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JORGE Luis BorGES w DISCUSION Pé) Alianza Editorial “Pyedacl 1938 10 Dict incrédula y persistente por las difcultades teolégi- as, Digo fo mismo de La pentiltima version de la realidad, Paul Groussac es la mus prescindible pa- ‘gina del volumen, La intitulada El otro Whitman mite voluntariamente el fervor que siempre me ha dictado su tema; deploro no haber destacado algo ‘més las numerosas invenciones ret6ricas del poeta, ‘mds imitadas ciertamente y mds bellas que las de ‘Mallarmé o las de Swinburne. La perpetua carre- ra de Aguiles y la tortuga no solicta otra virtud que la de su acopio de informes. Las versidnes ho- méricas son mis primeras letras ~que no creo as~ cenderdn a segundas- de kelenista adivinatorio, Vida y muerte le han faltado a mi vida. De esa indigencia, mi laborioso amor por estas minucias. No sésila disculpa del epigrafe me val 1932, Buenos Aires La poesia gauchesca E «fama que le preguntaron a Whistler cudnto tiempo habia requerido para pintar uno de sus nnocturnas y que respondié: «Tada mi vida.» Con igual rigor pudo haber dicho que habia requerido todos los siglos que precedieron al momento en que lo pints. De esa correcta aplicacién de la ley de causalidad se sigue que el menor de los hechos presupone el incor ‘universo.¢, inversa- mente, que el universo necesita del menor de los hechos. Investigar las causas de un fenémmeno, si- quiera de un fenémeno tan simple como lalitera~ tura gauchesca, es proceder en infinito; basteme la mencién de dos causas que juzgo principales. ‘Quienes me han precedido en esta labor se han limitado a una: la vida pastoril que era tipica n 2 Dicastn de las cuchillas y de la pampa. Esa causa, apta sin duda para la amplificacion oratoria y para la di- gresiGn pintoresca, es insuficiente; a vida pasto- til ha sido tipica de muchas regiones de América, desde Montana y Oregén hasta Chile, pero esos territorios, hasta ahora, se han abstenido enérgi- _-tamente de redactar El gaucho Marsin Fierro. No © bastan, pues, el duro pastor y el desierto. El cow- Tut boy, a pesar de los libros documentales de Will ~ James y del insistente cinematégrafo, pesa me- nos en la literatura de su pais que los chacareros del Middle West o que los hombres negros del Sur... Derivar la literatura gauchesca de su tia, el gaucho, es una confusién que desfigura la notoria verdad, No menos necesario para la for ‘maciGn de ee género que la pampa y que las cu- - LoThave, de una plumada, payador, y lo describe en forma ascendente, con acopio de rasgos minuciosos e imaginarios ««vestido el chiripé sobre su calzoncillo abierto en. cribas;calzadas las espuelas en la bota sobada del caballero gaucho; abierta sobre el pecho la cami- seta oscura, henchida por el viento de las pam- pas, alzada sobre la frente el ala de chambergo, como si fuera siempre galopando la tierra natal; ennoblecida la cara barbuda por su ojo experto a posse gacheea 15 en las baquias de la inmensidad y de la gloria Harto més memorables que esas licencias de la iconografia, y la sastrerfa, me parecen dos cir- cunstancias, también registradas por Rojas: el hecho de que Hidalgo fue un soldado, el hecho de ue, antes de inventar al capataz Jacinto Cano y Ll wund6 ~disciplina singular en uri payador— en sonetos y en odasen- decasflabas, Carlos Roxlo juzga que as composi ciones rurales de Hidalgo «no han sido superadas atin por ninguno de los que han descollado, imi- dol», Yo Pens lo contaro; pienso que ha sido superado por fuchos y que sus défogos, ahora, lindan con al olvido, Piens6 también que su paraddjica gloria radica en esa dilatada y versa superacién filial. Hidalgo sobrevive tro, Hidalgo es de algiin modo los otros. Envi corta experiencia de narrador, he comprobado que saber cémo habla un personaje es saber quiénes, que descubrir una entonacién, una voz, una sintaxis peculiar, es haber descubierto un destino. Bartolomé Hidalgo descubre la entona- cidn del gaucho; eso es mucho. No repetiréline= as suyas; inevitablemente incurririamos en el anacronismo de condenarlas, usando como ca- non las de sus continuadores famosos. Bésteme recordar que en las ajenas melodias que oiremos, 6 Dic std la vor de Hidalgo, inmortal, secreta y mo- desta Hidalgo fallecié oscuramente de una enfer- medad pulmonar, en el pueblo de Mordn, hacia 1823, Hacia 1841, en Montevideo, rompi6 a can- tar, multiplicado en insolentes seudénimos, el cordobés Hilario Ascasubi. El porvenir no ha sido piadoso con él, ni siquiera just. 2) Ascasubi, en vida, fue el «Béranger del Rio de la / Plata»; muerto, ean précuf