EL ORADOR PERFECTO,
SEGUN EL ORATOR DE CICERON
Bulmaro Reyes Coria
Universidad Nacional Auténoma de México
Unos ... tienen réo de palabras,
y volubilidad en el corazén {Orator 53]
PLANTEAMIENTO
Cicer6n en el De inventione, escrito acaso a los 15 afios de
edad, habia mostrado que la principal y mas grande parte de
la ret6rica era la invencion, y, de manera especial, habia ense-
fiado la superior autoridad persuasiva de la persona sobre la
capacidad de convencimiento que encierra el estilo del ciscurso
en si.! Treinta y cinco afios después, en el De oratore se avergon-
zaria y desaprobaria aquella irresponsable obra de su niiez.?
Mas tarde, en plena madurez y cargado de todo tipo de expe-
‘ para los orfgenes de esta teoria, aristotélica sin duda, ¢f Aristételes,
Retorica, 1356a, 12-18: xvptotdany exer niottv 1d Nog, “la moral Heva la fe
mis poderosa”. Véase asimismo, Cicerén, De la invencién retérica, version
mia, asi como mi articulo “Retérica ciceroniana: arte de vida", 1995: 71-79.
2 De oratore 1, 5: quae pueris aut adulescentulis nobis ex commentariolis nostris
incohata ac rudia exciderunt, vix sunt hac acetate digna et hoc usu quem ex causis,
quas diximus, tot tantisqne consecuti sumus (las traducciones del De oratore son
de Amparo Gaos, en Cicerén, Acerca del orador).
135riencias, en el Orator,? aunque, sin duda, porque este tratado
estaba encaminado a defender el estilo del propio autor, da
prioridad a la elocuci6n, consolida aquella infantil ensefanza
del De inventione, acerca de la persuasién.
Fsta idea de que el orador por si mismo es superior al poder
persuasivo de la palabra, patente en general en las obras
retoricas ciceronianas, se complementa de manera especial
en el Orator, escrito del cual, paraddjica y mas facilmente,
también podria inferirse que, si no se lee con cuidado, es,
como ya dije, mas importante el modo de la elocuci6n, pues, a
esta parte de la retérica, Ciceron dedica la mayor cantidad de
sus explicaciones, dirigidas al grupo de jévenes oradores Ila-
mados aticistas que atacaban su estilo.’ Pero ni el joven ni el
adulto Cicer6n estan de acuerdo con tal forma de ver la retérica.
La consolidacion de esa infantil ensefianza es lo que ahora,
aqui, intentaré mostrar, 0 sea, que el orador ciceroniano, in-
cluido él, vale nds por sf mismo que por el poder persuasivo
de la palabra que las técnicas retéricas puedan ensefiarle.
Para lo cual, junto al andlisis que hago del Orator, comento
algunos pasajes de los Rhetorict libri, o De tnwentione, y del De oratore,
pues, contrariamente a lo que yo veo, muchos, Ilevados por la
susodicha desaprobaci6n ciceroniana de su escrito de la infan-
cia, podrian creer que éstos representan modos de pensar esen-
cialmente diferentes entre si, por ser distantes los tiempos cle
su composicién.
‘En un trabajo aparte, resultaria interesante demostrar, contra Francesco
Arnaldi, que el Oralor no es il pire superficiale e il meno originale dei trattati reto-
rici de Cicerén, dicho esto por cierto en una de las mejores sintesis biobiblio-
graficas ciceronianas que he leido.
4 Esto se entiende, si se recuerda que el Orator es la principal defensa
contra los ataques al autor, de un grupo de oradores jévenes, los aticistas, que
acusaban al maximo representante de la elocuencia romana, de no haberse a
partado lo suficiente de las maneras mas degeneradas y corruptas del estilo
asidtico: a los aticistas Jes parecia flaco e invertcbrado, demasiado redundante
en palabras, excesivamente lleno de figuras y muy atento a los efectos del rit-
mo y de la sonoridad [Narducci, 1992: 154].
