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UNA REFLEXION SOBRE EL CONOCIMIENTO.

1. Presentación.
En esta obra en la que se recoge un conjunto de aportaciones acerca de la construcción
social de las identidades, quiero centrar mi intervención en una reflexión sobre el
conocimiento actual, entendido éste como el conjunto de saberes que permiten
conocernos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea, y cuya aplicación determina
el impulso que guía a la sociedad. A través del mismo discurren las ideas y el
pensamiento que dibujan el rostro de nuestro tiempo, además de la producción de bienes
que satisfacen nuestras necesidades, la explotación de los recursos naturales y, en
definitiva, todo cuanto está relacionado con el desarrollo de los pueblos. Pero, también,
sirve para elaborar las estrategias de los centros de poder económico, político y social,
de tal manera que no es posible incidir en la realidad actual sin tener una percepción
clara acerca del conocimiento dominante, sus fuentes de producción y sus circuitos de
circulación. Es pues una reflexión que pretende desentrañar las claves de ese
conocimiento, sus luces y sus sombras, para así poder descubrir otros mundos de
saberes, otras realidades ocultas que nos revelen la complejidad y diversidad de este
nuestro tiempo.

2. La importancia del conocimiento.


Hoy más que nunca el conocimiento es el principal factor de progreso personal y
colectivo. En la sociedad del conocimiento, en la que el desarrollo de la ciencia y la
tecnología ha abarcado esferas antes impensables, el dominio de los avances de la
investigación se ha convertido en la fuente de riqueza por excelencia y, como
consecuencia de ello, en el fundamento del poder económico y político. Estamos
hablando de las nuevas tecnologías de la comunicación, que colocan a los que las
poseen en una posic ión dominante respecto del contenido que discurre por sus circuitos
invisibles. Pero estamos hablando también de los avances que se han producido en la
biotecnología, que permiten la intervención en el desarrollo humano en aspectos hasta
hace poco impensables. En otro plano, nos referimos también a la innovación
tecnológica en el campo de la producción, tanto industrial como agropecuaria, que hace
que aquellos que no cuenten o accedan a los resultados de las investigaciones que se

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producen en estos ámbitos no puedan competir en términos reales. Y lo mismo cabe
afirmar respecto de todos los demás aspectos que determinan el destino de una sociedad.

Se puede decir, en consecuencia, que el conocimiento representa a la gran propiedad, a


la propiedad que coloca a su titular en una posición dominante; la propiedad que sitúa a
los que la detentan, como se ha dicho, en condiciones de prosperidad. Pero este
conocimiento es exclusivo y excluyente: exclusivo, porque requiere contar con los
medios adecuados para su producción y gestión; y excluyente, porque no permite el
acceso al mismo de los que no tienen tales medios. Se puede afirmar, en consecuencia,
que lo que sitúa a una determinada sociedad, a un concreto país, en condiciones de
desarrollo, no son sus recursos naturales, tampoco el trabajo de sus hombres y mujeres,
sino su posición respecto del conjunto de conocimientos que son, hoy más que nunca,
herramientas necesarias para el desarrollo de la actividad económica y el progreso
social.
Desde esta perspectiva la extensión de la educación y la producción del conocimiento
constituyen factores estratégicos para el desarrollo de los países, hasta el punto de que si
no se invierte en ellos, se corre el riesgo de perder el tren de la historia y de colocarse en
una situación de dependencia, o de ampliarla aún más, respecto de aquellos países y
naciones científicamente avanzados. Así, no se puede considerar que cuando se habla
de extender la educación o de financiar la investigación estemos tratando de gastos
sociales o de cargas, sino de inversión en un sector que se ha convertido en estratégico.
Habida cuenta de la importancia que ha adquirido el conocimiento, debemos hacer una
reflexión crítica sobre el mismo, en el sentido de interrogarnos acerca del conjunto de
saberes que se crean y transmiten; es decir, plantearnos si tales saberes son los que
deben ser o, por el contrario, es posible e incluso deseable otro tipo de conocimiento.

