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RECUPERAR L A

UNIDAD ESPIRITUAL
DE LA C U LT U R A

Jaime Antúnez Aldunate

L
A I D E A D E U N D E S A R R O L L O I N T E G R A L D E L H O M B R E , C O N-
SIDERADO COMO INDIVIDUO O COMO C O N J U N TO S
SOCIALES —FA M I L I A S, R E G I O N E S , PA Í S E S— A PA R E C E H O Y
ANTE NUESTROS OJOS, EN LA ÓPTICA QUE EN GENERAL
NOS ENTREGAN ESOS GRANDES CONFORMADORES DE LA
cultura contemporánea que son los medios de comunicación,
claramente vinculada al impulso creciente que debe adquirir la
t e c n o l o g í a.

Una conveniente y justa dilucidación de este supuesto debería


mientras tanto obligarnos, en primer lugar, a la consideración de
dicho desarrollo en términos capaces de contrastar la dicotomía,
Jaime Antúnez es también muy actual, de lo humano/no
licenciado en Filosofía y Letras y humano; es decir, a distinguir si dicho
Miembro de Número de la
d e s a r rollo constituye o no un factor
Academia de Ciencias Sociales,
Políticas y Morales del Instituto
i n h e rente a la búsqueda de la “vida
de Chile. Es director de la buena”, como fin natural de la sociedad
Revista Humanitas. política, o se reduce solo al plano de la “cali-

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dad de vida”, entendida esta según los parámetros del binomio con-
sumo-mercado.

La primera dificultad que a este respecto nos asalta, es la


difusión, cada vez más extensa y hasta universal, de un esta-
do cultural que hace de la búsqueda del sentido algo casi
indescifrable para los juicios del sentido común.

En efecto, «tras las líneas dominantes de la actual coyuntura


cultural destaca, como es bien notorio, el primado del hacer sobre
el del ser y sobre el del c o m p re n d e r, de la técnica sobre la ética, de
la fragmentación sobre la visión de conjunto (...). Las nuevas tec-
nologías hacen emerger un tipo de hombre, en el cual pre v a l e c e n
la eficiencia, la organización, la competencia: un hombre cerebral
e individualista que concibe la bondad de la vida únicamente a
partir de los resultados prácticos conseguidos, de la perspectiva
de aquello que haya producido personalmente. Tal compre n s i ó n
de sí mismo tiene consecuencias en el plano del comportamiento,
e n t re las cuales destacan la tolerancia hasta el permisivismo, la
h i p e rcrítica, la pérdida de vinculación con el ámbito humano
p ropio, con el núcleo comunitario y con la memoria colectiva.
E n t re los valores perdidos o comprometidos por esta situación
debe contabilizarse el rigor moral,
arrastrado por el m a re magnum de la
crisis de sentido de todo el actuar
humano. Este es, en resumen, el efecto
más visible de la desestructuración de
la actividad del hombre contemporá-
n e o » 1.

ALGO DE HISTORIA

El estado pretecnológico —por así lla-


marlo—, donde todavía tenían gravitación

1. B. Secondin, Alla prova della nuova cultura, en B. Secondin y T. Goffi , Corso di spiritualità. Esperienza,
sistematica, proiezioni, Brescia, Queriniana 1989, pp. 688–697, en Civiltà Cattolica, 3659, XII, 2002.

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el artesano y el trabajador manual, ha
dado paso vertiginosamente a un orden
tecnológico que en importante medida
enajena el carácter personal del quehacer
humano. Es lo que señalaba por ejemplo
Ernesto Sábato al recordar que «antes la
siembra, la pesca, la recolección de frutos,
la elaboración de las artesanías, como el
trabajo en las herrerías o en los talleres de
costura, o en los establecimientos de
campo, reunían a las personas y las incor-
poraban en la totalidad de su personali-
2
dad» , realidad que indudablemente hoy tiende a desaparecer. El
problema, por su parte, no atañe solo al trabajador manual, sino inclu-
so a los intelectuales y a los especialistas, sin los cuales el orden tec-
nológico no podría construirse ni mantenerse.

¿Existe algún defecto fundamental, inherente a la propia natu-


raleza del orden tecnológico, que pudiéramos ubicar en la génesis
del desorden existente?

