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La Novela Semanal de Ef Universal Iustrado Se publica cada jueves como Suplemento de este Semanario Afiol 14 de septiembre de 1922 NGm.7 La Senorita Excétera 4g cop: Novela Inédita eso Por Arqules Vela Mustraciones de Cat Retrato-portada por Alfredo Galvez Publicaciones Licerarias de E/ Universal Iustrado MEXICO, D.F. PROLOGO DEL DIRECTOR Un remordimiento literatio que nunca nos perdonariamos en esta Novela Semanal de E/ Universal Uustrado, sea el de imponer nuestros gustesy pa. siones, cetrando la puerta a todos los que no pensaran o sintieran como ‘nosotros, Asi, la obra de divulgacién emprendida, lejos de ser loable, caeria. cn los cireulos concéntticos del partidarismo literatio, e! més enconado y ttiste de los partidatismos que flamean en México, De alli que Manuel Maples Arce. el poeta estridentista, nos merezca un {ugar exactamente igual al que cortesponde a cualquier otro poeta de dis. tintas tendencias. De alli, rambién, que en este Suplemento, Arqueles Ve- ‘a publique su primera novela estridentista, La Senorita Escétera, Cada uno pensaré a su antojo respecto de esta exttafiz novela. Muchos disia que ¢5 un disparate; otros, seguramente, encontrarin emociones nuevas, sugeridas por el raro estilo, y ouos, en fin, creerin que se trata de un brosisa magnifico, despojado de todos os lupates comunesliterarios, frja- dor de emociones cerebrales y de metéforas suntuosas Nosotios nos lavamas las manos . . Cada quicn opine segtin su personal -titetio y concédase, al menos, a este ecléctico suplemento de EY Universal Mustrado el rato mérico de hallatse abierto para todas las tendencias, con- templando serenamente todos los horizontes. as A mis compares deciles cn Bl Unsnene tases Ay. 1 LLEGAMOS 2 un pueblo vulgar y desconocido. Todos los passjeros habfa- eae stad aoe eater ae €l ocio de un camino vettiginoso de hietro. Por un accidente inespera- do, tavimos que dejar un momento los vagones y asaltar Ia primera es- tacion del itinerario. La ciudad estaba a obscuras. Los huelguistas habfan soltado un tumulto de sombras y de angustias sobre la turbia ciudad sin calista Camindbamos un poco medrosos y el frfo nos hacia mis amigos, mis : fntimos, més sensibles Yo compré mi pasaje hasta la capital, pero por un caso de explicable consciencia, resolvi bajar en Iz estacién que ella abord6. Al fin y al cabo, 2 ~ mf me cre igual. . . Cualquier ciudad me hubiese acogido con la misma in- diferencia. En codas partes hubiera tenido que ser el mismo. . Sin duda, el destino, acostumbrado corcegidor de pruchas, se propuso que yo me quedase aqui, precisemente aqui. Con ell. La calle fue pasando bajo nuestros pies, como en una proyeccién cinemna- tica, Era la hora en que todo parece estar convaleciente. Las cosas se iban guitando silenciosamence su antifaz cloroformizado. . . Los méstiles de los 7 barcos empujaban su ansiedad, queriendo descolgar los frutos encendides mis allé de los cielos. De cuando en cuando lz concavidad gigantesca del Arbol, moviz inusitadamente sus ramajes de bote en bote y desprendia el inevitable fruro picado por los pfjaros ultracelestes. . . La inquierud la le vantaba subsilente, como en un juego de base-ball. Ella me contempla en silencio, Yo no podia eslabonar ningiin pensa- miento con mis ideas “‘empasteladas’’ por los sacudimientos de mi alta area. . - Sin embargo, sentado alli, junto a ella, en medio de la soledad marine y : de la calle, me sencfa como en mi casa. . . Disfruraba de un poco de misi- ca, de un poco de calor, de un poco de ella. Cuando empez6 a estilizarse la decoracion imaginisea, me di cuenta de que habfe estado alucinado de un suet. Era una ciudad del Golfo de México. Acaso me enconttaba alli por una 7 equivocaci6n en las direcciones de mi bagaje ilusorio. 89 ed De todas maneras ya no tenta remedio. = Qué iba a haces, Lo de siempre. jNada! Me acostumbraria a vivir devris de una puerta o en el hueco de una ven- tana. Solo. Aislado. Incomprendido. . . Tendrfa que pregonat por unas ‘uantas mizedes o unas czantas sonrisa, algunas EXTRAS de mi vida inédica, Como no hablo mis que mi propio idioma, nadie podes comunicarse conmigo. . . Tendria que volver a contemplar, confundidos con los progra- ‘mas idiotas que se embobaliconan en las esquinas intclectuales de las cluda. des civilizadas, mis sensaciones desbordadas con la tinta dolorosa de mi vida. ara asitme mis a la absurda realidad de mi ensuefio, volvi a verla de yeu en cuando. Bi azar nos bajo de un viaje arbitrario y nos acetcé sin presenta- ciones, sin antecedentes; cra pues, inevitable y hasta indispensable que si- guigsemos juntos. Ademis, la casi furtiva amistad que cahebramos, me habia hecho creer que estaba enomarado de ella. .. El suefio comenzaba a desligarme. Sent cansancio. Su languidescencia do- blada sobre mis brazos con la intimidad de un abrigo, se habia dormido. Era natural, Seis dias de viaje incémodo, la hactan perder su timider, No era por nada. . . El cansancio también la desligaba a ella de todas sus ligaduras, Penst. .. Ella podifa ser un estorbo para mi vida ertatil, Para mis preca- rios recursos, Lo mejor era dejarla allt, dormida. Huis. . ‘De pronto me acordé del calendario amarillenco de mi nifiez sin domingos. Del alba atrasada de mi juventud, de mi soledad, Acaso ella, era ELLA. . . Y me eché a andar yo solo. Hacia el lado opuesto de su mirada. .. 