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Mi vida privada QUE SE PASA TODA EN LA REPUBLICA ARGENTINA si Mi vida, contada en familia, a mi familia, es un escrito privado, que poco interesa al piiblico. En la familia en que nacf, mis colaterales y sobrinos solamente son tan nume- rosos, que la prensa es el medio més econémico de multi- plicar las copias de este escrito, sin que deje de ser priva- do y confidencial. Lo haré en la forma que mejor conviene a la conver- sacién fintima que es la de la correspondencia epistolar. Constaté de cuatro cartas correspondientes a los cua- tro perfodos en que se divide mi vida, pasada en cuatro distintos parajes, a saber: La Reptiblica Argentina, El Estado Oriental del Uruguay. Chile. Y la Europa, 162 JuaN Baurists AcneRDI Como no he vivido fuera de mi pais sino para mejor es- tar presente en él por mis escritos, la historia de éstos, que es la historia de mi vida fggggers un libro, ocupado, todo al, de la Republica Argentina, pudiendo titularse: La vida de un ausente, que no ha salido de su pais. Su vida ar- gentina, en esta forma, se dividiré en las cuatro residencias, gue representan los cuatro periodas, pasados respectiva- mente en la Repdblica Argentina, el primero, de veintio- cho afios; en la Banda Oriental, el segundo, de cuatro afios; en Chile, el tercero, de diez aftos; y en Europa, el cuarto, de veinte afios. Mis parientes verdn la justicia de esta advertencia que desde ahora les hago, a saber: que mis escritos de los tres iiltimos perfodos no pueden ser juzgados en mi pafs con la misma competencia que el’primero, ni desde el mismo punto de vista. Desde luego porque soy menos conocido, En segunda, porque serdn juzgados al través del prisma de los colores de partido; y desde un punto de vista menos general, menos elevado, menos frfo, menos impersonal, menos independiente, que el que ofrece el suelo extranje- ro, en que han sido concebidos y publicados. Mis mejores jueces serén mis compatriotas y compro- vincianos de ese pais argentino flotante, que se llamé eri- gracion. En él estarén también mis mayores adversarios personales. Para la justicia que nace de la independencia del juez no estard seguramente para mi vida y mis escritos en el suelo de mi pais, dominado como todo pafs republi- cano por esas corrientes de opinién y sentimiento, justo injusto, que hacen pagar caro a la independencia sus me- nores desvios de la huella comin que gobierna y dirige en soberana. Felizmente esa situaci6n es transitoria, y cede- Mi vipa PRADA 163 14, poco a poco, a la simple evoluci6n natural del espfritu piiblico en la direccion de un nivel superior, que serd de- terminado por los argentinos que, al favor de la distancia, han visto a su pais como lo verd la posteridad. Sir Varias biograffas se han publicado en América y Euro- pa. Esto que debiera ser raz6n para no hacerla yo mismo, es cabalmente el motivo que me determina a bosquejar la presente con el objeto de llenar y rectificar lo que falta en las otras, éSeré més parecida al original la mfa por el hecho de ser mfa? Ademés que nadie es juez ni pintor de sf mismo, los mejores pintores no ven dos veces su objetivo del mismo modo. ¥ asf como de mi individuo se pueden hacer cien fo- tograffas que no se parecen una a otra, sin faltar a la verdad, un mismo individuo puede ser objeto de cien biografias di- ferentes. Cada viviente, sin embargo, sera siempre presu- mido conocer su vida propia mejor que el que no la ha he- cho; salvo el derecho de los otros a corregir las faltas del egofsmo o de la vanidad contra la realidad de los hechos. Su Més que de la tierra en que somos nacidos; mis que de la sociedad en que nos hemos formado, somos por nuestra naturaleza fisica y moral los hijos, la reproduc- 164 JUAN BAUTISTA ALBERDI ci6n 0 la nueva edificaci6n de nuestros padres. Asf, dar de ellos una idea, es explicar la mitad de lo que somos nos- otros mismos. Mi padre naci6 en Vizcaya, a0 Mires vizcainos, y-pas6 a Buenos Aires siendo ya hombre, no como emigrado sino como el que cambia de domicilio en su pafs mismo. El Pla- ta era, entonces, una provincia espafiola. La disposicién de su salud lo llev6 a Tucumén, pafs més anélogo por sus montafias a la Espafia de los Pirineos. Es- tablecido allf como comerciante, tom6 por esposa a la se~ jiora dofia Josefa Rosa de Aréoz y Balderrama, hermana de don Diego y de don José de Argoz.! ‘Con fecha 8 de enero de 1880 ef Dr. Alberdi dirigis desde Bue- nos Aires la siguiente carta: «Al Exemo. St. Obispo de Berissa, Dr. D. Miguel Moisés Aréoz. Mi venerable sefior Obispo y primo hermano: Me felicito del ho- nor de escribir a V. E. por la primera vez bajo un auspicio que no po- 4rd dejar de serle simpatico. Es el parentesco que parece indudable de nuestra familia de Aréoz con el ilustre fundador de le Sociedad dé Je: siis, San Ignacio de Loyola, Me permito remitirle algunos papeles pri- vados referentes a esta genealogfa que me vienen de un pariente nues- ‘uo, residente en Paris, ol doctor don Juan José Ardoz, sujeto respetable, ‘que conozco desde su primera juventud, Como verd V. E. en sus car- tas, al presente esté ocupado en llevar a cabo sus investigaciones his- (Gricas sobre la verdad y prueba de dicha genealogia. Al mismo tiem: po se ocupa de estudiar la suya propia y la de nuestra familia de Aréoz en Sudamérica, y 63a es la razén que lo ha determinado a pedirme mi cooperacidn. Pero tanto como yo mismo estoy desorientado de todo lo relative a ese estudio, es V. E. fuerte y competente Juez de toda cues Uidn relativa @ nuestros origenes europeos y americanos de fami 1g6n he ofdo a parientes nuestros, de Tucumén. En esta virtud, para res- ponder al compromiso en que me pone nuestro pariente de Paris, el (Mr viba privapa 165 Esa dama era de alta estatura, delgada, rubia, como la compafiera obligada de un hombre de pequefia estatura, como era imi padre, cabello negro, cuerpo enjuto y égil, cual verdadero vas¢o. Tenia mi madre afici6n y talento para la poesfa, segtin don Miguel Diaz de la Pefta, su contempordneo y compa- iriota, se lo dijo en Guayaquil a mi amigo don Juan Maria Gutiérrez, Rayano de la Francia, mi padre sabfa el francés tan bien, © tan mal, si se quiere, como el castellano, pues los vascos no son fuertes en la lengua de Cervantes. Tenfa, sin em- bargo, el sentimiento de la