Con anterioridad a la vertiginosa rapidez con que han operado, y lo


siguen haciendo, esta índole de transfor- Parece que las causas que
maciones —«incluso nosotros no esta- condicionan los aspectos más
mos internamente cambiados en la
misma dimensión en que lo está el
hondos del proceso en curso ya
mundo a nuestro alrededor», opinaba se manifestaban con antelación
Christopher Dawson3— ya desde el al nacimiento del orden
siglo XIX muchos autores, entre ellos tecnológico.

2. Ver Ernesto Sábato, Lare s i s t e n c i a, Seix-Barral, Barcelona 2000.


3. Ya en los años sesenta escribía el historiador inglés Christopher Dawson que los cambios vividos
en el siglo eran tales y habían llegado tan lejos, que sería imposible adivinar cuáles serían sus efec-
tos últimos sobre el hombre de nuestro tiempo. «En todo caso —constataba— ya han causado una
p é rdida de tradición en el ámbito de lo social y un trastorno de la experiencia humana de una mag-
nitud tal, como los que ninguna generación previa a la actual haya conocido, desde el mismo
comienzo de la historia». Para el propio Dawson, el mundo victoriano de su niñez estaba tan lejos
de la experiencia contemporánea, como lo estaba hacia atrás el de la Edad Media, en razón de lo
cual señalaba el peligro de que ciclos completos de experiencia humana se desvanecieran, re s u l-
tando luego inaccesibles hasta para la imaginación histórica (Ver Jaime Antúnez, Globalización,
Economía y Familia, en Revista Humanitas, n. 22, abril-junio 2001).

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Nietzsche, se dieron perfecta cuenta de la decadencia de los valores
humanistas que afectaba a la civilización occidental, aun cuando no
fuesen capaces de adivinar la envergadura de las técnicas que irían a
transformar la existencia humana.

Parece que las causas que condicionan los aspectos más hondos
del proceso en curso ya se manifestaban con antelación al nacimien-
to del orden tecnológico. Se induce esto también observando la obra
de grandes artistas como William Blake y Francisco de Goya, no
obstante haber sido este último, por ejemplo, un característico dis-
cípulo de la Ilustración. La pintura de su época final proclama, en
efecto, y de un modo apocalíptico, que los acontecimientos históricos
no están sujetos al cálculo racional, ni siquiera a la voluntad humana.
Por debajo de la superficie, que muchos confunden con la verdadera
historia, parece el pintor querer decirnos que fuerzas sobrehumanas
y subhumanas se movilizan arrastrando a menudo a los hombres y a
las naciones como las hojas de un vendaval. Sobre todo quedó claro
para él, y quiso dejarlo registrado en uno de sus más conocidos
grabados, que «el sueño de la razón produce monstruos».

La voluntad de poder que había expresa-


do Nietzsche, junto a su despiadada exposi-
ción de nihilismo cultural y su pérdida de
v a l o res espirituales, sumada a las car-
tografías del inconsciente desarrolladas por
Freud, constituyeron luego, a comienzos del
siglo XX, las expresiones teóricas del profun-
do terremoto que sacaría de su regalada
comodidad al mundo liberal euro p e o ,
enfrentándolo con animales salvajes, cuya
existencia ni siquiera había imaginado.
Eran los monstruos de la razón profetizados
por Goya.

Las horrendas experiencias de la segunda


guerra mundial, el dominio férreo del totali-
tarismo comunista en Rusia y la caída bajo
su poder de Europa del Este, llevó a la cima
del dominio político no solo a individuos

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psicopáticos, sino que también desencadenó
movimientos de masas que envolvieron a
pueblos enteros, sometiéndolos al poder del
inconsciente y sacrificándolos a oscuras
mitologías, cuyo ulterior desmoronamiento,
en la última década del siglo pasado, nos
dejaría ante el escenario de desconcierto hoy
predominante, frente a un sentimiento de
orfandad producido por la caída de los
valores compartidos y sagrados y bajo el
peso de un escepticismo nihilista que se alza
como obstáculo muy difícil de superar en
o rden a la transmisión de valores a las
nuevas generaciones.

