Lo que se ha planteado en la conciencia colectiva es el derecho a ser quien se c ree ser Pues sí, dice el 47% de los catalanes según el sondeo del Instituto Noxa para La Van guardia realizado tras la manifestación multitudinaria para afirmar el derecho a d ecidir como nación. Pues no, sostiene el 36%. Nunca el sentimiento independentista había alcanzado un tal nivel. "Bueno", dicen los escéptico-realistas, "¿y qué?". ¿Adónde l eva esta exacerbación nacionalista? ¿Y cómo podrían conseguir la independencia? Este rea lismo ramplón olvida dónde germinan los cambios sociales: en las mentes de las perso nas. La psicología política y la experiencia histórica coinciden en señalar que cuando u na mayoría social piensa algo contrario a lo proclamado en los frontispicios insti tucionales y cuando este pensar se hace práctica, son las instituciones las que ca mbian. Ciertamente, hay resistencia al cambio, frecuentemente mediante represión. Pero si el cambio mental y social es profundo, el cambio institucional acaba teniendo l ugar, en tiempos y formas que varían según los intereses en juego. En Quebec, al fin al se llegó de forma democrática al mantenimiento en Canadá, pero con un alto nivel de autogobierno, tras haber puesto a voto la independencia. En Escocia, de momento gobierna el partido independentista. En Bélgica se considera inevitable la separa ción de Flandes, poniendo fin a un reino unitario binacional que precisamente albe rga la capital de Europa. Pero aquí, ya andamos recordando el artículo 8 y advirtiendo que la sacrosanta Const itución (inteligente arquitectura de compromisos hecha para ser cambiada) es tan i ntocable como la España eterna de esencias mesetarias. Así las cosas, la cuestión de l a independencia como objetivo se transforma en la independencia como proceso. Y teniendo en cuenta el arraigado pacifismo de la ciudadanía catalana, aun en condic ión de rauxa por el pisoteo institucional a su dignidad, la primera expresión de ese independentismo social se podría dar en el sistema político catalán. Las consecuencia s más claras son la nueva hegemonía de Convergència (en menor medida de Unió) y la crisi s del proyecto del PSC como partido bisagra entre socialismo catalanista y socia lismo nacionalista español. Esto conlleva a la liquidación del tripartito en condici ones más tristes de las que en realidad mereció la experiencia. El independentismo p opulista de Laporta no despega (aunque puede cambiar si se radicalizan las postu ras) y la esperanza del independentismo razonable que era ERC se diluye en el mo mento clave en luchas internas y maniobras florentinas sólo comprensibles para los iniciados. E incluso Iniciativa, siempre buena gente, no se decide a entrar de lleno en la lucha por la autodeterminación. Así, parece que Artur Mas tendrá la responsabilidad de canalizar institucionalmente el vuelco ideológico producido en Catalunya. Su tare a no será fácil, porque hay dos peligros. Primero, una fractura ideológica en Cataluny a si se radicaliza el españolismo de un sector minoritario pero amplio de la ciuda danía. No sería el 50-50 de Euskadi pero podría llegar a un 60-40 por las personas ate morizadas ante el avance del independentismo. Aquí, el pacto posible con un Montil la mucho más catalanista de lo que se cree disminuiría el riesgo de enfrentamiento c ivil. El segundo peligro es mayor: utilizar el sentimiento nacional catalán como a rma de negociación de autonomía alternativamente con PSOE y PP como se hizo anterior mente. Dicha estrategia fue útil en su momento para obtener mayores cuotas de auto gobierno, pero no integra plenamente el sentimiento nacional. Y es que mientras desde las instituciones españolas niegan la especificidad nacional de Catalunya, c on anteojos de leguleyos que de tanto legajear se olvidaron de mirar a la socied ad, lo que se ha planteado en la conciencia colectiva es el derecho a ser quien se cree ser y decidir lo que se quiere ser. Esta afirmación nacional no se trapich ea en los pasillos de una política desprestigiada. ¿Y entonces? Aquí hay que recurrir a lecciones de la historia y la geografía en situac iones similares. En último término, lo que ocurre en la sociedad civil es lo que dec ide la suerte de los procesos de cambio, siempre empujando, y a veces desbordand o, los cauces institucionales. Por eso las entidades cívicas convocantes de la man ifestación del 10-J se enfrentaron al intento de las instituciones de liderar el c ortejo. Un anuncio de los tiempos venideros: o los partidos e instituciones se suman a e sa movilización de la sociedad civil, articulándola institucionalmente, o se verán sup erados por ella. ¿Con qué objetivos? No tiene sentido hablar de programa de independ encia, porque si se plantea sería el resultado de un proceso. Lo inmediato es la a firmación del derecho a decidir, o sea, a un referéndum sobre la independencia vincu lante en Catalunya con formas de negociación con el Estado español mediante una refo rma de la Constitución. Pero la oposición del Estado español será durísima. Yahí es donde e proceso se complica, porque, bloqueadas las vías institucionales, sólo queda la des obediencia civil. Se habla estos días en Barcelona de pagar los impuestos en una cuenta propia de Ca talunya sustrayéndolos al Estado español, de bloquear el Parlamento español en votos c lave mediante la ausencia en bloque de los diputados catalanes, de cursar miles de querellas legales contra las decisiones de la administración central, de boicot ear la prensa de Madrid que miente sobre Catalunya, de boicotear Iberia, y otras formas imaginativas de expresar la determinación pacífica de los catalanes de que a las malas no van a poder con ellos. Porque no es sólo una cuestión de identidad sin o de bienestar económico y social, como Flandes en Bélgica. Catalunya sabe que puede ser, en el marco europeo, un país productivo y competitivo hoy lastrado por una E spaña montada, en buena medida, en una economía especulativa de la finanza y el ladr illo, eslabón débil de la economía europea. La necesaria solidaridad económica y social de Catalunya hacia una España en crisis requiere como contrapartida un respeto a v alores fundamentales de una nación hoy en día negada y vilipendiada por quienes, en parte, viven a su costa. Así no, señores o señoritos. Pasó el tiempo del ordeno y mando.