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APTI In xs. Lapaz de Dios ee ydel Rey CHIAPA: OTR a Ye A Lacandona (1525-1821) epee a Rn at DR Cire DT Op hanes ee are eae a CRM e tt etal ad We eee eRe ee eee Uta ead primeros europeos, y no ha llegado ain a su término. Una de las victimas de este proceso fue una pequena tribu indigena del sureste de México, los lacandones, OL senala Jan de Vos, fue totalmente exterminada durante el CO) Da DR CL cal eRe aT ea Cree Ce aaa oC Ae Re eee La Paz de Dios y del Rey trata de dicho etnocidio. Este Gee aca eel ere Re aad Ce ee ae a Tee a MT ead estado de Chiapas, de México e incluso de toda América. tes ame arate tee iat Lee ene a Cee TE ce Lm CO eee ed de organizacion, De Vos se une a la tradicién apologética de las civilizaciones americanas. “Las paginas de este libro —nos-dice— no son mas que un pequeio parrafo en = Lee CR esse Re Roce: CeCe ATE eey CU Oke OE eee Be ae gs destruccion que para vergiienza de todos nosotros sigue E Bear & Jan de Vos nacié en Amberes, Belgica, en 1936. Desde e 1973 reside en el estado de Chiapas. Entre sus obras se > encuentran: Fray Pedro Lorenzo de La Nada, La Batalla= del Sumidero y Oro Verde. La conquista de la selva = SCL S og ne eae acre tem a mere i eee ee 4 a il Secretaria de Educacion y Cultura de Chiapas Fondo de Cultura Econémica SECCION DE Oras DE HisTorIA LA PAZ DE DIOS YDEL REY JAN DE Vos LA PAZ DE DIOS Y DEL REY La conquista de la selva lacandona 1525-1821 SECRETARIA JUCACION Y CULTURA DE CHIAPAS ae FONDO DE CULTURA ECONOMICA MEXICO Primera edici6n, 1980 Segunda edicién, ree, 1988 ‘Segunda reimpresion, 1993 © 1980, Coleccién Ceiba, Gobierno del Estado de Chiapas D. R. © 1988, FONDO DE CULTURA ECONOMICA, S. A. DEC. V. Carretera Picacho-Ajusco 227; 14200 México, D. F. ISBN 968-16-3049-1 Impreso en México He aqui treinta 0 pocos mds desaforados gigantes con quienes pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enri. quecer; que esta es buena guerra, y -es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra. Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, libro I, capitulo VIII: Madrid, 1604 En algunos memoriales (...) Maman a estos po: bres lacandones fieros, crueles, comegentes (...) y quien oyere estos renombres, podra ser les conciba por gigantes; y son unos miserables desnudos, hijos de! miedo y del temor, temblando del nombre espafiol y de nosotros, que somos los hombres tan desnudos como ellos. Memorial de Fray Francisco. Gallegos O.P.. 1616 AGLI, Guatemala 152, 1, f. 162 v. La Laguna de Lacand6én (Miramar). Foto: Getrude Duby. Ia Selva Lacandona. Dos caribios en su medio ambiente natural. Foto: Getrude Duby. El Carnaval de Bachajon. Encuentro entre caribios y mujeres bacha- jontecas. Foto: Marcey Jacobson. Indigena de Jetjd, uno de los colonizadores tzeltales de la selva. Foto: Diana Castillo. PROLOGO Este libro trata de un etnocidio. La victima fue una pequefia tribu indigena de la Selva Lacandona, es decir de la parte orien- tal del actual estado de Chiapas, México. Es imposible precisar el lugar y el momento de la matanza, puesto que ésta abarca un proceso largo de varios siglos y se ha efectuado tanto en Chiapas como en Guatemala. En lo que respecta a las armas utilizadas para la matanza puede existir también cierta confpi- sién; los lacandones han sido exterminados no tanto por armas convencionales —como fueron por ejemplo la espada, el arca- buz y la hoguera— sino por otras sofisticadas que mataban a distancia y de manera andnima, por ejemplo las epidemias, las deportaciones masivas y los encarcelamientos colectivos. En cuan- to a los culpables del delito tampoco es facil descubrir su ver- dadera identidad. La desaparicién de los lacandones es ante todo el resultado de la violencia ejercida por el sistema colonial es- pafiol como tal y de la resistencia que opusieron las victimas como respuesta a dicha violencia. A diferencia de los demas grupos indigenas de Chiapas, los lacandones no quisieron some- terse a los conquistadores y pagaron por ello con el precio de su aniquilacién. En este sentido, los lacandones resultan respon- sables también de su propia desaparicién, etnocidio que, de al- guna manera, podemos calificar de “suicidio colectivo”. Pero no cabe duda que los culpables principales han sido los espafioles y criollos de Chiapas y Guatemala, que en los siglos XVI, XVII y XVIII ejercieron el sistema colonial opresor, al que dieron con- sistencia y operabilidad. Vale preguntarse si no es exagerada la afirmacién de que la comunidad lacandona desaparecié por completo de la historia. El hecho de que actualmente sobrevive en la selva de Chiapas una