or borraso de Fe ndndez. Ambas definiciones, como se ve, Io tra~ ducen en mero borrador ~errdneo yaen el tiem- Po, yaen el espacio- de otro destino humano. La Primera, la contemporsnea, noe hizo mal: quie- nes la apadrinaban no carecfan de una directa nocidn de quign era Ascasubi, yde una sulficien- te noticia de quign era el francés; ahora, los dos conocimientos ralean. La honesta gloria de Bé- ranger ha declinado, aunque dispone todavia de tres olumnas en la Encyclopaedia Britannica, fir- madas por nadie menos que Stevenson; y la de ‘Ascasubi.. La segunda, lade premonicin o av $0 del Martin Fierro, es una insensatez: es acc dental el parecido de las dos obras, nulo el de sus Propésitos. EI motivo de esa atribucién errénea 8 curioso. Agotada la edicién principe de Asca- subi en 1872 y rarisima en libreria la de 1900, la empresa La Cultura Argentina quiso facilitar al puiblico alguna de sus obras. Razones de largura y de seriedad eligieron el Santos Vega, impene- trable sucesin de trece mil versos, de siempre acometida y siempre postergada lectura. La gen- te, fastidiada, ahuyentada, tuvo que recurrira ese respetuoso sindnimo de la incapacidad merito- fia: el concepto de precursor. Pensarlo precursor desu declarado diseipulo, Fstanislao del Campo, ‘era demasiado evidente; resol tarlo con José Herndnided, El proyecto adolecia dle esta molestia, que razonaremos después: la supetioridad del precursor, en esas pocas pagi- ‘nas ocasionales -las descripciones del amanecer, del malén- cuyo tema es igual. Nadie se demoré en esa paradoja, nadie pas6 de esta comproba- cidn evidente; Ia general idad de Asca bi. (Escribo con algin remordimiento; uno de los distrafdos fui yo, en cierta consideracién int til sobre Ascasubi.) Una liviana meditacién, sin embargo, habrfa”demostrado que postulados bien los propésitos de los dos escritores, una fre- ‘cuente superioridad parcial de Ani mitadisimo: la historia del destino de Martin Fierro, referida por éste. Ne 18 Dceson sino al paisano Martin Fierro contindolos. De ahi que la omisién, o atenuacién del color local sea tipica de Hernandez. No especifica dia y no- che, el pelo de los"caballos: afectacién que en ‘nuestra literatura de ganaderos tiene correlacién con la briténica de especificar los aparejos, los derroteros y las maniobras, en su literatura del ‘mar, pampa de los ingleses. No silencia la reali- dad, pero sélo s ign dere fécter del héroe. (Lo mismo, con un ambiente marinero, hace Joseph Conrad.) Asi, los muchos bailes que necesariamente figuran en su relato no son nunca descritos. Ascasubi, en cambio, se ropone la intuiciGn directa del baile, del juego discontinuo de los cuerpos que se estan enten- diendo (Paulino Lucero, pig, 204): Sacé luego a su aparcera a Juana Rosa a bailar Yentraron a menudiar ‘media cana y caria entera Ab, china! sila cadera del cuerpo se le cortaba ues tanto lo mezquinaba em cada dengue que hacia, que medio se le perdia cuando Lucero le entraba, a por gauche 19 Yesta otra décima vistosa, como baraja nueva (Aniceto el Gallo, pag, 176): Velay Pilar, la Portefia linda de nuestra campatia, bailando la media cata vean sise desempenia yel garbo con que desdenia Tos entros de ese gauchito, que sin soltar el ponchito com la mano en la cintura le dice en esa postura: jmi alma! yo soy compadrito Es ituminativo también cotejar fa noticia de los malones que hay en el Martin Fierro co mediata presentacion” de Ascasubi, Hernandez (La vuelta, canto cuarto) quieré destacar el ho- trot juicioso de Fierro ante la desatinada depre dacién; Ascasubi (Santos Vega, XII1), las leguas. de indios que se vienen encima: ero al invadir la Indiada se siente, porque a la fija del campo la sabandia Juye delante asustada ‘yenvuelto en la manguiada 20 Diseaiin vienen perros cimarrones, ‘z0rr9s, avestruces, liones, gamas, liebres y venaos yeruzan atribulaos por entre las poblaciones Entonces los ovgjeros coliando bravos torean también revolotean ‘gritando los teruteros; pero, esos, los primeros {que anunciae: la novedé con toda seguridd ‘cuando los pampas avanzan son los chajases que lanzan volando: jchajal jchaja! Yaatrds de esas madrigueras {que los salvajes espantan, campo ajuera se levantan como nubes, polvaredas preiadas todas enteras de pampas desmelenaos que al trote largo apuraos, sobre los potras tendidos, cargan pegando alaridos yen media luna formaos i 4 tapos grcherse a Lo escénico otra vez, otra ver la fruicién de ni esa inclinacién esta para mila sit iad de Ascasubi, no en jes de su ira unitaria, destacada por Oyuela y por Ro: jas. Este (Obras, 1x, pg. 671) imagina