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EL ORADOR PERFECTO, SEGUN EL ORATOR DE CICERON Bulmaro Reyes Coria Universidad Nacional Auténoma de México Unos ... tienen réo de palabras, y volubilidad en el corazén {Orator 53] PLANTEAMIENTO Cicer6n en el De inventione, escrito acaso a los 15 afios de edad, habia mostrado que la principal y mas grande parte de la ret6rica era la invencion, y, de manera especial, habia ense- fiado la superior autoridad persuasiva de la persona sobre la capacidad de convencimiento que encierra el estilo del ciscurso en si.! Treinta y cinco afios después, en el De oratore se avergon- zaria y desaprobaria aquella irresponsable obra de su niiez.? Mas tarde, en plena madurez y cargado de todo tipo de expe- ‘ para los orfgenes de esta teoria, aristotélica sin duda, ¢f Aristételes, Retorica, 1356a, 12-18: xvptotdany exer niottv 1d Nog, “la moral Heva la fe mis poderosa”. Véase asimismo, Cicerén, De la invencién retérica, version mia, asi como mi articulo “Retérica ciceroniana: arte de vida", 1995: 71-79. 2 De oratore 1, 5: quae pueris aut adulescentulis nobis ex commentariolis nostris incohata ac rudia exciderunt, vix sunt hac acetate digna et hoc usu quem ex causis, quas diximus, tot tantisqne consecuti sumus (las traducciones del De oratore son de Amparo Gaos, en Cicerén, Acerca del orador). 135 riencias, en el Orator,? aunque, sin duda, porque este tratado estaba encaminado a defender el estilo del propio autor, da prioridad a la elocuci6n, consolida aquella infantil ensefanza del De inventione, acerca de la persuasién. Fsta idea de que el orador por si mismo es superior al poder persuasivo de la palabra, patente en general en las obras retoricas ciceronianas, se complementa de manera especial en el Orator, escrito del cual, paraddjica y mas facilmente, también podria inferirse que, si no se lee con cuidado, es, como ya dije, mas importante el modo de la elocuci6n, pues, a esta parte de la retérica, Ciceron dedica la mayor cantidad de sus explicaciones, dirigidas al grupo de jévenes oradores Ila- mados aticistas que atacaban su estilo.’ Pero ni el joven ni el adulto Cicer6n estan de acuerdo con tal forma de ver la retérica. La consolidacion de esa infantil ensefianza es lo que ahora, aqui, intentaré mostrar, 0 sea, que el orador ciceroniano, in- cluido él, vale nds por sf mismo que por el poder persuasivo de la palabra que las técnicas retéricas puedan ensefiarle. Para lo cual, junto al andlisis que hago del Orator, comento algunos pasajes de los Rhetorict libri, o De tnwentione, y del De oratore, pues, contrariamente a lo que yo veo, muchos, Ilevados por la susodicha desaprobaci6n ciceroniana de su escrito de la infan- cia, podrian creer que éstos representan modos de pensar esen- cialmente diferentes entre si, por ser distantes los tiempos cle su composicién. ‘En un trabajo aparte, resultaria interesante demostrar, contra Francesco Arnaldi, que el Oralor no es il pire superficiale e il meno originale dei trattati reto- rici de Cicerén, dicho esto por cierto en una de las mejores sintesis biobiblio- graficas ciceronianas que he leido. 4 Esto se entiende, si se recuerda que el Orator es la principal defensa contra los ataques al autor, de un grupo de oradores jévenes, los aticistas, que acusaban al maximo representante de la elocuencia romana, de no haberse a partado lo suficiente de las maneras mas degeneradas y corruptas del estilo asidtico: a los aticistas Jes parecia flaco e invertcbrado, demasiado redundante en palabras, excesivamente lleno de figuras y muy atento a los efectos del rit- mo y de la sonoridad [Narducci, 1992: 154]. 