pequefia tribu indigena llamada “lacandones”, parece refutar la tesis de una aniquilacién total. Sin embargo, existen muchas pruebas como para demostrar que los“lacandones”de hoy no tienen en comtin con los lacandones de la Colonia més que el nombre. Denominacién que usurparon injustamente a partir del siglo XIX. Esta confusién de nombre ha sido motivo de que los “lacandones” de hoy son tomados como descendientes directos y legitimos de los de ayer. jComo si el etnocidio no hubiera sido total y, en consecuencia, los responsables del de- lito no hubieran sido plenamente culpables! Convencidos desde un principio que se trataba de un caso de doble identidad, no hemos podido resistir la tentacién de in- vestigar mds a fondo el problema histdrico que constituyen la desaparicién de la tribu lacandona en el siglo XVIII y su mis- teriosa resurreccién en el siglo XIX. La investigacién revelé pronto ser asunto complicado, tanto por la cantidad de personas y grupos involucrados como por el mimero de afios acumulados sobre el crimen. Ha sido necesario excavar el pasado, tanto de Jos autores y victimas del etnocidio como de los supuestos sobre- vivientes del mismo. Ha sido relativamente fdcil identificar a los Mamados lacandones de hoy como descendientes de extranjeros venidos de fuera, que no tienen derecho al nombre y menos aun a la identidad de la tribu desaparecida. En cambio, ha sido mucho més dificil la reconstruccién del crimen, en particular de los antecedentes y méviles de los culpables y de las victimas: de los culpables, por formar éstos un grupo social dividido en sub- grupos e individuos con motivos muy distintos y a veces dia- metralmente opuestos; de las victimas, por constituir éstas un grupo relativamente oscuro e insignificante, que no habia dejado mayor huella en las crénicas coloniales conocidas. La investigacién llevada a cabo, no obstante los obstdculos, a través del examen de muchos documentos inéditos que se con- servan en los archivos de Guatemala y Espafia, ha dado resulta- dos inesperados. Se nos han abierto poco a poco las puertas que dan acceso a un mundo humano fascinador: la época colonial americana en general y la sociedad colonial chiapaneca en par- ticular. Nos damos cuenta ahora que sin el conocimiento de esta Ultima seria imposible conocer y entender la sociedad chia- paneca de hoy. Més atin, los largos meses de redaccién que in- vertimos en la ciudad ladina de San Cristébal de las Casas, Ja antigua capital de Chiapas, y en la region indigena de Bachajon. Childn, han hecho que experimentemos en carne viva la profunda y_ tragica lucha de razas que divide hasta el dia de hoy a la so- ciedad chiapaneca, obviamente herencia del pasado colonial. He- mos aprendido a conocer y querer a los hermanos indigenas, descendientes de quienes durante siglos sufrieron el yugo de la opresién colonial y que ahora siguen siendo oprimidos por los ladinos mexicanos, herederos de los prejuicios y atropellos ra- cistas del pasado. Resulfa tarea imposible mencionar nominatim, a todas las Personas que de alguna manera nos han ayudado a llevar a tér- mino feliz el presente estudio. Pensamos, en primer lugar, en 10 los autores que mediante sus escritos han sido tanto nuestros guias en la investigacidn como maestros en la redaccién. En segundo lugar, expresamos agradecimiento a todos nuestros ami- gos en Chiapas, tanto extranjeros como nativos, que han apoyado nuestro trabajo. Algunos han asistido directamente, ayuddndonos en la biisqueda de publicaciones nuevas y documentos descono- cidos 0 corrigiendo con gran indulgencia nuestro espafiol inculto. Entre ellos merecen una menci6n especial Gertrude Duby, Marcey’ Jacobson y Diana Castillo, quienes me proporcionaron:amablerente las magnificas fotografias que ilustran este libro, y Sduardo Marti- nez, quien disené con gran maestria la seccién cartoyrafica. Otros nos han prestado sus bibliotecas y hasta sus casas, brinddndonos de esta manera un ambiente ideal para escribir. Otros han con- tinuado simplemente prestandonos su confianza, pese a sus re- servas acerca de un trabajo que, a primera vista, parece ser poco relevante en el proceso de liberacidn iniciado hace unos anos entre los indigenas de los Altos de Chiapas, proceso al cual ellos nos invitan, a los ladinos, a participar activamente. A todos estos amigos les agradecemos profunda y sinceramente las muchas y buenas ideas que nos han sugerido. Si no hemos sabido aprove- charlas siempre, ha sido a causa de nuestra deficiencia. Ahora bien, no faltardn personas que objetaran: {Por qué gastar tanto esfuerzo en resucitar un acontecimiento tan ominoso como es la exterminacién de una