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¿Cómo podemos definir la fe? ¿Es un sentimiento? ¿es un salto al vacío?

¿es un tranquilizante ante


mis problemas? La reflexión de este mes se centrará en comprender un poco mejor qué es la fe para
que sea una fe más madura, más solida, y así podamos avanzar más seguros hacia la meta última de
nuestra vida.

La confianza: una actitud natural

El mundo de hoy muchas veces cuestiona a las personas que tienen fe. Se les considera ingenuas,
ilógicas, supersticiosas. Parecería que para tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo resulta
difícil creer en algo o alguien sin poder verlo con los propios ojos y tocarlo con las propias manos.

Creer y confiar en la palabra de otra persona es, sin embargo, algo natural y cotidiano; ni siquiera el
más convencido ateo podría considerarse un incrédulo absoluto, pues cada vez que adquiere un
producto o un alimento confía en las personas que lo han elaborado. Tal vez no creerá en Dios, pero
en lo cotidiano "creerá" en muchísimas cosas y personas sin estar constantemente analizando las
razones para hacerlo. Por ejemplo, cuantas veces creemos, sin cuestionar, lo que dicen los
noticieros, las películas o los diarios. Más aún, le creemos a las personas que amamos, o a quienes
les reconocemos cierta autoridad, sin tener que estar verificando constantemente lo que nos dicen.
Sería realmente imposible vivir si dudásemos de todo lo que se nos dice hasta que sea demostrado.
El mundo, es un sentido, se paralizaría.

Para el ser humano natural creer y confiar y la fe cristiana, que implica un acto similar en cuanto es
creencia y confianza, es una postura nartual, que no hace a los cristianos ni ingenuos, ni tontos, ni
ilógicos. Sin embargo, resulta comprensible que para temas más trascendentes y misteriosos
exijamos mayores razones, y está muy bien que sea así.

Fe: don de Dios y acto humano

La disposición natural de las personas para creer y confiar encuentra una seguridad y una certeza
muy grande en la virtud teologal de la fe, porque es confiar en Dios, quien nunca nos falla ni nos
abandona, que ni se engaña ni nos puede engañar.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que la fe es la adhesión personal del hombre a Dios
que nos ha creado a su Imagen y Semejanza y, además, ha querido revelarse, darse a conocer. Dios
«habla a los hombres como amigo, movido por su gran amor y mora con ellos para invitarlos a la
comunión consigo y recibirlos en su compañía. La respuesta adecuada a esta invitación es la fe».
Por la fe nosotros aceptamos a Dios que se revela, aceptamos su invitación a vivir con Él.

El Catecismo nos ilumina, además, dando dos características muy importantes de la fe.

a. En primer lugar afirma que la fe es una gracia, un «don de Dios, una virtud sobrenatural
infundida por Él». Es un regalo que Dios nos da, manifestación inmensa de su amor. Dios no
le niega nunca este regalo a quien lo busca sinceramente y lo pide con humildad.
b. Por otro lado Dios respeta la libertad del hombre. La fe es también un acto humano, que
depende de la libertad y la inteligencia del hombre que deposita su confianza en Dios y se
adhiere a las verdades por Él reveladas.

Recordemos siempre, entonces, que como todo don divino, la iniciativa es de Dios. Él nos ama
primero, y nos ofrece la gracia de la fe que ilumina nuestro entendimiento y voluntad. Como toda
invitación, espera una respuesta. Esa respuesta al don de la fe es la aceptación libre, el asentimiento
a las verdades y promesas por Él reveladas.

Esto nos lleva a una pregunta que probablemente nos hemos hecho alguna vez: ¿Y cuál es el
motivo por el cual creemos? En el fondo, como enseña el Catecismo, creemos gracias a «la
autoridad de Dios mismo que se revela y que no puede engañar ni engañarnos».

En el lenguaje familiar decimos que "creemos" en una persona, o le tenemos "fe". Solemos
expresarnos de esta manera cuando manifestamos que podemos confiar en esa persona. Por lo
general es así porque se ha ganado nuestra confianza, no ha demostrado que es fiable. Algo similar,
pero a la vez infinitamente superior, podemos decir de Dios. Por fe creemos en Dios y le creemos a
Dios con una certeza que nadie más que Él merece. La fe teologal es «más cierta que todo
conocimiento humano porque se funda en la Palabra misma de Dios, que no puede mentir».

Además existen muchísimas razones para creer. Argumentos que nos ayudan a fortalecer y
anunciar nuestra fe, como por ejemplo: Es impresionante como toda la Revelación de Dios a lo
largo de la historia tiene un hilo y una coherencia maravillosos: Cada acontecimiento le van dando
sentido a lo anterior; por otro lado las verdades de la fe se entrelazan unas con otras con una
armonía muy misteriosa; los milagros han ido confirmando muchas de estas verdades de fe y son
una ayuda ante nuestra poca fe; Tantos santos que ha tenida la Iglesia también son una garantía de
que viviendo la fe se alcanza la felicidad, etc.

