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blicada por Ediciones Primera Plana, S.A. C/Urge 08011 Barcelona Director: Antonio Franco Enlace edicorial: Rafael Nadal El césped y otros relatos Licencia editorial para Bibliotex, S.L por cortesfa del autor 193, Mario Benedett: © 1993, Primera Plana, S.A., por acuerdo con Bibliotex, S.L. para esta edicién Disefio cubierta: Ferran Cartes / Montse Plass Acuarela portada: Concepcié Camf Soler ISBN: 84-8130-019-5 Depésito legal: B. 18.145-1993 resin y encuadernacién: , Industria Gréfica, S.A. Coleccién que se entrega inseparablemente con este diario. La voz se « ado. § contest¢ cu mar un pens6 La ma el sofa. «A tu de cendedo biisqued la llama izquierd del calo LOS POCILLOS Los pocillos eran seis: dos rojos, dos negros, dos verdes, rtados, irrompibles, modernos. Habjan Ie- y ademis i ado como regalo de Enriqueta, en el tiltimo cumpleafios de Mariana, y dese combinarse la taza de un color con el plati- ese dia el comentario de cajén habia sido que poc Ilo de otro. «Negro con rojo queda fenomenal», habia sido el consejo estético de Enriqueta. Pero Mariana, en un dis- reto rasgo de independencia, habia decidido que cada po- cillo serfa usado con su plato del mismo color El café ya est pronto. {Lo sirvo?», pregunté Mariana La voz se dirigfa al marido, pero los ojos estaban fijos en el cufiado. Este parpadeé y no dijo nada, pero José Claudio contesté: «Todavia no. Esper un ratito. Antes quiero fu- mar un cigarrillo.» / pens6, por milésima vez, que aquellos ojos no parecian de hora si ella miré a José Claudio y ciego La mano de José Claudio empez6 a moverse, tanteando el sofé. «{Qué buscés?» pregunté ella. «El encendedor.» « nunca habfa 1s emociones, ese rostro an- co. Su matfi- no podia ni nio, él se ha- José Claudio habia deja¢ Menéndez xe me do: Para Usted No Esta Todc Ah, y otra frase famosa: La Ciencia No Cree en > s modos deberfas os. Yo tampoco creo en milagros ana esperanza? Es humano.» Y por qué no De ve H ostado del cigarrillo Se habfa escondido en sf mismo. Pero Mariana no i sistir, simplemente pata asistir, a un reco! trado. Mariana reclamaba osa. Una mujercita para ser exigi mucho tacto, eso era. Con todo habia bastante marget esa exigencia; ella era dictil. Toda una cala no pudiese ver; pero ésa no era la peor des- wt desgracia era que estuviese dispuesto aevi- J s los medios a su alcance, la ayuda de Mariana ba su proteccién. Y Mariana hubiera queri- prote mente, carifiosamente, piadosamen ahora no. El cambio se habia op era antes Bue Primero fue un decaimiento de la ternu- rado con lentitud 1 atencién, el apoyo, que desde el comienzo ra. El cuidado, la estuvieron rodeados por un halo constante de carifio, ahora Ella seguia siendo eficiente, de 1g ic se habian vuelto mecdnicos teniéndose soli pero no disfrutaba m cita, Después fue un temor horrible frente a la posibilidad discusién cualquiera. 61 estaba agresivo, dispuesto de una siempre a herir, a decir lo més duro, a establecer su cruel- le retroceso. Era increfble cémo hallaba a me- asiones menos propicias, la injuria refi- bora que Ilegaba hasta el fondo, el a fuego. Y siempre desde lejos eso no cabfa duda dad sin posib nudo, aun en las 0c mente certera, la palal nad comentario que marcaba 5 n para el incOmodo egg", ofciata Alberto aes el softy se acncen Pm los era Peers yn 86 al ventana] am lesgraciado», dix g ta era pa ell ee es Albersc PoMié José Clansdio, «Bijaee ue por m : 2 to la miré, Durante 1 silenc 0, S€ sonrie pareen de Jose Claudio, y sin embargo, Propésito de a! ne, Matiana supo que se habia puese linda, Siem Pre qu miraba a re fe Heck Rie tho jas Mitaba a Alberto, se ponia lind ¢ se lo haba di a, Primet vex la noche det veinkiegss 