136 La MAYOR FUERZA DEL ORADOR POR Sf MISMO / EL PODER PERSUASIVO DE LA PALABRA Recordemos cémo, de acuerdo con Ia teoria del exordio vista en el De inventione, el orador debia aprender, por ejemplo, a no ser arrogante de sus propios actos y oficios, a evitar las acciones sucias, soberbias, crueles 0 maliciosas, y a impedir el uso arrogante e intolerable de su fuerza, poder, riquezas, parentesco o dinero [De Inwentione 1, 20-26]; se refiere al hombre virtuoso, y entiende como tal al que es honesto, aquel hombre que es prudente, justo, fuerte y templado? No podia ser inepto, negligente, ignorante, desidioso o luju- rioso. En fin, le era preciso ser hombre religioso, buen ciudada- no, amante, respetuoso de la autoridad, juicioso, valiente, firme, sabio, apacible, alegre [De Inventione I, 25 y 27}. A partir de tal manera de vivir con honestidad, el discurso no necesita esplendor, festividad 0 adorno, y no se da lugar a que se sospeche que las palabras estan intencionalmente pre- paradas, de modo que el discurso resultar4 naturalmente per- suasivo, porque asi el orador alcanza la maxima confianza del oyente [De Invetione I, 25}. el De oratore, Antonio, refiriéndose en concreto a las partes del discurso, muestra irénicamente, aunque sin censurarlos (nec haec quidem reprehendo [De oratore 11, 81}), cémo los preceptos ret6ricos no son funcionales. El cree que el juez se hace benévolo hacia el orador durante el desarrollo del discurso, no en el exordio, cuando todo esta por ofrse; es decir, se hace décil, apto a la ensefianza, cuando el orador ensefia y explica, no cuando promete que lo har4, y se vuelve atento, gracias, no a un primer enunciado, sino a la acci6n entera [De oratore II, 82]. Pero, notemos bien, afirma que esos preceptos se vuelven necesarios para aquellos oradores a quienes no asiste la verdad * Esta es la definicién de virtud: virtus est animi habitus naturae modo atque rationi consentaneus. Quamobrem omnibus eius partibus cognitis tota vis erit simplicis honestatis considerata [De Inventione II, 159 y 160-165] 137 (hominibus expertibus veritatis [De oratore Il, 81]), y hhace hincapié en que los interesados deben ver qué cosa quieren (videant quid velint [De oratore 11, 84 y 85]), y de manera especial, qué les conviene (quid deceat [De oratore II, 85}). Este quid deceat del De oratore se refiere a la voz, a las fuerzas fisicas, al aliento, a la lengua del orador; pero diez afos después seria el eje del orador del Orator, como luego veremos. Al poder de la elocuencia se opone el poder personal, que se manifiesta en la sabiduria y en la fortaleza de los individuos. Seguin el De oratore,* nadie puede dar crédito, por ejemplo, a la nieria expuesta en el De inventione (I, 2-4] acerca de que las ciu- dades hayan sido fundadas por hombres disertos y de un decir adornado, sino por hombres fuertes y sabios. Juzguemos tan sdlo, dice Antonio, si Romulo congregé a aquellos primeros habitantes de Roma, o hizo aquellos matrimo- nios con las sabinas, 0 vencié a sus vecinos, mediante la elocuencia o mediante su sabiduria y fuerza; tampoco son vestigio de elo- cuencia los hechos de Numa Pompilio,” Servio Tulio,® o Lucio Bruto,’ sino de sabiduria y valor.'° El padre de los Gracos era un hombre prudente y de gran autoridad en la ciudad, pero de ninguna manera elocuente, y, 8 De oratore I, 36: Quis enim tibi hoc concesserit aut initio genus hominum in montibus ac silvis dissipatum non prudentium consiliis compulsum potius quam disertorum oratione delenitum se oppidis moenibusque saepsisse? Aut vero reliquas utilitates aut in constituendis aut in conservandis civitatibus non a sapientibus et fortibus viris, sed a disertis omateque dicentibus esse constitutas? 7 Numa Pompilio era tan sabio, que “para moralizar de placentero € insensible modo a la juventud utilizé cantos”. Se le atribuyen la constituci6n de leyes, la descripcién del calendario en diez meses y la creccién de templos. 