Sale de su casa rpido. La hora ya no le importa, sabe que llegar tarde.
Sube al autobs, casi no hay espacio. Se acomoda lo mejor que puede. Cancela el valor del transporte con monedas. Respira, si es posible en ese mar de gente, toda igual de afanada. Lo pisan, lo empujan, hasta intentan robarle su billetera, pero audazmente se da cuenta y logra evitarlo. Cuarenta y cinco minutos despus pide su parada y baja de aquel vehculo como si fuera un premio de la vida. De pronto un joven de gorra negra le pregunta: Est usted bien, seor? Y l, parado en la escalinata de su vivienda desde hace algunos minutos, se despabila y dice: Si, pronto, llvame a la oficina. Si seor