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Hugo Wenceslao Amable Fue profesor en Castellano y Literatura, narrador, director de (catro, periodista, ensayista y lingista, Nacié en Parand, Entre Rios, en 1925, yfallecid en Oberé, Misiones, en el 2000. Misio- nero por adopeién, porque trabajé y residié en esa provincia el Nordeste argentino la mayor parte de su vida, gustaba de- cir que también lo era por opcidn, Entre sus obras se cuentan Destinos (cuentos, 1973), La mariposa de obsidiana (cuentos, 1978), Tierra encendida de espejos (cuentos, 1981) y Paisaje de duc, tierra de ensuena (cuentos, 1985). La mariposa de obsidiana Era un caso que reclamaba la astucia de don Frutos Gémez, Comisario cde Capibara Cu, Pero, gquién les sustraia a os correntinos tan valioso perso- naje? De manera que hubimos de arreglarnosla con los elementos a nuestra disposiciOn, ¥ ahora estamos a punto de resolver este enigma que durante meses conmovié a los pobladores de la zona, ‘Tratemos de ordenar los acontecimientos: El dia 17 de julio me trasladé hasta la chacra de Magarifos, quien ha- bia muerto la noche anterior o esa madrugada (no supieron decirmelo con exactitud), victima de un accidente segtin aseveraban unos, de un atentado segin la versién de otros. Magarifios cra pariente mio: tio segundo, si no me engafian los datos geneal6gicos que de mi numerosa parentela poseo. La ambigiiedad con que la noticia de su deceso fuera difundida: esa imprecisién sobre la hora en qie habfa ocurrido y las circunstancias que la provocaron, me incitaron a emprender viaje a la colonia tan pronto hubo amanecido. Ir, hubiera ido de cualquier manera, a participar del velatorio y del sepelio, pero seguramente no hubiese viajado tan temprano como lo hice, de no ser por la curiosidad que experimentaba, En la chacta me encontré con que el cadaver permanecfa aiin en el lugar donde fuera hallado, y en la misma posicién. Eran érdenes del Inspector que entendia en el caso, un viejo conocido con quien sostuviéramos otrora largas attidas de ajedrez. Se acordaba muy bien de mi; pero de lo que no deseaba acordarse era de haber hecho tablas dos o tres veces y haber perdido todas las demas. Por é1 supe que mi tio segundo habia sido asesinado. No cabia duda, Pese al secteto del sumario, me hizo conocer algunos detalles: lo habian apuialado por la espalda, antes de las once de la noche, pero habia muerto entre la una y las dos de la madrugada. A las tres lo encontré su hija soltera, iinica persona que moraba alli con él. Inmediatamente lam6 al Encargado, y éste corrié a dar cuenta a la policia. A mi me despertaron a las cinco con la noticia. No sé por qué acudieron a mi entre los primeros. Era pariente, es cierto, pero lo frecuentaba poco y nada; en cambio, existian amigos y aun ve cinos que lo visitaban y veian con asiduidad. ;Quién tuvo la idea de que se me avisara enseguida? Nadie lograba explicérmelo, Parece que fue tan grande la confusién del primer momento, que entre la hija, que mantuvo una entereza ‘ulmirable, el Encargado y el Comisario de la jurisdiccién, se distribuyeron | responsabilidad de participar Ia infausta nueva a parientes y allegados. De ‘uno de ellos habra salido la sugerencia de comunicérmela a su tiempo; salvo que algin comedido hubiera resuelto por su cuenta que yo debia conocer el suceso a Ja brevedad. En definitiva, creo que no tiene importancia. M principio se nos presentaba como poco claro el hecho de que la hija no hubiera escuchado ningéin ruido a la hora del crimen, y que se hubiese despertado y levantado a las tres; es decir, una hora o algo més después de haber muerto su padre, quien habfa agonizado durante mas de dos horas, boca abajo en el suelo, sin recibir auxilio. De esa manera, la hija se convertia en el primer sospechoso. Una monstruosidad, por cierto, pero la légica la inculpaba. Por fortuna, en sus declaraciones no hubo contradiccién, y se nos presentaba como natural el que nada hubiese ofdo a la hora del crimen, por que su habitacién era una de las tltimas en el cuerpo del edificio, y porque el padre acostumbraba a cerrar la puerta interior de la sala de recibo, que es al mismo tiempo biblioteca, sala de estar y comedor cuando hay visitas, Esta sala es de material, y se sitéa ala entrada principal del edifico, el resto de cu. yos compartimentos esta hecho de madera, como es habitual en la colonia. EI muerto, mi pobre tfo segundo, solfa permanecer alli hasta altas horas de la noche, cuando la temperatura era célida o templada; es decir, la mayor parte del aio, Se explica asf que en pleno mes de julio estuviese levantado hasta tarde. EI Inspector habia verificado la direccién de la herida con un palito, comprobando que Ja incisién tha de abajo hacia arriba, Jo cual le indujo creer que el matador era un criollo, quizis correntino o paraguayo. Fue lo que me hizo pensar en don Frutos Gémez: el sagaz comisario de Capibara Cué habia utilizado el mismo método en la investigacion del asesinato del tuerto Méndez (si bien habia llegado a una conclusién inverse; es decir que, en aquel caso, el matador era um gringo). Miamigo el Inspector, al igual que don Frutos, se habia valido de un pa lito para conocer la direccién de la herida. ¥ la profundidad. Si, porque ade. mas de comprobar que la puftalada habia sido inferida de abajo hacia arriba, sein hincan los hijos del pais, habfa constatado que era bastante profunda y de un ancho considerable, Después el médico forense dictaminé que el arma era de bordes desparejos y de filo rudimentario, lo que nos sumié en honda perplejidad. {Qué tipo de cuchillo, faca o puial habfa utiizado el matador? Descartada la hija del occiso, las sospechas recayeron sobre gente de trabajo. Los nuevos sospechosos estuvieran demorados unos dias (supongo ‘que mas tiempo del que seftalan las leyes), ¥ como siempre, fueron criollos (argentinos y paraguayos) los que se vieron sometidos al triste ritual de la hu- millacién y los apremios, Se lo dije a mi amigo, el Inspector, pero me replicé que de otro modo era imposible obtener confesiones. Insisti: seguramente no hablaban porque nada tenian que confesar, Con apenas contenido enojo, tormé a decirme que no habia otro método para sacarles la verdad, que eran (odos unos taimados y mentirosos, que de fijo uno de ellos era el matador. No estibamos de acuerdo. En esto, ademds, diferfa de don Frutos, cuya bondad. y comprensién cedfan al rigor sélo cuando estaba convencido de la culpabili- dad del acusado, Opté por callarme, Mi amigo el Inspector es buena persona, y si admitia tan deplorables excesos era por herencia de las ancestrales des- viaciones de su oficio, Me desentendi de la investigacién, pero durante los meses que trans- curtieron hasta el esclarecimiento del enigma, me estuve dindole vueltas y vueltas al asunto. Un dia me encontré ocasionalmente con el Inspector, en una de las con- \inarias celebraciones del pueblo. El caso estaba trancado, asi me dijo, salvo en un aspecto: el matador habia utilizado un arma arrojadiza, —iUn arma arrojadiza? —le inquiri, sorprendido. Si; el oficial sumariante y yo... por el informe del médico forense... urecuerda? La falta de filo, los bordes ésperos... nos hicieron pensar... ade- ‘mids, la penetracién, jse da cuenta? —No, No concibo... Es una presuncién? Si, pero una firme presuncién, Qué clase de arma? —Fslo que no sabemos. Siempre digo que la realidad supera a la imaginacién, por eso no me extratia que esa noche se me haya ocurrido, al volver de la ceremonia, poner- me a leer, en el Suplemento de un diario de Buenos Aires, un trabajo sobre {i poesia en lengua nahuatl y los importantisimos estudios del Padre Angel Garibay. En un apartado que el autor del trabajo (debe disculpérseme que no recuierde su nombre porque no era argentino ni conocido, al menos para mi), 33 1 