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de la Historia II
Primera Parte: La Historiografía como disciplina científica:
definición y evolución histórica
TEMA 1: HISTORIA E HISTORIOGRAFÍA: CLAVES CONCEPTUALES
Introducción
Todo investigador ha de reflexionar sobre su disciplina y los fundamentos profundos de
su trabajo. Un problema de los historiadores es que no siempre lo hacen. En nuestro
caso, se plantean dos grandes problemas:
Ø ¿Qué es la Historia?
Ø ¿Es la Historia una ciencia?
1. DEFINICIONES TEÓRICAS
Son cuestiones importantes:
Ø Se escribe y se lee mucho sobre historia.
Ø Pero muchos científicos se burlan de ella y critican la supuesta carencia de rigor
de las conclusiones de los historiadores.
•En palabras de Claudio Sánchez-Albornoz referidas al siglo XX:
“Quizá nunca se ha escrito y se ha leído más de Historia, pero quizá nunca la Historia ha
ejercido una influencia más precaria en el presente de los hombres” (C. Sánchez-
Albornoz, Ensayos sobre historiología. Historia y libertad, Madrid, 1974, pág. 21).
•Para Jerzy Topolski:
“Ninguna disciplina ha sido más alabada ni más criticada que el estudio de la historia.
Cicerón pedía que la historia enseñara a los hombres cómo vivir. Aristóteles le negaba la
calificación de verdadera ciencia y consideraba que la mayor sabiduría era la poesía. En
diversas épocas, a la historia se le ha asignado una posición predominante o degradada
en la jerarquía de las ciencias” (J. Topolski, Metodología de la historia, Madrid, 1984,
pág. 13).
•En palabras de Marc Bloch:
“La historia, sin embargo, tiene indudablemente sus propios placeres estéticos, que no
se parecen a los de ninguna otra disciplina. Ello se debe a que el espectáculo de las
actividades humanas, que forma su objeto particular, está hecho, más que otro
cualquiera, para seducir la imaginación de los hombres. Sobre todo cuando, gracias a su
alejamiento en el tiempo o en el espacio, su despliegue se atavía con las sutiles
seducciones de lo extraño. El gran Leibniz nos lo ha confesado: cuando pasaba de las
abstractas especulaciones de las matemáticas o de la teodicea, a descifrar viejas cartas
o viejas crónicas de la Alemania imperial, sentía, como nosotros, esa “voluptuosidad de
aprender cosas singulares”. Cuidémonos de quitar a nuestra ciencia su parte de poesía.
Cuidémonos, sobre todo, como he descubierto en el sentimiento de algunos, de
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sonrojarnos por ello. Sería una formidable tontería pensar que por tan poderoso
atractivo sobre la sensibilidad, tiene que ser menos capaz también de satisfacer nuestra
inteligencia. Pero si esa historia a la que nos conduce un atractivo que siente todo el
universo no tuviera más que tal atractivo para justificarse; si no fuera, en suma, más que
un amable pasatiempo como el bridge o la pesca con anzuelo, ¿merecería que
hiciéramos tantos esfuerzos por escribirla? Por escribirla según lo entiendo yo,
honradamente, verídicamente, y yendo en la medida de lo posible hasta los resortes más
ocultos, es decir, difícilmente… la historia tendrá que probar su legitimidad como
conocimiento” (Marc Bloch, Introducción a la historia, México, 19521, pág. 12).
Una parte importante de la actual crítica lingüística y literaria postmodernista entiende
que “la historia” es una forma más de representación literaria. Sin embargo, nuestra
civilización occidental tiene un marcado acento histórico.
Nuestros primeros maestros, griegos y latinos, eran pueblos historiadores. El
cristianismo es una religión histórica y de historiadores. Otros sistemas religiosos han
podido fundar sus creencias y ritos en una mitología más o menos exterior al tiempo
humano. Pero el cristianismo tiene por libros sagrados libros de historia; sus liturgias
conmemoran los episodios de la vida terrestre de Dios, los fastos de la Iglesia y de los
santos.
Además, el cristianismo es histórico en otro sentido: el destino de la humanidad, situado
entre la caída y el juicio final, representa una larga aventura; en su historia y evolución
se desarrolla el gran drama del pecado y la redención. La Historia forma parte de las más
constantes tradiciones intelectuales de Occidente.
a. ¿Qué es entonces la Historia?