Puerta de Brandemburgo, El contexto histórico en el que confluyeron


9 de noviembre de 1989
a través del siglo XX el avance tecnológico y el
desarrollo de los mencionados procesos sociales, arrojó pues como
resultado que el orden moral y el tecnológico se desconectaran el uno
del otro, y que a medida que el orden tecnológico se reforzara, el
orden moral se debilitara.

PREGUNTAS INELUDIBLES

La preocupación por este complejo orden de problemas no escapó


a la atención de pensadores católicos, principalmente desde los años
cincuenta y sesenta en adelante. Podemos recordar, por ejemplo, la
célebre y amistosa polémica entre Augusto del Noce y Sergio Cotta,
que dio lugar a interesantes y siempre actuales reflexiones.

Puesto a salvo lo que es obvio —arguye del Noce— esto es, el


deber cristiano y humano de mejorar el nivel de vida de los más
pobres y la eliminación del hambre en el mundo —para lo cual es
indispensable la actividad técnica dirigida por la ciencia— prevale-
cen algunas preguntas ineludibles, de cuya formulación selec-
cionamos las más atinentes a nuestra reflexión:

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1. ¿Cuáles son las características morales de la sociedad tecnológi-
ca?

2. La civilización tecnológica, ¿puede o no estar separada del


p o sitivismo, dada la postura esencial que conlleva y, sobre todo, por
la tradición histórica con la cual conecta?

3. El tipo de inteligencia característico de la ciencia que acompaña


a la técnica, ¿es el prototipo de toda inteligencia? En tal caso, ¿exige
también la renuncia a la forma mental metafísica?4.

4. ¿Es ajeno este proceso a los juicios de valor? De ser así, comen-
ta, cuando se le absolutiza, no podrá sino destruir la autoridad de los
valores. El paso a la civilización tecnológica estaría ordenado de este
modo por la destrucción definitiva de la autoridad espiritual y sería,
por tanto, espíritu de disgregación.

5. Con vistas a lo anterior, ¿no deberá considerarse utópica la idea


de que el espíritu que informa el desarrollo tecnológico ejercitará una
función pacificadora? En la civilización tecnológica, el paso a una oli-
garquía tiránica de los científicos y de los técnicos, ¿no se presenta
como absolutamente inevitable y necesaria?

6. La civilización tecnocráti-
ca, lejos de ser una civilización
liberal, ¿no representa la forma
más extrema de despotismo
conservador, en su forma occi-
dental y no oriental, ya que ha
eliminado del todo la idea de
una autoridad espiritual?

4. Sobre la renuncia a la forma mental metafísica que eventualmente implicaría la inflexión que comen-
tamos, añade Augusto del Noce lo siguiente: «En este caso, la primera consecuencia sería que no
podríamos ya hablar de metafísica, sino solamente de ciencia y religión; esto a su vez sería tan solo
una solución provisional y a corto plazo, porque en un espacio de tiempo, que no se puede deter-
minar exactamente, pero que todos los indicios inducen a considerar relativamente breve, la cien-
cia eliminaría del todo a la religión, en cuanto que eliminaría la misma dimensión por la cual lo
sagrado se hace accesible al hombre» (Ver Augusto del Noce, Agonía de la sociedad opulenta, Eunsa,
Pamplona 1979).

HORIZONTES 81
7. La instauración de la civilización
En términos de revolución,
tecnológica, ¿se presenta re a l m e n t e
puede llegar a afirmarse que la como necesaria, en base a la irrevoca-
tecnológica es más radical bilidad del desarrollo científico? O más
que cualquier otra bien, el paso de la ciencia a la idea de la
de carácter político civilización tecnológica, ¿no se habrá
que haya existido. dado por motivos que nada tienen que
ver con la ciencia misma?

La primera aproximación que sugiere a del Noce este breve catastro


de problemas actuales, es el de que la civilización tecnológica no
puede definirse ni llegar a materializarse sino mediante la supresión
de la dimensión religiosa. Vienen en apoyo de esta percepción suya,
la opinión enunciada incluso por los pensadores de la Escuela de
Frankfurt, desde Adorno a Marcuse, para quienes también la civi-
lización tecnológica apunta al fin de la dimensión trascendente,
aunque sea de la trascendencia intramundana.