3. El espejismo del conocimiento.


Una primera aproximación al conjunto de los conocimientos a los que ha llegado la
sociedad actual puede provocarnos una sensación de complacencia con los resultados
obtenidos. Incluso, si repasamos algunos de estos avances, la sensación de bienestar
puede que se acentúe. Esto ocurre sin duda si atendemos a los logros alcanzados en la
biomedicina y las perspectivas que nos abre el conocimiento del genoma humano,
acerca de la erradicación de enfermedades que hasta hace poco tiempo parecían
irremediables, como el cáncer, el alzheimer, o la diabetes, por poner algunos ejemplos.

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O si reparamos en los avances científicos en el campo de la biotecnología, que nos
permiten programar la vida vegetal o animal e, incluso, la creación de seres vivos; en
definitiva, conformar la actividad vital a la medida de nuestras necesidades. O si nos
detenemos en las grandes obras de ingeniería, a las que ya no se resiste la naturaleza,
una naturaleza que se modela por el hombre extrayendo sus recursos de los lugares más
inaccesibles, salvando obstáculos que parecían imposibles, superando las leyes físicas
que rigen las distancias y el tiempo, hasta colocarse en posición de controlar el destino
del planeta e, incluso, de otros astros a los que nos lleva la técnica aeroespacial. O si
pensamos en el desarrollo alcanzado por las nuevas tecnologías de la comunicación, que
nos sitúan en la aldea global y nos hacen sentir en un mundo más cercano y abarcable;
un desarrollo que nos hace creer que conocemos todo lo que ocurre, todo lo que
acontece incluso en los lugares más recónditos, y que nos permite acceder sin
desplazarnos a cualquier persona o lugar.
Y en otro plano, el conocimiento que nos aportan las ciencias sociales como la
sociología, la economía, la historia o el derecho, nos transmiten seguridad en el
progreso alcanzado; se habla, pues, del fin de la historia que clausura ciclos de
inestabilidad y confusión para situarnos en el paraíso de las democracias parlamentarias,
en el bienestar de la economía de mercado y en el discurso de los derechos humanos;
cuando ello no es así, estas ciencias nos suministran un método y unas herramientas de
diagnóstico que todo lo clasifica, que todo lo encuadra, a fin de elaborar soluciones
generales, asépticas, neutrales como corresponde a la Ciencia. Desde el pensamiento
occidental, sentimos el sano orgullo de contar con la verdad, con aquella verdad, se
dice, que a todos libera e iguala. Nuestra misión es, pues, extender el progreso
alcanzado a otros pueblos, a otras culturas, a otras realidades.

4. La realidad del conocimiento actual.


Sin embargo, si reflexionamos acerca de la realidad contemporánea ante tantos avances
científicos, nos encontramos con un panorama muy diferente al que se podría pensar,
habida cuenta de los progresos alcanzados. Así resulta que la sociedad actual es más
injusta que la que hace apenas treinta años, y ello a pesar de que ha crecido la
producción mundial de bienes. Más injusta porque se han acrecentado las diferencias
entre los que tienen de todo y en abundancia -unos pocos-, y los que carecen de los
recursos para satisfacer sus necesidades más elementales – los más-; nos encontramos
con una sociedad en la que se han disparado los índices de pobreza y analfabetismo que