0 1,2, 3.4.5.6, 7, 8,9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21, 22, 23, 24, 25, 26,.. . {Un teloj!. . . No, No es posible, Imposible. . . Mis ojos se fueron quitando, poco a poco, Ia goma del amodorramiento de las noches palingenésicas, del insomnio producido por el ajetteo mental, que se va extendiendo en un cansancio de cortiente apagada, por las fibras de nuestro equilibrio sensitivo. Una campana seguia clavando en la beatitud de la ciudad, su humilde inconsecuencis. Un sentimicnto impreciso me agarraba del cuello. Con la cemblante seguridad de que a una leve insinuaci6n de sus m ‘mientos, hubiera desundado la idea de alejarme, me paraba a cada momento. Su recuerdo se enrollaba en mi espirica, Su vox naufragaba en el sonam. bulismo de la hora, como las voces muertas de los teléfonos. . 90 InGcil oponerse. Yo estaba condenado a olvidar todas las cosas. A despe- garme de ellas, con una facilidad torturante. ail vex habia perdido Jo nico que hace bella la roracion de muesttas pees... Ella se qued6, alld muy Iejos, descendiendo del paracafdas de su sueno. Yo, arcastrando su recuerdo, me ditigi al café. El café lleg6 a scr mi otro yo. Todos los dias, todas las noches, después de {2 cotidiana vagabundez de mi trayectoria, aburtido de encontrar las mis: mus siluctas escrutadoras de las callejuels, de contemplar la esripida fachada de ls casas y la sontisa boba de las ventans, me refugiaba en el café. Casi me iba acoscurbrando a su vide inmoble. Me divagaba con sus frases scereotipadas en ta pared, con sus caras patroquianas, con su aislamiento de las calles estentoteas y vociferadoras, Hay algunos cafés tan aproximados a la vida, que dan la sensaci6n de que uno cena, bebe, rie, en medio de la calle, con los transeuntcs impertinentes, estropeadates, . En donde es muy posible que, distraidamente, nos tomen del brazo y nos sigan contan. do la misma aventura a fo largo de Ia calle. . Los espejos multiplicaban simulténeamente, con una realidad irveali- able de prestidigicacion, las imagenes timmeladas de mi catélogo des- cuadernado, . . Cuando la vi por primera vez, estaba en un tincéa obseuro de la habita- ci6n de su timidez, con una actitud de silla olvidada, empolvada, de sills que todavia no ha ocupado nadie. . Su ojos tentan una impavida inocencia de la vida. Pargefase a esas mesas de los cafés, embrolladas de ntimeros, de cuentas, de mohigotes, de intimi. dades de los parroquianos asiduos. Sin duda estaba alli por necesidad. .. Viéndola, auscultandola, vivia retrospectivamente Sus miradas, sus sontisas, sus palabras me envolvian en la bruma de los instantes vividos en un vagén sahumado de imposibles En mi imaginacién ya no existia solamente ella, no era solamente ella: se fundta, se confundia con esta otra ella que me encontraba de nuevo en el tine6n de un café, Desde entonces, ya no pude vivir los dias y las noches separadamente. "Mi ocio se habla quedado, como el de los demés parroquianos, pegado a fa pared. . Cuando ella servia, indiferente, 2 todos los intnisos que ensatdecian el ambiente de humo y de grios, me alejaba un poco entristecido. sia pensar en su embrujamieato, Una noche entré al café con Ia intenci6n de decitle muchas cosas, de enhebrar una conversacién que nunca habiamos tenido, pero que yo consi. detaba interrumpida. . . on Alacercarse, me migé de tal manera, que senti encenderse el recuerdo de Ja mirada de ella, . . Balbuceé no sé qué palabras, como en seereto, y la hice una promesa. Nos verfamos siempre. am El balanceo premeditado por las irregularidades de la via, scudiendo las sombras del vagén, desintegraba un suetio de doscientos kilémetros Los “porters”” nos habfan repartido en las celdas del Pulman, con una incransigencia insoportable. Decuando en cuando, ia fuga dei paissje al carbn, emborronade por la acelerada cartera del tren, hilvanaba mi vida intetrumpida por las esta. ciones. . Los pasajeros eran los mismos de siempre. Al bajar, los claxons de los automéviles olfateando fa traza de los viaje- tos, se acercaban con zalemas zigzagueantes de reconocimiento coreando su LIBRE insistence, El otofio comenzaba a recoger las primeras hojes volantes que reparcia el viento, Yo me sentia con esa profunda nostalgia que se va acumulando en las es- taciones