la desa- z6n que sus payadas barbaras produjeron, sin ucla, en don Juan Manuel y recuerda el asesina- to, dentro de la plaza sitiada de Montevideo, de Florencio Varela. El caso es incomparable: Vare- la, fundador y tedactor de El Comercio del Pla- tw, era persona internacionalmente visible; As- «asubi, payador incesante, se reducfa a improvi- sar los versos caseros del lento y vivo truco del sitio Ascasubi, en ja bélica Montevideo, cant6 un vodio feliz, El facit indignatio versum de juvenal no nos dice la razén de su estilo; tajeador a més no poder, pero tan desaforado y cémodo en las injurias que parece una diversion o una fiesta, un justo de vistear. Eso deja entrever una suficiente dgcima de 1849 (Paulino Lucero, pig, 336): Senor patrén, alld va esa carta de mi flor! con la que al Restaurador le retruco desde aca Siustéla le encontraré 22 Diesin alo tiltimo del papel cosas de que nuestro aquel alld tambicn se reird; Porque a decir la verdaé es gaucho don Juan Manuel Pero contra ese mismo Rosas, tan gaucho, moviliza bailes que parecen evolucionar como ejércitos. Vuelva a serpear y a resonar esta pri- mera vuelta de su media carta del campo, para los libres: Allpotro que en diez aiios aides lo ensils dom Frutos en Caganchi: see acomodé, yen el repaso Te ha pegado un rigor superiorazo, Querelos mi vida a los Orientales que son domadores- sin dificultades. Que viva Rivera! ;que viva Lavalle! Tenémelo a Rosas... que no se desmaye. ‘Media cara, a campaia Cana entera, como quiera, ‘ } A tapos gaushena a Vamos a Entre Rios, que alld estd Badana, a ver si bailamas esta Media Cait: que alld esté Lavalle tocando el violin, _ydon Frutos quiere seguirla hasta el fin. Los de Cagancha seleafirman al diablo en cualquier cancha, Copio, también, esta peleadora felicidad (Paulino Lucero, pag. 58): Vaya un cielito rabioso cosa linda en ciertos casos ent que anda el hombre ganoso de divertrse a balazos. Coraje florido, gusto de los colores Kimpidos y de los objetos precisos, pueden defi bi, Astenel principio det Santos Vega Elcual iba pelo a pelo en un potrillo bragao, flete lindo como un dao que apenas pisaba el suelo de livianito y delgao. ‘Yesta mencién de una figura (Anicetoel Gallo, pag. 147) a Discutin Velay la estampa del Gallo que sostiene la bandera de la Patria verdadera del Veinticinco de Mayo. Ascasbi en Za flosa, presenta el pinico normal de los Hombres en trance de deptclos eto razones events de fecha Soe anacronismo de practicar la tnica invencion lite. raria de la guerra de mil novecientos catorce; el Patético tratamiento del miedo. Esa invencibn ~paradsjicamente preludiada por Rudyard Kr pling, tratada luego con deicadeza por Sheriff y con buena insistencia periodistica por el concu- trido Remargue~ les quedaba todavia muy 9 trasmano a los hombres de mil ochocientos cin- cunts. Ascasubi peles en Ituzaing6, defendis las trincheras de Montevideo, peles' en Cepeda, y dejo en versos resplandecientes sus dias, No hay el arrastre de destin en sus lineas que hay en cl Martin Fierro; hay esa despreocupada, during. cencia de los hombres dé a cin, huéspedes con- Unuos de la aventura y nunca del asombro, Hay también su buena zafaduria, porque su destin del compadrito y los fo. Bones dela tropa. Hay asimismo (virtud correla, poo suchsen 2 tiva de ese vicio y también popular) la felicidad rosddica: el verso baladi que por la sola entona= brosidica el ladi que pe “2 De los muchos seudénimos de Ascasubi, Anice- to el Gallo fue el mas famoso; acaso el menos agraciado, también. Estanislao del Campo, que + lo imitaba, eligio el de Anastasio el Pollo. Ese nombre ha quedado vinculado a una obra celebé- trima: el Fausto. Essabido el origen de ese afortu- nado ejercicio: Groussac, no sin alguna inevitable pertidia, lo ha referido asi: «Estanislao del Cam- po, oficial mayor del gobierno provincial, tenia va despachados sin gran estruendo muchos ex- ipsdientes en versos de cualquier metto y jaez, cuando por agosto del 66, asistiendo a una exhi- bicién del Fausto de Gounod en el Coldn, acu- tridlefingir, entre los espectadores del paraiso, al ‘gaucho Anastasio, quien luego referia a un apar- cero sus impresiones, interpretando a su modo las Fantésticas escenas. Con un poco de vista gor «daal argumento, la parodia resultaba divertidisi- ma, y recuerdo que yo mismo festejé en la Revis- ‘a Argentina la “reduccién” para guitarra, de la apluudida partitura... Todo se juntaba para el &xito; la boga extraordinaria de la épera, recién estrenada en Buenos Aires; el sesgo cémico del 26 Dicasn /“pato” entre el diablo yel doctor, el cual, asi