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Sumario: 1) Introducción; 2) Sobre la pena: qué, por qué, para qué; 3) Necesidad de
un abordaje plural e integrado; 4) Dimensión sociológica de la pena; 4.1) Reparto de
impotencia; 4.2) Objeto del reparto; 4.3) Recipiendario; 4.4) Forma del reparto; 4.5)
Repartidor; 4.6) Límites del reparto; 4.7) Razones; 4.8) Funcionamiento; 5)
Dimensión normológica de la pena; 5.1) Estructura de la norma penal, 5.2)
Infidelidad, inexactitud, inadecuación; 5.3) Ordenamiento normativo penal o caos
jurídico penal; 6) Dimensión axiológica de la pena. 6.1) Los valores en abstracto;
6.2) Los valores en concreto. Bibliografía.-
1) Introducción
Estas reflexiones sobre la pena son, entonces, meditaciones sobre la pena estatal,
sobre el denominado castigo legal [9], i.e., sobre el modo en que se manifiesta y
concreta el ejercicio del poder punitivo en manos del Estado, o –lo que es lo mismo-
sobre la reacción o respuesta punitiva pública o estatal que la ley penal habilita
frente a la comisión de un delito, dejando así deliberadamente de lado indagar acerca
de si tal reacción es o no connatural al hombre o cuál es la vinculación ontológica –
si es que existe- entre pena y penitencia [10]; tampoco me detengo a examinar sus
asignados lejanos parientes -la ‘vengaza privada’ o ‘de sangre’-, generalmente
asociados a épocas de ‘justicia privada’ en las que, según la metáfora contractualista
de la Ilustración , aún regía entre los hombres el ‘estado de naturaleza’ y, para
algunos, la ‘ley del más fuerte’.-
¿Qué es la pena? ¿Por qué se castiga?, ¿para qué? La primera de estas preguntas ha
sido –casi desde siempre- desplazada o consumida por las dos restantes. Más que
definir o explicar la pena, se la ha justificado. El debate acerca de la función y
finalidad del castigo que, con sus variantes ha permanecido casi inalterable desde los
preludios de la historia, ha dado lugar a una inagotable literatura iusfilosófica y
iuspenalista, que configura un patente esfuerzo por juridicizar ese cruento hecho de
poder en que la pena estatal consiste y se traduce. O, mejor, se trata de un esfuerzo
por justificar la juridicización y, en su consecuencia, legitimar la pena, el poder
punitivo estatal cuyo ejercicio se concreta en la aplicación de la pena.-
Así, las locuciones latinas ‘Quia peccatum est’ [18] y ‘ne peccetur’ [19] han sido,
desde antiguo, con diversos énfasis y desarrollos y en diferentes versiones, las dos
grandes respuestas que la filosofía, en general, y la filosofía del derecho o el
iuspenalismo, en particular, han dado a aquéllas dos preguntas: por qué castigar y
para qué castigar, retribucionismo y preventivismo. Unas miran al pasado –‘quia
peccatum’-, otras al futuro –‘ne peccetur’-.-
Ya PLATÓN, en el “Protágoras”, hace decir al sofista que “aquel que castiga con
razón no se venga de un agravio del pasado, puesto que no puede hacer que lo que se
hizo sea como si no hubiera ocurrido; más bien mira hacia el futuro, y tiene como
finalidad impedir que esa persona en particular y otras que ven que se la castiga
comentan nuevas agresiones…, el que castiga lo hace para disuadir” [21].-
Cinco siglos después, la filosofía estoica –por la pluma de SÉNECA [22]- recoge
esta enseñanza expresando: “En toda represión siempre ha de tenerse en cuenta esto:
que sepa quien haya de castigar, que la pena tiene dos finalidades; la primera, tiende
a la enmienda de los culpables, y la otra, a la supresión de los mismos [23]. En
ambos casos, se ha de tener en cuenta no lo que ya pasó, sino lo que puede venir.
Pues, como dice Platón –añade Séneca-, ‘nadie que sea prudente castiga porque se
ha delinquido, sino para que no se vuelva a delinquir; ya que los hechos pasados son
irrevocables, se ha de procurar poner remedio y evitar los que todavía no se han
cometido”.-
Como se ve, ninguno alude a lo que la pena es sino a lo que debe ser [24], a la
finalidad futura asignada a su programación jurídica; ambos también –de uno u otro
modo- apuntan a la racionalidad que debe guiar la labor del repartidor en la tarea de
imponer una pena (para expresarlo usando una categoría del trialismo) [25], y en esa
labor parecen descartar cualquier finalidad retributiva (retribuir con mal por el mal
que se ha hecho), con miras al pasado, a lo que fue, para enrolarse en lo que, muchos
siglos después, será el preventivismo, que mira al futuro, para que lo que fue no
vuelva a ser. Parecen, por tanto, descartar –en el plano del ser- la pena como
venganza y no intentan tampoco –en el plano del deber ser- su justificación como
pena justa, siempre enrolada en alguna tesis retribucionista o de ‘merecimiento’ y
consecuente ‘reproche’ por el acto (del pasado), sino que más bien parecen procurar
atender a su legitimación como pena útil (para el futuro). Aunque, claro está, la
utilidad del sofista, como la del estoico, ha de ser un concepto de utilidad bastante
diverso de aquél propio de la filosofía utilitarista del siglo XVIII o la del welfare
state y más bien se halla constelado por las ideas de virtud y de ascetismo.-
Claro que también es pertinente resaltar que en estos dos pasajes –el de PLATÓN y
el de SÉNECA- encontramos esa idea vinculada a la dimensión temporal y
consecuente irrevocabilidad del pasado que recién parece resurgir explícitamente en
vinculación con la pena, aunque con una significación asaz diversa (la admisión de
la pena como venganza), en NIETZSCHE cuando expresa:
“La voluntad no puede querer hacia atrás; el que no pueda quebrantar el tiempo ni la
voracidad del tiempo, ésa es la más solitaria tribulación de la voluntad… Que el
tiempo no camine hacia atrás es su secreta rabia. ‘Lo que fue, fue’- así se llama la
piedra que ella no puede remover… Así, la voluntad, el libertador, se ha convertido
en un causante de dolor: y en todo lo que puede sufrir véngase de no poder ella
querer hacia atrás. Esto, sí, esto solo es la ‘venganza’ misma: la aversión de la
voluntad contra el tiempo y su ‘fue’… El espíritu de la venganza, amigos míos,
sobre esto es sobre lo que mejor han reflexionado los hombres hasta ahora; y donde
había sufrimiento, allí debía haber siempre castigo. ‘Castigo’ se llama a sí misma, en
efecto, la venganza: con una palabra embustera se finge hipócritamente una buena
conciencia. Y como en el volente hay el sufrimiento de no poder querer hacia atrás,
por ello el querer mismo y toda vida debían ¡ser castigo!”. [26]
Ello así, la venganza contra el tiempo por lo que fue –y que no podemos hacer que
no haya sido- se traduce jurídicamente en tiempo de pena, de castigo que será [29].