solitarias, recordadas pot unas cuantas luces mortecinas, alegradas © enttistecidas por los pitazos de los trenes. Mi espiritu se ensombrecia co- ‘mo esos cattas desorilladas de rieles mohosos, en los escapes de las vias. Yo no era més que un catto en donde todo se habia ido, un carro olvida. do, con sus mitadas perdidas paralelamente, « lo largo del camino. Agobiado, ahumado de tentas saudades, empecé a recorrer las emo- ciones desconocidas que arardectan en Ia ciudad. Bajo el azoramiento de las calles desveladas de anuncios luminosos, me dcjaba estrujar por sus ruristas, sus mujeres elegantes, sus *'snobs"” de la ‘moda y del sistemitico vagar por las aceras desenfrenadas Bl parpadeo de mi semiforo columbr6, « lo lejos. su siluera confundida de vela que se desprende y se va a pegar a los méstiles atmosféticos, cuando tun viento agica la epidermis del mar. . No tenfa la seguridad de que fuese ella, pero su figura descolgada de mis recuerdos se estatizabz en la penumbra de un daguerrotipo. Caminé tras ella con a paradoja de que era Ella, de que su vox submati- na volveria 2 colorear ta esponja de mi coraz6n que se llenaba conti- nuamente de remembranzas de ella. Su andar ligero impulsaba mi astenia, Casi me arrepentia de haberla deja- do instintivamente a Iz orilla del mar o en la habitacién obscura de un café El contacto inesperado con la mukitud hacia balbucientes mis ideas, mientas ella se alejaba con mayor rapidez de mi memoria 2 Cuando casi me decidia a confesarle mis presentimientos, se perdié al uavés del cristal de la vittina de un alraacén La contemplaba imaginariamente. Queria retener sus contornos, sus miradas, sus sontisas. Adivinaba sus movimientos para desasirse de mi, pa. ta librarse de mf. Se quedaba para siempre entre perfumes, embalsamada de alucina- cones, de esperanzas. Se quedaba alli, etetnizada, Se esfumaba. . . No me quedaria de ella sino la sensacién de un tetrato cubista. Una pierna 2 la moda con medias de seda, rubotizada de espejos. .. La otra en actitud de hinojos. . . La insinceridad de sus guantes crema... Su mirar impasible, . . Su ropa intetior melanc6lica, . . Su recuerdo con pliegues. . . Se disasociaban en Ia vitrina de un almacén lujoso, inftan- queble. . . Vv ‘Todos los dias, a la misma hora, en el mismo lugar, con le irrevocable ne- cesidad de tener que utilizar algunas horas de mi involuntatia pero arraiga. da vagancia, tomaba el tranvi. Los ttanvias subrayaban todos los dias, codas las tardes, de 8.2 12 y media yde3a5y media, la carta de recomendacién de mi amigo. Mi vida cambié de aspecto. Cambié de uaje, de humor, de maneras. ‘Mi tebeldia casi se iba acostumbrando a esa existencia de calcomania de las oficinas. Por la influencia del ambiente rave que agregar a los recorresliterarios de mi vida, sellos oficiales, ideas mecanogréficas, frases traslicidas de papel catb6n, impresiones de goma de borrar, pensamientos aguzados unifor- ‘memente con "'sharpencrs'’. . El motivo de mi Ilegada 2 12 metr6poli, la causa de haber abandonada tantas cosas, se iba borrando, hundiendo, La realidad de que podria llegar a los ascensores intelectuales, me impulsaron a hacer muchas arbitrarieda- des imborrables que agitaban mi espititu. Habla salido de una oficina insignificance para entrar a una oficina im- porante. No habia hecho més que lo mismo. . . Mi vida fue tomando un aspecto de piso encetado. Diariamente arranca- baa mi disciplina de calendario la hoja numerada del fastidio del dia. Una vez que robé a! horario de la oficina, con la intenci6n de tomat el tranvia a una hora alegre diferente, entre el abigarramiento apretado de mujeres, ella subia empujada por la precision. Sent! impulsos de no tomar el mismo tranvia, de dejarla pasar inadverti- damente, de que no me recordara la figura doble que me obsesionaba des- de que me leia 2 mi mismo. . 9% Después tomé premeditadamente el tranvia a la misma hora en que ella lo tomaba. Sentado, silencioso, contemplndola, me encetraba en su indiferencia. Me divagaba con la conversaci6n babelesca de los anuncios hipnotizado- tes, en el interior del carro, Ella se balanceaba armoniosamente de las agasraderas, . . En mi interior, yo repasaba las mismas palabras para oftecerie el lugar que me habfa deparado la casualidad. Se lo ofrecia con los ojes, con las ma~ ‘nos, con el pensamicnto. Me levanté decidido a oftecérselo personalmente, pero ella se iba alejando, poco a poco, hacia la puerta, . . Muchas veces la esperé con wn vacio interior. . Mis sentimientos se desbordaban por las ventanillas, por el “croley"’, que iba dejando desgatramientos luminosos de su fibra sensitiva. . El esmalte de sus cabellos corcos, en espirales acariciantes, su vohiptuosa ‘wansparencia al andar, la comisura de su sontisa, me exacerbaba. Bajo su mirada fulgurante de sus sens y mi coraz6n se quedaron temblando, exhaustos, con ese tem= ~ lor incesante del motor desconectado repentinamente de ‘un anhelo de mis alls, v Ya tenia mucho tiempo de vivir en le ciudad y no conocta nada de fa ciudad. Apenas si conocia algo del cuatto que ocupaba en el hotel. 