un apartado, digo, que el autor subtitulara La épica néhuail, se tanscribia cste breve y sugestivo poema, en su versién castellana: —jAdénde vais, ad6nde vais? —jA lla guerra, al agua divina donde a los hombre tine nuestra Made la mariposa de obsidiana en el campo de datallal Me impresioné la metifora con que se alu a la fecha que los aztecas y pueblos vecinos constrafan con punta de obsidiana, una piedra volcinica parecida al vidrio, de color negro 0 verde, Una flechal ~grité, tan fuerte que seguro me oyeron de la calle Aunque me habia prometido no volver a mezclarme en la investigs no resist al deseo de correr a decirselo a mi amigo, el Inspector. Al principio se mostré asombrado, y hasta incrédulo; pero después de pensarlo un poco, admitid: —Si, encaja bien. Eso es... Una flecha, pero... gcdmo?, squién?, por que ‘Una venganza ~aventuré, Y de nuevo estuve acertado, segtin se probo mas adelante, Bl Inspector dudé en ese momento, pero me concedié que era tuna posibilidad entre otras, A.los dos dias vino a burlarse de mi flecha: —FI arquero se habrd puesto en cuciillas o arrodillado para disparar la flecha. Salvo que fuera un enano de no més de 70 cm, de alto, si consideramos «ue para arrojarla ha ubicado el arco @ la altura de su cara, —Bra de estatura normal y estaba sentado —Ie repliqué con firmeza. ‘Me mid pensativo, luego cambi6 de tema, y alos tres minutos se mar: cho, ‘Alda siguiente fui a verlo a su despacho, y le pregunté jAveriguaron si alguno de los amigos de la victima es historiador, et- nologo o aficionado a las culturas indigenas? nos trabado en un contrapunto de deducciones. El llevaba las fue: a menos de una semana ya tenis a le persona y conocta el Nos hal leg motivo, ya —;Detenidio? —le pregunté, —Todavia no. Debo estar seguro, bien seguro! Se trata de un hombre de buena posicién. Influyente, ademas. —2Venganza? —Si, Eran amigos. Empezaron junto en la colonia, con yerba. Al otro le fue mejor, econémicamente; pero el muerto, su tio... —.. segundo, —...st1 tio segundo gustaba de la buena vida y era muy enamoradizo... —jNo me diga més! Ya me lo imagino, ;Sabe como dicen los franceses? —No sé los franceses, pero los espaitoles dicen: “En toda humana que- rella, averigua quién es ella’, ~Y el amigo, ;nunca se enter6? —Al menos, simul6 no haberse enterado. —Entiendo: se tragé la rabia, y maquiné tranguilamente, durante aitos, Ja venganza, Demasiados afos! Pero la gente del lugar recuerda wn accidente sufrido por su ti... —...segundo, u tio segundo, hace aproximadamente diez afios. Iban juntos los «los amigos, sin acompasiante. —Y usted sospecha. —Esloy plenamente convencido, De alli que oplara por a meditada pre~ paracién de un golpe infalible. Quiza lo fue demorando a la espera de una buena oportunidad. —O quizas dudara... Usted sabe... Después de tanto tiempo... —Todo puede ser, Pero al fin se decidis y., —iTiene idea de cémo fue disparada la flechat , Con un aparejo mas © menos ingenioso. ¥ tiene usted idea de dénde encontraremos la flecha? —No la encontrarén. — Como? ;Por qué? —El asta habré sido, a estas horas, destruida por el fuego. Las plumas, al viento, Encontrarén solamente la punta, no la ha destruido también, o enterrado, 55 todo esto, y aungue no me lo ha referido, pienso que nuestro hom- re es tna persona medianamente culta. ‘Al decir nuestro hombre tornaba yo a asumir mi participacién inicial en el caso, Mais que medianamente —dijo el Inspector. _;Fstudios, investigaciones? jArte, ciencia, letras, idiomas? —le pre jun Mucha lectura —me respondié —.Principalmente, sobre el tema de su preferencia: la civilizacién mexicana anterior al Descubrimiento, Ahi esta Ia punta de la flecha! exclamé alborozado. —Habra viajado a Mé , habrd traido recuerdos. ‘Tendré en su casa coleccidn de objetos de origen mexicano. Piedras, quizs... —;Adénde? —inquirié, mirandome de hito en hito. —Piedras, s, piedras de diferentes formas y tamafos. ~Y entre ellas, la mariposa de obsidiana. ‘Mi amigo el Inspector es inteligente (aunque nunca haya podido ganar- ie uma partida de ajedrez), yen el desempeno de sus funciones fue siempre muy sagaz; de manera que no necesité més elementos de juicio para obtener tuna acertada conclusién del caso, Se quedé, sin embargo, a charlar un buen rato conmigo; tanto para explicarme aspectos de la investigacién por mi des- conocidos, canto porque yo le hablase de esa flecha que los néhuatl mencio- naran con tan pottica imagen, —Por un momento desesperé de hallar esa punta de piedra, elewerpo del dulito, pero cuando hicimos referencia a la coleccién del... asesino, me con- venci de que alli tiene que estar —dijo el Inspector atribuyéndome también érilos en ese punto, que habfa sido resultado de mi exclusiva deduecién —Fxactamente —agregué, pasando por alto el detalle—, No iba a ser tan sonso de retirar esa pieza de una coleccién que muchos han visto. —En efecto; a mas de uno lamarfa la atencién la falta de un objeto que 1c aos ha estado en tn mismo Iugar. As que, después del crimen, de: arliculé la flecha, quemé el asta, aventé las phamas y colocé en su lugar la punta de piedra (ya lavada, naturalmente). No hizo falta que me dijera el nombre del inculpado: poca gente existe en la colonia con ese nivel de conocimientos, y de esos pocos, uno solo vivia 56 en las proximidades del difunto. —Ya ve que no se trata de un pobre criollo —aventuré al término de nuestra charla, —No —dijo secamente, Sonrié con displicencia, me dio la mano, y se fue Atrellanado en un sill6n, cavilé durante un rato, Luego tomé la hoja del Suplemento y volvi a leer, esta vez en vor alta —iAdénde vais, adénde vais? iA la guerra, al agua divina donde a los hombre tite nuestra Madre la mariposa de obsidiana en el campo «le batalla! En La mariposa de obsidiania, Buenos Aires: Ediciones Castafieda, 1978, El gato en la ventana —iVos abriste la ventana? —No, spor qué? —Por nada, Me habia parecido que... La pregunta se repitié el dia siguiente, y en el otro. ~jPero, che...! Estan locos: todos los dias la misma pregunta. ;Qué anda pasando aqui? Pasaba que el gato, como todos los gatos, se echaba a tomar sol en los «ins soleados de invierno. Pero lo hacia de un modo original: detrés de los Vidrios de la ventana, De esa manera, recibia a un mismo tiempo la célida ariela de los rayos solares y el calorcito que despedian los cristales entibiados por el so Nalural el hecho y sensata la interpretaciéns pero... Lo primera vez crei no estar seguro de mis percepciones. Supuse que el {inlo no habfa estado detrés sino delante de los cristales. La segunda ver me {ie bien: el gato estaba detrés de la ventana, Entonces, al verlo caminar a mi \lb, Lan pronto pasara yo por el lugar, me aferré ala invulnerable légica:al- Jiulon habia abierto ta ventana en ese preciso instante, Pregunté. La respuesta {Mie noyativa. Al escuchar al dia siguiente la misma pregunta en boca de Tulio, somencé a turbarme. Al tercer dfa (otra jornada de sol reconfortante), mien- Jia) lorminaba de acicalarme para salir, escuché que Martucio preguniaba /eactamente lo mismo, La reaccién era inevitable: {oro, chet... Estén locos: todos los dfas la misma pregunta. ;Quéanda joan aqui? Pospués Hovi6é durante una semana y nos olvidamos del asunto, Hasta {)0) Se compuso y amanecid el cielo Iimpido. Bra sAbado, y como no hey s- Vaile sin sol Un poco més tarde que de costumbre salimos Tullo, Martucio y yo al Jails exterior Los tres Hevébamos Ja misma oculta intencién de comprobar 41 ¥en efecto, all estaba el gato, tras los cristales de la ventana, tomando “Wi Wubitual bato de sol. Nos aproximamos los tres y tocamos el vidrio, para “eietonarnos Hl gato alz6 displicentemente su testa enigmética y abrié sus ‘po jiefins fauces felinas emitiendo un miau que adivinamos sin oft Nos reimos los tres de la ocurrencia, De haber supnesto que