4 abril del Pasado, hacia exactamente un aie i en que José Clau, y ocho dias: habia una noche io le habia gritac fe lo cosas muy feas, y ella durante ho- ado el hombro a y segura. ;De apacidad para entender a la © simplemente lo mirab. bia de inmediato que él la estaba sacando del » habia dicho entonces. Y todavia ahora la palabra lle. Baba a sus labios directamente desde su corazn, sin razonamientos intermediarios, sin usura. Su amor hacia Al. berto habia sido en sus comienzos gratitud, ella vefa con toda nitidez) no al lorado, des; tas y horas, es decir de Alberto y s¢ e abia sentido comprendid: donde extraeria Alberto esa ¢ gente? Ella habl ntada, torpemente triste, hasta que habia encontr; h aba con él, ay sae apuro. «Gra- pero eso (que canzaba a depreciarlo, Para ella, querer habia sido siempre un poco agradecer y otto poco provocar la gratitud. A José Claudio, en los buenos tiempos, le habia agradecido que él, tan brillante, tan lici- do, tan sagaz, se hubiera fijado en ella, tan insignificante Haba fallado en lo otro, en eso de provocar la gratitud, y habia fallado tan luego en la ocasién més absurdamente fa- vorable, es decir, cuando él parecfa necesitarla més A Alberto, en cambio, le agradecfa el impulso inicial, la generosidad de ese primer socorto que la habia salvado de su propio caos, ,, sobre todo, ayudado a ser fuerte. Por su ) ee parte, ella habia provocado su gratitud, claro que sf. Po 6 gente es tan m: pari inscribirse en « Cuando Ma proteccién, de to la certidun protector, de como ella mis quizé de pud ella comenzé habia provoc le fas, por sit muy .y ell te, durante ho, rac he Joe Be tado el hombeg Y segura, :De entender a Ia lo miraba y Lapuro. «Gra- la palabra le- | coraz6n, sin amor hacia Al- pero eso (que preciarlo, Para radecer y otro en los buenos ante, tan lici- nsignificante. la gracitud, y irdamente fa- més. iso inicial, la fa salvado de Por su Por- uerte. ) que Si Alberto era un alma tranquila, un respetuoso de su fandtico del equilibrio, pero también, y en de- Durante aiios y afios, Alberto y ella mano, un finiciva, un solitario. w pantenido una relacién superficialmente carifiosa, habfar que se detenfa con esp' ynténea discrecién en los umbrales SF eureo y s6lo en contadas ocasiones dejaba entrever una oe idaridad algo més profunda. Acaso Alberto envidiara un poco la aparente felicidad de su hermano, buena suerte ve haber dado con una mujer que él consideraba encanta Sora. En realidad, no hacfa mucho que Mariana habia obte- tio la confesién de que la imperturbable solteria de Al- histo ge debfa a que toda posible candidata era sometida a tna imaginaria y desventajosa comparaci6n “Y ayer estuvo Trelles», estaba diciendo José Claudio, a hacerme la cldsica visita adulona que el personal de la consagra una vez por trimestre. Me imagino que Jo echarin ala suerte y el que pierde se embroma y viene a fabrica me verme «También puede ser que conserven un buen recuerdo del tiempo en que los dirigias, iImente estén preocupades por tu salud. No siempre la able como te parece de un tiempo a esta te aprecien», dijo Alberto, «que que rea gente es tan miser: parte.» «Qué bien sonrisa fue acompafiada de un bre Todos los dias se aprende algo nuevo.» La ve resoplido, destinado a inscribirse en otro nivel de ironia Cuando Mariana habia recurrido a Alberto, en busca de proteccién, de consejo, de carifio, habia cenido de inmedia- to la cettidumbre de que a su vez estaba protegiendo a su protector, de que él se hallaba tan necesitado de amparo Como ella misma, de que allf, todavia tensa de escrtipulos y quizé de pudor, habia una razonable desesperacién de la que ella comenz6 a sentirse responsable. Por eso, justamente, habia provocado su