comunidad indigena, sobre todo si esta comunidad ha sido una tribu mas bien insignificante, que nunca jug6 un papel importante en la historia de Chiapas y que, por tanto, carece por completo de relevancia en la actuali- dad? Conviene dar desde ahora a tal objecién la siguiente res- puesta: Primero, si se trata de veras de un etnocidio siempre valdra la pena investigar el crimen e identificar al culpable; no importa que la victima haya sido insignificante o el delito haya prescrito desde hace tiempo; tampoco puede influir el hecho de que hayan sido doscientas, dos mil o veinte mil las personas desaparecidas. En segundo lugar, se trata en el caso de los lacan- dones de la Unica nacién indigena de Chiapas que supo conservar durante mucho tiempo sus costumbres antiguas; investigar su pasado es rescatar del olvido una cultura genuinamente maya, que sufrié6 muy poco contagio de la civilizacién europea. Pero existe una tercera y mas profunda razon, por la cual nuestra investigacién tiene sentido. La aniquilacién de los indios lacandones forma parte de un largo proceso de destruccién lle. vado a cabo por la llamada “civilizacién occidental” en contra de las culturas autéctonas de América. Este proceso se inicié con la conquista de América por Espafia y Portugal, y no ha legado todavia a su término. Lo que pasaba con los lacandones en el siglo XVIII, ocurre hoy en dia mutatis mutandis con otras comunidades indigenas de América, de México, de Chiapas. Ya no 11 son los espafioles a quienes podemos echar la culpa; somos nos- otros mismos los culpables. Para la civilizacién occidental, vio- lenta y opresora por naturaleza, las culturas indigenas siguen siendo un estorbo que debe ser eliminado. En la actualidad, varios paises suramericanos siguen exterminando a sangre fria a las Ultimas tribus indigenas libres de la selva amazénica. Otras naciones se limitan a destruir las culturas autdéctonas y fuerzan a los indfgenas a entrar en la sociedad nacional, para formar en ella ciudadanos desarraigados de segunda clase. Fn otros paises se les encierra, por dudosos motivos filantrdépicos, en zonas de refugio (a veces territoriales, a veces sutilmente culturales), en las cuales los indigenas estén condenados a vivir como piezas de museo, sin poder participar dignamente en la vida de la na- cién a la cual pertenecen. Y no existe ningun pais de América en donde el indigena no sea explotado econémicamente y oprimido socialmente por sus hermanos mestizos y blancos. Es ese crimen prolongado en el tiempo y extendido en el espacio, el que da a la exterminacién de los lacandones actuali- dad y a la reconstruccién de su historia justificacién. Las paginas que se siguen no son mds que pequefio pérrafo en la larga y triste Historia de la Destruccidn de as Indias que Fray Bartolomé de las Casas inicid en 1542 y que para vergiienza nuestra sigue siendo actual. Podemos y debemos aprender del pasado; sobre todo de un pasado vergonzoso. A quienes tuviésemos miedo o sintiésemos indiferencia, nos convendria meditar sobre el pro- verbio ruso que dice, “Al que recuerde lo viejo que le saquen un ojo; y al que lo olvide, que le saquen los dos”. Chilén, Chiapas. 30 de enero de 1978. INTRODUCCION E] Miércoles Santo del afio de 1695, a las doce del dia, un fraile franciscano se hallaba en la cima de una colina, a pocas leguas del lugar donde el rio Ixcdén confluye con el rio Jataté para formar ambos, después, el rfo Lacanttin. Contemplaba con suma satisfaccién lo que durante cuarenta dias de marcha fati- gosa habia llenado sus suefios y compensado sus esfuerzos: a sus pies se extendfa, rodeada por la selva, una sabana grande, cubierta de drboles frutalés y de sementeras de mafz. En el extremo de esa llanura, al pie del cerro, se vislumbraba una po- blacién de reducido tamafio. Mostraba a la vista unas cien casas bien construidas y pintadas de blanco. No cabfa duda: el misio- nero hab{a encontrado la cabecera legendaria de los indios la- candones, la ultima tribu indigena insumisa de Chiapas. El fraile venfa de Huehuetenango. Junto a él estaban cuatro indios del pueblo de San Mateo Ixtataén. Habian acompafiado al padre en calidad de gufas, Ellos también contemplaban el pano- rama idilico, formado por la poblacién blanca en medio de los verdes claros de la Ianura y los verdes més oscuros de la selva. Pero sus pensamientos tomaron otro rumbo que los del misione- ro. Este se imaginaba hallarse ya pronto evangelizando y con- virtiendo a los habitantes del pueblo. Sus acompafiantes, en cambio, disimulaban con dificultad el temor que les inspiraba el espectéculo. Consideraban a los lacandones los peores enemigos que su