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los mejores undo podrén ayu- ra LU www.pearsoneducacion.com @olaarlire Mm gelal <3 Been bebd\d Fa sais See ey Cornelia Funke nacié. en 1958 en Dorsten, Westfalia (Aleman Después del Bachillerato estudié Pedagogi ¥, posteriormente, realizé Wal los estudios de ilustracién ros en la Escuela Universitaria Superior de Disefio de Hamburgo, Desde 1987 trabaja por su cuenta escri- biendo e ustrando libros infantiles. Funke es una de las autoras mas conocidas y apreciadas de la infantil misma. Prueba de la admiracion que se siente por su obra son los numerosos premios y distinciones que ha recibido. En el 2003 ha sido galardonada con el Deutscher Kinder- und Actualmente vive con su marido y sus dos hijos en Hamburgo. Hugo en et castillo det terror aciones de la autora PEARSON ee Alh Para Elmar y Gitta. Estos son (de derecha a izquierda) Eloina Comino, Hugo FAME y Tom Tomsky. Aunque no lo parezca, se trata de uno de los mejores equipos de cazafantasmas del mundo. Eloina Comino tiene a sus espal- das mas de cincuenta afios de experiencia profesional en este campo. A'Tom Tomsky, su asistente humano, le falta muy poco para obtener el SDC (Segundo Diploma de Cazafantasmas). Y, por supuesto, Hugo FAME, cuya ayuda es de un valor incalcu- lable, pues al ser un FAME (FAntasma Medio Espantoso) dispone de conocimien- tos mas que satisfactorios. Pero basta de discursos. En las paginas siguientes se cuenta una aventura que incluso para estos tres intrépidos cazafan- tasmas ha sido muy dificil de superar, ya que Comino & cia se enfrenta esta vez con uno de los representantes mas terribles del mundo fantasmal... Una tarde de febrero se desliz6 por el fax de Eloina Comino, la famosa cazafantas- mas, el siguiente mensaje: Estimada seniora Comino: Mi nombre es Teodoro Ortiz, y ni mi mujer ni yo somos personas especialmente asustadizas. Sin embargo, los aconteci- mientos de los viltimos dias han destrozado bastante nuestros nervios y nuestra salud. Hace una semana, mi mujer y yo nos hici- mos cargo de la administracién del castillo Monteoscuro, propiedad de la familia Monteoscuro en Pena del Sapo. A nuestra llegada oimos rumores sobre un espiritu que en los iltimos anos ha estado haciendo de las suyas en el castillo. La persona que nos proporcion6 el trabajo no mencion6 nada del asunto, de manera que no prestamos atencién a las habladu- rias. Al fin y al cabo estamos en el siglo xxi. No obstante, en este castillo ocurren co- sas tan extranas y misteriosas que empeza- mos a dudar de nosotros mismos. La OLFAPACA (Oficina para la Lucha con- tra FAntasmas de PAlacios y CAstillos) nos recomend6 Comino & cia por ser uno de los equipos de cazafantasmas mds eficaces. jPor favor, aytidennos! ;Estamos desespe- rados! Les saludan atentamente (profunda- mente trastornados), Teodoro y Amalia Ortiz. No es que dieran mucha informacién, pe- ro los tres cazafantasmas de Comino & cia estaban acostumbrados a sus atemorizados clientes. Después de varias Ilamadas imiti- les por teléfono para localizar a los Ortiz, los tres se pusieron en camino sin mds de- mora. En el maletero Ilevaban su equipo basico de cazafantasmas, un par de cosas especiales para la lucha contra fantasmas hist6ricos, asi como la computadora recién estrenada de Tom, con el que se conecta- ban al extenso banco de datos del CILUFA (Centro de Investigacién para la LUcha con- tra FAntasmas). Era un dfa de invierno gris y frfo. La Iuvia caia con fuerza sobre el asfalto cuando