Claro que, aunque no lo llamemos con el deslegitimado término de ‘venganza’, sino
con el legitimado de ‘retribución’, eso que fue (el crimen) y eso que será o debe ser
(la pena), se plantean como una necesaria relación entre momentos y lugares
manifiestamente heterogéneos, cual presunta equivalencia entre el mal cometido (en
el pasado) y el mal que se inflige (para el futuro), situados asimismo en dos lugares
o voluntades diferentes: la conciencia juzgada y la conciencia que juzga. Así, la
pena aparece doblemente fracturada “entre el actuar y el padecer en la misma
voluntad” (la del autor culpable) y “entre el padecer y el hacer padecer en dos
voluntades distintas” (la del que padece y la del que castiga) [30].-
Volvamos al interrogante inicial que titula este acápite. Cualquier manual o tratado
de Derecho Penal [33] abundará en la descripción y desarrollo de elaboraciones
teóricas acerca de por qué y para qué castigar, las que se presentan como teorías de
la pena [34] y que, en definitiva, son doctrinas filosóficas de justificación de la pena
o –como las llama Zaffaroni- “modelos de discursos legitimantes del poder
punitivo” [35].-
El retribucionismo básicamente contesta nuestra pregunta acerca del por qué castigar
[36], y parece huérfano de respuestas acerca del para qué. Se pena porque se ha
delinquido, lo que explica la función que la pena cumple a causa del delito que le
precedió. La máxima nulla poena sine crimine da cuenta de la naturaleza y carácter
de consecuencia jurídica del delito que tiene la pena. Así, el carácter retributivo de la
pena adquiere categoría de garantía penal, en virtud de la cual nadie puede ser
castigado más que por lo que ha hecho y no por lo que es (Derecho Penal de acto y
no de autor); igualmente con ella se conectan caros principios de proporcionalidad
(entre delito y pena) y de necesidad (de la pena), que están en la base del saber penal
ilustrado. Y, aunque el retribucionismo haya estado desde un inicio enlazado a la
función asignada a la pena para la prevención general negativa de los delitos, lo que
ha hecho decir a Alf ROSS que ‘retribución es, por definición, prevención’, como
bien lo señala FERRAJOLI “no es necesariamente cierto lo contrario, dado que se
puede prevenir sin retribuir algo: el fin de la prevención, si bien está implicado por
el principio retributivo, no lo implica a su vez” [37].-
Por su parte, el preventivismo –hijo dilecto del utilitarismo- resulta más apto para
contestar la pregunta acerca del para qué (se pena para que el sujeto no vuelve a
delinquir y/o para que el resto de la sociedad no delinca) y huelgan a su respecto
respuestas que nos digan por qué se castiga, ya que se limitan a prescribir
normativamente su finalidad. Claro que, como las teorías preventivas conciben a la
pena como medio para fines exteriores a ella, terminan asignando al individuo el
papel de medio para fines ajenos a sí mismo. Si a ello adunamos que se puede
prevenir (hacia el futuro) sin necesariamente retribuir (por un acto del pasado), en
tanto la prevención no implica la retribución, por más nobles que aparezcan
diseñados algunos de sus propósitos, las teorías preventivas revelan su aptitud para
ser funcionales a un Derecho Penal de autor y no de acto, de corte contra-ilustrado.-
Sagazmente, FERRAJOLI advierte además la existencia de un vicio metodológico
que adjudica a sendas teorías de la pena, consistente “en su confusión de la función
o motivación con el fin, o del ser (de hecho o de derecho) con el deber ser
(axiológico) de la pena, y en la consiguiente consideración de las explicaciones
como justificaciones o viceversa”, confusión en que incurren –nos dice- “todos
cuantos producen o sostienen doctrinas filosóficas de la justificación presentándolas
como ‘teorías’ de la pena”. Así, con arreglo a la ley de Hume -conforme a la cual no
pueden derivarse lógicamente proposiciones prescriptivas de enunciados asertivos y
viceversa-, tilda de falacia naturalista (derivar el deber ser del ser) al
retribucionismo, porque “acreditan como fines o modelos axiológicos a perseguir lo
que sólo son funciones o efectos realizados de hecho” y de falacia normativista
(derivar el ser del deber ser) al preventivismo, porque “acreditan como funciones
satisfechas de hecho lo que sólo son fines axiológicamente perseguidos” [38].-
“La retribución fluye de una concepción del hombre como ser capaz de
conocimiento y voluntad, de autodeterminarse y obrar conforme a valores y, por
ende, de dar cuenta, es decir, de responder por sus actos, fundando y justificando así,
entre la variedad de sanciones para ellos la sanción penal. En las antípodas, la
prevención concibe que por procedimientos que en el fondo no difieren de los que se
puede aplicar a los demás entes, es factible, como en éstos, determinar su obrar
(prevención general) e incluso su ser o manera de ser (prevención especial),
incurriendo al cabo en el contrasentido de considerarlo determinado y a la vez
exigirle que responda de lo que hace y sancionarle por ello hasta con la pena” [41].-
Como se ve, en la base de ambas teorías de la pena laten también –desde siempre- el
libre albedrío vs el determinismo; ellas –a su vez- hallan su correlato en las dos
construcciones ficcionales originarias de la juridicidad: el contractualismo y el
organicismo. Que no se excluya que la entidad retributiva de la pena pueda provocar
efectos preventivos –lo que no es necesariamente así-, determina entonces que su
posible conciliación sea sólo factual y contingente.-
Queda claro, así, que reflexionar acerca del por qué y para qué castigar, i.e., acerca
de las funciones y los fines de la pena, parece remitirnos en forma reiterativa a esas
