolverlo
solos,
la
comunidad
en
que
estamos
insertos
nos
proporciona
ayuda,
empezando
por
la
capacidad
de
encontrar
un
lenguaje
común.
Apelamos
a
los
valores
para
poder
hacer
cosas
juntos.
Nos
valemos
de
relatos
y
de
historias.
Y
las
evaluamos.
Y
estas
evaluaciones
pueden
hacer
que
cambiemos
de
parecer.
Es
algo
curioso
esto
de
los
relatos,
pues
nos
puede
conducir
por
el
camino
de
la
persuasión
o
de
la
solidaridad.
Hay
un
cuento
al
respecto:
en
Polonia,
durante
la
segunda
guerra
mundial,
gente
de
una
aldea
iba
a
tirar
a
una
niña
judía
a
un
pozo,
pero
bastó
que
una
campesina
dijera,
“al
fin
y
al
cabo
no
es
un
perro”,
para
hacerlos
desistir.
Allí
persuasión
y
solidaridad
se
enfrentaron.
Si
no
hubiera
estado
esa
campesina
habría
ganado
la
persuasión,
al
estarlo
triunfó
la
solidaridad
con
el
género
humano
(Appiah,
2010).
21
La
identidad
social
sabemos
que
se
relaciona
con
aquello
que
nombramos
como
bienes
externos
y
en
los
que
nos
apoyamos
para
lograr
éxito
dentro
de
una
determinada
pertenencia.
Se
expresa
en
roles
y
funciones
dentro
de
una
comunidad.
A
menudo
nos
sorprendemos
juzgando
nuestras
evaluaciones
subjetivas,
juzgando
nuestras
primeras
respuestas
intuitivas
dentro
de
una
situación
específica.
Es
así
como
mantenemos
un
hábito
o
nos
afectamos
porque
ya
no
nos
hace
sentido.
¿Qué
es
entonces
lo
que
está
en
disputa?
Determinar
cómo
se
construye
mejor
un
conjunto
de
significados
para
las
proposiciones
morales
y
cómo
se
entiende
mejor
el
relato
causal
de
nuestros
juicios.
Conclusiones
El
dilema
es
cómo
resolver
los
dilemas
ligados
a
las
formas
de
proceder.
El
método
debiera
ser
examinar
escenarios
problemáticos
donde
no
hay
una
sola
solución
y
determinar
cual
es
la
mejor
acción
a
seguir
y
por
qué.
Al
explicar
el
por
qué,
se
desarrollan
teorías
sobre
la
manera
de
decidir
qué
hacer,
las
que
muchas
veces
son
una
variante
del
proceder
en
términos
de
cumplir
con
los
deberes
propios,
maximizar
eso
que
llamamos
felicidad
y
hacer
lo
que
haría
una
persona
virtuosa.
El
problema
es
que
al
hacerlo
de
este
modo
no
nos
salimos
de
la
lógica
arbitral,
vale
decir,
más
que
hacer
las
reglas,
estamos
viendo
como
las
aplicamos.
Y
cuando
actuamos
de
acuerdo
a
nuestro
propio
modo,
inventamos
reglas
además
de
seguirlas.
Más
que
árbitros
somos
actores.
Evaluamos
desde
adentro
de
nuestras
pasiones
y
la
ética
del
dilema
se
salta
esta
consideración
de
los
singular.
En
la
vida
real,
cuando
describimos
una
situación
ya
estamos
en
la
tarea
moral
pues
estamos
determinando
que
necesitamos
tomar
una
decisión.
Este
acto
de
saber
qué
es
una
opción
y
qué
no,
ya
es
un
acto
de
desarrollo
ético,
por
ejemplo,
robar
o
no
robar,
mentir
o
no
mentir,
matar
o
no
matar.
Lo
que
importa
no
es
tanto
cómo
participar
del
juego,
sino
descubrir
qué
juego
se
está
jugando.
Lo
que
importa
no
es
la
dolencia
sino
el
bienestar.
A
veces,
más
que
determinar
qué
debemos
hacer,
importa
más
desplegar
asuntos
con
la
clase
de
personas
que
somos
y
que
deseamos
ser,
maximizar
un
aspecto
de
la
situación,
lo
positivo,
el
agrado,
complicar
menos
los
relatos,
y
en
vez
de
analizar
tanto
lo
que
es
correcto,
dar
una
mayor
atención
a
la
construcción
de
la
vida
propia
y
por
derivación,
a
la
del
otro.
Si
la
del
otro
no
importa,
tampoco
importa
la
mía.
Si
vemos
la
vida
ajena,
con
sus
luchas
para
lograr
su
cometido
en
base
a
criterios
que
en
parte
vienen
dados
y
en
parte
se
elaboran,
respetaremos
su
singularidad.
La
construcción
de
una
vida
es
una
actividad,
de
ahí
que
aprender
de
los
experimentos
de
la
vida
nos
sirve
más
que
las
teorías
que
tengamos
de
ella.
Mirar
lo
bueno
de
la
vida
nos
permite
trascender
el
estudio
de
la
vida
buena.
Crear
instituciones
sociales
que
favorezcan
situaciones
que
hagan
difícil
que
nos
comportemos
mal
es
una
manera
mejor
de
templar
el
carácter.
A
veces
22
sobreestimamos
la
ideología
y
la
cultura
y
subestimamos
la
situación
y
circunstancia
en
que
viven
muchas
personas.
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(1991),
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