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se ceban en los colectivos más desprotegidos socialmente, como son las mujeres, los
niños y los ancianos; que alcanza a pueblos y países provocando una brecha insondable
entre el primer y el tercer mundo, y que se extiende como una marea en el mapa de la
aldea global, amenazando incluso a las sociedades más desarrolladas, en forma de
pulsión humana que mueven los movimientos migratorios.
También, con una sociedad, la de los avances científicos en la medicina, en la que ha
aumentado el número de personas que fallecen por enfermedades evitables; en la que,
por poner un dramático ejemplo, un continente, como Africa, se desangra por no contar
con los recursos económicos para adquirir unas medicinas que existen en el primer
mundo. Una pandemia, la del VIH, asola a la mayor parte de los enfermos del mundo
que no tienen acceso a los remedios que ya existen gracias a los avances de las
investigaciones científicas. En definitiva, nos encontramos con una sociedad en la que la
primera enfermedad es el hambre; una enfermedad que no se estudia en las aulas
universitarias, y que siendo la más fácil de curar resulta ser de imposible tratamiento.
Una sociedad, amenazada en sus recursos naturales y en su equilibrio ecológico, incapaz
de parar las emisiones de gases que amenazan la capa de ozono, que avanza a costa de
asolar espacios de biodiversidad, como los de la selva amazónica, que agrede a la
naturaleza con la manipulación genética, y que contamina todo cuanto toca en aras de
un progreso que solo a algunos beneficia.
Una sociedad, la globalizada, que acerca mundos e ignora otros, según convenga a los
intereses de los que controlan y dominan las nuevas tecnologías de la información. De
lo que resulta que Africa, todo un continente, solo existe intermitentemente, cuando la
tragedia adquiere proporciones dantescas; de lo que resulta también que el islam parece
que solo tiene un rostro, el del fanatismo, la intolerancia o el fundamentalismo, cuando
así conviene; de lo que parece que América Latina es el continente de la inseguridad, de
la inestabilidad y del atraso endémico. Lo demás, casi no existe: los dramas y las
tragedias individuales y colectivas solo asoman a nuestro pequeño mundo como
curiosidad o anécdota, o con ocasión de catástrofes naturales. Nuestro mundo, nuestro
pequeño mundo se circunscribe a un espacio reducido en el que circulan más verdades
oficiales que reales, y en el que la información se ha convertido en un arma de
dominación cuando no un medio de influir en los conflictos. Y a todo esto, los nuevos
recursos tecnológicos en el campo de la información solo llegan a un número reducido
de personas y sociedades, con lo que la globalización no deja de ser más que una
quimera en un reino de pocos para pocos.

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La nuestra es una sociedad incapaz de asumir un pensamiento que extienda la libertad y
la igualdad, que realice la solidaridad para alcanzar un mundo más justo y en paz, y que
por el contrario comprueba cómo surgen nuevos conflictos bélicos, con lo que ello
supone de destrucción de sociedades, culturas y conocimientos, sin contar con el drama
de pérdidas humanas.
Por todas estas razones, y por muchas más que no se han expuesto, es importante que
reflexionemos acerca de la creación del conocimiento.
Y lo primero que debemos tener en cuenta es que la elaboración de los saberes o que la
producción científica hoy menos que nunca responde a un proceso individual del
investigador que, guiado por su curiosidad, o incitado por resortes internos que al él
solo conciernen, procede a dar respuesta a las cuestiones que se plantea, de tal manera
que es posible hablar de un conocimiento neutral, aséptico, científicamente puro,
podríamos decir.

5. La uniformidad del conocimiento.


La creación del conocimiento se apoya y sustenta en el conjunto de saberes que
conforman el acervo cultural de una sociedad y de la persona que lo crea, de tal manera
que estos saberes no solo constituyen el basamento sobre el que se erige la creación
científica, sino que condiciona su producción. Desde esta perspectiva podría parecer
lógico que la diversidad cultural llevara a una multiplicidad de conocimientos que
reflejaran perspectivas distintas, variados métodos que enriquezcan al ser humano y al
mundo que le rodea, y que aporten soluciones diferenciadas teniendo en cuenta las
aspiraciones, creencias y prácticas de cada pueblo.
Resulta, sin embargo, que el conjunto de conocimientos que identifica a la sociedad
actual responde a la cultura dominante, a aquella que se ha impuesto por mil y un
mecanismos, casi ninguno pacífico, eliminando otras representaciones culturales que
han desaparecido del panorama científico o simplemente han sido relegadas a una
posición minoritaria, casi de exclusión.
Nos estamos refiriendo, por poner algún ejemplo, a las grandes culturas indígenas del
continente americano antes de la invasión europea; unas culturas que habían llegado a
un alto nivel de desarrollo en la comprensión, explicación y respeto por el mundo que
les rodeaba y, que sin embargo, fueron vistas como arcaicas y salvajes. Pero también
hacemos referencia a la desaparición en el momento actual de las culturas africanas, en
un continente asolado por las gue rras, las migraciones y los desplazamientos masivos,