viejas ficciones originarias, como a las siempre presentes teorías retributivas o
preventivas -con sus múltiples variantes y matices-, las que también desde siempre
se erigen en discursos o doctrinas justificatorias o legitimantes de la pena y del
poder punitivo.-
Sería preciso indagar si esas ficciones y esas teorías –aunque se vuelva a ellas en
clave de reformulación- siguen resultando aptas para dar respuesta a la crisis de
legitimación que atraviesa el saber penal en la era de la globalización y la
postmodernidad [42], por el riesgo que ésta implica de “quedarnos sin proyectos de
libertad, sin ética y tal vez sin sujeto” [43].-
Así, con propósitos coincidentes en materia de reducción del poder punitivo, dos
actuales maestros del penalismo, FERRAJOLI y ZAFFARONI, se colocan -para sus
respectivas y monumentales construcciones sistemáticas- en posturas disímiles
frente al poder punitivo, pues mientras FERRAJOLI asume –en una suerte de ricorsi
de raíz contractualista- un discurso legitimante del sistema penal y de la pena, en
cambio ZAFFARONI se sale del ricorsi a aquellas teorías postulando la
deslegitimación del sistema penal y una teoría (que denomina) agnóstica de la pena.-
Visto lo que precede, creo que para entender el fenómeno de la pena se hace
necesario no incurrir en planteos reduccionistas, siempre tan simplificadores de la
complejidad de cualquier fenómeno como obturantes de su cabal comprensión.-
Vemos así, e.g., que, aunque BOBBIO parte de afirmar que “la experiencia jurídica
es una experiencia normativa”, que “el derecho es un sistema de normas o reglas de
conducta” [53], luego de plantearse el triple orden de problemas que la norma
jurídica suscita (justicia, validez y eficacia) refiere que “esta distinción de problemas
no se debe concebir como una separación en compartimentos estancos” y agrega:
“Quien desee comprender la experiencia jurídica en sus diversos aspectos, debe
tener en cuenta que ella es parte de la experiencia humana cuyos elementos
constitutivos son ideales de justicia por lograr, instituciones normativas por realizar,
acciones y reacciones de los hombres frente a esos ideales y a estas instituciones.
Los tres problemas –añade- son tres diversos aspectos de un solo problema central,
el de la mejor organización de la vida de los hombres asociados” [54].-
Me permito la licencia de analizar esta dimensión (la sociológica, al igual que las
restantes), atendiendo conjuntamente a su tratamiento como adjudicaciones o
repartos aislados y como repartos relacionados (en tanto orden de repartos), aunque
admito que el trialismo propicia un abordaje diferenciado o discriminado de ambos
planos.-
Ahora bien, si desde la realidad posamos la mirada en el objeto del reparto pena,
más allá de su formalización en la norma penal, advertiremos que, en los hechos, esa
misma pena igualmente alcanza aspectos que, en relación al penado mismo, van más
allá de la pérdida de su libertad ambulatoria –que es el objeto formalizado en la
norma [70] -, pues al sustraerle su tiempo de vida ineludiblemente comprende el
debilitamiento o menoscabo de sus vínculos familiares y sociales, la pérdida de su
posición y aptitudes laborales, de su desarrollo personal, de su autonomía y dignidad
como persona, produciendo –en definitiva- su desocialización [71]. Y, fuerza es
concluir en que, si la humanidad del hombre se define por su ‘ser social’ y por su
autonomía ética, la desocialización es, ante todo, un acto de inhumanidad
deshumanizante.-
4.3) Recipiendario
Pero, además, desde el punto de vista del recipiendario, todo ello indefectiblemente
se proyecta y trasciende también negativamente –como impotencia- más allá del
recipiendario normativo, sobre otros recipiendarios igualmente gravados en la
realidad, que la norma no incluye en su formalización (la que no trasciende la
persona del condenado a quien ella formal y materialmente se aplica), abarcando y
trascendiendo subjetivamente a personas distintas del penado: a su núcleo familiar y
de pertenencia social y laboral, a los que la pena llega y alcanza como perjuicio,
tanto material como simbólicamente.-
Si tenemos en cuenta que la pena se administra luego del juicio previo debido que
contiene la manda constitucional (art. 18, CN), advertimos que la forma que asume
su administración, i.e., la forma en que se desenvuelve el camino que llega a su
adjudicación –a través y luego de un proceso, como imposición del poder-, hace de
él un reparto de autoridad. Es que en tanto proviene de la autoridad y no se
desenvuelve por espontánea y libre cooperación entre los hombres sino por
imposición del Estado –i.e., no por acuerdo-, configura un típico reparto autoritario
que, en definitiva, realiza el valor poder, no así el valor autonomía propio de los
repartos autónomos.-
Que la pena es un reparto de autoridad, desde que la forma o camino que conduce a
él es también una imposición [80], lo confirman tanto HART como ROSS cuando
destacan como elemento del castigo el ser impuesto y ejecutado “por una autoridad
constituida por un ordenamiento jurídico contra el cual se ha cometido la
transgresión” (HART) o “por personas autorizadas en representación del orden
jurídico al que pertenece la regla transgredida” (ROSS) [81].-
4.5) Repartidor
En consonancia con ello y a modo de nueva doxa punitiva -nueva razón penal de la
postmodernidad-, se ha instalado en los medios de comunicación masiva un discurso
único en torno al impreciso fenómeno de ‘inseguridad’ [89] y a favor del
endurecimiento de las penas y la disminución de las garantías procesales, como
émulo de la doctrina de tolerancia cero de la era Rudolph Giuliani en Nueva York.
