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Visin 3X Este ensayo reflexiona sobre los interrogantes que atraviesan hoy en dia la escritura de la historia. Desde los afias setenta y las obras de Paul Veyne, Hayde White y Michel de Certeau, los historiadores han discutido dos cuestiones esenciales: por un lado, la tensién entre la * forma retérica y narrativa-de la historia, compartide con’ la ficcién, y su estatuto de conocimiento comprobado; por el otro, la relocion enire el lugar social donde la historia como saber se produce (ahora la universidad, anteriormente lo ciudad antigua, el monasterio, las cortes, las academics} y sus temas, técnicas y retérica, Recordando y desplazando estas cuestiones clasicas, este ensayo hace hincapié en tres problemas més recientes: 1) La competencia para la representacion del pasado entre historia, literatura y + memoria; 2) Las posibilidades y efectos de la comunicacion y de la publicacién electrénicas sobre la investigacion y ... la esctitura histéricas; 3) La construccién de la relacion * entre las experiencias del tiempo y lo construccién del * , {4 historia o la lectura del tiempo relato historicd. Roger Chartier 4 ; i gediga o hesslneas) Roger Chortiar (1945), Prestigioso historiador francés, direcior de estudios en I'Ecole des tudes en Sctences Socioles de Patis del centro Alexandre Koyté, Es coloborador al progroma radiolénica «Les Lunds de UHisloite» en lo cadena piblico France Culture Sus trabajos de tnvestigacién se dirigen a la historia del libro, de la edicién y dela lecture, Sus dltfimas libeos publicedas por Gedlsa son: Espacio piblico, critica y desacralizacién en af siglo XVIII: tos origenes culturales de ta Revalucién francesa (1995) y las revoluciinas de Io culture eserita: Diélogo ® intervencio- ines {2000), gel 06, xy Dain grata, . la fotocopia no mata , 1 8 oo A —allibro, D>, olmercada si. & 7) ya Roger Chartier LA HISTORIA O LA LECTURA DEL TIEMPO V3x Vision 3X Mare Augé Por una antropologfa de la movilidad Roger Chartier La historia o la lectura del tiempo Manuel Cruz. ‘Acerca de la dificultad de vivir juntos La priovidad de la politica sobre (a historia Néstor Garcia Canelini Lectores, espectadores ¢ intetnauras Ferran Mascarell Barcelona como proyecto de cultura Josep Ramoneda Una defensa apasionada de la Ilustracién George Yiidice Nuevas recnologias, miisica y experiencia LA HISTORIA O LA LECTURA DEL TIEMPO Roger Chartier youl Dip, 2 Oifusién grtuta La fotocopia no mata i = = alin So 2 el mercada si. & “Ny yas gedisa ‘© Roger Chartier, 2007 “Traduccién: Mar Gari Polo Disefo dela colcccigns Sylvia Sans Primera edicién: oceubre de 2007, Barcelona © Biitoral Ged, S.A. ‘Avda. Tibidabo, 12,3.° 08022 Barcelona (Bsparit) “Tel. 93 253.09 04 Fax 93 253 09 05 Como elecerinico: gedisa gedia.com ueps fori gedisa com Preimpresion: Editor Service SL Diagonal 299, entresbl 108013 Barcelona ISBN: 978-84.9784.236-5 Depésito legal: 44681-2007 Impreso por Romany Valls Impresoen Fspafa Printed in Spain Queda prohibida la reproducelén roralo parca! por cualquier medio de impvesidn, en forma idéntica, extracrala 0 modificada, ialquler oto idioma, Vision 3X Serie aniversario 30 aitos Visién 3X es una serie conmemorativa de XXX afios de edi- cién continuada. De crecimiento en la elaboracién de conte- nidos y su expansién a lo largo y ancho de la geografia espa- fiola y por supuesto de toda América Latina. V3X es también mirar hacia dentro, atravesar la piel y ver los huesos de nuestras estructuras y marcas mds sdlidas. Tam- bign es una forma de la mirada, es alzar la vista mientras nos damos la vuelta y oteamos nuestros origenes para cntenderlos, A su vez, este artilugio nos permite girar sobre nosotros mis- mos, levantar de nuevo los ojos y mirar el futuro a través de la palabra que explora y especula. Nuestro artefacto es limitado, su capacidad estd dada por las huellas de su historia, Permite ver ¢l intetior pero tiene un I{mite en sus aumentos; treinta afios hacia atris y treinta afios hacia delante, y, sin embargo, creemos sinceramente que los selectos invitados que han he- cho uso de él le han sacado sus maximas potencialidades. Gedisa, orgullosa de si misma y de sus autores, invita a festejar este 30 aniversario con todo el mundo lector que esté dispuesto a ser sacuidido por la mirada critica que los autores de V3X nos proponen: Marc Augé, Manuel Cruz, Roger Chartier, Néstor Garcla Canclini, Ferran Mascarell, Josep Ramoneda y George Yiidice. Editorial Gedisa, 2007 Indice Nota previa... 2.0.6 ce cece cece ee ea ees 1 La historia, entre relato y conocimiento 19 La institucién histérica 28 Las relaciones en el pasado, Historia y memoria . 34 Las telaciones en el pasado. Historia y ficcién 39 De lo social a lo cultural 48 Discursos eruditos y précticas populares 63 Microhistoria y globalidad 74 La historia en la era digital 82 Los tiempos de la historia... 88 INota previa Este libro es el quinto que publica coxn Gedisa. Se- mejanve colaboracién ~larga ef ¢l tieampo y basada en laconfianza mutua—es un ef@MPlo enere mu shee otros del importante papel que &ta editorial desem- pefia para que sean conocidos, Jeidas y- Caicedo al dmbito de la lengua castellant los tresbajos de his- toriadores europeos 0 americafios. E . para m{un placer y un orgullo estar presente ¢m uy catdlogo en cl cual figuran también autores M0 Fernand Brau- del, Jean-Pierre Vernant, Jacques Le Ga Peter Bur- ke 0 Carlo Ginzburg. La publicacién de este nuevo libro me permite re- cordar cudles fueron las mutaciones de ry, ; disciplina, la historia, después de 1992, fecha de ta primera obra mia que edits Gedisa, El tendto corm represen. tacidn. Estudios sobre la historia cultural ( fut fie tana bign la primera traducida al castellano)’ partir de aippat La historia o la kectrra det tiempo una serie de reflexiones metodoldgicas y diversos es- tudios de caso, dicho libro proponia un conjunto de conceptos que proporcionaba nuevos modelos de andlisis capaces de superar los limites de las dos