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LA LEYENDA enda es el relato maravilloso y fantastico de una co- inidad que explica origenes: de la Naturaleza, del hom- e, de su integracién como pueblo y, de manera sobrena- de hechos y circunstancias acaecidos. ‘Caracteristicas de Ia leyenda: * Hace divino a lo humano, o sobrenatural —y con s humanos— a elementos de la naturaleza. _ * Es un relato popular que proviene de la tradicién oral. * La narracién est en tercera persona, pues, por lo , es una creacién colectiva que se va tecreando con nscurso del tiempo. '* Nace ante la necesidad de contestarse hechos no com- ensibles en su momento y para exaltar otros, las mas de veces con niveles exquisitos de poesia. * Su tematica hace creer al grupo cultural que la ela- 6, que es en su territorio donde nacieron los elementos ue hace referencia —dioses, semidioses, el hombre, ani- ales, plantas 0 acontecimientos sobrenaturales. __* En ocasiones, comunidades pequeftas toman frag- lentos cle mitos a los que transforma y enriquece de acuerdo Us propias tradiciones. * Una misma leyenda —en pueblos diferentes— cam- a dle ambiente, de circunstancias y de personajes, segiin IS Condiciones etnograficas y sociales. * Las leyendas histéricas y sus héroes, actian como ace de identidad y de orgullo nacional, al ser partes in- antes de la comunidad; por ello, las figuras histéricas, Paso de generaciones, se convierten en seres fantdsticos. 62 ANTOLOGIA, * Los personajes son seres extraordinarios y, por lo general, estan enmarcados con fastuosos acontecimientos y lugares: grandes desiertos, montafias maravillosas, sel- vas inaccesibles, rios majestuosos, espacios de ensuenio, cie- los ¢ infiernos, etc. Segtin opiniones actuales, las leyendas son: tradicio- hes populares que circulan entre personas ain no integra- das a la civilizacin; narraciones que constituyen, en muchos casos, la historia no escrita, y partes aisladas de la mito- logia de razas primitivas. La leyenda, en muchas ocasiones, es la base de la his- toria de todas las naciones y, a veces, es dificil definir, en un relato, qué hay de leyenda y qué de la historia autén- tica. Las tradiciones orales tienen cierto valor, sobre todo cuando han sido conservadas por una casta especialmente adiestrada para ello, como las que han existido entre mu- chas naciones, que han transmitido cuidadosamente, de ge- neracién en generacién, los aconteceres de la vida, Por tanto, el “‘periodo legendario’” de un pais tiene su aspecto hist6rico y no son absolutamente rechazables como no his- t6ricos ciertos relatos legendarios y muchos pasajes dudo- 30s de otras tantas erdnicas de grandes culturas, como son las sdnscritas, persas, griegas, romanas, hebreas, chinas, Japonesas, escandinavas, teutonas y también mexicanas, entre otras. Un ejemplo de lo anterior, en México, lo en. carna Quetzaleéatl, cuya identidad real no ha sido posible establecer con precisién, aunque todo parece indicar que se trataba de un extranjero blanco. La leyenda, ademés de contener una cierta dosis de verdad histérica, recoge las tradiciones y creencias de un pueblo. En los tiltimos tiempos, ha habido un reconoci miento creciente de la importancia de estas creencias he- Tedadas, que los eruditos de todas las naciones estudian bajo el nombre moderno de folklore. Este estudio ha re- velado que algunos temas basicos aparecen en las leyendas de todos los pueblos, siendo uno de ellos el tema del dilu- vio universal. EL RELATO DEL DILUVIO Vedas (Literatura sagrada de la India) India Una maftana, Manii se hizo servir agua en un vaso. En tanto que se lavaba las manos, un pececillo que habia en el