comunidad jamds habia tenido. Conservaban muy vivo el recuerdo de las incursiones sangrientas que la tribu insumisa ha- bia dirigido en el pasado contra su pueblo y los de sus vecinos. Por dicha razén se negaron rotundamente a acompafiar al fran- ciscano cuando éste se dispuso a bajar al pueblo lacandén. El misionero atrevido no tuvo mds remedio que continuar solo la marcha. Pero antes de hacerlo se senté de nuevo y escri- bié la siguiente carta a un superior religioso: “Muy reverendo padre nuestro provincial Fray Diego de Rivas. Viva Jestis y su dolorosisima Madre, cuya paz sea en 13 el alma de vuestra paternidad muy reverenda y de todos mis padres y sefiores. Amén. Porque los portadores darén muy larga noticia a vuestra paternidad muy reverenda, sdlo digo que esto escribo a la vista de un pueblo como Solomé, que después de estos volcanes esta en unas grandes sabanas. A los cuatro compafieros no les ha dado el Sefor voluntad de pa- sar de aqui, por lo cual me voy luego en nombre de el dul- cisimo Jesus al pueblo de Nuestra Sefora de los Dolores a anunciarles a sus habitantes la paz de Dios y de el Rey Encomiéndeme vuestra paternidad muy reverenda al Sefor para que sepa hacer su santa voluntad en todo y por todo aqui y en la eternidad. Amen. Fecha una legua corta de dicho puebio de los Dolores, hoy miércoles a las doce de el dia seis de abril de 1695. Fray Pedro de la Concepcién”('). Fray Pedro se consumia, por lo visto, de impaciencia para poder anunciar a los lacandones “la Paz de Dios y del Rey”. ,Qué significaban estas palabras? {Qué significaba la realidad expresa- da por ellas? Nada menos que la imposicién del régimen colonial espafiol, con todas las consecuencias que eso implicaba para los indios como pueblo dominado. La formula no era nueva. Ya la habian utilizado los conquis- tadores en sus requerimientos cuando por los afios de 1530 sub- yugaron gran parte de la tierra chiapaneca. También los primeros misioneros dominicos, que vinieron a evangelizarla veinte afios mas tarde, habian propagado el mismo mensaje. Pero a Fray Pe- dro lo separaba de esos pioneros de la primera hora mds de siglo y medio. En el transcurso de los afios el contenido de la formula habia sufrido cambios importantes, tanto en la realidad objetiva como en la mente de los espafioles, embajadores de la paz, y de los indios, beneficiarios de la misma. No cabe duda que los primeros conquistadores de Chiapas fueron ante todo soldados dvidos de gloria militar y de riquezas materiales, al mismo tiempo que les animaba la ilusién de fun- dar en esta parte una nueva sociedad que encarnaria lo mejor de la patria: una Nueva Espafia. Los primeros compafieros de Fray Bartolomé de las Casas llegaron a Chiapas con el ideal de convertir a los indios a un nuevo cristianismo, no contagiado por las deformaciones y contradicciones que sufria la Iglesia en Europa. En cuanto a los nativos: no teniendo todavia la expe- riencia amarga de la futura explotacién colonial, se dejaron im- presionar facilmente por aquella promesa de paz, que les invita- ba a abrazar una vida mejor bajo la proteccién de un rey lejano pero benévolo y a contar con la bendicién de un dios desconocido pero mucho més misericordioso que los suyos. Al final del siglo XVII ese panorama habia cambiado por completo. Los soldados espafioles de los primeros tiempos se 14 habian convertido en colonos, conscientes y orgullosos de su status de clase privilegiada, que protege y defiende sus intereses a ex- pensas de los indios y en contra del control ejercido por la metropoli. Si se lanzan todavia a una conquista de indios, lo ha- cen tinicamente por razones de seguridad y provecho propios. En lo que se refiere al pufiado de misioneros pobres y entusiastas del principio ha desaparecido desde hace mucho tiempo y en su lugar se levanta ahora una iglesia bien organizada, en la cual tanto el clero secular como las distintas érdenes religiosas gozan de un bienestar material y un prestigio fuera de lo comun; se dis- putan entre si la influencia sobre la sociedad criolla y el poder en los pueblos indigenas. Estos ultimos han perdido, después de siglo y medio de colonizacién, gran parte de su identidad cultu- ral. Han perdido también gran parte de sus ilusiones: “la Paz de Dios y del Rey” ha sido una mentira. Los nuevos titulos de “hijos de Dios” y “vasallos del Rey” no valen nada en realidad. Han sido bautizados, viven en pueblos al estilo espafiol, pagan tributos y diezmos, veneran a santos y sacerdotes, obedecen al rey y a sus lugartenientes. Pero sufren todo el peso de la explo- tacién colonial, sobre todo al ser considerados por la iglesia nifos de poco y duro