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PAIDOS ESTADO Y SOCIEDAD Ultimos titulos publicados: S.P. Huntington, £l orden politico en las sociedades 6. 1.1. Donahue, La decision de privatizar 7. N. Tenzer, La sociedad despolitizada 8. R.A. Dahl, La democracia y sus oriticos 9. JR. Jorrat y R. Sauti (comps.), Despues de German 10. M. Wieviorka, £1 espacio del racismo 11. M. Albert, Capitalismo contra capitalismo 12. J. Lacouture, Jesuitas, 1. Los conquistadores 13. K. Boulding, Las tes caras del poder 14, H. Atendi, La condicion humana 15. G. Delannoi y P. A. Taguielf (comps.), Teorias del nacionalisono 16, C. Smith, La teologta de la liberacton 17. L. Emmerij El en/rentamiento norte-sur Un polvorin en el mundo moderno J. Lacouture, Jesuitas, 2 Los continuadores LL. Goudillo, La objecién de conciencia S.P Huntington, La tercera ola K.R. Popper, Est busca de un mundo mejor D. Osborne yT. Gaebler, La reinvencidn del gobierno J. Riechmann y F. Fernandez Buey, Redes que dan libertad F Calderon y M. R, dos Santos, Saciedades sin atajos J. M. Guéhenno, Ei fin de la democracia S.G. Payne, La primera democracia espariola E. Resta, La certeza y la esperanza M, Howard Ross, La cultura del conflicto S.P. Huntington, El choque de eivilizaciones G. Kepel, AT oeste de Ala K-R. Popper, La responsabilidad de vivir E. Geliner, Condiciones de la libertad G. Bosetti (comp.), zquierda puso cero CLasch, La rebelién de las elites IP Fitoussi, El debate prohibido RL. Heilbroner, Visiones del futuro LV. Gerstner, Reinventando la educacion B Barry, La justicia como imparcialidad W. Kymlicka, Ciudadanta multicultural J. Ritkin, El fin del trabajo C. Castells (comp.), Perspectivas feministas en teorta politica Van Paris, Liberiad real para todos P. Kelly, Por un fururo alternativo P.O. Costa, J. M. Pérez Tornero y F. Tropea, Tribus urbanas A. Dobson, Pensamiento politico verde A. Margalit, La sociedad decente D, Held, La'demiocracia y el orden global A. Giddens, Poltica, sociologia y teoria social RA Heifetz, Liderazgo sin respuestas faciles 2. R’ Bergalli y E. Resta (comps), Soberartta: wn principio que se derrumba David Held La democracia y el orden global Del Estado moderno al gobierno cosmopolita PAIDOS foe Capitulo 2 LA EMERGENCIA DE LA SOBERANIA Y EL ESTADO MODERNO 1a formacién del Estado moderno debe see entendida en el contex- to de las divisiones politicas y los conflictos religiosos que siguieron al derrumbe del mundo medieval, y las nuevas controversias en torno a la naturaleza de la autoridad pol rica que emergieron en aquella época. Este contexto nos permite apreciar las innovaciones institucionales y conceptuales clave del Estado moderno, y de ese modo resaltar de qué manera se desarrollé la discusién acerca de la naturaleza y la forma adecuadas de la comunidad politica. El concepto de soberania organiz6 a emergencia del Estado moderno y enmarcé el desarrollo de la demo~ cracia y los procesos que propiciaron su consolidacién. El propésico de este capitulo es bosquejar estas relaciones. Al hacerlo, obtendremos las herramientas para explorar, en el siguiente capitulo, cémo el Estado moderno se convirti6 en el foco central del proceso de elaboracién de decisiones piblicas y por qué el Estado-nacién democratico liberal lleg6 a ser la forma predominante del Estado moderno a lo largo del tiempo. El punto central de referencia sera la construccién del Estado mo- derno en Europa. Varias son las razones a favor de esta restriccién geo- gréfica. En primer lugar, la historia de la formacién del Estado moder- ‘no es en parte la historia de la formacién de Europa y viceversa. El desarrollo de una identidad distintivamente «europea» estd estrecha- mente ligado a la creacién de Europa por los Estados. Mas atin, el sisce- ma de Bstados de Buropa ha tenido una extraordinaria influencia en el mundb allende Europa: la expansién y el desarrollo de Europa desem- Peftaron un papel decisivo en la confeccién del mapa politico del mundo moderno, Tanto es asi que los debates acerca de la naturaleza del Estado moderno derivan en importante medida de las tradiciones intelectuales europeas; ahora bien, reconocer estos hechos de ninguna ‘manera implica, por supuesto, que todo lo que tenga que ver con los Es- tados haya sido escrito exclusivamente en Europa, Se debe recalcar que «Europa» fue el resultado de muchos desarrollos 54 Aniliss la formacign y el desplazamienta del Bsado moderne complejos en la interseccién de fuerzas y procesos «internos» y «exter- ‘nos», Hace mil afios Europa como tal no existia. Los aproximadamente treinta millones de personas que vivian a lo largo y lo ancho de la masa territorial europea no se concebfan a si mismas como una poblacién inter- conectada (Tilly, 1990, pag. 38). Las grandes divisiones de poder que cristalizaron en la «Europa del milenio» de alguna manera enmascararon Ta naturaleza fragmentada y descentrada del dea (véase McEvedy, 1961, pag. 93). Quienes alcanzaron el predominio sobre los territorios fueron sobre todo conquistadores y vencedores militares, eficaces ala hora de ex- tract tributos y rentas para financiar sus proyectos; distaban mucho de ser cabezas de Estado, gobernantes de territorios claramente demarcados conforme a leyes y procedimientos formales. Empero, se podefa hablar Ue los albores de un sistema de Estados re- conocible hacia el milenio. En la peninsula icélica, el papa, el sacro em- perador romano y el emperador bizantino reclamaban la mayor parte del territorio, a pesar de que estas pretensiones se superponian y eran desafiadas por miltiples poderes locales y ciudades libres y semiauté- nomas. Pero el mapa politico de Europa habrfa de ser configurado y re- configurado en varias ocasiones. Por ejemplo, el mapa de finales del si- ‘glo quince inclufa unas quinientas unidades politicas mas 0 menos independientes, cuyas fronteras no estaban més que vagamente defini- das en la mayoria de los casos. Hacia 1900 la cifra se habia reducido a veinticinco (véase Tilly, 1975). Aunque Ilevs mucho tiempo a los Esta- dos nacionales dominar el mapa politico, como muestra la seecién 2.1, la era que inauguraban habria de transformar radicalmente la nacurale- zay Ia forma de la vida politica misma, 2.1, DE LA AUTORIDAD DIVIDIDA AL ESTADO CENTRALIZADO El sistema politico de poderes superpuestos y autoridad dividida que dominé Europa entre los siglos ocho y catorce —que encierran un periodo conocido como feudalismo— adopt6 diversas formas. Pero pro- bablemente sea legitimo decir que en general se distinguié por una red de obligaciones y vinculos ensamblados, con sistemas de gobierno frag- mentados en varias partes pequeias y auténomas (Poggi, 1978, pag. 27). Bl poder politico era local y personalizado, y configuraba un «mundo social de pretensiones y pocleres superpuestos» (Anderson, P., ‘La emergencia dela soberaniay el Estado modemno 55 1974a, pag. 149). Algunos de estos poderes y pretensiones entraban en conflicto entre si; y ningtin gobernante o Estado era soberano en el sen- tido de detentar la supremacia sobre un territorio y una poblacién da- dos (Bull, 1977, pég. 254). Dentro de este sistema de poder, las tensio- ‘nes proliferaban y la guerra era un acontecimiento corriente, En el mundo medieval la economia estaba dominada por la agri- cultura, y todo excedente que se generara estaba sujeto a reivindica- ciones en conflicto. Una reivindicacién exitosa constituia la base para ‘scar y conservar poder politico. Pero el plexo de reinados, principados, ducados y otros centros de poder debi6 afrontar un nuevo desaffo con la emergencia de poderes alternativos en las ciudades, Las ciudades y las federaciones urbanas dependian del comercio y la manufactura y de acumulaciones de capital relativamence importantes. Desarrollaron es- tructutas politicas y sociales diferentes y con frecuencia gozaron de si temas de gobierno independientes estipulados en cartas constituciona- les. Si bien Florencia, Venecia y Siena llegaron a ser ciudades célebres, ‘entos de centros urbanos se desarrollaron a lo largo de Europa. No obstante, estas ciudades (y el tejido de relaciones feudales en el campo) ‘nunca determinaron por sf mismas la pauca de gobierno o identidad po- litica. Pues en la Edad Media «Europa» significaba sobre todo Cristian dad. Y el papado y el Sacro Imperio Romano confirieron a la Cris- tiandad coda su unidad integradora, El Sacro Imperio Romano se extendi6, con distintas