paro- diado, retrotrafa el drama, muy por encima del oema de Goethe, hasta sus origenes popularesy edievales; el sonsonete facil de las redondillas. en que el teémolo seatimentalalternaba Geta, ‘mente con los puftados de sal gruesa; por aquellos afos del criolismo triunfante, el mate cimarrén del didlogo tozaba a su gusto el hijo de Ta pampa sino tal “cual fuera jamés en la realidad, por lo menos como lo habian compuesto “convencionaliza. do’ cincuentaaftos de mala literatura.» | Hasta aqui, Groussae. Nadie ignora que ese docto escrito crefaobligatorio el desdén en su } trato con meros sudamericanos; en el caso de E: tanislao del Campo (a quien, inmediatamente después llama «payador de bufetes), agrega.a ese desdén una impostura o, por lo menos, una st- presidn de Ia verdad. Pérfidamente lo define como empleado publica; minuciosamente olvi- da que se bati6 en el sitio de Buenos Aires, en la batalla de Cepeda, en Pavén y en la revolucién del 74. Uno de mis abuelos, unitario, que milité con él, solia recordar que del Campo vestia el uniforme de gala para entrar en batalla y que sa- lud6, puesta la diestra en ef quepf, las primeras balas de Pavon. auchesco, en que re- a posi gouchesee de la imprenta, porque vive en a EL Eausto ha sido muy diversamente juzgado. Calixto Oyuela, nada benévolo con los escritores 1uchescos, lo ha calificado de joya. Es un poema Gueval igual de los primitives, podria prescindir juchas memo- rigs, En memorias de mujeres, singularmente. Ello no importa una censura; hay escritores de indudable valor -Marcel Proust, D. H. Lawrence, Virginia Woolf- que suelen agradar a las mujeres mas que a los hombres... Los detractores del Fausto lo acusan de ignorancia y de falsedad. Hasta el pelo del caballo dal héroe ha sido exami- nado y reprobado. En 1896, Rafael Hernandez, hermano de Jos¢ Hernandez~ anota: «Ese pare- jero es de color overo rosado, justamente el color que no ha dado jamés un parejero, y conseguizlo seria tan raro como hallar un gato de tres colores»; en 1916 confirma Lugones: «Ningiin criollojinete y rumboso como el protagonista, monta en caba- llo overo rosado: animal siempre despreciable cuyo destino es tirar el balde en las estancias, 0 servir de cabalgadura a los muchachos mandade- 08.» También han sido condenados los versos til- timos de la famosa décima inicial: “apaz de llevar un potro «a sofrenarlo en la luna. 28 Disa Rafael Hernéndez observa que al potro no se lepone freno, sino bocado, y que sofrenar el ca. ballo uno es propio de criollojinete, sino de grin- 0 rabioso». Lugones confirma, o transcribe: «Ningtin gaucho sujeta su caballo, sofrenandolo, Esta es una criollada falsa de gringo fanfarrén, ue anda jineteando la yegua de su jardinera» Yo me declaro indigno de terciar en esas con- troversias rurales; soy més ignorante que el re- probado Estanislao del Campo. Apenas si me atrevo a confesar que aunque los gauchos de més Srmeortodoxia menosprecian el pelo overo rosa~ do, el verso En un overo rosao sigue -misteriosamente- agradéndome. Tam- bign se ha censurado que un nistico pueda com: render y narrar el argumento de una épera Quienes asi lo hacen, olvidan que todo arte es convencional; también lo es la payada biografica de Martin Fierro. Pasan las circunstancias, pasan los hechos, pasa la erudicién de los hombres versados en el pelo de os caballos; lo que no pasa, lo que tal vez serdinagotable, es el placer ue dala contempla- ci6n de la felicidad y de la amistad. Ese placer, a pois ickich, 2 ‘quizd no menos raro en las letras que en este mundo corporal de nuestros destinos, es en mi ‘opinién la virtud central del poema. Muchos han alabado las descripciones del amanecer, de la pampa, del anochecer, que el Faust presenta; yo tengo para mi que la menci6n preliminar de los, bastidores escénicos las ha contaminado de false dad. Lo esencial es el didlogo, es la clara amistad que trasluce el didlogo. No pertenece el Faust. realidad argentina, pertenece -como d como el truco, como Irigoyen ala mitok gentina. Mis cerca de Ascasubi que de Estanislao del ampo, mas cerca de Hernandez que de Ascasu~ bi, esta el autor que paso a considerar: Antonio Lussich. Que yo sepa, slo circulan dos informes desu obra, ambos insuficientes. Copio integro el primero, que bast6 para incitar mi curiosidad. Es de Lugones y figura en la pagina 189 de El Pa- yador “Don Antonio Lussich, que acababa de escri- bir un libro feicitado por Hernandez, Los Tres Gauchos Orientales, poniendo en escena tipos xgauchos della revolucién uruguaya llamada cam- paria de Aparicio, diole, alo que parece, el opor- ‘uno