era posi- ble... Uno de los tres dijo algo de eso. Y enseguida nos echamos a andar en diseccién a la calle. Apenas habfamos avanzado un corto trecho cuando escuchamos en ‘nucstras espaldas un miau inconfundible, y antes de que alcanzaramos a dar- ‘nos vuelta, ya estaha el gato a la par de nuestros pasos, En Paisaje de luz, tierra dle ensuefio, Santa Pe: Colmegna, 1985. las hstara oe mara oe one de ta Ants om aaa (0 wlawamente mts oy teem as esthnes de Rael Lape Mgr en wien conn ongtalnaetvn)son scents eons Yeporess cpa desert owner lcs aoe ena hay an ln oop ess aise gue el xno or suger cca rset sn abn leo uy tg cba ‘ademas poo aged sunken ia cet on pone vena aan een prs cracaisas vd lola toe aloo es Has enon cse oes on pes panes Irena se oct sf caenis de Ho Wenceao Armble a ospecas de atid sis cofirman, came se ipo quc ished er abishnbse alien en cone, naga ust yes labia tool el dea equcun Sel peteonsie ean een gue gus sara clvies deletions sqcesta se avr, han de quel ecor pefersoponincunsnicpamsmaapites a devntnenreaes {i atraesa vids, cocoa con ipo de desis ol astr emp il eto bea nnn “go en i veto cere a trav my gees ince, pro de are connote a rentuna qi indave a petat me dssaatees gu gp Race lo coh cdo. 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El psicoanélisis En el amplio rancho donde funcionaba la comisaria de Capihara-Cué, se encontraban, en la mafana de un célido verano, los més distinguidos re- presentantes de la autoridad policial lugarefia, vale decir, don Frutos Gémez, el comisario, Luis Arzésola, el oficial sumariante, yel cabo Letva, amén de un, ‘agente que cebaba mate para los tres primeros, La conversacién, aburrida por falta de temas, se arrastraba de silencio en silencio, cuando Arzdsols, de pronto, interrogé: 3Conoce usted el psicoandlisis, don Frutos? No, m’hijo... Ese citco nunca vino por acé. El cabo Leiva interrumpié diciendo: —Circo lindo nicé era el Olivood, Joliga que le decian algunos que se Unban de lefdos. ‘Traiban una mocita alambrera con unos pantaloncitos muy ojustados que sabia hacer unas pruebas de equilibrio muy dificiles. Pero, no! No hablaba de eso, yo dije psicoandlisis. Ya te dije nicé que el “circo Anilisis” no vino por acd, al menos desde «we soy comesario, sGringos los duefios, pa? 3Qué duetios? Los del circo... los Andlisis esos, pues, —jOh, seftor! Parece que lo hicieran a propésito. Yo dije psicoanilisis, dle “psico’, que quiere decir alma y “andlisis’, investigacién o sea la investiga~ elon del alma. 4Y por qué pa no hablis en cristiano, nvhijo? Yo a esos idiomas ex- Aranjeros no los entiendo. Yo si. —dijo el cabo vanidosamente—. ;¥ hay que nos con el “Mister” la estancia! {Pero si apenas sabés la castilla, qué vas a hablar en gringo! —se rié el comisario. Y¥ de no, don Frutos, Fasilidé que tiene uno, Pero eso es imposible —exclamé el oficial—. ;C6mo va hablar un idioma sin conoceslo? ‘Yo no sé, pero cuando él me ve, me dice tuyuyti jit (Cigiiefta negra) y yo le contesto juera gitey pir (Fuera buey flaco). Dispués me dice uruguay y mo habla. 6 yo le rispondo paraguay. iJa, jal —se lanzé a reir Arzasola—. ;Qué fantistico! ;Sabe lo que pasa, comisario? ‘on ¥ si vos sabés, esplicate, pue.. —Muy bien. El inglés le dice how do you do, que quiere decir gedmo le vu? y cree que Leiva le contesta very well, thank you, o sea muy bien, gracias Entonces se despide diciéndole good dye que significa adids y se va convenci- «do que el cabo le ha contestado lo mismo. Lo que pasa es que en inglés esas palabras se promancian muy parecidas a lo que él entiende. —iVea si serdn atravesaos los gringos pa la conversal—dijo el aludido—. Sialguna ve me nuembran comesario del mundo yo le voy a obligar a todos a que haulen bien, asi como haulamos nosotro u séase en castilla o en guaranf, Jo idiomaél ctestiano y no ese entreviero’ palabras. —Bion —continué el oficial—, volviendo al psicoandlisis. Es una ciencia ‘muy ttil para la policfa, —iNo me diga! —expresé don Frutos interesado—. Sf, comisario. Mé diante preguntas bien calculadas se con sigue que el delincuente sea delatado en suts respuestas por el subconsciente. —iQué léstima que aqui no haya subconciente! Supo haber un subcomi- sario y una vez vino un subteniente pa las elecciones, pero subconciente no conoc... 2¥ qué grado est ;Encimaée sargento, pa? —Fl subconsciente... —prosigui6 el oficial sumariante con inagotable paciencia— es aquella parte de... —Parate, m’hijo... —interrumpié don Frutos—, que aqui viene dofia ‘Moncha muy apurada... Vamos a ver qué le pasa. 1a noticia que trajo la huena mujer fue que, cerca del holiche, detrés de un corral, habfan encontrado malamente herido a don Casiano, el resero, por lo que lo habian evado, sin pérdida de tiempo, a casa de dota Belén, la curandera. Ripidamente fueron hacia el rancho de la médica y allt hallaron al hom- bre, con Ia cabeza y el hombro derecho vendados, en estado de semiincons- ciencia, —1Qué tal, pa, dofia Belén? ;Hay peligro que se corte? -No, don Frutos... Ya dentré a bajarle la fiebre, pero ya a tener pa rato, =2No dijo nada? —Nada, se quejaba noms... El comisario lo observé detenidamente y volvid a preguntar: —sAlgiin hachazo 0 qué? —Pa mi... respondid la vieja—, un garrotazo que le agarrét refi la cabeza y le rompié lislila... — Ah! ndemids tenia los bolsillose la blusa daos giielta y sin un peso... —Pa robarlo entonces jue... —Si, pero no le encontraron una bolsita lende plata que tenia colgada al pecho... Aqui est... —Giteno —dijo don Frutos—. Voya llevarla ala comesarfa pa que allfla reclame cuando sane. De mientras cuidelo, dovia. —Pierda cuidado, don Fratos, como si juerae la familia lo voy a tener.. Los policias se despidlieron y fueron al lugar donde se habia encontrado al herido, Numerosos arboles rodeaban el corral de palo a pique. Muy cerca de él pasaba un tortuoso sendero que, no lejos de alli, empalmaba con el ca- ino real —Don C; iano haber dejao el boliche medio en tranca y agarrao por aqui, como de costumbre, porque es mas cerca —expuso el coms —El malhechor, sin duda —intervino el ofi condido detrés de esos trances.. —Asi parece —confirmé el supe I, lo habré esperado es or. Observaron el lugar donde el hombre habia caido. El fino polvo esta- ba aplastado y conservaba malamente la forma del cuerpo, Unas manchas oscurras eran los rastros que quedaban de la sangre vertida, A su alrededor habia confusas pisadas de hombres y animales. Revisaron concienzudumente cl lugar y hallaron entre la hierba algunas monedas y una gruesa rama con xojizas sefiales. —Con esto le pegaron —exclamé el oficial—, $i pudiéramos sacarle las imipresiones digitales. —No hace falta. Dejame estudear el asunto, Pa mi el creminal lo esperd escondido atras'e ese paraiso y cuando el viejo Casiano pasé le abajé el garro- \uzo, Felizmente, de apurao o por la escurida, le erré el viandazo y por eso le agarré el costadoe la cabeza y le rompié el huesito ése del hombro. —La clavicula, sefior.. —Sera, pa nosotio es Fslilla, Dispués le revis6 y le sacé la plata que en- contré en la blusa, —Si le acierta bien lo dijuntea —afirmsé el cabo Leiva. —Menos mal, asi sdlo tendremos que meterlo preso por robo y heridas ‘yno por muerte, qu’es cosa mas seria, —Pero antes hay que saber quién es, senor, Claro, pues!... Pero ya lo agarraremos, Ande ha de ir el giey que no El comisario fue y habl6 con don Pedro el bolichero, luego consult con Jos parroquianos que habfan estado esa noche en el negocio. De un rancho se trasladé a otro, convers6, tomé mate, siguié conversando y tomando mates y cuando hubo efectuado todas sus averiguaciones queds con dos sospechosos alojados en la comisaria, Eran dos peones que habian conducido una tropa de hacienda para el carnicero y luego habian permanecido en el pueblo a la espera de otra chan ga Los dos habjan estado