agua Ie dirigié la palabra: “Mani, sdlvame, y yo te salvaré del diluvio que debe arrastrar a todos los seres.”” —iQué es necesario hacer para salvarte? —pregunté Mani al pez. —Mientras que somos peces pequefios nuestra existen- Gia es precaria porque los peces grandes nos devoran. Dé. Jame, pues, en este vaso. Cuando yo haya crecido, haz un estanque y Ilénalo de agua para que me reciba, y cuando haya aumentado mas atin de tamaiio llévame al mar. En- fonces seré bastante fuerte para librarme de todos los pe- ligros. Cuando el pez crecid, un dia le dijo a Manti: “*Debe- tas construir una barca para salvarte del diluvio que te he @nunciado. Haz exactamente lo que te digo. Cuando el di- luvio comience, métete en la barca que habras construido ¥ déjate levar por las olas; yo iré entonces a salvarte.”” Manji, cuando el pez lleg6 a ser enorme, lo Ilevé al ::. Después construyé una barca y se metié en ella, tan ‘Onto como el diluvio comenzé, Las olas pronto llegaron a levantar la barca y la trans- Portaron de un lugar a otro. Mani vio entonces venir el “Pez que él habia salvado; até la barca por medio de un ca- Ble y, nadando vigorosamente, la condujo hacia una cle. Pada montafia que el mar no habla podido eubrir rN 64. ANTOLOGIA Alli, el pez le dijo: ““Amarra tu barca al tronco de aquel 4rbol corpulento. Conviene hacerlo asi para evitar que las aguas, cuando se retiren, puedan arrastrarla.” Después se alejé y Mantino lo volvié a ver. Cuando las aguas se retiraron, Manti salié de su barca y se hallé solo en la Tierra, porque las aguas habian su- mergido todo lo que habia en el mundo, y habian hecho perecer a todas las criaturas. Mant vivid cuerdamente e hizo numerosas ofrendas al mar al que pidié una compaiiera. Al cabo de un aio, una mujer salié del mar y se dirigié hacia los dioses. Estos le preguntaron quién era, ‘Soy la obra de Mani, respondi6, y a él pertenezco.”” Los dioses quisieron obli garla a permanecer con ellos; pero ella se negé, y fue a bus- car a Mant, quien le pregunté quién era ella. —Soy tu obra, —le respondid. —iCémo puedes ser mi obra? —Las ofrendas que has dedicado al mar me han dado la vida, correspondiendo asf a un voto que hiciste. Si quie- res tener grandes riquezas y una larga prosperidad, hazme tu esposa durante un sacrificio, y todos nuestros deseos se realizaran, Mani celebré entonces un sacrificio y se unié a aque- lla mujer; vivieron largos afios y fueron padres de la raza lamada raza de Manu. LA EPOPEYA DE GILGAMESH Asiria (Asia Antigua. Siglos XIII a.C.) En remota antigiiedad, tiempo después del Gran Diluvio, existid en Caldea la ciudad de Uruk, donde reinaban Du- ‘muzi, de origen divino, y la diosa Ishtar. Cuando el rey Dumuzi murié en una batalla, subid al trono la diosa Ishtar, quien no pudo contener a sus ene- migos que comandaba el terrible Kumbala; Uruk entonces ‘comenzé a estar bajo el yugo de los despiadados invasores. En la misma Caldea, cerca de Uruk, vivia Izdubar, més conocido por Gilgamesh —por sus proezas, siglos des- ppués los hebreos lo Ilamaron Nemrod: “Masa de fuego, él fuerte y valeroso cazador”—, a quien se le consideraba hhéroe, entre otras hazafias, porque, en compaiia de su fiel servidor Zaidu, maté al monstruo marino que obligaba a Jos habitantes a entregarle hermosas jovenes a las que de- voraba. Gilgamesh, ademés de fuerte y valeroso, descendia, ‘en linea directa, de Hasisadra, tiltimo rey antes del Diluvio 'yuno de los que logré salvarse, y que en concesién especial ie los dioses, le dieron la inmortalidad y a la sazén vivia en El Paraiso. Un dia, al despertar, Gilgamesh recordé un suefio ex- trafio: ‘Muchas estrellas le caian