Según Edward H. Carr, la respuesta que le damos a esta pregunta “refleja nuestra
posición en el tiempo y forma parte de nuestra respuesta a la pregunta, más amplia, de
qué idea hemos de formarnos de la sociedad en que vivimos” (E.H. Carr, ¿Qué es la
historia?, Barcelona 1991, pág. 51). En su opinión, es un problema muy amplio e
importante.
Hemos de subrayar la gran ambigüedad o ambivalencia del término “historia”. Este tema
de la entidad de la historia ha sido muchas veces dejado atrás por sobreentendido.
Intentaremos ofrecer algunas soluciones haciendo un poco de historia del término.
• Historia del término “historia”:
Desde el punto de vista etimológico, el término español “historia”, el francés “histoire”,
el italiano “storia” y el inglés “history” proceden de la palabra griega “istoria”, que
significa encuesta, entrevista, interrogatorio de un testigo ocular, y también se refiere a
los resultados de dichas acciones. Así la utiliza Heródoto, en un sentido de
“investigación”. Por tanto, etimológicamente, una “historia” es una “investigación”.
En general, en los textos de la antigua Grecia aparece con tres significados:
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–Investigación e información sobre la investigación.
–Una historia poética.
–Una descripción exacta de los hechos.
Los griegos también emplearon la palabra “istor”, que significa testigo, juez, una
persona que sabe, el investigador o el informador, y también la palabra “istoreo”,
interpretada como buscar, inquirir, examinar.
Se cree que todas estas palabras están relacionadas con la raíz indoeuropea “vid”, de la
que deriva “video” en latín, “voir” y “savoir” en francés, “wissen” en alemán y “wiedza”
en polaco, “videti” en checo y otra serie de palabras en muchos idiomas.
Del griego, el término “historia” pasó a otras lenguas sobre todo por medio del latín,
adquiriendo gradualmente un significado más preciso en el proceso. En latín clásico,
“historia” significa todavía lo mismo que en griego. En los textos latinos se acentúa la
observación directa, la investigación y los informes resultantes. Por ejemplo, Tácito
emplea el término “Historiae” para los informes de la época que él observó
personalmente, mientras que sus obras sobre períodos anteriores se titulan “Anales”.
Este uso reflejaba la convicción de que el conocimiento de los viejos tiempos no podía
tener el mismo grado de precisión que la investigación basada en el testimonio de
testigos que hablaban sobre hechos conocidos. Se creía que tales averiguaciones eran
imposibles respecto a períodos anteriores, e incluso cuando se hacían, esto iba
acompañado de una conciencia de que las situaciones eran diferentes, lo que se
reflejaba en una distinción de términos.
El término latino “historiare” tenía el mismo significado que “narrare” o “dicere”.
El término “anales” y el posterior “crónicas”, acuñados en la Antigüedad, siguieron
usándose en la Edad Media para indicar el recuerdo de los hechos importantes y la
narración escrita de historia.
Los anales medievales y las crónicas –éstas de forma más indirecta- estaban unidos a la
práctica litúrgica de la Iglesia y sus calendarios. Las relaciones de anales se insertaban
en los calendarios y los ciclos. Estos términos incluyen un elemento temporal que faltaba
en el griego “historia” y era escaso en las narraciones y relaciones de los romanos. Bajo
el impacto cristiano del nuevo acercamiento al pasado y al futuro, el concepto de
historia comenzó a adquirir un nuevo significado. Fue fruto de la amalgama de la crónica
estrictamente cronológica y las narraciones históricas, que en la Edad Media se conocían
como biografías, “vitae” o hechos y hazañas, “gesta”. Pero hasta finales de la Edad
Media el término se usó donde no se pretendía una estricta observación de una
estructura cronológica, típica de los anales y las crónicas.
El término “historia”, o más bien “historiae”, además de indicar en la Edad Media “res
gestae” en general, se utilizó ampliamente para referirse a los sucesos sagrados del
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Antiguo y Nuevo Testamento. La Biblia estaba más cerca de las “vitae” o las “gesta” que
los anales o las crónicas.
En el siglo XVI los viejos anales y crónicas declinaron gradualmente. Las “historiae”, es
decir, las narraciones históricas del tipo “gestae” y “vitae”, hicieron frente a exigencias
cada vez más críticas.