individualidad personal més fuerte que lo es en las Castillas. Emparentado en la familia de los Araoz, que dieron a Belgrano una parte del ejército con que vencié en Tucu- mén, mi padre abraz6 la causa de la revoluci6n por ese motivo, que coincidfa con su instinto vascongado de au- tonomia local. La revolucién fue para él una desmembra- cidn natural de la familia espafiola. El general Belgrano cultivé su amistad y frecuent6 su casa. Con ese motivo yo fui a menudo objeto de los carifios del grande hombre doctor don Juan José Aréoz, me tomo la libertad de apelar a mi vez a la cooperacién generosa e inteligente de V. E. para las investigaciones gue €l desea de mf, segdn su carta que adjunto. Como yo considera estimulado ef justo orgullo de su otigen en mi sobrino Ardoz, por la conexién ilustre con la familia de Loyola, de Gui pilzeoa, yo he pensado que ese sentimiento no serfa indiferente a V. E. como no lo ha sido para mf mismo en mi calidad de miembro de fa fa- lia de Aréoz Aprovecho muy gustoso esta feliz ocasién de ofrecer a V. E. el tes- timonio de mi carifio y simpatfa, etc. Juan B. Alberdi.» 166 JUAN Bautista ALBERDE El Congreso que declaré la independencia del Estado de las Provincias Unidas del Rio de la Plata, otorgé a mi padre su carta de ciudadano del nuevo Estado. Ademés de servir ala causa de América con su diné?@@@jsirvié con sus luces, explicando a los j6venes de ese tiempo, en sesiones priva- das, los principios y maxima del gobierno republicano, se- giin el Contrato social de Rousseau, tomado por texto. Ejer- ci6 muchas veces la magistratura de alcalde, o juez de primera instancia, como miembro del cuerpo municipal Cuando la disoluci6n del gobierno central en 1820, Tu- cumén fue uno de los primeros pueblos de provincia que se dieron una legislatura local. Miembro de ese cuerpo, por eleccién popular, mi padre asistié a la sesién en que don Bernabé Araoz, mi tfo, debia ser investido de faculta- des extraordinarias. Al tomar la pluma para firmar el acta de ese nombramiento, se sintié enfermo, dejé la pluma sin firmar, se retiré a su casa, y murié en la misma noche de ese dfa. No era enemigo del dictador, sino de la dictadu- ra. Yo poseo una carta original del general San Martin (que pertenece al sefior Posadas) dirigida al Presidente Puey- rred6n, recomendando para gobernador de Tucumén, a don Bemabé Aréoz «como el mejor hombre de bien que existe en toda la Republica» Mi madre habfa cesado de existir, con ocasién y por causa de mi nacimiento. Puedo asf decir, como Rousseau, que mi nacimiento fue mi primera desgracia. Quedamos cinco hermanos, de los cuales, yo, el menor, soy el tinico que existe, Mi hermana dofia Trénsito tuvo cuatro hijos y los descendientes de éstos pasan hoy de 50. Yo pienso que ellos, cuando menos, tendran especial gusto en leer esta noticia reservada y de familia por decirlo asi Mr VIDA PRIVADA 167 srv Nuestra educaci6n es la obra del medio en que se des- arrolla nuestro ser, mds bien que de la familia y de las es- cuelas que nos dan las primeras nociones de las cosas. Mi espfritu ha conservado el sello y cardeter que reci- bi6 de la sociedad de Tucumén en la aurora de nuestra re- volucion de la independencia, en que yo vine al mundo. Ese medio, que decidi6 de mi espfritu, decidié del de mi padre que, aunque espafiol como Arenales, adhirié ala pa- tria de su mujer, de los hijos, y lo que es més obvio, a los principios de libertad que debié a su origen vasco. Casa- do en la familia de los Aréoz, siguié la causa de su fami- lia y de su pais adoptivo. Cosa singular, a su triple caréc- ter de espafiol, liberal y pariente de los Aréoz, que le formaron su ejército, el general Belgrano hizo de mi pa- dre su mejor amigo. Yo fui el objeto de las caricias del ge- neral Belgrano en mi nifiez, y mas de una vez jugué con los cafioncitos que servian a los estudios académicos de sus oficiales en el tapiz de su salén de su casa de campo en la Ciudadela. Mi padre explicaba, en conferencias pri- vadas, a los jévenes de ese tiempo, los principios del Con- trato social, de Rousseau, segiin me lo confirmé més tar- de en Buenos Aires el dean Zavaleta, native de Tucumén. Aceso debi6, sin duda, el honor de recibir su carta de ciu- dadano argentino que le dio el Congreso que declaré la in- dependencia y que yo conservo, como un papel precioso por el objeto, por los nombres, por el sello de ese gran cuer- po hist6rico. Después de aprender a leer y escribir en la escuela pa- blica, que fund6 Belgrano con sus sueldos personales, pasé 168 Juan Baurista Ausenp a Buenos Aires, como uno de los seis escolares que cada provincia envié al Colegio de Ciencias Morales, estando de gobernador en Tucumén don Juan L6pez y de Buenos Aires el general Las Heras. No existfa ya mi padre, pero mi hermano mayor, tutor mfo, cumpliendo una mira de mi padre, me confié a los cui- dados de un amigo, que me trajo consigo en una tropa de carretas, en que puse dos meses para hacer mi viaje de Tu- cumén a Buenos Aires, cuya distancia es de 360 leguas. Los dos meses me parecieron dos dias, porque el viaje, en la forma en que lo hice, fue un paseo de campo conti- nuado, Dormfa en mi carreta dormitorio; montaba a caballo en la mafiana y lo pasaba todo el dfa en correrfas agradables por el pafs siempre variado de nuestro trénsito. Recogido en mi carreta, a la entrada de la noche, me parecfa volver a mi case-habitaci6n, que no habfa cambiado de lugar: tal cra la lentitud con que marchaba la tropa 0 convoy de carretas, ti- radas por bueyes, que hacta seis leguas por dia. sv Después de ese viaje y de la vida que habfa llevado en ‘Tucumén, de que ese viaje era una expansion, me fue im- posible soportar la disciplina del Colegio de Ciencias Mo- rales. Alarmado de mis sufrimientos, mi hermano consin- ti6 en sacarme del colegio y colocarme, segtin mi deseo, en la casa de comercio de un amigo nuestro, don J. B. Mal- des, que habfa sido dependiente de mi padre en Tucumdn y tenfa para mf los miramientos de un hermano. poesia Mr vipa pamvana 169 ‘Toco estos puntos porque son ocasién de pagar un tri- buto de mi reconocimiento a tantas personas como han contribuido a sostenerme en la carrera que he seguido. La tienda de Maldes, una de las més hermosas de Bue- nos Aires, en ese tiempo, estaba situada enfrente del Co- legio, y yo vefa salir en