for- mas que dominaban Ia historia cultural: por un lado, la historia de las mentalidades tal como la definfan las obras de Lucien Febvre o Robert Mandrou; por otto lado, una historia cuantitativa que segula los métodos estadisticos de la historia econdmica y so- cial, Las nociones de representacidn, prdcticas y apro- piacién que se encuentran en mi libro de 1992 pro- ponfan una aproximacién que hacia hincapié en los uusos particulares mds que en las distribuciones esta disticas. En este sentido, llamaba la atencién sobre los gestos y comportamientos y no sdlo sobre las ideas y los discursos, y consideraba las representaciones (individuales 9 colectivas, puramente mentales, tex- tuales o iconogréficas) no como simples reflejos ver- daderos o mentirosos de Ia realidad, sino como enti- dades que van construyendo las divisiones mismas del mundo social. Tal propuesta aseguré una presen- cia més fuerte en el mundo intelectual espafiol y Ja- tinoamericano de autores como Norbert Elias, Pierre Bourdieu, Louis Marin o Michel de Certeau, Pese a a pall XA, Reger Chartier sus debilidades, el libro encontré una célida y dura- © dera recepeidn y siempre me emociono cuando, des- * pués de una conferencia o un seminario dictado en Espafia o en un pais de Latinoamérica, un joven es- tudiante, apenas nacido en 1992, me pide que firme su ejemplar de! libro. Dos afios despues del Mundo coma representacion, en 1994, salié un segundo libro publicado por Gedi- sa. Es tambign una obra muy imporvante para mi por que fue el ensayo con el cual empecé a definir el campo de trabajo que es todavia el mio hoy en dia. En El orden de los libros traté de vincular varias apro- ximaciones hasta entonces separadas; la crftica tex- tual, la historia del libro y la sociologia histérica de la cultura. En él planteaba algunas cuestiones que si- guen acompafidndome: entre ellas, las modalidades histéricas de la construccién de la figura del autor y el papel de las varias maneras de leer en el proceso que da senticlo a los textos, o bien la diferencia entre las bibliotecas de piedra y las bibliotecas de papel (cuando la palabra designa una coleccién impresa), una diferencia que ilustra la tensién entre el deseo de universalidad que conduce al suefio de una bibliote- ca que abarque todos los libros que fueron escritos —B— La historia oa lecnera del tiempo (0, con Borges, que podrfan serlo), y que requiere —frente al temor del exceso- elecciones y selecciones, multiplicdndose asi los extractos y antologias. La brevedad del Orden de los libros ayudé sin duda asu circulacién: fue,traducido a siete lenguas. La edi- cién de Gedisa se abre con un prélogo de Ricardo Garcfa Cércel que contextualiza mi trabajo dentro del marco de Ia historiografia espafiola de los aitos ochenta y noventa, un perfodo impresionante en cuanto al desarrollo de los trabajos dedicados a la his- toria del libro y la cultura escrita en Ja peninsula. Es- toy particularmente orgulloso de haber participado en esta corriente de estudios situados en el entrecru- zamiento de la herencia de los Annales y la cradicién filolégica espafiola, de la historia social y la critica textual. El didlogo con los historiadores espafioles —cuya acogida fue tan generosa y amistosa— me ins- piré el imprudente deseo de empezar a escribir sobre libros y autores del Siglo de Oro y asf, como outsider, entrar en la amplia familia de los «hispanistas». Sin embargo, el tercer libro mfo que aparecié en el catdlogo de Gedisa se remite a otra competencia: la de historiador de la Francia del Antiguo Régimen. Aprovechando —o siguiendo las sugerencias del Bi- —4— ep @xEA Roger Chartier centenario— escribf un ensayo sobre los origenes cul- © turales de la Revolucién francesa que proponfa una © yeflexién no sobre las causas de la Revolucién, que son econémicas, sociales y politicas, sino sobre las mpturas brutales o las lentas ttansformaciones que hicieron pensable, deseable y comprensible tal even- to, El titulo de la traduccién castellana, Expacio pil- blico, critica y desacralizaciin en el siglo xvitt, hace mi proyecto més inmediatamente visible que el francés al subrayar tres mutaciones esenciales: la constitu- cién de un espacio politico sustralde al control de la autoridad mondrquica, el ejercicio de la critica con- tra las auroridades y la crisis de los compromisos cris- tianos. El libro fue criticado por ser ideatista, ya que no se dedicaba a los fenémenos sociales que produ- jeron las rupturas de 1789, o por ser excesivamente sociolégico, ya que no hacia hincapié en las ideas y doctrinas ilustradas que fueron las matrices de la po- Iftica revolucionaria. $i bien entiendo tales criticas, mi proyecto era diferente, pues en él trataba de iden- tificar en la larga duracién, incluso antes del siglo xvill, la distancia tomada en relacién con las creen- cias y autoridades que fundamentaban el antiguo or- den, entre ellas la sacralidad del rey, la estructura -—i5— La histori a la lecera det tiempo estamental del mundo social o los dogmas y manda- mientos del catolicismo. Lo que intenté fue vincular dichas mutaciones culturales profundas, que socava- ron las antiguas certidumbres, con las pricticas in- mediatas, y amenudo no discursivas, que debilitaron tan fuertemente el orden tradicional, canto que unas pocas semanas fueron suficientes para derrumbarlo en el verano de 1789. Si bien los historiadores fueron siempre los peores profetas, s{ pueden ayudar sin embargo a compren- der las herencias acurnuladas que hicieron de noso- tros lo que hoy somos. Es esta certidumbre la que fundamenté otro libro mio que Gedisa publicd en el afio 2000 bajo el titulo de Las revotuctones de la cut- tuna eserita. La serie de ensayos y didlogos reunidos en él respondfa a un esfuerzo por situar las mutacio- nes que impone la entrada en la cultura digital en una historia de larga duracién de la cultura escrita. Se ttaraba entonces de reflexionar sobre los momentos histéricos que plasmaron la definicién del libro y las pricticas de lectura