gratitud, por no decirselo con todas las letras, por simplemente dejar que él la envolviera en su ter = Je tanto tiempo atrds, por s6lo perm nui icumula ‘ 1 ajustara a Ia imprevista realidad aquellas imagenes dee misma que habia hecho transcurri, sin hacerse ilusiones, 9 sfiladero de sus melancélicos insomnios. Pero la gt tud pronto fue desbordada. Como si todo hubiera estado qi puesto para la mutua revelaci6n, como si s6lo hubiera faeg, do que se miraran a los ojos para confrontar y compensar sug afanes, a los pocos das lo mds importante estuvo dicho y jg encuentros furtivos menudearon. Mariana sintié de pronty que su coraz6n se habfa ensanchado y que el mundo eta nady més que eso: Alberto y ella Ahora sf podés calentar el café», dijo José Claudio, y Mariana se incliné sobre la mesita ratona para encender ¢| mecherito de alcohol. Por un momento se distrajo contem. plando los pocillos. Slo habfa trafdo tres, uno de cada co- lor. Le § ngulo Después se eché hacia atrds en el sofa y su nuca encontr6 lo que esperaba: la mano célida de Alberto, ya ahuecada é delicia, Dios mfo. La mano empezé a istaba verlos asf, formando un tr: para recibirla. Q moverse suavemente y los dedos largos, afilados, se intro- dujeron por entre el pelo. La primera vez que Alberto se habia animado a hacerlo, Mariana se habia sentido terrible- mente inquieta, con los miisculos anudados en una doloro- sa contraccién que le habia impedido disfrutar de la caricia, Ahora no. Ahora estaba tranquila y podia disfrutar. Le pa- recfa que la ceguera de José Claudio era una especie de pro- tecci6n divina. Sentado frente a ellos, José Claudio respiraba normal- mente, casi con beatitud. Con el tiempo, la caricia de Al- berto se habfa convertido en una especie de rito y, ahora mismo, Mariana estaba en condiciones de aguardar el mo- vimiento préximo y previsto. Como todas las tardes la mano acaricié el pescuezo, roz6 apenas la oreja derecha, re- corrié lentamente la mejilla y el mentén. Finalmente se de- tuvo sobre los labios entreabiertos. Entonces ella, como to- 8 lio era el Claudi mot icio de esa Hegado No lo La mano se sobre la m tapa tera Todos lo Hoy seria el el rojo para su marido con la extr unas palabs Hoy quierc Cerse ilug ion, eto hubiees ae st ) José Clg Para encendey” distrajo conten: uno de cada eq. ngulo @ tu nuca encontrs to, ya ahuecada mano empez6 a ilados, se intro. que Alberto se entido terrible- en una doloro- rar de la caricia, jisfrutar. Le pa- especie de pro- siraba normal- caricia de Al- e rito y, ahora ruardar el mo- Jas tardes la ja derecha, fe- ilmente se de- ella, como t0- das las cardes, bes6 silenciosamente aquella palma y cerré at un instante 10s ojos. Cuando los abri6, el rostro de José Plaudio era el mismo. Ajeno, reservado, distante Para ella, Sin embargo, ese momento incluia siempre un poco de te- ee Un temor que no tenia raz6n de ser, ya que en el ejer ritio de esa caricia pridica, riesgosa, insolente, ambos haban Tegado a una técnica tan perfecta como silenciosa No lo dejes hervir», dijo José Claudio. La mano de Alberto se retit6 y Mariana volvié a inclinar- se sobre la mesita. Retir6 el mechero, apagé la llamita con la tapa de vidrio, Hené los pocillos directamente desde la cafe- cera. Todos los dias cam! 1 el verde para José Claudio, el negro para Alberto, biaba la distribucién de los colores. Hoy seria el rojo para ella, Tomé el pocillo verde para alcanzérselo a pero antes de dejarlo en sus manos, se encontré ton la extrafia, apretada sonrisa. Se encontré ademés, con sbras que sonaban més o menos asi: «No, querida su marido, unas pala Hoy quiero tomar en el pocillo rojo.» (1959) FAMILIA IRIARTE Habfa cinco familias que llamaban al Jefe. En la guardia nafiana