cuerpo diariamente a mis ex cole- gas, por tener sus cursos en la Universidad. Sin esta tentaci6n peligrosa, yo hubiese quedado tal vez definitivamente en la carrera del comercio y sido més fe- liz. que he podido serlo en otra. Poco a poco el gusto de curiosidad de los primeros dias, las ocupaciones de comercio fueron cediendo en mf, al gusto y al hébito de leer. Las ruinas de Palmira, de Vol- ney, fue mi primera lectura de esa edad. Por cierto que no se ha borrado de mi memoria este precepto con que termina la ley natural, en que se resume la moral de ese libro: Consérvate, instriyete, modérate. La melancolfa seria de esa lectura, tenfa un encanto indefi- nible para mf. Durante la guerra del Brasil, en més de una ‘ocasién en que se ofan los cafionazos de los combates te- nidos en las aguas del Plata, Iefa yo con doble ardor las Ruinas, que son resultados de las guerras. En mis paseos de los domingos, elegfa lugares solita- rios, para darme por horas a la lectura de ese libro. Venfa con frecuencia a visitarme en la tienda un primo herma- no mio, de Tucumén, don Jess Maria Aréoz, que se ha- llaba accidentalmente en Buenos Aires, y viéndome siem- pre dado a la lectura, me pregunté un dia: —<éPor qué saliste del colegio, si tanta aficién tienes a leer? —Bien arrepentido de ello estoy —Ie respond. 170 Joan Bautista ALBERDE ~Y si te pusiesen de nuevo en el colegio, éentrarfas con gusto? Sin duda alguna —me oy6 decir con el tono més de- cidido. Mi amigo y pariente habl6 sobre esto con don Alejan- dro Heredia, que era diputado por Tucumén en el Con- greso nacional en 1826, y don Florencio Varela, emplea- do importante del Ministerio de Rivadavia en ese tiempo, recibié del sefior Heredia el encargo, que abraz6 con pla- cer, de procurarme el restablecimiento de mi beca en el Colegio de Ciencias Morales. Conservo el billete en que el sefior Varela me llamé para hablar de ello a su casa de la calle del Parque. Gracias a esos apoyos, yo entré de nue- vo en el Colegio de Ciencias Morales. Mientras corrfan los tramites para la remisién de mi beca, y corrfan las vacaciones en que el colegio se halla- ba a la saz6n, el seflor Heredia, para que yo no perdiese tiempo, quiso darme él mismo las primeras lecciones de gramética latina; y una tarde, en su casa, sentados en un sofé, al lado uno de otro, empezé por invitarme a persig- narme; después de lo cual, abriendo 61 mismo el Arte de Nebrija, dimos principio a la carrera en que ha girado mi vida. No paré en esto la benevolencia del sefior Heredia para mf, sino que también me hizo ensefiar la misica, El fervor con que tomé los estudios, vuelto al colegio, y el método de vida de ese establecimiento, poco compa- tible con mi complexién endeble, extenuaron mi salud poco @ poco, hasta decaer en términos que tuve que salir a curarme en casa de una tfa mfa, la sefiora de Sosa, don- de no hice sino empeorar, a pesar de los més delicados cui- Mi vipa PRADA m dados, hasta que el doctor Almeida y, sobre todo, el doc- tor Owgand consiguieron restablecerme a la salud. La me- dicina con que me curé este ultimo consistié en la prohi- bicién mas absoluta de todo medicamento. —No abra usted un libro, pasee usted mucho al aire li- bre y vaya a los bailes. No sé bailar, no gusto del baile. —Vaya usted a ver bailar; respire usted el aire de una sala de baile. Este método, seguido fielmente, sent6 tan bien a mi sa- ud, que de régimen medicinal se convirtié casi en un vi- cio mi aficién a la vida de salones y fiestas. Ese fue el ori- gen de mi vida frfvola en Buenos Aires, que me hizo pasar por estudiante desaplicado. SVL Los alumnos del Colegio de Ciencias Morales nos con- fundiamos con los alumnos libres en las clases de la Uni- versidad, La escuela de latin ejerci6 un influjo decisivo en los destinos de mi vida. Alli adquirf dos amistades, que no fue- ron las de Horacio y Virgilio: he dado en mi vida cinco exdmenes de latin en que he sido sucesivamente aproba- do, y apenas entiendo ese idioma muerto. Los amigos que all{ contraje fueron Miguel Cané y el estilo de Juan Jaco- bo Rousseau: por el uno fui presentado al otro, Nos tocé a Cané y a mf sentamos juntos en el primer banco, tan cercanos de Ja mesa del profesor, que quedé- 2 Joan Baumista Ausenot bamos ajenos a su vista. La repeticién de este contacto nos puso en trato natural a los dos estudiantes. Entre los bos- tezos que nos causaba la lectura monétona que el profe- sor don Mariano Guerra nos hacfa de Virgilio, un dia sacé Cané un libro de su bolsillo para leerlo por via de pasa- tiempo. ~éQué libro es ése? —le pregunté, toméndolo de sus manos. —Una novela de amor, que se Eloisa. Lef dos o tres renglones de la primera carta y cerré, he- chizado, el libro, rogando a Cané que no dejase de traer- lo todos los dfas. Rousseau fue, desde ese dia, por muchos afios, mi lectura predilecta. Después de la Nueva Eloisa, el Emilio; después, el Contrato Social. En la Universidad yen el mundo, Cané y yo quedamos inseparables hasta el fin de nuestros estudios. Yo debi en gran parte a su amis- tad la terminacién feliz de mi catrera. Cuando el Colegio de Ciencias Morales dejé de existir, Cané dividi6 conmi- go la hospitalidad paternal que él recibfa en casa de sus nobles abuelos el doctor don Mariano Andrade y dofia Bemabela Farfas de Andrade: las dos almas més honestas, més nobles, més benéficas que he conocido en toda mi vida. Esa casa y esa familia fueron mi verdadero colegio, no de ciencias 0 teorfas morales, sino, lo que es mejor, de costumbres y de ejemplos morales. En esa familia casé don Florencio Varela con la hermana de Cané, que se criaba con nosotros como hermana comtin. Esta hospitalidad preciosa no exclufa los auxilios com- plementarios que yo recibfa de mi familia de Tucumén para llevar a cabo mi carrera, ‘ula Julia o la Nueva (MI VIDA Privapa ed svt Con el doble objeto de anticipar su terminacién y de visitar a mi familia, hice en 1834 un viaje a Cordoba y a Tucumén. Habfa consumido ya muchos afios de mi vida en las escuelas, y yo presentfa que se podfa obtener el mis- ‘mo resultado en menos tiempo. Cudntas veces he tenido después ocasién de admirar los ejemplos de doctores y de autores de libros que no pisaron jamds el umbral de una escuela de Derecho ni abrieron, tal vez, un libro de cien- cias morales. Yo estuve en Cérdoba desde abril