8 Servio Tulio sometié a los sabinos; agregé a la ciudad tres montes, el Quirinal, el Viminal y el Esquilino; fue el primero en Hevar a cabo un censo, el cual dio por resultado 83,000 ciudadanos, incluidos los campesinos. ® Lucio Bruto fue el fundador de la Repiiblica, ya que después de la violacién y sacrificio de Lucrecia, concité al pueblo para arrebatar el impe- rio a Tarquinio el Soberbio. '” De oratore I, 37. Asimismo, “Ciceron juzgaba necesario que en su redivi- va vepitblica el senado ostentara de nuevo el papel preponderante, con tal 138 precisamente, no por discursos preparados, sino gracias pura- mente a su gesto y su palabra, la Republica conserv6 a salvo sus instituciones, a salvo, desde luego, a partir del punto de vista u conservador ciceroniano, Y a los hijos de aquel hombre prudente y poderoso, espe- cialmente preparados en las artes de Ia ret6rica para que ejer- cieran el gobierno de la ciudad a través de la elocuencia, al contrario, sin negar que eran realmente disertos, Cicerén los consideraba destructores de aquella Republica que su padre les habia entregado floreciente y prospera.!” En contra, sin duda, puede argiiirse la poca simpatia que Ci- cer6n sentia hacia los hermanos Graco, Tiberio y Cayo, y esto, al parecer, es irrefutable; pero no deja de ser ésta una prueba de que, para conservar su inicial cualidad de aristocracia del talento, a él fueran Iamados no los varones que tuvieran prestigio por su prosapia 0 poder por sus riquezas o su férti] astucia, sino aquellos otros a quienes su inteli- gencia y su virtud hubieran hecho merecedores de ese universal reconoci- miento, casi rayando en la veneracin, que solia tributarse a aquel Escipién que preclaramente dirigié a su patria en los tiempos de las altimas guerras ptinicas, haciendo que el pueblo romano triunfara, resplandeciente por “sus 6ptimas costumbres y maxima concordia” [cf Gaos, 1993: 67, 84-85]. "! Respecto a la opinidn sobre el padre de los Gracos, of; De or. I, 38: Quorum pater, homo prudens et gravis, haudquaquam eloquens, et saepe alias et maxime censor saluti rei publicae fuit: atque is non adcurata quadam ovationis copia, sed nuta atque verbo libertinos in urbanas tribus transtulit, quod nisi fecisset, vem publican, quam nunc vix tenemus, iam diu nullam haberemus. En cuanto al punto de vista conservador de Cicerén, al parecer a éste no le afectaban los problemas cotidianos de la gente, el bienestar de los ciudadanos; no me refiero a los grandes asuntos de la Reptiblica, ya que sofiaba con “lograr que los ciudadanos volvieran a ser dignos de sus nobles antepasados”, que eran inferiores en placeres, y de ningiin modo superiores en dinero [Gaos, 1993: 81-82], y, desde luego, nunca estuvo de acuerdo con las reformas agrarias de los Gracos, y siempre se opuso a las acciones de César, al grado de que, so pena de exilio, se negé a formar parte de los decemuiri que se encargarfan del reparto de tierras ® De oratore I, 38: At vero eins filii diserti et omnibus vel naturae vel doctrinae praesidiis ac dicendum parati, cum civitatem vel paterno consilio vel avitis armis floventissimam accepissent, ista praeclara gubernatrice, ut ais, civitatum eloquentia vem publicam dissipaverunt. 139 mas del superior valor persuasivo de la persona en si misma, si se compara con su discurso. De hecho, Cicer6n admira el discurso de esos famosos hermanos, pero se libra del conven- cimiento! por no aprobar su conducta. Ahora bien, en el Orator, la obra retérica de mayor ma- durez y experiencia, en cuanto a esta idea de la superioridad persuasiva del hombre fntegro sobre el estilo del discurso, podemos ver, por ejemplo, que quienes se han educado en las artes retoricas, oportuna y estratégicamente las encubren, aun cuando éste no sea el caso de Cicerén (ego semper me didicisse prae me tuli [Orator 146}), e intentan parecer de habla natural, para no perder la confianza de los oyentes. M Para Cicer6n ser elocuente aquel que en el foro y en las causas civiles diga de tal modo que de necesidad pruebe sutilmente, que por suavidad deleite con moderaci6n, y que para alcanzar la victoria doblegue con vehemencia. En eso esta toda la fuerza del orador,! y ésta, a su vez, descansa en Ia sabiduria y la virtud, de modo que el orador no puede ser un hombre no sabio 0 no virtuoso, ya que lo conveniente, lo decoroso, el quid