formas, entre el siglo ocho y comienzos del diecinueve. En su apogeo, representé el pro- yecto, auspiciado por la Iglesia catdlica, de unit y centralizar las unida- des de poder fragmentadas de la Cristiandad occidental en un imperio cristiano unificado. Los paises federados bajo el imperio se extendian desde Alemania hasta Espafia y desde el Norte de Francia hasta Italia, No obstante, el poder secular real del imperio estaba constantemente Jimicado pot las complejas estructuras de poder de la Europa feudal por tun lado, y por la Iglesia catélica por el otro. La Iglesia misma era el Principal poder rival de las redes feudales y urbanas. A lo largo de la Edad Media, buscé sistemsticamente situar a la autoridad espiritual sobre la secular, y transferir la fuente de autoridad y sabidurfa de los re- presentantes mundanos a los exteaterrenos. La cosmovisién cristiana reemplaz6 los principios terrenales de la l6gica de la accién politica por los ceolégicos; insistié en que el bien reside en la sumisién a la volun- tad de Dios. 56 Analisis la formacign y el desplazamiento del Estado maderno En la Europa medieval no habja una «teorfa politica» alternativa a las posiciones teocrécicas del papa y el sacro emperador romano. La in- tegracién de la Europa cristiana terminé por depender ante todo de es- tas autoridades. Este orden ha sido caracterizado como el orden de la «sociedad cristiana internacional» (Bull, 1977, pag, 27; véase Kennedy, 1988, capitulo 1). La sociedad cristiana internacional fue concebida ante todo y principalmence como una unidad cristiana; se dirigia a Dios en busca de la auroridad para resolver disputas y conflictos; su punto de referencia politico primario era la doctrina religiosa; y se apoyaba en ptemisas que afirmaban la navuraleza universal de la comunidad hu- ‘mana, Fue sucintamente descrita por Gierke: El principio constitutivo del universo es en primer lugar la unidad, Dios, lo absolucamente Uno, esta sobre y antes que coda la pluralidad del mundo, y es la nica fuente y la Gnica meta de todo ser, La razén di- vvina como legislacién para el universo (lex aeterma) permea toda la apa- rente pluralidad, La voluntad divina escé siempre activa en el gobierno uuniforme del mundo, y dirige la diversidad hacia un dnico fin (1987, pag. 8). Sélo cuando la Cristiandad occidental fue desafiada, especialmente por los conflictos que siguieron a la emergencia de los Estados naciona- les y la Reforma, entonces tomé cuerpo la idea del Estado’ moderno, y se creé el terreno para el desarrollo de una nueva forma de identidad po- Iieica —la identidad nacional. ‘Algunos aucores llegan a situar la crisis del feudalismo alrededor del afio 1300. Aceptemos 0 no esta fecha, es visible el ocaso del feudalismo alo largo de un extenso period en que miileiples tentacivas en conflic- to de alcanzar un poder politico cada ver mas penetrante se dirimen contra el celén de fondo de los problemas econémicos estructurales del siglo catorce.' Entre los siglos quince y dieciocho dos formas de régi- 1, Durance mis de doscientos afos la poblacidn de Europa se expandié ininte~ vos de la produecividad agricola, lo cual geners considerables presiones econémicas, ecolégicas y demogi- srumpidamente sin que se registraran aumentos sigaif cis, Las tiernas aprovechables eran escasis y la mano de obra abundaba. En el contex- to de la pesce negea del periodo 1340-1360, sin embargo, el equilibrio de poder en tre la nobleza y os siervos fue sensiblemente alterado: la mano de obra comenz6 a ‘scasear, la capacidad de extraeeobligaciones de los arrendatarios quedé reducida, la [La emergencia dela soberaniayel Estado moderna 57 men politico cristalizaron en Europa: las monarquias «absolutas» en Francia, Prusia, Austria, Espafia y Rusia, entre otros lugares, y las re- piiblicas y monarquias «constitucionales» en Inglaterra y Holanda. Va- rias son las diferencias conceptuales e institucionales entre estos dos ti- pos de régimen, aunque en términos de la historia de las relaciones Estado/sociedad, algunas de las diferencias son més apatentes que rea- les. Los Estados constitucionales serin analizados mis adelante; en pri- met lugat se concentraré la atencién en el absolutismo El absolutismo marcé la emergencia de una forma de Estado ba- sada en: la absorcidn de las unidades politicas més pequetias y débiles cn estructuras politicas mas grandes y fuertes; la capacidad necesaria para gobernar sobre un rea territorial unificada; un sistema y un of- den legales efectivos y vigentes a lo largo de todo el territorio; la con- formacién de un gobierno «més unitario, continuo, calculable y efec- tivo», ejercido por una cabeza soberana Gnica; y el desarrollo de una cantidad relativamente pequefia de Estados que protagonizan «una lucha por el poder plagada de riesgos, compecitiva y de resultados in- ciertos» (Poggi, 1978, pags. 60-61). Aunque a menudo se exager6 el poder real de los gobernantes absolutistas, estos cambios marcan un sustancial aumento de la «autoridad piblica» desde arriba.? Por cier- to, los gobernantes absolutistas soscenian que sdlo ellos contaban con el derecho legitimo de tomar clecisiones referidas a los asuntos del Es- tado. Uno de los testimonios més ilustrativos de esta perspectiva se atribuye a Luis XV: Sélo en mi persona reside el poder soberano, yes exclusivamente gr cias a mi que las cortes reciben su existencia y su autoridad. La auroridad sélo puede ser ejercida en mi nombre... Pues s6lo a mi pertenece el poder legislativo... Todo el orden pablico emana de mi, puesto que yo soy el guardidn supremo... Los derechos ¢ incereses de la naci6n... estén necesa- rlamente unidos a mi persona y s6lo pueden descansar en mis manos (ci- tado en Schama, 1989, pag, 104). ‘ietra fue abandonadla por una gran cantidad de campesinos (especialmente en el Este), y las relaciones en la agriculturainiciaron un perfado de cambios dramiticos (véase McNeil, 1977; véase Anderson, P, 19744, pégs. 182-209), Lafragmentacisn de laco- ‘munidad politica feudal fue acelerada por la disminuciGn del poder econimico feudal 2. Poemos encontrar inceresantes contrasts ente la naturaleza el absolutismo ‘occidental y la del oriental; véase, Anderson, P., 1974, 58 Aniliss Ia formaci6n y el desplazamienco del Eseado moderno EI monarca absoluto afirmaba ser la autoridad viltima en todas las reas del derecho humano, aunque es importante destacar que se enten- dia que tan amplias faculeades derivaban de la ley divina. La legitimidad del rey estaba basada en el «derecho divino». Sélo en este particular sen- tido, se concebia que las autoridades politicas estaban mis obligadas por la ley que ninguna otra institucidn (Benn y Peters, 1959, pag. 256). El monarca absoluto se situaba en la cima del nuevo sistema de go- bierno, cada vez més centralizado y asentado en el derecho al poder su- premo y absoluto: el poder soberano o la soberania (véase la seccién 2.2 mis adelante). Este sistema se manifestaba en la figura «pablica» del ‘monarca y en las rutinas y los rituales de la vida cortesana, Sin embar- 420, vinculado a esta tiltima, se desarroll6 un aparato administrativo for- ‘mado por las primeras expresiones de un ejército y una burocracia per- manentes y profesionales (Mann, 1986, capitulo 14). Si la monarqufa francesa del siglo diecisiete consticuye el mejor ejemplo de una corte absolutista, la Prusia de la dinastfa de los Hohenzollern representa el ‘mejor ejemplo de los «prototipos de ministerio» (Poggi, 1990, pig. 48). Estos «prototipos» hicieron crecer la participacién del Estado en la peo- mocién y la regulacién de una cantidad de actividades hasta entonces desconocida. Este giro hacia la integracién vertical del poder politico supuso una alianza entre la monarquia y ciertos grupos sociales clave, especialmente la nobleza, que buscé consolidar una infraestructura con las capacidades milicares y extractivas necesarias para hacer frence a los nuevos centros urbanos de poder y riqueza y a un campesinado cada vez mis independiente. Seis desarrollos sucesivos fueron de gean importancia en la histo- ria del sistema de Estados: a) la creciente coincidencia de los limites territoriales con un sistema de gobierno uniforme; b) la creacién de nuevos mecanismos de elaboracién y ejecucign de leyes; ¢) la cencrali~ zaci6n del poder administrativo; d) la alteracidn y extensién de los con- troles fiscales; ) la formalizacién de las relaciones entre los Estados me- diante