136La MAYOR FUERZA DEL ORADOR POR Sf MISMO / EL PODER PERSUASIVO
DE LA PALABRA
Recordemos cémo, de acuerdo con Ia teoria del exordio vista en
el De inventione, el orador debia aprender, por ejemplo, a no ser
arrogante de sus propios actos y oficios, a evitar las acciones sucias,
soberbias, crueles 0 maliciosas, y a impedir el uso arrogante e
intolerable de su fuerza, poder, riquezas, parentesco o dinero [De
Inwentione 1, 20-26]; se refiere al hombre virtuoso, y entiende
como tal al que es honesto, aquel hombre que es prudente, justo,
fuerte y templado?
No podia ser inepto, negligente, ignorante, desidioso o luju-
rioso. En fin, le era preciso ser hombre religioso, buen ciudada-
no, amante, respetuoso de la autoridad, juicioso, valiente, firme,
sabio, apacible, alegre [De Inventione I, 25 y 27}.
A partir de tal manera de vivir con honestidad, el discurso
no necesita esplendor, festividad 0 adorno, y no se da lugar a
que se sospeche que las palabras estan intencionalmente pre-
paradas, de modo que el discurso resultar4 naturalmente per-
suasivo, porque asi el orador alcanza la maxima confianza del
oyente [De Invetione I, 25}.
el De oratore, Antonio, refiriéndose en concreto a las partes
del discurso, muestra irénicamente, aunque sin censurarlos (nec
haec quidem reprehendo [De oratore 11, 81}), cémo los preceptos
ret6ricos no son funcionales. El cree que el juez se hace benévolo
hacia el orador durante el desarrollo del discurso, no en el
exordio, cuando todo esta por ofrse; es decir, se hace décil, apto
a la ensefianza, cuando el orador ensefia y explica, no cuando
promete que lo har4, y se vuelve atento, gracias, no a un primer
enunciado, sino a la acci6n entera [De oratore II, 82].
Pero, notemos bien, afirma que esos preceptos se vuelven
necesarios para aquellos oradores a quienes no asiste la verdad
* Esta es la definicién de virtud: virtus est animi habitus naturae modo atque
rationi consentaneus. Quamobrem omnibus eius partibus cognitis tota vis erit simplicis
honestatis considerata [De Inventione II, 159 y 160-165]
137(hominibus expertibus veritatis [De oratore Il, 81]), y hhace hincapié
en que los interesados deben ver qué cosa quieren (videant quid
velint [De oratore 11, 84 y 85]), y de manera especial, qué les
conviene (quid deceat [De oratore II, 85}). Este quid deceat del De
oratore se refiere a la voz, a las fuerzas fisicas, al aliento, a la
lengua del orador; pero diez afos después seria el eje del
orador del Orator, como luego veremos.
Al poder de la elocuencia se opone el poder personal, que se
manifiesta en la sabiduria y en la fortaleza de los individuos.
Seguin el De oratore,* nadie puede dar crédito, por ejemplo, a la
nieria expuesta en el De inventione (I, 2-4] acerca de que las ciu-
dades hayan sido fundadas por hombres disertos y de un decir
adornado, sino por hombres fuertes y sabios.
Juzguemos tan sdlo, dice Antonio, si Romulo congregé a
aquellos primeros habitantes de Roma, o hizo aquellos matrimo-
nios con las sabinas, 0 vencié a sus vecinos, mediante la elocuencia
o mediante su sabiduria y fuerza; tampoco son vestigio de elo-
cuencia los hechos de Numa Pompilio,” Servio Tulio,® o Lucio
Bruto,’ sino de sabiduria y valor.'°
El padre de los Gracos era un hombre prudente y de gran
autoridad en la ciudad, pero de ninguna manera elocuente, y,
8 De oratore I, 36: Quis enim tibi hoc concesserit aut initio genus hominum in
montibus ac silvis dissipatum non prudentium consiliis compulsum potius quam
disertorum oratione delenitum se oppidis moenibusque saepsisse? Aut vero reliquas
utilitates aut in constituendis aut in conservandis civitatibus non a sapientibus et
fortibus viris, sed a disertis omateque dicentibus esse constitutas?
7 Numa Pompilio era tan sabio, que “para moralizar de placentero €
insensible modo a la juventud utilizé cantos”. Se le atribuyen la constituci6n de
leyes, la descripcién del calendario en diez meses y la creccién de templos.
8 Servio Tulio sometié a los sabinos; agregé a la ciudad tres montes, el
Quirinal, el Viminal y el Esquilino; fue el primero en Hevar a cabo un censo,
el cual dio por resultado 83,000 ciudadanos, incluidos los campesinos.