deceat del De oratore es lo mas dificil de encontrar en cualquier circunstan- cia de la vida. De Platon, Cicer6n acepta que Isécrates es supe- rior a Lisias, no sélo porque es de mayor ingenio, sino por su indole hacia la virtud también mayor,'® y dice ahora en el Oralor: '8 A propésito de esta idea de librarse del convencimiento, of. Avistételes, Retérica, 1354a, 25-27: ob yep bei tov Sixacthy Siaotpégery eis dpyiv npod- yovtas 4 gBdvov i EAcov Spotov yap Kav ei TIS, pédrer xpho8ar Kavovi, todtov norjoet otpeBAdy, “pues no conviene desviar al juez a la ira, condu- ciéndolo a la malevolencia 0 a la compasién: pues serfa como si alguien hi- ciera perverso aquello de que piensa servirse como modelo”; asimismo mi articulo “Convencer 0 no convencer... Ese no es el problema... Sino conven- cer de no convencer”, en Utillaje (1998): 32-35. M4 Qvator 145: eloquentiam autem illi ipsi qui consecuti sunt tamen ea se valere dissimulant, propterea quod prudentia hominibus grata est, lingua suspecta. 15 Orator 69: in quo uno vis omnis oratoris est. 6 Ovator 41: Isocrates (...] maiore mihi ingenio videtur esse, quam ut cum oratio- nibus Lysiae comparetur, praeterea ad virutem maior indoles. 140 la sabidurfa es el fundamento de la elocuencia, asi como de las demas cosas. Pues, como en la vida, ast en la oracién, nada es mas dificil que ver qué es decoroso.'” Y, de hecho, asegura que, como muchos tienen rio de pala- bras pero volubilidad en el coraz6n (flumen aliis uerborum uolu- bilitasque cordi est [Orator 53}), ignorar el quid deceat llevaria a los hombres a cometer errores no sdlo en el discurso, el cotidiano o el preparado, sino en la vida misma y aun en la poesia.'* ¢Dénde o como encontrar el decoro del habla, ya sea escri- ta o entonada? Quien habla o escribe,!® decfa Cicerén, debe conocer la fortuna, el honor, la autoridad, la edad, la época, el lugar, el tiempo, en fin, a los distintos oyentes y todas sus circunstancias, y tratar a cada uno y cada circunstancia con dis- tinto género de palabras y de sentimientos, pues, repite, siem- pre ha de considerarse qué es lo decoroso en todas las partes de la oracién y en la vida misma, y esto no sdlo por lo que respecta al oyente, sino también en cuanto al orador.”? Asi, me parece que en cada tipo y en cada parte del discur- so, siempre hay que reflexionar qué puede ser conveniente 0 decoroso, y qué no, pero que lo conveniente y lo decoroso, es invisible y no facilmente definible, y se encuentra en la relacién de cada persona que habla y de cada persona que escucha. Parecerja indecoroso (quam enim indecorum est [Orator 72]), si no es que ridiculo, que alguien, en verso, 0 con amplisimas expre- siones, pidiera reparar las goteras del techo de su dormitorio o alabara la soberanfa del pueblo con frases humildes y sutiles.”! " Orator 70: est eloquentiae sicut religuarum rerum fundamentum sapientia. Vt enim in uita sic in oratione nihil est difficilius quam quid deceat uidere. 'S Orator 70: et res est cognitione dignissima; huius ignoratione non modo in uita sed saepissime et in poematis et in oratione peccatur. " Orator 40: partim in dicendo partim in scribendo. * Orator 71: de qua agitur, positum est, et in personis et eorum qui dicunt et eorum qui audiunt. *! Orator 72: de stillicidiis cum apud unum iudicem dicas, amplissimis werbis et locis uti communibus, de maiestate populi Romani summisse et subtiliter. 141 El poeta, al igual que los pintores, debe siempre buscar lo decoroso, pues es sujeto de error si pone palabras de sabio en boca de tontos 0 facinerosos.”* Respecto a los pintores, Ciceron analiza un famoso cuadro, la Inmolacién de Ifigenia, del pintor griego Timantes.”’ En este cuadro, su creador reproduce triste al adivino Calcas; més triste, a Ulises; apesadumbrado a Mene- lao; pero, para evitar el error, a Agamemnon lo pinta envuel- to de la cabeza, porque no habfa pincel humano que pudiera imitar el dolor que reflejaba el rostro de aquel que fuera padre de la victima y verdugo a la vez." Algo muy importante del discurso retorico en Roma, que pudiera reforzar esta sugerencia, es que el ejercicio de la orato- ria era un espectéculo en que se representaban hechos de la vida real, fueran causas civiles 0 cuestiones de la Reptiblica que se actuaban en el foro.”