Está claro, precisa del Noce, que si el conocimiento se halla limita-


do al mundo sensible, la única realidad que cuenta para el hombre es
la material. Por otra parte, y nada puede ser más coherente, «¿quién
no se da cuenta de que junto con la progresiva difusión de la men-
talidad tecnológica ha sobrevenido la desaparición, también o sobre
todo en el lenguaje corriente, de los términos verdadero y falso, bueno
y malo, y hasta hermoso y f e o, que han sido sustituidos por los de
original, auténtico, fecundo, eficaz, significativo, abierto, etc.?»5.

Visto así el problema, en términos de revolución, puede llegar a afirmarse


que la tecnológica es más radical que cualquier otra de carácter político que
haya existido. «Y esto porque tan solo ella conseguiría realizar verdadera-
mente lo que ha sido uno de los fines de las revoluciones políticas que pre-
tendían “cambiar al hombre”: la supresión de la dimensión trascendente»6.

5. Lug. cit.
6. Lug. cit. Es interesante registrar, aunque sea como hipótesis de trabajo, el parecer del mismo
Augusto del Noce, al cotejar los frutos morales que avisora en la revolución tecnológica con los de
la ideología marxista: «la civilización tecnológica desbarata al marxismo, en el sentido de que se
a p ropia de todas sus negaciones con respecto a los valores trascendentes, llevando hasta el límite
la misma condición de la negación, es decir, el aspecto por el que el marxismo es un relativismo
absoluto; con el resultado de transformar el marxismo en un individualismo absoluto, lo que sirve
para conferirle la falsa apariencia de “democracia” y de continuación del espíritu liberal».

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DE LA LIBERTAD CREADA A UNA LIBERTAD “CREADORA”

En oposición al realismo epistemológico que ha prevalecido en la


civilización de que somos herederos, la nueva civilización tecnológi-
ca sustituyó la supremacía detentada por la contemplación de un
orden ideal, por el de la acción, en el sentido de que el conocimiento
humano vale solo en la medida que es útil a un fin práctico. En ella,
en vez de inclinarse la inteligencia y la voluntad ante la autoridad de
la realidad y de los valores, el individuo proyecta la libertad como
“creador” de la misma. Carente de significado cuando se refiere al
hombre, esta “creación” adquiere su sentido propio como instru-
mento de negación y destrucción radical de la tradición. Con Sartre,
por ejemplo, haciendo completo y brutal abandono de la “escucha”,
propia de la génesis de la civilización cristiana7, se nos dirá así que
«el infierno son los otros»8 (esos “otros” que son nuestros contem-
poráneos, desde luego, pero también nuestros antepasados y por
cierto nuestros herederos).

Es interesante en este sentido atender al relato que ha hecho el filó-


sofo polaco Stanislav Grygiel, sobre el estudio desarrollado en el
seminario de filosofía que dirigía Karol Wojtyla en la Universidad de
Lublin. Se trataba de un intento de reconstrucción de la ética de
Sartre en vista de su inmensa difusión en la mentalidad de nuestro
tiempo, en contraste precisamente con una “filosofía de la escucha”.
Del contrapunto entre lo que Grygiel llama con un neologismo la
“productura” —identificable con la civilización tecnológica de la
cual hablamos— frente al espectro de la “cultura”, como actitud
propia de esa escucha, de la espera, de la apertura a la recepción de
la realidad como un don y de la disposición pontifical, esto es, “hace-
dora de puentes” entre la vida presente y la otra orilla, la de la reali-
dad trascendente9.

También Maritain advirtió antes acerca del descamino en que se

7. «Hijo escucha la enseñanza del maestro e inclina el oído de tu corazón» (Ver Regla de San Benito,
palabras iniciales del prólogo).
8. Ver Jean Paul Sartre, Huis clos.
9. Antropología para un Occidente postmoderno, entrevista con S. Grygiel, por Jaime Antúnez, en Revista
Humanitas n. 31 (Ver www.humanitas.cl).