® Lucio Bruto fue el fundador de la Repiiblica, ya que después de la
violacién y sacrificio de Lucrecia, concité al pueblo para arrebatar el impe-
rio a Tarquinio el Soberbio.
'” De oratore I, 37. Asimismo, “Ciceron juzgaba necesario que en su redivi-
va vepitblica el senado ostentara de nuevo el papel preponderante, con tal
138precisamente, no por discursos preparados, sino gracias pura-
mente a su gesto y su palabra, la Republica conserv6 a salvo sus
instituciones, a salvo, desde luego, a partir del punto de vista
u
conservador ciceroniano,
Y a los hijos de aquel hombre prudente y poderoso, espe-
cialmente preparados en las artes de Ia ret6rica para que ejer-
cieran el gobierno de la ciudad a través de la elocuencia, al
contrario, sin negar que eran realmente disertos, Cicerén los
consideraba destructores de aquella Republica que su padre
les habia entregado floreciente y prospera.!”
En contra, sin duda, puede argiiirse la poca simpatia que Ci-
cer6n sentia hacia los hermanos Graco, Tiberio y Cayo, y esto,
al parecer, es irrefutable; pero no deja de ser ésta una prueba
de que, para conservar su inicial cualidad de aristocracia del talento, a él
fueran Iamados no los varones que tuvieran prestigio por su prosapia 0 poder
por sus riquezas o su férti] astucia, sino aquellos otros a quienes su inteli-
gencia y su virtud hubieran hecho merecedores de ese universal reconoci-
miento, casi rayando en la veneracin, que solia tributarse a aquel Escipién que
preclaramente dirigié a su patria en los tiempos de las altimas guerras
ptinicas, haciendo que el pueblo romano triunfara, resplandeciente por “sus
6ptimas costumbres y maxima concordia” [cf Gaos, 1993: 67, 84-85].
"! Respecto a la opinidn sobre el padre de los Gracos, of; De or. I, 38:
Quorum pater, homo prudens et gravis, haudquaquam eloquens, et saepe alias et
maxime censor saluti rei publicae fuit: atque is non adcurata quadam ovationis
copia, sed nuta atque verbo libertinos in urbanas tribus transtulit, quod nisi fecisset,
vem publican, quam nunc vix tenemus, iam diu nullam haberemus. En cuanto al
punto de vista conservador de Cicerén, al parecer a éste no le afectaban los
problemas cotidianos de la gente, el bienestar de los ciudadanos; no me
refiero a los grandes asuntos de la Reptiblica, ya que sofiaba con “lograr
que los ciudadanos volvieran a ser dignos de sus nobles antepasados”, que
eran inferiores en placeres, y de ningiin modo superiores en dinero [Gaos,
1993: 81-82], y, desde luego, nunca estuvo de acuerdo con las reformas
agrarias de los Gracos, y siempre se opuso a las acciones de César, al grado
de que, so pena de exilio, se negé a formar parte de los decemuiri que se
encargarfan del reparto de tierras
® De oratore I, 38: At vero eins filii diserti et omnibus vel naturae vel doctrinae
praesidiis ac dicendum parati, cum civitatem vel paterno consilio vel avitis armis
floventissimam accepissent, ista praeclara gubernatrice, ut ais, civitatum eloquentia
vem publicam dissipaverunt.
139mas del superior valor persuasivo de la persona en si misma,
si se compara con su discurso. De hecho, Cicer6n admira el
discurso de esos famosos hermanos, pero se libra del conven-
cimiento! por no aprobar su conducta.
