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SOBRE EL HOMBRE Y SUDIGNDAD Tomds Metenpo Granapos Catedratico de Metafisica Universidad de Malaga [_APRENDER A CONTEMPLAR A LA PERSONA HUMANA, 1. Laactitud adecuada Me van a permit que hilvane esta primerisima parte de mi intervencién al bilo de unos versos de un poeta andaluz poco conocido, Dicen as: “Ensenar amirat, a ser poeta, / &a es en parte tu misin de madre; / ensefiar a advertir Ja luz secreta / que alienta por los aires, /tilendo de esplendores -voz con- crela~ / hasta las densas sombras de la tarde” gui pocemos detenernos por ahora. Y les pido perdén por mi atrevi- riento, Pero es que, en efecto, una de las necesidades que més apremian a ‘uestos contempordneos, también a los de cierta cultura, consisteen apren- deta mirar.A mirar ya escuchar. Amica y escuchar alos dems, a mirar y a escuchar el universo que los citcunda, a mirar y a escuchar dentro de si mis- 1mos,Y, para eso, un requisito resulta imprescindible: el silencio, la supresién de las distorsiones introducidias en nuestro interior por el tréfago colidiano, pot las pugnas profesionales, por el runruneo de una vida estrepitosa vertida hacia fuera o lena de pequemias ambiciones egotistas. Recuerdo todavia la fruicién con que lei, hace ya elgunos aftos, un librto que trataba precisamen te sobre este tema. Su autor ena J, Rassam, y su titulo: “El silencio como into- duccién a la metafisica’ Aquino voy ahablaries de metafisca, sino de la realidad (lo que, en el fondo, viene a ser lo mismo), Voy a aludir de inmediato a determinadas rea- lidades, algunas insignificantes. Y voy también a referieme a la actitud inte- ‘ior que permite adimirarse v entusiasmarse ante ella: ante lo grande y ante Pasons Bis 59 ¢ Nove feb de 199 ‘TOMAS MELENDO GRANADOS Jo pequefio, ante lo trascendente y ante lo en apariencia inane y sin valor. Ese temple interior que posibilita el asambro puede calificarse, segin decia, como silencio 0, de manera més significativa, como sencillz. Es propio de quien es- trena la vida, las cosas, y, por ende, de manera muy particular, de los nfs. De ahi que siga el poeta de mi tierra: “Mantener ese pasmo de los ni: fos, / que admiran, asombrados, / el cielo, el agua, el viento, los tejados / relumbrantes al sol. / Conservar despejado / el fil carifo / a lo menudo, al suelo, alas clavijas / dela luz, / alos enchufes ya los guijos, / al surgir de las vidas, al cobio / del nido y del arado; / al estertor vital del rabo / de herida lagartja, / Sentirse acompatados / por la luna / viajando muy deprisa; / contemplar cavilante/ el letal resultado / del aguijon fatal de las avispas; / rirar el desfilar de las hormigas / que avanzan desafiantes; / verlo todo muy ‘grande; / acepta sin rubor, con fe rendida / los misterios de Dios y dela vida. 11 Y conservar el pasmo cuando abruman / mil y una sensaciones; / cuando las solicitaciones / del ambiente / dejan poco lugar a reflexiones[.]". Vuelvo a pedirles excusas, y abandono definitivamente a nuestro amigo el escrtor, porque lo esencil ya ha sido dicho. Qué duda cabe de que Ja dignidad de la persona humana e3 algo grande, muy relacionado con es0s misterios de Dios y de la vida a que él alude. Y qué duda cabe de que para poder extasiarse ante ella hay que renunciar al mundo establecido ~el de la accién, el de las prisas incontenibles, el de ls intereses, el de las urgencias..— y detenerse a reflexionar, a mirar con ilusién renovada y un tanto poética- ‘mente a nuestro alrededor, tambign a lo mas irrelevante. Sélo entonces esta- remosen condiciones de exclamar, con Hermes Trimegisto: “Magnum, o Asclepi, ‘miraculum est homo!: jel hombre, oh Asclepio, es un gran milagro!” Hacerse como nifios, Me atreveria a decir que los niios se encuentran ‘més cerca del nticleo personal de su persona. Que todavia no han sido infccionados por las mtltiples mediaciones ~instrumentos, atificios,téni- cas- que, engolfindolos en un mundo de cosas y de artefactos, difcultan el contacto directo e inmediato de nuestros adultos consigo mismos y con las restantes personas... precsamente en cuanto personas, Los nifios, no. Los nifios entran fécilmente en relacidn unos con otros Mis, cuanto més pequefios. Los nifios tienen como mas desnuda su condi- cién personal. Yo voy apeditles, por eso, que durante este rato se hagan como Prox vBiomics + No fbrna-mayo de 19 Sahel hoa ys digi nifos: que se desnuden de toda la ciencia que sin duda poseen, que renun- cien a su competencia profesional, que den de lado a titulos y distinciones,y se dispongan a acompaiiarme con la capacidad de reflexién de una persona adulta, pero con la acttud de dnimo de los nites. Porque lo que vamos a hacer, enfin de cuentas, es escuchar la respues- taa.una pregunta ancestral, Aun interrogante en el que nos va nuestra propia existencia, en el que nos lo jugamos practicamente todo, y que podria enunciarse as: «qué es el hombre? Intentemos atender, guardando respetuoso silencio. Y lo primero que advertizemos, en cuanto adoptemos esa actitud de espera atenta, es que ningiin hombre concreto de los que nos rodean se en cuentra adecuadamente caracterizado como un «qué», sino que se configura, en sentido estricto y decisivo, camo un «quién ‘Ala pregunta «qué es el hombre» se nos ocurre una inci y todavia ‘no muy desarrollada contestaci6n: el hombre noes un «qué», sino un «quiém, capaz de pronunciar, referido a si mismo, el pronombre personal «yo», con todo To que ello implica. Ya Kant observaba con cierta guasa ~y com un tespe- to exquisito ala dignidad de la persona~: “Si mi caballo dijera «yo», lo salu- daria comoa un igual”. Y es que en esta contraposicién entre «qué» y «quién», entre «algo» y «alguien», entre «lo otro» y «yo», comenzamos a atisbar la abismal diferencia que ensalza al hombre sobre los animales, las plantas y los, seres inertes, confiriéndole un estatuto del todo privilegiado. Acesa peculiarisima y prominente posicin se ha aludido durante si- alos al emplear la voz «persona», contrapuesta a animal y cosa. Peto, como sugeria, hy son bastantes los que no alcarvan a penetrar su significado, Ha- blan ciertamente de animales y de hombres, pero no llegan a percibir ls radi- ‘ales fronteras que separan a unos de otros, oineluso los equiparan, con ma- yor 0 menor conciencia [No me resisto a contarlo, aunque ya en otra ocasién dejé constancia escrita del suceso. Hace algunos afios, en una entrafable conversacién man- tenida en Pamplona en el Departamento que dirige, me comentaba dolido el Dr.Gonzalo Herranz, con estos o parecidos términas: “la tragedia de los jove- Paso vB 6+ No.6 free -mayo de 1989 ‘TOMAS MELENDOGRANADOS nes médicos actuales es que pueden llegar al cabo de la carrera sabiendo ‘mucho, muchisimo, sobre la célula, pero ignorandolo todo o casi todo acerca de la persona’. Es fécil entrever las consecuencias de semejante deficit. Basta tener presente que el sujeto propio de la medicina, tal como viene considerandose desde antiguo, no es el conjunto de fibras,tejidos y funciones que denomina- ‘mos organismo; no es tampoco, como algunos parecen tristemente querer im- poner en la actualdad, a «maquina» biol6gica o psiquica; sino, en el sentido més cabal y riguroso de los vocablos, Ja persona humana. La persona del pa- ciente en cuanto tl, el enfermo; y no el mero cliente, més 0 menos averiado. ‘Cuando esto se olvida, es fcil que se desvirtie la relacién entre per- sona-médico y persona-paciente en el diario