HORIZONTES 83
situaba la libertad según la concebía
El único camino para salir de la
la civilización tecnológica: «El hom-
bre moderno cifraba sus esperanzas
crisis moral en que se encuentra
en el maquinismo, en la técnica y en la civilización moderna pasa por
la civilización mecánica o industrial la recuperación de sus antiguos
—dijo— sin tener ciencia para domi- fundamentos espirituales y la
narlos y ponerlos al servicio del bien restauración de la antigua alian -
humano y de la libertad humana, pues
za entre religión y cultura.
el hombre moderno esperaba la libertad
del desarrollo de las técnicas exteriores mismas, no de un esfuerzo ascético
tendiente a lograr la posesión interior del yo. Y el que no posee las normas
de la vida humana, que son metafísicas, ¿cómo podría aplicarlas al uso
que damos a las máquinas? La ley de la máquina es la ley de la mate-
ria, se aplicará por sí misma al hombre y lo reducirá a la esclavitud»10.

La civilización actual ha podido secularizarse al punto que


podemos hoy observar, pues el dominio de la razón se amplió y
reforzó con el desarrollo de la ciencia y de la tecnología hasta llegarse
a creer que era tan fuerte como para dar sustento a un orden moral
autosuficiente. Los hechos se encarg a ron de demostrar la fala-
cia inherente a esta creencia. Después del desencadenamiento
y posterior repliegue de los monstruos de la razón ideológico-
política, fundada en similares premisas que las de la razón tec-
nológica, ha sobrevenido el vacío y la generalizada pérdida de
sentido a que se hacía alusión al comienzo de estas líneas.

RECUPERACIÓN DE LOS FUNDAMENTOS

El único camino para salir de la crisis moral en que se encuentra la


civilización moderna pasa por la recuperación de sus antiguos funda-
mentos espirituales y la restauración de la antigua alianza entre religión
y cultura. Toda civilización, desde los principios de la historia hasta los
tiempos que preceden a los actuales, aceptó siempre la existencia de un

10. Jacques Maritain, El hombre moderno, en Lecturas escogidas de Jacques Maritain, selección e intro d u c-
ción de Donald e Idella Gallagher, Nueva Universidad, Santiago 1974. Las cursivas son nuestras y
destacan una vez más la idea de una libertad “creadora” —contraria a la libertad creada—, extrínse-
ca por tanto a la ley natural inscrita en el corazón humano.

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orden espiritual trascendente y lo consideró como la última fuente de la
moralidad. De hecho, no hubo ningún orden moral que, sin sustento reli-
gioso, sobreviviese por tiempo apreciable. Pablo VI, en los años setenta,
se quejó dolidamente, señalando como la mayor tragedia de nuestra
época la ruptura entre cultura y fe. Puede entenderse en toda su magni-
tud ese dolor si se atiende a que, para la fe cristiana, la piedra que sus-
tenta el edificio se apoya en el hecho de que Dios se hizo presencia real
en la historia humana, penetrando en ella y cambiando su curso.

Una reforma de esta especie solo se podría lograr, pareciera, mediante


una orientación radical de la cultura hacia fines espirituales11, lo cual sig-
nificaría una tarea inmensa, ya que supondría una inversión del
movimiento que ha dominado a la civilización occidental durante los
dos o tres últimos siglos12.

