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Para quien tenga dudas al respecto, la Salud Pública, que no debe confundirse
con la sanidad pública, ha sido definida, entre otras muchas formas como la
“acción colectiva para la mejora permanente de la salud de la población”. Su
objetivo es por tanto la salud de los colectivos humanos, no la de los individuos
aisladamente. Constituye un conjunto de disciplinas científicas y conocimientos
técnicos específicos que se ocupan básicamente de conocer, vigilar, prevenir y
controlar la aparición y desarrollo de epidemias o formas colectivas de
enfermar, como pueden ser el sida, la obesidad, el cáncer, la gripe aviar o las
intoxicaciones masivas como el tristemente célebre síndrome del aceite tóxico.
Algunos aspectos que conciernen a la Salud Pública son la seguridad del agua
y alimentos que consumimos, las vacunas, los estilos de vida (tabaco, alcohol,
ejercicio físico, dieta, hábitos higiénicos, etc.), el medio ambiente, la salud en el
trabajo o las desigualdades en salud (sociales, de género, etc.). Se ocupa
también de que las personas tengan a su alcance la información disponible que
les permita gozar de la mayor autonomía posible para proteger y mejorar su
estado de salud en un medio siempre dinámico.
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El informe de 2008 de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración
Sanitaria (SESPAS), expone la necesidad, desde hace tiempo puesta de
manifiesto, de realizar un replanteamiento de las funciones, estrategias y
organización de la Salud Pública en nuestro país, con el fin de adecuarla a la
realidad actual y dotarla del liderazgo del que hasta ahora ha carecido.
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través de nuevas formas de gestión y de un mayor protagonismo de aquélla en
la mencionada ley, el nuevo modelo recibió numerosas críticas de los
profesionales afectados, cuyos temores se vieron confirmados poco tiempo
después. En cualquier caso, la medida se hallaba en línea con el desarrollo
progresivo que la estructura de Salud Pública de la Comunidad de Madrid
venía manifestando desde su creación.
Desde la misma aparición de los Decretos 22/2008 y 23/2008, en los que las
competencias de la extinta Dirección General de Salud Pública y Alimentación
se reparten en el organigrama de la Consejería de Sanidad sin claridad ni
criterio, se ha podido ver que no estamos ante un cambio de modelo, sino ante
la eliminación de uno anterior sin recambio previsto. Las dudas,
improvisaciones y rectificaciones que los equipos directivos responsables de
gestionar la operación de derribo han venido mostrando en estos casi tres
meses, confirman la falta de perspectiva futura en Salud Pública por parte de
este gobierno. Resulta a todas luces imposible recomponer o remodelar, dentro
del nuevo marco organizativo, el entramado de funciones que la estructura
anterior soportaba sin asumir ineficiencias y un déficit importante de calidad.
Los argumentos que se han esgrimido para justificar esta decisión por parte de
la Consejería de Sanidad, la consecución de una actividad inspectora más
coordinada (sea o no de Salud Pública) y la integración de actividades de
prevención de la enfermedad y promoción de la salud con la Atención Primaria
de salud, resultan tan irrelevantes para justificar una decisión de esta
envergadura desde un punto de vista técnico, que no podemos considerar ésta
como una decisión de política sanitaria, sino como una decisión política sin más
apelativos.
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Desconocemos los verdaderos motivos que han llevado a eliminar la Dirección
General de Salud Pública y Alimentación. No podemos dejar de señalar, por su
evidencia y por su trascendencia social, la relación existente entre la decisión
de la que hablamos y otras decisiones más o menos recientes relativas a los
servicios públicos de sanidad y educación, tendentes en su conjunto al
debilitamiento del sector público y el fortalecimiento del privado. Pero además,
cuanto más meditamos en ello, más se nos revela en esta decisión un
trasfondo de ignorancia, de desconocimiento de lo que es la Salud Pública, de
su importancia en la sociedad actual.