el desarrollo de la diplomacia y las instituciones diplométicas y 8 Ia introduccién de un ejército permanente (véanse Anderson, P, 1974b, pags. 15-42; y Giddens, 1985, capitulo 4). El absolutismo contribuy6 a poner en marcha el proceso de construccién del Estado ‘que comenz6 a reducir las diferencias sociales, econémicas y culeurales dentro de los Estados y expandié las variaciones entre ellos (Tilly, 1975, pig. 19). a emergencia dela soberaniay el Estado moderna 59 Hacia finales del siglo diecisiete Europa habia dejado de ser un mosaico de Estados. Y ello porque la gradual consolidacién de la so- beranfa independiente de cada Estado era al mismo tiempo parte del proceso de desarrollo del sistema interestatal (véanse los capitulos 3 y 4). El elemento que acompaié al derecho a una autoridad no cuestionada que cada uno y la totalidad de los Estados exigian fue el reconoci miento de que esta exigencia conferia a los demés Estados el mismo derecho de mantener su autonomia y reclamar respeto dentro de sus propias fronceras, El desarrollo de la soberanfa estatal formé parte de un proceso de reconocimiento mutuo por medio del cual cada Estado garantizaba a los demas derechos de jurisdiccién en sus respectivos te- rritorios y comunidades. El absolutismo y el sistema incerestatal que su emergencia puso en marcha, constituyen las fuentes préximas del Estado moderno. Al con- densar y concentrar el poder politico en sus propias manos, y al promo- ver la creacién de un sistema de gobierno cencral el absolucismo allané el camino de un sistema de poder secular y nacional. Més atin, al arro- garse el monopolio de la autoridad soberana, planeeé un profundo de- saffo a todos aquellos grupos y clases comprometidos con el antiguo or- den, ¥ a todos aquellos comprometidos con el orden emergente, basado en el capital y la economfa de mercado. For26 a todas estas colectivi- dades a repensar su relacién con el Estado, y a reexaminat sus recursos politicos. Ademés, la mirfada de batallas y guerras disputadas en el sistema interestatal transformaron sustancialmente los limites de los Estados absolutistas y los Estados modernos emergentes. Con todo, la concepcién de la idea det Estado moderno como tal, probablemente haya recibido su mayor impulso de las encaenizadas lu- chas entre facciones religiosas que se propagaron a través de Europa oc- cidental durance la dleima mitad del siglo dieciséis, y alcanzaron su ex- ppresidn més intensa durante la guerra de los ereinta afios en Alemania (véase Sigler, 1983). Los conceptos teocriticos de autoridad que habfan dominado la Europa medieval fueron puestos en tela de juicio como secuela de la Reforma, La Reforma no se limiré a cuestionar la jutisdic- Ci6n y autoridad papales a lo largo de Europa; plante6 interrogantes en- teramente nuevos acerca de la obligacién y la obediencia politicas. Cualquiera que fuera la lealtad que se debia ala Iglesia catdlica, un go- bernante protestante o sectas religiosas particulares no eran un tema ficil de resolver. Muy gradualmence se fue haciendo manifiesto que los PO 60 Anilisslaformacisa y el desplazamiento del Eseado moderno poderes del Estado debian ser diferenciados de los deberes de los gober- nantes de abrazar una fe particular (Skinner, 1978, vol. 2, pag. 352), Esta conclusi6n bast6 para superar los problemas de gobierno creados por las religiones en competencia, que procutaban asegurarse los diver- sos privilegios guardados por la Iglesia medieval. Fue cuando los derechos y deberes politicos rompieron su estrecho inculo con la tradicién religiosa y los derechos de propiedad cuando se pudo imponer la idea de un orden politico impersonal y soberano —una éstructura de poder politico legalmence delimitada—. De forma similar, fue cuando los seres humanos dejaron de set concebidos como sujetos sélo apros para rendir obediencia a Dios, a un emperador o a un monae- «a, cuando pudo comenzar a tomar cuerpo la nocién de que ellos, como individuos», «personas», o «un pueblo», eran capaces de desempemiar- se como ciudadanos activos de un nuevo orden politico —ciudadanos de su Estado—. La emergencia del Estado moderno labr6 un nuevo terreno discursivo, macerializando nociones de soberanfa, independencia, repre- sentacién y legitimidad que transformaron radicalmente las concepeio- nes tradicionales del derecho, la comunidad y la politica, 2.2. EL ESTADO MODERNO Y EL. DISCURSO DE LA SOBERANIA En el centro de la idea del Estado moderno se encuentra un orden impersonal legal o consticucional, delimitando una estructura comin de autoridad, que define la naturaleza y la forma del control y la admi- nistracién de una comunidad determinada (véase Skinner, 1978, vol. 2, pag. 353).’ Este orden fue anunciado, especialmente por Jean Bodin y ‘Thomas Hobbes, como una nueva forma de poder piblico, separada tanto del gobernado como del gobernante, que constituiria el punto de referencia politico supremo dentro de una comunidad y un territorio especificos.' Y fue una idea construida, al menos inicialmente, con el claro propésico de negar al pueblo el derecho de determinar su propia 3. Blandlisis de la idea de Estado moderno que aqui se presenta esté en deuda ‘con Quentin Skinner (1978, vol. 2,1989a, 1989b). Su exposicin de a idea ha orien- tado mi intento de repensar los fundamentos del medetno gobierno democeiico, 4, Bn qué medida se concibié que esta nueva forma de conttol politico realmen- «e e extendia sobre un ceritorio delimitado es, al menos en la teria politica de la ‘modernidad temprana, una cuestién abiera y polémica (véase Baldwin, 1992, 1a emergencia dela soberani yel Estado moderne 61 identidad politica con independencia de su soberano (fueran sus moti- vos seculares 0 religiosos) y, a la vez, de privar al soberano del derecho de actuar con impunidad contra la poblacién (véase Dunn, 1992, pags 247-249), De resultas de ello, el Estado llegé a ser definido como un fe. ‘némeno independiente de los sibditos y los gobernantes, dotado de atribucos particulares y distintivos. En el vocabulario de la época, era tuna «persona artificial», muy diferente de la persona o la asamblea que debian componerlo o representarlo, Mas atin, en nombre de esta «per- sona» las aucoridades podfan gobernar legitimamente y exigir lealtad de sus stibditos, y los sibditos podian guardar la expectativa legitima de set protegidos y gobernados sin arbitrariedades. Esta «persona» podia, por lo tanto, ser entendida como el sujeto de la soberanfa —una estruc- ‘ura decerminada de leyes ¢ instituciones con una vida y una estabili- dad propias. 1a idea de la soberanfa esté estrechamente vinculada ala idea de Es- tado moderno. Si bien el concepto de soberania puede ser rastreado en 1 Imperio Romano, debi6 esperar hasta la segunda mitad del siglo die~ ciséis para convertirse en un tema cardinal del pensamiento politico. La soberanfa fue una nueva manera de pensar un viejo problema: la natu- taleza del poder y el gobierno. Cuando las formas de autoridad estable- Cidas dejaron de ser dadas por descontado, fue la idea de soberania lo ‘que provey6 un vinculo renovado entre el poder politico y el ejercicio del gobierno. En la disputa entre la Iglesia, el Estado y la comunidad, la soberanfa oftecié una via alternativa de concebir la legitimidad de las reclamaciones de poder, En el debate acerca de la soberania que la siguié, se ofrecieron diferentes explicaciones del lacus apropiado del «poder su- Premor en la sociedad, la fuente de autoridad de ese poder, sus limica- ciones, y los fines a los cuales deberia orientarse. En su desarrollo, de Bodin a Hobbes, de Locke a Rousseau, la teoria de la soberania se fue conformando como una teoria de las posibilidades y las condiciones del éjercicio legitimo del poder politico. La teorfa se abocé a dos preocupa~ iones sobresalientes; una referida al lugar adecuado para que residieca la soberania politica; y la otra referida a la forma y los limites apropiados el alcance legitimo— de la accién estatal (Hinsley, 1986, pigs. 222- 223). Se convirtié, de ese modo, en la teoria del poder y la autoridad legitimos y, como tal, resulta crucial para la claboracién de los siguien- tes argumentos referidos al papel y al locus de la autoridad politica, y la relacién entre el Estado y la democracia, en una época mas secular. 