Así surgieron las bases para aunar todas estas tendencias y desarrollar un tipo bastante
uniforme de literatura histórica, que evolucionaba hacia la literatura histórica científica.
El término “historia” se vio pronto libre de las restricciones medievales y abarcó la
propia historia y el proceso de su reconstrucción por medio de una narración apropiada.
Se seguía usando en plural. El cambio al singular coincidió con la aparición de la ciencia
histórica. Esto sucedió en el Renacimiento.
En el Renacimiento se unen las dos tendencias básicas en el interés humano por los
acontecimientos del pasado:
Una estaba marcada por el elemento narrativo, que se desarrollaba sobre la base de la
mitología antigua y las gesta, vitae e historias sagradas medievales. La otra, basada
sobre todo en los anales medievales, las crónicas y la corografía de la Iglesia, con el
elemento tiempo, tan importante para el desarrollo de la literatura propiamente
histórica.
La evolución posterior condujo a una clara distinción entre la historia como
acontecimientos pasados e historia como una narración sobre los acontecimientos
pasados.
Sin embargo, el término “historia” adquirió su aspecto metodológico sólo cuando la
literatura histórica se hizo científica.
Por consiguiente, el interés por los hechos pasados se vinculó gradualmente, a lo largo
de siglos, al término “historia”.
Sólo la consolidación de la creencia de que la historia significa la reconstrucción de los
hechos pasados puso las bases para la reflexión sobre cómo deben entenderse esos
hechos pasados que van a ser el objeto de interés de los historiadores.
A lo largo de este proceso, el término “historia” adquirió dos significados básicos:
La “objetiva”, relativa a la “realidad pasada”, las cosas o los hechos sucedidos (“res
gestae”). Los contenidos asociados a este concepto pueden variar enormemente, desde
las ideas penetradas por leyendas y mitos a las inspiradas por la ciencia. También puede
hacer referencia a:
•Los hechos pasados en general y en su totalidad.
•Una antropomorfización del concepto con afirmaciones como “los veredictos
de la historia”, “el arma dañina” de la historia, etc.
•Puede usarse con un modificador que limite su alcance a un país, una ciudad,
un fenómeno social o un concreto período.
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“No se puede hacer historia si no se posee la técnica superior, que es una teoría general
de las realidades humanas, lo que llamo una ‘historiología’”.
Desde el punto de vista filológico, este término desempeñaría a la perfección la tarea
de designar a la “ciencia de la historia”. Pero para muchos autores tiene un matiz
demasiado pretencioso: el de suponer que la investigación de la historia puede
considerarse, sin más, una “ciencia”. Para otros, no es un término válido porque
introduce más dificultades semánticas que las que resuelve. Sobre todo, porque a
menudo va acompañada de un sentido de reflexión metahistórica. Se la da el propio
Ortega y algunos historiadores como Claudio Sánchez-Albornoz o Manuel Tuñón de
Lara.
Es preciso señalar también que a menudo se usa mal el término “historiografía”,
violentando absolutamente su etimología. Hay sobre todo dos usos impropios.
Su uso como sinónimo de “reflexión sobre la historia” al estilo de lo que hacía Ortega y
Gasset con la palabra “historiología”. Equivaldría a la teoría o filosofía de la historia, es
decir, reflexiones teóricas acerca de la naturaleza de la historia. Aplicación como
sinónimo y apelativo breve y coloquial para designar la “historia de la historiografía”,
que a veces se denomina también la “historia de la historia”.
Esta confusión sería un síntoma de las habituales imprecisiones en los profesionales y
estudiantes de la materia. Ha de utilizarse de forma correcta. Otro problema es que la
investigación histórica prácticamente no ha creado un lenguaje especializado. Apenas
hay términos construidos historiográficamente para designar fenómenos específicos.
Es otro síntoma del nivel de mero conocimiento común que la historiografía ha tenido
desde antiguo como disciplina de la investigación de la historia.
Algunos de esos términos, que no proceden del lenguaje común y que han surgido y se
han consolidado como producto de la actividad investigadora de la historiografía, serían:
•Expresiones con connotaciones cronológicas como “Edad Media”.
•Algunos calificativos y categorías para determinadas coyunturas históricas
como “Renacimiento”.
•Para formas de sociedad, como “feudalismo”.
•Otras escasas conceptuaciones como “larga duración” o “coyuntura”.