hasta ju- nio de 1834, con el objeto de tomar un grado universita- rio, que me fue concedido previo un examen del tercer afto de Derecho, que me falt6 hacer en Buenos Aires. La vis- pera de mi examen, me paseaba en los alrededores de la ciudad, con un profesor a quien habfa sido recomendado personalmente —Hablando entre nosotros y en la més estricta reserva, digame usted ~me pregunt6-, écuéles son los puntos sobre que deseara ser interrogado en su examen de mafiana? —P{dame usted —le respondf— que repita el libro ente- ro de la materia de mi examen. ~iC6mo! £Usted tiene tanta memoria? —No es cosa de memoria —le observé—; examineme us- ted ahora mismo, empezando por donde usted quiera No podia explicarse el hecho, cuando lo vio puesto en préctica. Entrando en casa a la terminaci6n de nuestro pa- seo, le mostré el cuadro sinéptico que, por via de estudio, habfa hecho yo del tercer libro de Derecho, para servirme de él como de carta de navegacién en el curso del examen: todo un libro de Derecho. Entonces comprendié la ven- 174 Juan Baurista AusenDr taja de los métodos modernos que se ensefiaban en la Uni- versidad de Buenos Aires. El dia del examen lo compren- dieron todos, Sin embargo, no se van asf nomds las preo- cupaciones de escuela. Conversaba yo un dfa con un pariente cercano del Deén Funes, cuando paso mi amigo don Mar- co Avellaneda, que también estaba en Cérdoba, de paso para Tucumén. =Adiés, doctorcito —le dije en tono familiar; y el sefior Funes, vigndole de atrds, me pregunt6 con asombro ir6nico: —dEs0 es doctor? Un hombre, como un libro, debfa de ser de gran volu- men para tener autoridad donde reinaban todavia restos de la vieja escuela. El doctor Gigena llamaba a Bentham Bentancito, porque sus obras de legislacién estaban im- presas en voliimenes de 18° menor. Avellaneda habia co- laborado ya en El Pays, periddico liberal publicado en Bue- nos Aires por el doctor Navarro, de Catamarca. Avellaneda fue el tinico que presenci6, como espectador amigo, la co- lacién de mi grado, que me confirié el doctor Baigor, rec tor de la Universidad de Cordoba. —Peliz usted —me dijo al salir, en broma espiritual~ que ha prestado su juramento en mai latin, lo cual deja su con- ciencia en toda su libertad Avellaneda y yo fuimos honrados por el sefior gober- nador Reinafé con el encargo de organizar un baile publi co que debfa darse en festejo del 25 de Mayo, aniversario de la revolucién de 1810 contra Espafia, Como directores del baile, asistimos los primeros la noche en que tenfa lu- gar; pero antes que nosotros habfa asistido el gobernador, a quien encontramos sentado bajo un dosel, en la més ab- soluta soledad. La idea de Don Magnifico, en la 6pera Ce- MI vipa PRIVaoa ms nerentola, se nos vino a los dos, y nos detuvimos de risa sin poder pasar de la puerta. Apercibidos por el goberna- dor, se dirigié a nosotros, y, no pudiéndose explicar por qué nos refamos con tantas ganas, se puso a reir en trio con nosotros, contagiado de nuestra enfermedad de reir por refr. Rompimos el baile con un minué en cuarto, el se- fior gobernador, su ministro, el doctor Avellaneda y yo. Bn ese tiempo conocf al doctor Derqui, que era vicerrector de la Universidad de Cordoba; al doctor Olmos, profesor; al doctor Campillo, al doctor Rodriguez, un amigo de ese tiempo. SVIIE En el mes de junio de ese mismo afio de 1834, pasé a ‘Tucumén, teniendo por compafieros de viaje, entre otros su- jetos agradables, a mi amigo don Marco Avellaneda ya don Mariano Fragueiro, que se encaminaba para Bolivia. Hacia- ‘mos el viaje en una diligencia 0 carruaje de cuatro ruedas, tirado por caballos, de propiedad privada de mi paisano y amigo don Baltasar Aguirre. Para entretener el tiempo, nos lefa don Mariano Fragueiro el Viaje del capitiin Andrews, hecho al través de nuestras provincias del Norte, por cuen- ta de una compafifa inglesa de minas, en 1825. Elsefior Fra- gueiro lo traducfa del inglés al tiempo que lo lefa. Nos ha- bfa lefdo todo lo relativo a Santiago, a Tucumdn, a Salta y hasta Potosf, menos a Cérdoba, el pafs nativo del lector. Por qué omitfa lo que mas nos interesaba, pues era el pue- blo que acababamos de habitar? De temor de leemnos, con- 76 Joan Baumista ALBERDI {es6 el sefior Fragueiro, la critica amarga que de muchas co- sas de la sociedad de su provincia habfa hecho el viajero protestante, que la visit en 1825. El libro de Andrews, aun- que ligero, esté lleno de interés por la época de su viaje. Lle- 86 a Potost, poco después de la victoria de Ayacucho. Co- nocié a Bolivar y Sucre, y describe la situaci6n de esos momentos dramaticos, en que se formaba la reptiblica de Bolivia. Describe la ejecuci6n de mi tfo don Bernabé Aréoz, en el pueblo de las Trancas, por la revolucién que lo derro- 6 de su gobierno dictatorial, en Tucumdn. Presenci6 una discusién del Parlamento provincial de Tucumén, sobre un punto de politica tocante a religién, donde un jesuita tucu- mano, de los expulsados en el siglo pasado, resistié, del modo més dramético, toda innovacién favorable a la liber- tad religiosa. Encontro algunos oradores, comparables, por la gracia y calor de su elocuencia, a los mejores oradores del Parlamento briténico. El capitin Andrews llamé a Tu- cumén, por la majestad de su naturaleza fisica, el jardin del universo, el Edén del mundo. Llegamos a Tucuimén en un dfa domingo, entristecido por las escenas de una revolucién sofocada en ese da, con- tra el gobierno del sefior Heredia. Estaban en prisién to- dos sus autores, pertenecientes a la mejor sociedad de Tu- cumédn. Nuestra Hegada fue un feliz evento, por el influjo que tuvo en el restablecimiento de la paz. Yo fui més feliz que mis amigos y compafieros en esa noble misién, por varias citcunstancias. Deudor, en parte, de mi educacién a Heredia, me consideraba como su cria- tura, Yo era de Tucumén, Avellaneda era de Catamarca y Fragueiro de Cordoba. Mi hermano Felipe era fntimo ami- go del gobernador Heredia. No era su consejero oficial, ‘Mr VIDA PRIVADA 77 como se ha dicho. Le hacia, por mero comedimiento, al- gunos papeles de Estado, que Heredia le pedia. Yo mostré uno de esos mensajes al cuerpo legislativo, redactado por mi hermano, a don Florencio Varela, en Buenos Aires, el cual no quiso creer que fuese Ia obra de un hombre ile- trado. Mi hermano no recibié mas educacién que la