62 Andlisis: a formacio y el desplazamiento del Estado moderno Soberanta estatal Reflexionando acerca de los conflictos civiles y religiosos del siglo diecistis, Bodin sostuvo que s6lo podian ser resueltos si se emplazaba tun poder supremo competente que prevaleciera sobre todas las autori- dades religiosas y tradicionales. Sostuvo enérgicamente que una «na- ci6n ordenada» dependia de la creacién de una autoridad central que pudiera empufiar un poder decisivo dentro de una comunidad especifi- ca. Si bien Bodin no fue el primero en esgrimir este argumento (véase Maquiavelo, 1983, especialmente libro 1), su trabajo es habitualmente considerado la primera formulacién de la teoria moderna de la sobera- nifa: dentro de todo Estado o comunidad politica debe existir un cuerpo soberano determinado cuyos poderes sean reconocidos por la comuni- dad como la base legitima o vilida de la aucoridad. Bodin desarrollé una de las definiciones més celebradas de la sobe- ranfa, La soberanfa, en su concepcién, es el poder ilimitado e indivisi- ble de hacer leyes. Es el poder supremo sobre los siibditos; «el derecho general a imponer leyes a todlos los ciudadanos independientemente de su consentimiento» (1967, 1, 8, pag. 32). La ley, por lo tanto, «no es mas que el mandato del soberano en ejercicio de su poder soberano» (1967, 1, 8, pag. 35). El soberano posee la capacidad de elaborar y al- ‘erat la ley que observan sus sGbdios, «Nada en la Tierra, excepto Dios, €s més grande que el principe soberano, a quien Dios consagra como su lugarteniente para ordenar al resto de la humanidad» (1967, 1, 10, pag. 40), El soberano «no puede estar sujeto a las érdenes de otra per- sona», porque es el soberano «quien legisla para el siibdito» (1967, 1, 8, pag, 28). El poder soberano sera adecuadamente ejercido si es ejercido «de forma exclusiva e incondicional» (1967, 1, 8, pag. 26). La soberan‘a, en el pensamiento de Bodin, es la caracteristica defi- nitoria 0 constitutiva del poder del Estado. Ahora bien, el soberano es la cabeza legitima del Estado en vircud de su cargo, no de su persona. Un gobernante ejerce su poder gracias ala posesin de la soberania, que sun «don» temporal y no un atributo personal (Skinner, 1989b, con- ferencia 2). Los diferentes tipos de Estado pueden ser distinguidos de acuerdo con el Jecus de su poder supremo —monarquia, aristocracia y democracia—, Sin embargo, Bodin claramente preferia una comunidad politica monérquica con una forma de gobierno justa: una monarquia ‘que moderara el poder con el respeto por la ley y la justicia. La sobera- [Laemergencia de la soberaniay el Estado moderno 63 nia adecuadamente ejercida, 0 el buen gobierno, estd sujeta a las leyes de Dios y de la naturaleza, asf como a las leyes y los derechos funda- mentales 0 consuetudinarios de la comunidad politica (1967, 1, 8, igs. 29 y 33). La soberania puede ser ilimitada, pero el soberano esti sujeto, en el campo de la moral y la religién, a las leyes de Dios, la na- turaleza y la costumbre.’ Fue Hobbes, sin embargo, quien primero concibié de forma acaba- da la naturaleza del poder piblico como un tipo especial de institucién —un «hombre artificial», definido por la permanencia y la soberania, «que «da vida y movimiento» a la sociedad y al cuerpo politico (1968, ag. 81)—. En su famoso «experimento racional» de la «guerra de to- dos contra todos», los individuos descubren que la vida es «solitatia, pobre, desagradable, brutal y breve» y, en consecuencia, que para evitar ddafios y el riesgo de una muerte prematura —y, desde ya, para asegurar las condiciones de una vida més cmoda—, se requiete la observacién de ciertas reglas o leyes naturales (1968, capitulo 13). Estas son pre- ceptos a los cuales el individuo se debe adherir en su trato con sus se- ‘mejances si tiene indicios suficientes para creer que los demés procede- sin de igual forma. Hobbes dice que estas leyes «han sido condensadas en una sencilla maxima, comprensible incluso para los menos capacita- dlos; ella reza: No hagas a los demas lo que no quieras que te hagan a tin (véase 1968, capitulos 14 y 15). Hobbes sostiene que los individuos deben transferir voluntaria- mente su derecho de autogobernarse a una autoridad tinica podero- sa —en adelante autorizada a accuar en su nombre— porque, si todos los individuos lo hacen simulténeamente, se crearin las condiciones del gobierno politico efectivo, y de la seguridad y la paz a largo pla- zo. Se crearé una tinica relacién de autoridad —la relacién stibdito- soberano— y quedari emplazado un tinico poder politico: el poder so- 5. Por mantener esta posicién, que consagra, por un lado, el ejerccio del poder supremo de hacer y ejecutar las eyes y, por otto, los limites necesaros de este pode, Bodin ha sido acusado de incoherencia. Sin embargo, a esta critica se le escapa lo fun. damental; pues la principal preocupacién de Bodin es el gobierno legal (véase, por tjemplo, 1967, 1, 8, pig. 36). Otra sugerencia hecha por Bodin, «saber, que la so- beranfa puede y debe esta limitada por leyes constirucionales, plantea nuevas dudas en cuanto a la coherencia de su posicién, pero ni siquiera estas dudas impliean peo blemas decisivos (Bodin, 1967, 1, 8, pég. 31; véanse Benn, 1967; King, P, 1974; Parker, 1981) 64 Andlisis: a formacién y el desplazamiento del Estado moderao berano o la soberanfa —el empleo autorizado, por lo tanto legitimo, de los poderes del Estado por la persona o la asamblea consagrada sobera~ 1na—. Los siibditos del soberano cendrin la obligacién de obedecer al soberano; pues el cargo de «soberano» es el producto de su acuerdo, y la «soberanfa» es la cualidad de la funcién pactada y no de la persona que la ocupa. La transferencia del derecho de aucogobernarse es la base, segiin Hobbes, de la «unidad de todos» —una unidad que debe ser creada 0 mantenida por el soberano (1968, pag. 220)—. La transferencia consti- tuye la «persona de la comunidad», la «persona artificial» o el Estado, que recibe su vida a través de un proceso de personificacién o represen- tacién (1968, pig. 217). Mientras la soberanfa es creada por el acto de la transferencia, el cargo del soberano se funda en el otorgamiento del derecho de representacién (pigs. 227-228), La soberanfa es inherente a la forma distintiva, 0 la «persona», del poder pablico; el soberano actiia en nombre de esta persona, esto ¢s, en nombre del Estado (Skinner, 1989b, conferencia 2) EI soberano ha de tener suficiente poder para asegurar que las leyes ue gobiernan la vida politica y econémica sean obedecidas. Dado que, segin Hobbes, «las ambiciones, la avaricia, la ira y otras pasiones huma- ‘nas» son arrolladoras, «los lazos de las palabras son demasiado débiles para refrenarlas»: «Los pactos que no descansan en la espada no son més que palabras, y carecen de fuerza para proteger a los hombres» (1968, pig. 223). Fuera de la esfera de influencia estatal siempre existira la ame- naza de la guerra permanente; pero dentro del territorio conerolado por el Estado, con sus leyes, instituciones y poder coercitivo, es posible mante- ner el orden social. Los Estados pueden, en principio, ser islas pacificas y présperas en medio de un océano de conflictos potenciales. Es importante subrayar que, en la opinién de Hobbes, la soberania debe autoperpetuarse y ser indivisible y absoluta (1968, pigs. 227- 228), La justificacién de estos atribucos es «la seguridad del pueblo» (1968, pag. 376). En este caso, «seguridad» no alude meramente a la preservacién fisica minima. El soberano debe asegurar la proteccién de todas las cosas que se tienen en propiedad: «(Las que son més aprecia- das por un hombre son su propia vida y sus vastagos; Iuego siguen (en la mayorfa de los hombres) las referidas al afecto conyugal, las riquezas y los medios de vida» (1968, pigs. 382-383). Hobbes postula en varias ‘ocasiones ciertas limiraciones claras al espectro de las acciones del sobe- ‘La emergencia dela soberaniay el Estado moderno 65 ‘ano: el soberano no esta autorizado nia hacer dafio a los individuos ni a perjudicar la base de su bienestar material, y debe reconocer que pue- de conservar su autoridad s6lo mientras garantice la proteccién de to- dos los stibdicos (véase 1968, capitulo 21). Es més, el gobierno puede ser evaluado conforme al grado en que garantiza «la paz y la seguridad del pueblo», el fin para el cual fue instituido (1968, pag. 241), Con Hobbes, la justificacién del poder estatal recibié su articula- cién mas acabada. Su preocupacién eran las condiciones de un orden politico libre de rivalidades y discurbios internos —un orden