4 Al principio eave la intenci6n de pagar, en una casa de huéspedes me- diocre, un mes de vida. . . Las stibitas impresiones me lenaton de pe- numbra el cerebro y no pude hacerlo. Yo nunca he tenido sentido comén. . . Tomé un cuatto en el hotel mis lujoso de la ciudad. Un euatto que jamés utilcé, porque pasaba los dias y las noches en lugares inusitados, No me sentf vivit en el hotel sino cuando ella penetré, con sus pasos me- didos, en el ascensor. Subtamos Jencamente y tan itreales como ese humo que enferma la gar- ganta de las chimeneas. « La vida casi mecinica de las ciudades modernas me iba transformando. Mi voluntad ductilizada giraba en cualquier sentido. Me acostumbraba a no tener las facultades de caminar conscientemente. Encerrado en un coche, paseaba sonambiilico, por las calles. Yo eta un reflector de revés que prolongaba las visiones exteriores lumi- nosamente hacia Iss concavidades desconocidas de mi sensibilidad. Las ideas se explayaban convergentes hacia todas las cosas. Me volvia mecénico. Me conducian las observaciones puestas en cada uno de los objetos que usaba. Cuando el ascensot concluyé de desalojamnos y me encontré frente a ella y la observé detenidamente, me estupefacré de que ella también se habia ‘mecanizado. La vida eléctrca del hotel, nos ransformaba. Eraen tealidad, ella, pero era una mujer automética. Sus pasos arméni- 0s, cronométricos de figuras de fox-trot, se alejaban de mi, sin Ja sensacién de distancia; su risa se vertéa como si en su interior se desentollara una euerda Aactil de plata, sus miradas se proyectaban con una fijeca incandescente. Sus movimientos eran a lineas rectas, sus palabras las tesucitaba una deli- cada aguja de fondgrafo. . . Sus senos, cemblorosos de “amperes”. . Ya en el divin de su cuanto comenzamos 2 recordar las mismas cosas de siempre, . Nos escuchabamos ambos desde lejos. Nuestros receptores interpretaban silenciosamente, pot contacto hertziano, lo que no pudo precisat el repi- queteo del labio, ‘Me senti asido a sus manos, pegado a sus nervios, con una aferracién de polos contratios. Las insinvaciones de sus ojos eran insostenibles; yo los asordinaba con una pantalla opalescente. Cuando ella desaté su instalaci6n sensitiva y sacudi6 la mfa impasible, ‘nos quedamos como una estancia 2 obscuras, después de haberse quemado Jos conmutadotes de espasmos eléctticos. . Ella habia llegado a ser un APARTMENT cualquiera, como esos de los hoteles, con servicio “cold and hot’* y calefacci6n sentimental para las noches de invierno. . 95 vi Mi sombra se alargaba en los jardines con una pesadumbre de persiana apagada. Desencantado de una tristeza retrospectiva, su remembranza cos- mopolita de suntuosidades de ‘‘hall"” con mtisica de piano automético, sus miradas, sus sonrisas de antesala, me hactan daflo. .. ‘Aunque ella habia adivinado 1a obscuridad de mis primeros pasos en ta ciudad, aunque ella me sac6 con su mirar “eclarante’” de ojo de automévil —de [a callejuela apagada de batrio bajo en que teansitaba. . . Ella no podia ser ella... Me habe taruado. Habfa quemado hondamente su silucta en e] fondo de mi coraz6a, extenuado de tantas emociones. Indudablemente yo era un “‘papalore"” de la vida, Cuando me encontra- ba més allé de sus manos, casi iam6vil, o vibrando con Ja misma inguietud de su ocio infantil, me atraia o me alejaba incvitablemente. ‘Ya era mis que un vagabundo de las calles y de la vida, cra un vagabun- do del pensamicnto, no podia “estandarizar’” las células de mi cerebro exaltado. jEra posible que el destino, hojedndome diariamente, no encontrase lo que encontraba en todos los demis!. . . Ella me vio tendido, en un banco de un parque, con las manos metidas 50 Jos bolsillos de mi interioridad, de mis recuerdos. ‘Ahora era otra. Habia seguido las tendencias de las mujeres actuales. Era feminista. En una peluquerfa elegante; reuntase todos los dias con sus “‘compaicras". Su voz tenia el rufdo telefonico del ferninismo, . Era sindicalista. Sus movimiencos, sus ideas, sus caticias estaban sindica- lizadas. ‘Cuando yo le hablé de mis idealidades peregtinas, se 1i6 sin coqueteria. Azuzaba la necesidad de que las mujeres se cevelaran, se rebelaran. Queria convencerme de que nuestra vida es vulgar, como Ia de cual- quiera, de que no éramos més que unos visionatios, de que era indispen- sable hacer una revolucién spiritual. Sanear las mentalidades de canto romanticismo motb0so. . - ‘Yo escuchaba sus palabras con la ecléctica indiferencia que tenia para la chatla de las peluquerias. Los espejas no retrataban sus mohines frivolos. . . Feministas. Mienttas ella recortaba tlgo a mi vida ilusoria y me prodigaba sus caricias de “Fleurs d'Amour”, yo suftia la tiranta de sus brazos que me atenacea- ban con la simplicidad de las toallas amortajadoras de clientes. Sus modales, sus palabras me sugerian ese textible agasajo de los “‘office- boys"? de las peluquerias, que me hacian abandonar los establecimientos, medroso de que intentaran arteglar mi modo de ser. . . De acepillarme las ideas, de quitarme algo. . . De ponerme algo. . 