Ahora bien, en el Orator, la obra retérica de mayor ma-
durez y experiencia, en cuanto a esta idea de la superioridad
persuasiva del hombre fntegro sobre el estilo del discurso,
podemos ver, por ejemplo, que quienes se han educado en
las artes retoricas, oportuna y estratégicamente las encubren,
aun cuando éste no sea el caso de Cicerén (ego semper me
didicisse prae me tuli [Orator 146}), e intentan parecer de habla
natural, para no perder la confianza de los oyentes. M
Para Cicer6n ser elocuente aquel que en el foro y en las causas
civiles diga de tal modo que de necesidad pruebe sutilmente, que
por suavidad deleite con moderaci6n, y que para alcanzar la
victoria doblegue con vehemencia. En eso esta toda la fuerza del
orador,! y ésta, a su vez, descansa en Ia sabiduria y la virtud, de
modo que el orador no puede ser un hombre no sabio 0 no
virtuoso, ya que lo conveniente, lo decoroso, el quid deceat del
De oratore es lo mas dificil de encontrar en cualquier circunstan-
cia de la vida. De Platon, Cicer6n acepta que Isécrates es supe-
rior a Lisias, no sélo porque es de mayor ingenio, sino por su
indole hacia la virtud también mayor,'® y dice ahora en el Oralor:
'8 A propésito de esta idea de librarse del convencimiento, of. Avistételes,
Retérica, 1354a, 25-27: ob yep bei tov Sixacthy Siaotpégery eis dpyiv npod-
yovtas 4 gBdvov i EAcov Spotov yap Kav ei TIS, pédrer xpho8ar Kavovi,
todtov norjoet otpeBAdy, “pues no conviene desviar al juez a la ira, condu-
ciéndolo a la malevolencia 0 a la compasién: pues serfa como si alguien hi-
ciera perverso aquello de que piensa servirse como modelo”; asimismo mi
articulo “Convencer 0 no convencer... Ese no es el problema... Sino conven-
cer de no convencer”, en Utillaje (1998): 32-35.
M4 Qvator 145: eloquentiam autem illi ipsi qui consecuti sunt tamen ea se valere
dissimulant, propterea quod prudentia hominibus grata est, lingua suspecta.
15 Orator 69: in quo uno vis omnis oratoris est.
6 Ovator 41: Isocrates (...] maiore mihi ingenio videtur esse, quam ut cum oratio-
nibus Lysiae comparetur, praeterea ad virutem maior indoles.
140la sabidurfa es el fundamento de la elocuencia, asi como de las
demas cosas. Pues, como en la vida, ast en la oracién, nada es
mas dificil que ver qué es decoroso.'”
Y, de hecho, asegura que, como muchos tienen rio de pala-
bras pero volubilidad en el coraz6n (flumen aliis uerborum uolu-
bilitasque cordi est [Orator 53}), ignorar el quid deceat llevaria a los
hombres a cometer errores no sdlo en el discurso, el cotidiano
o el preparado, sino en la vida misma y aun en la poesia.'*
¢Dénde o como encontrar el decoro del habla, ya sea escri-
ta o entonada? Quien habla o escribe,!® decfa Cicerén, debe
conocer la fortuna, el honor, la autoridad, la edad, la época,
el lugar, el tiempo, en fin, a los distintos oyentes y todas sus
circunstancias, y tratar a cada uno y cada circunstancia con dis-
tinto género de palabras y de sentimientos, pues, repite, siem-
pre ha de considerarse qué es lo decoroso en todas las partes de
la oracién y en la vida misma, y esto no sdlo por lo que respecta
al oyente, sino también en cuanto al orador.”?
Asi, me parece que en cada tipo y en cada parte del discur-
so, siempre hay que reflexionar qué puede ser conveniente 0
decoroso, y qué no, pero que lo conveniente y lo decoroso, es
invisible y no facilmente definible, y se encuentra en la relacién
de cada persona que habla y de cada persona que escucha.
Parecerja indecoroso (quam enim indecorum est [Orator 72]), si
no es que ridiculo, que alguien, en verso, 0 con amplisimas expre-
siones, pidiera reparar las goteras del techo de su dormitorio
o alabara la soberanfa del pueblo con frases humildes y sutiles.”!
" Orator 70: est eloquentiae sicut religuarum rerum fundamentum sapientia.
Vt enim in uita sic in oratione nihil est difficilius quam quid deceat uidere.
'S Orator 70: et res est cognitione dignissima; huius ignoratione non modo in
uita sed saepissime et in poematis et in oratione peccatur.
" Orator 40: partim in dicendo partim in scribendo.
* Orator 71: de qua agitur, positum est, et in personis et eorum qui dicunt et
eorum qui audiunt.
*! Orator 72: de stillicidiis cum apud unum iudicem dicas, amplissimis werbis et
locis uti communibus, de maiestate populi Romani summisse et subtiliter.