° El actor principal era el orador, quien sabfa bien que sus espectadores, u oyentes, a su vez sabian bien que una oracién adornada iba lena de asechanzas contra ellos. Debemos de entender que el publico asistia a esos especta- culos de Ja vida, preparado a no dejarse convencer, pero que corrfa ese riesgo por el deseo de Ja diversion. Hab/a oyentes que no temian que su fe se viera amenazada por aquellas asechan- 2 Orator 74: qui peccat etiam, cum probam orationem affingit improbo stultoue sapientis. % Higenia, hija de Clitemnestra y Agamemnén, y hermana de Electra y Orestes, debfa ser sacrificada por su propio padre, para aplacar los vientos contrarios que impedian la salida de Jas naves hacia Troya. Agamemnén obedecié el mandato divino que le habia trasmitido el adivino Calcas; pero cuando iba a consumar el sacrificio, la misma Artemis sustituy6 a Ifigenia por una cervatilla, y la transporté desde aquel puerto de Aulis hasta la re- gidn de Tauro, donde la constituyé en sacerdotisa de su templo. 24 Orator 74: quoniam summun illum luctum penicillo non posset imitari. 25 Recuérdese cémo en Albino, aunque esto mas tarde, se describen las formalidades de los juicios: el juez, con el cetro de la equidad, ocupaba el tribunal; delante de él, el acusado, 0 causa; a Ja izquierda de la causa, el acu- sador, armado con un puiial (la malicia); a la derecha, el defensor, con el escudo de la piedad, y atras, los testigos, con la tuba, como simbolo de la verdad. Véase mi libro Linites de la retérica cldsica [1995: 110-111]. 142 zas del discurso compuesto a propésito, y entonces, esos oyen- tes no temerosos, audaces diria yo, no ponfan, a su vez, ase- chanzas al orador, sino que le eran favorables, y querian que continuara su discurso, pues admiraban su fuerza del decir y no buscaban qué cosas reprenderle;”® incluso le tenfan gra- titud por el placer que proporcionaba a sus orejas.”” E] Pana- tenaico de Isécrates, por ejemplo, se escribié no para el certamen de los juicios, sino para placer de las orejas, y este placer de las orejas del pueblo”* sera sin duda un terrible motor en la elocuencia. Pues se daba una lucha entre orador y oyente. EI orador, en clase de retérica, aprendia que los adornos en la oracién podian apartar el dolor de la accién, privarlo a él mismo del humano sentido del actor; quitar, desde lo profun- do, la verdad y la fe. Imperaban el placer de las orejas, la verdad y la fe. El orador debia crear ese placer con una industria imperceptible,”’ y el oyente podia recibirlo o no, en todo caso sin compromiso. Pero este compromiso era el objetivo del discurso retérico, que con- sistia en la persuasién, y ésta solamente podia hacerse en la verdad o en algo semejante a ella, siempre y cuando esa seme- janza de verdad contuviera la verdad misma. Dice Cicerén: hasta ahora ni aun en los maximos asuntos he hallado algo mas firme que yo retuviera o mediante lo cual dirigiera mi juicio, que aquello que me parecfa lo mas semejante a la verdad, ya que lo verdadero mismo, sin embargo, se escondia en lo oculto.* °6 Orator 210: cum is qui audit ab oratore iam obsessus est ac tenetur. Non enim id agit ut insidietur et obseruet, sed iam fauet processumque wult dicendique uim ad- mirans non anquirit quid reprehendat. *T Orator 208: nam cum is est auditor qui non uereatur ne compositue orationis insidiis sua fides attempletur, gratiam quoque habet orator uoluptati aurium seruienti, * Orator 237; in hac modo re, quae ad wulgi adsensum spectet et ad aurium wolupta- tem. * Orator 197: minime animaduertetur delectationis aucupium. * Orator 237: sed ne in maximis quidem rebus quicquam adhuc inueni firmius, quod tenerem aut quo iudicium meum dirigerem, quam id quodcumgue miki quam si- maillimum ueri uideretur, cum ipsum illud werum tamen in occulto lateret. 