en el negoci y salido con intervalos de minutas, un rato antes que don Casiano, y sus plicaciones no eran muy satisfactorias. Uno decia que como habia perdido todo lo que Hevaba encima habia ido hasta donde se alojaba a buscar mas dinero y que, al volver, encontr6 el negocio cerrado por lo cual volvié a dormir, jugando al monte ka noche anterior ox El otro dijo que después que perdid los veinte pesos que se habia pro puesto arriesgar esa noche y para no caer en la tentacién salié a caminar y se cestuvo un rato largo sentado sobre una piedra a orillas del rio, Ninguno, sin embargo, pudo citar (estigos o presentar pruebas en favor de su aserto. —Pa mi —decia el comisario— es uno de estos dos... Totra gente {questuvo esa noche son gente viejael pueblo y no son capaceste una jechuria mesejante con don Casiano. ;¥ a vos qué te parece, ofical?... —Yo comparto st opinién, sefio —Giieno, pero scémo hacemos pa saber quign es? 66 —Si usté me deja, don Frutos —dijo el cabo Leiva— yo los hago hablar con una gtiena estaqueads... —iNo sea barbaro, cabo! todos humanos. Déjemelos a mi. —Glieno —accedié don Frutos—, te los dejo hasta mafiana, Luinico te pido es que los tengés sin comer y sin darles agua, ;Total! Un dia de ayuno no hace mal a ninguno... salt6 Arzasola—. Hay que proceder con mi Un poco a regafiadientes el oficial consintié a esta ultima peticién y pro. cedié a interrogarlos, ‘Toda la noche estuvo valiéndose de las preguntas més sutiles sin ninggin resultado, Finalmente grité y amenazé, con gran contento del cabo Leiva y del agente de turno, pero tampoco obtuvo fruto alguno, Cuando, cansado, renunci6 a su tarea para ir a dormir, no habfa sacado nada en limpio. El tam- bign tenia el convencimiento de que uno de los dos era el culpable, pero no acertaba a determinar cual de ellos era. Desesperado, acudi a sus libros y, a Ja manana siguiente, después de saludar a don Frutos, dijo: —Vea comisario, Ayer no consegut nada, pero hoy espero tener éxito porque voy a aplicar el psicoanlisis. —Metele noms, muchacho... L'inico que te repito es que los tengés sin comer y sin agua lo mesmo que si jueran a comulgar. Eso ayuda. El oficial hizo traer a uno de los detenidos y le dijo: —Le voy a decir una serie de palabras y usted me va a contestar lo pri- mero que le venga ala cabeza. gH ntendié? —No.. Una y otra vez repitié Arzsola su explicacién y al fin logré hacerse en- tender, Empez6: —Blanco, —Blanco. —Rancho. —Rancho. —iOh! digame otra cosa, lo primero que se le ocurra. Y no se me ocurre nada, pues, sino lo que usté me dice... Después de Inchar media mafiana decidié probar con el otro de modo diferente Vea —le dijo—, aqui tiene una serie de palabras. Léalas y abajo de cada una escriba lo que le venga en gana, ;sabe? —Si, oficial, pero el caso es que no sé escrebit. Viéndolo sudoroso y fatigado don Fratos le invite: —Mird, mandalo adentzo otra vez y descansé un poco Gracias, don Frutos... Cuando hubo cumplido el mandato y vino a sentarse junto al viejo, éste Je pregunt6, después de aleanzarle un mate: Y cémo pa trabaja el sircoanslisi ése que dects vos? En lo sustancial no os sino el estudio de las palabras 0 de los actos que dicen o realizan las personas en forma inconsciente, para relacionarlas con un hecho determinado. Cha que sos dificil, mfhijo! 5¥ qué pa einconsciente? —Lo que se hace sin pensar, en forma habitual y automdtica... casi por costumbre, como usted, por ejemplo, cuando esta preocupado, se tira de la barba iA! —Con es0s actos el individuo, sin querer, se traiciona y suelta cosas ocultas. Don Frutos pensé un rato y dijo: —;Sabés que tenés razén, mhijot Mira, no te preocupés ma y dejame a if que yo le voy a aplicar cl sircoanslisi, A mf también me gusta el progreso, Arzisola suspir6 resignado y mansamente acept6. —Como usted quiera, don Frutos. La siesta fue calurosa en extremo y los dos detenidos se desesperaban pidiendo agua al inmutable cabo o alos inconmovibles agentes. Cuando des pus de su larga siesta aparecié don Frutos en el local, ya lo estaba esperando Leiva. —Mird —adijo el viejo al cabo—. Anda a traerme unas naranjas, un plato yun cuchillo. Cuando tuvo las cosas pedidas en su poder, el comisario acomods sobre Ja mesa una naranja en un plato y a su lado colocé el cuchillo. Jacé pasar al mas flaco —ordend después. 6 El detenido vino y se quedé esperando, pensando en la clase de suplicio aa que seria sometido, —Sentate alli —invité don Frutos— y tomate esa naranja, Dispués va- smos a hablar. Brillaron los ojos del sediento al ofrlo y después de sentarse empez6 a la dorada esfera con todo cuidado, luego la succion6 golosamente hasta {a ultima gota, colocando las semillas en el plato. —Ponete en el rinc6n y esperd le dijo don Frutos enseguida. Mandé al cabo que limpiase el plato y colocara sobre él una naranja y el cachillo como antes Cuando el otro sospechoso oy6 la invitacién, se arrojé sobre la fruta, le arrancé un pedazo de céscara de un mordisco y empez6 a chuparla a los cosirujones. —Rste es... —sentencié don Frutos—. Metelo otra vez en el calabozo, Después, dirigiéndose al del rincén, se disculpé: Perdoné, mthijo, lencerrona, pero tenia quencontrar al culpable y vos tio Lonfas a naides que te hubiera visto junto al rio, como dijiste. Andate no- is, Arzisola, que no salia de su asombro, interrogé aténito:, Pero, don Frutos, ;cémo puede resolverlo con tanta seguridad? JY si ‘ova? iQué me voy a enquivocar, m{hijo! El sircoandlisi no engafa... No entiendo, comisario, Sos lerdo, muchacho, 3No les viste tomar naranjas a esos dos? i Y jieno, el primero, a pesar de haber pasado desde ayer ala tarde sin probar agua, no se impacienté, pel la fruta con calma y puso las semillas en # plato; cl otto, en cambio, anduvo a los empujones, se atropell6 todo y tirs Ji ciiearas y semillas donde eayeran {Y eso que tiene que ver con don Casiano? Que el que lo golped fue un atropellado que de puro nervioso le erré sl parvolazo a a cabeza y le pegé solamente de refilon; dispués, de apurao, enn slo vevisé por arribita y se jué... Perdé cuidado que si el culpable 6 hubiera sido el primero no le fallaba ni un negro’ uiia y Inego le hubiera satcao hasta las medias pa ver si no tenia escondido algo, Estos tipos sin yel, ranquilos como agua’ tanque, son una cosa seria cuando les da por hacerse los malandras, —Tiene razén, don Frutos. Giieno, y ahora vamos al boliche a tomar una catia, ron y a la media cuadra oyeron un alarido de angustia que eriz6 los pelos del oficial —2Y eso? :0y6, don Frutos? —Si, pero no te apurés, muchacho. Es el cabo Leiva que le esté aplicando cl siecoandlisi a su modo al malevo ése pa hacerle firmar la confesién y averi- guar ande ha escondido la plata que le sacé al viejo. En Los casos de don Frutos Gémez, Buenos Aires: CEAL, 1967, Darwy Berti Es periodista y eseritor correntino, Colabora_permanente- meate con distintos medios de comunicacién, como mora- randu.con: diario online y diario El Libertador de Corrientes. Ha publicado cuentos en diarios y periédicos de la regi6n, pero Berti no conserva copias de sus narraciones. Agua hervida la Pieza que integra esta Antologia, ha sido rescatada como la mis conocida de su produccién. Agua hervida ila era pobre como una arafia. Sélo le quedaba ese hijo de un amor tam- bién miserable, Abandonada, Su rostro continuaba en el espejo las resque- byrajacuras de los golpes de la vida, Alli, ala orilla del rio, en su rancho, solia jnguetear largamente con su niio hasta que aparecian las primeras estrellas. Pero hoy el nifto no jugaba, Estaba enfermo. “Habra sido el pescado frito’, se ijo la madre, De lejos venian sobre el agua voces confusas, acaso pescadores que desde sus canoas lanzaban redes, acaso fantasmas, Salié a la noche a jun- {ar yuyos para el empacho. “Con un poquito de payco y yerba del lucero se le