141El poeta, al igual que los pintores, debe siempre buscar lo
decoroso, pues es sujeto de error si pone palabras de sabio en
boca de tontos 0 facinerosos.”* Respecto a los pintores, Ciceron
analiza un famoso cuadro, la Inmolacién de Ifigenia, del pintor
griego Timantes.”’ En este cuadro, su creador reproduce triste
al adivino Calcas; més triste, a Ulises; apesadumbrado a Mene-
lao; pero, para evitar el error, a Agamemnon lo pinta envuel-
to de la cabeza, porque no habfa pincel humano que pudiera
imitar el dolor que reflejaba el rostro de aquel que fuera padre
de la victima y verdugo a la vez."
Algo muy importante del discurso retorico en Roma, que
pudiera reforzar esta sugerencia, es que el ejercicio de la orato-
ria era un espectéculo en que se representaban hechos de la
vida real, fueran causas civiles 0 cuestiones de la Reptiblica que
se actuaban en el foro.”° El actor principal era el orador, quien
sabfa bien que sus espectadores, u oyentes, a su vez sabian bien
que una oracién adornada iba lena de asechanzas contra ellos.
Debemos de entender que el publico asistia a esos especta-
culos de Ja vida, preparado a no dejarse convencer, pero que
corrfa ese riesgo por el deseo de Ja diversion. Hab/a oyentes que
no temian que su fe se viera amenazada por aquellas asechan-
2 Orator 74: qui peccat etiam, cum probam orationem affingit improbo stultoue
sapientis.
% Higenia, hija de Clitemnestra y Agamemnén, y hermana de Electra y
Orestes, debfa ser sacrificada por su propio padre, para aplacar los vientos
contrarios que impedian la salida de Jas naves hacia Troya. Agamemnén
obedecié el mandato divino que le habia trasmitido el adivino Calcas; pero
cuando iba a consumar el sacrificio, la misma Artemis sustituy6 a Ifigenia
por una cervatilla, y la transporté desde aquel puerto de Aulis hasta la re-
gidn de Tauro, donde la constituyé en sacerdotisa de su templo.
24 Orator 74: quoniam summun illum luctum penicillo non posset imitari.
25 Recuérdese cémo en Albino, aunque esto mas tarde, se describen las
formalidades de los juicios: el juez, con el cetro de la equidad, ocupaba el
tribunal; delante de él, el acusado, 0 causa; a Ja izquierda de la causa, el acu-
sador, armado con un puiial (la malicia); a la derecha, el defensor, con el
escudo de la piedad, y atras, los testigos, con la tuba, como simbolo de la
verdad. Véase mi libro Linites de la retérica cldsica [1995: 110-111].
142zas del discurso compuesto a propésito, y entonces, esos oyen-
tes no temerosos, audaces diria yo, no ponfan, a su vez, ase-
chanzas al orador, sino que le eran favorables, y querian que
continuara su discurso, pues admiraban su fuerza del decir y
no buscaban qué cosas reprenderle;”® incluso le tenfan gra-
titud por el placer que proporcionaba a sus orejas.”” E] Pana-
tenaico de Isécrates, por ejemplo, se escribié no para el
certamen de los juicios, sino para placer de las orejas, y este
placer de las orejas del pueblo”* sera sin duda un terrible motor
en la elocuencia. Pues se daba una lucha entre orador y oyente.
EI orador, en clase de retérica, aprendia que los adornos en la
oracién podian apartar el dolor de la accién, privarlo a él
mismo del humano sentido del actor; quitar, desde lo profun-
do, la verdad y la fe.
Imperaban el placer de las orejas, la verdad y la fe. El orador
debia crear ese placer con una industria imperceptible,”’ y el
oyente podia recibirlo o no, en todo caso sin compromiso. Pero
este compromiso era el objetivo del discurso retérico, que con-
sistia en la persuasién, y ésta solamente podia hacerse en la
verdad o en algo semejante a ella, siempre y cuando esa seme-
janza de verdad contuviera la verdad misma. Dice Cicerén:
hasta ahora ni aun en los maximos asuntos he hallado algo mas
firme que yo retuviera o mediante lo cual dirigiera mi juicio,
que aquello que me parecfa lo mas semejante a la verdad, ya que
lo verdadero mismo, sin embargo, se escondia en lo oculto.*
°6 Orator 210: cum is qui audit ab oratore iam obsessus est ac tenetur. Non enim id
agit ut insidietur et obseruet, sed iam fauet processumque wult dicendique uim ad-
mirans non anquirit quid reprehendat.