96 Sin embargo, cuando salf, yo sentia naufragat en el sindicalistas sus miradas de ‘Un Jour Viendra’’. . agua de los espejos vit Cada ver que su recuerdo desovillaba mis letagos, tenta que engafterme ara no buscar Ia claridad de su sombra. Sus absurdidades, tan naturales, desmantelaron Ja téfaga de ilusién que navegaba n sus pupilas, No podia desarraigarme de su influencia, Sin embargo, de cuando en cuando, lograba olvidaria momenténeamente, mientras hetian mis sauda. des las voces de las dems mujeres. A pesat de que su transfiguracién habia sido sistematica, yo estaba segu- rode que, en el fondo, ella seguia pensando con los pensamientos mion Interiormente, la Uevaba ituminada con el mismo fervor con que clia me habia sacad lo de mi existencia obscura. Divagando por las calles desteftidas de lluvia, con la tenacidad de eterni zat su inencontrable figura, me refugiaba, intermitentemente. bajo las pestafias de las marquesinas. Estabe agobiado de mf, de sensaciones sentimentales. Por mas que in- tentaba pensar en la vida dinémica, una casa astrosa, un fatol insomne, un Papelero bajo Ia lava, un mendigo incrustado en un tineéan, desalojaban temordimieatos incomprendidos, nostalgias compasivas que me deretio raban. En la puerta de un cine, el timbre saqneaba a los transcuntes. Me deruve un instante Sus pasos: butacas, ara explicarme su realidad. ‘apenas si rozaban el silencio aglomerado numéricamente en las Su silueta se habie destemido. El ambiente descoloride en que vivia le daba cse aspecto. Toda ella se habla quedado en mi memotia, con una opalesceate clari- dad de ccluloide. . Transitabs jardines agitados por un viento de ventilador, con florescen- cias inanimadas humedecidas por una Hluvia de surtidor, Sus miradas estaban hechas de “‘dissolvesout”” mismo tono Todas las mética. . . + SU Vor tenfa siempre el ‘modulado con ritmos de silencio aeticulado. oches, como en un suétio, yo desenroliabs mi ihisién cine- Vir Mis evocaciones estaban agujereadas de sus miradas de puntos suspen- sivas... Sentado al borde de! creptisculo, las repasaba sin pensar 7 i Habia peregtinado mucho para encontrar fa mujer que una tarde me | desperé de un suefio. ¥ hasta ahora se me revelaba. Presentia sus miradas etc. . . sus sontisas etc, . . sus caticias etc, . . Estaba formada de todas ellas. . . Era la Sefosita Etc. Compleja de simplicidad, clara de imprecisa, inviolable de tanta violabilidad. . . 9R Las primeras impresiones de La Sehorte Bt, fueron escricas 127 de abril de 1922 LOS ESPEJOS DE LA VOZ A Carlos Noriega Hope (Quisiera presentat a este personaje en otro ambicute. En otro escenario. Pe- 10 es imposible. Para presentarlo en otro ambiente, en otto escenario tendria que inventarlos. Y cntonces, esta historia no seria del todo real. . . Esa noche que lo conoct, estaba como siempre, rodeado de sus pequetios fantoches. Fac en un entreacto. Después de haber presenciado sus muecas Y sus voces ficicias. Eta un hombre de aspecco insignificante. Un poco cruel, un poco repugnante. Tenia el color descarado que tienen todos los que se dedican 2 hacer reit o 2 hacer llorar a los ptiblicos. . . Nervioso. Sileacioso. Nunca hablaba sino para callar a los demés, . . Sus palabras es- taban hechas de tragedias gururales. Vestia una levita casi negra. Traje de alin joven de teatro de barrio bajo. Traje de nache de dertora. . Sin Jas exigencias del periodismo moderno, yo no lo hubiera conacido, ni auscultado. Una noche. Esa noche. El director de la revista, en donde ilustrabe mi ecio consuctudinario, nos dijo: —con Ia rudeze de wna ingenua vor infantil— HAY QUE ENTREVISTAR AL HOMBRE DE LOS FANTOCHES, Todos preguntamos al mismo tiempo: —2Quign es? —{Dénde vive?. . = Yo no sé. . Pero hay que entrevistarlo. Ninguno quiso hacer la entrevista. Yo, como era el mis incapar de ha- cetla, insinué —con una vor parvulita—, yo. . . podria. . . sin embargo. hacer. . . algo... Al principio, a causa de mi-timider, me catalogaban coma tonto, como imbécil y muchas veces hasta como talentoso. Yo no le daba importancia a esas apreciaciones, porque en mi intetior, catalogaba de otra manera. 