que tuvo de mi padre en su propia casa. Su talento fue tan mar- cado desde nifio, que el general Belgrano quiso traerlo a Buenos Aires para hacerlo educar a su costa. Mi padre, naturalmente, declin6 el favor. Se acereaba el 9 de Julio, aniversario del dia de la de- claracién de la Independencia Argentina por el Congreso Constituyente, reunido en Tucumdn en 1816. La Sala en ‘que ese acto tuvo lugar, fue siempre visitada, por via de so- lemmmidad y festejo de ese dia, por todas las autoridades pre- sididas por el gobernador, y acompafiados del pueblo mas, selecto. Fue en esa reuni6n donde, invitado a decir algunas palabras en honor del dia, pedi la libertad de los prisione- ros y el olvido de su falta. Renovada esa gesti6n en un ban- quete patridtico tenido en ese dia, el gobernador Heredia proclams la absoluta amnistfa de los prevenidos. A don Ma- iano Fragueiro le cupo gran parte en ese resultado. Six Hacfa diez afios que yo habia dejado a Tucumén. En- contré vivos a mis hermanos, habitando Ja casa en que yo nacf, que es la tercera, a la derecha del Cabildo, en la pla- dad de Tucumén. za principal de la 178 Jax Baurista ALRERDI Aunque todo el mundo era mi amigo en Tucumén, des- pués de mis hermanos y mis primos hermanos los Aréoz, Avellaneda era mi amigo favorito, por la comunidad de nuestras ideas y habitos de Buenos Aires. Nos vefamos dos y tres veces todos los dfas y a menudo en la casa de Silva, donde se casé con la hermana de mi viejo y querido ami- go don Brigido Silva, estudiante en Buenos Aires. Un decreto del gobierno me autoriz6 para ejercer la profesi6n de abogado en Tucumén, Pero yo no era aboga- do a pesar de ese decreto, que no podfa hacer las veces de la Academia de Jurisprudencia, que me faltaba frecuentar en Buenos Aires. Por este motivo y por otros que voy a de- cir, s6lo quedé un mes en Tucumén. El gobernador querfa que yo fuese elegido diputado al cuerpo legislativo pro- vincial. Pens6 también en mf para enviarme como su ne- gociador a Salta, de una cuestién que a esa provincia te- nfa dividida y propensa a entrar en guerra con su vecina. No encontré mejor medio de eludir esos compromisos pre- coces que interrumpfan mi carrera, que el pedir mi pasa- porte y volver a Buenos Aires a proseguir y concluir los estudios de mi carrera de abogado. Después de arreglada la sucesi6n de mi padre, volvi a Buenos Aires en noviembre de 1834, dejando inconsola- ble a Avellaneda, que me vio partir lleno de envidia. Sus padres, emigrados de Catamarca en Tucumén y escasos de fortuna, hallaron mejor retenerlo en su compafifa. Habi- tuado a la vida general y educado en el ambiente més ele- vado, en Buenos Aires, se sentfa como asfixiado al verse reducido a la soledad de la provincia. Durante nuestra au- sencia mutua de muchos afios estuvimos en correspon- dencia regular con Avellaneda hasta el fin de sus dfas, Al Mr viba Parvapa 9 dejar a Buenos Aires para pasar a Montevideo, en 1838, yo le inicié en los trabajos de nuestra agitacién politica de esa €poca, concluyendo una de mis cartas de propaganda con los versos de nuestra cancién nacional: Se conmueven del Inca las tumbas... Lo que ven renovando a sus hijos, de la patria el antiguo esplendor. En esta correspondencia que dejé en manos de Eche- verrfa, al ausentarme para Europa, se inspiré este amigo para escribir su poema El Avellaneda, que me dedic6, por esa razén, como me lo dijo en carta suya, que conservo. sx Vuelto a Buenos Aires a continuar mis estudios, el se~ fior Heredia no quiso quedar extrafio a la terminacién de una carrera, en que él me habfa colocado. Tuvo la idea y determiné enviarme a los Estados Unidos para perfeccio- narme en esa grande escuela del Gobierno federal, de que era partidario en el Congreso de 1826. A ese fin me reco- mendé al general Quiroga, que residfa entonces en Bue- nos Aires, encargéndole de proveerme de los fondos ne- cesarios. Bl general Quiroga me acogi6 con mucha gracia, Lo visité con repeticién, y muchas veces se entretuvo en largas conversaciones conmigo, ajenas del todo a la poli- tica, Yo no me cansaba en estudiar, de paso, a ese hombre extraordinario. A punto de emprender mi viaje para los 180 Joan Baurista ALBERDY Estados Unidos, el general Quiroga me dio una orden para el Banco de Buenos Aires, por toda la suma que debfa ser- virme para trasladarme y residir un afto en aquel pafs. Don Ladislao Martinez, su amigo, estuvo presente en ese acto, que le llam6 la atenci6n por las palabras firmes que tuve al general Quiroga en no sé qué objecién que me suscit6 sobre un punto de forma. Al dfa siguiente le hice una vi- sita respetuosa, en que tuve el gusto de restituirle su or- den contra el Banco, renunciando al proyecto de viaje para los Estados Unidos. Poco después el general Quiroga recibié del Gobierno de Buenos Aires la misma misiOn que el sefior Heredia qui- so darme en Tucumén acerca del Gobierno de Salta, En ese viaje a las provincias del Norte, hablé en Tucumén con el sefior Heredia a mi respecto, en términos que probaron la buena impresién que yo le habia hecho. De regreso de su misién, como es sabido, fue asesinado en Barranca Yaco, lugar de la provincia de Cérdoba. Con ocasién de ese fin tragico me escribié el general Heredia, lamenténdolo por haber perecido con él los mas hermosos y grandes pro- yectos. Yo supuse que los habfan acordado juntos antes de regresar a Buenos Aires. Nunca los conoef de un modo positivo, pues poco después fue asesinado Heredia. Yo he maliciado que se referfan a planes y proyectos de Consti- tucién de la Reptiblica. Que Quiroga tenia ciertas miras fi- jas a este respecto lo probé la carta en que el general Ro- sas trat6 de convencerlo, en 1835, de que la Repiblica no estaba preparada ni en edad de constituirse, Mientras prosegufa mis estudios de jurisprudencia en la Academia de Buenos Aires, me asocié como comanda- tario primero a mi amigo y paisano don Avelino Alurral- Mr vipa pRvapa 18 de, y mas tarde a don José Pringles, para negocios mer- cantiles de tienda, con cuyos provechos me sostuve hasta que pasé a Montevideo, sin recibirme de abogado en Bue- nos Aires por no prestar el juramento que una ley exigia como requisito esencial de fidelidad al Gobierno dictato- rial del general Rosas. XI Durante mis estudios de jurisprudencia, que no absor- bian todo mi tiempo, me daba