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en un laberinto de fronteras impuestas por las potencias occidentales que nunca
entendieron o quisieron entender que la identidad de un pueblo no se marca con finas
líneas dibujadas en un mapa. O a la pérdida cultural que se está produciendo en Iraq,
donde el oro negro y los intereses económicos y estratégicos tienen más valor que el
conocimiento sedimentado por la historia, que es despreciado, destruido y enterrado.
En definitiva, la producción del conocimiento discurre por los entresijos de una cultura
dominante que se ha identificado con la racionalidad humana, y ha acaparado en su seno
la creación de los saberes que marcan el pulso de la sociedad actual; al resto se los ve en
todo caso como minorías, a las que en no pocas ocasiones se le se extrae lo que saben de
una concreta materia para blindarlo como patente protegida por el primer mundo, con lo
que la información solo tiene un recorrido y una meta, desde la titularidad colectiva de
las comunidades que lo poseen a la propiedad exclusiva de la empresa que lo descubrió;
estamos pensando en la situación de los grupos indígenas de la selva amazónica que
asisten perplejo a la expropiación de sus conocimientos ancestrales transformados ahora
en productos farmacéuticos explotadas por las grandes compañías del sector.
Una situación, la descrita anteriormente, que solo se supera impulsando el diálogo
intercultural, sustentado en el reconocimiento de la otredad cultural y de la titularidad de
la creación, es decir, desde la dialéctica de la diversidad propiciando espacios de
comunicación y encuentro.

6. Los intereses del conocimiento.


Otro aspecto a tener en cuenta en la producción del conocimiento es el de los intereses
que lo impulsan. En efecto, hoy más que nunca la actividad investigadora requiere
contar con importantes recursos económicos para su realización. En la actualidad es
impensable que se puedan llevar a cabo proyectos científicos, incluso en el campo de
las ciencias sociales, sin medios materiales o financieros. De todo ello se colige que el
investigador o investigadores requieren del concurso de patrocinadores que los doten de
los instrumentos necesarios para realizar su labor. Y en este punto entran de lleno los
intereses de los que facilitan los medios para alcanzar los resultados científicos. Unos
intereses que en principio deben ser diferentes según sea el origen de la financiación:
pública o privada.
Pues si pensamos en la financiación pública, parece que nos debemos representar los
intereses generales de la ciudadanía, cuya defensa corresponde a los poderes públicos.
Unos intereses generales que nos llevan a defender que no hay desarrollo económico ni

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social sin el progreso de todas las ciudadanas y ciudadanos, que no hay desarrollo si
éste destruye el medio natural que nos soporta y que hemos de legar a las generaciones
futuras; en definitiva, unos intereses generales que han de llevar a una evolución social
y económica armoniosa con las necesidades reales de las mujeres y hombres, que
respete la identidad cultural de los pueblos y sus condiciones de biodiversidad.
Si pensamos, por el contrario en la financiación privada, nos topamos con unos intereses
que sitúan en el mercado la rentabilidad de su inversión; intereses privados
representados en su gran mayoría por las empresas transnacionales que, libres de
cualquier atadura, seleccionan el tipo de saberes o de conocimientos que han de
rendirles los beneficios económicos que requieren para su subsistencia, crecimiento y
acumulación.
Y en este punto el estado de la ciencia, sus prioridades investigativas, sus logros y la
aplicación de los resultados, son un fiel reflejo de la dimensión que en la actualidad
alcanza este binomio de lo público y lo privado. Asistimos a una progresiva reducción
de la intervención del Estado en la dirección del destino de la sociedad, cada vez más al
socaire de los impulsos del mercado en cuanto suministrador de los bienes con qué
satisfacer las necesidades esenciales. De tal manera que este achicamiento del Estado en
cuanto representativo de lo público, está liberando ámbitos de actuación que quedan a la
iniciativa empresarial; los investigadores dependen cada vez más de los recursos que
puedan allegar de los patrocinadores privados; los públicos, cuando existen, son con
frecuencia insuficientes para realizar una actividad que requiere de muchos y costosos
medios, con lo que investigación pública tiende a la disminución no solo de sus costos
sino también de sus resultados. Y esta situación es más evidente en países como los de
América Latina, en los que las duras condiciones que imponen los organismos
financieros internacionales hacen casi imposible que los poderes públicos puedan
impulsar proyectos relevantes de investigación.
Si superamos el ámbito nacional y nos situamos en el escenario de la globalización, nos
encontramos con el dominio casi absoluto de un mercado internacional que,
sobrepasando a los Estados, no encuentran ningún poder político que pueda hacer frente
a sus excesos.
Y en este panorama resulta así fácil de entender que por parte de las empresas
farmacéuticas se invierta más en remedios paliativos de la enfermedades que en la
elaboración de una vacuna que las erradique. También, que las enfermedades de los
pobres, como pueda ser la malaria, no sea objeto de atención, pues la rentabilidad de la