101 A5 ‘Casi todos somos talentosos ¢ imbéciles. . .S6lo que hay vatias clases de imbéciles y de talentosos. Hay imbéciles que tienen mucho talento y hay talentosos demasiado imbéciles. . . Cuando se desbordan de imbecilidad Hegan a genios. El venurlocuo que yo entrevistaba era un genio estulto, Se alej6 de fa mediocridad en que vivimos, porque no soportaba los amma- neramientos, las tonteris, as sontisas de sus scmejantes. No soportaba ni siquiera las légrimas, . Sc embriagaba de un odio ancestral hacia la humanidad. La aborrecia. La pisoteaba. . . Cuando alguien reia, se encolerizaba. Cuando alguien llora. ba, proferia los insultas mas astrosos, més callejeros. Aburrido. Hastiado de la trigica comedieca que ensayamos pasajeramen- te-en este a veces estipido tablado, se encett6 en s{ mismo. Hizo su caos. Después, su fuego, su agua, su luz. . .Destruy6 odo lo instil que hay en Iaexistencia. Tomé un poco de su divinidad, un poco de su escociay for, mé su generacién Fue una gencracin original. Attevida. Premeditada. Preparada pata so- Portar el dia y la noche de la vida. . . Una generacién sin nervios: Insen. sible. Indiferente. No vivia més que de peasamientos de voces, de movi. mientos reflejados. Sus fantoches discutfan, hablaban, refan, Horaban como él. Aceptaba sus absurdidades, sus locuras, sus cordutas, con la mayor facilidad. Eran casi humanos. En los escenatios, con sus fantoches, gritaba cémo debia set el mundo para no ser tan idiota, ni tan triste, ni ean alegte, ni tan humano, ni tan di vino... Era casi un Dios. Del gran todo, habia inventado la nada. Era un creador de un mundo tan ilusotio, como el nuestro. Se miraba en 41, como ante un espe. Una noche, después, de una representacién, desencantado de que el PAblico se entusiasmara de la realidad de los fantoches, de que ceeyers que ellos vivian, refan, pensaban. . . quiso destrutles. Quiso acabar con su ge- fneraci6n. Con sus voces, sus movimientos, sus tragedias ficicas, Fue imposible. El pablico se opuso, los fantoches se opusieron. ¥ ravo que ahogar su voz, que casgar su sonsisa, que despegar sus lagr- mas. Que destruitse a sf mismo, ‘Yo queria dejar en unas cuantas cuattillas coda una vida. . . Quise artan- eat al silencio malo de mi entrevistado, el secrcto de su existencia ficicia, de su afin de alejarse de la humanidad.’. . ¥ vivicon él una “tournée” de sensaciones. Sélo que cuando llevé a la redaccién mi entcevista, ya no era tema de actualidad. . Agosto, 1921 102 EL CAFE DE NADIE ARQUELES vela Novelas Ediciones de HORIZONTE Jalapa, Ver. Replica Mexicana, Ay DEDICATORIA 2. CONCHITA URQUIZA amiga incraserible 4 MANUEL MAPLES ARCE cémplice en eave Café 1 ‘LA puerta del Café se abre hacia la avenida més tumultuosa de sol. Sin em- bargo, trasponiendo sus umbrales que estin como en el filtimo peldatio de {a realidad, parece que se entra al “subway” de los ensuefos, de las idea. servaciones cientificas y confesaban su incompetencia, analizande las cauees gue produjeron una mucree semejante, tan lena de las clarividades de la Vida. Sin duda, era una muerte de salén. . 1a frialdad y la rigider de In suave languidescencia con que se recosté sobre su desgracia premeditada, eran las Gnicas pruebas del crimen. Al principio, los médices ceyeron en tn intoricamiento involuntario, de (508 que se registran frecuentemente en las reuniones clegantes, en las dias furtivas o en las expansiones de los sentidas. . {La complicidad de esta mujer en el assinato era innegable, por la apa: riencia que tenfa de haber muerto en wn flirt del suicidio 4 Presentaba matices de una muerte de ensuefio, de una envencnada de emociones. . . Su lerargo era el mismo de las mujeres que se desmayan en fos recodos de las pesadillas. . ‘Una muerte etérea, provocada por un descuido agsadable ¢ incomprensi- ble, fa cubrfa, cal si hubiesen tendida sobre ella un velo de condescendencia Todo se embrollaba y todo se iba haciendo inexplicable. Los médicos no encontraron y no reconacieron sino la huells de una caticia sutil que habia contuccionado la gracia de su cuerpo y sacudido Ia alegria de su sontisa. 3 ESTE crimen —dijo el Derective,— no esti en ef catdlogo de mis obser- vaciones. Parece que fué cometido por un hipnotista 0 por un prestidigita- dot. Acaso éste sea el mismo de las tarjetas. El rev6lver indudablemente lo disparé una mano espiritualista. La ac- titud de la asesinada es idEntica a la de esas mujeres que duermen en los escenarios en un acto de ilusionismo. . . El arma que le quits la vida no esun arma cualquiera. . . Parece que una cottiente elécttica la hubiese desencajado, . . Un revblver eléettico de esos de dlkima invenci6n. B] asesino es, seguramente, un inventor. . . La tragedia ocusti6 en un salén que mo es este. . a vietima fué trasladada al divin, después de haberse cometido el cri- men, de otra manera no se explica que hayz quedado recostada tan delica- damente Bl cadaver dz Ia sensaci6n de que ha sido colocado por una mano cuida- dosa y amiga, una mano perspicaz y conocedora de los encantos femeni- nos. . . Entonces