también a estudios libres de derecho filoséfico, de literatura y de materias politicas. En ese tiempo contraje relacién estrecha con dos ilustrfsimos i6venes, que influyeron mucho en el curso ulterior de mis estudios y aficiones literarias: don Juan Marfa Gutiérrez y don Esteban Echeverrfa. Ejercieron en mi ese profesora- do indirecto, més eficaz que el de las escuelas, que es el de la simple amistad entre iguales. Nuestro trato, nuestros Paseos y conyersaciones fueron un constante estudio li- bre, sin plan ni sistema, mezclado, a menudo, a diversio- nes y pasatiempos de mundo. Por Echeverrfa, que se ha- bia educado en Francia durante la Restauracién, tuve las primeras noticias de Lerminier, de Villemain, de Victor Hugo, de Alejandro Dumas, de Lamartine, de Byron y de todo lo que entonces se llamé el romanticismo, en oposi- cin a la vieja escuela clasica. Yo haba estudiado filoso- fia, en la Universidad, por Condillac y Locke. Me habfan absorbido por afios las lecturas libres de Helvecio, Caba- nis, de Holbac, de Benthan, de Rousseau. A Echeverria 182 Juan Baunista Anpenpt debf la evolucién que se oper6 en mi espfritu con las lectu- ras de Victor Cousin, Villemain, Chateaubriand, Jouffroy y todos los eclécticos procedentes de Alemania en favor de lo que se llamé el espiritualismo. Echeverria y Gutiérrez propendian, por sus aficiones y estudios, a la literatura; yo, a las materias filos6ficas y so- ciales. A mi ver, yo creo que algtin influjo ejercf en este or- den sobre mis cultos amigos. Yo les hice admitir, en par- te, las doctrinas de la Revista Enciclopédica, en lo que més tarde llamaron el Dogma socialista. Yo tenfa invencible aficién por los estudios metafisicos y psicoldgicos. Gutié- rrez me afeaba esta aficién y trataba de persuadirme de mi aptitud para estudios literarios. Mi preocupacién de ese tiempo contra todo lo que era espafiol, me enemistaba con Ja lengua misma castellana, sobre todo con la més pura y clasica, que me era insoportable por lo difusa. Falto de cul- tura literaria, no tenfa el tacto ni el sentido de su belleza No hace sino muy poco que me he dado cuenta de la suma elegancia y cultisimo lenguaje de Cervantes. Cuando en Madrid me encontré en el seno de algunas familias, més de una vez el habla de los nifios y de las damas me distrajo de la misica misma, por la armonfa de su acentuaci6n. Al- guna satisfaccién cref encontrar de mis preocupaciones contra el viejo estilo castellano, en la confesién de Larra, de que si Cervantes viniese al mundo en este siglo, se guar- daria de usar de su lenguaje del siglo XVII. Donoso Cor- tés y Balmes no han escrito como Cervantes. Tampoco son de su escuela Emilio Castelar, ni Cénovas del Castillo. Mr vipa ervapa 183 SXIE Esto no me impidi6 ser uno de los asistentes y coope- radores del Saldn Literario, que fund6 don Marcos Sastre, en su propia casa de librerfa. El objeto de esa institucién particular no podfa ser més ostensible: se declaraba por estas palabras del Apéstol, escritas en lo alto del Saléi Abnegemus ergo opera tenebrarum et induamur arma lu- cis! Las armas de la luz no estaban de moda bajo el go- bierno de ese tiempo; y el brillante club literario tuvo que renditlas ante la brutal majestad de otro club de rebenque, formado para impedir todo club de libertad. La tinica for- ma en que la libertad de asociaci6n podia existir fue la que asumi6 la Mazorca. Para azotar a los liberales era licito asociarse, y para estudiar la libertad, la asociacién era un crimen de traicion a la patria, El Sal6n Literario estaba con- denado a desaparecer, porque eta piiblico. Entonces pensamos en la Asociacién de Mayo 0 l6gi- ca secreta de lo que Ilamamos la joven generacién argen- tina. El Dogma socialista de Mayo fue el resultado de los trabajos de esa asociacién. Sino se podia estudiar la libertad en asociaciones, éera \fcito hacerlo por libros o estudios aislados? El Prelimi- nar del derecho fue de esto un ensayo que yo hice. Estu- diar el derecho bajo el poder ilimitado, era un poco ar- duo. En ese libro yo califiqué el poder ilimitado, como el poder de Satands, bajo el gobierno omnfmodo de Rosas, pero no sin tomar precauciones naturales de inmunidad en favor de mi persona y del libro. Lo dediqué al general Heredia, cosa que, de paso, era un deber moral de mi par- te. Heredia, como federal, era mirado con amistad por Ro- 134 Juan Baurists ALBERD! sas. En el Prefacio, pararrayo del libro, hice concesiones al sistema federal, y al jefe temido de nuestra democracia federalista. La edad de oro de nuestra patria no ha pasa- do, dije allf: est4 adelante. Brilla en el fondo de la Confe- raci6n Argentina, es decir, en la idea de una soberanfa na- cional conciliada con las soberanfas de provincia, sin absorberlas. A Rosas le repetf el calificativo de grande hombre, que le daba todo el pats. Todo esto no impidi6 que Rosas re- cibiese informes de mi libro, amenazantes para mi seguri- dad. Supe que don Pedro de Angelis me daba como per- dido, por causa de esa publicacién. Don Felipe Arana, ministro de Rosas y muy ligado con De Angelis, informé al dictador en mal sentido sobre la indole politica de mi libro. Lo supe por conducto de don Nicolés Marifio, mi camarada del Colegio de Ciencias Mo- rales, que redactaba la Gaceta Mercantil, 6rgano oficial de Ja dictadura. Yo escribt a Rosas pidiéndole una audiencia Més tolerante que sus consejeros, me dispensé de ella, mandandome palabras calmantes por medio de Marifio. Con todo, lo acaecido era bastante para reconocer el peligro de darse a estudios liberales en circunstancias se- mejantes. No hacfa mucho que un paisano mfo, compafiero de colegio, don Angel L6pez, fue mandado a un pont6n-pre- sidio por haber sostenido en su tesis, al recibir el grado de doctor, que era conveniente para la Reptiblica la residen- cia de ministros extranjeros cerca de su Gobierno. ‘Wright, siendo diputado en la Legislatura de Buenos Aires, cottié casi la misma suerte, por haber sostenido en la discusin de un tratado internacional que debfan ex- ‘Mr vipa provana 185 tenderse a los stibditos franceses todas las garantfas que daba a los ingleses el tratado britdnico-argentino de 1825, Una explosién de escéndalo produjeron esas palabras, y el orador, perdido en 1a opinién dominante, tavo que asi- larse poco después en Montevideo. En el proyecto de