que son todavia las nuestras, asf como las rupruras que las transforman hoy en dfa. Las revoluciones de la cultura escrita es un libro im- preso que se dedica a la textualidad electrénica y que —16— pO XEA VaX.O peisa Roger Chartier transcribe conferencias y entrevistas. Esta triple iden- tidad me parece emblemética de los retos del presen- te, pues constata una nueva definicién de los papeles de las antiguas formas de la comunicacién palabra viva, eseritura de mano, publicacién impresa), reque- rida por la importancia cada dfa mas Fuerte de una nueva modalidad de composicidn, transmisién y apropiacién de lo escrito (y también de las imagenes, de la palabra y de la musica), La invencién de la es- critura en el mundo de la ozalidad, la aparicién del codex en el mundo de los rollos o la difusién de la imprenta en el mundo del manuscrito obligaron a comparables, si no idénticas, reorganizaciones de las pricticas culturales. Recordarlo no significa que la historia se repita, sino remarcar que ésta puede pro- curar conocimientos y ayudar a la comprensién criti- cade las innovaciones del presente, las cuales, a su vez, nos seducen ¢ inquictan. Me parece que es esta certidumbre la que comparto con Gedisa, que otra vez acoge un ensayo mio, —i7— Al proponerme presentar las transformaciones que ha atravesado en estos ultimos treinta afios la disci- plina a la que pertenezco, la historia, el proyecto Vi- sién 3X de Gedisa me da la posibilidad de continuar con una reflexién que comencé en un libro publica- do en 1998, donde trataba de responder a un inte- rrogante que por entonees obsesionaba a los historia dores: el de una supuesta «crisis de la historia»,' La historia, entre relato y conocimiento Tal ver sea conveniente recordar los dos interto- gantes fotmulados en ese texto a fin de comprender 1. Roger Chartier, Au bord de la falaise. Liistaire entre certitudes et inguiérude, Paris, Albin Michel, 1998, —fo— La historia o la terra deb tiempo mejor la novedad de las cuestiones que habitan en nuestro presente. El primero derivaba directamente de la evidenciacién de las dimensiones retérica y narrativa de la historia, designadas con agudeza en tres obras fundacionales publicadas entre 1971 y 1975: Comment on écrit histoire, de Paul Veyne (1971), Metabistory, de Hayden White (1973), y lEcriture de Ubistoire, de Michel de Certeau (1975). Veyne, al afirmar que la historia «es, ante todo, un relato y lo que llamamos explicacién no ¢s mas que la forma que tiene la narracién de organizarse en una trama comprensible»,? Hayden White, al iden- tificar «las profundas formas estructurales de la imaginacién histérica» con las cuatro figuras de la retérica y la pottica clisica, es decir la metéfora, la metonimia, la sinécdoque y la ironfa,? y de Certeau, al sostener que «el discurso histéries, en sf mismo, pretende dar un contenido verdadero (que depende "2, Paul Veyne, Comment on écrie tvistoive. Euni d épistémologie, Pa- fs, Editions du Seuil, 1971, pég. 67. [Trad. case: Cémo se es- cribe la histori: ensayo de epistemologta, Madsid, Fragus, 1972.] 3. Hayden White, Menthistory. The Hiserical hoaginasion in Ni- neteenth-Century Europe, Baltimore y Londres, The Johns Hopkins Universicy Press, 1973, pag. IX. — 26 — ps 0 xEA. Roger Chartier i de la verificabilidad), pero bajo la forma de una na- © rracién»,‘ obligaban a los historiadores a abandonar Ja certidumbre de una coincidencia toral entre el pasado tal como fue y la explicacién histdrica que lo sustenta. Esa interpelacién suscité una profunda preocupa- cién ya que, durante mucho tiempo, la historia habfa soslayado su pertenencia a la clase de los relatos y ha- bla borrado las figuras propias de su escritura, reivin- dicando su cientificismo. Asf se trate de una recopi- lacién de ejemplos a la manera antigua, 0 que se offezca como conocimiento de si misma en la tradi- cidn historicista y roméntica alemana, o se proclame «cientifica», la historia no podfa sino rechazar pen- sarse como un relato y. como una escritura.La narra- cién no podfa tener una condicién propia pues, se- gtin Los casos, estaba sometida a las disposiciones y a las figuras del arte retérico, es decir, era considerada como el lugar donde se desplegaba cl sentido de los hechos mismos, 0 eta percibida como un obsticulo 4, Michel de Certeau, L’Eeriture de UBistoire, Parts, Gallimard, 1975, ple, 110, [Trad. casts La escritura de la historia, México, Universidad Iberoamericana, 1993, pdg. 109,] =a La historic ola tectura det tiempo importante para un conocimiento verdadero.! Sdlo el cuestionamiento de esa epistemologfa de la coinci- dencia y la toma de conciencia sobre la brecha existente entre el-pasado-y-su representacién, entre lo rrativas.que.se. proponen _ocupar el lugar de ese. pasa- do, permitieron el desarrollo de una reflexién sobre a historia entendida como una escritura siempre construida a partir de figuras retéricas y de estructu- ras narrativas que también son Jas de la ficcién. = De ahf deriva la cuestién principal en que se basé el diagnéstico de una posible «crisis de la historia» en los afios 1980 y 1990 del siglo pasado/ Si la historia como disciplina de saber comparte sus formulas con la escti- tura de imaginacién, zes posible seguir asignandole un régimen especifico de conocimiento? La «verdad» que produce es diferente de la que producen el mito y la literatura? Se sabe que ésa es la posicidn muchas ve- ces reafirmada de Hayden White, para quien el cono- cimiento que propone el discurso histérica, puesto 5, Frangois Hartog, «Tart du récit historiques, en Fassés recompo- sds, Champs et chantiers de Ubistnire, bajo la diveccidn de Jean Boutier y Donainique Julia, Paris, Editions Autrement, 1994, prigs. 184-193. 