encima, mientras un mons- iruo con garras de ledn, a su vez, se le abalanzaba.”” Preocupado por el suefio, ofrecié una gran recompensa a famosos adivinos para que se lo descifraran; ninguno lo consiguid. Y enterandose de un sabio extraordinario Ila- Mado Ea-bani, lo hizo venir y éste accedié, a condicién & de que Gilgamesh venciera a un leén que él mismo llevaba, Para tal fin. 50 ANTOLOGIA IT El sabio Ea-bani, tenia el cuerpo inferior de un toro y dos cuernos en la cabeza; conocfa las cosas més ocultas, y se Je consideraba ‘“‘la criatura de la diosa Ea’’. Cuando Ea-bani vio que Gilgamesh vencié al leén, pro- cedié a descifrar el suefio: “Las estrellas que caen sobre de ti Ie dijo—, representan la gloria que tendrds, pero como toda gran posesién, esta puede aniquilarte si no ac- tiias con cordura y con bondad. El leén equivale a un gran enemigo, el cual también puede destruirte.”’ Después agregé: “Llegards a ser rey de Caldea, Ea-bani y Gilgamesh, a partir de entonces se hicieron amigos inseparables, y juntos dirigieron sus fuerzas contra el tirano Kunbala, al que mataron, y quitaron las riquezas tobadas al pueblo. Con esta victoria, Gilgamesh fue hecho tey. La diosa Ishtar, la antigua reina, enamorada de él quiso seducirlo; pero Gilgamesh la rechazé —aunque mu- cho le atrafa su belleza—, reprochdndole el haber tenido otros amantes. La diosa Ishtar, herida en su amor propio, juré ven- ganza, y subié al cielo a pedir ayuda a su padre Ant. El dios Anti creo un monstruoso toro alado y lo lanz6 contra el héroe; sin embargo, Ea-bani ayudé a su amigo y sujeté al toro celeste mientras Gilgamesh lo mataba con un golpe en la nuca. Al ocurrir esto, la diosa Ishtar estaba cerca, esperando ver la muerte de quien la habia despechado, y Giencadigueren realidad suced lay ntaldijola Gilpamesh, ¢ interviniendo Ea-bani, arrancé el lado derecho de la del toro alado y arrojéndosela a la cara de Ishtar, le dijo: ““jSi no fueras diosa, ésto mismo haria contigo! Llena de ira ante la afrenta, Ishtar acudié con su ma- dre, la diosa Anatt, y juntas le provocaron una misteriosa enfermedad a Ea-bani, la que, después de doce dias de ago- nia, le hizo morir. Gilgamesh sufrié indeciblemente por la muerte de su amigo, y comienza a temer su propia muerte al ver que empieza a tener signos de lepra. Este temor le decide con- LEYENDAS 51 sultar a su antepasado inmortal, el rey Hasisadra, quien vive en El Paraiso. Para llegar ahi, tendré que recorrer un camino muy largo y peligroso. No se amedrenta ante ello y marcha solo hasta llegar al monte Mashti, donde habi jaban los terribles guardianes del Sol, gigantes con el cuerpo inferior de alacran. Gilgamesh les hace saber quién es, su propésito, y ellos le dejan pasar con rumbo al Desierto de Ja Oscuridad, en el que, después de caminar doce horas sobre la arena y en total penumbra, encontré un jardin ma- ravilloso, a la orilla del mar, en el que se levantaba El dr- bol de los dioses cuyos magnificos frutos cran sostenidos por ramas de color lapizlazuli, y el suelo estaba cubierto de piedras preciosas de diferente indole. Este lugar era la morada de la diosa Siduri Sabitu. Cuando la diosa vio a Gilgamesh cubierto de lepra, se asusté y ordené a sus hermosas guardianas que cerraran las puer- tas de su palacio para que no pudiera pasar. Pero el héroe, en realidad, no queria parar ahi, por lo que continué sobre Ta orilla del mar hasta encontrar a Urubel, el barquero de la Muerte, quien estaba al servicio de Hasisadra, y era el tinico que lo podrfa llevar hasta é1. Rogandole al barquero que accediese a tal servicio, ambos hombres navegaron por el océano durante cuarenta y cinco dias, al