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misma sería escasa dados los limitados recursos de los afectados. Igualmente, que las
enfermedades extrañas o raras, aquellas que afectan a un porcentaje reducido de la
población, tampoco sean objeto de una atención preferente, frente a otros estudios,
como por ejemplo, los que tienden a remediar la caída del cabello, cuyos resultados a
buen seguro cuentan con un buen número de consumidores de alto poder adquisitivo.
En otro plano, también se entiende que la aplicación de la biotecnología a la producción
agropecuaria esté orientada a consolidar la dependencia tecnológica de los productores
respecto de aquellas empresas que poseen la patente, con la que quedan vinculados y
atados de forma permanente para la adquisición de las sucesivas producciones tanto
agrarias como pecuarias; y esta situación es mucho grave respecto de aquellos países o
pueblos para los que su recurso fundamental es esta actividad productiva, pues se
encuentran que su posición estratégica en este campo de la producción ha sido
desplazada por los que tienen la patente de las semillas o de las técnicas de la
explotación, situación que se convierte en dramática cuando los cultivos de que se trata
son los tradicionales.
Además, la aplicación de estos avances biotecnológicos, con frecuencia, se hace sin
tener en cuenta el equilibrio ecológico de la zona, sin considerar un uso respetuoso de
los recursos naturales. En muchos casos son el hambre y la necesidad de desarrollo los
que sitúan a los productores en situación de tener que optar por este tipo de
conocimientos que alivie sus condiciones actuales, a costa de hipotecar el futuro.
Y si atendemos a otras áreas de conocimientos, como pueden ser las ciencias sociales,
nos encontramos con que los estudios de teoría económica, aquellos que tienen que dar
respuesta a las necesidades de las ciudadanas y ciudadanos en ámbitos tan importantes
como son los que corresponden a la satisfacción de sus necesidades materiales, han
abandonado el discurso político que pudiera manifestar cierta preocupación por la
redistribución, para centrarse en un análisis cuántico del mercado, con lo que el
pretendido saber termina enredado en un sin fin de cifras macro y micro mediante las
cuales se pretende explicar el comportamiento de las relaciones económicas, aunque sea
descomprometiendo sus conclusiones de sus resultados reales para las personas y las
familias; como si un crecimiento del PIB asegurara el incremento del bienestar entre las
clases más populares; o como si la sub ida de la bolsa derramara sus beneficios sobre los
más desfavorecidos; pero esta es otra cuestión, se diría. Solo interesa a algunos
intelectuales como Amartya Sen, cuyo reconocimiento mediante la concesión del
premio Nobel no ha tenido ninguna repercusión en los centros económicos de poder. Se

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actúa pues sobre modelos teóricos, que solo tienden a asegurar una mayor eficiencia del
mercado en cuanto instrumento de la circulación de los bienes y servicios que interesan
a la empresa, protagonista sin duda de este espacio económico.
Estos son algunos ejemplos, muy limitados, de por dónde discurre la investigación que
se desarrolla a impulsos de los intereses económicos que la financian.