ejercicio clinico. Surgen, enton- ces, multitud de problemas, no por cotidianos menos importantes. Pero, ade- ‘més, se socava el fundamento iltimo en que se asienta el entero edificio de la biostica y de la medicina palativa y terminal, y que, en definitiva, no es otro «que la suprema e inviolable dignidad de todo individuo humano, su indole de persona En efecto, el estudio més profundo y detallado de las distintas disci plinas que consideran parcialmente al hombre como simple organismo mani- fiesta ya la grandeza apotedsica y el primoroso esmero de sus condiciones fisico-quimicas, biol6gicas y funcionales; pero todavia queda muy lejos de la auténtica y més sublime excelsitud que corresponde al hombre en cuanto hombre: que es, justamente, a que deriva de su estricta conicién personal y Ja que nos obliga a mirarlo de otra manera, con un particular mimo, y a extasiarnos en su presencia. Hace ya unos quince siglos, Agustin de Hipona se hizo la misma pre- {gunta que nosotros acabamos de plantearnos. Y respondié de un modo sim- ple pero determinante: “singulus quisque homo... una persona est’: “cada hom bre singular y concreto es... una persona.” Respuesta que manifiesta una particular actitud totalizante, no frag mentaria, Un vigor inquisitivo no meramente analitco, sino sintetzador: vi- tal. Una vision de conjunto que, superando perspectivas limitadas, aspira a Posen yBorca 62 + No.6 fbero-mayo de 1999 Stee hombre ys digi definr al sujeto humano en lo que tiene de més global-radical y de mas admi- rable y portentoso: justamente su calidad de persona, El camino es, pues, el que veniamos entreviendo, Se trata, a lo largo de estos minutos, de esclarecer en la medida de lo posible el significado inti- mo de este vocablo egregio ~«persona»-, escuchando lo que nos dice la mis- rma tealidad del ser humano y algunas de las voces que se han pronunciado sobre ella, 2 Tras Jas huellas de la persona Alrespecto, son muchas y muy variadas las definiciones que nos ofre- ce la historia, Las mejores gozan de una estrecha afinidad, hasta el punto de resultar equivalentes. La de Boecia, para algunos muy «seca» y por eso supe- rada, ha sido durante siglos la de mayor aceptacisn: es persona, decia este eminente filésofo, toda “Substancia indicia! de naturale racional” Conviene entender bien el alcance de tales términos; saber escucharlos éensu contexto propio, sin anacronismos: sin quedar ofuscados por as conno- taciones que pudiera introducir el indvidualismo contempordneo o por el fra- caso estrepitoso de la rman ilustrada, No. La descripcién boeciana no respon- cdea una especie de singularismo més o menos egocéntrico, que acabaria por encerrara cada sujeto en los limites angostos de sus intereses particulares. Ni tampoco, con su apelacion a la hoy tan denostada substancia, convierte al ser fhumano en algo inerte, inexpresivo, carente de mordiente y de futuro. Esti en otto plano, mas profundo y més jugoso. En concreto, para Boecio, y para quienes se siiian en su misma tradi- ion especulativa, la lamada a la racionalidad no encierra en modo alguno un dee de intelectualismo frio y poco humano: muy al contrario, la naturale- za racional implica, como derivando de ella, no s6lo la desnuda razén racio- nalista, instrumental, sino todo el vigor y la viveza del entendimiento, conce- bido en su radical pujanza; y ademas, la voluntad; , por ende, la libertad y el amor: la entera vide del espititu Para Boecio y cuantos le siguen, todo ser dotado de inteligencia, y ya por ello emninentemente rico, se encuentra también provisto de esa inclina- PrcnayBornc + Neb ftiro-mayo de 1599 ‘TOMAS MFLENDO GRANADOS ién al bien en cuanto bien que denominamos voluntad, y cuyos frutos natu- rales son la autonomia en el obrary el amor, que hacen mas densa y sabrosa la cualidad interior de la persona. Son los racionalismos posteriores los que han absolutizado la razén, haciéndola marchitar al desgajarla del conjunto de la personalidad y de los rigu‘simos arménicos de todo tipo que en ella se encierran, En Boecio, por el contrario, la realidad «racional»incluye, unto a la pujanza del entendimiento, toda la plenitud afectiva y decisional, vivida y mévil, que advertimos en las personas més maduras. No extrafta por eso que quienes, poseyendo la equilibrada y sugeren- te inspiracién grioga y medieval, se encuentran sin embargo urgidos por las aspiraciones y los intereses del mundo moderno, propongan otras definicio- nes capaces de iluminar posteriormente el estricto marco aristotélico de la racionalidad, per sin rechazarlo en absoluto, Escribe, por ejemplo, Luis Clavel “Sin disminuir en nada la validez de la definicin clasica del hombre como animal racional, hoy nos resulta mas expresiva de la peculiar perfeccién hu- ‘mana su caracterizacién como anil lierumn'”,como animal libre. No hay cam- bio de perspectiva, pero s{ un adelanto en la explicitacién de los implicitos. La libertad es, en efecto, la propiedad esencial de las dos potencias superiores de la persona: el entendimiento y la voluntad. Bs la facultad del ama enter, como sugeria Agustin de Hipona. E incluso podria afirmarse que define in- trinsecamente al mismo ser personal. No es exagerado decir que toda perso- na posee un ser libre. Y que la persona humana, en concreto, es partici- padamente litertad, Ademés, califcar al hombre de libre encierra hoy multi tud de connotaciones ponderativas, que apuntan justamente a uno de los nicleos explicativos de su grandeza. Pero como el amor es el fundamento y el sentido ultimo de la liber tad, su acto més radical y propio, un avance defintivo en la linea instaurada ppor Boecio es el que lleva a definir a la persona como principio o término, como sujeto y objeto, de amor. En efecto, ysegtin he explicado en otras ocasio- nes, esta descripcidn se aplica a todas las personas y s6lo a ellas: tomando el amor en su sentido més alto, como un querer el bien en cuanto tal, 0 el bien dll otro en cuanto otro inicamente la persona resulta capaz de amar y tnica- rmente ella es digna de ser amada. La entrafa personal de la persona exhibe, pues, un nexo constitutive con el amor. En este sentido, afirma con vigor Car- Pow Bornes & + No.6 fbero-mayo de 1599 Sabre hombre y su digit los Cardona: “el hombre, terminativa y perfectamente hombre, es amor. Y si noes amar, no es hombre, es hombre frustrado, autorreducido a cosa” Entendimiento, libertad, amor: vida y riqueza del espiritu, grandeza, exuberancia rebosante y pluriforme. {Se han detenido ustedes alguna vez a contemplar lo que significa co- nocer intelectualmente, comprender,transformarse en cierto modo en la rea- lidad que estamos considerando, identifcarse con ella? ,No se han pasmado ante lo que implica el ejecicio de la libertad, ante esa capacidad asombrosa de construirnos a nosotros mismos o, pore contrario, de deshacesnas, dismi- nuyendo hasta lo indecible la calidad de nuestra vida? ;Han reflexionado, se han dejado invadir por la grandeza del amor? 2Y por el resplandor de la be- lleza,contemplada o construida, natural o artifical? Por ab caminara la de- terminacién de la indole personal del sujeto humano: intligente, libre, amo- 1030, cteativo y contemplativo. Es esto lo que los pensadores cristianos expresaron con formulas den- sas téenicas, gravidas de contenido: las que sostienen que el hombre es capmx entis y, por ello, capax veri, boi et pulchr: que est abierto a la realidad en cuanto tal, y que, en consecuencia, puede captar