término de los cuales Gilgamesh se encontré ante su inmortal antepasado, a quien le pidié ayuda para alcanzar, primero la salud, y luego la inmortalidad. —No puedo darte el secreto que deseas —le contesté Hasisadra—. Si yo he conseguido la inmortalidad ha sido Bracias a la benevolencia de los dioses. —Y para probarle Que no se podia luchar contra el destino, le propuso que durante seis dias con sus noches no durmiera en absoluto— Huye del suefio, que es imagen de la muerte —afadié. Y Gilgamesh procedié a intentarlo, pero, por lo can- Sado que estaba, apenas se hubo sentado, quedé profun- damente dormido. Cuando desperté, su bisabuelo Hasisadra Ie relaté, con pormenores, del Diluvio Universal, las cau- Sas que lo motivaron, la gratitud al cielo por su salvacién, 52 ANTOLOGIA II y de cémo el gran dios Bel Marduk le habia dado la in- mortalidad. Después del relato, Hasisadra hizo que su bis- nieto recobrara la salud y el vigor acostumbrados. Gilgamesh emprendia ya el regreso a casa, y Hasisa- dra, a ruegos de su mujer, le reveld que en el fondo del océano habfa una planta que tenfa la virtud de hacer j6- venes a los viejos. —Ya que no puedes ser inmortal —le dijo—, al me- nos podrds gozar, otra vez, de tu juventud. Y el héroe retorné con Urubel, el barquero de la Muer- te; en alta mar se até a piedras muy pesadas, se hundié en el agua, y al llegar al fondo recogié la preciosa planta, y se quité las piedras para volver a la superficie. Feliz por €l tesoro que traia regres6 a Uruk, no sin antes agradecer mucho los servicios prestados por Urubel. Ya cerca de la ciudad, cuando Gilgamesh tomaba un bafio en una fuente, Ilegé una serpiente atrafda por la fra- gancia de la planta maravillosa y se la comié. Ante estos sucesos, Gilgamesh, hasta el fin de sus dias, tuvo un temor a la muerte y Ievaba la tristeza por la falta de un amigo entrafiable como Ea-bani, por quien mucho rogé ante el gran dios Bel Marduk. La diosa Ea lo oyé y por ello fue que envid a su hijo Mirridug para que sacara de las sombras de los espiritus a Ea-bani, y lo trasladé a la tierra del Paraiso. En El Paraiso, durante algtin tiempo, Ea-bani esperd la llegada de Gilgamesh, para de nuevo, y ahora si por la eternidad, continuar con su verdadera y gran amistad. PIRAMO Y TISBE* Grecia En época muy remota, vivian en Babilonia, una doncella que era la mds hermosa de la ciudad, y un gallardo joven. El nombre de ella era Tisbe y el de & Pframo, y ambos tenfan un amor puro y limpio y correspondido. Pero habia entre ellos un gran problema: los padres de ambos jévenes se oponian acremente a ese amor; por tal motivo, la tinica forma en que se veian, o mejor dicho, que se dejaban ofr, era a través de un muro que tenfa una gran grieta. Cabe mencionar que Tisbe y Piramo eran vecinos, ¥y que la tinica amiga que tenfan en su desgracia, era la Luna, que, compadecida de ellos, cada noche les brindaba lo me- jor de su argenta luminosidad, a fin de que tuvieran una poca de luz dentro de la oscuridad de su infortunio. ‘Alcabo del tiempo, los dos amantes, desesperados de no poder contraer matrimonio, decidieron dar término a su tormentoso sufrimiento y para ello acordaron fugarse, dandose cita en un arbol de moras que estaba junto al mau- soleo de Nino, la maravillosa tumba que su esposa Semi haris, la reina ahora, habja erigido en su honor, en las afueras de la ciudad, a la orilla de un placido estanque de aguas cristalinas. La primera en llegar al sitio pactado fue Tisbe, cubierta con un velo para no ser reconocida en caso de encontrar a alguien que la pudiera identificar. Como atin no llegaba su amado, toms asiento bajo el Arbol de moras, junto al