7. El binomio seguridad - libertad en el conocimiento.


Sin embargo, si reparamos en la otra investigación, aquella que es patrocinada por los
poderes públicos, nos encontramos con un panorama que tampoco es plenamente
satisfactorio. En este proceso generalizado de achicamiento del Estado, el papel que el
mismo está llamado a desempeñar ha quedado en los últimos tiempos muy desdibujado,
pues, como decíamos antes, casi ha renunciado a asumir un cierto dirigismo en las
líneas de investigación, de tal forma que su contenido responda a las necesidades reales
de la población en su conjunto, unas necesidades reales que se han de medir con
parámetros de justicia social y solidaridad
De entrada asistimos al predominio del discurso de la seguridad que se va imponiendo
al de la libertad. Los últimos atentados terroristas que, con una exagerada crueldad, han
segado la vida de cientos de personas inocentes, como ha ocurrido en EEUU y en
España, han llevado a una uniformidad del discurso político centrado casi en exclusiva
en la seguridad, obviando con ello una reflexión más profunda y compleja sobre las
causas que han provocado estos sucesos, negándole esta tarea a los intelectuales como
creadores del pensamiento, que cuando la han abordado han padecido el recelo, la
intolerancia, cuando no la persecución de algunos poderes públicos que no desean
ninguna quiebra en un discurso que quieren transmitir con linealidad y simplificación.
En este contexto el contraste entre la seguridad y la libertad que creíamos resuelto en
nuestra cultura occidental a través de los textos constitucionales, primeros liberales y
más tarde sociales, se resiente ante un nuevo planteamiento de esta relación que hace
pivotar en torno a la primera el mantenimiento del modelo democrático, con lo que se
resienten las garantías que ya habían conseguido la ciudadanía y, con ello, la
democracia. Asistimos pues a un retroceso de las libertades públicas en aras de una
pretendida seguridad, que no se identifica con la que debe sentir la ciudadanía cuando
tiene satisfecha sus necesidades básicas, sino en su dimensión de mantenimiento del
orden público.

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Desde este planteamiento observamos como se resiente la ciencia del Derecho, que en
vez de avanzar en un pensamiento emancipador tiene que defenderse de los embates de
los políticos y de los operadores jurídicos, empeñados en cercenar el conjunto de
libertades que constituían el acervo común de una parte de la sociedad actual, cuando no
esta misma ciencia del Derecho se convierte en cómplice activo de un conjunto de
medidas que implican un paso atrás en la civilidad que creíamos conquistada. Las voces
disidentes, que las hay, no son más que voces que claman en el desierto del pensamiento
crítico actual, un desierto que, por el contrario, se convierte en un campo abonado para
la neutralidad jurídica, que defiende la pureza dogmática de las categorías, el rigor
técnico de la aplicación de las normas, en un ejercicio de malabarismo intelectual
alejado de cualquier compromiso con la transformación social hacia mayores cotas de
justicia social.
Y al servicio de valores emergentes como el de la patria, el honor, la justicia vengativa,
se quieren poner también las otras ciencias sociales. Y así asistimos a sucesivos intentos
de reinvención de la historia, en la búsqueda de un pasado que legitime el proyecto que
se quiere mantener; una reinvención que encuentra en la celebración de las efemérides a
impulsos del poder político, el ámbito idóneo y la repercusión mediática suficiente para
convencer a una población cada vez más alejada de preocupaciones de índole intelectual
y cultural. Rehacen la historia cuando y como interesa.
Y este discurso de la seguridad llega también a la investigación científico-técnica, en
forma de líneas prioritarias que el Estado marca para subvencionar las iniciativas de los
investigadores, y de las que resulta la preferenc ia por aquellas actividades investigativas
que estén ligadas al desarrollo militar, que actualmente representan uno de los
principales rubros dedicado a la investigación.
En este contexto, el intelectual, comprometido con la creación de un pensamiento de
transformación de la sociedad, en procura de una mayor equidad, igualdad y
solidaridad, el científico que quiere contribuir a un progreso económico respetuoso con
la biodiversidad de los recursos naturales, o con la identidad cultural, no lo tienen fácil,
pues tiene que invertir la inercia de los tiempos, antes apuntada, además de asumir en
muchas ocasiones una producción en solitario de un conocimiento que no se valora por
los poderes públicos.