estimulo. De haberle enviado esa obra, re od Dicsin sulté que Hernéndez tuviera la feliz ocurrencia, La obra del sefior Lussich aparecis editada en Buenos Aires por la imprenta de la Tribuna el 14 de junio de 1872, La carta con que Hernénder fe- licité a Lussich, agradeciéndole el envio del libro, 8 del 20 del mismo mes y afio. Martin Fierro apareci6 en diciembre. Gallardos y generalmente apropiados al lenguaje y peculiaridades del cam- pesino, los versos del sefior Lussich formaban cuartetas,redondillas, décimas y también aque- las sextinas de payador que Hernndez debia adoptar como las més tipicas.» El elogio es considerable, maxime si atende- ‘mos al propésito nacionalista de Lugones, que era exaltar el Martin Fierro, y a su reprobacion incondicional de Bartolomé Hidalgo, de Asca- subi, de Estanislao del Campo, de Ricardo Gu- tigrrez, de Echeverria. Elotro informe, incompa- rable de reserva y de longitud, consta en la His- toria ertica de la literatura uruguaya de Carlos Roxlo. «La musa» de Lussich, leemos en la pégi na 242 del segundo tomo, «es excesivamente de- salifiada y vive en calabozo de prosafsmos; sus descripciones carecen de luminosa y pintoresca policromiay El mayor interés de la obra de Lussich es su anticipacién evidente del inmediato y posterjor 3 a obra de Lussich profetiza, si- de manera expordis, los rages deren Gales del Martin Fierro; bien es verdad que eltra- to de este titimo les da un relieve extraordinario queen el texto original acaso no tienen, Ellibro de Lussich, al principio, es menos una profecia del Martin Fierro que una repeticidn de Jos coloquios de Ramén Contreras y Chano. En- tre amargo y amargo, tes veteranos cuentan las pateiadas que hi procedimiento es el habitual, pero ios hombres de Lussich no se ifn 41k noticia hist6rica y abundan en pasajes auto: bingrificos, sas frecuentes digresiones de orden personaly patético,ignoradas por Hidalgo 0 por Ascasuib, som.las que prefiguran el Martin Fiero, yt en la entonaci6n, ya en los hechos, ya en las mmismas palabras Prodigaré las citas, pues he podido comprobar «que la obra de Lussich es, virtualmente, inédita Vaya como primera transcripcién el desafio ddeestas décimas Pero me llaman matrero pues le juyo ala catana, porque ese toque de diana en mi areja suena fiero; libre soy como el pamper 2 Discsin a poesia guchesca 3 Otros ejemplos, esta vez con su correspon- dencia inmediata o conjetural Dice Lussich: siempre libre vivt, libre fui cuando salt dende el vientre de mi madre sin mds perro que me ladre que el destino que corr. Yo tuve ovejas y hacienda; caballos, casa y manguera; ti dicha era verdadera jhoy se me ha cortao la riendat Mienvenao tiene una hoja con unt letrero en el lomo que dice: cuando yo asomo es pa que alguno se encoja Silo esta cintura afloja al disponer de mi suerte, Carchas, majada y querencia volaron con la patriada, hasta una vieja enramada con él yo siempre fii juerte {que cay6... supe en mi ausencial Jaltivo como el ii ‘no me salta el corazon La guerra se lo comid nile recelo a la muerte. rel rasiro de lo que jué Ser lo que encontraré Soy amacho tirador, cuando al pago caiga yo. enlazo lindo y con gusto; tro las bolas tan justo Dird Hernénder: que mds que acieto es primor. No se encuentra otro mejor Tuve en mi pago en un tiempo a reboliar una lanza, hijos, hacienda y mujer Soy mentao por mi pujanza; pero emipecé a padecer, como valor, juerte y erudo elsable a mi empuje rudo ijt pucha! que hace matanza, ‘me echarom a a frontera 1p’ qué iba a hallar al volver! tan sélo hallé la tapera, | 4 24 Dice Lussich: ‘Me aleé con tuito el apero, Seno rico y de coscoja, viendas nuevitas en hoja .y trensadas con esmero; tuna carona de cuero de vaca, muy bien curtida; hhasta una manta fornida ime truje de entre las carchas, Yaungue el chapiao no es pa marchas lo chanté al pingo en seguida. Hice sudar al bolsilo Porque nunca fui tacaro: traiba un gran poncho de pao ‘me alcanzaba al tobillo un machazo cofinillo ‘pa descansar mi osamenta; guise pasar la tormenta guarecido de hambrey frio sin dejar del pilcherfo ni una argolla ferrugienta ‘mis espuelas macumbe, mi rebenque con virolas, rico facén, genas bolas, manea y basal saqué. Dentro el tirador dejé t tapos gachesen 35 diez pesos en plata blanca paailegarme a cualquier banca ‘pues al naipe tengo apego, ‘ya mds presto en el juego ‘no tener la mano manca, Copas,fiadory pretal, estribos y cabezadas con muestras armas bordadas, de la gran Banda Oriental. No he gieltoa ver otro igual reeao tan cumpa y paquete jahijuna! encima del flete como un sol aquello era jn recordarlo quisierat pa qué, sies al santo cuete ‘Monté un pingo barbiador como una luz de ligero ipucha, sipa un entrevero era cosa superior! Su cuerpo daba calor yet herraje que llevaba ‘como ta na brillaba al salir tras de unas loma. Yo con orgullo y no es broma en st lomo me sentaba. 