Elof- na Comino llegé con su vieja camioneta al pequefio pueblo de Monteoscuro. —Bueno, no veo ningtin castillo por aqui —dijo Tom Tomsky mientras aplasta- ba su nariz contra los cristales empafiados del coche—. Sélo hay una iglesia, dos ban- cos y un puesto de papas fritas. Tampoco veo ningiin cartel que indique «Al castillo», o algo parecido. —Muy bien —respondi6 Eloina Comi- no acercandose al borde de la acera—. En- tonces preguntaremos. Hugo, esc6ndete. —Siii —susurré Hugo, y desaparecié de- bajo del asiento trasero. 10 —Perdone —Eloina bajé Ia ventanilla y sonrié a un hombre que pasaba a toda pri- sa con su perro salchicha mojado hasta los huesos—. Buscamos el castillo del baron de Monteoscuro. EI sefior casi pisa al perro del susto. Tra- go saliva, miré a su alrededor, se agaché hacia Eloina y le murmur —;Para qué quiere usted ir alli? —Oh, voy por motivos de trabajo —res- pondié la sefiora Comino. —jCielo santo!, gesta usted cansada de vivir? Dése la vuelta y vayase a casa antes de que sea demasiado tarde. —Muchas gracias por su consejo, pero no se preocupe por mi. Sélo quiero saber el camino, ¢puede usted ayudarme? El sefior se encogié de hombros e indicé la calle hacia abajo. —La primera a la derecha, la segunda a la izquierda y después todo recto has- ta... Se qued6 boquiabierto mirando mente a Eloina. —¢Todo recto hasta...? —le preguntd ella—. ¢Hasta dénde? —jAhi! —exhalé sefialando los dedos blancos que elevaban el sombrero de Eloi- na muy suavemente. El perro movié la ca- beza y se puso a aullar. —;Eso? Ah, no es nada —enfadada, dio un manotazo a los dedos fofos y gélidos—. ¢Recto hasta donde? Pero el hombre estaba paralizado. Con la boca abierta mientras el perro enredaba la correa alrededor de sus piernas. rh fiz! —éHass-taa dén-dee? —susurré Hugo, y le solt6 al pobre hombre su aliento podri- do en la cara—. Vamoosss, ress-pondee, 0 quie-resss que te ha-gaa coss-quillaasss, ehhh? —To...to...todo rec...recto has...ta la pa- rada del autobiis, lu... luego entre por el ca- ..camino vecinal —profirié el duefio del perro salchicha. —Gracias —contesté Eloina Comino. A continuaci6n subié presurosa la venta- nilla y aceleré. El pobre sefior se qued6 aténito miran- dolos bajo la Iluvia. —iJu-juuhh! —gritaba Hugo mientras lo saludaba desde la ventana de atras—. Jujuuhh, mi-re-en c6-moo se ha que-da- doo. —Si, ges que te has vuelto chiflado? —lo increp6 Tom—. {No puedes reprimir tus esttipidas bromas de fantasma? —Niebla —dijo Elona. Giré en la si- guiente esquina y las ruedas rechinaron—. Este FAME no tiene mas que niebla en el cerebro. La primera a la derecha, la segun- da a la izquierda. Tom, eves por algin la- do la parada de autobiis? —Dee-saa-gra-de-cii-doos —protesté Hugo—. Son uu-noos dee-saa-gra-de-cii- doos. — Ay, callate, eres inaguantable! —res- pondiéd Tom—. Sdlo espero que en el castillo no metas la pata continuamente. jAhi! —limpié con la manga el cristal em- pafiado de la ventanilla—. Ahj esta la pa- rada de autobiis y aqui esta el camino vecinal, junto al cartel caido. Eloina tom6 el camino cenagoso dando saltos. Hugo se movia en el asiento trasero. como un flan de color verde moho. —Me en-cuen-troo muy maal —pro- test6—, mee sien-too faa-taal. —Lo tienes bien merecido—replicé Tom. Y a continuacién exclamé—: {Cielo santo! Ante ellos se erguia el castillo de Mon- teoscuro. 