11. Según Pedro Morandé, si la sociedad de hoy no recuerda ya al hombre cuya vida se hace compre n s i-
ble en el horizonte del misterio, ello entre tanto no significa que este haya renunciado a experimentar-
la en dicho horizonte. Si la política, la economía, la ciencia o el arte no le ofrecen al hombre contem-
poráneo una perspectiva totalizadora del sentido de la existencia, hay que pensar que esta le ha sido
confiada a su propia libertad, al personal cultivo de los bienes del espíritu (Ver Pedro Morandé, La
unidad de la persona en un mundo secularizado, en Revista Humanitas n. 33, enero-marzo 2004).
12. Así, por ejemplo, lo ve Christopher Dawson: «La conversión y la reorientación de la cultura moderna,
implica un doble proceso en los niveles psicológico e intelectual. En primer lugar, y ante todo, es nece-
sario que el hombre occidental recobre el uso de sus facultades espirituales superiores —su poder de
contemplación—, que se ha atrofiado por los siglos de negligencia en que su mente y su voluntad se
han concentrado en la conquista de los poderes político, económico y tecnológico. Este redes-
cubrimiento de la dimensión espiritual de la existencia humana, puede ser tanto religioso como filosó-
fico; se basa en una especie de conversión religiosa a través de la cual el hombre se da cuenta de que
necesita a Dios y descubre un nuevo mundo de verdades espirituales y valores morales; o puede
implicar un reconocimiento metafísico objetivo de la importancia ontológica y del significado del valor
espiritual. Quizá deban ser ambas cosas (...). Pero un cambio completo de orientación espiritual no
puede ser efectivo a menos que ocurra en un profundo nivel psicológico (...). Solo se puede alcanzar
mediante un viaje largo y penoso por el yermo. Mientras tanto, se puede dar enseguida un paso pre-
liminar (...). Este consiste en la reforma de nuestro sistema educacional superior (...). En el mundo
moderno la mayoría de los hombres pueden terminar su educación sin darse cuenta de la existencia
de este factor espiritual elemental y esencial, tanto para la psique del individuo como para la vida de
la civilización (...). Tanto si estudia letras, como ciencias o tecnología, no se le proporciona idea de la
existencia de un principio superior que se puede conocer y que puede influir en la conducta indi-
vidual o en la cultura social. Sin embargo (...) todas las grandes civilizaciones históricas del pasado han
reconocido la existencia de algunos principios o motivos espirituales de esta clase y los han constitui-
do en la llave de interpretación de la realidad y de sus conceptos de orden moral. (Su prescindencia)
es una aberración tan enorme que no hay progreso en el método científico o en la técnica de la edu-
cación que baste para compensarlo. En este punto estamos en una posición inferior a la de muchas cul-
turas menos avanzadas que han conservado su conciencia de un orden espiritual, porque dondequiera
que exista esta conciencia, la cultura posee todavía un punto de integración (...). Si el vacío espiritual
de la cultura occidental moderna es una amenaza para su propia existencia, es un deber del educador
señalarlo y demostrar cómo se ha llenado este vacío en otras edades y culturas» (Ver Christopher
Dawson, La crisis de la educación occidental, Rialp, Madrid 1962).

HORIZONTES 85
¿Implicaría ese magno proceso suprimir y renunciar al desarrollo
tecnológico?

Vislumbrado el núcleo filosófico oculto en este impulso radical de la


civilización tecnológica, puede verse también con más claridad el error
fundamental que, de manera difusa, sigue ejerciendo su influjo, aun
cuando esas conclusiones radicales no se deseen o incluso se rechacen.

La situación presente nos obliga a distinguir entre desarrollo tec-


nológico y sociedad tecnológica. Las raíces de lo comentado en estos
párrafos no se encuentran estrictamente en el desarrollo técnico, sino
en la desviación de tipo “religioso” que se confronta con los funda-
mentos de la cultura cristiana. Nos hallamos en tal sentido frente a
una modalidad de gnosis, heredera en línea directa del racionalismo
ilustrado. Y hay que recordar, como lo dicta en forma reiterada la
experiencia, que ninguna escatología histórica interna, libera, sino
que engaña y por tanto esclaviza13.

La salida del marasmo moral no supone así una re g resión en el


t e rreno de los adelantos científicos y técnicos. Pues si bien es efecti-
vo que el avance material de la civilización moderna ha sido impreg-
nado por un creciente reduccionismo en el plano moral y religioso —
en afinidad con los trazos culturales y espirituales aquí comenta-
dos— hay que dejar también en claro que el origen del progreso cien-
tífico moderno y contemporáneo tiene sus raíces en culturas rela-
cionadas con el ámbito de la trascendencia, particularmente en la sín-
tesis desarrollada por la civilización cristiana europea. Por ello,
entonces, no sería tan solo deseable sino que también perfectamente
posible, postular hoy la recuperación de la unidad espiritual de la
cultura.

13. Según el mismo del Noce la idea que nutre a la civilización tecnológica es «la última forma, com-
pletamente laicizada de la herejía milenarista». La esencia de ella es el advenimientot e m p o r a l de la
ciudad de la paz y de la felicidad universal (Ver Augusto del Noce, Agonía de la sociedad opulenta,
ob. cit.).

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