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Pasaron los meses, los das se hicieron ms cortos y la temperatura ms fra. Los
pjaros volaron hacia el sur y un viento glido barri la llanura. Durante la noche todo se
cubra de hielo y los lobos aullaban a nuestro alrededor. El aire era seco y, para perfumar las
casas con el olor de la resina, cortbamos un abeto y lo dejbamos secar durante das en un
rincn.
De vez en cuando, mi padre suba a la granja para comprobar si las races de la granza se
estaban secando bien.
Como todos en el pueblo, sentamos que cuanto ms cerca estaba el momento de la
molienda, ms anhelaba mi padre el regreso de Akupai y los suyos.
Impaciente, desat el cordel y, cuando desplegu las hojas de maz, descubr cinco
huesecillos. Cinco pedacitos de hueso, pulidos por el uso de aos: cuatro eran claros y uno
oscuro. Era el juego de Akupai que tanto me intrigaba.
Ms tarde, durante la maana, me explic cmo jugar. Y como en el suelo no haba tierra,
marcamos los puntos en la escarcha de la ventana.
Por la tarde, cuando me reun con mis amigos, me senta emocionado al pensar que iba a
ensearles mis huesecillos.
En la calle o gritos de alegra y de admiracin. Objetos increbles pasaban de mano en
mano: una flauta hecha con un cuerno de reno, un cuchillo blanco con el mango tallado, unas
figuritas esculpidas en una piedra que pareca hielo.
Como Akupai, sus compaeros haban trado regalos para los nios de las familias que los
acogan. Jams he vuelto a vivir una tarde como aquella.
Todo hubiera podido continuar igual durante aos: la granza amarilla transformada
en color rojo, las telas blancas sumergidas en las cubas de tinte, el pueblo que se enriqueca y
los del fro que venan a ayudar.
Pero, poco a poco, y sin que apenas nos diramos cuenta, la granza se fue vendiendo
cada vez menos. Los escasos mercaderes que todava venan al pueblo nos contaron que se
podan teir las telas de rojo en otros sitios y a mejor precio. Poco despus, incluso estos
mercaderes dejaron de venir.
Y ste fue el fin de la granza.
Alrededor del pueblo, los campos ya no se coloreaban de amarillo en primavera. La vida
se hizo ms dura. El trabajo empez a faltar.
Pero lo que ms me inquietaba, y estoy seguro de que a los otros nios les ocurra lo
mismo, era que ya no veramos distinguirse en el horizonte la silueta roja de aquellos que
volvan cada ao, cuando la granza estaba seca y caan las primeras nieves. Por primera vez,
despus de muchos aos, el invierno empezaba sin alegra.