sepul- ro, y esperd impaciente. De pronto, su siempre aliada, la Luna, alumbré més para hacerle ver a una leona que, con las faces ensangrentadas, se acercaba a beber agua. De in- mediato Tisbe corrié a refugiarse a donde més rapido pudie- * Muchos siglor despucs, de esta leyenda Shakespeare hizo su inmortal obra Romeo 2 Julieta, Co ee | 54 ANTOLOGIA II ra, y en su prisa dejé caer el velo que traia, velo que la leona, después de mitigar su sed, se entretuvo en desgarrar mientras se dirigia pausadamente con rumbo hacia la selva. En cuanto la fiera desaparecié entre la maleza, apa- recié Piramo y al buscar a su amada, encontré pisadas fres- cas de leén y el velo ensangrentado que de sobra sabia era de Tisbe. Ante lo que miraba, no dudé de la desgracia que lehabfa ocurrido a su amadisima. Traspasado de angustia, cayé de rodillas mesdndose los cabellos; entre sus manos sostenia el velo desgarrado y ensangrentado que probaba la muerte de Tisbe. Entonces, loco de dolor, sacé su es- pada y se dejé caer en ella, atravesandose. Transcurrido un corto tiempo regresé Tisbe, y al acer- carse encontré el cadver de su amante y amado Piramo. No entendfa qué habia sucedido y mientras lloraba desga- rradamente y arrodillada abrazaba aquel cuerpo atin tibio, vio el velo fatal y dedujo lo ocurrido. De inmediato dij —iAmado mio! jHas muerto porque no pudiste so- portar mi muerte! Yo te acompafiaré hasta donde ahora estés y jams nos volveremos a separar, ni siquiera en nues- tros cuerpos, pues nuestros padres no podran negarse a po- nerlos en una misma tumba. Y acto seguido arrancé la espada del pecho de su amado y de igual forma, se dejé caer sobre ella, haciendo como ultimo acto de vida, abrazarse al cuello de Piramo. E] arbol de moras, bajo cuyas ramas acababan de mo- rir tan tragicamente Piramo y Tisbe, se tifié con la sangre de ambos amantes, y desde entonces los frutos, hasta aquel momento blancos, se tornaron morados. LA LLORONA Luis Gonzalez Obregén (1865-1938) México Consumada la Conquista y poco mas 0 menos a mediados del siglo XVI, los vecinos de la Ciudad de México, que se Tecogian en sus casas a la hora de la queda, tocada por las campanas de la primera Catedral, a medianoche des- pertaban espantados al ofr tristes y prolongadisi midos, lanzados por una mujer a quien afligia, honda pena moral 0 tremendo dolor fisico. sin duda, ___ Las primeras noches los vecinos contentdbanse con per- signarse o santiguarse, que aquellos ligubres gemidos eran, segin ellos, de anima del otro mundo; pero fueron tantos y Tepetidos y se prolongaban por tanto tiempo, que algu- os osados quisieron cerciorarse con sus propios ojos qué era aquello; y primero, desde las puertas entornadas, de las ventanas 0 balcones, y en seguida atreviéndose a salir Por las calles, lograron ver a la que, en el silencio de las oscuras noches o en aquellas en que la luz palida de la luna caia como un manto vaporoso, lanzaba agudos y tristisi- mos gemidos. Vestia la mujer traje blanquisimo, y un velo blanco ¥ espeso cubria su rostro. Con lentos y callados pasos re- corrfa muchas calles de la ciudad dormida, sin faltar una sola noche a la Plaza Mayor, donde vuelto el velado rostro hacia el oriente, hincada de rodillas, daba el ultimo angus- tioso y languidisimo lamento; puesta en pie, continuaba con el paso lento y pausado hacia el mismo rumbo, y al llegar a orillas del lago, que en ese tiempo penetraba den- tro de algunos barrios, como una sombra se desvanecia. La hora avanzada de la noche, el silencio y la soledad de las calles y plazas, el traje, el aire, el pausado andar de ENDAS e ella mujer misteriosa y, sobre todo, lo penetrante, agudo