14 Era gigantesco y gris, y estaba rodeado de un foso con aguas negras en las que se reflejaban los muros cubiertos de enreda- deras. —;Cielo santo! —repitié Tom. Después de dar unos bandazos, la sefiora Comino consiguié detener el auto ante el puente levadizo. La Iluvia goteaba por los dientes que unas caras grotescas y repugnantes ense- fiaban sobre la puerta del castillo. —Mee guss-taa muu-choo —susurré Hugo—. Muy boo-nii-too. —Bonito no es precisamente la palabra que yo utilizaria —respondié Tom. Tomé la mochila del asiento de atras, se puso la capucha y abrié la puerta del auto. La Ilu- via le golpeaba en la cara y el viento tiraba de su chaqueta. Tom encogié la cabeza y elevé la vista hacia las torres del castillo. Sus puntas revestidas de hierro perforaban como lanzas el cielo. —Impresionante, gverdad? —Ia sefiora Comino sacé del maletero las bolsas con el equipo y le dio a Tom su computadora—. Vamos, el resto del equipaje lo buscaremos luego. Con paso firme se dirigié al puente leva- dizo. Tom buscaba a Hugo, pero no se lo veia por ningtin lado. —Eh, Hugo —dio un golpe en su mo- chila—, sal de ahi enseguida. Escéndete en otro lado, ¢Si? —Quée maal gee-nioo —susurré Hugo y salié a la luz—. Hay de-ma-sia-daa luz, de-ma-sia-daa luuz —se quejo—. Y en-ci- ma el vien-too as-que-ro-soo. Tom meneé la cabeza resignado y siguié a Eloina por el puente levadizo. Las tablas de madera desgastadas estaban resbala- dizas por la Iluvia. Tom se acercé a la barandilla y mir6 hacia abajo en las aguas negras del foso. —Yoo huee-loo fan-tas-maass —susurr6 Hugo—. Es-pi-ri-tuus del a-guaa, del pan- ta-noo, muyy an-ti-guoos. Buuhuu. Desaparecié entre risitas por el arco os- curo de la puerta que habia en el muro. 15 ‘Tom dejé de mirar las aguas oscuras y se apresuré a seguir a Hugo. Paso al lado de las caras grotescas y los tragaluces por los que antafio se vertia aceite hirviendo a los visitantes no deseados. Mientras cruzaba el patio del castillo, tuvo la sensacion de que lo observaban unos ojos que Ilevaban alli mucho tiempo. Ojos maliciosos, llenos de odio y rencor. Pero al darse la vuelta, no vio a nadie. La sefiora Comino y Hugo ya se encon- traban en la amplia escalera que conducia ala puerta principal del castillo. Mojado has- ta los huesos y muerto de frio, Tom llegé hasta donde estaban. Junto a la puerta habia un cartel grande en el que decia: Castillo de Monteoscuro. Visitas en dias laborables, de 10 a 12. Domingos y festivos, de 10 a 16 horas. Visitas guiadas con cita previa. —Hugo —dijo Eloina—, como te por- tes de la misma manera que antes, yo per- sonalmente te lanzaré huevos crudos. ¢Esta claro? —jHuyyy, quée ass-coo! —se quejé Hu- go, y se encogié—. {Ni sii-quiee-raa u-naas broo-mii-taas? —Nada —respondio ella. Entonces tiré de la cadena que se balan- ceaba junto a la gran puerta de madera. Dentro del castillo tintineé una campana... 18 —éQuién anda ahi? —murmuré una voz asustada detras de la gran puerta. —Somos Comino & cia —respondid Eloina—. Los cazafantasmas. —jOh! —la puerta se abrié dejando un resquicio por el que se asomaron un hom- bre y una mujer temerosos. —{EI sefior y la sefiora Ortiz? —pre- gunté Tom—. Hola, :podemos entrar, por favor? —Hoo-laahhh —susurré Hugo salu- dando amablemente con sus dedos blancos. «jPlom!», la puerta se volvié a cerrar, Eloina Comino respir6 hondo y tiré de nuevo de la cadena. —iSdlo se trata de mi asistente Hugo FAME! —exclamé—. Pueden abrir sin miedo. Detras de la puerta se ofa un cuchicheo acalorado. Entonces se abri6. —Entren —murmur6 una sefiora bajita y gorda, En su cabello gris llevaba un lazo rosa. —Si, pasen —musit6 el hombre—. Per- done, pero