entendimiento, y tratados por el gobierno como ciudadanos de infima categoria, buenos tinicamente para trabajar y tributar al servicio de los colonizadores. éY los lacandones? Son, al final del siglo XVII, la unica na- ci6n indigena de Chiapas que ha podido resistir, con relativo éxito, a la invasion espafiola y conservar su independencia. Llevan mas de siglo y medio de rebeldia, pero el precio ha sido alto. Forman ahora una comunidad muy reducida en numero y endurecida en su odio contra los indios cristianizados de los pueblos de paz y contra sus amos, los espafioles. Han padecido el poder del gobierno colonial, puesto que en dos ocasiones las tropas espa- fiolas destruyeron su antigua ciudad edificada en una isla rocosa, situada en una laguna y llamada Lacam-Tun, que quiere decir “Gran Pefidn” (*). Al finalizar el siglo XVI se vieron obligados a abandonar dicha ciudad lacustre y retirarse hacia el sureste, adentrdndose mas atin en la selva protectora. Encontraron una sabana grande, rodeada y protegida por la gran curva del rio Lacantun. Allf fundaron una nueva ciudad a la que dieron el nombre de Sac-Bahidn o “Tigre Blanco”. Esta nueva poblacién sirvié en adelante como cabecera de su pequefio reino selvitico. Fuera de Sac-Bahlan existian, al final del siglo XVII, otros dos pueblos mds pequefios, situados en una distancia aproximada de diez leguas de la cabecera, hacia el noreste, llamados Petd y Map. Estos tres nucleos, perdidos en la selva impenetrable, constituyen el ultimo refugio de los lacandones contra las entradas armadas de los espafioles y las incursiones sangrientas que han padecido en el pasado de su enemigo tradicional, los indios itzdes del 15 Petén, y que estén padeciendo ahora de parte de un enemigo re- ciente, los indios petenactes del Usumacinta, una tribu indigena compuesta por elementos insumisos del Petén y de renegados de Tabasco. Son estos lacandones a los cuales Fray Pedro de la Concep- cién se dispone anunciar, en aquella memorable Semana Santa de 1695, la paz de Dios y del Rey. Ha convertido ya, desde lejos y con un simple trazo de su pluma, el nombre pagano de la ciudad lacandona. Se llamard de hoy en adelante: Nuestra Sefora de los Dolores del Lacandén. Urgele ahora evangelizar a sus habitantes y darles también a ellos nombres cristianos. Fray Pedro confia en la pronta realizacién de esa empresa. Detrds suyo, a un dia de marcha, avanzan sus compafieros; son cinco frailes merceda- rios y doscientos soldados. Desde Ocosingo, pueblo tzeltal de los Altos de Chiapas, vienen caminando otros tres misioneros en compafifa de un pequefio ejército de novecientos militares y car- gadores. Esta “escolta” la consideran los misioneros del final del siglo XVII normal y necesaria. gNo son, pues, los lacandones enemigos crueles y salvajes que han cometido toda clase de atro- cidades contra los pueblos cristianos? {Debido a sus repetidas incursiones en busqueda de esclavos y victimas para el sacrificio no expresan acaso una amenaza continua e intolerable contra la seguridad del régimen colonial y de la Iglesia Catdlica? Fray Pedro daria a los lacandones la oportunidad de rendirse, usando al efecto su sola persona: bajar4 solo e inerme al pueblo. Pero eso si, que sepan los rebeldes sobre todo que detrds de él vienen los soldados con el arcabuz en el hombro y la espada en la mano, para agregar la fuerza a su pacifica predicacion... Mas de un siglo antes, por los afios de 1570, otro misionero, también Iamado Fray Pedro pero dominico, habia tratado de evangelizar a los lacandones cuando vivian todavia en la isla la- custre de Lacam-Tun. Dos veces visité la cabecera lacandona y ofrecié a sus habitantes la paz de Dios y del Rey. Entre ambos existe un abismo en cuanto a ideologia y es- trategia misioneras. Fray Pedro Lorenzo, el dominico del siglo XVI, oper6 solo, confié exclusivamente en la fuerza de su palabra, predicd un Dios sin armas y ofrecié una paz sin soldados. Fray Pedro de la Concepcién, al contrario, es precursor de una tropa armada de mds de mil soldados, encabezada por el capitén ge- neral de Guatemala en persona. Fue una paz bien peculiar la que anunciaba Fray Pedro, cuando pocos dias después de su llegada el ejército pacificador tamaba posesién de Sac-Bahldn. Treinta afios més tarde, el pueblo habia sido borrado del mapa y sus habitan- tes habian desaparecido de la historia humana. Las reducciones forzadas, los desplazamientos sucesivos, las epidemias inevitables acabaron, en el lapso de una sola generacién, con la ultima tribu independiente de Chiapas. Se destruyé su pueblo, se perdié su 16 cultura, se olvidé su lengua, desaparecieron sus hombres, muje- res