prolongado de su gemido, que daba siempre cayendo en wrra de rodillas, formaba un conjunto que aterrorizaba itos la vefan y ofan, y no pocos de los habitantes que fan sido espantados, quedaban mudos, pilidos y frios, mo de marmol. Los mds animosos apenas se atrevian eguirla a larga distancia, aprovechando la claridad de luna, sin lograr otra cosa que verla desaparecer en lle- al lago, como si se sumergiera entre las aguas, y no fiéndose averiguar més de ella, e ignorandose quicn era, jénde venia y a dénde iba, sc le dio el nombre de La ona. Tal es, en pocas palabras, la genuina tradicién popu- que durante mds de tres siglos quedé grabada en la me- sria de los habitantes de la Ciudad de México, y que ha borrandose a medida que la sencillez. de nuestras cos- umbres y el candor de la mujer mexicana han ido perdién- Pero olvidada o casi desaparecida, la conseja de La lorona es antiquisima y se generaliz6 en muchos lugares = nuestro pais, transformada o asociéndola a crimenes onales, y aquella vagadora y blanca sombra de mujer, recia gozar del don de la ubicuidad, pues recorria ca- , penetraba por las aldeas, pueblos y ciudades, se hun- Tas aguas de los lagos, vadeaba rios, subia a las cimas donde se encontraban cruces, se desvanecia al entrar S grutas o al acercarse a las tapias de un cementerio. La tradicién de La Liorona tiene sus raices en la mi- Ogia de los antiguos mexicanos. Sahagiin, en su Histo- (libro 1°, Cap. IV), habla de la diosa Cihwacdatl, la “aparecia muchas veces como una sefiora compuesta N unos atavios como se usan en Palacio; decian también lue de noche voceaba y bramaba en el aire. .. Los atavios N que esta mujer aparecia eran blancos, y los cabellos tocaba de manera que tenia como unos cornezuelos so- la frente’’. El mismo Sahagiin (Lib. XI), refiere que muchos augurios o sefiales con que se anuncié la Con- 80 ANTOLOGIA 11 quista de los espafioles, el sexto prondstico fue “que de noche se oyeran voces, muchas voces como de una mujer que angustiada y con loro decfa: «jOh, hijos mfos, que yavha llegado vuestra destruccién!» Y otras veces decta: «jOh, hijos mios!, gdénde os Ilevaré para que no os aca- béis de perder?»’” La tradicién es, por consiguiente, remotisima; persis tia a la Ilegada de los castellanos conquistadores, y toma- da ya la ciudad azteca por ellos el 13 de agosto de 1521, y muerta afios después dofia Marina, o sea la Malinche, contaban que ésta era La Liorona, la cual venia a penar del otro mundo por haber traicionado a los indios de su raza, ayudando a los extranjeros para que los sojuzgasen, La Llorona era a veces una joven enamorada que ha- bia muerto en visperas de casarse y trafa al novio la corona de rosas blancas que no Ilegé a cefiirse; era otras veces la viuda que venia a llorar a sus tiernos huérfanos; ya la es- posa muerta en ausencia del marido a quien venia a traer el dsculo de despedida que no pudo darle en su agonia: ya la desgraciada mujer, vilmente asesinada por el celoso cOnyuge, que se aparecfa para lamentar su fin desgraciado y protestar su inocencia. Poco a poco, a través de los tiempos, la vieja tradi cin de La Llorona ha ido, como deciamos, borrandose del recuerdo popular. Sélo queda memoria de ella en los fastos mitolégicos de los aztecas, en las paginas de anti- guas crénicas, en los pueblecillos lejanos 0 en los labios de las abuelitas, que intentan asustar a sus inocentes nie- tezuelos, diciéndoles: “;Ahi viene La Llorona!” Pero La Liorona se va, porque los nifios de hoy no se espantan con los fantasmas del pasado y se encaran mu- chas veces con las realidades del presente.

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