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MICROBIOGRAFIA Les confesaré aqué algunos hechos de mi existencia, aunque es im- posible relatar en pocas paginas lo que he vivido, sufrido y sofiado en ca- si ochenta y cinco afios, que muchos encuentran incoherentes. A menu- do me han preguntado, por escrito o personalmente, cémo pude haber comenzado con la fisica y las matematicas y luego haber continuado es- ctibiendo ficciones tan demenciales como el Informe sobre ciegos, para ter- minar mi vida pintando. Diré que, si no hubiese sido asf, habria acaba- do en un manicomio, como efectivamente estuvo a punto de suceder. S€ que lo que més intriga es esa contradiccién entre el univer- so tan racional de las matematicas y ese otro, tan alucinante y hasta repugnante del Informe. Pero, vamos, no seamos tan implacables. Al fin de cuentas, es lo que todo el mundo hace con su doble existencia: Ja diurna y la nocturna. Un pobre oficinista suefia de noche con ase- sinar a pufialadas a su jefe, y durante el dia lo saluda respetuosamen- te. El ser humano es esencialmente contradictorio, no s6lo ese pobre oficinista, sino también genios como Ducasse, el Conde de Lautréa- mont, uno de los patronos del surrealismo. En sus Cantos de Maldo- ror, escribe: “O mathématiques sévéres, je ne vous ai plus oubliées, depuis que vos savantes lecons, plus douces que le miel, filtrérent dans mon coeur, comme une onde rafraichissante. J’aspirais instinc- tivement, ds le berceau, 4 boire A votre source, plus ancienne que le soleil, et je continue encore de fouler le parvis sacré de votre temple solennel, moi, le plus fidéle de vos initiés”. Dejando de lado cierta grandilocuencia, estas palabras expresan el parafso perfecto con que muchos, si no todos, suefian en medio de tanta porqueria. Después de haber dado este ejemplo, es imivil agregar nada so- 13 bre mi disparatada existencia. No obstante, me permitiré explicar un hecho. Mi madre tuvo once hijos, todos varones. El noveno se llamé Ernesto, muri6 a los dos afios y qued6 para siempre en el doloroso re- cuerdo de mi madre como “Ernestito”. De él decfa siempre: “No ha- bia nacido para vivir, era un chiquito portentoso, no era para este mundo”. Cuando mi hermano murié, yo atin me encontraba en el vientre de mi madre y, como las grandes emociones se transmiten a los. fetos, nacf con el alma ya desgarrada y, de un modo o de otro, la tuve asf coda mi vida. Mi infancia fue atormentada por alucinaciones, pe- sadillas y crisis de sonambulismo, que duraron muchos afios. Por aquel tiempo, en mi pueblo no habfa escuela secundaria, de manera que me enviaron, como a otros de mis hermanos mayores, a ha- cer el bachillerato a La Plata, a unos doscientos kilémetros de mi casa, lejos de mi madre, a quien adoraba y que se habfa aferrado a mi de un modo casi patoldgico tras la muerte de Ernestito. Esa separacién agravé mis males psiquicos y, quiza por eso mismo, cuando el profesor de ma- tematicas demostré el primer teorema, yo quedé fascinado con ese or- den perfecto. No supe sino hasta mucho después que habia descubierto el mundo de las ideas platénicas, ajeno a todos los horrores propios de la condicién humana. Eran como viejas estatuas en un chiquero. Tal era mi maravillamiento que, afios més tarde, decidf ingresar en la Facultad de Ciencias Fisico-Matematicas, aunque sin abandonar por ello la pin- cura, en la que me habia inciado a los tres afios de edad, ni naturalmen- te e508 “diarios” que escriben los adolescentes timidos. Porque el topos uranos que tanto me habia subyugado no podia impedir la existencia del otro mundo, el inconsciente, el de los suetios y las pesadillas, que luego estallarfa en mis ficciones, salvandome del suicidio o de algtin asesina- to real gracias a los que perpettaba imaginariamente en la literatura. Siempre me ha intrigado que, en ciertos pafses barbaros, se castigue des- piadadamente a un asesino real con la maquina eléctrica, mientras se conmemora con nombres de calles o de plazas a los que lo hicieron a tra- vés de la literatura; quizd laven asi, de un modo tortuoso y hasta hipé- crita, el casi siempre sucio inconsciente. No