y nifios. En 1769, el alcalde mayor de Suchitepequez, Guate- mala, en btisqueda del pueblo extinguido de Dolores, encontré en un barrio abandonado del pueblo de Santa Catarina Retalhuleu, a los tltimos tres sobrevivientes de la tribu que un dia habia sido terror de los indios cristianos y pesadilla del gobierno es- pafiol. eee Es nuestra intencién reconstruir en el presente estudio la historia de la conquista de los indios lacandones por los espafio- les y asimismo la resistencia que aquéllos ofrecieron a sus inva- sores. Trataremos de reconstruir un proceso largo y dramatico, en el cual actuaron muchas personas e instituciones, estuvieron en juego diversos intereses y se aplicaron diversas ideologias. Este proceso esté caracterizado superficialmente por una serie de entradas —armadas y pacificas— hechas por los espafioles, a las cuales los lacandones han respondido con varias incursiones —mas 0 menos sangrientas— contra los pueblos de indios pacifi- cados. Se inicia con el primer choque entre nativos e invasores en 1530 y termina con la subyugacién final de los lacandones en 1695. Pero en cuanto a las consecuencias de la pacificacién, la historia se prolonga hasta 1769, fecha en la cual se menciona por Ultima vez la comunidad lacandona en un documento colonial. Seguiremos, paso a paso, la trégica trayectoria de esa tribu rebel- de que no quiso aceptar al Dios y al Rey de los espafioles y que tuvo que pagar esa negativa con la desintegracién total de su comunidad. Hemos enfocado nuestro interés deliberadamente hacia la suer- te de los lacandones. Eso no quiere decir que las demds comuni- dades que poblaban la selva chiapaneca en el momento de la Conquista no recibirdén nuestra atencién. Pero seguiremos su des- tino sélo hasta el momento de su éxodo de la selva y su inte- gracién en el sistema colonial. Describir la mala suerte de esas tribus, una vez que estuvieron reducidas bajo la dominacién es- pafiola, seria escribir otra historia no menos dramética pero demasiado amplia para que cupiera en el marco del presente estudio. Son los indios lacandones los que dominan la historia colonial de la selva chiapaneca. Son ellos los que dieron el nombre por el cual se conocié entonces: El Lacandén, y se conoce ahora: La Selva Lacandona. Gracias a su conquista tardia, existen acerca de ellos mds datos etnograficos que acerca de cualquier otra co- munidat’ indigena de Chiapas. Ese abundante material documen- tal permite dedicar a ellos una monografia que hace justicia a la pretensién legitima que han conservado hasta hoy en dia los pueblos indigenas de Chiapas y de otras regiones de México, la 17 de considerarse y ser considerados como “naciones”, es decir, comunidades individuales, distintas la una de la otra, a pesar de tener una organizacidn sociopolitica parecida o hablar més o me- nos la misma lengua. Los investigadores modernos que usan térmi nos generales, como por ejemplo “indigenas tzeltales” o “indigenas choles”, muchas veces no se dan cuenta de que dichos términos son etiquetas fabricadas por ellos mismos e impuestas inadecua- damente a todo un conglomerado de comunidades por razones exclusivamente lingiiisticas, cuando en realidad cada comunidad indigena se identifica y quiere ser identificada como grupo tnico y exclusivo de las demas (*). Afirmamos que existe una cantidad relativamente abundante de documentos que permiten reconstruir la vida y la historia de los lacandones. Sin embargo, hay que reconocer que se trata de documentos escritos por espafioles. La historia de Chiapas ca- rece desgraciadamente de fuentes “indigenas”, es decir escritas por los indios mismos, sea en lengua nativa sea en espafiol. El Popol Vuh chiapaneco esté todavia por descubrirse si alguna vez fue escrito... Ni siquiera existe para Chiapas el equivalente de los incomparables escritos etnogréficos de Diego de Landa o Bernardino de Sahagun. En comparacién con los mayas de Yuca tan y los mexicanos del Altiplano, los indios de Chiapas estaban en un nivel cultural mucho mas bajo. Esa fue probablemente la razon por la cual los frailes dominicos desistieron en poner sus costumbres por escrito. Para conocer la historia de las comunida- des indigenas chiapanecas no hay otro camino que el que con- duce a través de las fuentes espafiolas y estas hablan muy raras veces directamente del modo de vivir y pensar de los indios. De los espafioles podemos llegar a captar hasta sus méviles secretos y prejuicios inconscientes. El indio, al contrario, queda forzosa- mente callado, y por callarse sigue siendo en muchos aspectos un misterio impenetrable. También en el caso de los lacandones, los documentos