299. =r oF XEN Roger Chartier que es «una forma de operacién para hacer ficcién», es del mismo orden que el que dan del mundo o del pa- sado los discutsos del mito y de la ficcidn. Se sabe, asi- mismo, que contra esa disolucién de la condicién V3X © gedicx propia del conocimiento histérico se ha reafirmado con fuerza la capacidad de saber critico de la discipli- nna, apoyada en sus técnicas y operaciones especificas. En su resistencia tenaz ala «méquina de guerra esedp- rica» posmodernista del «giro linguistico» 0 del «giro retdrico», Carlo Ginzburg recordd varias veces que, en Ja posteridad de Ja retérica aristotélica, prueba y rev6- rica no son antinémicas, sino que estdn indisaciable- mente ligadas y que, por otra parte, (desde el Renaci- miento la historia ha sabido elaborar las técnicas eruditas que permiten separar lo verdadero de lo falso. | conocer las dimensio- nes retérica o narrativa de la escritura de la historia no implica de ningtin modo negarle su condicién de un conocimiento verdadero, construido a partir de prue- bas y de controles. Por ello, «el conacimiento (incluso De ahi su firme conclusién: 5 el conocimiento histrico) es posible». 6. Carlo Ginaburg, History, Rhetoric, and Proof The Menahem Stern Jerusalem Lectures, Haover y Londres, University Press of New England, 1999, pag. 25. sng La historia o la lectura del tiempo ‘Todos los intentos de refundacidn epistemoldgica del régimen propio de cientificidad de la historia, ssipa8 @ XEA distinguido, a su vez, de las verdades de la ficcién y del lenguaje matematico de las ciencias de la nacura- leza, comparticron esa afirmacién. Diferentes pro- puestas marcaron esa busqueda; la vuelta a un para- digma alternativo, designado por Garlo-Ginzburg_ como sindiciarion, porque funda el conocimiento en la recoleccién y la interpretacién de las huellas y no en el procesamiento estadistico de los datos, o bien ladefinicién de un concepto de objetividad capaz de articular la seleccién entre las afirmaciones admisi- bles y las que no lo son, con la legitima pluralidad de las interpretaciones* o, [mas recienremente, las refle- xiones en torno a modelos tedricos y operaciones cognitivas que permitan establecer un saber generali- zable a partir de estudios de caso, microhistorias o ¢5- 7. Carlo Ginzburg, «Spie, Radici di un paradima indiziario», en Grisi della ragione, Nuovi modelli nellrapporto tra spare atcivith umane, Aldo Gargani (ed.), Turin, Einaudi, 1979, pags. 56- 106. 1 Joyce Appleby, Lynn Hunc y Margaret Jacob, Telling che Truth about History, Nueva York y Londres, W.W. Norton and Com- pany, 1994, pig, 283. (Trad. cast: La verdad sobre la historia, Nateelona, Andrés Bello, 1998.) =) Roger Chartier . ray . tudios comparativos? Todas estas perspectivas, por mis diferences que sean, se inscriben en una inten- cién de verdad que es constituriva del propio discur- VX gedice so histérico, —— Dichas perspectivas han permitido calmar las pre- acupaciones de los historiadores, cuyas cectidumbres resultaron sumamente conmocionadas por la evi- denciacién de la paradoja inherente a su trabajo pues, como dijoivfichel de Certeau, ela historiognafla (es decir «historia» y «escritura») lleva inscrita en su nombre propio la paradoja —y casi eloximoron— de relacién de dos términos antinémicos: lor cutson."]Reconocer esa paradoja conduce a repensar oposiciones formuladas demasiado bruscamente en- yeldis: tre la historia como discurso y la historia como saber. Con Reinhart Koselleck,'' de Certeau ha sido, sin 9. Penser par eas, bajo la direcctén de Jean-Claude Passeron y Jac- ques Revel, Editions de Boole des Hautes Exudes en Sciences Sociales, Enquéte, 2005, y el dossier «Formes de la général tion», Arnales, Histoire, Sciences Saciates, 2007, pigs, 5-157. 10. Michel de Certeau, LBeviture de Uhistoire, op. cit., p. 5. 11. Reinhare Koselleck, «Erfahrungswandel und Mechodewese cchel, Eine historische historisch-anthrapologische Skizzer, en Historische Methode, C. Meier y J. Riisen (eds.), Miinich, 1998, pags. 13-61, —25— La histori la lectara del tierapo duda, el hiscoriador mas atento a las propiedades for- males del discurso histérico, colocado y diferenciado dentro de la clase de los relatos. Ha demostrado cé- mo la escritura de la historia, que supone el orden cronaldgico, el cierre del texto y el relleno de los in- tersticios, invierte el proceder de la investigacién, que parte del presente, que podria no tener fin y que se confronta sin cesar a las lagunas de la documenta cién. Ha demostrado también que,'a diferencia de otros relatos, la escritura de la historia est desdobla- da, hojeada, fragmentada: «se plantea como historio- grafico el discurso que “comprende” a su otro —la cxénica, el archivo, el documento, es decir el que se organiza joliado, en el cual una mitad, continua, se apoya sobre otra, diseminada, para poder decir lo que significa la otra sin saberla) Por las “citas”, por las referencias, por las notas y por todo el aparato de re- misiones permanentes a un primer lenguaje, el dis- See cutso se establece como saber del otron. La historia E80 Be HUB DIS CS COMA HET Ger Oneme,” La DISA como escritura desdoblada tiene entances la triple t rea dé convoc el pasadp, que ya no esté en un dis- 12, Michel de Certeau, LEcriture de histoire, op. cit., pig, 111 (pag. 110 de la versién espaiiola). 3g spa xcn, 4 a x © Tecto Roger Chartier curso en presente, mostrar las competencias del his- toriador, duefio de las fuentes, y convencer al «Vista desde este angulo, la estructura desdo- blada del discurso funciona como una maquina que obtiene de la cita una verosimilitud para el relato y una convalidacién del saber; produce, pues, la con- fablidads." gEsto significa, entonces, que no hay ah{ mds que un teatro de la erudicién que de ningiin modo da a la historia la posibilidad de producir un conoci- miento adecuado del pasado? No era ésa la pesicién de Michel de Certeau que, en un libro dedicado a caracterizar las propiedades espectficas de la escritu- ra de la historia, recuerda con rorundidad la dimen- sidn de conocimiento de la disciplina. Para él, la historia es_un_discurso que produce enunciados «cientificos, si se define con este término «la posi- bilidad de establecer un conjunto de reglas que per- mitan “controlar” operaciones proporcionadas a la produccién de objetos determinados».