su asistente, ejem, si, bueno, tiene un aspecto un tanto peculiar —Es un fantasma —respondié Tom—, pero totalmente inofensivo. —Buee-noo, tam-poo-coo taan i-noo- fen-sii-voo —susurré Hugo—, por-quee... Una mirada severa de la sefiora Comino lo hizo enmudecer. Dentro del castillo hacia tanto frio como fuera. El vestibulo, enorme y higu- bre, estaba iluminado sdlo con un par de velas metidas en soportes de hierro que colgaban de las paredes ennegrecidas por el humo. —jAy!, estamos tan contentos de que hayan venido... —murmuré la sefiora Or- tiz con voz temblorosa—. Hoy mismo han. vuelto a perseguirme los gemidos. Me han 19 20 perseguido, jimaginense! —con un pe- quetio suspiro se colocé el lazo. —Aja —asintié la sefiora Comino, y ob- serv a su alrededor—. Bueno, lo mejor sera que vayamos cuanto antes a un lugar con buena calefaccién, porque el calor de- sagrada a la mayoria de los fantasmas. Alli nos contara con todo detalle lo que ha su- cedido hasta ahora. —Entonces la armeria es la sala mas apropiada. Es donde mi marido ha insta- lado su pequefio taller —susurré la sefiora Ortiz—. jSiganme! Anduvo a pasitos cortos y rapidos hasta llegar a una enorme escalera de piedra, a cuyos pies habia dos armaduras sin brazos. A.una de ellas le faltaba la pierna izquierda. —Como pueden ustedes comprobar, esta todo hecho un desastre —dijo el sefior Or- tiz—, Desde que vivimos aqui sélo me ocupo de las restauraciones. Sin embargo, en cuanto tengo algo terminado, «jzas!», ya esta volando por los aires, 0 de pronto tiene unas manchas de barro gigantescas. Es horrible. —Sigan por aqui, por favor. La sefiora Ortiz los condujo desde la es- calera hasta un pasillo en cuyas paredes, entre las ventanas estrechas, colgaban mul- titud de lanzas, mazas, espadas y demas armas. —fsta es la famosa coleccién de armas del barén —murmur6—. Alguna vez nos han pasado rozando las orejas. Es un mila- gro que atin no nos haya golpeado ninguna. —Muy interesante —comentoé la sefiora Comino—. Ah, por cierto, no tiene por qué bajar la voz. La mayoria de los fantasmas son un poco sordos; ellos huelen a las victimas, y, por desgracia, eso es mucho més eficaz. —Ess cierr-to —Hugo se puso azula- do—. Y yoo huee-loo al-goo. Al-goo viee- joo, o-dio-soo. Intranquilo, se qued6 flotando unos me- tros atras. | Tom agarré nervioso la mochila y sacé un spray para plantas Ileno de agua salada. —jRapido! —exclamé la sefiora Co- mino—. jA la pared! 24 22 El seior Ortiz obedecié, pero su mujer se qued6 paralizada mirando fijamente hacia arriba. Una pica gigantesca se estaba dando la vuelta. Al igual que una serpiente de madera, el asta se contraia convulsivamente. Tom le lanz6 un chorro de agua salada. Como res- puesta sono un grito estridente y furioso. Dos mazas volaron por los aires y fueron a parar al suelo. Sables, picas y lanzas caian con estrépito, y en el medio se hallaba la se- fiora Ortiz, que se refa por lo bajo. Se trataba de una risita repulsiva, ronca y hueca. Luego, su cabeza empez6 a iluminarse igual que una calabaza en Halloween. Su cara se desdibujé como si fuera agua. Sus cejas se espesaron y de su cabello cho- rreaba fango verde. Su boca se torcié mos- trando una sonrisa abominable. —iLa Baronesa! —grit6 el sefior Ortiz horrorizado—. jLa Baronesa Sangrienta! —iUn espiritu que se introduce en otros cuerpos! —exclamé la sefiora Comino—. 