8. La masculinidad del conocimiento.

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Y en esta reflexión crítica sobre el conocimiento actual, permitánme que haga una
última consideración, para reparar sobre la masculinidad del conocimiento dominante.
Con ello se pretende introducir una visión diferente en el conjunto de los saberes que
debe elaborar una sociedad.
Decir que el conocimiento es masculino no significa en principio ningún tipo de
descalificación, ni cuestionar por este hecho los resultados obtenidos, simplemente se
quiere poner de manifiesto que la elaboración de los saberes que impulsan la
transformación de la sociedad responde con demasiada frecuencia a una determinada
visión del mundo exterior, de sus necesidades y de las soluciones más adecuadas, que
encarna lo masculino.
El conocimiento ha respondido a un planteamiento machista, entendido éste como aquél
que diferencia en términos de supremacía la posición del hombre respecto de la mujer, a
la que se le ha relegado a un papel de subordinación cuando no de exclusión. Y aún hoy
nos podemos comprobar que este planteamiento está vigente en demasiadas culturas y
países. Pero no es a este aspecto, si bien importante, del conocimiento al que queremos
hacer referencia, pues sobre el mismo se ha escrito con suficiente rigor y contundencia
para que no pueda ser sostenible en términos tan groseros sin recibir reprobación de la
ciencia más avanzada en todos sus ámbitos.
Queremos reparar, por el contrario, en un aspecto mucho más sutil del conocimiento,
cual es el de su masculinidad, porque entendemos que este rasgo del conjunto de
saberes que identifican nuestra cultura puede ser tan excluyente para las mujeres como
el anterior. Pues resulta que el pensamiento dominante pretendidamente igualitario
responde a una visión masculina del mundo: bajo el paraguas del discurso de la
racionalidad, que pivota en torno al sujeto genérico e indeterminado que se nos presenta
como la expresión de la igualdad formal de hombres y mujeres, se escamotea la
diferencia marcada por la construcción social de un rol diverso de ambos géneros,
siendo así que la diferencia se supera con la identificación de lo masculino.
Concretamente queremos reflexionar acerca de si el conocimiento dominante, el
asentado en nuestra cultura, responde a las aspiraciones de las mujeres y da respuesta a
los problemas con que se enfrenta el género femenino.
Se podría decir que el conocimiento es masculino porque esencialmente es obra del
varón, pero esta razón no basta para calificarlo de tal, pues estaríamos elevando la
diferencia sexual a un nivel que no le corresponde. El conocimiento es masculino
porque se ha elaborado desde la posición que el hombre ha tenido en la sociedad: una

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posición que se ha ubicado en el ámbito de las esferas públicas de la cultura, la
economía o la política, desconectado del otro gran espacio por excelencia, el
representado por las relaciones privadas que giran en torno a la familia, en el que la
mujer ha tenido un papel protagónico si bien sometida a la dirección patriarcal del
hombre.
Es a partir de los años setenta cuando se empieza a percibir la ocultación de la mujer en
la ciencia por la epistemología feminista, poniéndose de manifiesto su androcentrismo
que se refleja de forma evidente en la invisibilidad u ocultación de la mujer como sujeto
diferenciado. Ello se puede comprobar en el mismo lenguaje que utilizamos que
contiene claras expresiones sexistas, más evidente en el hecho de que se hace pivotar el
plural genérico, el que pretende abarcar a todas y todos, sobre los sujetos masculinos. Y
también, en la historia, que se ha contado y explicado como una cuestión de hombres,
como si las sociedades se hubieran movido, o hubieran avanzado, a impulsos de
acontecimientos concretos protagonizados por los varones, de manera tal que el lector
extraño, ajeno a nuestro mundo, pudiera creer, leyendo esta historia de episodios, que la
mujer no existió.
Esta invisibilización de la mujer se manifiesta también en otras ramas de las ciencias
sociales, como ha ocurrido con el Derecho, que ha girado en torno al sujeto abstracto e
indeterminado, desconociendo que la encarnación de dicho sujeto se ha correspondido
al varón blanco. Solo ahora, y tras muchos años de lucha, se empieza a identificar en el
plano jurídico a la mujer como sujeto diferenciado, no sin ciertas dificultades.
Decir que el pensamiento es masculino no significa exclusivamente comprobar como se
destinan más recursos económicos a investigar las enfermedades de los hombres que de
las mujeres, mucho más desarrolladas en lo refiere a la patología del primero,
fácilmente contrastable si repasamos la investigación actual, sino resaltar algunas cosas
más. Significa comprobar como la ciencia biomédica ha sido androcéntrica de tal forma
que ha entendido que estudiando al varón ya había estudiado también a la mujer, de lo
que se puede poner un ejemplo dramático con lo que ha ocurrido con los protocolos de
identificación de los síntomas de enfermedades, como las cardiovasculares y más
concretamente el infarto de miocardio, que se han elaborado atendiendo a los que
presenta el varón, hasta el punto de que resultar invisibles este tipo de accidentes
cardiovasculares cuando lo padecen las mujeres; cuando se descubrió el error, se
comprobó que era una de las principales causas de mortandad femenina. Solo a partir de