Sabido es que esa ‘inseguridad’ propia de la era postindustrial, se vivencia como una
sensación social de inseguridad, en la que más importante que sus aspectos objetivos
y reales, resulta la dimensión subjetiva de dicho modelo de configuración social, que
permite definir a nuestra sociedad de la postmodernidad como la sociedad de la
inseguridad sentida o como la sociedad del miedo [90].-
Esta nueva cultura penal punitiva ha operado en la realidad como una indudable
influencia humana difusa ([91]), primero en el reparto legal y luego, también, en el
reparto judicial. Lo preocupante así es que la ‘seguridad’ -o mejor, la solución de la
inseguridad- se ha convertido en una demanda social a la que se supone que el
Estado y, particularmente, la ley penal deben dar respuesta, cifrándose en ésta
expectativas de prevención que no puede cumplir [92]. Esto ha llevado a la
expansión (líquida) de la legislación penal sustantiva con su correlativa
flexibilización (liquidez), como contrapartida necesaria, de la legislación penal
adjetiva (garantías procesales).-
Es pertinente señalar que este concepto acerca de los límites ha sido adoptado por
ZAFFARONI –aunque en otra clave de análisis- al postular el principio de mínima
irracionalidad; así, en su construcción teórica de un nuevo saber penal liberal -re-
legitimado como reductor del poder punitivo como hecho deslegitimado-, concibe a
aquél como un “sistema de filtros del poder punitivo”, admitiendo que éste no puede
impedir el paso de todo el poder punitivo, porque el poder jurídico no es
omnipotente, no tiene poder para ello, tiene límites, en razón de lo cual sólo debe
dejar pasar el poder punitivo con menores niveles de irracionalidad según ese
principio de mínima irracionalidad, exigiendo mínimos éticos a su ejercicio y
neutralizando hasta donde sea posible su selectividad. Y concluye: “Nadie me puede
reprochar que no haga lo que no puedo hacer porque no tengo poder para hacerlo”
[112].-
4.7) Razones
Así, en punto a móviles, es indudable la tensión que ha existido en el caso entre los
móviles del repartidor normativo (conductor) y del real, por los límites impuestos al
primero por el segundo para la realización de la conducción repartidora. Por su
parte, desde el punto de vista del repartidor, las razones alegadas adquieren
particular importancia por tratarse de una sentencia, dada la exigencia constitucional
de motivación judicial que, al par que cumple una función endoprocesal respecto de
las partes (sus destinatarios directos, para conseguir su convencimiento sobre la
justicia de la decisión) y respecto de los tribunales (al permitir su control en sede
casatoria), cumple incuestionablemente una función extraprocesal, vinculada –desde
una óptica democrática- al control generalizado y difuso, como acto de rendición de
cuentas de sus decisiones de parte del poder jurisdiccional a la fuente de la que
deriva su investidura [115]. En este punto me permito presumir que el especial
alongamiento de las razones alegadas que la sentencia exhibe en relación a la
construcción dogmático-penal asumida por el tribunal de juicio, habilitante de una
respuesta punitiva de mayor gravedad, guarda estrecha vinculación con la función
endoprocesal de la motivación y la pretensión de que la sentencia pueda salir airosa
en su revisión casatoria [116].-
4.8) Funcionamiento
Es, en este aspecto del funcionamiento real del sistema penal, en el que
particularmente se despliega la formidable e irredimible recusación que las ciencias
del ser [121] han hecho y hacen a un derecho penal concebido unidimensionalmente
como deber ser logicizado y permanentemente desmentido por el ser. Se trata de
críticas des-encubridoras que, desnudando la operatividad real del sistema penal
como el carácter enmascarador de los fines asignados a la pena, han terminado
desacreditando al saber jurídico-penal mismo, en la medida en que éste –además- no
se ha hecho cargo de esa realidad, ni de una reformulación acorde de su propio
discurso.-
PAVARINI, por su parte, analizando el sistema de las penas como una modalidad de
control social, refiere que “la pena realiza en el extremo inferior del ‘cotinuum’
aquello que otras instituciones realizan en la zona media y superior de él: diferenciar
el ‘status’ de los sujetos”, por lo que “tal función de selección del sistema se
transforma en función marginalizadora: las normas de derecho penal –concluye- no
sólo se aplican selectivamente, reflejando las desigualdades existentes, sino que el
sistema de las penas ejercita también una función activa de producción y
reproducción de la desigualdad” [128]. Esto guarda relación con lo que
ZAFFARONI denomina “el poder configurador de los sistemas penales” , pues su
verdadero ejercicio de poder, nos dice, “no es el negativo o represivo, sino el
positivo o configurador” [129].-
Claro que, en materia penal, es indudable que ese mandato de certeza que impone
que toda ley que establezca delitos y penas debe tener como fuente formal una ley
nacional formal tiene un correlato adicional signado por la exigencia constitucional
de codificación [141] que, como técnica legislativa que asegura completividad
respecto de una materia jurídica, orden sistemático de las disposiciones y claridad y
precisión en el lenguaje, fue consagrada en la Constitución desde su versión original
(ex art. 67, inc. 11º y actual art. 75 inc. 12º, CN) que manda al Congreso dictar el
Código Penal [142]; aunque históricamente se ha venido admitiendo la facultad de
Congreso para legislar penalmente extra codicem, como efectivamente lo ha hecho,
según se verá.-
Ello se debe, entre otras cosas, a lo que PASTOR denomina “estragos de la actual
política criminal neopunitivista” [151], en la que ha sucumbido el Derecho penal
concebido como “última ratio de las reacciones sociales (carácter subsidiario del
derecho penal), para abarcar un número muy limitado de comportamientos (carácter
fragmentario del derecho penal) cuya realización comprometa de un modo
intolerable la convivencia social pacífica” cuanto el “principio de estricta legalidad
del derecho penal” [152]. Sea que definamos este proceso como de inflación penal o
panpenalismo (FERRAJOLI), de expansión penal (SILVA SÁNCHEZ) o de
hipertrofia del derecho penal (PALAZZO), es indudable que refieren al mismo
fenómeno de “un derecho penal (no liberal) sino liberado de [tales] límites que se
orienta al combate de la criminalidad como cruzada contra el mal”, de indudable
matriz contrailustrada [153], concebido como ‘sanalotodo’ de cualquier problema o
riesgo social [154].-
“En la actualidad –dice ZAFFARONI- son más de doscientas las leyes que deberá
tener en cuenta quien pretenda aproximarse a la legislación penal vigente”;
fenómeno de descodificación penal que “lesiona seriamente el mandato
constitucional de certeza del derecho y, por ende, afecta la seguridad jurídica de los
habitantes del país, por no mencionar que la disparidad de concreciones judiciales
que habilita lesiona la forma en que la Constitución impone el mandato de certeza
desde su objetivo –entre otros- de unidad nacional” [158].-
“La teoría de la pena moderna –nos dice PAVARINI- es también la historia de una
improbable justificación cuando ella deja de ser pena ‘justa’ para devenir pena ´útil’.