lo verdadero como verdade- ro, querer lo bueno en si y gozarse y dar vida a realidades dotadas de belleza, Que, como repetiremos més de una vez, el hombre posee tun mundo interior denso y prefiado, del que puede disfrutar y can el que logra enriquecer a los otros, justamente porque no se limita a reproducir la realidad extema, sino que, en virtud de la radical novedad de set que lo constituye, él mismo es inventivo, «creadom. iNovvalela pena detenerse a considerar estas capacidades personales? Hagamosla con la ayuda dela cantropologia fenomenolégicay denues- tro siglo, acudiendo a la contraposicién que establece entze el hombre y el animal, Cuando Gehlen, von Uexkiil, lessner 0 Max Scheler aseguran que los animales tinicamente tienen «perimundo» o «entorno» (Umwelt), estan sefalando de manera técnica la escasez constitutiva de estos seres; su restric cién, su pequefiez. Lo que quieren decir, antes que nada, es que los animales son muy limitados en su conocer, en su apetecer y en st obrar. Que resuitan Incapaces de apreciar el conjunto fitegro de las realidades que componen el Perens Bench 6 + Na fbaro-mayo de 1999 TOMAS MELENDO GRANADOS universo, Que su alma no es bajo ningiin concepto todas las cosas, por reco ger la fecunda sugerencia de Aristételes. Y pretenden significar ademas que, enaquellas realidades que captan, descubren exclusivamente los aspectos que presentan un «interés» para su propia dotacién instintiva, pr resultarles be- neficiosos o dafinos, Las demas facetas de lo que les rodea, y todo el resto de los seres, no es s6lo que no reclamen su atencién, sino que, al resultarles inaprehensibles, ni siquiera existen para ellos. En consecuencia, estos anima- les también se moverdn, de forma privativa, atendiendo a su propia conve- niencia: perseguitén lo que para cada uno de ellos se oftezca como provechoso, y huirén de lo que, tambign para cata uno, se muestre perjudicial: es deci, obrarén a tenor del puntiforme y exclusivista bien o mal para si (o para su especie, en cuanto que es Ia suya). ELhombre, por el contrario, tiene mundo (Wel!) en virtud de la gran- deza consttutiva de su alma inmensa, irestricta. Por eso puede llegar a co- nioce la fotlidad de lo que existe y, ademas y sobre todo, es capaz de captar- la no en la puntual referencia que presenta para él, para cada sujeto humano, sino tal como esas realidades son en sf mismas: en cuanto entes, dotados de densidad y vida propias, y cognoscibles en si o verdaderos, Por lo mismo, relativizando o poniendo entre paréntesis sus propiosinstintos, el ser huma- no se muestra idéneo para querer de forma desinteresada: para apreciar lo ue es bueno ens mismo -y no s6lo para él- y, por consiguiente, también lo que resulta bueno para los emis. En este sentido, sostiene la antropologia fenomencligica que el ani- ‘mal iracional se constituye en centro de la realidad que lo circunda: que todo Jo telativiza, al referirlo a si 0, en terminologia antropomérfica, que es irre- mediablemente pragmatico 0 «egoista». Mientras que el hombre, ala inversa, se configura como una realidad «ex-stéticay, «ex-céntrica» o saltero-céntr- ca», por estar dotado de una aptitud innata para reconocer, en cada una de las personas que lo rodean, otros posibles «centros» del cosmos, también vit- tualmente «altero-céntricos». No sélo él es «lo importante»; no todo lo torna telativo a sia su satisfaccién o a su dafio; no siempre es «interesado». Puede querer y procurar efectivamente el bien de los otros, Por eso, remedando el modo de decir que acabamos de utilizar, la persona humana, precisanente en cuamto persona, es valtruistay, fecunda, efusiva, creadora: puede y tiende a amar, a afirmar el ser de los otros; y tiende, todavia més lejos, a crear real- Pncn Bones 66 + No.6 fbero-mayo de 1999 Sabre ote yu digi dad; a perfeccionar la propia y la aja y a comunicarse y a comunicarla a la naturaleza y alos demas componentes del género humano, (He aqut algunos signos de su excelencia! En efecto, con expresién un tanto ardua, podriamos decir que la emi- nencia de la persona deriva de su nativa relacién o apertura al conjunto de lo real en cuanto real; y, como consecuencia, alo verdadero, lo bueno y lo belo, considerados en si mismos y, por ende, en su entera universaidad. O, si se prefiere emplear términos més cercanos, cabe sostener que lo distntivo de la persona es su infimidad ontoldgica: la capacidad de dar cabida dentro de sia todo ese maravilloso cosmos de realidades que deslumbran por su verdad, su bondad y su hermosura. De re-crearlo en su interior y de incrementarlo dentro de siy en su-propia realidad externa. Los restantes atributos con que cabria caracterizar al hombre resultan concreciones 0 derivaciones de esta su configuracién onto-Wgica: lo son la autoconciencia, la posibilidad de comunicarse con sus semejantes mediante el Ienguaje, la libertad, la solidaridad, el trabajo, la predisposicién a partici- par en empresas comunes...y fantos otros sintomas que entre nosotros descu- brea la peculiaridad del sujeto humano, Adentrarse en la consideracién de cada una de estas propiedades,o in- cluso slo de las ms basicas,abrira un vasto mundo de sugerencias, todas ellas pertinentes, pero entre las que resultara dificil elegir. Pr eso, escogeré como guia para el micleo de mi intervencién unas palabras de San Buenaventura, car- gadas de resonancias para cualquier intento de fundamentacinética de la act- vidad humana, y con las que él pretende sintetizar lo mas relevante y consttuti- vo de a persona: “La condicién personal ~escribe en su conocido Comentario a las Sentencas-se encuentra configurada por dos fatoressingularidad y digniad.” I LADIGNIDAD HUMANA 1. Una tautologia De los dos rasgos referidos por San Buenaventura, vamos a dedicar nuestra atencién al segundo, aceptado plenamente por nuestros contempo- Prscxar formes 6 + Ne,6 fbero-mayo do 199 ‘TOMAS MELENDO GRANADOS réneos. En efecto, entre las asociaciones de vocablos més comunes en el mun- do de hoy se encuentra la que recogen frases como «dignidad de la persona humana», «dignidad humana» o «dignidad personal», Parece, pues, que una cortiente subterrénea 0 una afinidad secretaligaria los sustantivos «digni- dads y «persona». 2Existe un fundamento tebrico para semejante conjuncin? Como antes sugeria, el lugar clésico para iniciar el estudio del signifi cado del término «persona» en Occidente es la obra de Boecio. En conereto, en el De duabus naturis et una persona in Christo nos dice este eminente conoce- dor del mundo clésico que la vor latina «persona» procederia de «personare», que significa «resonar», chacer eco», «retumbar», «sonar con fuerza», Y, en verdad, con el fin de hacerse oir por el piblico presente, los actores griegos y latinos utilizaban, a modo de megéfono o altavoz, una méscara hueca, cuya cextremada concavidad reforzaba el volumen de la voz; esta carstula recibia en griego la denominacién de «présopon», yen latin, justamente, la de «perso- 1a». Por su parte el adjtivo «persons», de la misma familia semeéntica, quie- re decir «sonoro» 0 «resonante», y connota la intensidad de volumen necesa- tia para sobreslir o descolar. Pero la careta tenia otro fin inmediato: ocultar a la vista de los asisten- tes el rostro del actor; y este objetivo respondia a una idea programitica: lo ‘excelente, lo que importaba en la epresentacién, no era la individualidad de los intérpretes, sino la alcumnia de los «personajes» por ellos