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Todo líder que se precie de tal debería invertir gran parte de su tiempo y esfuerzo en armar su
equipo de trabajo. Esto incluye el capacitar y conocer a la gente con la que cuenta para
desempeñar su tarea.
Un líder que aspira a obtener resultados excelentes no puede buscar voluntarios para la tarea,
debe salir a elegir a aquellos que lo acompañarán y debe elegir a los mejores. Por lo general, el
voluntario no asume el compromiso de crecer, por eso es inconstante. En cambio, aquel que fue
especialmente seleccionado, en quien el líder ha depositado su confianza, se involucra, es
perseverante y logra los resultados esperados.
Cuando nacemos todos somos iguales, pero si desde la infancia nuestros padres nos animan a
practicar la mejora y el crecimiento continuos, eso nos permitirá luego jugar (participar) en
equipos de alta competencia.
1. El modelo circular.
En este modelo todos los miembros responden a un jefe. Todos demandan la atención del jefe y
procuran su cercanía. Si bien esto funciona al comienzo, casi siempre termina fracasando por la
sencilla razón de que el poder nunca es delegado. El jefe es quien toma todas las decisiones, lo
cual ralentiza el trabajo al tener que consultarlo todo con la cabeza.
Aquellos líderes que concentran el poder, sin delegarlo jamás, son personas inseguras que no
saben cómo establecer límites propios o ajenos. Este tipo de liderazgo provoca frustración en los
liderados que muchas veces abandonan el barco. Este modelo no permite incorporar gente nueva
y se caracteriza por la rivalidad, puesto que todos quieren ganar el amor y la aprobación del jefe.
El resultado es la eventual desaparición del grupo.
2. El modelo piramidal
En este modelo, a diferencia del anterior, el líder delega su autoridad. Todos pueden compartir la
autoridad del líder. Esto podría ilustrarse con el sistema nervioso humano, el cual posee funciones
automáticas como la respiración. Dicho proceso nunca se detiene, pues acarrearía la muerte de la
persona, excepto que se retenga la respiración de manera voluntaria.