yo estaba siem pre a cargo del teléfono y cono: inco voces. Todos estébamos enterados dela de que cada nuestras SOsPé Par metedora, Co Ruiz, una pituca sin cal oj, la familia Durén, una flaca intelectual, del tipo faciga- ey sin prejuicios; la familia Salgado, una hembra de labio de esas que convencen a puro sexo. Pero la Gn grueso gue renfa vor de mujer ideal era la familia Iriarte. Ni gorda ni flaca, con las c nos da natura; ni demasiado terca ni demasiado memoria las ¢ familia era un programa y a veces has. cotejabamos ‘or ejemplo, la familia Calvo era gordita, arre- la pincura siempre mas ancha que el labio; la lidad, de mechén sobre el familia urvas suficientes para bendecir el don del tacto que décil, una verdadera mujer, eso es: un cardcter. Asi la ima- ginaba. Conocfa su risa franca y contagiosa y desde alli in- ventaba su gesto. Conocia sus silencios y sobre ellos creaba gus ojos. Negros, melancélicos. Conocia su tono amable, acogedor, y desde allf inventaba su ternura. Con respecto a las otras familias habia Para Elizalde, por ejemplo, la Salgado era una petisa sin pretensiones; para Rossi, la Calvo era una pasa de uva; la Ruiz, una veterana més para Correa. Pero en cuanto a la fa- Jiscrepancias. milia Iriarte todos coincidfamos en que era divina, més 11 atin, todos habiamos construido casi partir de su voz. Estébamos seguros de qu misma imag Be ue si un dé dia {| abrir la puerta de la oficina y simplemente go." ba sunque no pronunciase palabra, igual la tbamos « coro, porque todos habfamos creado la misma confundible El Jefe, que era un tipo relativamente indiscrey Cte en cuanto se refer oat oficina, pasaba a ser una tumba de discrecién y de rege ¥ de reserva en lo que concernia a las cinco familias. En esa zona, nye tros didlogos con él eran de un laconismo desalentadoy Nos limitabamos a atender la Hamada, a apretar el borg, para que la chicharra sonase en su despacho, y a comunicar. le, por ejemplo: «Familia Salgado.» Bl decfa sencillaments «Pasemela» 0 «Digale que no estoy» 0 «Que llame dentry de una hora». Nunca un comentario, ni siquiera una bro. ma. Y eso que sabia que éramos de confianza Yo no podia explicarme por qué la familia Iriarte era, de las cinco, la que Ilamaba con menos frecuencia, a veces cada ‘a a los asuntos confidenciales que a quince dias. Claro que en esas ocasiones la luz roja que in- dicaba «ocupado» no s apagaba por lo menos durante un cuarto de hora. Cudnto hubiera representado para mf escu- char durante quince minutos seguidos aquella vocecita tan tierna, tan graciosa, tan segura. Una vez me animé a decir algo, no recuerdo qué, y ella me contesté algo, no recuerdo qué. ;Qué dia! Desde enton- ces acaricié la esperanza de hablar un poquito con ella, més atin, de que ella también reconoci nocia la suya. Una m mi voz como yo reco- fiana tuve la ocurrencia de decir: «¢Podria esperar un instante hasta que consiga comunica- cién?» y ella me contest6: «Cémo no, siempre que usted me haga amable la espera.» Reconozco que ese dia estaba medio tarado, porque sélo pude hablarle del tiempo, del trabajo y de un proyectado cambio de horario. Pero en otra ocasién me hice de valor y conversamos sobre temas gene- 12 gales 230 ella recon gue ™ Geetatio?® TUE" ‘Unos meses 4 ce. Desde h ab este Oo mi qousieuicdo ntimental ta sent me encontra iba 4 10! nenos privade Jef ‘0 soy de que y° jrocho, ME | a pert calculador pe esas cursilerias citos, compret argo no puc ganta. Ahora qué he invest me tan sentimer slo ve muje a refrse, a fe deo hay mu cansadas. Le las dejan ar practicamer que no lo p deto capaz nino, diria toda espec: conozco tisas de Por eso er vantan pa Casino, u cual mara

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