vayan a creer que todo esto fue coherente y lineal: fue, como todo lo que hice en mi vida, anérquico y dificilmente explicable. Entré al Colegio Nacional en 1923, lef mucho a los romdnticos alemanes, Los bandidos de Schiller, a Rousseau, el Gotz von Berlichingen de Goethe tan- to como su inevitable Werther, a Chateaubriand y a los rusos con devo- cin. Todo ello a lo largo del bachillerato, claro esta, y mezclado, a par- tit de mis dieciséis afios, con la literatura de los movimientos revolucio- 14 narios. Hacia 1926 empecé a vincularme con los grupos anarquistas y comunistas, en buena medida porque nunca —a pesar de ser hijo de burgueses— soporté la injusticia social y mis compafieros de colegio eran mayoritariamente hijos de obreros, tanto de La Plata como de Be- risso, donde estaban los dos frigorificos del pais: Armour y Swift. Las noches se pasaban en interminables discusiones, unas veces violentas y otras fraternales, entre estudiantes anarquistas y comunis- tas. La Revolucién Rusa atin tenia un resplandor romantico y acabé convenciéndome de que el anarquismo era ut6pico y jamés lograrfa tomar el podercomo los bolcheviques en el imperio zarista. Asf, aun- que por temperamento siempre estuve mas cerca del anarquismo, me afilié al Partido Comunista. El stalinismo obviamente no existia y tanto comunistas como anarquistas confraternizébamos con los obre- t0s de los frigorificos, sobre todo en las jornadas de huelga. En 1928 terminé el bachillerato e ingresé en la Facultad de Ciencias Fisico-Mateméticas. Pero en 1930 se produjo el primer gol- pe militar, terrible y sanguinario, precursor de los siguientes, que cul- minaron en 1976 con el més atroz de todos, que dejé un saldo de 30.000 desaparecidos. Aquel primer golpe fue decisivo en mi vida, pues tuve que pasar a la clandestinidad, no sdlo a causa de mi condi- cidn de militante (he despreciado siempre a los revolucionarios de sa- I6n), sino porque ena, ademas, secretario de la Juventud Comunista de La Plata y, por lo tanto, alguien muy buscado por los represores. Re- cuerdo que dos dirigentes anarquistas, Scarfé y Di Giovanni, cayeron presos en esos dias y fueron condenados a muerte; ante el pelotén de fusilamiento, no tuvieron miedo y gritaron: “;Viva la anarquia!” E] Partido Comunista me traslad6 de La Plata a Avellaneda, un centro industrial mucho més importante, donde el movimiento obre- ro era muy fuerte. En la clandestinidad cambidbamos a menudo de ca- sa y de nombre. En aquel tiempo, el mio era Ferri, derivado incons- cientemente quizés —ahora que lo pienso— del apellido de mi ma- dre, Ferrari, La militancia politica era muy peligrosa y no se limitaba a laaccién propiamente dicha, sino que comportaba, ademas, una for- maci6n teérica obligatoria, en la que se estudiaba a Marx, Lenin y otros autores. Pero corrf otra clase de riesgos cuando los miembros del Partido, que vigilaban, por supuesto, cualquier “desviacién” —térmi- no técnico de aquella Inquisicién—, advirtieron ciertos indicios sos- pechosos: en conversaciones con intimos camaradas, yo habfa sosteni- do que la dialéctica era aplicable a los hechos del espiritu, pero no a los de la naturaleza, de modo que el “materialismo dialéctico” era to- 15 ee da una contradiccién. Quien no haya conocido a fondo la mentalidad del Partido Comunista podria pensar que el hecho no era grave, pero en rigor era gravisimo para los dirigentes, que consideraban que la teorfa era inseparable de la practica revolucionaria, Serfa largo de ex- . plicar cudles eran las bases en las que me fundaba; bésteme recordar que era en 1933: muchos afios después, en un encuentro teérico reali- zado en la Mutualité, el problema fue debatido por algunos fildsofos, ; Sartre entre ellos, que sostenian precisamente la misma cosa. Sea co- mo fuere, aquella hipétesis era extremadamente arriesgada, porque ya el marxismo-leninismo estaba codificado de una manera férrea e irre- mediable. De modo que el Partido —palabra que siempre se escribia con maytiscula— resolvié mandarme a las Escuelas Leninistas de Mos- cit por dos afios, lo que podia terminar en un campo de concentracién, dada la