Perdida esa razón universal de justicia, sobre la que se había fundado, su
supervivencia estuvo signada por la precariedad: para existir debe demostrar ahora
servir para alguna otra cosa”. Y agrega: “Mientras pudo presentarse como pena justa
ha podido soportar imperturbable la crítica de los fines; pero si se presenta como
pena útil y el fin se desenmascara como inalcanzable, falso o inconfesable, la pena
no está más en condiciones de justificarse, debe mostrarse como aquello que
efectivamente es” [164].-
Claro que una cosa es discurrir acerca de los valores que la pena en abstracto realiza
(como derecho de punir y como pena en el reparto legal, en el proceso de
criminalización primaria o normatividad penal), y otra es pensar los que realiza o
está llamada a realizar la pena en concreto (como medida de pena concreta a
determinar en el reparto judicial o en el proceso de criminalización secundaria). En
relación a la primera, las denominadas teorías de la pena nos suministran la
respuesta; así, el retribucionismo está más asociado a los valores orden y poder, este
último como expresión del poder justo, en vinculación con algún universal de
justicia; en cambio el preventivismo –en sus versiones de prevención especial
positiva y negativa, y de prevención general negativa- se asocia como realizador del
valor utilidad, mientras que la prevención general positiva se halla claramente
afiliada a la realización del valor poder -como poder configurador- y al valor
obediencia –en su variante de disciplinamiento-.-
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[2] Cfr.ZAFFARONI, Eugenio Raúl, Estructura básica del Derecho Penal, Buenos
Aires, Ediar, 2009, p.17; también, En busca de las penas perdidas. Deslegitimación
y dogmática jurídico-penal, Buenos Aires, Ediar, 1989.
[3] Para diferenciarlo del que denomina poder punitivo latente, que es el que se
encubre u oculta mediante discursos ‘no penales’, tal, la hospitalización psiquiátrica
prolongada, la internación de adolescentes, la internación geriátrica, etc.
[4] Al hablar de sistema penal me refiero al poder punitivo estatal y al modo en que
éste se ejerce; en cambio, por derecho penal entiendo el saber jurídico-penal, la
ciencia penal y el discurso jurídico-penal en que se expresa, como construcción
conceptual-sistemática que es –también- un programa de aplicación de la ley penal
destinado a los operadores jurídicos; en razón de lo cual diferencio, a su vez, el
derecho penal de la legislación penal misma, que no pasa de ser más que su objeto
de interpretación.
[5] Particularmente útil para impulsar el inicio de algún examen al respecto se
presenta el artículo de HENDLER, Edmundo S., El tema de los orígenes del
Derecho penal, en “Doctrina Penal. Teoría y práctica de las Ciencias Penales”, Año
14 (1991-A), p.101/107. También v. HENDLER, Edmundo S., La comparación de
sistemas penales. Una propuesta, en AA.VV., “Criminalidad, evolución del Derecho
penal y crítica al Derecho penal en la actualidad”, Comp. Hans-Jörg Albrecht,
Ulrich Sieber, Jan-Michael Simon y Felix Schwarz, Buenos Aires, Editores del
Puerto, 2009, p.131/141.
[7] Es importante destacar esta característica del sistema penal como modelo que no
resuelve conflictos, sino que –en todo caso- decide respecto de ellos, estableciendo
si existe el conflicto, si debe imponerse pena y qué pena imponer, porque “desde que
la víctima desapareció por efecto de la expropiación del conflicto por el soberano o
por el Estado, ha dejado de ser un modelo de solución de conflictos, por supresión
de una de las partes del conflicto”, cfr. ZAFFARONI, Eugenio Raúl, En busca de las
penas perdidas. Deslegitimación y dogmática jurídico penal, Buenos Aires, Ediar,
1989, p.210/212.
[8] ZAFFARONI también refiere a esta cuestión como “La ficción básica de
solución que proviene de la ‘confiscación’ del conflicto (expulsión de la víctima)”,
en ZAFFARONI, Eugenio Raúl, Hacia un realismo jurídico penal marginal,
Caracas, Monte Avila Editores Latinoamericanos, 1993, p.105. Cfr. también, entre
otros, PAVARINI, Massimo, Un arte abyecto. Ensayo sobre al gobierno de la
penalidad, Traducción de Máximo Sozzo y Magdalena Candioti, Buenos Aires,
Editorial Ad Hoc, 2006.
[9] El concepto de ‘castigo’ (impuesto conforme a la ley por los jueces o tribunales a
los responsables de un delito) se presenta como la primera acepción de la palabra
pena, en Diccionario de la Lengua Española , RAE, Buenos Aires, 22ª edición,
2002, tomo II, p.1719.
[12] Tan bien caracterizado –junto a otras instituciones- como ‘institución total’ por
Erving GOFFMAN, o como ‘institución de secuestro’ por Michel FOUCAULT.
[13] Aunque estas dos también integran el catálogo punitivo del ar. 5, CP.
[14] Piénsese en las penas corporales (tortura, azotes), las penas infamantes
(degradación), en la pena de galeras, en el destierro, en la pena de relegación, etc.
[16] Derecho humano de primera generación, que integra el catálogo primero de los
derechos desde los documentos fundantes de la modernidad, y que -junto a la
propiedad y la igualdad- se halla constitucionalizado desde las primeras
constituciones liberales. Es útil v. MUÑOZ CONDE, Francisco, Derecho Penal y
control social, Jerez, Fundación Universitaria de Jerez, 1985.
[17] Concebido como tiempo lineal, con una idea de tiempo progresivo, propio de la
sociedad industrial, incluso precapitalista, y que está en la base del ejercicio del
poder punitivo. V. MESSUTI, Ana, Reflexiones sobre el pensamiento penal, en
www.terragnijurista.com.ar/doctrina/pensapenal.htm, 27.10.09. También,
MESSUTI, Ana, Delito, pena, tiempo: una proporción imposible, en elDial –
DC8A6; y MESSUTI, Ana, Algunas reflexiones sobre la pena y el pensamiento
penal, en elDial –DC5E8.