que pu- diera hacer frente a las pugnas religiosas y los intereses facciosos—. Hobbes no buscaba persuadir a sus contemporaneos de que debian for- ‘malizar un contrato para crear un Estado, sino de que debian aceprar ‘que exisefan buenas razones para actuar como si hubieran pactado y, en consecuencia, para contraer una obligacién categérica hacia el Estado soberano (Macpherson, 1968, pag. 45) Pero, por supuesto, la posicién de Hobbes results controvertida y fue cuestionada al menos en dos as- pectos (véase Hinsley, 1986. pags. 144 y sigs.). En primer lugar, se planteé la cuestién de dénde reside legitimamente la soberania, en el Estado, el gobernante, el monarca o (como se sostenta cada vez con ‘mayor frecuencia) el pueblo; en segundo lugar, se planted cules eran {a forma y los limites apropiados, el alcance legitimo, de la accién estatal Soberanta popular Elementos de una teoria alternativa a la soberania estatal se pueden encontrar en los argumentos de John Locke, quien, entre otros, buscé fundamentar la importancia tanto del derecho privado como del pabli- co. Locke aprobé la revolucién y las deteeminaciones de 1688 en Ingla- terra, que imponfan ciertos Ifmites constieucionales a la autoridad de la corona. Desde la perspectiva de Locke, la formacién de un aparato gue bernamental no implica la teansferencia de todos los derechos de los sib- ditos al domino politico (1963, pags. 402-403, parigrafo 135 y pags. 412-413, pardgrafo 149). Segiin su célebre férmula: «Es como pensar «que los hombres son tan tontos que se desvelan por evitat los dafios que les pueden infligir las mofetas 0 los zorros, pero les tiene sin cuidado, ¢ incluso creen que es seguro, el ser devorados pot los leones» (1963, | | 66 Andlisis: a formacin y el desplazamiento del Estado moderna pag. 372; véase también n, 36 en la misma pagina). Si bien ¢s correcto que los derechos de elaborar y ejecutar la ley (los derechos legislativo y ejecu- tivo) sean transferidos, se deberia entender que todo el proceso depende de que el gobierno se adhiera a su propésito esencial: la preservacién de «la vida, la libertad y la propiedad». Las instituciones de gobierno se desempefian adecuadamente si logran proteger a los ciudadanos; esto es, si garantizan los derechos de los individuos a promover sus propios ob- jetivos, disponer de su propio trabajo y poscer su propia propiedad. Es importante hacer hincapié en que, desde de la perspectiva de Locke, la autoridad politica es transferida por los individuos al gobier- ro, con el propésito de que promueva los fines de los gobernados; y si estos fines no son adecuadamente representados, el juez tiltimo es el pueblo —los ciudadanos—, que puede destituir a sus delegados y, si es necesario, cambiar la forma de gobierno. Las reglas de gobierno y su le- gitimidad descansan en el «consenso» de los individuos. En la obra de Locke, «consenso» es una nocién crucial y dificil a la vez. Se podeia in- terpretar que sugiere que sélo el acuerdo personal activo y continuo de los individuos es suficiente para asegurar el deber de obediencia, esto ¢s, para asegurar la aucoridad y la legitimidad del gobierno (véase Pla- menatz, 1963, pig. 228). Sin embargo, Locke parece haber pensado que el consenso activo de los individuos sélo es crucial en la inaugura- cidn de un Estado legitimo.* En adelante, el consenso equivale al voro ‘mayoritario de los representantes «del pueblo», siempre y cuando ga- rancicen el imperio de la ley y mantengan la confianza de los ciudada- ‘nos (véanse Lukes, 1972, pags. 80-81; Dunn, 1980, pigs. 36-37). Tras tuna serie de maniobras politicas tirinicas, una cebelién para formar un ‘nuevo gobierno no sélo serd inevitable sino también legitima. Porque sin gobernante se declara en Estado de guerra con sus stibditos, al usar Ja fuerza contra sus intereses sin respetar el marco legal acordado, des- truye su propia autoridad; y bajo estas circunstancias, cada stibdio tie- ne el derecho de resistitlo como si fuera un agresor injusto cualquiera (Dunn, 1984, pég. 54). «Donde termina la ley comienza la tirania> (Locke, 1963, pag. 448, pardgrafo 202). Con estos argumentos Locke daba forma a una doctrina que se con- ‘traponia en importantes aspectos al concepto hobbesiano de Estado, y 6. Bn sentido estricto, aqui deberia referitme a una «asociaciGn civil» legitima, porque Locke nunca escribié del «Estado» como tal ‘La emergencia dela soberaniay el Estado moderno 67 ‘que habria de ejercer considerable influencia en el mundo de la polit ca democratica. Pues dejaba sentado que el poder supremo era un de- techo inalienable del pueblo; que la supremacia gubernamental era tuna supremacfa delegada en base a la confianza; que el gobierno goza- ba de plena autoridad politica siempre y cuando mantuviera esta con- fianza; y que la legitimidad del gobierno o el derecho de gobernar po- dia caducar si el pueblo lo juzgaba necesario 0 apropiado, esto es, si los derechos de los individuos y «los fines de la sociedad» eran sisteméti- camente ofendidos. ‘Sin embargo, con estos argumentos, la posicién de Locke también tropieza con muchas dificultades, dificultades comunes a todas aquellas posiciones que, en Ultima instancia, sitdan en «el pueblo» la autoridad sin limitaciones. Pues Locke no resolvi6, ni explor6 de forma sistemati- «a, las tensiones entre la soberania del pueblo —la idea del pueblo ‘como el cuerpo soberano activo con la capacidad de formar y disolver gobiernos— y el gobierno —como la instieucién con la capacidad de claborar y ejecurar la ley—. En la raf de este problema se encuentra tuna deficiente distincién encre el poder del pueblo y los poderes del Es- tado (Skinner, 1989a, pag. 115). Como Locke dejé sentado, «la comu- nidad retiene a perpetuidad el poder supremo», esto es, un poder supe- rior al de su principe y la legislatura (1963, pag. 413; véase también Pag. 477). De esta forma, en qué consiste la autonomia o independen- cia especifica de los poderes del Estado es una cuestién que no se ha re- suelto atin. Si al gobierno se le confia el poder del pueblo, cuales son, si los tiene, sus tieulos distintivos, asociados a la autonomia y la impar. cialidad? {No debe el gobierno ser el depositario de los poderes del Es- tado, tal como Bodin y Hobbes afirmaron, para escar a la altura de su cometido como legislador y aebiero politico? En oposicién a este planteamiento, Rousseau insisti6, quizé con mis vehemencia que nadie, que una concepcién coherente del poder politico requiere un reconocimiento explicito y formal de que la sobe- tania se origina en el pueblo y alli debe permanscer. Desde su perspecti va, la soberania no puede ser representada 0 alienada (1968, pag. 141). Pues la esencia misma de la soberania es la creacién, autorizacién y san- , en su. concepcién, el ejecutivo, o gobierno, era legitimo sélo en la medida en que cumpliera «instrucciones de la voluntad general» —conformada x el pueblo y «petsonificada» por el ejecutive—. Con este argumen- 5 Rossen iguea Hobbes en que el poder ejecutivo deriva del otor- ‘gamiento del derecho de representacidn, pero se opone al autor del Le- Dviatdn en el debate sobre el locus de la soberania. ‘Sin embargo, tanto Hobbes como Rousseau. presentan sus argu- mentos de un modo tal que pueden recibir la misma objecién: uno y cero proyectaron modelos de! poder politico con implicaciones poten cialmente tirénicas. Hobbes sicu6 al Estado en una posicién prictica- mente codopoderosa con respecto a la comunidad; aunque las activida- des del soberano estaban en principio circunscritas por la obligacién de mantener la seguridad del pueblo, los derechos del pueblo al auto- La emergencia dela soberaniay el Estado modemno 69 gobierno fueron completamente alienados y la comunidad qued6 sin contrapesos efectivos contra el gobierno de los «dioses mortales». Hob- bes definié agudamente la idea del Estado moderno, pero la relacién de esta idea con el pueblo, que es la relacién entre los poderes del Estado y los poderes del pueblo, fue resuelta subordinando el segundo a la pri- mera. En tltima instancia, el Estado predominaba en todas las esferas, estaba aucorizado a representar a todos los individuos, e implicaba el riesgo de absorber todo derecho piiblico y privado. Rousseau, en con- taste, situé a la comunidad (o a la mayoria de ella) en una posicién de dominio sobte los ciudadanos individuales —la comunidad era codo- poderosa y, por ello, la soberania del pueblo podia