conviccién profunda que tenia sobre aquel disparate filos6fi- co. Ya en mis libros el lector podrd ver esta cuestién mas en detalle. A todo esto debo agregar que, desde sus diecisiete aiios, toda- via estudiante en La Plata, Matilde habia escapado de Ia casa de sus padres para vivir conmigo en la clandestinidad; doble delito: la bus- caban tanto la policfa como su familia judia ortodoxa. Con ese espiti- tu de sacrificio que reinaba entre los militantes, acepté tristfsima mi viaje a Moscti por dos afios —y quizé para siempre— quedéndose so- la y desesperada. Antes de ir a Moscti debia pasar por el “Congreso contra el Fas- cismo y la Guerra”, un encuentro organizado por el Partido Comu- nista y bajo su riguroso control, que presidfa en Bruselas Henri Bar- busse. Salf con rambo a Montevideo, atravesando de noche el Rio de ja Plata, en una lancha de contrabandistas; luego abordé, con docu- mentos falsos, un barco hacia Ambéres; de alli segui en tren hasta Bruselas. No bien llegué me ubicaron en uno de los Ilamados Auber- ges de la Jeunesse. Comparefa mi cuarto con un camarada del Comi- té Central de la Juventud Comunista francesa, cuyo nombre de gue- rra era Pierre, un muchacho inteligente, pero de ciega obediencia al Partido, lo cual me hizo poner répidamente en guardia. No obstan- te, una noche discutimos acaloradamente y me di cuenta de que ha- bfa cometido nuevamente un grave error. A la mafiana siguiente, le dije que me sentfa mal del estémago, lo que era cierto —tenia tilce- i ta— y que irfa a reunirme con los demas en cuanto se me pasara el dolor. Al cabo de una hora 0 més, cuando consideré que Pierre esta- ria ya en el Congreso, arreglé mi valijica y me fugué a Paris en tren. w ‘Ya habfan comenzado los siniestros “procesos” de la era stalinista y, 16 luego de aquella conversacién con mi compafiero de habitacién, ha- bia comprendido que, si iba a Mosc, no volverfa nunca més. Llegué a Paris a comienzos de 1935. Como habja ido a Bruselas ya con serias hipétesis sobre el stalinismo, un amigo de Buenos Aires, ex simpatizante del Partido, me habfa dado la direccién de un trotskis- ta argentino llamado Etchebehere, un tipo formidable que dirigia una revista y que, afios més tarde, habria de morir en un tanque durante la Guerra Civil Espafiola. Etchebehere me puso en contacto con un porte- ro de La Ecole Normale Supérieure, ex comunista también, que me oftecié dormir en su cuartucho, en una de esas grandes camas habitua- les en Paris. Recuerdo que hacia mucho frfo aquel invierno y no habia calefacci6n, asi que ponfamos, entre las frazadas, algunos ejemplares desplegados d? L’Humanité; al darnos vuelta en la cama, se ofa el cruji- do de aquellos diarios viejos, que s6lo servéan para protegernos. Al ca- bo de un par meses, me decidi a escribirle a mi madre pidiéndole dine- ro volver a la Argentina. Cuando regresé al pais, ella me recibié Ioran- do; Matilde, que se habia refugiado en la casa de mis padres, cosa que la policfa no podia imaginar, enloquecié de alegria. Volvi al Instituto de Fisica y me consagré con frenesf al estudio, sin ver ni querer enfrentar a ningtin dirigente comunista, motivo por el cual fui condenado como contrarrevolucionario; me acusaban de todo: de traici6n, de vendido al oro yanqui, de ser un agente de la policfa. Ter- miné mi doctorado, al tiempo que escribfa ya La fuente muda, novela cu- yo titulo estaba inspirado en un verso de Antonio Machado. El profesor Houssay, premio Nobel de Medicina, me consiguié una beca para tra- bajar en el Laboratorio Curie. Regresé asi a Paris, esta vez con Matilde y nuestro hijo Jorge Federico, de tres meses. Al caer la tarde, me reunfa con los surrealistas en el Déme, como una buena ama de casa que de no- che ejercieta la prostitucidn. Alf iban Oscar Dominguez, Marcel Ferry, alguna vez Breton, Wilfredo Lam, Tristan Tzara. Habia resuelto ya abandonar la ciencia una vez que hubiera cumplido con mi compromi- so. Luego Ilegé la guerra y volvi a La Plata, donde ensefié relatividad y mecénica cudntica, como un deber elemental hacia la gente que me ha- bfa otorgado la beca, al mismo tiempo que comenzaba a escribir en