pasard’, pronosticé mientras sus manos buscaban entre las sombras aquellas hojas salvadoras. Un fuerte olor a yerba hervida llen6 el rancho. Dio de beber al nifio en pequesios sorbos y puso todas sus esperanzas en aquel liquide oloroso con color de miel, Pezo de nada sirvi6, a noche se hizo dura con los quejidos del nifio, con el aullido de los perros y los alaridos lejanos que venfan del medio del rio, Y, ni bien amaneci6, se fue al Centro Asistencial que estaba del otro Jado de la avenida, a unas diez cuadras de su rancho, Fue la primera en lleger. Pocos minutos después aparecié la enfermera, que abrié la puerta. Le dijo «que se sentara. Le pregunt6 por el chico, “Debe ser tm empacho més’, asinti6 casi doctoralmente. Habia aparecido més gente. El dolor se hizo més gran- de en la sala, Lloriqueos, miradas lastimosas, ojos vidriosos de ficbre. “Los amaneceres del pobre’ pensé el doctor al entrar y ver ese pequeiio escenario de la enfermedad. Hacia apenas unos meses que se habia recibido, Su juven- tu le permitia ser sentimental. Sus colegas mas veteranos no le perdonaban « inocencia, Atendié al hijo de la mujer del rio, “Hgale unos enemas con agua hervida’, le dijo, pensando que esa mujer no tendria ni para comprar un Uyasal, “Un flor de empacho, nada més’, agregé, para calmarla, “Los pobres lambién son sentimentales’, se confesé para sus adentros al mirar tan de cer~ ca aguel rostro de la madre. Ya estaba por ser la una en el reloj de la pared, El doctor fumaba un cigarrillo esperando que la flecha alcanzara la rayita negra para irse. La enfer- ‘mera ordenaba las jeringas, los estuches, todas las piezas de ese juego contra | muerte, cando de pronto entz6, el rostro convulsionado, con el nifio en n los brazos, la mujer del rio, FI nifio parecia como achicharrado por deitre con los bracitos y las piernas encorvados y el rostro desencajado cn un dolor inaudito, como cristalizado: iDoctor, doctor, se muere mi hijo! —grité la mujer, desesperada. doctor tomé al nifto en sus brazos y comprendié en el acto toda la terrible ragedia, mas cruel cuanto irdnica. —Qué le ha hecho usted a la criatura —empe76 a decir con rabia decre ciente, amedida que comprendfa la gravedad de su oficio, el malentendido de vivit, y que frente a la muerte no hay causas pequefias. Ella respondié entre Lagrimas que s6lo habia hecho lo que él le habia ordenado: —Le puse enemas de agua hervida —agrege, —No—corrigié el doctor con tristeza que habia que escuchar, no leer—, no, usted no le hizo enemas con agua hervida, sino con agua hirviendo!™, Afwera el sol estaba en el cenit y parecia que la vida entera, el mundo entero, se habjan detenidbo, En Narradores actuales del Nordeste, compilaci6n de Osvaldo Pérez Chavez, Buenos Aires: Editorial Tierra Nuestea, 1971 pat it ee us Day ey ere. ak pean abit tr ma ie pra es an sad veer que @ et ate aa ibara pesado que up arn pode pate snags dent a ms Peatna Cale apecradel cay gst aes tis tr al hang nd erin aw hse a aS donuts cu lec ace sob gto Fagen lg ue uy jue vat sont ‘moo en et tet, ee ab agi abi lee ola de sed sel ora pu Umber os (ee [ives por nts eatin, Bane Edt une, 1396: 16-19, 97), Fo qe le mpeg sua at faust que al lector ne le nportaa alguns ast flidas que presenta ta history como que el earma de ages here itkdo sal iuido uizalo nox le aici ulgapy medion ou La aciém dl enema peu te ‘i tera ermpertra cage eats ea ei aor Persson eso iuperan &pat Geil sal decor ero candor ards pate lan dnp cn pts er gaa dere gu ptr ieee ei tn mira ccs rs José Gabriel Ceballos Nacid en 1953 y vive en Alvear, Corrientes, peguetio pueblo ubicado en la frontera con el Brasil. Es abogado, pero se ha de- dicado a escribir y editar poesias, cuentos y novelas, Alguios de sus libros son: BI color det humo (poesia, 1978), Otras rein- cidentcias (poesla, 1978), El Oidor {cuentos, 1985), Allé siempre baila la muerte (cuentos, 1989), Las condesas también suefian (cuentos, 1991), Interior de los Pajaros (cuentos, 1993), Angel de la guard (cuentos, 1996), El Patrdn del Chamamé (cuentos, 1998), Ivo El Emperador (novela, 2002), Vispera negra (novela, 2003, Premio Alcali de Henares), Entre Eros y Ténatos (cuen- tos, 2008, Premio Tiflos), En la resaca (novela, 2010, Premio Alfonso VID. El oidor Un martes de agosto a media tarde, sentado en la soledad de sw tien da, Pedro Marin escuché la mtisica por primera vez. Nada de cuanto Ilevaba cumplido de aquella jornada fria, de un sol deslefdo en las nubes invernales, tediosa para quien no estuviera como él compenetrado con el letargo del pue: bilo, lo presagiaba. Habfa vendido un par de camisas y un sombrero durante la mafiana, Habia almorzado liviano, como aconsejaban sus sesenta y cuatro aios, con su esposa y st hija, Habia dormido la siesta acostumbrada sin pe sadillas, Justo a las tres, en el espejo del bafio, habia contemplado su cara algo sanguinea por el agua y las refregaduras de la toalla, saludable a pesar de las arrugas adornada por un prolijo bigote del mismo ceniciento de los cabellos cn retirada. Luego habia estado remarcando los precios de algunas cajas, Sin embargo ocurti6. Lo encontraron desvanecido, la frente sobre el mostrador, los brazos colgando, No dijo una sola palabra de lo que realmente sinti6. HI médico, que atribuyé el desmayo a un brusco cambio de presién, le receté unas pastillas, Sucedié de nuevo un domingo en Ja misa de diez. Ocupaba el lugar ha. bitual entre sus dos mujeres. Llevaba puesto el traje gris, gastado pero impe- cable, cepillado y planchado por la hija con el esmero de su desesperanzada, solterfa, Casi insensiblemente, el moroso concierto del érgano fue transfor- méndose en aquel otro concierto sublime. Antes de ser poseido alcanzé a tomarse del respaldo del banco de enfrente. El oficio se suspendié hasta que consiguieron sacarlo, todavia presa de convulsivos sollozos. Se pas6 esta segunda convalecencia buscando en yano una explicacién, Su lucidez superé todas las pruebas que se impuso. Sus nervios resultaban insospechables; adems, ninguna secuela permitia suponer una verdadera enfermedad, siquiera un minimo dolor de cabeza. No habia probado una gota de alcohol, nunca habfa tenido un vicio. Pensé en ciertos fenémenos mentales de los que a veces lefa en los diatios, pero enseguida abandoné ka hipétesis, mAs por temor que por considerarla sinceramente descabellad 1a tercera fue en suefios. Caminaba a ciegas a través de una espesa ni bla, Repentinamente comenzé a oir aquello, Al principio, como un suave hi ‘mento que parecia subir del fondo de una tristeza abismal. A medida que cre cia la melodia, unos borrosos fuegos lejanos poblaban la bruma, La mtisin condensaba, disipando su pesadumbre de un sostenido impulso, mientras las hogueras se aproximaban, Hasta que distinguié los érboles. Gigantescos dirboles de retorcidas ramas desnudas que de pronto se encendian y quedaban ardiendo lentamente. Y la fantéstica sinfonia irrumpid en su plenitud. Y vio a su alrededor, en el difuso resplandor, ruinosas tumbas de marmol negro y sobre ellas enormes estatuas de angeles y de demonios, como animadas por los reflejos movedizos. ¥ eché a correr. ¥ ahora era tin caudal inmenso, rotundo, impetwoso, que resonaba en aguel laberinto en Hamas. Y él coma y cottia entre los sepuleros, cezcado por el incendio, aterradoramente peque- ‘io en Ie grandeza celestial de Ja matisica. Aquella madrugada, muchos en el barrio despertaron al son del antigno y olvidado piano de la sefiorita Matin. Una castica funcién de un Pedro Marin en piyama, de rostro desencajado y ‘ojos atonitos Desde entonces, aquel yetusto instrumento se convirtié en una wsina de torpes, desarticulados sonidos que se repetian a cualquier hora y que termi- naron por impacientar al vecindario. La prudencia de la sefiora Marin dispuso que fuese desocupada la pieza del fondo, depésito