La "Puerta de la fe"

Las palabras del Papa Benedicto XVI con las cuales inicia la exhortación apostólica Porta Fidei, en
la que convoca el Año de la fe, recuerdan un pasaje de los Hechos de los Apóstoles. San Pablo,
luego de predicar el Evangelio en diversas ciudades, se detiene finalmente en Antioquía. A su
llegada «reunieron a la Iglesia y se pusieron a contar con todo cuanto Dios había hechos juntamente
con ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe» (Hech 14,27). La fe, señala el Papa,
es como una puerta que nos introduce en la vida de comunión con Dios y a la vez nos permite la
entrada en la Iglesia.

La figura de la puerta nos habla de entrada, de inicio. Nos recuerda el ingreso a un nuevo tipo de
vida, que además involucra todo nuestro ser. No cruzamos el umbral de la fe sólo con una
comprensión teórica de las verdades, sino cuando escogemos la gracia de Dios y emprendemos un
camino de conversión total, que se manifiesta con todas las dimensiones de nuestra vida. Se cruza
este «umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que
transforma», y supone «emprender un camino que dura toda la vida». Es, en este sentido, una
opción fundamental que alcanza toda nuestra existencia.
La fe es integral, es decir, debe iluminar nuestra mente, ser acogida en el corazón, y manifestada en
las acciones de nuestra vida cotidiana. El Papa lo dice con mucha claridad: Tener fe en el Señor
«no es un hecho que interesa sólo a nuestra inteligencia, el área del saber intelectual, sino que es un
cambio que involucra la vida, la totalidad de nosotros mismos: sentimiento, corazón, inteligencia,
voluntad, corporeidad, emociones, relaciones humanas».

La imagen de la puerta nos remite también a unas palabras del Señor Jesús sumamente
iluminadoras: «En verdad, en verdad o digo: yo soy la puerta de las ovejas (...) si uno entra por mí,
estará a salvo» (Jn 10,7.9).
Los cristianos conocemos de Dios lo que nos ha revelado Jesucristo: Que dios Padre, Hijo y
Espíritu Santo, un solo Dios verdadero en tres personas distintas, ese es el contenido esencial de
nuestra fe. Por ello, creer en Dios es inseparable de creer en el Señor Jesús, que nos reconcilia y
salva. Dios se revela a través de su Hijo y nos invita a la comunión, a vivir como verdaderos
amigos suyos.

La puerta de la fe se abre ante nosotros para que podamos encontrarnos con Cristo, y seguirlo. Él es
«el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6).

Caminar y crecer en la fe

Cruzar el umbral de la puerta de la fe, sin embargo, no basta. Como hemos visto, el don de la fe
implica una respuesta continua para cultivar ese don, ya que sin la fe no crece, se va enfriando y va
desapareciendo. La fe, como señala San Agustín, «se fortalece creyendo». La vida de oración,
recurrir a los sacramentos como son la Confesión y la Eucaristía, estudiar los contenidos de la fe
con el Catecismo, acudir a sacerdotes y personas con experiencia, visitar iglesias y santuarios, son
medios a nuestro alcance para caminar y crecer en vida de fe. Pero por encima de todo ello
necesitamos pedir al Señor el don de la fe, que nos ayude a fortalecerla y acrecentarla.

Una de las grandes riquezas y ayudas de la fe cristiana es que caminamos juntos como una sola
familia. Ningún crisitano avanza solo por el sendero de la fe. Como miembros de la Iglesia, nos
apoyamos unos a otros y recibimos de Ella las gracias y auxilios que necesitamos "hasta que
lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de
hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo (Ef 4,13). Juntos nos vamos perfeccionando.
Por eso cuando decimos "creo" estamos diciendo al mismo tiempo "creemos".

Esa dimensión comunitaria de nuestra fe nos llena de alegría y esperanza. Como dice el Catecismo:
«yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe
de los otros».

Por otro lado el cristiano «no puede pensar nunca que creer es un hecho privado». Lo más natural
es compartir lo que creemos. Cuando tenemos algo valioso, algo que vale la pena, se lo decimos a
todos nuestros familiares, amigos y conocidos. Así como el sol no puede dejar de iluminar, el que
lleva la llama de Cristo no puede esconderla. Y no se trata de enseñar teoría, sino de presentarlo
como quien presenta a un amigo: "Te presento a Jesús", para que otro pueda decir: "mucho gusto en
conocerte".

«La fe, en efecto explicaba el Santo Padre, crece cuando se vive como experiencia de un amor que
se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el
corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo».

Citas para la Oración

 Qué es la fe: Jn 9,36-38; Heb 11,1.


 Pedir el don de la fe: Mc 9,23-24; Lc 17,5.
 Fe y salvación: Mt 9,22; Mt 8,5-12.
 Fortalecer nuestra fe: Mt 17,19-20; 1Pe 1,6-9, 2Pe, 1,1-11.
 La fe se manifiesta en obras: Stgo 2,14-24

Preguntas para el diálogo


1. ¿Qué es la fe?
2. ¿Qué características tiene la fe?
3. ¿Cómo es mi fe?
4. ¿Qué puedo hacer para fortalecer mi fe?

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