38 modo, Sus ansiedades lterarias eran de otro or- dfen,jsolian parar en imitaciones de las ternuras is insidiosas del Fausto. Yo tuve un nardo una vez yloacariciaba tanto {que su purisimo encanto duré fo menos un mes, Pero jay! una hora de olvido 5806 hasta st tltima hoja Ast también se deshoja la ilusion de un bien perdido En la segunda parte, que es de 1873, esas imi- taciones alternan con otras facsimilares del Mar- tin Fierro, como si reclamaralo suyo don Antonio Lussich. Huelgan otras confrontaciones. Bastan las an- teriores, creo, para justificar esta conclusién: los didlogos de Lussich son un borrador del librod finitivo de Hernandez. Un borrador Incontinen- te, inguido, ocasional, pero utilizado y profitico, Llego a la obra maxima, ahora: el Martin Fierro, Sospecho que no hay otro libro argentino que haya sabido provocer de la critica un dispendio a poss gauche 39 igual de inutilidades. Tres profusiones ha tenido Glerrorcon nuesto Mart Frovuna,lasadmi. raciones que condescienden; otra, los elogios ¢groseros,ilimitados; otra, la digresion BistOricao filol6gica. La primera es la tradicional su proto tipo esté en la incompetencia benévola de los sueltos de periddicos y de las cartas que usurpan el cuaderno primero de la edicién popular, sus continuadores son insignes y de los ottos. In- conscientes disminuidores de lo que alaban, no dejan nunca de celebrar en el Martin Fierro a fal- ta de ret6rica: palabra queles sirve para nombrar la ret6rica deficiente -1o mismo que si emplearan curquitectura para significar la intemperie, los de- rrumbes y as demoliciones. Imaginan que un li bro puede no pertenecer a las letras: el Martin Ferro les agrada contra el arte y contra [a intel gencia, Elentero resultado de su labor cabe tas lineas de Rojas: «Tanto valiera repudiar el arrullo dela paloma porque no es un madrigal, 0 la cancién del viento porque no es una oda. Asi esa pintoresca payada se ha de considerar en la rusticidad de'Sirforma y en la ingenuidad de su fondo como una voz elemental de a naturaleza.» La segunda -la del hiperbélico elogio- no ha * realizado hasta hoy sino el sacrificio intl de sus sprecursores» y una forzada igualacién con el 36 Dird Hernindez: Yo levé un moro de niimero {sobresaliente el matucho! con él gané en Ayacucho ‘ds plata que agua bendita, Siempre el gaucho necesita tun pingo pa fiarle un pucho. Yeargué sin dar mds giiltas con las prendas que tenia; Jergas, poncho, cuanto habia en casa, tuto lo alee. A mi china la dejeé media desnuda ese dia No me faltaba una guasca; 5a ocasidn eché el resto: bozal, maniador, cabresto, azo, bolas y manea. jEl que hoy tan pobre me vea tal vez no creerd todo esto! Dice Lussich: Yha de sobrar monte o sierra que me abrigue en su guarida, Disesdn i : { f 1a porta gucheca a7 que ande la fiera se anida también el hombre se encierra. Diré Hernandez: Ansfes que al venir la noche ‘iba a buscar mi guarida Pues ande el tigre se anida también el hombre lo pasa, _y no queria que en las casas ‘me rodiara la partida, advierte que en octubre 0 noviembre de Hernandez estaba tout sonore encore de los versos que en junio del mismo afo le dedicé el amigo Lussich. Se advertiré también la conci- sin del estilo de Hernandez, y su ingenuidad voluntaria. Ciiafido Fierro enumera: hijos, ha- wiewda y mujer, 0 exclama, luego de mencionar ‘unos tentos: {El que hoy tan pobre me vea tal vez no ereeré todo esto! sabe que. Fes urbanos no dejarin deagra- dlocer esas simplicidades, Tussich, mas esponté- neo o atolondrado, noprocede jamas de ese a2 Discusion El tema, entiendo, no es la miserable edad de oxo que TOSOTFaS PERLIDITAMTOG, cola destitucion del narrador, su presente nostalgia. ~ Rojas sole dealigar anal pore orvenir para eles- tudio filolégico del poema ~vale decir, para una discusién melancélica sobre la palabra cantra 0 contromilla, més adecuada a la infinita duracién del Infierno que al plazo relativamente efimero de nuestra vida. En ese particular, como en to- dos, una deliberada sul i6n del colorlocal es tipica de Martin Fs mparado con eT de los «precursotés, su TExico parece rehuir los 0s diferenciales del lenguaje del campo, y sol tar el sermo plebeius comin, Recuerds que de chico pudo sorprenderme su sencillez, y que me arecié de compadte criollo, no de paisano. El Fausto era mi norma