de trastos que daba a un baldio por dos de sus lados y al gallinero, y ali hizo instalar el piano y fue confinado el oidor, En su isla doj6 pasar los dias enteros, sin que nadie supiese de su retiro mas que los penosos sonidos ahora distantes. A menudo la hija cruzaba el patio, de vuelta, con la bandeja de los alimentos intacta, Dofia Alma, la esposa, solia regresar Horan- do, Al cabo de una semana, los mirones que espiaban por sobre el muro ya no pudieron sorprender a Pedro Marin pasedndose caviloso, cada vez. mas delgado. La tienda ceré para siempre. El anciano de melena blanca lleg6 un radiante mediodia en al tren de pasajeros, Aparecié en el tinico taxi del pueblo. Traia una valija destenida y el esto grave y cansado, Golped con energia, apenas respondis al saludo de la duefia de casa y entré con lamativa resolucién. —Un cura locos — aa faba después de tanto tiempo. Ese dia habia legado: era éste Na que eran hebras de cabello las que en dei ” By oust br dak que en avance de la rubia y lacia melena se Yomds refa y la miraba, Dijo: —Es agua del cielo para tu familia. Es la neblina que entra en la gruta, Nespucs gotea sobre los céntaros, Todos los dias nuestro dios Jakairé nos re- fila la neblina, un ratito antes de amanecer, gota a gota, sobre los cant liambién gota a gota sobre tus labios, ahora. ; one Dio media vuelta y se fue, Ya nada faltabi i ee faliaba. Bl dia era éste. El agua del ciclo y el cabello prometido ‘ pos cerré la puerta y Io siguié rezando mientras el viento revolvia su bellera, ‘Texto cedido gentilmente por Raiil Eduardo Novau para esta Antologi. 187 158 Horacio Quiroga Cuentista, dramaturgo y poeta uruguayo, se lo conoce por su original modo de narrar historias y fabulas ambientadas en cl nordeste argentino, principalmente I selva misionera, Nacié en Salto, Uruguay, en 1878, y fallecié en Buenos Aires en 1937, Vivi6 en la provincia de Misiones entre 1906 y el afio de su muerte, con algunos intervalos portefios. Su obra es funda- ‘mental para entender la evolucién del cuento latinoamerica- no durante el siglo XX. Sus obras mis conocidas son: Arreci- {Jes de coral (poestas, 1901), BI crimen del otro (cuentos, 1904), ‘Los perseguidos (enentos, 1905), Cuentos de amor de locurn y de muerte (1917), Cuentos de Ia selva (1918), Los sacrificados (teatro, 1920), Anaconda (cuentos, 1921), La galina degollada y “otros cuentos (1925), Los desterrados (cuentos, 1926). Insolacién Hi cachorro Old salid por la puerta y atraves6 el patio con paso recto y _{/etez0s0, Se detuvo en la linde del pasto, estiré al monte, entrecerrando los jos, la nariz vibrdtil, y se senté tranquilo. Vela la monétona lanura del Cha- “60, con sus alternativas de campo y monte, monte ycampo, sin més color que slcrema del pasto y el negro del monte, Este cerraba el harizonte, a doscientos ‘hols, por tres lados de la chacra, Hacia el Oeste el campo se ensanchaba y \endia en abra, pero que la ineludible linea sombria enmarcaba alo lejos, ‘\ esa hora temprana, el confin, ofuscante de luz a mediodia, adquiria ‘eposacla nitidez, No habfa una nube ni un soplo de viento, Bajo la calma del ‘ilo plateado el campo enanaba ténica frescura que traia al alma pensativa, le la certera de otro dia de seca, melancolfas de mejor compensado traba- Milk; el padre del cachorro, cruz6 a la vez el patio y se senté al lado \4yuél, con perezoso quejido de bienestar, Ambos permanecian inméviles, ies atin no habfa moscas. Old, que miraba hacta rato ala vera del monte, observé: La magiana es fresca, Mill siguio la mirada del cachorro y quedé con la vista fifa, parpadean- tlistraido. Después de un rato dij: aquel drbol hay dos halcones, Volvieron la vista indiferente a un buey que pasaba y continuaron mi- \lo por costumbre las cosas, Pntretanto, el Oriente comenzaba a empurpurarse en abanico, y el hori- \c habia perdido ya su matinal precisién, Milk cru26 las patas delanteras y |}cerlo sintié un leve dolor, Mird sus dedos sin moverse, decidiéndose por ‘\olfatearlos. El dia anterior se habia sacado un pique, y en recuerdo de lo habia sufrido lamié extensamente el dedo enfermo, ~No podia caminar —exclamsé en conclusion. Old no comprendié a qué se referfa. Milk agregd: lay muchos piques, Hista vez el cachorro comprendi6. Y repuso por su cuenta, después de 159 largo rat —Hay muchos piques. Uno y otro callaron de nuevo, convencidos. El sol said, yen el primer bato de su luz, las pavas del monte lanzaron sl aire puro el tumultuoso trompeteo de su charanga. Los perros, dorados al sol oblicuo, entornaron los of, dulcificando su molicie en beato pestafieo, Poss) a poco la pareja aument6 con la legada de los otros comparieros: Dick, taciturno preferido; Prince, cuyo labio superior, partido por un coati, dejals ver los dientes, e Isondd, de nombre indfgena, Los cinco foxterriers, tendila y beatos de bienestar, durmicron, ‘Al-cabo de una hora irguieron la cabeza; por el lado opuesto del bizare rancho de dos pisos —el inferior de barro y el alto de madera, con corredores ybaranda de chalet—, habian sentido los pasos de su duefio, que bajaba la vs calera. Mister Jones, la toalla al hombro, se detuvo tun momento en la esquins) del rancho y mairé el sol, alto ya. Tenfa atin la mirada muerta y el labio pew diente tras su solitaria velada de whisky, més prolongada que las habituales, me ‘Mientras se lavaba, los perros se acercaron y le olfatearon las botas neando con pereza el rabo. Como las fieras amaestradas, los perros conaccn el menor indicio de borrachera en su amo, Alejéronse con lentitud a echars« de nuevo al sol, Pero el calor creciente les hizo presto abandonar aquél pot | sombra de los corredores. El dia avanzaba igual a los precedentes de todo ese mes: seco, Iimpide, con catorce horas de sol calcinante que parecia mantener el cielo en fusion, y que en un instante resquebrajaba la tierra mojada en costras blangue “Mister Jones fue ala chacra, miré el trabajo del dia anterior y retorné al ris cho. En toda esa mafiana no hizo nada. Almorzé y subié a dormir la siesta Los peones volvieron a las dos a la carpicién, no obstante la hors dle fuego, pues los yuyos no dejaban el algodonal. ‘Tras ellos fueron los pert, “mnuy amigos del cultivo desde el invierno pasado, cuando aprendieron sly putar a los halcones los gusanos blancos que levantaba el arado, Cada pe se echo bajo un algodonero, acompaftando con su jadeo los golpes sordos le laazada. Entretanto el calor crecfa. En el paisaje silencioso y encegueciente de sl claire vibraba a todos lados, daftando la vista, La tierra removida exhialilyi 160 vaho de horno, que los peones soportaban sobre la cabeza, envuclta hasta las. ‘o10)a8 en el flotante pasiuelo, con el mutismo de sus trabajos de chacra, Los )ett0s cambiaban a cada rato de planta, en procura de ms fresea sombra. Tondlianse a lo largo, pero la fatiga fos obligaba a sentarse sobre las patas tra- ‘s0r0S, para respirar mejor. Reverberaba ahora adelante de ellos un pequeno paramo de greda que 1 siquiera se habia intentado arar. Alli, el cachorro vio de pronto a Mister Jones que lo miraba fijamente, sentado sobre un tronco, Old se puso en pie ‘ineneando el rabo. Los otros levantaronse también, pero e1 ixados, el patrén —dijo el cachorro, sorprendido de la actitud de aquellos, No, no es 6] —replicé Dick. Los cuatro perros estaban apifiados gruviendo sordamente, sin apartar Joy ojos de mister Jones, que continuaba inmévil, mirandolos. El cachorro, jerédulo, fue a avanzar, pero Prince le mostrs los dientes: No es él, es la Muerte, il cachorro se erizé de miedo y retrocedié al grupo. Hs el patron muerto? —pregunté ansiosamente. Los otros, sin res- ponderle, rompieron a ladrar con furia, siempre en actitud temerosa. Pero nia es se desvanecia ya en el aire ondulante, Aloir los ladridos, los peones habian levantado la vista, sin