el asesino no es el de las tarjetas. Ia Gnica violencia observable es la de sus piernas que tienen una actitud meciinica, como si las hubieran cruzado después de la reftigeraci6n de la muerte. Tras esas reflexiones, et Detective se qued6 un momento pensativo, con- templando sagazmente el decorado oriental dela alfombra, la pesadumbre del mobiliario, los cortinajes suncuosos de la habivacién, queriendo pescibit el rumor de los pasos del criminal y buscando el botén del chaqué que siempre se queda sobre el edred6n, como un punto muerto de las pes- quiss. .. Ninguna mancha de sangre. Ningin indicio de luchas. Ninguna puerta forzada. Los picaportes funcionaban estrictamente, aceitados por la pro- bable pasividad que habia reinado siempre en esa casa, tal vez hasta en los momentos precisos del crimen. 242 ‘ Nt ‘Todo parecta increible en emte asesinato lleno de enratas que desconcerta- eee ban las medicaciones del Detective Empez6 a recorrer lentamente las habitaciones, deteniéndose, de cuando en cuando, en los éngulos que iban haciendo sus pensamientos en el con- = vergentismo de las investigaciones. Descorrié las persianas y los visllos de los ventanales, Una claridad exa- cerbante tapiz6 las paredes del sal6n circunspecto. - -Apags sus pensarnieatos agurando los ofdos, ccttando los ojas como para reconseruit mejot las escenas que se sucedieran tras las bambalinas improvi- sadas de los cottinajes, quetiendo escuchar el eco de las frases compromete- = doras que, a veces, se quedan enredadas'en las resonancias de las ha a ciones asfixiantes de soledad. . . Encendi6 su linterna sorda para seguir, entre tanta despistadora catidad, ‘paso a paso, los movimientos del asesino, estampados en la alfombra y fue - ‘marcando, personalmente, ia trayectoria de las pisadas criminales, . . 7 4 EL gesto hosco del Detective, cambié instantineamente. Se aclaraton sus pensamientos y se entreabrié una maliciosa sonrisa en sus labios exhaustos - de pregunras. . . 1a escalinata rechin6 bajo la cadencia de unas pisadas femeninas acom- asadas y puntuales. Eo el reloj sonaron, alternativamente, con los pasos aiménicos y alegres, 10 6 12 campanadas. . z El ruido de unas puertas que se desperezaban como unos brazos después de grandes noches aletargadas, estatiz6 su mizada buceante. El pestafieo del Derective coincidié hacia un mismo punto y parecia que una idea persistente horadaba sus preocupaciones. Manos acostumbradas a este ajetico, trasegaban papeles. El plumeto sacudia la pereza de las cosas. 5 El Detective sigui6 con la imaginaciGn los ruidos que se sucedieron si- i multéneamente, esperando escuchar un ruido falso, denunciador. Un indi- i cio. Una revelacién. Pero todo era matemitico y natural. Todo indicaba que esos muides eran los ruidos de siempre, los cuidos que hactan la masica “ diaria en aquelia habitaci6n, as pisadas cadenciosas volvieron a interrumpit la quietad molesta que lo aprisionaba. Iba y venta de un rincén a otro del silencio en que estaban - sumidos todos. : Los pasos se fueron oyendo, cada vez més cercanos, De cuando en cuando, llegaban hasta el umbral de la puerta, ese que es- peraba se abriera bajo el impulso de unas manos comprometidas, Acaso és- 243, tas que alborotaron los papeles buscando la carta denunciadora, tal vez ya Quemada en estos insrantes, . . Los pasos se acercaban y se presentiz que, de ua momento a o10, sonatian en medio de la espectacién. Pero se alejaron temiendo pisar el lat gar del ctimen, despavotidos de encontrarse con algo inusitado, Las miradas y los pensamientos del Detective cambiaron de ruta. Se le- vant6 del sill6n en que meditaba y fué caminando, poco a poco, hacia la puerta en que se estacionsron los pasos. . Laabris de un golpe y su mirada acechadora desconcerté la de una mujer alta, morena, de grandes ojos selvaticos, vestida de clegancia, con actitudes de haber vivido tina tercera parte de st vida. Se quedaron estiticos, concempléndose latgos instantes, quetiéndose descubrir el uno al otro, queriéndose explicar el repentino encuentio..- Ela sonrié ligera y cil, con esa sontisa que tienen las mujeres para cual- quiet aventura, para cualquier sorpresa. . . El Devective continues disecciontndola, ausculsindola y con una gran contesia le tendié la mano. . . ‘Caminaron unos cuantos pasos y volvieron a verse casi camatadilmente. —1Qué hacia usted? :Qué buscaba usted, con tanta actividad? —pre- gunté el Detective, sonriendo con suspicacia —Queria cercioratme de Ia habitacion preferida por él, este dia =iQuién es €? ~Precisamente hoy, no sé cémo se lame. Ayer se present6 como Fran- seis Buchon, Médico de la Facultad de Paris... Oxtas veces se hace pasat por Ferdinand Rossnerbach, Ingeniero te Minas, y otras, por Richard Bax. ter, Abogado y Notario. . . 