ficilmente acabar con la libertad de los individuos (Berlin, 1969, pag. 163). As{ como Hobbes no lleg6 a articular los principios y las institu- ciones necesarias para delimitar y controlar la accién del Estado, Rous- seau supuso que las minorfas debian aceprar las decisiones de la mayo- fa, y no impuso limites al alcance de las decisiones de la mayoria democrética ni, en consecuencia, a la intervencién politica. Por ello Rousseau socavé la distincién entre’el Estado y la comunidad, el go- bierno y el pueblo, pero en una direcciéa opuesta a la que tom Hob- bes. El Estado fue reducido a una «comisién»; «lo pablico» absorbi6 todos los elementos del cuerpo politico. En suma El Estado centralizado fue inicialmente el dominio de gobernantes que exigfan poderes colosales. Pero el discurso de la soberanfa puso en ‘marcha el debate acerca de esta exigencia y acerca de la posicién del Es- tado en relacién con ottas colectividades y cuerpos sociales. A medida «que la idea del Estado soberano se articulaba con mayor claridad y que Ia esfera de autoridad estatal se expandia, los efectos no se limitaban a la concentracién del poder politico en el vértice. a idea de la soberania del Estado fue la fuente de la idea del poder estatal impersonal. Pero también fue el marco legitimante de un sisce- ‘ma de poder centralizado en el cual todos los grupos sociales, mas tar- deo més temprano, procuraron participar. Como habrian de combinae- se de forma coherente la soberania estatal la soberanfa popular fue una cuestién que disté mucho de encontrar una respuesta definitiva. Como ee Oe 70 Analisis: laformacién y el desplazamienco del Estado mederno los préximos capfculos mostrarén, el Estado moderno se convirtié en la esfera privilegiada por los grupos y las colectividades para resolver sus disputas por sistemas de gobierno y bienes escasos; y también se con- virtié en la base organizacional sobre la cual gobernantes y stibditos se movilizaron para luchar contra los grupos externos a sus fronteras. Si bien el concepto de Estado moderno proyect6 la posibilidad de admi- nistracién imparcial y accountability dentro de las comunidades, no hizo de la extensi6n de estas nociones a través de los pueblos y las naciones una parte central del significado de la nueva concepcién de la comuni- dad politica, La comunidad politica quedé asociada —si no por los te6- ricos politicos de la temprana modernidad,” entonces por las cambian- tes circunstancias politicas y sociales— a fronteras territoriales fijas. 7. Rousseau, por ejemplo, exploré la posibilidad de conectar las comunidades politcas de Europa en una unidn de Estados europeos, aunque era esceptico acerca de |e factbilidad de cal idea (véase 1962). Para un examen de las proyecciones de Rows- seau, y de sus contemporineos interesados en cuestiones similares, véase Archibugiy 1992, Capieulo 3 EL DESARROLLO DEL ESTADO-NACION Y LA CONSOLIDACION DE LA DEMOCRACIA Los Estados modernos se desarrollaron como Estados-nacién: apara- tos politicos distintos tanto de los gobernantes como de los gobernados, con Suprema jurisdiceién sobre un area territorial delimitada, basados en el monopolio del poder coercitivo, y dotados de legitimidad como resultado de un nivel minimo de apoyo o lealtad de sus ciudadanos. Esta concepcién subraya las innovaciones més importantes que presen. ta el Estado moderno: 1. Territorialidad. Si bien todos los Estados formularon reivindicacio- nes territoriales, s6lo con la emergencia del sistema de Estados mo- demo se fijaron fronteras exactas. 2. Control de los medios de violencia. Bl derecho de detentar el monopo- lio de la fuerza y los medios de coercién (materializado en el ejérci- {© permanente y la policia) se hizo realidad con la «pacificacién» de tos pueblos —la erradicacién de los ceneros de poder y autoridad ri- vales— dentro de los Estados-nacin. 3. Estructura impersonal de poder. La idea de un orden politico imper- sonal y soberano —esto es, una estructura de poder legalmente iscunscrita con suprema jurisdiccién sobre un territorio— no podfa imponerse mientras se concibiera que los derechos, las res- ponsabilidades y los deberes politicos estaban estrechamente liga dos a la religién y a las prerrogativas de los grupos tradicionales. Esta cuestién se mantuvo en suspenso en la Europa de los siglos dieciocho y diecinueve, y asf se mantiene hoy en dia en aquellos paises donde el «imperio de la ley» no esta garantizado, 4. Legitimidad. Cuando se desafiaron y exosionaron las precrogativas del aderecho divino» 0 el «derecho estatal», los seres humanos, como «individuos» y como «pueblos», empezaron a ganarse un lu. gar en el orden politico como «ciudadanos activos». La lealtad de los ciudadanos se convirtié en algo que debian conquistar los Es- tados modernos: invariablemente esto implicé la pretensién del Esta- 72 Andis: la frac y el desplazamiento del Estado moderno do respecto a legitimarse para reflejar y/o representar las perspecti- vas intereses de sus ciudadanos. Por supuesto, esta concepcién del Estado-nacién, como toda defini- ci6n del anilisis politico, es controvertida. Es controvertida porque en ella confluyen dos nociones del Estado moderno, expuestas en el capitulo ancerior, que en principio deberian mantenerse separadas: la nocién del Estado moderno como un sistema de poder circunscrito que impone una serie de controles y mecanismos regulatorios tanto a gobernantes como a gobernados, y la nocién del Estado moderno como una comunidad poli- tica democrdtica en que los gobernantes son representantes de los ciuda- cdanos y responsables ante ellos. Pero aqui las posibles tensiones entre es- tas dos nociones sélo se apuntan; mas adelante (véase la vercera parte) se cexplorardn con detenimiento. La raz6n de posponer esta discusién es que cen Ia conseruccién del Estado modemo estas ideas estuvieron con fre- cuencia asociadas, si no fundidas, especialmente en lo que Heg6 a ser su forma dominance: el Estado-nacién democrético liberal Para proseguir se requiere una nueva aclaracién, No se deberia su- poner que el concepto de Estado-nacién, o de Estado nacional, como al- ‘gunos prefieren, implica que la poblacién del Estado necesariamente «compare una fuerte identidad lingtifstica, religiosa y simbélica» (Tilly, 1990, pags. 2-3). Aunque ciertos Estados-nacién se aproximan a esta situacién de homogeneidad cultural, muchos no lo hacen (por ejemplo, Gran Bretafia, donde persisten importantes diferencias dentro de la eradicién nacional). Por lo canto, es importante sepacar los con- ceptos de «Estado-nacién» y «nacionalismor. Un autor aclar6 esta ccuestidn de forma sucinta: «Lo que hace de la “nacién” una paree inte- gral del Estado-nacién... no es la existencia de sentimientos naciona- listas sino la unificacién del aparato administrativo dentro de fronteras terricoriales claramente definidas» (Giddens, 1987, pag. 172). El con- cepto de «nacionalismo» —que denota la existencia de simbolos y creencias capaces de crear pautas de comunidad étnica, religiosa, lin- aliistica y politica— deberfa reservarse para destacar tipos particulates de configuracién de poblaciones y Estados (wéase Hont, 1994). Se ha sostenido que la diferencia entre el Estado moderno y el abso- lutista no es tan importante como se tiende a crcer (Mann, 1986, pags. 450-499). En primer lugar, porque los Estados absolutistas tenfan me- nos poder sobre la sociedad civil de lo que con frecuencia se sostiene. En El desarrollo del Estdo-nacién y la consolidacén de la democracia 73 segundo lugar, porque los Estados modeenos en pocas ocasiones estén «limitados» por su constituciones y fronteras y, por lo tanto, a menudo se han comportado como arrogantes Estados «absolutistas», especial- ‘mente en sus relaciones con las poblaciones y culturas extranjeras. Am- bas son observaciones de peso y en adelante se tendrén en cuenta, Sin embargo, ninguna de ellas impuggna las innovaciones conceptuales ¢ institucionales que introdujo el Estado moderno. Para entenderlas, es de ucilidad prestar atencién al conjunto de formas que adopta el Esta~ do moderno como tal. Estas son el Estado constitucional, el Estado li beral, el Estado democritico liberal y el sistema unipartidisea Formas del Estado moderno 1. El constitucionalismo, 0 Estado constitucional, se refiete a los limites implicitos y/o explicitos al proceso de elaboracién de decisiones po- litico o estatal, limites que pueden ser procedimentales 0 sustanti- vos; esto es, pueden detetminar de qué forma tomar decisiones ¢ impulsar cambios (procedimentalismo), 0 directamente bloquear ciertos tipos de cambio (sustantivismo) (véase Elster, 1988). El constitucionalismo define la forma y los limites adecuados de la ac- ign del Estado, y su conformacién alo largo del tiempo como con- junto de docerinas y pricticas contribuyé a inaugurar uno de los principios ceneeales del liberalismo europeo: que el alcance del Es- tado debe restringirse y su prictica acotarse con el objetivo de ase~ gurar a cada ciudadano el méximo grado de libertad posible. 