distinguir ‘ult, Giraron Ja cabeza para ver si habia entrado algtin caballo en la chacra, se doblaron de nuevo, }.0s foxterriers volvieron al paso al rancho. El cachorro, erizado atin, se Jantaba y retrocedia con cortos trotes nerviosos, y supo de la experiencia us compaferos que cuando una cosa va a morir, aparece antes 4Y e6mo saben que ése que vimos no era el patron vivo? —pregunts. Porque no era él le respondieron displicentes, {Lego la Muerte, ycon ella cl cambio de duetio, las miserias, las patadas, ht sobre ellos! Pasaron el resto de la tarde al lado de su patrén, sombrios y 110, Almenor ruido grusiian, sin saber hacia dénde. Por fin el sol se huundis tras el negro palmar del arroyo, y en la calma de hoch plateada los perros se estacionaron alrededor del rancho, en cayo illo mister Jones recomenzaba su velada de whisky. A media noche oye- 161 ron sus pasos, lnego la caida de las botas en el piso de tablas, ylaluz se apa. {Los perros, entonces, sintieron mas el préximo cambio de duefio, y solos al pie de Ia casa dormida, comenzaron a lorar; Loraban en coro, voleando sus sollozos convulsivos y secos, como masticados, en tn aullido de desolacién, aque la vor cazadora de Prince sostenia, mientras los otros tomaban el sollo” de nuevo. El cachorro sélo podia ladrar. La noche avanzaba, y los cuatro pe ros de edad, agrupados ala Iuz dela hana, el hocico extendido e hinchado de lamentos —bien alimentados y acariciados por el duefio que iban a perder— continuaban Horando alo alto su doméstica miseria. ‘Ala matiana siguiente mister Jones fue €l mismo a buscat las malas y las ‘uncié ala carpidora, trabajando hasta las nueve, No estaba satisfecho, sin em bargo. Fuera de que la tierra no habia sido nunca bien rastreada, las cuchills no tenian filo, y con el paso répido de las mulas, la carpidora saltaba. Volvie con éstay afilé sus rejas; pero un tornillo en que yal comprar la maquina ha bia notado tuna falla, se rompié al armarla. Mandé un pe6n al obraje préximo, recomendéndole cuidara del caballo, un buen animal, pero asoleado. Alzé ly cabeza al sol fundente de mediodia, e insistié en que no galopara ni un mo mento, Almorz6 en seguitda y subié, Los pertos, que en la mafana no habfan dejado un segundo a su patrén, se quedaron en los corzedores. La siesta posaba, agobiada de luz y silencio, Todo el contorno estab brumoso por las quemazones. Alrededor del rancho la tierra blanquizca del patio, deskambraba por el sola plomo, parecia deformarse en trémulo hervor {que adormecta los ojos parpadeantes de los foxtertiers. No ha aparecido mas —dijo Milk. 1d, al oir aparecido, levants vivamente las orejas. Incitado por Ia eve cacién el eachorro se puso en pie yladr6, buscando a qué. Al rato call6, entre sndose con sus compafieros a su defensiva cacerfa de moscas. No vino més —agregé Isondi. s _-Habja una lagartija bajo el raigén —record6 por primera ver. Prince. ‘Una gallina, el pico abierto y lasalas apartadas del cuerpo, cruz6 el palin incandescente con su pesado trote de calor. Prince la siguié perezosament con la vista y salt6 de golpe. —iViene otra vea! —grit6. Por el norte del patio avanzaba solo el caballo en que habia ido el pein 102 i) pertos se arquearon sobre las patas, ladrando con furia a la Muerte, que se acercaba, BI caballo caminaba con la cabeza baja, aparentemente indeciso sobre ol rumbo que debfa seguir, Al pasar frente al rancho dio unos cuantos Jiaios en direccién al poro, y se desvanecié progresivamente en la cruda luz, Mister Jones bajé; no tenfa suefio, Disponiase a proseguir el montaje de Jy carpidora, cuando vio llegar inesperadamente al pedn a caballo. A pesar {Ue su orden, tenia que haber galopado para volver a esa hora. Apenas libre y oncluida su misién, el pobre caballo, en cuyos ijares era imposible contar los Jalidos, tembl6 agachando Ia cabeza, y cay6 de costado. Mister Jones mandé Ju chacra, todavia de sombrero y rebenque, al pedn para no echarlo si con- {inuaba oyendo sus jestuisticas disculpas. Pero los perros estaban contentos. La Muerte, que buscaba a su patron, ¢ habia conformado con el caballo. Sentianse alegres, libres de preocupa- ‘son, yen consecuencia disponianse a ir ala chacra tras el pe6n, cuando oye- ‘on a mister Jones que le gritaba pidiéndole el tornillo, No habia tornillo: el ilmacén estaba cerrado, el encargado dormia, etc. Mister Jones, sin replicar, sloscolyé su casco y salié él mismo en busca del utensilio, Resistfa el sol como uh peon, y el paseo era maravilloso contra su mal humor, Los perros seligron con el, pero se detuvieron a la sombra del primer ‘slarrobo; hacia demasiado calor. Desde alli, firmes en las patas, el cefio con- (juilo y atento, yeian alejarse a su patron, Al fin el temor ala soledad pudo lis, ¥ con agobiado trote siguieron tras él, Mister Jones abtuvo su tornillo y volvid, Para acortar distancia, desde 1)go, evitando la polvorienta curva del camino, marché en linea recta a su yicra, Legs al riacho ¥ se interné en el pajonal, el diluviano pajonal del lito, que ha crecido, secado y retofiado desde que hay paja en el mundo, nh conocer fuego. Las matas, arqueadas en béveda a la altura del pecho, se irelazan en bloques macizos. La tarea de cruzarlo, seria ya con dia fresco, muy dura a esa hora. Mister Jones lo atraves6, sin embargo, braceando {10 la paja restallante y polvorienta por el barro que dejaban las recientes, liogaslo de fatiga y acres vahos de nitrato, Salié por fin y se detuyo en la linde; pero era imposible permanecer elo bajo ese sol y ese cansancio, Marché de nuevo, Al calor quemante que cin sin cesar desde tres dias atrés, agregabase ahora el sofocamiento del npo descompuesto. Fl cielo estaba blanco y no se sentfa un soplo de view {o, Plaire faltaba, con angustia cardjaca, que no permitia concluir la respira ion, Mister Jones adquiri6 el convencimiento de que habfa traspasado su |i ite de resistencia, Desde hacla rato le golpeaba en los ofdos el latido de la cardtidas, Sentiase en el aire, como si de dentro de la cabeza le empujaran el crinco hacia arriba, Se mareaba mirando el pasto. Apresuré la marcha punt acabar con eso de una vez... ¥ de pronto volvié en sf y se hallé en distin paraje: haba caminado media cuadra sin darse cuenta de nada, Mir6 atris, y la cabeza se le fue en un nuevo vertigo. Entretanto, los perros seguian tras él, trotando con toda la lengua ate ra, A veces, asfixiados, detenfanse en la sombra de un espartillo; se sens ban, precipitando su jadeo, para volver en seguida al tormento del sol. Al li ‘como la casa estaba ya préxima, apuraron el trote Fue en ese momento cuando Old, que iba adelante, vio tras el alambrin lh de la chacra a mister Jones, vestido de blanco, que caminaba hacia ellos, 1 cachorro, con stibito recuerdo, volvié la cabeza a su patrén, y confronts, —iLa Muerte, la Muerte! —aull ‘Los otros lo habian visto también, y ladraban erizados, y por un instuily creyeron que se iba a equivocar; pero al legar a cien metros se detuvo, 1 al grupo con sus ojos celestes, y marché adelante, iQue no camine ligero el patron! —exclamé Prince. —Va a tropezar con él! —aullaron todos. En efecto, el otro, tras breve hesitacién, habia avanzado, pero no dit tamente sobre ellos como antes, sino en linea oblicua y en apariencia ev) nea, pero que debia llevarlo justo al encuentro de mister Jones. Los petty comprendieron que esta ver. todo conclufa, porque su patrén continual.) minando a igual paso como un autémata, sin darse cuenta de nada, Huth) llegaba ya. Los perros hundieron el rabo y corrieron de costado, aullan ‘Pas6 un segundo y el encuentro se produjo, Mister Jones se detuvo, gird soli si mismo y se desplome. Los peones, que lo vieron caer, lo Hlevaron a prisa al rancho, pero (ie toda el agua; murid sin volver en si, Mister Moore, su hermano 1) terno, fue alla desde Buenos