la Constitucién que rige, yo extendf los derechos y garantfas dados por el tratado con Inglaterra a los sibditos briténi- cos a todos Jos extranjeros residentes en el pats, sin excep- cién, Asf fue sancionada por el Congreso constituyente de 1853, después de cafdo Rosas. Claro es que bajo su Gobierno yo no hubiera podido publicar en Buenos Aires el libro de las Bases, en que pro- puse dar a los extranjeros todos los derechos civiles y so- ciales del ciudadano argentino. Sarmiento me ha dicho que ni aun después de cafdo Rosas hubiese podido publi- car en Buenos Aires mi libro de las Bases; pero yo le dejo la responsabilidad de ese juicio, desmentido por el hecho de estar allf rigiendo la Constitucién que yo propuse. La verdad es que si no hubiese yo salido de Buenos 5, no hubiera concebido ni publicado mis Bases, nila Constituci6n que los resume serfa, tal vez, lo que es hoy con respecto a los extranjeros, atrafdos al pafs por sus lar- guezas, en las masas de inmigrados que han anulado el progreso de los Estados Unidos en punto a poblacién. Yo no soy més que otro argentino en cuanto a capacidad 0 instrucci6n, Si mis escritos han tenido algtin éxito, lo de- ben a la libertad con que los he pensado, redactado y pu- Dlicado, al favor de la seguridad que me dio mi residen- cia en pafses extranjeros. Esta es la gran lecci6n que surge de mi vida, a saber: que no puede haber ciencia, ni lite- ratura, sin completa libertad, es decir, sin Ia seguridad de 186 JUAN Baurista AupERDE no ser perseguido como culpable, por tener opiniones con- trarias al Gobierno y a las preocupaciones mismas que reinan en el pats. SXUL Bs preciso buscar en esa situaci6n de cosas y en la con- dicién que ella formaba a la juventud estudiosa de Buenos ‘Aires, la causa que la determiné a emigrar como en masa para buscar en los paises extranjeros de su inmediacion la libertad y seguridad que en el propio pais faltaba para es- tudiar las causas, las cuestiones y los negocios que intere- saban a la prosperidad de la naci6n argentina. Otras circunstancias, es verdad, vinieron en remedio de ésa, dando la sefial de ocasi6n y el impulso a la serie de acontecimientos que conmovié la vida de esos paises por muchos afios. El Gobierno del general Rosas, queriendo tratar a los franeeses como trataba a los argentinos, encontré la re- sistencia que no podfan oponerle sus compatriotas; y sus pretensiones produjeron la cuestiGn internacional, que puso en problema la vida de su Gobierno dictatorial, Coincidi6 con esa cuestion, o més bien, resulté de ella misma, el cambio politico de la Replica Oriental, por el cual Rivera, vencedor de sus adversarios en la batalla del Palmar, con la cooperaci6n de los argentinos opositores a Rosas, tomé posesién del Gobierno de Montevideo, cuya ciudad vino a ser, por ese cambio, el cuartel general de to- das las resistencias contra el tirano de Buenos Aires. | (Mi vipa pawvana 187 Era una noche de la primavera de 1838. Nos encon- trébamos muchos jévenes de ese tiempo en la brillante y alegre sociedad de las sefioritas de Matheu, miembro que fue del gobierno de Mayo de 1810. La musica, el baile, las conversaciones animadas nos tenfan embelesados, cuan- do entré Carlos Paz‘ con la noticia del triunfo de Rivera en el Palmar, ayudado por Lavalle, Olavarrfa, Vega, etc., oficiales célebres del ejército argentino, que Rosas habla desterrado en la Banda Oriental. Imposible describir la ‘emoci6n que esa nueva produjo en los corazones de ese pufiado de j6venes. Todo un mundo de esperanzas libera- les se dibujé en su imaginacién. El pafs entero se sintié animado de esas esperanzas en poco tiempo después. Don Andrés Lamas, que me habfa hecho tal servicio de impugnar mi Preliminar ai Estudio del Derecho, eta se- cretario del general Rivera, y tenfa estrecha relacién con mi amigo don Miguel Cané, que me llam6 a Montevideo para colaborar en El Nacional, fundado en esos dfas por ellos dos. Pedf mi pasaporte y dejé a Buenos Aires en noviembre de 1838. Me acompafiaron hasta el muelle dos amigos, los sefiores Posadas y Echeverria. Sabfan ellos que yo era por- tador de numerosa correspondencia y papeles de tal na- turaleza que, descubiertos por la policfa, no me hubiese quedado un par de horas de vida. Yo desarmé la suspica- cia de esa sefiora, abriendo yo mismo mi batil para que lo visitase: ya mis dos amigos me habfan abrazado, se habfan separado de mfy esperaban temblando, colocados a cier- * De la misma familia de Matheu, padre del que acaba de morir en la batalla de Santa Rosa, (N. del A.) 188 Juan Baurista ALsEROE ta distancia, verme embarcado en el bote que debia Ile- varme al paquete, como sucedi6 sin novedad. Antes de estar a una milla de la orilla (los paquetes fon- dean a dos millas) saqué del ojal de mi levita la divisa roja que a todos nos pontfa el gobierno de ese tiempo, y la eché al agua con algunas palabras bromistas, que dieron risas a los testigos. —Mire usted que pueden verlo desde tierra y detener el bote -me dijo el sefior Balcarce, que era uno de los com- pafieros de embarcacién. El sefior Balcarce emigraba para servir en el extranje- x0 al tirano de su pafs; yo para combatirlo. Esto debfa va- ler un dia a mi compafero la simpatfa, y a mila aversion y persecucién de los liberales de mi pats. Entre los papeles que contenfa mi bail se encontraba el manuscrito inédito de esas Profectas que sacaron a Fri- as, segiin él dice, del retiro inactivo que levaba en el cam- pO, y pusieron a Marco Avellaneda y a tantos otros jéve- nes amigos, en la campafia que decidi6 de sus destinos, o mejor dicho de los nuestros. SxIV Asf termin6 mi vida privada y de mero estudiante que hice en mi pafs, y no hice otra desde que nacf hasta que dejé su suelo, a la edad de veintiocho aftos, para no vol- ver hasta hoy. La emigracién ha absorbido mi vida. Pero équé ha sido para mf la emigraci6n? A los trabajos y ocu- paciones de mi vida, pasada en el extranjero, toca dar la Mi vipa PRwvapa 189 respuesta. Ellos dicen que nunca he estado mds presente en mi pais que cuando he vivido fuera de é En efecto; pasando de Buenos a la Banda Oriental em- pezé la vida que puedo llamar publica, en este sentido: que no se puede llamar privada la vida del escritor que, desde no importa qué residencia extranjera, vive mezclado por sus escritos a la vida politica y