2. El Estado liberal qued definidlo en gean medida pot el intento de crear una esfera privada independiente del Estado, y por la preocu- pacién de reformular al Estado mismo, esto es, por la liberacién de la sociedad civil —Ia vida personal, familiar, religiosa y econémi- ca— de toda ineerferencia politica innecesaria y, simultaneamente, la delimitacién de la autoridad estatal (Held, 1987, capitulos 2-3) El constitucionalismo, la propiedad privada y la econom(a de mer- ado competitiva, junto con un modelo de familia especificamente patriarcal (wéase Pateman, 1988), se consagraron como pilares del Estado liberal. Si bien el liberalismo celebr6 los derechos de los in- dividuos a «la vida, la libertad y la propiedad», fue generalmente el propietario varén quien ocupé el centro de tanta atencién; y las ‘nuevas libertades se atribuyeron, ante todo y principalmente, a los 74 Anilss la formacia y el desplazamiento del Esado moderno varones de las nuevas clases medias o la burguesfa. El mundo occi- dental fue primero liberal, y s6lo més tarde, después de grandes conflictos, democriico liberal; esto es, sélo con el tiempo se obtu- vo el sufragio universal que permiri6 a todos los adultos maduros expresar su opinién respecto de la actuacién de quienes los gober- naban (Macpherson, 1966, pag. 6). 3. La tercera variante del Estado moderno es la democracia liberal 0 re- ‘resentativa, El rasgo bésico de la democracia liberal es que las deci- siones que afectan a la comunidad no las toman sus miembros como tun todo, sino un subgrupo de «representantes» elegidos por el «pueblo» para que gobiemen dentro del marco del imperio de la ley. En la arena de la politica nacional, la democracia liberal se dis- tingue por la ineroduccién de un conjunto de reglas ¢ instituciones ‘necesarias para su funcionamiento; sin algunas de ellas, la democra- cia liberal no podria existir. Estas reglas ¢ instieuciones son: a) el control constitucional de la politica gubernamental de los funcio- natios electos; b) el establecimiento de mecanismos para designar y desticuir pacfficamente a los funcionarios, basados en elecciones fre- cuentes, limpias y libres; c) el derecho de todos los adultos a vorar en esas elecciones (se excluye legitimamente a los enfermos menta- les ya los criminales); y d) el derecho de presentarse para ocupar los ‘cargos piiblicos. Ademés, ¢) cada ciudadano debe tener el derecho de expresarse libremente, incluyendo la critica a la conducta del go- bierno y al sistema econémico en que esta inserto; f) deben existir fuentes accesibles de informacién, independientes del gobierno y del control de un tinico grupo 0 cuerpo; y, finalmente, g) se debe sgarantizar el derecho de formar ¢ ingresar en asociaciones indepen- dientes, sean politicas, sociales o culeurales, que patticipen en la vida piblica de forma legal y pacifica (Dahl, 1989, pags. 221 y 223), La cantidad de paises que adoptaron estas reglas ¢ institucio- nes creci6 considerablemente en el siglo veinte, consolidando la democracia liberal como Ia forma dominante de Estado moderno (véase Ware, 1992; Held, 19930). 4, Finalmente, existe una forma de Estado conocida como la comuni- dad politica de partido nico 0 unipartidista. Hasta hace poco, la 1. Decir esto no-implica, por supuesto, que no existan tipos distintos de demo- ‘racia liberal (véanse Lijphart, 1984; Ware, 1992, pigs. 137-140), El desarrollo del Estado-nacin y laconsolidacin dela democracia 75 Unién Soviética, las sociedades de Europa oriental y muchos pafses del Tercer Mundo estaban dominados por este sistema. El principio «que subyace en las sociedades unipartidistas es que s6lo un tinico partido puede ser la legitima expresin de la voluntad general de la comunidad. Los votantes tienen la oportunidad de respaldar la de- cisién del partido y, ocasionalmente, de elegir entre los diferentes candidatos del partido. Nos volveremos a detener en el sistema unipartidista mas adelante. Un interrogante fundamental que plantea es si puede entenderse como tuna forma legitima de Estado moderno, pues una sociedad unipartidista puede comprometer la idea de un sistema de poder imparcial y citcuns- crito, separado tanto de gobernantes como de gobernados.’ En conse- cuencia, los siguientes arguments se refieren a los elementos de las tres primeras formas de Estado moderno. En particular, consideran de qué manera el Estado modemno se desarrollé como Estado-nacién, cémo la de- ‘mocracia quedé sedimentada dentro del Estado-nacién bajo la forma de democracia representativa liberal, y cémo este tipo de democracia leg a predominar en el mundo politico. Aunque en estos procesos intervienen "muchos factores y procesos, las claves explicativas serén tres «macropau- tas»: la guerra y el militarismo, la emergencia del capitalismo y la lucha por la ciudadanfa. Todas estas macropautas incluyen procesos de cambio profundamente estructurados que ocuparon largos perfodos; no pueden combinarse en una narrativa histérica Gnica porque se desarrollaron si- guiendo diferentes escalas de tiempo histérico, y su interseccién contri- buy6 a impulsar la emergencia del Estado democritico liberal moderno, 3.1, GUERRA Y MILITARISMO Con anterioridad se ha sugerido que la nacuraleza y la forma del sis- tema de Estados moderno ctistaliz6 en la interseccién de condiciones y 2. Es posible rechazar esta objecién en teoria (un sistema unipercidisa puede ‘mantener una clara concepeién de los poderes del Estado, garantizae el imperio de la ley y defender de forma rigurosa una consticucn que limita el poder y determina los procedimientos que debe observar la administracin de justica), aunque generale ‘mente ha sido justificada por los Eseados comunistas(ofascista) en la prctica 76 Analisis: la frac y el desplazamiento del Estado moderno pprocesos «nacionales» ¢ «internacionales» (estos términos llevan comi- llas porque no recibieron su significado contemporineo hasta la era de las fronteras fijas, esto es, la era del Estado-nacién). De hecho, es en esta interseccién donde quedé determinado el «perfil» del Estado —su ta- mafio, configuraci6n externa, estructura organizativa, composicién ét- nica, infraestructura material y otros atributos (véase Hintze, 1975, ca- pitulos 4-6 y 11)—. En el ntcleo de estos procesos combinados se hallaba la aptitud de los Estados para asegurar y fortalecer sus bases de poder y, de ese modo, ordenar sus relaciones, internas y externas, Lo que estaba en juego era, en pocas palabras, la capacidad de los Estados para orga- nizar los medios de coercién (ejércitos, armadas y otras formas de fuer- 2a militar) y desplegatlos cuando fuera necesatio. La importancia de este elemento del poder estatal en la historia del Estado moderno se puede evaluar examinando el caso de Inglaterra Si partimos del estudio de las finanzas escatales a lo largo de varios siglos, queda claro que «las funciones del Estado eran predominante- ‘mente militares y fundamentalmente geopoliticas» y que «las econd- micas o domésticas aparecian en un segundo plano» (Mann, 1986, pag, 511; véanse también Mitchell y Dean, 1962; Mitchell y Jones, 1971). Del siglo doce al diecinueve aproximadamente, entre el 70 y el 90 por ciento de los recursos financieros del Estado inglés fueron dedicados a Ia adquisicién y el empleo de instrumentos de fuerza milicar, especial- mente durante las guerras internacionales. A lo largo de la mayor parce de este perfodo el Estado crecié lenta e intermitentemente (y cuando efectivamente crecié, lo hizo gracias a la guetta y los desarrollos asocia- los), y su tamaiio, medido por los recursos econémicos y su impacto en la vida cotidiana de la mayorfa de la poblacién, era pequefio. Peto en los siglos diecisiece y dieciocho las finanzas reales del Estado crecieron con rapidez, especialmente en respuesta alos crecientes gastos en medios de «poder coercitivon; en