representados. Seadvierte entonces cémo, desde una doble perspectiva -la del simple alcan- ce de la voz y la de la re-presentacisn teatral-, el vocablo «persona» se halla emparentado, en su origen, con la nocién de lo prominent o relevante. Y no es otto el significado més inmediato de la palabra «dignidad» Para definrla, el Diccionario dela Real Academia acude a dos sinénimos: exce- lenciay rate. La dignidad consttuye, por tanto, en esta acepcién bisica, una especie de preeminencia, de bondad o categoria superior, en virtud de la cual algo destaca, se sefala o eleva por encima de otros seres,carentes de tan ex- celso valor. Como recuerda Antonio Millén-Puelles, “la expresidn adignidad de la persona» viene a ser, de esta suerte, un pleonasmo, una redundancia intencionda, cuyo fin estriba en subrayar la especial importancia de un cier to tipo de entes.” Prosar Benes 66 + Nab kbrano-mayo de 1999 Saleh yu dgitad EL uso filoséfco y teol6gico del término «persona consagré, profun- dizando en ela, la significacién derivada de su uilizacién en el teatro. Y asi, para Tomas de Aquino, que condensa de alggin modo lo mejor de la tradicién al respecto,llamamos «persona» a todo individuo poseedor de una propie- dad diferenciadora, que no es otra que su peculiar dignidad, Persona, repite escuetamente este autor, es un «nombre de dignidad» (nomen dignitatis); 0, con términos equivalentes: “la persona es lo més perfecto que existe en toda la naturaleza (perfectissinm in fota natura.” Nuestro filésofo refuerza esta rmisma idea cuando sostiene que el titulo de «persona» se aplica en exclusiva a los seres mas excelentes que hay en el universo: a saber, y por orden ascen- dente, a los hombres, los angeles y Dios. Por la misma épca de Tomas de Aquino, vive el ya aludido Buena- ventura, de quien Gilson afirma que “parece haber sido particularmente afor- tunado en su analisis de la nocién de persona, y es seguramente uno de los dds o tres mejores intérpretes del personalismo cristiano.” Pues bien, en este punto su posicidn es perfectamente clara y concuerda casi a la letra con lo que venimos afirmando. Ademds de las palabras antes citadas, y que nos sir vieron de punto de partida para estas disquisiciones, escribe por ejemplo Buenaventura: “en su misma razén, la persona hace referencia a un sujeto individual contradistinto por una propiedad relativa ala dignidad (propietnte diguitatem pertinente).” Los testimonios podrfan multiplicarse. Pero, curiosamente, no encon- trariamos muchos entre los fildsofos consagrados por la modernidad. Y por 0 no los cito. Como recuerda Eudaldo Forment, “aunque pueda parecer extraio, en general la filosoffa moderna no se ha ocupado del tema de la persona. No ha procurado esclarecer su esencia ni explicar su gran dignidad. Igual que la antigua (griega), no ha sido insensible a a problematica del hom- bre, e incluso a veces ha vislumbrado algo de su valor; pero, en cambio, casi siempre ha silenciado su estricta dimensin personal.” Ciertamente, const- tuyen una clara excepcion a esta ley las corrientes personalistas contempori- neas; pero en las mejores de ellas se da un explicito retorno a las posiciones filosficas clésicas que, de manera muy resumida, venimos considerando; las otras, por el contrario, carecen de la fundamentacién filos6ficatltima con que en mi intervencion pretendo referirme a la persona. Pasova Bienes + Ne. fbr -mapo de 1999 ‘TOMAS MELENDO GRANADOS En cualquier caso, resulta claro, por lo visto hasta el momento, que la expresién «dignidad de la persona» constituye una especie de fautologia, por ‘cuanto viene a querer deci algo asi como «excelencia de lo excelente», «dig- nidad de lo digno» o, desde el otro extremo, preeminencia o «personalidad dela persona, Sila costumbre y una ciertainercia esterilizante no nos hubie- ra hecho insensibles a su significado, al hablar de dignidad tendria que representérsenos, de forma vivida y esplendorosa, la maravilla, la excelstud, todos Jos logros que el ser humano ha conquistado en su historia personal y colectiva, y todos los que se vislumbra que pueda alguna ver alcanzar. Se entiende entonces que un camino privilegiado para acercarse y profundizar en la peculiaridad constitutiva de la persona, también de la humana, sea el que hemos embocado: el del esclarecimiento de los arménicos que evoca el vocablo «dignidad». Intentemos hacerlos un tanto mas explicitos. 2. Hacia una descripcién de la dignidad personal Tiene razén Reinhard Low cuando rechaza la posiblidad de «definio» con exactitud y de manera exhaustiva la nocién de dignidad. Estamos, en efecto, ante una de esas realidades tan primarias, tan «principiales», que re- sultan poco menos que evidentes y que, por tanto, no cabe esclarecer median- te conceptos mas notorios. Simplemente hay que micarlas, contemplarlas, intentando penetrar en ellas , asi, en una primera instancia, lo més que po- dria afirmarse de la dignidad es que constituye una sublime modalidad de «lo bueno», de lo valioso, de lo positivo: la bondad de aquello que esté dota- do de una categoria superior. Pero que sea la bondad, precisamente porque aparece manifiesto para todos, es imposible definirlo a partir de categorias previas. Lo «bueno» constituye en sentido radical algo originatio, se configura como uno de los trascendentales, de los primeros principios, dela filosoia clé- sica, Por eso repito, no cabe definirl, Pero sf que podemosintentar discemir la diferencia especifica de lo digno dentro del ambito comtin de lo bueno: esto es, ddescubrir qué es lo que hace quea un determinado tipo de bondad, en razén de su particular eminenci, le corresponda cl apelativo de «dignidad>. Los diccionario al uso hablan de una acepcién relativa del vocablo «digno» Lo adecuado, lo conveniente-, junto a otra no-referencial oautirquica: PoxcravBomca 7 + No febre-mayo de 19 Seo ome y sn digit absoluta. Yaftaden que, cuando se utiliza la palabra «digno» de esta segunda “manera, se toma siempre en buena parte y en contraposici6n de indigno.” Estamos, pues, como sugeriamos, en los dominios estrictos de fo bueno, Cuando después se agregue que la dignidad “es el decoro conveniente 2 una categoria elecalao a las grandes prendas del dnimo”, se estaré apuntan- doala diferencia espectica y al fundamento iltimo de esa excelencia, que es 1a inferior eleoacién o alcurnia de un sujeto. Precisamente por eso, si una persona desprovista de esa plenitud inti- ‘ma, consttutiva, se adorna con los signos exteriores de la dignidad, esa apa- rene manifestacion de excelsitud suena a hueca y viene a producit al cabo, e! facto y la impresién contrarios a los que se pretendian com la farsa: es deci, en lugar de la majestad, el ridiculo. Lo que no es intimamente noble, superior, ro puede expresarse como tal, sin que el resultado se evidencie a todas luces como postizo. El vistazo més superficial a los «famosos» del mundo de hoy, enlos distintos campos de la actividad humane, bastarfa para caer en la cuen- ta, por confirmacién o por contraste, de lo que acabo de sostener. Un anilisis somero y ciertamente incompleto del significado del tér- ino arroja, pues, el siguiente saldo: al parecer, cualquier exteriorizacién o {indice de esa sublime noble que constituye la dignidad remite en fin de cuen- tas una prestancia tina configuradora: el punto terminal de referencia y el origen de cualquier dignidad reside en la suprema valia interior del sujeto que la ostenta. Lo que hay en juego son, pues, dos