militante de su pafs. En ese primer perfodo de mi vida no fui més patriota por el he- cho de pasarlo en el suelo de mi pais. Los cambios de medio por que pasa la vida de un es- critor ausente de su pats, determinan otras tantas fases de su patriotismo, sin disminuirlo. En el extranjero el patrio- tismo se desnuda de todo elemento chauvin y de todo co- lory olor local. Pero la ausencia lo eleva y purifica. La pa- tria es vista con menos preocupaci6n y desde un punto de observaci6n més elevado y general. Desde entonces, y por esa causa, empiezan una divergencia de opinién con sus compatriotas, que nace, no del olvido de la patria, ni de enfrfo del patriotismo, sino de la diversidad del medio y del punto de vista desde los cuales ha considerado y juz- gado sus negocios y cuestiones el peregrino de su pafs Toda mi vida se ha pasado en esa provincia flotante de la Repiiblica Argentina, que se ha llamado su emigracion po- litica, y que se ha compuesto de los argentinos que deja- ron el suelo de su pafs tiranizado, para estudiar y servir la causa de su libertad desde el extranjero. Casi toda nuestra literatura liberal se ha producido en el suelo mévil pero fecundo de esa provincia némada. El peregrino, el Facun- do, El dngel caido, El Avellaneda, los Himnos a Mayo, la América poética, los periédicos hist6ricos y memorables de Ia titima época, y hasta las leyes fundamentales, que 190 Joan Baumista ALBERDI hoy rigen la Repablica Argentina, se han producido en esa provincia semoviente y némada del pueblo argentino, que se ha lamado su emigracién liberal. oxy Por variadas que hayan sido las fases por que ha pasado mi vida, la forma que ha conservado mi inteligencia duran- te ella, venfa de su primer perfodo, pasado en mi pais. Fue, naturalmente, el de mi educaci6n. Pero mi educacién no se hizo tinicamente en la Universidad, por las doctrinas de Loc- ke y Condillac, ensefiadas en las cétedras de filosoffa, ni por las conversaciones y trato de amigos més ilustrados. Mas que todo ello contribuyeron a formar mi espfritu las lecturas li- bres de Ios autores, que debo nombrar para complemento de la historia de mi educacién preparatoria. Mis lecturas favoritas por muchos afios de mi primera edad fueron he- chas en las obras més conocidas de los siguientes autores: Volney, Holbach, Rousseau, Helvecio, Cabanis, Richerand, Lavatter, Buffon, Bacon, Pascal, La Bruyére, Bentham, Mon- tesquicu, Benjamin Constant, Lerminier, Tocqueville, Che- valier, Bastiat, Adam Smith, J. B. Say, Vico, Villemain, Cou- sin, Guizot, Rossi, Pietre Leroux, San Simon, Lamartine, Destut de Tracy, Victor Hugo, Dumas, P. L. Couvier, Chateau- briand, Mme. de Staél, Lamenais, Jouffroy, Kant, Merlin, Pothier, Pardessus, Troplong, Heinecio, EI Federalista, Story, Balbi, Martinez de la Rosa, Donoso Cortés, Capmany. Se ve por este catdlogo que no frecuenté mucho los au- tores espafioles; no tanto por las preocupaciones anties- [MI vipa PRIVADA son pafiolas, producidas y mantenidas por la guerra de nues- tra independencia, como por la direcci6n filos6fica de mis estudios. En Espafia no encontré filésofo como Bacon y Locke, ni publicistas como Montesquieu, ni jurisconsultos como Pothier. La poesfa, el romance y la crénica, en que su literatura es tan fértil, no eran estudios de mi predilec- cién. Pero més tarde se produjo en mi espfritu una reac- cién en favor de los libros clasicos de Espafia, que ya no era tiempo de aprovechar, infelizmente para mf, como se echa de ver en mi manera de escribir la tinica lengua en que no obstante escribo. Todas esas lecturas, como mis estudios preparatorios, no me sitvieron sino para ensefiarme a leer en el libro ori- ginal de la vida real, que es el que més he hojeado, por esta raz6n sencilla, entre otras, que mis otros libros han esta- do casi siempre encajonados y guardados durante mi vida, pasada en continuos viajes. Puedo decir que a fuerza de no leer, he acabado por aprender un poco a ver, a observar, a pensar, a escribir, por mi mismo. Pero nada me ha servido més en el sentido de esta in- dependencia que la libertad con que he podido pensar y escribir al favor de la ausencia de mi pafs, donde la into- lerancia de los gobiernos forma una cuarta parte de la in- tolerancia que le sirve de base natural, la cual se compo- ne de las costumbres, de las corrientes de opinién y del torrente de las preocupaciones reinantes, dotadas de! po- der soberano de una democracia que no gusta de ser con- tradicha. De aquf el secreto que explica el valor relative de mis escritos, No los hace valer sino la libertad entera con que han sido pensados, compuestos y publicados, pre- 192 JoaN BAUTISTA ALBERDI cedente del cual resulta esta ensefianza: que en Sudamé- rica, cada reptblica tiene su tribuna politica y literaria, en la repdblica vecina; y como todos hablan el mismo idio- ma, tienen el mismo sistema de gobierno, el mismo orden social, la misma historia y el mismo porvenir, resulta que no hay dos continentes en la superficie del globo, en que la libertad del espfritu humano cuente con mayores ga- rantfas de progreso y mejoramiento indefinidos para los tiempos que han de venir. DEL EDITOR. Cerramos estas paginas agregando el siguiente fragmento de una carta dirigida a don Santiago Estrad: Spa (Bélgica), 18 de septiembre de 1873 ] Todo lo que emana de la juventud tiene para mf un interés de familia que se explica por mi origen de ar- gentino y de estudiante que allf fui. Yo nunca he olvidado que soy el hijo de la Universidad de Buenos Aires. Siento solamente haber dejado de ser apreciador competente de sus libros de bella literatura. Yo fui dado a las flores como usted cuando tenfa su edad. El tiempo nos ha separado en este sentido. Su juventud de usted como la tierra caliente Ge los tr6picos, es prédiga en flores. Mi edad tiene, al con- trario, la aridez frfa del pedernal, que cuando més, pro- duce chispas. ‘Vivamente agradecido de sus amables y galantes pala- bras, permitame recordar en este lugar con ocasi6n de ellas y como respuesta de ellas, las que me escribié un dfa des- de su destierro don Bernardino Rivadavia teniendo yo la edad de usted: «La juventud, las nuevas generaciones han sido y son el fundamento de la firme esperanza que me alienta en el porvenir de mi pats» J.B. ALBERDI

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