* Todas las palabras de esta cita son importantes: uproduccién eBllOag, 13, fdem, D teenie 14, Ibid, nota 5, pig, 64. ; 7 Astrea mat gute e stnwrata —z, s o % yaa La historia o la tecoura del tiempo 2 ‘ . san S de objetos dererminados» remite a la construccién & — del objeto hist pasado nunca es un objeto que ya esté alli; «opera- ciones» designa las practicas propias de la tarea del historiador (recorte y procesamienta de las fuen- tes, movilizacién de técnicas de andlisis especificas, construccién de hipétesis, procedimientos de verifi- cacién); wreglas» y «controles» inscriben la historia en un régimen de saber compartido, definido por criterias de prueba dotados de una validez universal. Como en Ginzburg (y, tal vez, mas de lo que él mis- mo piense, ya que ¢l colocarfa a de Certeau en el campo de los escépticos), se hallan asociados, y no opucstos,.conocimiento.y.relato, prueba y retérica, saber etitico y nartacién, La institucién histérica En 1999, otro interrogante se referfa a la propia sinstitucién histérica», es decir, allos efectos en la prictica de los historiadores del lugar social donde se ejerce su actividad,)}Como dice de Certeau: eAn- tes de saber lo que la historia dice de una sociedad, =m ico por el historiador, ya que el ¢ Roger Chartier nos importa analizar cémo funciona ella misma; Es- ta insticucién se inscribe en un completa que le per- VOX © gedisa mite solamente un tipo de producciones y le probibe otras. Asf procede la doble fincién del lugar. (Vuelve posibles algunas investigaciones, gracias a coyuntu- ras y problemas comunes. Pero a otras las vuelve im posibles; excluye del discurso lo que constituye su condicién en un momento dado; desempefia el pa- pel de una censura en lo referente a los postulados presentes (sociales, econmicos, politicos) del andli- sis»,)* Esta observacién podlla comprenderse, en pri- mer lugar, en los términos de la historia de la histo- ria e identificar, en la muy larga duracién, los lugares sociales sucesivos en los que se ha producido un discurso de historiaifla ciudad, desde Grecia has- ta las ciudades del Renacimiento italiano, el monas- terio y la gloria de Dios, la corte y el servicio del principe en la era de los absolutismos, las redes eru- ditas y las academias de sabios, las universidades a partir del siglo xiX.|Cada_uno-de.estos_lupares im- pone a la historia no sélo objetos propios, sino tam- bi alidades del trabajo intelectual, formas de 15. Ibid., pag, 78 (pig. 81 de la version espafiola), —29— La historia o da lectura del tiempo escritura, técnicas de prueba y de persuasién, Un buen ejemplo de ello es, entre los siglos xv1 y XVI, ‘el contraste entre Ja historia de los historidgrafos de los principes y la historia de los eruditos anticua- Hlos.!\La primera, la de los historiégrafos oficiales, estd organizada con la forma de un relato dindstico que narra la historia de los reyes y de la nacién, identifieados el uno con la otta, y moviliza las igu- ras de la retérica para que, como subraya Louis Ma- Tin, «lo que no es representado en el relato y por el narrador, lo sea en Ia lectura por el narratario, como efecto del relato».” La segunda historia, la de los eruditos, procede por fragmentos, se apoya en in- vestigaciones eruditas (documentales, arqueolégi- cas, numismdticas, filolégicas) y se aboca a los usos y costumbres humanas. Si bien no debe forzarse la gposicién, ya que, incluso en tiempo de Luis XIV, hay cruces entre historia del rey y erudicién, ésta ha fundado, hasta hoy, la coexistencia o la competencia 16, Roger Charticr, «Liécriture de "histoire & lage de l'absolutis~ ime», en De le litténasure flangaise, bajo la dizeccién de Denis Hollier, Parls, Bordas, 1993, pags. 332-337. 17, Louly Marin, Ae Portnaie du roi, Parts, Les Editions de Minuit, gs 98, —30— ora XEA Roger Chartier entre las historias generales, sean nacionales o uni- versales, y los trabajos histéricos dedicados al estu- V3K © spdisa dio de objetos en concreto (un territorio, una insti- tucidn, una sociedad), En cada momento({a winstitucién histérica» se or- ganiza segtin jerarqufas y convencones que trazan las, fronteras entre los objetos histéricos legitimos y los que no lo son y, por lo tanto, son excluidos 0 censu- radod Es tentador traducir cn el Iéxico de la sociolo- gia de Pierre Bourdieu, sustituyendo el término de esctitor por el de «historiador, esas determinaciones que rigen/l «campo» de la produccién histética y considerar como fundamentales las competencias donde lo que esté en juego es «el monopolio de po- der decir quién esté autorizado a llamarse historiador o incluso a decir quién es historiador y quign tiene autoridad para decir quién es hisroriador».4 En un mundo social como el del Homo academicus, donde la pertenencia y la jerarquia estén reguladas por la obtencidn de tftulos académicos, ese poder de desig- nacidn se ha ejercido a expensas de los outsiders (pen- 18. Pierre Bourdieu, «Le champ litedrairen, Actes de la Recherche en Sciences Sociales, 89, 1991, pags. 4-46 (la cita es de la pig. 13). —3p— La historia o la dectura del tiempo semos en el caso de Philippe Aris, que fure dejado largo tiempo al margen de la «institucién histérica» francesa porque no era universitario) y ha gobernado -tenazmente la. distribucién de Ja autoridad, las for- mas de la divisién del trabajo, la dignidad.o la mar- nal de apreciacién 9, de desvaloracién. detas obras, lo ad de los cemas de investigacién y los criterios que de Certeau llama, no sin una chitriante ironta, las «leyes del medion, — La identificacién de esas restricciones incorpora- das colectivamente y siempre ocultadas en el discur- so histérico que borra las condiciones de su fabri- cacién, debe reemplazar las razones alegadas, de Raymond Aron a Paul Veyne, para mostrar, alabar, denunciar el cardcrer subjetivo de la historia, a saber, los prejuicios y las curiosidades del historiador. Las detetminaciones que rigen la escritura de la historia remiten més fundamentalmente a las précticas deter- minadas por las «instituciones técnicas de la discipli- nav, que distribuyen, de manera variable segiin la época y el lugau, la jerarquia de los temas, las fuentes y las obras. Por ello, esa identificacién de ningiin modo implica quitar su capacidad de conocimiento al saber histérico producido bajo las condiciones de —32— mip XEA VaK.