143 Esa verdad, aristotélica en tiltima instancia,*! es la verdad del habla, provista de artificios persuasivos, cuyo cuerpo, acaso un mero fantasma, hoy apenas podemos percibir tras el velo de la durabilidad de las obras clasicas latinas. Para que me quedara menos oscura esa oculta y umbrosa verdad ret6rica, recurri a dos grandes autoridades, a quienes todos todo les creen: Homero y Virgilio. Por el primero, Odiseo, queriendo escuchar el canto de las sirenas, se até al mstil para evitar la seduccién, y por el segundo, Eneas, con dichos suaves y aun con lagrimas, pretendia suavizar a Dido en el inframundo; pero ella, con los ojos fijos en el suelo, no quiso mirarlo a la cara, no quiso escuchar sus palabras; no acepto el reto del placer de las orejas; no estuvo dispuesta a exhibir su vieja verdad, la de ellos dos, y sufrirla de nuevo. Dice Virgilio: Ella, vuelta cl rostro, en el suelo fijos los ojos tenfa, y no mas por el discurso iniciado se mueve su rostro.” Dido tenia otra verdad: los brazos, los cuidados y el amor de su primer esposo, a quien, libre de engaiios, disfrutaba en el umbro- so bosque. CONCLUSION Entonces, Cicer6n, segiin su juicio en el Orator, el maximo representante de la oratoria latina, y segtin el mio, en la madu- rez cambia su infantil forma de pensar en asuntos de poca importancia, como es el de considerar Ja invencién en primer lugar con respecto de las otras partes de la retérica, 0 incluso darse | Of Aristoteles, Retorica, 1355a, 21-22: yphoyiog &° éotiv A pntoprch, did te 16 pboer elvan Kpettto téANOR Kati t& Sixouc tO evavttov, “la retérica es util porque por naturaleza la verdad y la justicia son mas fuertes que sus con- trarios”. % Virgilio, Eneida VI, 469-470; Hla solo fixos oculos aversa tenebat, / Nec magis incepto vultum sermone movetur. 144 el lujo de mirar con desdén las particiones retoricas, en pleno dominio de esa ciencia, como si realmente fueran lecciones que el individuo recibe gratuitamente de la naturaleza. Sin embargo, y esto es lo que me asombra, no modifica su infantil actitud ante algo mas profundo, como era su concepcién de orador, la moral de éste; aprendié, se convencié y practicé la mejor forma de persuadir: el ejemplo de una vida total. De hecho, la maxima prueba de su teoria descansa, no en los discursos' que pronuncié a lo largo de su vida profesional o politica, como serfan aquellos contra Verres o Catilina, o en favor de Pompeyo, 0 de César, 0 de Roscio, todos los cuales é1 mismo aduce como el modelo para los jévenes aticistas de su época. La prueba maxima de su teorfa, repito, descansa no en esos discursos tan alabados por su propio autor en el Orator, sino en la lucha que emprende contra Antonio, pugna de la cual surgen las oraciones, sin lugar a la menor duda, las mas auténticas, las mas simplemente humanas, las mds ciceronianas. Bastaria leer la primera, 0 mejor aun la segunda, que todos conocemos como la reina de Jas Filipicas, para darnos cuenta de que no hay ahi simples palabras ordenadas sobre la base de una ciencia del estilo, sino el reflejo de toda una vida entrega- da al estudio que en él hizo, de la retérica, un acto reflejo.*® BIBLIOGRAFIA Arisrotetes. Retérica. Madrid: Instituto de Estudios Politicos, 1971. ArNALDI, F. “Cicerone, Marco Tulio (Marcus Tullius Cicero)”, en Enciclopedia italiana. Roma: 1950. Bornecque. “Le texte de L’Orator”, en RPh 27 (1903): 154-157. Carsoit. “La formazione oratoria di Cicerone”, en Vichiana 2 (1965): 3-30. 38 Ciertamente, en palabras del profesor Arnaldi: da questo momento comincia il periodo eroico de la vita di Cicerone. 145 Ciceron. De oratore. Acerca del orador. 2 vols. México: UNAM (Bi- bliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana), 1995. Edicién de Amparo Gaos Schmidt. ___. Orator. El orador perfecto. 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