[21] Cit.por ROSS, Alf, La finalidad del castigo , traducción de Genaro R. Carrió,
en AA.VV., “Derecho, filosofía y lenguaje. Homenaje a Ambrosio L. Gioja”,
Buenos Aires, Editorial Astrea, 1976, p.151/191. La cita resume, con precisión y
loable economía terminológica, la opción del sofista –y de Platón- por las
modernamente denominadas teorías de la prevención especial negativa y de la
prevención general negativa.
[23] Adviértase que, en este caso, Séneca parece optar por las llamadas teorías de la
prevención especial positiva y de la prevención especial negativa, respectivamente.
[24] Como a lo que no debe ser: no debe ser ‘venganza’, no debe mirar al pasado.
[25] “Aquel que castiga con razón”, le hace decir Platón a Protágoras; “Nadie que
sea prudente castiga…”, expresa Séneca.
[29] Así, la idea lineal de tiempo no sólo está en la base del ejercicio del poder
punitivo, sino que también se traduce en la forma de medir la pena de privación de
la libertad. Cfr.TESSIO, G; BERROS, N.; op.cit., p.64.
[33] Cfr., entre tantos otros, ZAFFARONI, Eugenio Raúl; ALAGIA, Alejandro;
SLOKAR, Alejandro; Derecho Penal. Parte General, Buenos Aires, Ediar, 2000,
p.53 y ss.; MIR PUIG, Santiago, Derecho Penal. Parte General, Buenos Aires,
Editorial B de f, 7ª edición, 2004, p. 87 y ss.
[37] FERRAJOLI, Luigi, Derecho y razón. Teoría del garantismo penal, traducción
de Perecto Andrés Ibáñez, Alfonso Ruiz Miguel, Juan Carlos Bayón Mohino, Juan
Terradillos Basoco y Rocío Cantarero Bandrés, Madrid, Editorial Trotta, 2ª edición,
1997, p.368/369.
[39] ZAFFARONI, E.R., Estructura básica del Derecho penal, op.cit., p.20/22.
[42] Claro que una indagación de esa naturaleza excede la presente monografía; me
interesa sólo dejar instalada la pregunta.
[43] V. ERBETTA, Daniel, Laudatio con motivo del otorgamiento del título de
Doctor Honoris Causae al Prof. ZAFFARONI por la U.N .R., en ZAFFARONI,
Eugenio Raúl, Origen y evolución del discurso crítico en el Derecho penal, Buenos
Aires, Ediar-U.N.R., 2004, p.22.
[44] Pues, en las antípodas, Jakobs –mentor del denominado Derecho penal del
enemigo, expresión de la inhumanidad propia de esta época postmoderna- legitima
el poder punitivo desde la función preventiva general positiva que asigna a la pena,
lo que adquiere un nítido significado expansivo del sistema penal como estabilizador
del orden.
[48] De la escuela de Recife, Brasil, fines del siglo XIX, cit. en Ibidem, p.210.
[49] Esto es, el Derecho penal es respecto del poder punitivo, lo que la Cruz Roja
Internacional es respecto de la guerra, conforme el Derecho Internacional
Humanitario procedente de los Convenios de Ginebra. La Cruz Roja es un ente
reductor del fenómeno del tiempo bélico; el Derecho penal lo es del tiempo político.
La ‘metáfora’ es pertinente y –como toda metáfora- aparece con un alto poder
explicativo y de seducción.
[50] Y consiguiente contención de las pulsiones del Estado de policía que, siempre,
reside a su interior. V.ZAFFARONI, E.R., Estructura básica de Derecho penal,
op.cit., p.28 y ss.
[51] ZAFFARONI sostiene que para relegitimar el Derecho penal como saber, hay
que deslegitimar el poder punitivo como poder. Y que para reducir el poder punitivo
como poder hay que ampliar y extender el Derecho Penal como contención,
desenmascarando el poder punitivo que se ejerce bajo otros discursos.
Cfr.ZAFFARONI, Eugenio Raúl, La prisión y la disminución de la criminalidad.
Perspectiva abolicionista, conferencia en La Plata , provincia de Buenos Aires,
29.10.99, en
www.defensapublica.org.ar/.../Articulo_la_prision_y_la_disminucion_de_la_crimin
alidad_zaffaroni.doc (12.10.09).
[53] BOBBIO, Norberto, Teoría general del derecho, traducción de Eduardo Rozo
Acuña, Madrid, Debates, 6ª reimpresión, 1999, p.15.
[59] Junto al Derecho penal incluye los que denomina otros saberes jurídicos:
Derecho Procesal Penal y Derecho Penintenciario.
[60] V.entre otras de sus obras, En busca de las penas perdidas…, op.cit., p.10.
[66] V.CHRISTIE, Nils, Los límites del dolor, México, FCE, 1984. V. también
ZAFFARONI, E.R., En busca de las penas perdidas… op.cit. El título de esta obra
de ZAFFARONI –según él lo explica, parafraseando el título del libro de Louk
HULSMAN y Jacqueline BERNAT DE CELIS, “Peines perdues. Le système pénal
en question”- alude a la progresiva “’pérdida’ de las ‘penas’, es decir, de ‘dolor sin
sentido (perdido, o sea, carente de racionalidad), p. 16.
[68] Rectius: a mi criterio se trata de una respuesta ‘estatal’. Referir que esa
respuesta es ‘social’ importa asumir una ficción jurídica que asimila sociedad a
Estado o que, al menos, admite acríticamente que el Estado ‘representa’ y sustituye
a la sociedad. Claro que un debate de esta índole excede con holgura la presente
monografía.
[69] ROSS, A., op.cit., p.158/159.
[70] E, incluso, más allá de la pérdida de derechos adicionales que el art. 12, CP,
normativiza para el supuesto de aplicación de una pena de prisión por más de tres
años, esto es, de las llamadas ‘accesorias legales’: inhabilitación absoluta por el
tiempo de la condena y hasta tres años más; privación –mientras dure la pena- de la
patria potestad, de la administración de bienes y del derecho a disponer de ellos por
actos entre vivos. Que el condenado a más de tres años de prisión deba quedar sujeto
a la curatela que el C.C. establece para los incapaces (art. 12, in fine, CP) da cuenta
de la adjudicación de impotencia que la pena de prisión conlleva y que alcanza
aspectos de su vida personal y social, más allá de los positivamente normativizados.