disponibles se limitan por lo general a relatar los encuentros superficiales de conquista militar de los espafioles a una tribu insumisa. Muy raras veces estos escritos llegan a tener un nivel de verdadero interés etnogrdfico. No queda otra solucién que remar con los remos que se nos ofrecen. Tratamos de reunir cuantos documentos nos fueron posi- bles y de extraer de ellos toda la informacién que pudieran conte- ner. Hemos tomado en cuenta el hecho de que las crénicas colonia- les de Chiapas, en particular la Historia General de Antonio de Re- mesal, reflejan a menudo un punto de vista no sdlo parcial sino erréneo ('). En la medida de lo posible hemos procurado com- pletar y controlarlas con datos sacados de documentos de archivo, por lo general mas cercanos a los hechos. Sin embargo, hemos estado conscientes de que muchos informes oficiales y cartas personales padecen de la misma enfermedad que las crénicas: . 18 son a menudo escritos interesados y a veces polémicos, que dan de la realidad su versién particular (*). Hemos tratado de solu- cionar este problema, comparando varios documentos sobre el mismo asunto, cada vez que parecié necesario y posible. El re- sultado es el presente estudio: una aportacién modesta pero util a la historiografia chiapaneca, que por lo general carece todavia de espiritu critico, método cientifico e investigacién exhaustiva de las fuentes. Personalmente hemos tratado de responder a esas tres exigencias. El lector juzgard si hemos logrado nuestro ob- jetivo. fol eal La mayoria de los documentos disponibles estén relacionados con las cinco entradas militares que los espafioles emprendieron contra el Lacandén,a saber en 1530, 1559, 1586, 1646 y 1695. Entre dichos documentos ocupan el primer lugar las “Relaciones” escritas durante o después de las entradas. No todos los informes tienen el mismo valor. Por ejemplo, los que describen las campajfias de 1530, 1559 y 1646 son de cronistas que no fueron testigos ocula- res y escribieron bastante tiempo después de los hechos. Se trata de Gonzalo Fernandez de Oviedo y Valdés, cuya Historia General y Natural de las Indias, Libro XXXII, Capitulos IV y V (1562) es nuestra wnica fuente para la entrada de 1530; (") de Antonio de Remesal, quien en su Historia General de las Indias Occidentales, Libro X, Capitulo XII (1620), ofrece una versi6n un tanto nove- lesca de la entrada de 1559; (") y de Diego Lopez de Gogolludo, que en su Historia de Yucatdn, Libro XII, Capitulo II-VI (1688) describe el trabajo misionero desempefiado por los frailes fran- ciscanos después de la entrada de 1646 (*). Al contrario, para la entrada de 1586 disponemos de un informe oficial y detallado, redactado durante la expedicién misma y provisto de todo el aparato juridico necesario para probar su veracidad; es la Fee de la llegada al penol y autos de lo que en la jornada zusedi6, escrita por el escribano oficial del capitan Juan de Morales de Villavi- cencio, caudillo de la conquista ("). Es la entrada de 1695 la mejor documentada. En primer lugar tenemos dos Cartas, escritas por dos misioneros que participaron activamente en la expedicién y se dedicaron después durante al- gtin tiempo a la evangelizacion de los lacandones; ellos son Fray Antonio Margil OFM. (") y Fray Diego de Rivas OM. ("). Los dos escritos son mina de datos etnogrdficos acerca de la comuni- dad lacandona en el momento de su conquista por los espafioles. Los completan felizmente dos Relaciones escritas por militares que también participaron en los hechos; la del capitan Pedro Al- varez de Miranda, transcrita integralmente por Francisco Ximé- nez en su Historia de la Provincia de San Vicente de Chiapa y 19 Guatemala, Libro V, Capitulos LX-LXII (1720) ("*); y la que es- cribid el capitén Nicolas de Valenzuela en el mismo afio de 1695 (*) y que sirvié después de fuente principal a Juan de Villagu- tierre Soto-Mayor para la redaccién de su Historia de la conquista de la Provincia de El Itad, reduccién y progreso de la de El La- cand6n (1701) (*). Con excepcién de la obra de Nicolas de Valenzuela, todos los demas informes citados estén publicados. Unos, como la carta de Fray Antonio Margil se reducen a unas pocas paginas. Otros, como la relacién de Valenzuela ocupan varios centenares de fo- lios. Todos juntos forman una documentacidn etnogréfica sufi- cientemente completa para justificar el intento de reconstruir la identidad de la tribu lacandona, en especial la que ésta tenia al final del siglo XVII. ~ Huelga decir que los documentos relativos a las cinco entradas han sido las fuentes principales para nuestro estudio. En segundo lugar viene la informacién encontrada casualmente en algunas cronicas. Las mds importantes son las siguientes: 1) La Historia de la venida de los religiosos a la provincia de Chiapa, de Fray Tomds de la Torre, escrita entre 1545 y 1565 y copiada parcial- mente por Francisco Ximénez en su mencionada Historia ("); contiene datos preciosos acerca de la actividad misionera del le- gendario Fray Pedro Lorenzo en la Selva Lacandona por los afios 1560-1570. 