este caso, los costos de ejércitos y armadas per- ‘manentes, profesionales y en expansidn. Los gastos en funciones civiles ‘no militares se mantuvieron relativamente bajos. Los registeos anuales de los gastos del gobierno central briténico a partir de 1688 oftecen datos fiables. Estos balances confirman las hipétesis que, para explicar la evolucién de la finanzas en perfodos previos, se formularon en base a datos més rudimentarios: las cuentas del Estado estaban dominadas por las guerras externas. Como la gue- ra cambi6 y comenzé a requerir la participacién de fuerzas més pro- [Bl deserolo del Estado-naciny laconsolidacién de la democracia 77 fesionales y permanentes, el Estado crecié tanto en su tamaiio global como (probablemente) en términos de sus dimensiones en relacién con la «sociedad civil» (Mann, 1986, pags. 485-486; véase Black, J., 1991). Estas observaciones no representan un argumento a favor del «determinismo militar»; esto es, de una perspectiva que afirma que los cambios en la guerra y los recursos militares son la tinica fuente de cambios en el Estado y el sistema escatal. Sin embargo, indican que el desarrollo y el mantenimiento de la capacidad coercitiva fueron cen- trales en la evolucién del Estado: si pretendian sobrevivir, los Estados debian procurarse esta capacidad y asegueat su efectividad. Lo que es- tas condiciones implicaban se puede analizar mediante la figura 3.1 (el siguiente andlisis se concentra inicialmence en la columna izquierda de la figura. El proceso de conseruccién del Estado, y a formacién del sistema de Estados moderno, como Poggi ha seftalado, fue en gran medida el re- sultado «del esfuerzo activo de los gobernantes, cada uno por medio de su aparato de gobierno, por ampliar y asegurar su base de poder y aumentar su propia eficacia y discrecién en el manejo y la movilizacién de los recursos sociales» (1990, pig. 101). Los construccores del Estado quedaron atrapados en una competencia incierta y feroz, en la cual, si- guiendo a Tilly, «la mayoria de los contendientes perdia» (1975, ag. 15). Los casos exitosos de construccién del Estado, como Gran Bre. tafia, Francia y Espaia, fueron los «supervivientes» La competencia entre Estados no estaba guiada s6lo por las ambi- ciones de los gobernantes y las consideraciones internas o domésticas, sino también por la misma estructura del sistema internacional: los Es tados individuales, para garantizar su propia seguridad, debian pre- 5. La imporcancia de estas consideraciones se ve resaltada si se recuerda que se feren a funciones y actividades de un Estado constitucional. De hecho, entre el siglo dlieciocho y principios del diecinueve, que el Estado fuera «constitucionel 0 wabso- lista» no implicaba mayores diferencias en cuanto a la proporcién de sus gastos de- dicados al sector militar. Evidencia més precariaconiemaria una pauta similar de in _res0s y gascos en los casos de Francia, Prusia y Rusia, aunque cada pais tiene sus particularidades. Sin embargo, es comprobable que el crecimiento general del Esta- 4o en relacién con Ia sociedad civil (medio por los cocientes gastos del Estadoipro: lucto brutointeeno y personal estaal/tamafo de la poblacién) se decuvo una ver en- trad el siglo diecinueve (véase Mann, 199, capitulo 11). ce 78 Analisis: la formacién y el desplazamienta del Estado modemno pararse para la guerra, un proceso que bastaba para generar inseguri- dad en los demas Estados y los llevaba a responder con la misma mo- neda. En pocas palabras, los Estados se armaban y militarizaban en parte para aumentar su propia seguridad, y al hacerlo aumentaban la inseguridad de los otros Estados, que a su vez recurrian al armamen- tismo —de ese modo, todos los Estados se hallaban en condiciones de menor seguridad—. Este citculo vicioso de insegutidad mucua se conoce como «el dilema de seguridad» del Estado. Condujo a una si- tuaci6n en que cada Estado parecia adopcar, como un especialista afirmara, «una politica de seguridad nacional y una politica de desar- ‘me internacional, pero ningiin Estado implementaba «una politi- ca de seguridad internacional y una politica de desarme nacional» @berg, 1983, pag. 279). La «paz» se convircié en la continuacién de la guerra por otros medios (véase Kim, 1984, pig. 185) (véase la seccidn 5.3). La capacidad de financiat las operaciones bélicas dependfa del éxico de las actividades de extraccién; esto es, de la habilidad del Estado para extraer recursos —fueran hombres, armas, viveres o impuestos— que auspiciaran sus esfuerzos. A largo plazo, sin embargo, los siibditos se opusieron a sactificar sus recursos y vidas sin algiin tipo de recom- pensa 0 reconocimiento, y los conflictos y las rebeliones en contra de las exacciones econdmicas y politicas se convirtieron en un hecho co- sriente. En respuesta, los gobernantes emplazaron estruccuras estatales —administrativas, burocraticas y coercitivas— destinadas a coordinar y controlar las poblaciones bajo su dominio. Se pueden trazar conexio- nes ditectas entre el crecimiento de la necesidad de recursos para finan- iar la guerra, la expansién de los procesos de exteaccién y la concomi- tante formacién de los cargos ejecutivos y administrativos dentro del Estado para organizar y controlar estas transformaciones. El desarrollo de ciereas organizaciones bisicas del Estado moderno recibié su impul- so de la interseccién de la guerra y los intentos de financiacla (Tilly, 1975, pag. 42, y 1990, pig. 15; véase también Anderson, P., 1974b, pigs. 236 y sigs.) Con el tiempo, fue la creciente escalada de la guerra, y en particular su creciente dependencia del cambio y la especializacién eecnolégica, lo ‘que dio al Estado-naci6n su impronca distintiva y su superioridad sobre las oteas formas de Estado. Los Estados que pudieron movilizar y man- tener ejércitos y/o armadas permanentes se aseguracon una ventaja de- Bl desarrollo del Eseado-nacin y la consolidacion dela democracia. 79 cisiva en el terreno de 1a competencia militar. Estos Estados, particu- larmence aptos para disponer de los recursos de grandes poblaciones, con una economia comercial relativamente robusta y afectos a las in novaciones tecnol6gicas, se convirtieron en las fuerzas politicas domi- nantes y establecieron las reglas del juego politico de todo el planeta, Ellos determinaron las formas de la guerra, la naturaleza y los limites del intercambio diplomatico y, por tiltimo, el tipo de organizacién es- tatal que finalmente prevaleceria —el Bstado-nacién unificado y cen tralizado. No obstante, la creacién de nuevos cuerpos regulatorios no erradi~ 6 los conflictos: se multiplicaron las reacciones en contra de las nuevas formas de tributacién y los demas medios de extraccién, especialmente en Buropa y los Estados Unidos. La relacién entre la guerra y la cons- truccién del Estado estuvo mediada por mecanismos de representacién y consulta, esto és, la relacién esquematizada en la columna derecha de {a figura 3.1. De hecho, se ha argumentado que cuanto més dependfa el poder militar de un Estado de su capacidad para movilizar grandes can- ‘idades de soldados, especialmente soldados de infanteria poco arma- ddos, mejores fueron las perspectivas del gobierno representativo 0 po- pular (Dahl, 1989, pag. 245; Andreski, 1968). El soldado-siibdito con frecuencia Iuché hasta convertirse en soldado-ciudadano Janowitz, 1978, pigs. 178-179). En palabras de Dahl: ‘Cuando una persona se vea sf misma como un miembro de la nacién, un privilegio por el cual se le exigen varios sactificios, puede creer jus. tificado formular una reclemacién crucial, que incluye el derecho de participar de forma regular en el gobierno... , por lo menos, de vor. Los paises con ejércitos masivos... anunciaron la era de las revoluciones ddemocriticas. Bajo estas condiciones hist6ricas, en que la tecnologfa y la crganizacin militar fueron més fvorables que nunca para la democrati- zacién, Las institaciones de la poliarquia lla democracia liberal segtin la definicién de la pig. 51] se impusieron en un pals eas otro A medida que aumentaban los costos y las exigencias de la guerra, ‘mayor era la necesidad de los gobernantes de negociar con sus sibditos y conquistar su apoyo. Pues el aumento de tales exigencias profundizé la dependencia de los gobernantes de las formas cooperativas de rela- ciones sociales (Giddens, 1985, pags. 14-15 y 198 y sigs.). Como re-

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