24 iRapido, Tom, muérdete la lengua! {Usted también, sefior Ortiz! —iEes-tee es miiii cas-tiiii-lloo! —protes- taba la sefiora Ortiz con la voz més inquie- tante que Tom habia ofdo nunca—. iDe-saa-pa-rez-caaan! —jAgua salada, Tom! —exclamé Elof- na—. jEchasela a los pies! Tom elevé el spray y vacié el bote sobre los pies de la sefiora Ortiz. —iliiiih! —chillaba la Baronesa. La se- fora Ortiz saltaba arriba y abajo, mientras a su alrededor se formaba un charco de fango verduzco en el suelo. —iVool-ve-réee! —aullaba la voz repul- siva. La cara de la sefiora Ortiz se dibujé de nuevo, su cabeza ya no estaba ilumina- da, su cabello volvi6 a ser gris, y la apari- cion se habia esfumado. —iQuerida! —el sefior Ortiz corrié hacia su mujer. —Ella estaba, jhips!, dentro, ihips!, de mi —sollozaba la sefiora Ortiz—. Oh, ha sido, jhips!, espantoso, tan espantoso... Su marido la abraz6 para consolarla. —Y encima ahora, jhips!, tengo hipo —exclamé desesperada. —No se preocupe. Eso se pasa en veinti- cuatro horas —le explicé Eloina—. Es la consecuencia tipica del ataque de un espi- ritu que invade otros cuerpos. —¢Veinti..., jhips!, cuatro horas? —excla- m6 la sefiora Ortiz, y le dio un ataque de hi- po tan fuerte que no pudo seguir hablando. —jHugo! —grité Tom—. jHugo, mal- dita sea! Donde te has metido? —Es-tooy a-quiii —salié flotando y son- riente de una armadura—. Uyyy-uyuyuy, e-soo ha es-ta-doo bien, znoo? U-na au- tén-ti-caa ar-tis-taa de los es-pi-ri-tuus. Im- pre-sioo-nan-tee, no les pa-re-cee? —Bueno, no ha estado mal del todo —re- plicé Tom—. gSigues oliendo algo? Hugo olisqueé y negé con la cabeza. —See ha i-doo —respondié con pesar—. Muy, muy lee-joos. —Si —asintiéd Eloina—, todavia hay luz. Los fantasmas se debilitan antes si se os 26 aparecen con luz. jAprovechémoslo! Es- pero que no falte mucho para Ilegar has- ta la armeria. El sefior Ortiz negé con la cabeza. —Entonces, démonos prisa. Con las piernas temblando, los Ortiz condujeron a los cazafantasmas por el cas- tillo oscuro. —Mi querido Tom —musité la sefiora Comino mientras tanto—: se trata de una rival poderosa. Poderosa y maligna. Sos- pecho que vamos a tener una noche bas- tante desagradable. ;Tu qué opinas? Tom no tuvo mas remedio que darle la razon. —Es, jhips!, aqui —dijo la sefiora Ortiz, y abrié una puerta alta y estrecha. Una ma- ravillosa bocanada de aire caliente les salié al encuentro. La antigua armeria estaba si- tuada en una de las torres. La habitaci6n, grande y redonda, estaba ahora a rebosar de armaduras abolladas, lanzas partidas, vajilla rota y cuadros enne- grecidos por el humo. Sobre una mesa grande se amontonaban las herramientas del sefior Ortiz. Junto a ésta habia un sofa viejo con el tapizado un poco comido por las polillas. Sobre una mesita habia dos tazas y una tetera, y encima del mueble de Ja esquina, un hervidor pequefio. La chi- menea estaba encendida. La sefiora Comino observé satisfecha la habitacion. 27 28 —Muy cémodo —comenté—. Tom, asegura la puerta y las ventanas, ¢Si? Por suerte este tipo de fantasmas no traspasa las paredes. Tom obedeci6. Sacé una lata de crema de menta de la mochila y empez6 a untar- la por el marco de la puerta con un pincel. Hugo floté hacia uno de los ventanales y se sent6 delante del cristal frio. El calor de la chimenea le molestaba tanto que los pies ya se le estaban poniendo rosa. —iFijense en esto! —se quejé el sefior Ortiz. Se tocé la cabeza y mostré la mano llena de cabellos—, Con las apariciones, se me caen a pufiados. Necesito un puro ur- gentemente. —Mejor sera que lo olvide —respondié la sefiora Comino. Colgé su abrigo delante de la chimenea y puso las bolsas del