En cualquier caso, puede existir una disciplina basada en el empleo del lenguaje común
siempre que sea capaz de “conceptualizar” adecuadamente su objeto de estudio.
Pero tampoco cabe duda de que la vitalidad de una disciplina se muestra, entre otras
cosas, en su capacidad para crear un lenguaje. Cierto que no debe ser un objetivo en sí
mismo, pero también que es un síntoma.
La aparición de nuevas formas de teorización del conocimiento de la historia, de
progresos metodológicos generales o parciales o la exploración de nuevos campos o
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El conocimiento científico-social.
No existe una especie rígida de conocimiento al que
pueda llamarse científico. En cualquier caso, su
problemática es la abordada por una forma de la teoría
del conocimiento que llamamos “epistemología”. Se
suelen distinguir dos ámbitos del saber científico:
-El de la naturaleza: ciencias de la naturaleza.
-El del hombre: ciencias del hombre.
La ciencia natural ha tendido a identificarse con las
ciencias “nomoténicas” o “nomológicas”, términos que proceden del griego “nomos”,
ley.
–Serían ciencias de lo general.
–Se relacionan con un tipo de conocimiento científico entendido como
explicación. Esa sería su función: explicar.
En cambio, las ciencias del hombre se han identificado como “idiográficas”, término que
procede del griego “idios”, característica o singularidad.
–Serían ciencias de los comportamientos singulares.
–Se relacionan con un tipo de conocimiento científico entendido como
comprensión.
–Las ciencias del hombre no estarían capacitadas para dar explicaciones en
forma de teorías, sino que deberían dirigirse a “comprender” el significado de las
acciones humanas.
Más recientemente, se ha realizado una clasificación tripartita de la ciencia:
–Ciencia natural o físico-natural.
–Ciencia social o ciencia del hombre.
–Ciencia formal. Sería el género de conocimiento científico que, como la
matemática o la lógica, exploran un mundo de elementos simbólicos u
ordenaciones formales que no tiene referentes en las cosas materiales.
Para autores como Jon Elster, lo que distingue realmente a las ciencias es su método.
Habría tres métodos esenciales:
–El hipotético-deductivo
–El hermenéutico
–El dialéctico
También hay tres formas típicas de explicación:
-Causal
-Funcional
-Intencional
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Es importante que analicemos cómo funciona la ciencia en cuanto operación de
conocimiento y, en último extremo, como “producto” de conocimiento que nos
presenta una visión determinada del mundo. Su característica como forma de
conocimiento es su proceder sistemático y su sujeción a reglas de comprobación.
La ciencia parte de la observación o el conocimiento común de las cosas para llegar hasta
el nivel de lo científico. Para realizar ese recorrido se requiere un método.
Así, la ciencia se define como una forma de conocimiento sistemático-explicativo, no
contradictorio, fáctico –no valorativo- y testificable.
Conocimiento sistemático. Se basa en la observación dirigida y organizada de la realidad,
que construye los datos y los organiza dando respuestas a las preguntas sobre los
fenómenos. Son respuestas con alto grado de generalidad.
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¿Qué estructura tiene una explicación y cómo la expresa la ciencia?
Explicar es aclarar o determinar el contenido y entorno de algún asunto que se presenta
vago; es ver en qué está implicado algo por otras realidades ya conocidas y explicadas.
La explicación perfecta se basa en la existencia de una ley conocida que se aplica al caso.
Se trata de hacer inteligibles los hechos por su relación con otros elementos de nuestro
saber.
Esta conexión entre fenómenos puede obedecer a diversos modelos.
En función de dichos modelos se habla de explicación causal, la explicación por las
causas de los fenómenos. También la teleológica, la que explica por los propósitos o
fines, a la que de alguna manera pueden asimilarse las explicaciones funcionales –por la
función o finalidad-. Hablamos también de explicaciones genéticas por el origen o de
explicaciones sistémicas por la regulación sistémica.
Teoría:
Cuando un fenómeno se considera explicado, es posible establecer en qué momento y
condiciones podrá producirse de nuevo. Es la predicción del comportamiento de los
fenómenos.
Las teorías pretenden mostrar cierto tipo de regularidades, más o menos absolutas y
universales, a las que responden los fenómenos observados; esas regularidades se
expresan en forma de leyes de la naturaleza no humana o humana. La ciencia trata de
descubrir las leyes a que obedece el comportamiento de las cosas, no trata de esencias,
sino de fenómenos.
