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Desde una 1

perspectiva Julio 2010


Periódico de frecuencia imprevisible
Edita: Sociedad Cultural Apoyo Mutuo
Correo: interhelpo@gmail.com

libertaria
Depósito Legal: B-32993-2010

¿Quién gobierna?
Los políticos que triunfan en las elecciones no gobiernan, sólo son hombres de paja
que viven de dorarnos la píldora de las decisiones tomadas por los auténticos gober-
nantes del mundo: los financieros y las multinacionales.
A aquellos que toman las grandes decisiones que afectan a nuestro futuro y al futuro
de la propia humanidad no los elegimos nosotros democráticamente, sino que se impo-
nen ellos mismos con el poder de “su” dinero.
Así, hemos visto como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial han
impuesto su ley a Grecia, al gobierno Zapatero y a la cimera de Toronto. ¿Cuándo vo-
taste al FMI? ¿Cuándo participaste en un referéndum sobre las decisiones a tomar
para solucionar la crisis? El capital impone su dictadura y la política es una farsa.
Hay crisis, porque el proceso económico no tiene control democrático. La “salida” a
la crisis la pagamos los trabajadores, porque los políticos no son más que unos charla-
tanes a sueldo de los capitalistas. Y los trabajadores esperamos la solución de manos
de los mismos que han creado el problema, porque nos da miedo enfrentarnos a la ver-
dad y preferimos dejarnos engañar por los medios de comunicación.
La verdad es que los capitalistas se enriquecen haciendo pagar a los trabajadores
una crisis que dura ya 100 años. La verdad es que el capitalismo no es más que una es -
tafa a los trabajadores y a los pueblos. La verdad es que el capitalismo es la crisis de la
humanidad.
Sólo cuando los pueblos se gobiernen a sí mismos suprimiendo el estado, dando de
lado a toda clase de políticos y convirtiendo los medios de producción y el producto del
trabajo en propiedad colectiva, la economía podrá ser regida democráticamente y la or-
ganización de la sociedad se corresponderá con los intereses de la comunidad de ciuda-
danos y no con los de los estafadores y especuladores.

Mientras el capital te desangra, no esperes que te salven los


políticos. Sólo la autoorganización de la sociedad ofrece
un camino de salida.
Las colectivizaciones
La rebelión militar de julio de 1936 provocó una sublevación del proletariado y
del pueblo que fue mucho más allá de la simple defensa del sistema republicano.
Tan pronto como el golpe militar fue aplastado, se inició un proceso espontáneo
―que no sólo no respondía a los deseos de la República, sino que incluso contrade-
cía las consignas de los sindicatos― de transformación de la sociedad y de la vida en
su conjunto. Este estallido de libertad y de alegría en el despuntar de una nueva so-
ciedad tuvo una base material inmediatamente perceptible: las colectivizaciones. Se
colectivizaron fábricas, campos, bares, cines e incluso peluquerías. La fiebre colecti-
vista era la fiebre de la revolución, la fiebre de un pueblo esclavo presuroso por al-
canzar su sueño de organizar y gobernar su propia vida.
La colectivización significó expropiar a los empresarios y empezar a producir bajo
las directrices y el control de los propios trabajadores. La colectividad industrial es-
taba estructurada del siguiente modo: una asamblea general, en la que participa-
ban todos los trabajadores de la empresa, tomaba las decisiones importantes: qué,
cómo, cuanto y para qué se producía, un consejo de empresa, encargado de llevar a
cabo las decisiones de la asamblea general y de estudiar las cuestiones técnicas liga-
das a la producción, y un comité sindical que velaba por los intereses del trabajador
en tanto que productor. Estas colectividades se unieron entre sí formando las agru-
paciones, que tenían la misma estructura orgánica. Estas agrupaciones se formaban
o con empresas del mismo ramo (unificando las empresas) o con empresas, cuyos
productos estaban interrelacionados.
La producción colectivizada no sólo mostró el camino hacia la nueva sociedad
(que los fascistas dinamitaron), sino que demostró 1) que una producción racional
no precisa de empresarios y que los trabajadores solos son perfectamente capaces
de organizar la producción, 2) que, con la colectivización de la industria, se lograban
mejoras de la producción tanto en el aspecto técnico, como en el de gestión, que su-
peraban con creces la organización empresarial anterior, 3) que las condiciones de
trabajo y de vida de los trabajadores pueden mejorar sustancialmente, sin perjudi-
car la producción de los bienes socialmente necesarios, 4) que, cuando el trabajo
está dirigido y controlado por los propios trabajadores y orientado a la satisfacción
de las necesidades humanas, no es una esclavitud.
Sin embargo, la República y los partidos políticos se encargaron de frenar esta ex-
periencia única en la historia (tan alejada del capitalismo como del estatismo sovié-
tico) a la espera de que los franquistas acabasen por destruirla completamente.
Os proponemos una pequeña bibliografía introductoria:
CASTELLS DURAN, Antoni: «Las colectivizaciones en Catalunya (1936-1939)», So-
lidaridad Obrera, número especial Centenario de la CNT (2010) 18-19
LEVAL, Gastón: Colectividades libertarias en España. Madrid: Aguilera 1977
MINTZ, Frank: Autogestión y anarcosindicalismo en la España revolucionaria.
Madrid: Traficantes de sueños 2006
SEMPRÚN-MAURA, Carlos: «Las colectivizaciones en Cataluña» en Revolución y
contrarrevolución en Cataluña (1936-1937). Barcelona: Tusquets 1977
Dictadura militar
Parece que ya no es suficiente con el fútbol, los culebrones y los programas llama-
dos del corazón para mantener a la ciudadanía en un mundo de ilusión, fantasía y
color. Por eso, ahora se recurre a una de las herramientas más viejas, de contrastada
eficacia, eso sí, de las que dispone el sistema: el nacionalismo, el patrioterismo.
Todo por la patria (catalana en este caso). Se vuelve a tocar la fibra sensible para
ocultar la situación real (y futura) de los trabajadores. Y lo peor es que se volverá a
caer en la misma trampa y, temporalmente, los graves problemas de nuestra socie-
dad quedarán ocultos por el brillo de un Estatuto que reclama venganza.
¿Qué hacer en estos momentos? Evidentemente, no hay que perder ni un solo se-
gundo en analizar la sentencia, ni la actitud del Tribunal Constitucional (¿valdría la
pena acaso estudiar la legalidad de las sentencias franquistas? ¿No está claro que
este sistema no es el nuestro?) Lo único que podemos hacer es denunciar una y otra
vez que la crisis actual viene provocada por la misma estructura interna del capita-
lismo y que mientras sigamos en él, no podemos esperar otra cosa. Y, también, re-
calcar que iremos a peor, no se trata sólo de retrasar la edad de jubilación, sino que
estamos empeorando nuestro nivel de vida al tiempo que estamos matando a nues-
tro planeta. Y no hablemos ya de los habitantes del tercer mundo. ¿Qué nos preocu-
pa? ¿Que no podremos tener la tele de 30 pulgadas para ver el mundial? ¿Habrá
que recordar que cada día mueren de hambre decenas de miles de personas?
Y, finalmente, hay que gritar con voz bien alta que los políticos sólo sirven para
mantener este sistema esclavista y que nuestra opinión les importa bien poco: ellos
saben a quién tienen que obedecer. Ahí quedan las manifestaciones de Jose Durao
Barroso, ni más ni menos que el presidente de la Comisión Europea, que, ni corto ni
perezoso, dijo en un encuentro con la Confederación de Sindicatos de Europa
(ETUC), el pasado mes de junio que: «si no se implantan los paquetes de me-
didas de austeridad, en esos países podría desaparecer la democracia
como la conocemos actualmente. No hay otra alternativa», refiriéndose a
España, Portugal y Grecia. Más claro el agua: que no se nos ocurra oponernos a es-
tas medidas, porque impondrán una dictadura militar.
Ante esto, ¿tienen que perder un sólo segundo los anarcosindicalistas en analizar la
sentencia del estatuto? No, hay otras cosas infinitamente más importantes en las
que trabajar.
Por ejemplo, en que estos tres fantasmas
(Georgios Papadopoulos, Antonio de Olivei-
ra Salazar y Francisco Franco) no se reencar-
nen en nuestro tiempo.