equipo sobre la mesa—. A los espfritus les encanta la nicotina. ¢No querré recibir otra visita, verdad? El sefior Ortiz volvié a meter el cigarro en la caja. Tom, mientras tanto, habia un- tado también los marcos de las ventanas con la crema de menta. —Bueno, ya he echado sal en las repisas de las ventanas —confirm6—. También he vertido unos puiiados delante de la puerta. ¢Falta algo? —Coloca el sismégrafo ESFHU sobre la mesa —contest6 la sefiora Comino—. No quiero que me vuelva a tomar despreve- nida. Tom sacé de la mochila un aparato pe- quefio que parecia una radio. —ESFHU significa ESpiritu con Forma HUmana —explicé Tom—. Este objeto de- tecta si se acerca un espiritu de esos. 29 30 —Aj4 —murmuraron los sefiores Ortiz, fascinados con los cazafantasmas. —En caso de que nuestras precau- ciones no sirvieran —explic6é Eloina—les pido por favor que tengan una cosa en cuenta: muérdanse la lengua en cuanto se acerque el fantasma. ;Ah! —sacé algo de una de las bolsas—, y chupen estas pas- tillas. Saben a rayos, pero son muy efi- caces contra los espfritus que invaden otros cuerpos. Obedientes, se metieron las pastillas en la boca. Tom y la sefiora Comino también tomaron una. —iYoo tam-biéen? —pregunt6 Hugo. —iQué tonteria! —respondié Tom—. Ningiin fantasma se introduce en otro, Lo sabes muy bien. —Seiior Ortiz —dijo Eloina—, usted ha reconocido al fantasma, {no es cierto? —Si, asi es —respondi6—. Hoy ha sido la primera vez que se ha manifestado con tanta evidencia. Sin embargo, yo la reco- noci enseguida, jEnseguida! Se dirigié a una serie de cuadros apoya- dos en la pared. Con dedos temblorosos, daba la vuelta a cada uno de los cuadros. — jfista! —exclamé finalmente—. jEsta es! Levanté el cuadro. Desde un gran mar- co dorado les observaba una mujer de mi- rada penetrante. Llevaba un_vestido vaporoso de color rojo sangre con el cue- Ilo claro. Y sobre su hombro colgaba un conejo muerto. EI sefior Ortiz bajé la voz. —fista es la Baronesa Sangrienta —su- surré—. gLo ven? Ahi abajo, en el marco, est escrito: «1623. Jaspara de Monteoscu- ro en Peha del Sapo». Una mala persona. No sé mucho mas de ella, aparte del nom- bre y que por estos lugares atin hoy en dia tiene una fama terrible. —iQué lastima! —se resign6 la sefiora Comino—. ;Qué lastima! Tenemos que averiguar mas sobre ella. Sobre todo cuando y cémo murié. En el caso de APA- HIS, la expulsion es casi imposible sin ese tipo de informacién. 3 | | —APAHIS son APAriciones fantasmales HiSt6ricas—aclaré Tom a los asombrados sefiores Orti —Si —asintié Eloina—, los hay de di- ferentes grados de peligrosidad. En este caso, me temo que estamos ante uno de los ejemplares mas peligrosos. —Eso me temo yo también —refunfuiio Tom—. Seguro que la aparicién sera peor en cuanto oscurezca, ¢no es cierto? —iPues claro! —exclamé la sefiora Ortiz—. Apenas, jhips!, conseguimos pegar 0 quejidos. , con todos estos gritos y —Sin embargo, zhoy ha sido la pri- mera vez que se ha manifestado? —pre- gunt6 Eloina. Ambos asintieron. —Entonces hemos Ilegado justo a tiem- po —dijo Tom—. La mayoria de los APA- HIS se vuelven mas fuertes a medida que la fecha de su muerte se va acercando. Se ma- nifiestan mAs a menudo y cada dia son mas 34 —iAh!, ¢asi es como va esto? —el sefior Ortiz estaba cada vez ms palido. — cuantos para fastidiar un poco @ la Bar nesa —propuso Tom. is Pues no es mala idea —respom ib Eloina—. Encargate, nosotros nos adelan- taremos hasta la caja de los fusibles. ; ~ Por aqui —tlijo el sefior Ortiz, y los 5 - as dos desaparecieron detras del pilar = 6 io cercano. Tom se quedé rezagado en me de la oscuridad. : : Ahi vamos —susurré mientras sacal E de la mochila una bolsa con tiras de papel si x pequefias y pegajosas que apestaban a ‘ fe raton, el olor favorito de los crementos d ESMORDI. —Vengan, vengan, voz baja mientras cole pequefios —decia en ycaba las tiras 4€ A te- papel sobre el suelo—- Rapido, que n° nemos mucho tiempo. | Sacé una red del bolsillo del pantalon y sg de un monton se escondid con ella detras de ur 44 de pi S mie grandes. No tuyo que esperar : cho. Primero aparecié una rata sola que olisqueaba interesada sus zapatos, Se oy6 el leve gruftido caracteri’stic eel ‘aracteristico de los Flotaban vacilantes, y luego i eran ocho, Sus ojos Pequeiios brillaban en la oscuridad. Se caron grufiendo hacia los papelitos, Pujaban los unos a los otros yse acer- se em- intentaban atrapar con sus afilados dientes, hasta que de pronto tres de ellos se quedaron pegados. Chillaban e intentaban liberarse, al mismo tiempo que sus congéneres buscaban hacia donde huir aullando agitados. Tom se abalanz6 como un rayo, extendidé la red a prueba de espiritus sobre esos tres y los embutié en su mochila. Enojados, cla- vaban sus dientecillos en la mano de Tom, pero éste sdlo notaba un ligero cosquilleo. Para la piel humana, los dientes de los ES- MORDI eran totalmente inofensivos. — Has conseguido alguno? —pregunté Eloina. EI sefior Ortiz iluminé la cara de Tom con el farol. —Claro que si —respondié con una son- risa—. ¢Han encontrado ustedes los fu- sibles? Elofna asintid. —Ahora nuestro fantasma estard a dieta. —Hhugo, esta todo en orden ahi? —pre- gunto Tom por radio. —To-doo en or-deen —susurré Hugo. 4s 46 —Miy bien —replic6 Tom—, entonces vayamos a la biblioteca. Cuando el sefior Ortiz abrié la puerta de la biblioteca, les abofeteé una bocanada de viento gélido. Los grandes ventanales es- taban abiertos de Par en par y se ofa caer la lluvia en el foso. Cerraron deprisa las ventanas y obser- varon a su alrededor. Apenas quedaban li- bros en las estanterias altas. Estaban tirados por la alfombra: apilados en metros de altura, abiertos, desgarrados, las viejas paginas dobladas, los lomos de cuero em- badurnados de fango. —iOh, no! —exclamé el sefior Ortiz—, iTodos estos libros maravillosos! Horrorizado, levanté el farol, —Vaya, aqui ha estado alguien antes que nosotros —suspiré la sefiora Co- mino—. Nuestra querida Baronesa ha he- cho un buen trabajo. Tom miré hacia afuera. Entre los Arboles se divisaba el crepasculo, —Pronto se hard de noche —dijo Eloi- na—. No obstante, debemos correr el nes go. Hay que buscar libros que traten de la historia del castillo. El siglo xvi es el que A interesa. pe pees por los de abajo —P puso Tom—. Si su intenci6n era aa i algiin libro en particular, seguro que lo en oomrsalo nl que no estén ahi afuera —dijo Eloina un tanto preocupada mine tras miraba por la ventana hacia las ee didades del foso, donde las aguas golpeaban ruidosamente los muros. 