2) La Relacién breve y verdadera de algunas cosas de las muchas que sucedieron al padre Fray Alonso Ponce de Leon, escrita por Fray Antonio de Ciudad Real en 1586; ofrece algunos datos acerca de los lacandones por los afios de 1580 ("*). 3) La Rela- cién Histérica-Descriptiva de las Provincias de la Vera Paz y de la del Manché, escrita por el capitdn Martin Alfonso Tovilla en 1636; contiene un capitulo de sumo interés etnogrdfico acerca de los lacandones por los afios de 1630 ("). 4) El libro controvertido de Thomas Gage, The English-American. His travail by sea and land or a New Survey of the West Indies (1648) que menciona una ex- pedicién abortada desde la Verapaz en el afio de 1628 ("). 5) La Historia de la Provincia de San Vicente de Chiapa y Guatemala de Fray Francisco Ximénez (1720), la cual, a pesar de la lamenta- tle laguna del perfodo 1550-1600, causada por la pérdida del Libro III, da informacidn valiosa, tanto a través de las copias de varias relaciones contempordneas a los hechos (las de Tomas de la To- tre, de Agustin Cano, de Pedro Alvarez de Miranda, de Juan de Villagutierre) como por sus propios comentarios y aportaciones al tema (”). Quedan finalmente los documentos de archivo, que aluden a los lacandones y las demdés comunidades indigenas de la Selva Lacandona, sea en vista de una entrada armada o sea con la preocupacidén de su conversién pacifica. En su mayorfa son cé- dulas y provisiones reales, cartas de personas ptblicas y privadas 20 de Guatemala y de Chiapas, expedientes de visitas religiosas y civiles, censos y listas de tributarios, etcétera. En una palabra, todo el arsenal de fuentes de archivo que forman el comple- mento necesario a las fuentes narrativas. Hemos tenido la opor- tunidad de consultarlas en los archivos de Espafia, Guatemala y Chiapas y en algunas bibliotecas de los Estados Unidos (*). Hemos procurado trabajar, en lo posible, sobre los originales, aun cuando estuvieran publicados 0 citados por autores moder- nos. Varias veces tal cuidado, que pudiera parecer excesivo, se justificé al juzgar por la mala paleografia encontrada en algunas publicaciones de documentos. eee No existe en Chiapas ninguna otra comunidad indigena que haya recibido tanto interés de parte de los estudiosos que los lacandones. El etnohistoriador Nicholas Hellmuth ha podido reu- nir mds de 200 titulos de escritos que de alguna manera estén relacionados con ellos. (") Sin embargo, esta abundancia de li- pros, articulos y reportajes es engafiosa. La gran mayoria son pu- Dlicaciones antropoldgicas consagradas al estudio de una tribu pequefia de més 0 menos 350 indios que viven actualmente agru- pados en cuatro comunidades cerca del rio Lacanja y de las la- gunas de Metzabok y Naja. Acerca de esos indios, que desde el siglo pasado han sido llamados erréneamente “lacandones”, se han divulgado en el curso del presente siglo dos mitos. El pri- mero es la creencia de que sean los descendientes directos de la tribu del mismo nombre que durante la época colonial escapé al control del gobierno colonial (*). El segundo mito es una prolon- gacién del primero. En efecto, se cree que ese grupo indigena haya vivido prdcticamente sin contacto con la civilizacién occi- dental, por lo cual conservé hasta tiempos muy recientes, sus costumbres y creencias mayas antiguas. Conservacién milagrosa que ahora nos darfa la oportunidad, tinica en México, de estudiar la aaa maya prehispdénica en una comunidad indigena ac- tual... (*). Estos dos mitos gozan de gran popularidad, tanto entre me- xicanos como entre extranjeros. Ademds, son dificiles de destruir, tanto mds cuanto que sirven a fomentar el turismo nacional e internacional y a apoyar ciertos objetivos politicos y econémicos de dudosa ley. Desde hace varios afios se organizan visitas regu- lares al caribal de Lacanjé Chanzayab para ofrecer a los curiosos la oportunidad de contemplar in situ a sus habitantes, por ser considerados éstos los ultimos vestigios vivientes de los mayas antiguos. Y en 1971, el gobierno mexicano confirmd por decreto presidencial a favor de 350 lacandones sus titulos de propiedad sobre 614,000 hectdreas de la Selva Lacandona, con el argumento 21

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