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1992, la Organización Mundial de la Salud, reconoció a la mujer como sujeto
diferenciado para la medicina.

En otro plano, podemos constatar cómo la visión de los economistas sobre trabajo se
concreta en una actividad que se desarrolla en un horario, con un sueldo, además del
desplazamiento fuera del hogar, lo que ha determinado que no considere gran parte del
trabajo femenino. Ello supone que los parámetros económicos de un país solo se miden
por la actividad productiva o la actividad económica que se desarrolla en los ámbitos
públicos de relación, de tal manera que no se cuantifican las labores que generalmente
hacen las mujeres en la educación de los hijos, en la atención a las necesidades del
hogar, en el cuidado de los enfermos y discapacitados, en la disponibilidad para las
emergencias familiares. Unas actividades, las de las mujeres, que se acentúan ante el
achicamiento del Estado y la extensión de las situaciones de pobreza, y no merecen ni
su mención como rubro a considerar en el PIB nacional.
Incluso, cabría plantearse si más allá de las cuestiones expuestas que tienen que ver
directamente con la identidad del hombre o la mujer, existen conocimientos femeninos.
O mejor dicho, si existe una forma diferente de encarar la solución de los problemas que
aquejan a la sociedad, e incluso una distinta percepción de cuáles son los proble mas. En
este sentido existe la propuesta de una metodología feminista que tiene como punto de
partida el reconocimiento de la diversidad como vía para llegar a la comprensión del
mundo y elaborar soluciones adecuadas. Una diversidad que implica superar la
abstracción y la generalidad para reparar en la realidad de la diferencia. Es esta una
propuesta que quiere superar la abstracción de las grandes nociones, de los conceptos
importantes, y penetrar en la realidad de los hechos que bajo los mismos se esconden. Y
si hiciéramos esto acaso comprenderíamos que cuando son las mujeres las que fallecen
a manos de sus parejas, las medidas que se adopten deben dirigirse a ellas sin paliativos,
sin enmascararlas en una neutral igualdad que no existe. Pues ha sido precisamente la
formulación neutral de ese ideal de igualdad la que ha permitido que el mundo avance
para ellos, y que nosotras no hayamos dejado de ser testigos de una evolución que
algunas veces nos resulta ajena, cuando no partícipes masculinazadas de un progreso
que es insuficiente para la mitad de la población mundial. Se ha de completar la visión
androcéntrica con otras miradas, las de las mujeres, pero también la que se tiene desde
otras culturas, en una relación con lo exterior que supere la idea de dominación e insista

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en el comportamiento relacional con el mundo que nos rodea; en definitiva una
propuesta de democratización de la ciencia en sus objetivos y en su aplicación.
Ante el panorama descrito, a todas y a todos nos corresponde en este momento histórico
realizar una investigación comprometida con la realidad que nos ha tocado vivir;
producir un conocimiento que nos permita conocernos mejor para, a partir de ahí,
marcar el progreso de nuestros pueblos en términos sostenibles y sustentables, y
elaborar unos saberes que a todos y a todas nos representen, a mujeres y a hombres, que
tenga en cuenta la diversidad de las culturas, y la necesidad de construir un mundo más
justo y en equilibrio.

Rosario Valpuesta Fernández


Catedrática de Derecho civil.
Universidad Pablo de Olavide.

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