Y en asegurarnos de no volver a caer en la


trampa de defender su democracia, sino ins-
taurar la nuestra: la democracia directa, sin
políticos ni gobiernos.

Ellos mandan aún... Porque tú obedeces


Colectivizar
la economía
Este mes conmemoramos de nuevo el aniversario de la revolución social de 1936.
Entonces, como hoy, había dos grandes posturas ante la crisis existente: la de los
que se preocupaban por la unidad de la patria, la liberación nacional, la república, la
monarquía y otras politiquerías y los que luchaban por mejorar la calidad de vida de
la población.
Nuestros abuelos nos dieron una lección histórica: colectivizar la economía era la
piedra de toque del cambio y no esperaron a que los políticos pensaran en ella. Pri-
mero la colectivización, luego la república y, si la república se oponía a la colectivi-
zación, sólo colectivización.
Los avances tecnológicos, los logros del conocimiento y los recursos naturales no
deben servir para aumentar los beneficios de los explotadores del trabajo ajeno,
sino para mejorar la vida del conjunto de la población.
Los economistas y los políticos se han puesto de acuerdo: ya no es posible seguir
conjugando el aumento de los beneficios de los capitalistas y la mejora de la calidad
de vida del pueblo. Ellos dicen “hay que apretarse el cinturón”, nosotros responde-
mos “hay que colectivizar”.
Debemos seguir el ejemplo de nuestros abuelos: es la colectividad quien debe de-
cidir qué y cómo se produce. No podemos seguir destruyendo nuestras vidas y la de
nuestros descendientes junto con la del
planeta en una desaforada carrera de
productivismo y consumismo para que
se enriquecezcan aun más los cuatro
amos del mundo.
Por ello, ahora más que nunca, nues-
tros objetivos deben ser la mejora de la
calidad de vida (trabajar menos y vivir
mejor), la supresión del estado (los po-
líticos a la fábrica) y la colectivización
de la economía.
Ante la crisis actual de la
economía, ante la crisis sis-
témica del capitalismo,
ante la crisis de civilización
de nuestra era, sólo se abre
un camino que sea digno de
ser seguido: el de la demo-
cracia directa y la colectivi-
zación de la economía.

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