© peda Roger Chartier esas determinaciones. En efecto, la nueva historia de las ciencias (la de Simon Schaffer, Steven Shapin, Mario Biagioli 0 Lorraine Daston) nos ha ensefiado que no era contradictorio relacionar los enunciados cientificos con las condiciones histéticas de su posi- bilidad (sean politicas, retéricas o epistemolégicas) ys al mismo tiempo, considerar que producian ope- taciones de conocimiento, sometidas a técnicas de saber, ctiterios de validacién o regimenes de prue- ba. Como disciplina «cientificas, la historia es sus- ceptible de un enfoque similar que no disuelva el co- nocimiento en la historicidad, cerrando la via a un relativismo escéptico, pero que también reconace las vatiaciones de los procedimientos y las restticciones que rigen la operacidn histérica, La historia de la his- toria, al igual que la historia de las ciencias, ha sufti- do durante demasiado tiempo la oposicién estétill en- tre un enfoque de la historia de las ideas, ligada exclusivamente a las teorfas de la historia y-a las cate- gorfas intelectuales aplicadas por las historiadores, y tun enfoque, definido (o estigmatizado) coma socio- légico, atento a los espacios sociales de la produccién del saber histérico, sus instrumentos, sus convencio- nes y sus técnicas. La epistemologfa histérica por la —33— La historia o ta lecnara del tiempo cual aboga Lorraine Daston" no se aplica sélo a las pricticas y a los regimenes de racionalidad de los sa- beres que han tenido o tienen a la naruraleza por ob- jeto. Promete una visién mas sutil de los que se abo- quen a representar el pasado adecuadamente. Las relaciones en el pasado. Historia y memoria Actualmente, sin duda mds que en 1998, los histo- tiadores saben que el conocimiento que producen no es mas que una de las modalidades de la relacién que las sociedades mantienen con el pasada,)Las obras de ficcién, al menos algunas de ellas, y la memoria, sea colectiva 0 individual, también dan_una presencia al pasado, a veces o a menudo mas poderosa que la que establecen los libros de historia, Por ello, lo que se debe analizar en primer lugar son esas competencias, 19, Lorraine Daston, «Une histoire de labjectivité scientifique», cen Des seiences et des techniques: un débat, bajo la diteccién de Roger Guesnerie y Francois Hartog, Parls, Editions de lEco- le des Hautes Etudes en Sciences Sociales, Cahier des Anna- les, 1998, pigs. 115-126, —34— oH 9 XEA Roger Chartier Gracias al gran ene le Paul Ricoeur, Mémoire, his- g toire, aubli, las Mifere rencias Bntre historia y memoria * pueden trazarse con claridad.” La primera es la que discingue el testimonio del documento. Siel primero es inseparable del testigo y supone que sus dichos se consideren admisibles, el segundo da acceso a «acon tecimientos que se consideran histéricos y que nun- cahan sido el recuerdo de nadie». Al testimonio, cuyo crédito se basa en la confianza otorgada al testigo, se opone la naturaleza indiciaria del documento. La aceptacién (0 el rechazo) de la credibilidad de la pa- labra que testimonia el hecho es reemplazada por el ejercicio critico, que somete al régimen de Jo verda- dero y de lo falso, de lo refutable y lo verificable, a las huellas del pasado. ~-Una segunda diferencia opone la inmediatez dela reminiscencia a la construccién de la explicacién histdtica, sea explicacién por las regularidades y las causalidades (desconocidas por los actores) 0 expli- cacién por sus rezones (movilizadas como estrategias explicitas), Para poner a prueba las modalidades de 20, Paul Ricoeur, Mémoire, bistoire, oubli, Parts, Editions du Seuil, 2000, (Trad. east.: La memoria, la historia, el olvide, México, Fondo de Cultura Eeonémics, 2004.} —35— La historia o la lectura del tiempo Ja comprensién historiadora, Ricoeur opté por pri legiar la nocién de representacién, por dos razones. Por un lado, ésta tiene una doble condicién ambi- gua en la operacién historiogréfica: designa una cla- se de objetos en particular, definiendo a la vez el ré- gimen mismo de los enunciados histéricos. Por otro lado, la atencién que presta a la representacién, co- mo objeto y como operacién, permite retomar la re- flexién sobre las variaciones de scala que ha carac- terizado el trabajo de los historiadozes a partir de las propuestas de la microhistoria” y, mds recientemen- te, de las diferentes formas de vuelta a una historia global. [7 Una tercera diferencia entre historia y memoria lopone reconocimiento del pasada y representacién Idel pasado. A la inmediata fidelidad (0 supuesta fi- delidad) de la memori&se opone Ja intencién de ver- dad de la historia, [asada en él procesamiento de los documentos, que son huellas del pasado, y en los modelos de inteligibilidad que construyen su inter- pretacién¥ sin embargo, dice Riceeur, la forma li- 2U. Jews dUchelle. La microanalyse &t Uépreuve, bajo la direccién de Jacques Revel, Parfs, Gallimard/Seuil, 1996. — 36 — 8 XE Roger Chartier ceraria, en cada una de sus modalidades (estructuras narrativas, figuras retéricas, imagenes y metAforas), V3K © peda opone una resistencia a lo que él designa como «la pulsi6n referencial del relato histérico».” La funcién de «representancia» de la historia (definida como «da capacidad del discurso histérico para representar el pasado») es constantemente cuestionada, sospe- chada, por la distancia introducida necesariamente entre el pasado representado y las formas discursivas necesarias para su representacién, Entonces, cdmo acredirar la representacién historica del pasado? Ricecur propone dos respuestas. La primera, de orden epistemoldgico, insiste en la necesidad de dis- tinguir claramente y articular las tres efsses» dela ope- racidn historiogrdfica: €! establecimiento de la prue- ba documental,4a construccién de la explicacién y Sia puesta en forma literaria, La segunda respuesta es menos familiar para los historiadores, Remite a la certidumbre de la existencia del pasado tal como. la gatantiza el testimonio de la memoria. En efecto, ésta debe ser considerada como smatriz. de histo- 22, Paul Ricaeur, Mémoire, histoire, oubli, op. cic., pag, 306. 