[71] ZAFFARONI parece ir incluso más allá y denomina a este proceso como de
prisonización, calificando a las ‘cárceles’ como “jaulas o máquinas de deteriorar” y
a la prisonización como ‘cultura de jaula’ que nada tiene que ver con la de la vida
del adulto en libertad y que genera una patología cuya característica más saliente es
la regresión y la invasión del sujeto con sus requerimientos de rol. Cfr.
ZAFFARONI, E.R.,En busca de las penas perdidas, op.cit., p.139/140.
[73] Cfme.art. 431 bis, CPPN, incorporado por la ley 24.825 (B.O. 18.06.97), y que
también ha sido receptado por la mayoría de los códigos procesales penales de las
provincias argentinas con distintos alcances.
[77] No caben dudas que el instituto del ‘juicio abreviado’, como algunos otros tan
en boga en las últimas reformas procesales penales, guardan inextricable vinculación
con la cultura de la postmodernidad, que privilegia requerimientos de celeridad y
eficacia en el funcionamiento del sistema penal, lo que está visto pone en crisis los
cursos formales de audiencia. Tan es así, que hoy las normas procesales están
recogiendo, en aras de la eficacia, cursos informales cancelatorios de la audiencia en
juicio. Se trata, además, de un vano intento de deflación judicial frente al
comprobado fenómeno de inflación legislativa.
[78] Porque no ‘abrevia’ el juicio, sino que lo cancela. En este punto, sin identificar
‘juicio previo’ con ‘audiencia de debate’, suscribo la postura de quienes consideran
que el ‘juicio’ no se abastece –desde la exigencia constitucional- con los cuatro
momentos de acusación, defensa, prueba y sentencia, en tanto los caracteres de
oralidad, publicidad, contradicción, concentración y continuidad resultan
connaturales a la conceptualización de ‘juicio’, desde el propio diseño
constitucional.
[79] Recordemos que luego de la reforma constitucional de 1994 (art. 120, CN), en
materia de enjuiciamiento penal el Estado se duplica y se hace presente en dos
órganos diferenciados: el MPF que acusa, que titulariza y ejerce la pretensión
punitiva estatal y el juez o tribunal que decide al dictar sentencia.
[82] Claro que este último análisis también puede efectuarse al tratar la ‘dimensión
normológica; en tanto el trialismo procura en ella establecer las líneas que conectan
la normatividad y la realidad social.
[83] Este carácter de ‘repartidor supremo’ que adjudico al constituyente tiene que
ver con el que FERRAJOLI denomina ‘modelo garantista’ propio del Estado
Constitucional de Derecho, que al haber conferido carácter normativo a los derechos
fundamentales, ha introducido todo un sistema de límites y vínculos para el
legislador (y para los restantes poderes), produciendo un cambio estructural en el
propio derecho positivo al insertar en él una dimensión sustancial, no sólo formal.
Es el denominado derecho sobre el derecho, la doble artificialidad (de su ‘ser’ y de
su ‘deber ser’) de la legalidad positiva, conforme a la cual el derecho programa no
solamente sus formas de producción, sino también sus contenidos sustanciales
vinculándolos normativamente a los principios y valores inscriptos en sus
Constituciones. v. FERRAJOLI, Luigi, Derechos y garantías. La ley del más débil,
op.cit.; Derecho y razón. Teoría del garantismo penal, op.cit.; Garantismo. Una
discusión sobre derecho y democracia, traducción de Andrea Greppi, Madrid,
Editorial Trotta, 2006; Democracia y garantismo, edición de Miguel Carbonell,
Madrid, Editorial Trotta, 2008.
[84] Como realización del principio de legalidad penal sustancial y del mandato de
determinación. “Nullum crimen sine lege” , “nulla poena sine lege”.
[88] Máximo que desde la sanción del Código Moreno en 1921 había sido
inalteradamente de 25 años, por la referencia del art. 55, CP, al máximo legal de la
especie de pena de que se trate y su vinculación con el art. 79, CP.
[89] La noción de inseguridad, vinculada a la criminalidad callejera urbana, se halla,
en este discurso, semánticamente restringida a ‘inseguridad física’, con exclusión de
la ‘inseguridad social y económica’, con lo que comprime el espacio del debate y
trivializa el análisis de las tensiones ligadas al ahondamiento de las desigualdades
sociales en que se expresa la crisis del modelo del Estado de bienestar, deslizándolo
hacia la penalización de la miseria. Sobre esta cuestión, v.WACQUANT, Loïs, Las
cárceles de la miseria, traducción de Horacio Pons, Buenos Aires, Ediciones
Manantial, 2000, p.170/171. V.también SILVA SÁNCHEZ, Jesús María, La
expansión del Derecho penal. Aspectos de la Política criminal en las sociedades
postindustriales, Buenos Aires, 2º edición, Editorial B de f, 2006, p.18 y ss.
[91] Es indudable que esta categoría de ‘influencia humana difusa’ del trialismo
adquiere una particular presencia como distribución adjudicatoria en la
postmodernidad. Es que ese carácter ‘difuso’ se acomoda perfectamente a la
metáfora de ‘liquidez’ con la que Zygmunt BAUMAN caracteriza a la
postmodernidad, como ‘modernidad líquida’. V. BAUMAN, Zygmunt, Modernidad
líquida, traducción de Mirta Rosenberg, Buenos Aires, F.C.E., 4º reimpresión, 2005.
Particularmente útil para el tema bajo análisis, el de la ‘inseguridad’, es la obra de
Z.BAUMAN, Miedo líquido…, op.cit.
[92] Ello ocurre no sólo respecto de la ‘seguridad ciudadana’, sino también respecto
de los problemas vinculados a la sociedad de riesgos de esta era post-indutrial y
post-moderna.
[94] De cuño positivista, básicamente ligados a una criminología etiológica, que son
aptos para colisionar con la interdicción constitucional de aplicar Derecho Penal de
autor.
[95] Claro que, con el funcionalismo sistémico de Jakobs, también cae otro baluarte
del Derecho Penal de cuño liberal: el principio de lesividad, lo que tiene un efecto
también expansivo en la medida en que la ley penal se reconduce como instrumento
de gestión de riesgos sociales, anticipando la punición a situaciones de peligro de
peligro.