22s usted el negociante que tenta que verlo?. —Negociante?. . . ¢Negociante?. fol... —dintonces, por qué me tomé usted del brazo como si ya estuvigsemos presentados? —Por intuicién y porque es usted la mujer que esperaba, Ella sontié. Sus cabellos sedosos de caricias, se alborotaron con los movi mientos de su cabeza ladeada hacia el almohad6n de la coqueceria. . Y con un gesto insinuante, pregunt6: —Yo la mujer. . . que usted. . . Y, sin poderse contener desgajé una carcajada afirmativa y dudosa. —Si, usted es la mujer que esperaba. No se asombre. Confiese usted lo que sabe, —Esun hombre muy raro. . . Me paga un sueldo inmerecido, tnica- ‘mente porque atienda con gracia alos que lo visitan. . . Y por eopiar en va. tios idiomas, earras que no s€ a dénde van. . Unas veces es un hombre distinguido, elegante, guapo, que mira a través de su monéculo con una mirada insostenible y conquistadora. . . Otras, et 246 un individuo cualquiera, despreocupado, con lentes gruesos como de sa- bio. . . con barba descuidada y cabellera canosa. . . Otras, ut hombre de ~ sal6a, frivolo y sractivo, zasurado completamente y peinado 2 "‘stacomb””. a Hay semanas que no sale de su recibidor particular y otras que no se le ve ai un momento. Lega siempre en un coche de marca diferente. 7 En el sal6n obsewro recibe @ una dama linguida y en cl salén que nunca he podido ver, a una de ojeras violéceas. Lo busca mucha gente. Sobre todo mujetes, Su vida es un misterio. Yo no sé, hasta ahora, pot qué entran y sa. len tantas personas de esta casa. Unas wuelven. A otras ni siquiera se les re. cuetda. . —:Cémo enti6 usted a esta casa?, . ~Leyendo un AVISO OPORTUNO, . . Ese qne dice: ““Muchacha bonita, discrcta, se necesita. Despacho particular, — Buen : sueldo.— Tel. 123-12."” Nos presentamos toda una colecci6n y, entre las mas prometedoras, yo fat ia elegida. . . —~Conoce usted sus gustos femeninos?. . —Son muchos y desiguales. . . Ea su recibidor secreto, guarda una pax noplia de miradas y de sontisas. . . ‘iene predilecciém por las muereas. . . 0 por jas que se mueren y le d jan una sensacién, una emocién dlkima, incontinuable, ““iereprisable" que no podré obtener nadie, que no podri saborear nadie... O por las que hacen como que se mueren y no vuelven a vetlo nunca... Por aquellas que destrayen ea él toda reminiscencia, lo vacfan, to renovaa y le reservan su mirada murience y languida, su sontisa quebradiza y su actitud postrera y congelada. : —iConfiese usted quién cometis el asesinato! —interrumpi6 el Devecti ve, tomando violentamente los hombros de Ja muchacha y agitindola con brusquedad. - —iAh!. . . Entonces al fin se llevé 2 cabo el crimen. | 5 EL es incapaz de ascsinar. Estoy segura que no es culpable, . . Sin em- argo... Sin embargo, . . equé?. ' —Yo presencié los ensayos. ~-élos ensayos? —pregunts desconcertado el Detective —Hasta esta oficina ea que nos encontramas llegé un ruido extrafio, co- mo de querer abrir una cezradura sigilosamente. Voces contradicrorias discutian algo que no pude percibir por el tono tan en sordina con que se pronunciaban las palabras. 245 ed Hablaron cn secreto, confidencialmente, casi con eaticias. . . Lz dama con quien aclaraba ciertas cosas intimas, tenfa un aitc indiferen- te, Se motaba en el matiz de las frases un afin de convencerla, de reani- mati Al principio las palabras que atticulaban, apenas se ofan, pero ya des- pués se ofan menos, Tuve la sensacién de que se iban alejando por la pers- pectiva intrincada de las discusiones. . . Las hacfa imperceptibles y las ap2- aba su caricrer sereno y sistemtico, que pone en todos les momentos una discreciéo absoluta, —2Cémo era Ia dama con quien él discutia? —No me fué posible veria, sino a través del velo espeso que cubria su rostr0. Ella, seguramemte, desde antes, ya lo esperaba en la habitacién. . . El llegé solo, asombrado de ia visita. No supe quién recibié a la dama y no Je di importancia a este incidente. En esta casa llena de irregularidades y amueblada de trucos, todo es posible, . . Qué personaje interpreté él durante esa excena? —El més atractivo, El petsonaje conquistadore irresistible. Elegante, ge- lante, displicente y distraido. Usaba actitudes de aventurcto roméntico. Un ttaje claro a grandes cuadros amarillos. Ei humo de su cigatrtlo ruso prolongaba cl vaho cflido de sus frases —2No observ6 ningén detalle de la dama? —No, ninguno. Solo una palabra que balbuceé con una vor descolorida. Gon una vor descolorida? —Si. Con esa voz descolorida de las mujeres que han Jdo destiendo sus conceptos en las discusiones abusridas. Tengo la seguridad que esa dama se tefia la voz. . . No era sinceta al discutir. No se exalraba, No cambiaba de tono. Siempre e! mismo timbre ficticio. . —1Qué palabra pronuncié? —No recuerdo. Mat bien, no la puedo reconsuruir. Me parccié de un idioma extrafio y extravagante. —

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