de habla rural. Ahora =con algin conocimiento de la campaiia~ el predomi nig del soberbio.cuchillero de pulperia sobre el paisano reservado y soli arece evidente, ‘no tanto por el léxico mane} repetidas bravatas y eLacento agr Otro recurso para descuidar el poema lo ofre- cen los proverbios, Fsas listimas ~segtin las cali- fica definitivamente Lugones- han sido conside- radas mis de una vez parte sustantiva del libro. Inferir la ética del Martin Fierro, no de los desti- spose gacheea a ‘nos que presenta, sino de los mecénicos dichara- chos hereditarios que estorban su decurso, 0 de las moralidades forsneas que lo epilogan, es una distraccidn que slo la reverencia de lo tradicional j pudo recomendar. Prefiero ver en esas prédicas, ‘meras verosimilitudes o marcas del estil Creer én sit valor nominal es obligarse infinita- mente a contradiccién. Asi, en el canto séptimo de La ida ocurre esta copla que lo significa entero al 2 paisano: 7 2 3 Limpié el facdn en los pastos, desaté mi redomé monté despacio, y salt «al tranico pa el caradén. No necesito restaurar la perdurable escena: cl hombre sale de matar, resignado. El mismo hombre que después nos quiere servir esta mora- lidad: } i I no se olvida hasta la muerte. La impresién es de tal suerte r ‘que a mi pesar, no lo niego, «ai como gotas de juego cen la alma del que la verte. 40 Dien Cantar det Cid y con la Comedia dantesca. Al ha- blar def coronel Ascasubi, he discutido la prime- ra de esas actividades; de la segunda, bisteme referir que su perseverante método es el de pes- usar versos contrahechos o ingratos en las epo- peyas antiguas ~como silasafinidades en el errot fueran probatorias. Por lo demas, todo ese opero- so manejo deriva de un supersticién; presuponer que determinados géneros literarios (en este caso particular, la epopeya) valen formalmente mds que otros. La dad de que el Mari pico ha preten- ido comprimir, siquiera de un Todo i simbdlico, Ia historia secular de la patria, con sus generacio- nes, sus destiercas, sus agontas, sus batallas de Tucumén y de Ituzaing6, en las andanzas de un cuchillero de mil ochocientos setenta, Oyuela (Antologia poética hispano-americana, tomo ter- cero, notas), ha desbaratado ya ese complor, «El asunto del Martin Fierro», anota, «no es propia- mente nacional, ni menos de raza, ni se relacio- na en modo alguno con nuestros origenes como pueblo, ni como nacién politicamente consti- tuida. Tratase en él de las dolorosas vicisitudes dela vida de un gaucho, en el ltimo tercio del s- slo anterior, en la época de la decadencia y pré- xima desaparicién de este tipo local ytransitorio poss gachena a nuestro, ante una organizacién social que lo ani- quila, contadas o cantadas por el mismo protago- nismo», La tercera distrae con mejores tentaciones. Afirma con delicado error, por ejemplo, que el Martin Fierro est Se ele pampa. El hecho es qui de la ciudad, la cam- para solo 1 ‘presentada como un escubrimiento gradual, como una serie de expe riencias posibles. Bs el procedifnieito de as nove- las de aprendizaje pampeano, The Piirple Tad (1885) de Hudson, y Don Segundo Sombra (1926) dle Goiraldes, cuyos protagonistas van identifi- indose con el campo. No es el procedimiento de Herndndez, que presupone delibetadamente la pampa, ylos habitos diarios de la pampa, si tallarlos nunca -omisién verosimil en un gau- cho, que habla para otros gauchos. Alguien que- rei oponerme estos versos, y los precedidos por ellos Yo he conocido esta tierra en que el paisano vivia su ranchito tenia, yr sus hijo y mujer. Era una delicia el ver cémo pasaba sus dias. “ scan La verdadera ética del criollo esta en el relato: = aque presume que la sangre vertidanoésdema- siado memorable, y que loshombres les ocurre. = ‘matar. (El inglés conoce la locucién kill his man, ccuya directa versién es matar a su hombre, desc. frese matar al hombre que tiene que matar todo hombre.) «Quién no debia una muerte en mi tiempo», le of quejarse con dulzura una tarde a lun seftor de edad. No me olvidaré tampaco de un orillero, que me dijo con gravedad: «Senor Borges, yo habré estado en la carcel muchas ve- es, pero siempre por homicidio.» Arribo, asi, por eliminacién de los percances tradicionales, a una directa consideracién del oema, Desde el verso decidido que lo inaugura, casi todo él esté en primera persona: hecho que juzgo capital. Fierro Cuenta sw historia, a partir dela plena edad vil, tempo en que el hombre 6s, no décittiempo'én que lo esté buscando la vida. Eso algo nos defrauda: no en vano somos lectores de Dickens, inventor de la infancia, y preferimos la