Sur, la revista literaria que ditigia Victoria Ocampo. El trnsito abierto de la fisica a la literatura no fue facil; por el con- trario, fue complejo y penoso. Luché mucho tiempo hasta tomar finalmen- te una decisién. En 1943 resolv{ dejarlo todo e irme, con mi mujer y mi hijo, a vivir en una cabafia de'las sierras de Cordoba, lejos del mundo ci- vilizado. No fue una decisién razonable, lo sé. Pero siempre confié mas en Ly Jos instintos que en las ideas, y asi es que a menudo fui empujado a aco- meter empresas que cualquier persona sensata hubiera desaprobado. En aquel afio de soledad redacté un librito titulado Uno y ef Uni- verso, una suerte de balance de mi transicién. En su prologo escrib: “La ciencia ha sido un compafiero de viaje, durante un trecho, pero ya ha quedado atrés. Todavia, cuando nostélgicamente vuelvo la cabeza, pue- do ver alguna de las altas torres que divisé en mi adolescencia y me atra- jeron con su belleza ajena de los vicios carnales. Pronto desaparecerén de mi horizonte y sdlo quedard el recuerdo. Muchos pensaran que ésta es una traicién a la amistad, cuando es fidelidad a mi condicién humana. De todos modos, reivindico el mérito de abandonar esa clara ciudad de las corres —donde reinan la seguridad y el orden— en busca de un con- tinente leno de peligros, donde domina la conjecura”. Esas palabaras estaban destinadas a hombres de ciencia que respe- taba y que me acusaban de renegado; otros, més terminantes, con una mentalidad positivista que siempre ha despreciado el pensamiento mé- gico, me reprochaban abandonar el rigor de la ciencia por el charlatanis- mo de la literatura. Me quedé solo, descontando a mi mujer y a mi hijo de cuatro afios. Se comprende por qué no me atrevia a publicar ficcio- nes? El ensayo pertenecfa al mundo del pensamiento Iégico y me permi- tia enfrentarme con gentes que me miraban con estupor e indignacién. Estas vacilaciones perduraron hasta 1948, cuando me decidf a publicar EI ninel, la primera ficcién con la que osé enfrentarme a aquella jaurfa. Fue en esos momentos cuando empecé a escribir Hombres y en- granajes, quiza como una especie de justificacién, aunque no recuerdo ahora qué clase de emociones y sentimientos me Ilevaron a hacerlo. Porque no soy un fildsofo: més bien soy un hombre de pasiones. Si fre- cuenté libros de filosoffa, fue para desentrafiar problemas de mi pro- pio espiritu, para cratar de encontrar respuestas a dudas que me aco- saban. En esa obra travé de expresar lo que en aquellos afios de trénsi- to sentia con respecto a la ciencia y la técnica, sobre todo en su recha- zo de las potencias del inconsciente. El mundo grujfa y amenazaba con derrumbars ampos de con- centracién que, paradéjicamente, eran el estallido irracional de una ci- vilizacién que hab/a sobrevalorado la raz6n; guerras que, a su tradicio- nal ferocidad, unfan una inhumana mecanizacién; juventud angustia- da que buscaba en las drogas algtin paraiso perdido; crisis de las ideo- logfas y un crecience pesimismo sobre el destino de la especie huma- na estaban revelando el monstruo que habia engendrado el fetichismo de la ciencia, desencadenando una abstracta pero siniestra fantasma- 18 gorfa en la que el hombre de carne y hueso terminaba en el hombre- masa, ese extrafio ser todavia con aspecto humano, pero ya engranaje de una gigantesca maquinaria anénima. Profecas como Blake, Kierke- gaard, Dostoievsky y Nietzsche habian tenido la visién del apocalip- sis que se estaba gestando en medio del optimismo tecnolatrico, pero la Gran Maquinaria siguié adelante, hasta que el hombre comenz6 a sentirse inmerso en un universo incomprensible, cuyos objetivos des- conocfa y cuyos amos, invisibles y crueles, lo cricuraban. Mientras en ese desatado culto del objeto se prescindfa del mun- do interior, la gran rebelién roméntica habia iniciado la lucha por el yo, ese yo que habia perdido la armoniosa unidad primigenia. Los poetas y los artistas no hab/an olvidado nunca esa unidad, porque por excelencia trabajaban con las emociones y los fantasmas del inconsciente. Y cuanto més la mentalidad positivista avanzaba en su obra desructora, més el