La teoría es, pues, el elemento o producto último de la ciencia, el resultado cognoscitivo
final.
La ciencia se caracteriza, en última instancia, por la construcción de teorías. La necesidad
de desarrollo de la ciencia hace que las teorías deban ser unas construcciones
estructuradas, pero no cerradas en sí mismas. Son, pues, explicaciones de algún grupo
de fenómenos, aplicables al mundo en algún grado que no tiene por qué ser absoluto y
para que pueda hablarse de su aceptabilidad han de tener ventajas sobre sus
predecesoras. Unas teorías son sustituidas por otras si estas últimas explican más cosas
que las anteriores. Las teorías se evalúan por su aplicabilidad al mundo o su capacidad
de abordar el mundo. En ello está su fuerza.
• Las ciencias sociales
También llamadas ciencias humanas o ciencias del hombre, son un conjunto de
disciplinas académicas cuyas fronteras no siempre están bien definidas. Estudian un
complejo número de fenómenos relacionados con la realidad específica del ser humano,
como individuo y como colectivo.
Entre las más desarrolladas actualmente se encuentran la economía, sociología,
psicología, politología, antropología, lingüística, geografía…
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De los tres modelos de explicación –causal, funcional e intencional-, un grupo
importante de autores considera que sólo el intencional es aplicable. Pero es una
cuestión esencial, que sigue dividiendo opiniones, el determinar si las ciencias sociales
pueden aplicar tanto el tipo de explicación causal como la intencional.
Lógicamente también aquí se plantea el problema de la predicción y la posibilidad de
descubrir relaciones constantes entre las variables que intervienen en los fenómenos
humanos.
La historiografía es una práctica de investigación cuyo valor y significado se sitúa en el
mismo plano que el de las ciencias sociales y participa de buena parte de sus problemas.
Es verdad que puede discutirse si a este conjunto de disciplinas les conviene en sentido
estricto, “duro”, la calificación de ciencias. Pero en ningún caso se les puede negar su
carácter de prácticas de tipo científico.
En este contexto debería situarse cualquier discusión sobre la validez del conocimiento
de la historia. La labor a realizar es establecer el tipo de práctica intelectual que es la
historiografía y el tipo de conocimiento que puede aportar. Sin duda, la naturaleza
humana y social pueden conocerse de diversas formas –filosófica, religiosa, artística…-,
pero la que se realiza a través de la práctica científica es enormemente productiva.
Dentro de la realidad de lo social, la historia materializa especialmente uno de sus
componentes: el temporal.
En este sentido, la historiografía ha de entenderse como práctica inserta en el terreno
común del estudio de la realidad social. Pero la historiografía sería la disciplina dentro
de la investigación social que más adolece hoy de la falta de suficiente madurez
metodológica y formal.
El problema de la cientificidad del conocimiento de la historia no tiene respuesta por el
camino de la ciencia dura. Es evidente que con la historia no podemos experimentar.
Tampoco el conocimiento histórico puede establecer predicciones y, menos aún, leyes
universales.
El historiador sólo puede emplear generalizaciones, que son útiles y absolutamente
necesarias en el intento de explicar la historia. Importantísimos historiadores han
sentenciado la imposibilidad de que la historiografía sea una ciencia. Así Georges Duby.
Los argumentos son fundamentalmente dos:
–No se puede construir un conocimiento científico de la historia porque no se
puede hacer ciencia del conocimiento del devenir humano, que es irrepetible. Sería un
tipo de conocimiento inalcanzable.
–No se puede porque es un tipo de conocimiento “sui generis”, un conocimiento
histórico que no es el común ni el científico. Forma su propia categoría entre los
conocimientos posibles. Existiría entonces un conocimiento histórico pero no una
disciplina de la historia.
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Pero también son imprescindibles las historias sectoriales. Son las que presentan un solo
nivel bien delimitado dentro de la existencia social como un todo. Por ejemplo, una
historia de la economía, de la política, educación o ciencia que una determinada
sociedad produce.
La clave de su conocimiento es que ellas han de ser enfocadas también desde la
totalidad: de otra forma, la historia sectorial nunca representará bien una realidad
histórica. Hay que entenderla como parte de un todo global. Es esencial hacer inteligible
la forma en que esa parte de la que trata se relaciona con el todo.