Aires, estuvo una hora en la chacra, y en cull alias liquids todo, volvigndose en seguida al Sur. Los indios se repartier lop 164 Jerrov que vision en adelante facosysarnoss, hambs i a i f riento sigilo a robar espigas de maiz en las ch iban todas las noches con jacras ajenas, En Cuentos de amor de locura y de muerte, Buenos Aires: Losada, 1954, 165 166 Mariano Quirés Bs chaquefio, escrilor y comunicador social, responsable del contenido de Cuna, revista de cultura. En 2008 publicé junto alos escritozes German Parmetler y Pablo Black el volumen de cuentos Cuatro perras noches, iustrado por el artista pldstico Luciano Acosta. Fue ganador del Premio Bienal Federal 2008 con su novela Robles, y con su obra Torrente gand el Primer Premio de Novela Breve en el Festival Iberoamericano de Nuc~ va Narrativa El temerario Julio Linares {I dinero que obtuve gracias a mi buena suerte en dos certémenes lite- \0) le permitié pasar un afo entero sin trabajar. En un principio pensé car ol tiempo a la escritura de mi primera novela, pero cada dia se me wnlaba como una nueva y tinica oportunidad de no hacer nada, Es decir, {jue Luviera que ver con una novela, porque a decir verdad no dejé pasar iin de meterme en problemas, uno de los cuales fue enamorarme de No hay mucho que decir al respecto: Mara era linda, tetona, bastan- Jhtvligente y con buen sentido del humor, no costaba nada enamorarse, jue le faltaba rendir un par de materias para recibirse, ya daba clases de Jay Literatura en el Colegio Nacional. Alguien, un colega suyo de algtin Colegio, me contarfa mucho tiempo después que Mara vivia metiéndose voblemas por la cantidad de alumnos que enamoraba, mujeres y varones, {0 sabe, el romance profesor-alumno jamés ha tenido buena prensa, Como sea, el problema con Mara —mi problema con Mara—no pasaba jUs alumnos, El problema de Mara era su novio, Cualquier chaquetio is informado lo recordaré ni bien lo mencione: julio Linares; si, Julio Li 4, aquella vieja promesa literaria que desaparecié un dia sin dejar rastro {que muy pocas veces se menciona, quiz por temor, quiz por ignoran- Julio Linares era un personaje que, por supuesto, salfa de lo corriente: no devocién por las letras sino que ademas vivia entregado ala velo- |, \lternaba talleres y congresos literarios con increibles piruetas a bordo \\ motocicleta de gigantesca cilindrada, piruetas que regalaba a los ojos wralos transeuntes que vefan cémo se sacudia la calma resistenciana al tle Julio Linares montado en su bolido. ‘Su buena prosa y su contundente poder de argumentacién fueron, du |) mucho tiempo, las mejores armas con que contaron los amantes de locidad (en su mayoria adolescentes desenfrenados) para impedir cual- intento por reglamentar correctamente el transito de la ciudad. Linares iba su prédica en los matutinos locales y muy habilmente la hacia llegar Jas dependencias municipales; su presencia y participacién en los de- logislativos eran poco menos que habituales, y cuentan testigos directos 167 que ni una sola vez funcionario alguno logté que su criterio prevaleciera pr sobre el del escritor. Desde luego, no falté mucho para que se convirtiera en héroe de la ‘ventud, que de un dia para el otro se acercé entusiasmada ala obra de Line creyendo que su literatura esconderfa algo de aquella pasién por la velocial| Pero lo cierto es que la literatura de Linares era, cuanto menos, daustrotoli ca; todo sucedia en espacios cerrados como cajones y sus personajes, si hi oscuros y marginales, eran mujeres y hombres tristisimos y apocado, «i muertos vivos. Claro que estos rasgos de su obra no incidieron en la popularidad «wv gozaba Linares entre los jdvenes que, como era previsible, comenzaron a ali sar de los beneficios obtenidos con la prédica del escritor. Por citar un «0 las picadas, como se llazaa a esas carreras urbanas casi demenciales, en co« ie en moto, sobre cualquier vehiculo que estuviera al alcance de la mano, hicieron cosa comtin y silvestre en Ja ciudad, y no era recomendable pron ciarse en contra, Quizé el mayor logro de Linares haya sido que quienes 1) nifestaran su razonable oposicién a la velocidad, por decirlo de algiin ml fuesen considerados retrogrados, reaccionatios. Yo lo admiraba sin tapujos. Incluso llegué a participar de los talleres li rarios que organizaba, y hacia todo lo posible por obtener su reconocimien|« Con las hojas temblindome entre los dedos leia ent voz alta cada una dle wip narraciones, frente a todos los asistentes al taller, y una vez que conclia mi historia, Linares daba su punto de vista. Decfa: Esté muy bien Mariano, est muy bien, pero yo dirfa que a tu historia le falta consistencia... pero tenés condiciones, y eso es lo que importa. Siempre decia lo mismo, ques ii) historias les faltaba consistencia. 'A Mara la conoci en uno de esos talleres. Asistia muy de vez en cuanily) yea diferencia dea mayoria, su fuerte era la poesia. Devota de Gabriel Miy tral, decfa que la poesia chilena, con Mistral y Nicanor Parra a la cabe7s eh lo mejor de América Latina. Después de meditarlo un par de dias, me acer il a ella a le salida de un taller'y le hablé de Roberto Bolatio, el escritor y port chileno al que por aquellos dias yo rendfa culto. Mara no lo conocia, lot me permitié establecer vinculo con ella a través de sucesivos préstanios it libros, Siempre sticedia que en lo mejor de nuestra charla aparecta Lina’ |i cenroscaba con su brazo, dedicéndome a mi una sonrisita que yo juzgabs 0 68 ono. Después se montaban ambos en la motocicleta y salfan disparados, creo que Linares la habia cautivado mas desde su habilidad sobre la “Wiolocicleta que desde su prosa. De cualquier manera, y como ya lo he dicho, yo me habia enamorado sp Mara. Consegui primero su ntimero telefinico y més tarde consegut su di- voidn. Cualquier excusa era buena para lamarla o para visitarla, y Mara no jostraba signo de disgusto ante mis imprevistas apariciones; al contrario, se Yola encantada, Hablsbamos, por lo general, de poesia; por considerarse a nisma na poetisa de primer orden, como le gustaba decir, Mara se sentfa i) Mayor autoridad para hablar del tema y hasta me dirigia miradas acusa- Ho cuando yo me atrevia a realizar conjeturas aventuradas acerca de tal o in! poeta. Esa actitud suya no hacia més que enamorarme doblemente. Pero cuando aparecta Linares todo cambiaba. De una pose reflexiva y un lp Vivaz, Mara conservaba apenas lo vivaz y agregaba muecas infantiles, jundo en boca de Linares todo comentario que tuviera que ver con la poe- Y con cosas por el estilo, Linares, por su parte, hablaba con la licencia que ina el éxito —0 lo que pueda ser el éxito en Ia literatura—, hablaba con la Joza de que estaba uno o varios escalones por encima de nosotros. Lojos de amargarme, hice atin mas frecuentes mis visitas a Mara, Nos {ins amigos, A veces iba a buscarla a la salida del colegio, de donde salia slaila y con evidlente malhumor. Solia decir: son insoportables, no hacen is que preguntarme por Julio y por su moto, Se referia a sus alumnos, ests », Yola invitaba a tomar un café, y sia ocasién se mostraba éptima, hasta onimaba con una cerveza, El inicial malhumor de Mara cambiaba con el Un dia le entregué dos cuentos que habia escrito inspirdndome en ella. ‘puesto, no se lo cije, queria ver si se percataba, ile provocaba algo, no 1106 lo que fuera, Uno de los cuentos se llamaba “Las flores” y el otro “Una che con Gabriela Mistral’; los ley6 frente a mi, uno detrés de otz0, como esponde, y una vez que concluyé la lectura dijo, como si tal cosa, estén ¥y buenos, estan muy buenos. Dijo ademas que “Las flores” Ie parecia cl Jor de los dos porgue, si bien tenia buen ritmo y presentaba una reflexion ila acerca de la poesia chilena, "Una noche con Gabriela Mistral” tenfa 169

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