ar- tista se empefiaba en rescatar al hombre carnal, ese ser que resiste cual- quier tentativa de reduccién a puras ecuaciones. Las Furias, diosas de la Noche, no podrfan ser ignoradas: o se las aceptaba, integrandolas en esa ppugna de contrarios que es la condicién humana, o se pagaba el tremen- do ttibuto que Ja humanidad estaba ya pagando. Qué mayor revuelta de las Furias, en efecto, que los campos de exterminio nazis? No pueden ponerse fechas exactas a la rebelién romantica, si le damos a esta expresién su significado més profundo. Fue un movi- miento que nunca dejé de existir, desde el momento mismo en que Sécrates excomulgé el cuerpo y sus pasiones. A veces abiertamente, otras veces en secreto, esa resistencia no desaparecié nunca, hasta es- tallar con fuerza a fines del siglo XVIII. Este romanticismo no fue un simple movimiento enyel atte, sino una rebelién que atacaba las ba- ses de las filosoffas racionalistas. Nietzsche afirmé la preeminencia de la vida sobre la ciencia; para él, como para Kierkegaard, la existencia no puede ser regida por las razones, porque la vida es contradictoria y paradojal. En cuanto a Kierkegaard, ese romantico de la filosoffa, habia colocado sus bombas en los propios cimientos de la catedral he- geliana, defendiendo la incomprensibilidad del ser humano, para el cual el desorden es muchas veces preferible al orden, la guerra a la paz, él pecado a la virtud, la destrucci6n a la construccién. Ese extra- fio ser no puede ser estudiado con cadenas de silogismos. Es contin- gente, un hecho absurdo que nadie puede explicar. Ese libro me trajo mayores ataques, fui acusado de oscurantista y reaccionario. Circunstancias en que recordé aquel aforismo de Scho- penhauer: hay épocas en que el progreso es reaccionario, y la reaccién, 19 progresista. Pienso que esta encrucijada de la historia corresponde precisamente a una de esas épocas. Durante afios trabajé en varias ficciones, que quemaba o archiva ba, libros que quedaban a medio hacer: obras de teatro, novelas, relatos, no sabria decir cudntos ni cémo. En 1961 me decidf a publicar Sobre hé- roes y tumbas, que venta esctibiendo durante afios, con marchas y contra- marchas: no soy un escritor sistemético, sino uno que pasa de los més grandes entusiasmos a las depresiones més duras, algunas de las cuales han durado meses y hasta afios. A tiltimo momento, en una de esas cri- sis, decidi quemar también esa novela. Pero como Matilde, que ha sido siempre mi mas seveto critico, cayé en cama de la desesperacién que le caus6, finalmente no lo hice y, por amor a ella, la publiqué. Mis tres no- velas, E/ ssinel, Sobre héroes y tumbas y Abaddin el Exterminador, han sido traducidas a muchos idiomas —que yo sepa, a mds de treinta— y tuve la suerte de recibir criticas muy buenas, que no esperaba. Yo no serfa na- da sin Matilde, tengo el deber de reconocerlo, sobre todo ahora que es- td gravemente enferma: ella fue siempre mi baluarte, con su extraordi- naria valentia y su gran lucidez intelectual. En 1979, los oftalmélogos me detectaron un mal irreversible en la vista y me prohibieron la lectura y la escritura, excepto lo que puedo hacer con mi méquina gracias a la memoria digital. Parece increfble que en mis tres ficciones, y particularmente en Sobre hérnes y tumbas, esté ppre~ sente el problema de la ceguera. No sé si, como hubiese dicho mi madre, Dios me ha castigado o si ha sido una premonici6n. De cualquier mane- ra, se cietra el ciclo: empecé mi vida pincando y la concluyo haciendo lo mismo, quizd con un poco mas de destreza que cuando era un chico. Esta ha sido mi vida. He defendido la justicia, los pueblos opri- midos, las razas perseguidas, los derechos humanos, que para mi son sagrados. Los comunistas me han acusado de set reaccionatio, y los reaccionarios, de ser-comunista. {Lindo negocio! He sido siempre un luchador solitario, y asf sera hasta mi muerte. Al fin he regresado al origen, a mis viejos ideales, los del anarquismo, la tinica esperanza que nos todavia nos queda. Ess, Santos Lugares, 18 de diciembre de 1995 - 3 de julio de 1996. 20

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