elementos que, al menos desde las especulaciones de Agustin de Hipona, se encuentran estrechamente emparentados: 1) la superioidad o elevacén en la bondad,y 2) la interiridad o pnfindidad de semejante realeza, que es lo que normalmente, aplicado a las personas, se canoce como intiiad. Alto e interno, por tanto. Lomismo,en un contexto ya mis estrictamente filosdfico, afirma Kant “Aquello que constituye la candicién para que algo sea fin en si mismo, eso PasoxayBlomnes 71+ No.6 fibre -mayo de TOMAS MELENDO GRANADOS no tiene meramente valor relativo o precio, sino un valor interno, esto es, dignidad.” Algo similar sugiere, a su vez, Soren Kierkegaard. Para él la condicién personal, entendida en sentido ontoldgico, como raiz y fundamento de la dig- nidad, no es “algo inmediatamente accesible; la personalidad es un replegar- seen si mismo, un clausu, un dyn, un mystérion, La personalidad es lo que est dentro, y éte es el motivo de que el término «persona» (personare)resulte significativo.” Idénticos elementos encontramos, por fin, en un ensayo de Robert Spaemann, consagrado integramente al estudio de nuestro problema, Sostie- ne en él el ilustrefilésofo aleman que la dignidad constituye siempre “la ex- presién de un descansar-en-s-mismo, de una independencia interior.” Y agrega, conjugando las apreciaciones fenomenol6gicas con las de la ontologia més estrcta, que semejante autonomia no ha de ser interpretada “como una com- pensacidn de la debilidad, como la actitud de la zorra para quien las uvas estén demasiado verdes, sino como expresién de fuerza, como ese pasar por alto las uvas de aquel a quien, por un lado, no le importan y, por otro, esté seguro de que puede hacerse con ellas en el momento en que quiera. Sélo el animal fuerte nos parece poseedor de dignidad, pero s6lo cuando no se ha apoderado de él la voracidad. Y también s6lo aquel animal que no se caracte- 1zafisiondmicamente por una orientacin hacia la mera supervivencia, como el cocodrilo con su enorme boca o los insectos gigantes con unas extremida- des desproporcionadas. La dignidad tiene mucho que ver con le capacidad action de ser; éta es su manifestacion.” Procuremos avanzar a partir de las palabras citadas, escuchando sin ejuicios estas voces que nos anuncian la dignidad de la persona. Asombra, entonces, en primer término, la similitud de algunas de las expresiones utili zadas por los tres fil6sofos. Kierkegaard habla de un «teplegarse en sf mis- mo» y de una excelencia que «esti dentro». Kant, como vimos, de un valor intemo: “innere Wert d. i. Wiirde”;a lo que afiade: “la autonomia es el funda- mento de la dignidad de la naturaleza humana y de toda naturaleza racio- nal.” Y Spaemann, por fin, se refiere a un «descansar-en-si-mismo» y a una «independencia interior, De este modo, los dos componentes a los que hace ‘unos instantes aludiamos la elevacién y la correspondiente interioridad- Pasoway Benes 72 + No.6 fbr -enyo do 1989 Sabre ome yu digit parecen resumirse o articularse en torno a uno que los recoge y lleva a pleni- tud: el volverse sobre sf o «tecostarse» autGnomamente en la altura del pro- pio ser la autarquia, estrechamente ligada con la libertad, (Cabria,entonces, avanzar una primera descripcion dela dignidad, com puesta por tres elementos integrados. Entendemos por dignidad (1) aquella excelencia o encumbramiento correlativos a un tal grado de (2) nteriovdad que permite al sujeto manifestarse como (3) autdnomi. Quien poseeintimidd goza de un «dentro» en virtud del cual puede decirse que «se apoya o sustenta en sir, ¥conquista esa «estatura» ontologica capaz de introducirlo en la esfera propia de lo sobreeminente, de lo digno. Interioridad, por tanto, eleoaién, autonomia: he agui las tres coordenadas que definen la dignidad de la persona. Veremos después cud importante resulta todo ello en la determina- cin ms filosofica de la excelencia humana, Hagimonos, por ahora, una pre- gunta: gcabe descubrir estas caracteristicas con la simple observacion de lo real, aprendiendo a mirar a cuanto nos circunda? Y, para responder, formulemos otro interrogante: Qué es lo que nos sugieren, de manera esponténea einmediata, el vocablo «dignidad o alguno de sus sinénimos ponderativos, como «majestad» y «realeza»? Pues algo re- lacionado con cuanto estamos viendo. Lo majestuoso, por ejemplo, nos resul- ta instntivamente advertido como aquello que se encumbra «al afirmarse y descansar en si como lo que se nos impone, con un deje de serena gravedad, sin enecesitar» de lo que le crcunda y sin «sentirse amenazado» por elo Lo podemos comprobar ya en el tereno de la simple metéfora, pen- sando en la prestancia de un aguila, un leGn o un pura sangre, que parecen ddominar can su sola presencia el entero entorno que los rodea. Y lo advertimos también, y primordialmente, en el Ambito més propio de las realidades hu- ‘manas: un rey -0 un juez justo, pongo por caso- manifiesta de forma eminen- tey cas fisicalaexcelsitud de su rango cuando, «asentado» en su trono, juzga y decide «desde si» el conjunto de cuestiones sometidas a su jurisdiccion; pero revela todavia més su abolengo cuando, prescindiendo de los signos PosonayBoenca 73+ No.6 febvero-mayo de 1899 TOMAS MELENDO GRANADOS exteriores de su soberania e imperio, «replegéndose» més sobre su interna grandeza constitutiva, logra expresar al margen de toda pompa y aparato aquella sublimidad intimamente personal que lo ha hecho merecedor del cargo que desempefia. Y, en esta misma linea, un sencillo pastor de montaita recor- ta sobre el paisaje la grandiosa desnudez de su alcurnia de persona en la proporcién exacta en que, firme e independiente en su propia e intema hu- manidad, sabe «prescindir» de todo cuanto tiene a su alrededor: despegado incluso del pasar del tiempo, se muestra tambign ajeno al sinin de solicita- ciones y oropeles de la vida de ciudad. De manera semejante, se afirma que una persona actia con dignidad cuando sus operaciones «no parecen poner en juego» el noble hondin consti- tutivo de su propio ser. Alguien acepta un castigo 0 una injusticia dignamen- te, 0 lucha por adquirir un bien conveniente o incluso necesario con pareja compostura, precisamente cuando nada de ello parece afectar la consistencia de su grandeza o densidad interior: ni as afrentas la amenazan ni semejante realeza depende de la consecucién de los beneficios o prebendas: el sujeto digno se encuentra como asegurado en su propia espesura y en su solidez intema. La dignidad apunta, de esta suerte, a la autarquia de lo que se eleva al asentarse en si, en su propia intimidad, de lo que no se «despartama> para buscar apoyo en exterioridades inconsistentes: ni las requiere ni, como suge- ria, se siente acechado por ellas, Desde este punto de vista, la templanza, el desprendimiento de los bienes materiales, suscita indefectiblemente la sensa- cién de dignidad:justamente porque quien obra con tal maderacian se mues- tra suficientemente radicado en su vala interior, hasta el punto de que las realidades que lo circundan se le aparecen como superfluas y es capaz de renunciar a ellas. Autonoméa, por tanto, ensalzamiento,interioridad autrquica Todo esto resulta accesible a cualquier observador que reflexione so- bre el asunto, que «mire» con un poco de atencién a la realidad. Esté en el mbito de lo que llamariamos el andlisis fenomenoldgico. Y merece que lo tengamos en cuenta, Por su parte, para quienes se encuentran mas o menos familiarizados con las