47 48 Sangrien Con la tenue luz del farol del sefior Ortiz y la linterna de Tom, los tres empezaron a sacar libro tras libro de los montones de- sordenados. Tom ya habia untado las manijas de las puertas con crema de menta y habia esparcido montafias enteras de sal. Afuera estaba oscureciendo por mo- mentos, y el poder de la Baronesa San- grienta aumentaba. Los dedos de Tom, de la sefiora Comino y del Sefior Ortiz volaban por entre las miles de paginas dobladas de libros anti- guos. Leian, bebian el café cargado de la sefiora Ortiz y seguian leyendo: sobre ban- quetes y hambrunas, revueltas de campesi- nos, monticulos con lhorcas y pequefias guerras ctuentas; sobre visitas de la realeza, incendios que destruian medio Seatillan sobre el célera y la peste, que tampoco se de- tenfan ante las fuertes murallas del castillo. —Todo suena horrible —suspir6 Tom—. Me lo habia imaginado mas romantico. —Qué? —pregunt6 Eloina Comino. —Bueno, me refiero a la vida en un cas- tillo asi —aclaré Tom. —No, por Dios, de roméntico no tenia nada en absoluto —murmuré ella—. Sobre todo si pertenecias a la plebe —de pronto fruncié el entrecejo—. Un momento, he encontrado algo —alisé las hojas con cui- dado—. En efecto, se trata de nuestro fan- tasma. Escuchen: «El 14 de noviembre de 1623 se cas6 la condesa Jaspara de Ratonez con el barén de Monteoscuro en Peiia del Sapo, al que ya al aiio de estar casados apufialé durante una fuerte discusién. A raiz del suceso, la Barone- sa goberné muchos afios de manera injusta y cruel. Pronto el pueblo le puso el apodo de «la Baronesa Sangrienta», porque a menudo, du- rante las cacerfas, cabalgaba por las rocas sal- picada de sangre. Sin embargo, habia otras 49 50 razones por las que merecia ese sobrenombre, Pues vendia a sus campesinos como soldados y conseguia a cambio nuevos caballos y perros para su dedicacién favorita: la caza. A los mas rebeldes los ajusticiaba ella mis- ma, emipujdndoles al foso del castillo. Diez afios después del asesinato de su marido, le lege el justo castigo por ese crimen. La her- mana de su marido, asesinado con alevosia Eloina levanté la cabeza y escuché atenta- mente. —Qué pasa? —se inquieté Tom, Ella hizo una sefial de aviso con el dedo. —Lo estan oyendo? --susurré, —iUn caballo! —exclamé el sefior Ortiz—., Suena como un caballo! El ruido iba aumentando. Un galope agudo se acercaba. Los cascos hacian re- tumbar los largos pasillos del castillo. El sismégrafo ESFHU eiitia zumbidos y parpadeaba como loco, —iCuidado! —grité Tom. Los cascos le retumbaban en los ofdos—. ;Cuidado que viene! La Baronesa Sangrienta atraves6 la puerta de la biblioteca dando chillidos sobre su caballo fantasmal. El palido caba- Ilo salt6 resoplando a tan sdlo un metro del pobre sefior Ortiz. Sus ojos rojos giraban y resollaba enloquecido. Su melena se enros- caba en el aire como un manojo de ser- pientes. La Baronesa, sentada en la silla con el pelo revuelto, esgrimfa una anes pada que agitaba furiosa en el aire. Tenia un aspecto horrible y sus ojos brillaban a mo ascuas en las oscuras cuencas. Llevaba una coraza sobre el vestido vaporoso y sonrefa a los cazafantasmas. ; —jDen-mee el lii-broo! —grito amena- zadora, dando un manotazo en el aire con su blanca mano. “2 El pobre sefior Ortiz se acurruco st miendo en el suelo. i ex —jNo vas a conseguir 7 aagee ; 5 , a clam6 Tom. Dio un salto ha hallo, eché agua salada en los ollares del c: ie 1 Eloina hincé el sable de hierro del tomé el transformador de calor en , tenia la cabeza de la Baronesa en la rnano. —iCaramba! —susurré Tom admirado, —éQué pasa? —pregunté el. sefior Ortiz con voz temblorosa—. :Qué... qué esta pa- sando? ~—Parece increible contests Tom— Hugo tiene su cabeza. —jAaah! —chillaba la cabeza inten- tando atrapar los dedos del FAME con los dientes, por lo que Hugo se la puso bajo el brazo sin vacilar. —iDe-vuél-ve-mee mii ca-bee-zaa! —gi- moteaba‘la Baronesa—. jA-ho-raa mis- moo! —iNoo! —

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