[97] La crisis del saber penal o del Derecho penal queda claramente expresada
cuando se habla de la imposibilidad de ‘volver’ al viejo y buen Derecho penal liberal
y se propicia un Derecho penal de distintas velocidades; así, un Derecho penal de
primera velocidad para el núcleo duro de las prohibiciones con conminaciones
punitivas de privación de la libertad y todas las garantías sustanciales y adjetivas; un
Derecho penal de segunda velocidad, para atender su expansión, en una suerte de
administrativización del saber penal, con menor arsenal de garantías y sin penas
privativas de la libertad; y finalmente un Derecho penal de tercera velocidad, que es
el Derecho penal del enemigo o especie de Derecho de guerra.. Cfr.SILVA
SÁNCHEZ, J.M., La expansión del Derecho penal…, op.cit., p. 165/188.
[99] Como son las figuras de tenencia y portación (de armas, de tóxicos prohibidos),
que configuran claras anticipaciones punitivas, lesivas del del derecho penal de acto,
pues no describen conducta alguna determinada sino que punen la sospecha o el fin
potencial presumido por la ley de que el tenedor usará la sustancia o el arma con
peligro para el bien jurídico protegido. V.ley 23.737 y art. 189 bis, CP, texto vigente
introducido por la ley 25.886 (B.O. 05.05.04).
[101] Así, por ej., entre otros, el delito de asociación ilícita (art. 210, CP) como acto
preparatorio punible de otros delitos.
[105] Art. 186, CP: El que causare incendio, explosión o inundación, será reprimido:
…5) Con reclusión o prisión de ocho a veinte años, si el hecho fuere causa
inmediata de muerte de alguna persona.
[106] V.capítulos XII y XIII de los considerandos, sentencia del TOC Nº 24.
[107] Art. 189, CP: Será reprimido con prisión de un mes a un año, el que, por
imprudencia o negligencia, por impericia en su arte o profesión o por inobservancia
de los reglamentos u ordenanzas, causare un incendio y otros estragos. Si el hecho u
omisión culpable pusiera en peligro de muerte a alguna persona o causare la muerte
de alguna persona, el máximo de la pena podrá elevarse a cinco años.
[108] Claro que, esa misma sentencia no conformó –no fue “exitosa”- a su vez la
demanda del repartidor no formalizado en cuanto a la absolución de los ocho
músicos integrantes del grupo “Callejeros”.
[111] Al menos en relación a dos (2) –Chabán y Argañaraz- de los quince (15)
imputados llevados a juicio, pues ocho (8) fueron absueltos (los músicos de
“Callejeros”) y a los cinco (5) restantes les fueron aplicadas penas menores.
[116] A la fecha, dicha sentencia no está firme y ha sido recurrida en casación por
todas las partes.
[118] Ora sobre el Ejecutivo, como sobre el Poder Legislativo o el Poder Judicial.
[119] SILVA SÁNCHEZ, Jesús María, La expansión del Derecho penal…, op.cit..
Particularmente fecundo es el análisis que efectúa este profesor de Barcelona,
cuando explicita las notas que caracterizan a esa configuración de sociedad,
vinculadas a la idea de la paradójica “hipertrofia de la imputación más allá de lo
razonablemente imputable” o “creciente tendencia hacia la transformación de la
‘desgracia’ en ‘injusto’”, que invierte esa línea histórica de la humanidad como
intento de reducción de los espacios de imputación a favor de explicaciones
causales, i.e., “la historia de la reducción de lo mítico (o lo mistérico)”, p.33/52.
[120] ZAFFARONI, E.R., Estructura básica del Derecho penal, op.cit., p.29.
[127] ZAFFARONI, E.R., Estructura básica del Derecho penal, op.cit., 20 y ss.
[129] ZAFFARONI, E.R., En busca de las penas perdidas…, op.cit., p.129. También
en ZAFFARONI, E.R., La prisión y la disminución de la criminalidad…op.cit. En
este artículo expresa: “La dimensión política real del poder punitivo no está en el
poder de selección criminalizante, está en la vigilancia de los 32 millones que
estamos afuera de la cárcel”.
[132] Que se prohiba toda acción distinta de la descripta en la norma, el aliud agere,
el otro hacer, en cuyo caso la tipicidad surge de la diferencia entre la conducta
realizada y la descripta, que es propia de la tipicidad dolosa omisiva (omitir prestar
auxilio, art. 108, CP).
[135] Lege praevia, anterior al hecho del proceso (art. 18, CN) y consecuente
prohibición de aplicación retroactiva de la ley penal (salvo que ella sea más
favorable al imputado); lege scrita, en que se traduce el denominado principio de
reserva de ley, por el que los delitos y las penas sólo puede establecerse por ley
nacional en sentido formal, esto es, emanada del Congreso de la Nación ; lege stricta
o certa, que alude al principio de taxatividad de la ley penal, de tipicidad penal y al
denominado mandato de determinación.
[148] Así, todas las figuras penales registran una falaz lógica promisoria,
desmentida por la realidad: “Se aplicará reclusión o prisión de ocho a veinticinco
años, al que matare a otro…” (art. 79, CP), “Se impondrá reclusión perpetua o
prisión perpetua…” (art. 80, CP), “Serán reprimidos con reclusión o prisión de tres a
quince años…” (art. 140, CP), etc., etc.
[156] Así, e.g., la figura del arrepentido, del agente encubierto, de la denuncia
anónima, la entrega vigilada, en nuestra ley 23.737 (régimen penal de los
estupefacientes).
[161] Adviértase que, e.g., con la reforma de la ley Blumberg (Nº 25.928) al art. 55,
CP, el máximo de la pena de prisión temporal para el concurso real se ha elevado a
50 años. Mientras tanto, la ley 26.200 (B.O. 09.01.07) que implementa las
disposiciones del Estatuto de Roma y regula las relaciones entre el Estado Argentino
y la C.P .I., establece las penas para las figuras penales del Derecho Internacional de
los Derechos Humanos (genocidio, crímenes de lesa humanidad y crímenes de
guerra, arts. 8, 9 y 10). De modo entonces que, nuestra normatividad penal admite
que, e.g., la pena por 25 hurtos simples consumados pueda llegar a ser de 50 años de
prisión, mientras que el máximo de la pena de genocidio –sin muerte- asciende a 25
años.
Publicado el 17/08/2010