23, [dem. =37 La historia o ta lectura del tiempo tla, en la medida en que es la guardiana de la pro- blematica de la relacién representativa del presente con el pasado», No se trata de reivindicar la me- moria contra la historia, a la manera de algunos es- critores del siglo x1x, sino de mostrar quell testimo- nio de la memoria es el garante de la existencia de un pasado que ha sido y no es més] El discurso histéri- co encuentra all all la certificaciér inmediata y eviden- das de esa manera, la memoria y la historia siguen siendo inconmensurables. La epistemologfa de la verdad que rige la operacién historiogréfica y el ré- gimen de la creencia que gobierna la fidelidad de la memoria son irreductibles, y ninguna prioridad, ni superioridad, puede darse a una a expensas de la ou. Por cierto, entre historia y memoria las relaciones son claras [El saber histérico puede contribuir a disi- par las ilusiones o los desconocimientos que duran- te largo tiempo han desorientado a las memorias co- lectivag] ¥ al revés, las ceremonias de rememoracién y la institucionalizacién de los lugares de memoria 24, Ibid, pig, 106 —38— ps9 xc, Roger Chartier rigen a menudo a investigaciones hiscéti- 2s originales. Pero-no por ello memoria e historia son “identificables. La primera es conducida por las exi- gencias existenciales de las comunidades para las que la presencia del pasado en_el presente.¢s un ele- mento esencial de la construccién de su ser vo. La segunda se inscribe en el orden de un =| a Ogelian universalmente aceptable, «cientifico», en el sentido de Michel de Certeau. ~Las relaciones en ef pasado. Historia y ficcién Entre historia y ficcién, la distincién parece clara y zanjada si se acepta que, en todas sus formas (miti- cas, literarias, metaféricas), la ficcién es «un discur- so que “informa” de lo teal, pero.no pretende re- presentarlo ni acreditarse en él mientras s que la historia pretende dar una representacién adecuada de fa realidad que fue y ya no es. En ese fabio real es a li'vez el objeto y el garante del discurso de Ia historid)Sin embargo, hoy en dla miuchie mazories_ difuminaf esa distincién can clara, La primera es la evidenciacién de la fuerza de las representaciones del —39 — La historia 0 la lectara del tiempo pasado propuestas por la literatura,\La nocién de senergia», que tiene un papel esencial en la perspec- tiva analftica del New Historicism, puede ayudar a comprender cémo algunas obras literarias han mol- deado mas poderosamente que los escritos de los historiadores las representaciones colectivas del pa- sado.(El teatro, en los siglos xvi y xvul, y la novela, enel siglo XIX, se apoderaron del pasado, desplazan- do al registro de la ficcién Literaria hechos y perso- najes histéricos, y poniendo en el escenario o en la pagina situaciones que fueron reales 0 que son pre- sentadas como tales.\Cuando las obras estén habita- das por una fuerza en concreto, adquieren la capaci- dad de «producir, moldear y organizar la experiencia colectiva mental y fisica»—* y entre esas experiencias se cuenta el encuentro con el pasado, A titulo de ejemplo, veamos las Aistories 0 piczas histéricas de Shakespeare. En el folio de 1623, que reine por primera vez, siete afios después de la muerte de Shakespeare, treinta y seis de sus obras, 25, Steven Greenblatt, Shakespearean Negotiations, The Circulae tion of Social Energy in Renaissance England, Berkeley y Los Angeles, University of California Press, 1988, pdgs. 1-20. 26. Ibid., pig, 6. —40— sp @ XEA Roger Chartier la categoria de histories, ubicada entre las comedies © ylas sagedies, retine dicz obras que, siguiendo el or- den cronolégico de los reinados, cuenta la historia de Inglaterra desde el rey Juan hasta Enrique VIL, lo que exclula de la categoria otras histories, las de los hétoes romanos o principes daneses-o escoceses, ubi- cadas en la categoria de las tragedies, Los editores de 1623 transformaron en una historia dramética y continua de la monarquia inglesa obras escritas en un orden que no era el de los reinados, sino que se cuentan entre las obras mds representadas y mds pu- blicadas antes del folio de 1623. De modo que es se- guro que, como declara Hamlet (Hamlet, Il, 2), los actores «son el compendio y la crénica del mundo» y que las obras histéricas moldearon, para sus espec- tadores y lectores, representaciones del pasado mds vivaces y mds efectivas que la historia escrita en las cré= nicas que utilizaban los dramaturgos. Esta historia representada en los escenarios de los teatros es una historia recompuesta, sometida a las exigencias de la censura, como demuestra la ausen- cia de la escena de la abdicacién de Ricardo II en las tres primeras ediciones de la obra, y esta muy abier- taa los anacronismos, Asi, en su puesta en escena de —41— La historia 0 la lectrra det tiempo la revuelta de Jack Cade y sus arcesanos de Kent en § 1450, como aparece en la segunda parte de Enrique @ VI, Shakespeare reinterpreta el hecho atribuyendo a los rebeldes de 1450 un lenguajes milenarista ¢ igua- litario y acciones violentas, destructivas de todas las formas de la cultura escrita y de todos los que la en- carman, que los cronistas asociaban, con una menor radicalidad, por lo demds, con la revuelta de Tyler y Straw de 1381. El resultado es una representacién ambivalente o contradictoria de la revuelta de 1450 que recapitula las férmulas y los gestos de las revuel- tas populares, al mismo tiempo que deja ver la figu- ra catnavalesca, grotesca y cruel de una imposible edad de ora: Ia de un mundo al revés, sin escritura, sin moneda, sin diferencias.” De modo que la his- toria de las Aistories se basa en la distorsién de las realidades histéricas narradas por los cronistas y pro- pone a los espectadores una representacién ambigua del pasado, habitada por la confusién, la incerti- dumbre y la contradiccién. 