categoras filosficas de ls iltimos sigls, las locucio- PemenayBoees TA + Nob fibrero-mayo de 1999 Sob oa y ug nes de Kant, las de Kierkegaard y Spaemann, y el conjunto de disquisiciones que hemos hecho en torn a ellas, evacan de inmediato una misma y trascen- dental nocién filosdfca: la de «absoluto». Algo es «ab-soluto», en cualquiera de sus acepciones y posibles intensidades, en la medida concreta en que, de tun modo u ot, tiene intimidat; es decir, «reposa en sf mismo» y se muestra autnquico, exento. Y como tod ello, egtin se nos acaba de sugett es indice y taiz de dignided, podriamos definir a ésta, dando un paso adelante, como la banda que correspond a fo absolute, Asilo hace, de manera del todo explicita, Tomas de Aquino: “la dig- nidad -escribe- pertenece a aquello que se dice absolutamente:dignitas est de cabsoltis dicts.” Si quetemos, pues, adentrarnos hasta la significacién mas honda de la dignidad del hombre, habremos de responder a estos interrogantes: ,de qué modo y manera puede considerarse «absoluta» la per- sona humana?, gen qué sentido cabe decie que posee valor por si misma, que no silo es el primer miembro de una serie més 0 menos valiosa, sino que se siti mas allé 0 por encima de ese conjunto y confiere su entera valia a todos sus componentes? £0, con palabras ya conocidas, por qué es liito aficmar due la persona es un «alguien» y que s6lo en virtud de ella se ordenan y conguistan su valer el integro mundo de lo que debe calificarse inicamente como «algo»? Por otro lado, si aspiremos a que esas disquisiciones no queden de- masiado en el ite, habremos de ir advirtiendo, conforme avanzamos enellas, larelacién que guardan con lo descubierto al considerar, en nuestro entorno, los caracteres de lo digno y Jo majestuoso: su elevacion, su interioridad, su autarquia. Hemos de «comprobar», por decitlo de algiin modo, que también desde a perspectioa mcs fsifica, la person se exhib como algo (1) encumbrado, (2) fatima y (3) auténomo. ‘Vamos a intentarlo, concediencio de nuevo la palabra a la filosofia, a sabiendas de que sus métocios cognoscitivos y el alcance que se les otorga difieren en gran medida de los propios de las ciencias experimentales. Vuel- voa pedir, por tanto, un esfuerzo de comprensién, una adaptacién del punto de vista y del enfoque habitual -el de la ciencias positivas- hacia los plantea- imientos propios de ls fldsofos. Poe yBoeres 75+ Na6 fbero-mayo de 1999 TOMAS MELENDOGRANADOS I ASPECTOSY FUNDAMENTOS FILOSOFICOS DE LA DIGNIDAD HUMANA. Hace ya algtin tiempo, en un Symposium europeo de bioétca celebrado en Santiago, expuse los tres sentidos principales en que cabe caracterizar al hombre como absoluto, Cada uno de ellos, lo veremos ahora mismo, es un indicador adecuado de su particular dignidad. 1. Porencima del cosmos material El hombre es un absoluto, en primer término, en cuanto se encuentra {n-mune 0 des-ligado (ab-suelto) de las condiciones empobrecedoras de la ‘materia; es decir, en cuanto no depende infrinseca y substancialmente de ela y, en consecuencia, nose ve del todo afectado por la minoracién ontoligica que 6a inflge a lo estricta y exclusivamente compéreo. No quiero negar con esto, seria absurd, que el hombre carezca de una consituiva componente material afro més bien que, en cuanto per sona, no se agota en ela, que la trasciende abundantemente. Lo manifiestan sus operaciones superiores,irreductibles a la materia: la inteleccién, el amor, el obrar libre El desarrollo impresionante de la cultura humana, el despliegue cien- tifico y téenio, el art, la capacidad de simbolismos, el lenguae, la posibil- dad de aprehender realidades universales, lade captar la relacién entre me- dios y fines, lade resolver problemas... La experiencia innegable de las opcio- nes voluntarias, el entero despliegue dela facultad de amar, fruto de la liber- tad humana rectamente ejercida, con el anejo desarrollo de las virtues y los repetidos actos de heroismo, de dedicacién, de entrega... Y, a stu modo y por contraste, la capacidad de error y de degradacién moral, con el conjunto de aberraciones a que por desgracia ha dado lugar. Todo ello muestra la difren- cia cualitativa,irreductible, que eleva al hombre por encima de los animales més evolucionados, y seitalan al ojo atento, la presencia indudable del espri- fu. De un grado superior de ser, pocriamos decir, inexplicable con la sola apelaci6n a la materia. Desde este punto de vista, que aqui me limito a aluir sin esclarecer del todo, In clave de la exceencia humana es la presencia vitlizadora del esprit Pomona Beene 76 + Na kbrero-mayo de 1598 Sobel humiey. presencia que la ciencia no puede descubrir, aunque a menudo la entrevé, pero que aparece clara a la mizada filoséfica carente de prejuicios. El fundamento inmediato de la dignidad del hombre bascula, pues, entornoa lo que en hay de espiritu; pero acanza hasta las dimensiones mis menudas de su persona. Es ol espiritu el que hace del todo una realidad ele- vada, autérquica, intima, El espiritu es al auténtico dent, la intimidad; en 61 «se apoya» la persona integra. También los componentes compareos. En defi- nitiva, cualquier hombre exhibe una peculiar nobleza ontol6gica por cuanto su seredescansa en» el alma espiriual a a que en sentido estricto pertenece y a cuya saltura» se coloca, y desde la que encumbra hasta su mismo rango entitativo a todas y caca una de las dimensiones coxporales de su sujeto. En consecuencia tales inteprantes materiales también los de a sexualidad, fuente de nueva vida, y los restantes relacionados de manera mas especifca con Ja bioétic- se encuentran eloados y se emplazan a afos luz por encima de los aque descubrimos en los meros animales o en las plantas; sin abandonar su. condicién biologica resulta, en la acepcidn mas cabal del vocablo, personales: merecedores no sélo de respeto, sino de veneracion y reverencia Todo, en el ser del hombre, participa de su indole de persona El cuerpo humano es, simulténeamente, material y personal. Someti- do a las mismas ley fisicas y biol6gicas que los mamiferos superires, se ve a par capacitado para contribuir al despliegue de actividades que trascien- den por completo la normatividad de la materia. Y es (er de alan en i de cuentas, quie le concede oda su realidad, En el instante preciso de la animacign, 1a para ol entero curso de la existenciatertesire, un principio de vida que por distintos indicios sabemos espiritual asume la materia del cuerpo huma- no y la ensalza hasta su propio rango particular -.” Son ese apogeo y excelencia peculiares los que fundamentan el ex- quisito respeto, a reverencia, que debemos mostrar ante cua ser humano, sea quien fuere. Porque semejante grandeza, como antes insinuaba, «invier- te» entre los hombres la relaciones individuo-especie que tienen vigencia en Ps yBoencs 1+ No.6 kbrro-mayo de 19 Saree hombre yu gna caso de las realidades infrapersonales. En el reino de lo infrahumano, en efecto, cada individuo no es més que un momento pasajero del persistir de su especie y, mis allé todavia, un resultado efimero del disponerse de la mate- ria: una «fracciGn» dentzo del todo. Como consecuencia, adquiere su sentido gracias a la especie de la que forma parte y, a través de ella, se encuentra drésticamente sometido al bien conjunto del universo corpéreo. No slo la especie «wale mas» que el individuo, sino que éste obtiene toda su valia por 0 «porci6n» ce un cosmos que lo trasciende, nia la condicion de ‘mero «ntimero» entre los integrantes de su especie. Lo cual, conceptuado de ‘manera positiva, nos remite a la idea central de dignidad: la de la propia suficiencia, entaizada en un «descansar en si» que, en el caso del hombre, se corresponde con a presencia de un alma espiritual e inmoral, necesaria, que recibe en si misma ~y no en la materia-el acto personal de ser. 4. Serespiritual y amor Y con esto hemos desembocado en el fundamento estrictamente ontologico de la dignidad humana, Si nos atreviéramos a exponer semejante cimiento con claros y sucintos términos metafisicos,habria que hablar de sub- Pasoxay Borns & + No.6 febero-mayo de 19 Sone el onde y su digidad silencio, y entender este vocablo en su sentido més propio y radical, como ‘mocio superior y eminentisimo de ser, De ahi que Tomds de Aquino corrija Jevernente la doctrina de Boecio sobre la persona y,llevandola hasta sus ilti- mas consecuencias,sostenga: “La condicién personal pertenece necesariamen- tea la perfeccin y dignidad de algo, en cuanto a la perfeccién y dignidad de ese algo le corresponde el existir por si, que es lo que se entiende con el nom- bre de persona.” Alo que comenta Carlos Cardona: “Es la propiedad privada de su acto de ser lo que constituye propiamente ala persona, y la diferencia de cualquier otra parte del universo.” Desde la perspectiva filos6fica, la posesion de un ser en propiedad privada inalienable e indisponible- seria, entonces, el rasgo més constitutivamente definidor de la condicién de persona y la raz intrinseca nds decisiva de su eminente dignidad, Por qué? Porque de esa peculiar te- nencia,ligada ala indole espritual desu sujeto, se sigue de manera ineludible {a necesdad del propio existir -necesidad ab alo, en el caso de los espiritus cteados- y, lo que en parte viene a ser lo mismo, la inmortalidad. Espinitualidad,necesidad e inmortatidad som, pues, los ttulos metafisicos or Tos que la persona humana se revela como digna, como «cescarsando en si: ni radicalmente necesitada ni en definitiva asechada ontolégicamente por nada de lo que la circunda; y, por todo ello, decia, goza de una particular eminen- cia ontolégica, de una excelsa dignidad enttativa. La cuestion pudiera parecer impertinent a algunos ofdos contempo- ineos, acostumbrados a mantenerse de manera reductiva en el Ambito de lo tangible y experimentable. Pero ni se trata de una postura universal en nues- tos tiempos ni lo ha sido en absoluto a lo largo de la historia, Flésofos, pensa- ores y cientificos de hoy y de siempre han descubierto -como fruto justamen- te de su saber mirar—la inmortalidad del alma humana, y han expresado con pasmo cémo gracias a ella el hombre se equipara en cierto modo con Dios. Gitaré s6lo, a modo de ejemplo nada sospechoso, las siguientes palabras de Voltaire: “Si, Plat, tienes razén nuestra alma es inmortal. Un Dios es quien le habla, un Dios quien vive en ella. De dénde procederfa, si asi no fuese, ese gran presentimiento, ese disgusto por los flsos bienes, ese horror a la nada?” Inmortalidad, por tanto, Estamos ahora en condiciones de compren- der mejor lo que significa, en su fondo tiltimo, Ia dignidad humana. Es el Perens y Boers 8 + No.6 fbero-mayo de 199 ‘TOMAS MELENDO GRANADOS espitita lo que dota al hombre de intimidad, lo que lo eleva y o hace descan- sat, seguro, en la necesidad de su propio ser. Su encumbramiento, su intimi- dad y su autarquia pertenecen, por derecho propio, a su mismo ser. Yes éste el que lo torna, en fin de cuentas, invulnerable, Inmortal y necesario, en vi tud de su alma espiritual, el hombre no esta radicalmente «amenazado» por nada, Se entiende, entonces, lo que antes setalaba Robert Spaemann: que la ddesmedida orientacién hacia la supervivencia o una lucha incontrolada por lograrla, en cuanto indicativas de una determinante indigencia ontoldgica, disuelvan de manera inmediata la sensacion de dignidad que despierta una realidad dada. Se comprende, también, que en un sentido propio y no figura- do desde una perspectiva metafisicaestricta-s6lo puedan considerarse di nas las personas: por cuanto tinicamente ellas gozan de un ser perdurable y, por ende, «teposan en si mismas» con la seguridad que da lo que no puede perderse. Ye alcanza a vislumbrar también cSmo la capacidad de amar cons- tituya el indice més certeroy la via privilegiada para elevarse hasta el honta- nar més fntimo y configurador ~hasta la plenitud de ser- de la dignidad de la persona humana, Atendamos a este tltimo exiremo, particularmente relevante, Desde hace muchos siglos se ha acostumbrado a ligar la excelstud de la persona con su condicién de sujeto libre. Y ciertamente, el de la libertad constituye un camino regio para ascender hasta las fuentes ontolégicas de la nobleza hu- mana, Pero existen otros muchos. El del amor no ha sido recortido muy a ‘menudo y, sin embargo, presenta unas notables virtualidades para exhibir Jos rasgos constitutivos de la dignidad personal. Manifiestacabalmente, como sugeria Spaemann, la capacidad activa de ser definitoria del sujeto digno. Vea- mos por qué. Una primera pista, muy de fondo, nos la proporcionarian estas palabras de Carlos Cardona: “Procedemos de un acto divino de amor, y nuestra vida entera tiene que consistir esencialmente en amar: La comprension del amor es la comprensién del universo entero, y de modo muy especial la comprensién della criatura espritual, de la persona’. Palabras sublimes, deta, y repletas de sugerencias. Sin embargo, embocar la via que nos descubren nos conduciria demasiado lejos y, tal vez, demasiado «alto», Ensayemos otro camino, PascxayBornca $1 + No.6 fbero-mayo de 1999 ‘Sabre hombre ya digi Segin explica Tomas de Aquino, existen dos tipos fundamentales de ‘operaciones: una, por la que quien acta busca su propio acabamiento, o su simple conservacién; y otra segunda, més noble, que atiende de forma expre- sa al bien ajeno. La primera es caracteristica de los agentes imperfectos; la segunda, de quienes gozan ya de una cierta plenitud. La discrepancia en el obrarsefala, pues, una decisiva diferencia ontolégica, que -aplicada al pro- blema que nos ocupa~ podriamos explicar como sigue. La energia constitut- va de los seres inferiores -una planta o un animal, pongo por caso- resulta tan tenue y de tan escasa categoria, que cas todo su vigor tienen que «reser- varlo» para afirmarse en su propio ser: para mantener y acrecentar su priva- da perfeccién intima, configuradora. De ahi que, al cbrar, busquen de mane- ra neludible su exclusivo y puntual provecho. Por el contrario, las realidades personales el hombre, entre ellas~ pueden atender a la confitmacién en el ser de otras personas, pueden ania, en la estricta medida en que su elevada excelencia ontol6gica tiene ya «resueltay de algtin modo la propia conserva- cin y cumplimiento perfectivo. Y asi en el hecho de poder «relativizar» esa alencign a si mismo que en las realidades infrapersonales viene exigida por la misma pobreza de su ser, demuestran las personas su peculiar nobleza intrinseca, Porque son: més-cabria sstener-, se encuentran ya suficientemente «aseguradas» en s{ mismas, y poseen la capacidad de ocuparse del bien de Js otros, de quererios, en ese sentido genuino que ya definiera Aristdteles. El hombre, por consiguiente, manifiesta la magnitud y calidad de su seren cuanto puede desentenderse de s{ mismo. Muestra entonces que es tal su intimo vigor constitutivo, que de tal manera se halla asegurado en la exis- tencia, que