morfologta de los caracteres a su. adultez. Querfamos saber cémo se llega a ser ‘Martin Fierro, :Qué intencién la de Hernéndez? Contar la historia de Martin Fierro, y en esa historia, suca- ricterSirven de prueba todosTas pisodios delli- a pocso goes 45 bro. El cualquiera tiempo pasado, normalmente mejor, del canto segundo, 6 Ta verdad del senti- miento del no deladesolada vida delas es- tancias en el tiempo de Rosas. La fornida pelea con el negro, en el canto séptimo, no correspon- de nia la sensacién de pelear ni a las momenté- neas luces y sombras que rinde la memoria de un hecho, sino al paisano Martin Fierro contindola. (En la guitarra, como solia cantarla a media voz Ricardo Giiiraldes, como el chacaneo del acom- paflamiento recalca bien su intencion de triste coraje.) Todo lo corrobora; basteme destacar al- unas estrofas, Empiezo por esta comunicacién total de un destino: Habia un gringuito cautivo que siempre hablaba del barco 1y To ahugarom en un charco or causante de la peste Tenta los ojos celestes conto potrillito zarco. Entre las muchas circunstancias de léstima atrocidad e inutilidad de esa muerte, recuerdo verosimil del barco, rareza de que venga a aho- sgarse a la pampa quien atraves6 indemne el ‘mar-, la eficacia maxima de la estrofa estd en esa 46 Disciin osdatao aici patética del recuerdo tenia or =| ojos celestes como potrilito zarco, tan significativa = de quien supone ya contada una cosa, yaquienle = restituye la memoria una imagen més. ‘Tampoco en vano asumen la primera persona estas ineas: De rodillasa su lao yo lo encomendé a Jests. Falté a mis ojos a tuz, uve un terrible desmayo. Cat como herido del rayo ‘cuando lo vi muerto a Cruz Cuando lo vio muerto a Cruz, Fierro, por un pudor de la pena, da por sentado el fallecimiento del compaiero, finge haberlo mostrado, Esa postulacién de una realidad me parece significativa de todo ef libro, Su tema lo repito- no es la imposible presentacién de todos los he- chos que atravesaron la conciencia deun hombre, nitampoco la desfigurada, minima parte que de ellos puede rescatar el recuerdo, sino la narra- cidn del paisano, el hombre que se muestra al coniar. El proyecto. comporta asiuna doble in- ‘vencidn: la de los episodios yla de los sentimigi tos del heroe, retrospectivos estos ultimos’ i ta poossguchesea a ‘mediatos. Ese yaivén impide la declaracin de al- fetalles: no sabemos, por ejemplo, si la tentacion de azotar ala mujer del negro asesina- do es una brutalidad de borracho o -eso preferi- rfamos- una desesperacién del aturdimiento, y esa perplejidad de los motivos lo hace més real En esta discusién de episodios me interesa menos la imposiciOn de una determinada tesis que este convencimiento central la indole novelfstica del ‘Martin Fierro, hasta en los pormenores. Novela novela de organizacién instintiva o premeditada,” tin Fierro: nica definicin que puede transmitir puntualmente la clase de placer que nos day que condice sin escéindalo con su fecha. sta, quién nolo sabe, esa del siglo novelistico por antonomasia: el de Dostoievski el de Zola, el de Butler, el de Flaubert, el de Dickens. Cito esos nombres evidentes, pero prefiero unir al de nuestro criollo el de otro americano, también de vida en que abundaron el azar y el recuerdo, el intimo, insospechado Mark ‘Twain de Huckle- berry Fin Dije que una novela. Se me recordaré que las” epopeyas antiguas representan una preforma de la novela, De-acuerdto; pero asimilar el libro de Hernéndez a esa categoria primitiva, es agot intitilmente en un juego de fingir coincidencias, og Discs es renunciar a toda posibilidad de un examen. La > legislacién de la épica metros heroicos, inter- vencisn de los dioses, destacada situacién politi cade los héroes- no es aplicable aqut. Las condi- ciones novelisticas, silo son. La pentiltima version de la realidad F rancisco Luis Berndrdez acaba de publicar una apasionada noticia de as especulaciones on- ‘wlogicas del libro The Manhood of Hhamanity (La eclad viril de la humanidad), compuesto por el onde Korzybski: libro que desconozco. Deberé stenerme, por consiguiente, en esta considera- «iGn general de los productos metafisicos de ese patricio, ala Iimpida relacién de Bernérdez. Por sierto, no pretenderé sustituir el buen funciona- mento asertivo de su prosa con la mia dubitativa ¥ conversada, Traslado el resumen inicial «Tres dimensiones tiene la vida, segiin Kor- zybski, Largo, ancho y profundidad. La primera imensién corresponde a la vida vegetal. La se- sgunda dimensiGn pertenece a la vida animal. La 49

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