*T Orator 208: nam cum is est auditor qui non uereatur ne compositue orationis
insidiis sua fides attempletur, gratiam quoque habet orator uoluptati aurium seruienti,
* Orator 237; in hac modo re, quae ad wulgi adsensum spectet et ad aurium wolupta-
tem.
* Orator 197: minime animaduertetur delectationis aucupium.
* Orator 237: sed ne in maximis quidem rebus quicquam adhuc inueni firmius,
quod tenerem aut quo iudicium meum dirigerem, quam id quodcumgue miki quam si-
maillimum ueri uideretur, cum ipsum illud werum tamen in occulto lateret.
143Esa verdad, aristotélica en tiltima instancia,*! es la verdad
del habla, provista de artificios persuasivos, cuyo cuerpo, acaso
un mero fantasma, hoy apenas podemos percibir tras el velo
de la durabilidad de las obras clasicas latinas.
Para que me quedara menos oscura esa oculta y umbrosa
verdad ret6rica, recurri a dos grandes autoridades, a quienes
todos todo les creen: Homero y Virgilio. Por el primero,
Odiseo, queriendo escuchar el canto de las sirenas, se até al
mstil para evitar la seduccién, y por el segundo, Eneas, con
dichos suaves y aun con lagrimas, pretendia suavizar a Dido en
el inframundo; pero ella, con los ojos fijos en el suelo, no quiso
mirarlo a la cara, no quiso escuchar sus palabras; no acepto el
reto del placer de las orejas; no estuvo dispuesta a exhibir su
vieja verdad, la de ellos dos, y sufrirla de nuevo. Dice Virgilio:
Ella, vuelta cl rostro, en el suelo fijos los ojos tenfa,
y no mas por el discurso iniciado se mueve su rostro.”
Dido tenia otra verdad: los brazos, los cuidados y el amor de su
primer esposo, a quien, libre de engaiios, disfrutaba en el umbro-
so bosque.
CONCLUSION
Entonces, Cicer6n, segiin su juicio en el Orator, el maximo
representante de la oratoria latina, y segtin el mio, en la madu-
rez cambia su infantil forma de pensar en asuntos de poca
importancia, como es el de considerar Ja invencién en primer
lugar con respecto de las otras partes de la retérica, 0 incluso darse
| Of Aristoteles, Retorica, 1355a, 21-22: yphoyiog &° éotiv A pntoprch, did te
16 pboer elvan Kpettto téANOR Kati t& Sixouc tO evavttov, “la retérica es util
porque por naturaleza la verdad y la justicia son mas fuertes que sus con-
trarios”.
% Virgilio, Eneida VI, 469-470; Hla solo fixos oculos aversa tenebat, / Nec
magis incepto vultum sermone movetur.
144el lujo de mirar con desdén las particiones retoricas, en pleno
dominio de esa ciencia, como si realmente fueran lecciones
que el individuo recibe gratuitamente de la naturaleza. Sin
embargo, y esto es lo que me asombra, no modifica su infantil
actitud ante algo mas profundo, como era su concepcién de
orador, la moral de éste; aprendié, se convencié y practicé la
mejor forma de persuadir: el ejemplo de una vida total. De
hecho, la maxima prueba de su teoria descansa, no en los
discursos' que pronuncié a lo largo de su vida profesional o
politica, como serfan aquellos contra Verres o Catilina, o en
favor de Pompeyo, 0 de César, 0 de Roscio, todos los cuales é1
mismo aduce como el modelo para los jévenes aticistas de su
época. La prueba maxima de su teorfa, repito, descansa no en
esos discursos tan alabados por su propio autor en el Orator,
sino en la lucha que emprende contra Antonio, pugna de la
cual surgen las oraciones, sin lugar a la menor duda, las mas
auténticas, las mas simplemente humanas, las mds ciceronianas.
Bastaria leer la primera, 0 mejor aun la segunda, que todos
conocemos como la reina de Jas Filipicas, para darnos cuenta
de que no hay ahi simples palabras ordenadas sobre la base de
una ciencia del estilo, sino el reflejo de toda una vida entrega-
da al estudio que en él hizo, de la retérica, un acto reflejo.*®
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