ya no necesite ocuparse de si, sino que es capaz.de querer y perse- guir el bien del otro en cuanto otro. Confirmado ya en su ser, y como «dlescan- sando» en esa afirmacién, exhibe toda su excelencia en cuanto puede conti- gurarse -segzin recordabamos casi al comienzo, al exponer la més resolutiva de nuestras definiciones de persona- como principio de amor, Por eso el eercicioefectivo de su capacidad de amar confiere al hombre una especie de dignidad complementaria, conocida como dignidad mora, que, sobre el fundamento comiin de a dignidad ontoldgica ala que hasta el momento ros hemos refrido, es lo tinico capaz de establecer diferencias de calidad entre las personas. Cada una vale, en definitva, lo que valen sus amores, Pero esta consideracin abe un nuevo panorama, que nos levaria demasiado lejos. Proxy Bornca $5 ¢ No fbena-mayo de 1699 ‘TOMAS MELENDOGRANADOS IV AMODO DE CONCLUSION Por eso, para conciuit, atendamos brevemente a ciertos problemas de bioética. O, mejor, consideremos algunas de las «razones» con que se preten- den justficar pricticas sin duda aberrantes e intentemos calibrarlas a la luz de lo que hemos visto. Por ejemplo, en el Ambito de la experimentacién con embriones, el sacrificio continuo de seres humanos singulares y conctetos, al poco tiempo de haber sido concebidos, parece en ocasiones quedar legitima- do si se realizaen pro del bienestar de otros individuos, 0 incluso en aras de abstracciones como el Progreso, la Ciencia o la Humanidad. A esos mismos embriones 0 fetos se los califica a veces, reductivamente, como material biol6- gico (0 incluso «chatarra biologica», si es que estén «averiados»). Y ofmos también argumentos del estilo: por qué no va a ser lcito inmolarcien, dos- cientos, mil «productos» de la concepcién, si con ello se asegura una mayor calidad de vida ~en un futuro relativamente préximo y ya para el resto de la existencia de la Humanidad-a millares de millones de exponentes de su mis- 1ma especie? ¢Acaso se trata de una «inversin» no rentable? Pienso que, después de lo expuesto, huelgan los comentarios. ;No es semejante apelacién al niimero, ala utilidad y ala materia prueba concluyen- tede que nose alcanza a advertir el sentido de la dignidad y suprema singu- laridad de las personas a quienes se esté aludiendo? jNo se estan planteando Jos problemas en términos puramente especificos, de especie infrahumana, meramente animal? No se demuestra con ello una radical incomprensidn de Jo que se lleva entre manos? Pero todavia hay un caso ms revelador de este empobrecimiento del universo mental y operativo. El de los disminuidos fiscos o mentales,a los que de algiin modo podria asimilarse el del enfermo terminal. En efecto, sise razona en términos de especie, de mtimero y de «repeticin» de unas cualida- des comunes o genéricas, si se reduce a la persona humana ala condicién de simple vejemplar» de una realidad abstracta, entonces ser un ejemplar «me- jor», mas «itil, mds... «eficaz» se transforma en la tinicay exclusiva creden- cial de excelencia: gual que ocurria, como veiamos, con el perro de compana © con el de caza. Porelcontrario,y de una manera todavia més drdsticamente acentuada, «no llegar» a encamar los caracteres comunes de todo el género ser um infradotado o encontrarse disminuido por una radical vaveriav-, se Peow,yBoencs 86 + No.6 kbrato-mayo de 199 Sue! hoa ys digi torna ineludible e incomparable factor de devaluacin: de una «depreciacisn» total, descalificadora. Fijense bien, porque la cuestién es determinante: si no valgo por mi snismo como un absoluto-, y si aquello que me rinde apreciable no logro encarnarlo com la suficiente eficiencia, estoy de forma inevitable condenado a ladlscriminacion: “hasta a sangre”, habria que volver a decir con Kierkegaard, {gual que los péjaros que no son “como los otros’. Basta una levisima alusién alos intentos de implantar, incluso obligatoriamente, el diagnéstico prenatal con fines abortivos, 0a los «avances» dela legislacin relativa a la eutanasia en algunos paises, para ilustrar la actualidad de cuanto vengo sugiriendo, Por eso, frente a los intentos desgraciados de medir al ser hurnano por factores accidentalesy, al término, si se los considera bajo la perspectiva co- ‘recla irrelevantes, hay que repetir, con José Luis del Barco: “Ningtin hombre esta privado de dignidad. Toda existencia humana sobre la tierra ~aplauidida ‘odenostada, triunfante o derrotada, feliz o desgraciada, generosa 0 nuin= representa la irrupcién en la historia de una novedad radical, la presencia de una excelencia de ser superior ala de cualquier otto ente observable” Ya éstas, me gustaria afiadir otras palabras, esta vez de Rafael Tomés Caldera, especialmente significativas en la situacién en que nos encontramos: “Ladignidad inalienable del hombre -escribe el filésofo venezolano-semues- tra sobre todo cuando no hay en el hombre nada mas que su humanidad. Cuando ya no le queda juventud, belleza, poder, inteligencia riqueza o cual- uiera otra de esas caracteristcas por las cuales una persona puede dispen- samos un favor, semos agradable, ser un motivo de atraccién. Cuando a una persona no le queda nada, sino su condicidn de persona en el sufrimiento, en ese momento se pone de relieve con mayor elocuencia su dignidad inalienable. Por ello, la llamada a manifestar amor a la persona en ese momento es una pieza esencial dela cultura moral, del cultivo del corazén humano, y piedra de toque de la civlizacién’, No sé si estas disquisiciones habrin alcanzado el abjtivo que, implic- tamente, me sefialé el Dr. Herranz en la conversacién a que aluat al principio. Desconozco si habré logrado transmitirles algunas de las resonancias més Pray Bienes AF + Ne fhm -may de 1888 TOMAS MELENDO GRANADOS significativas de esa palabra sublime ~«dignidad»~ en tomo a la que ha gira- do la mayor parte de mi intervencién. Ignoro también si ustedes tienen ahora ms claros algunos de los caracteres que constituyen a la persona humana, y por qué cada una de sus células, de sus tejdos, de sus 6rganos, resulta tam bign merecedora, més todavia que del respeto, de la veneracién y reverencia que corresponde a lo digno. Y tampoco estoy seguro de haberles logrado ha- cer ver que esa devocién se torna imposible sin el reconocimiento explicito y coperativo de la condicién estrictamente singular ~jinical~ de cada uno de sus pacientes. Pero el tiempo ha concluido, la vida contin, y ustedes tienen que seguir tratando, a diario, con sus enfermos. Por eso, permitanme una iiltima observacién. Héganlo, traten a cada uno, personalmente. Pénganse en juego Denlo todo de si. Impliquense. No se reduzcan en ningtin caso ala mera con- dicion de téenicos. Actien con toda la riqueza interior de sus personas. Dicen que los diamantes se pulen slo con diamantes, La persona del enfermo -res sacra miser: digna, tnicae irepetible- sdlo puede ser adecuada- mente curada, jy cuidada!, poniendo en juego fado ls resortes dela persona ~asimismo ireiterable~ del médico y del resto del personal sanitario. No sélo, pues, los recursos cientifico, sino también los personales. Es precisamente en su calidad de persona, de realidad amorosa singular ¢ irreemplazable, donde nadie puede susttuirlos Dr: Tomés Melendo Granados. Cate de Metatisica Universidad de Malaga Campus de Teatinos sin 29071 Malaga, Esparia ‘Tok, $49-52-200485 Fax: 949-52-131818 Prone Boence 8 + No.6 fbrso-mayo 401599

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