3. EL OBJETO TEÓRICO DE LA HISTORIOGRAFÍA
Hemos visto que la historia refleja el comportamiento temporal de las sociedades.
- ¿Dónde encuentra el historiador esa atribución de la temporalidad?
- ¿Dónde y cómo se manifiesta lo histórico en la experiencia?
- ¿Cómo conceptualiza el historiador lo histórico?
Hay que delimitar muy bien el objeto de estudio. Cuestión problemática. Discusión en
torno a qué es un “hecho histórico” y la necesidad de seleccionarlo.
Como hemos señalado, el campo de la historiografía es el común de las ciencias sociales.
“El fenómeno humano”. La complejidad de las relaciones humanas es, sin duda, el
problema esencial del objeto historiográfico.
El historiador analiza realidades cuya entidad es social, pero
-Son de extraordinaria heterogeneidad
-El hecho social no excluye el tratamiento de los individuos y, por tanto, de la
psicología, entre otras cuestiones.
-Tampoco excluye las bases materiales de la existencia humana.
-Tampoco las dimensiones del comportamiento colectivo.
Por estas razones, la historiografía se singulariza respecto al resto de ciencias sociales.
Es un objeto es diferente. Es mucho más problemático, pues incluye todas las facetas de
la realidad humana.
¿Cómo se conceptualiza lo histórico?
–El historiador no puede limitarse a transcribir sin más lo que dicen los
documentos.
–El historiador tiene que explicar.
¿Cómo puede convertir su análisis de los documentos en conceptos? Algunos afirman
que el historiador busca “hechos”. Pero, ¿qué es un “hecho histórico”? En realidad, los
hechos humanos son “históricos todos”
Se ha concluido que no hay hechos históricos por su naturaleza, sino por su posición en
el tiempo. Serían cosas que ocurren, cambios, acontecimientos. Sin embargo, los
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acontecimientos pueden ser descritos, pero no explicados por sí mismos, sino echando
mano de relaciones que son externas a ellos. No pueden definirse los hechos sin las
relaciones. Por ejemplo, el comportamiento de lo social en el tiempo es uno de esos
“hechos” o fenómenos que no tienen una cosificación autónoma posible aunque son
perfectamente inteligibles.
Es importante fijar la naturaleza de los “estados sociales” y ver la dialéctica que se
desarrolla en ellos entre permanencia y mutación. Es el nuevo sistema de relaciones
creado por un cambio el que verdaderamente expresa el proceso histórico operado.
El verdadero objetivo del historiador tendría que ser entonces:
–Los estados sociales: “estado”
–El paso de unos a otros: “cambio”
–En definitiva, “estado” y “cambio”. Porque lo histórico sería el movimiento de
los estados sociales. Éste sería el objeto de la historiografía.
El mecanismo estado social→acontecimiento→nuevo estado, es aplicable a la
explicación de cualquier tipo de fenómeno histórico. Los “estados” porque una sociedad
atraviesa sólo pueden ser definidos por el hecho de que esa sociedad está estructurada
mediante un conjunto de relaciones que son definibles.
Para entender esto es importante manejar otra categoría: “sistema”. Los fenómenos
sociales son tan complejos que se considera que la realidad social y cultural es un
complejo, ciertamente formado por individuos, pero con entidad propia.
Desde esta perspectiva, un estado social sería la configuración de las estructuras y las
fuerzas sociales, las relaciones sociales, las instituciones y, en definitiva, los subsistemas
que componen una determinada sociedad en un momento cronológico preciso.
La investigación historiográfica se basa en la definición de estados sociales o históricos,
estados socio-históricos, y la comparación de ellos a través de lapsos de tiempo. Las
estructuras deben identificarse y describirse a través de muchas variables. La relación
entre los elementos de un sistema está cambiando continuamente sin que podamos
decir que la estructura del sistema desaparece.
El “acontecimiento” sería el núcleo decisivo del proceso histórico, el agente de la
historia. Porque es la unidad mínima identificable de movimiento. El tipo de movimiento
que llamamos “proceso” es igualmente una secuencia de acontecimientos que están
sujetos a una ley de comportamiento que debemos explicar.
• ¿Qué entendemos por movimiento de los estados sociales?
–Tanto los movimientos recurrentes
–Como los movimientos transformadores
Para poder aprehender esta realidad, la historiografía necesita acudir a:
–La secuenciación temporal
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