27. Roger Chartier, «Jack Cade, the Skin ofa Dead Lamb, and the ‘Hatred for Writing», Shakespeare Studies, vol. XXXIV, 2006, pigs. 77-89. —— Roger Chartier Uni Segunda razén que hace vacilar la distincién @ entre historia y ficeién seside en el hecho de que lali- © reratura se apodera no sélo del pasado, sino también _de Jos documentos y de las técnicas encargados de’ nifestar la condicién de conocimiento de la disci- Entre los dispositivos de la ficcién que socavan la intencién o la pretensidn de verdad de la historia, capturando sus técnicas de prueba, se de- be hacer lugar al «efecto de realidad» definido por Roland Barthes como una de las principales modali- dades de la «ilusion referencialy.® En la estética cldsi- ca, la categorfa de lo everosimil» aseguraba el paren- tesco entre el relato histérico y las historias fingidas ya que, segtin la definicién del Dictionnaire de Fure- tigre, en 1690 la historia es «descripcién, narracién de las cosas, o de las acciones como han ocurrido o como padian ocurrity,]De modo que el tiempo de- signa, en conjunto, da narracién continua y encade- nada de varios hechos memorables que sucedieron ~~ 28, Roland Barthes, «Leffet de réels [1968], en Roland Barthes, Le Bruissement de ta langue. Essais critiques IV, Parts, Editions du Seuil, 1984, pags, 153-174, [Trad, casts: «El efecto de rea- idad», en Et susterro del lenguaje: mds alld de la palabra y la es critura, Barcelona, Paidés Ibérica, 1994,] =8— La historia oe lecture del tiempo en una n varias naciones, 0 en uno. en vari glos» y das narraciones fabuladas pero verostmiles, que son Fingidas por un autor De manera que la di- visién no ¢s entre la historia yTa fibula, sino entre Jos relatos verosimiles, asi se refieran alo real o no, y los que no To sorry sor}Asf entendida, Ma la historia esta ra- dicalmente separada de las exigencias criticas propias de la erudicién y despegada de la referencia a la reali- dad como garante de su discurso| Alabandonar lo veros{mil, a fibula fortalecié mis su relacién con la historia, multiplicando las notacio- nes concretas destinadas a cargar a la ficcién de un an aixch peso de realidad y a producir una ilusién referencial_{ Para contrastar ese efecto literario, necesario para to- da forma de estética realista, con la historia, Barthes dice que, para ésta, «el haber estado ahf de de las co- sas es un principio suficiente de la palabra». Sin em- bargo, ese «haber estado ahi», ese «real concreto», que es el garante de la verdad de la historia, debe ser in- troducido en el discurso mismo para acredicarlo co- mo conocimiento auténtico, Ese es el papel, como observaba de Certeau, de Jas citas, las referencias, los documentos que convocan el pasado en la escritura del historiador, demostrando también su aucoridad. —44— Roger Chartier De ahi Le apropiacién, por algunas ficciones, de las técnicas de la prueba propias de la historia, a fin VK O edie de producir, no «efectos de realidad», sino més bien lailusion de un discurso histérico, Junto con las bio- graflas imaginatias de Marcel Schwob o los textos apéctifos de Borges, como aparecen en el apéndice «Ercétera de le Historia universal de la infamia o en la seccién «Museo» de Ef Hacedor, se puede ubicar el Jusep Torres Campalans publicado por Max Aub en la ciudad de México, en 1958.” El libro pone al servi- cio de la biografia de un pincor imaginario todas las técnicas de la acreditacién moderna del discurso his- t6rico: las Fotografias que dejan ver a los padres del artista y a &ste en compafifa de su amigo Picasso; las reproducciones de sus obras (expucstas, por cierto, en Nueva York, en 1962, con ocasién de Ja presen- tacién de la traduccién inglesa del libro), los recor- tes de la prensa donde se menciona, las entrevistas que Aub tuvo con l y algunos de sus contemparé- neos, el Cuaderno verde redactado por Campalans entre 1906 y 1914, etcétera, 29. Max Aub, Jusep Torres Campatans [1958], reedicién, Barcelo- \. Destino, 1999. —45— La historia 0 la deceura del tiempo La obra apunta alos géneros y las categorias que privilegia la critica de arte: la explicacién de la obra por la biograffa, las nociones contradictorias y sin embargo asociadas de influencia y de precursor, las técnicas de la atribucidn, el desciframiento de inten- ciones secretas, excétera, Hoy en dia, esa obra tal vez se lea de otra manera. Al movilizar los «efectos de rea- lidad que comparten el saber histérico y la inven- cién literaria, muestra los parentescos que los vincu- lan. Peto, al multiplicar las advertencias irénicas (en particular, las numerosas referencias al Don Quijote o el epigrafe «;Cémo puede haber verdad sin menti- rat»), recuerda a sus lectores la distancia que separa a la fabula del discurso de conacimiento, la realidad que fue y los referentes imaginarios. Por esa via acompafia, de un modo parédico, la historia de las falsificaciones hist6ricas, siempre posibles, siempre mas sutiles, pero también desenmascaradas por el trabajo critico, Hay(una tiltima raz6n de la proximidad, seducto- ta pero peligrosa, entre la historia como ejercicio de conocimiento y la ficcién, sea literatura o mito\En el mundo contempordnes, la necesidad-de-afirmacién. 0 de justificacién de identidades construidas, o 1 — spo 9 XEA, Roger Chartier 4 construidas, y que no son todas nacionales, suele ins- 9 pirar una reescritura del pasado que deforma, olvida * woculta las aportaciones del saber histérico controla- _do." Esa deriva, impulsada por reivindicaciones con frecuencia muy legitimas, justifica totalmente la re- flexién epistemolégica en torno a criterios de valida- cidn aplicablesa la «operacién historiogréfica» en sus diferentes miomeneos, La capzicidaid etttiea de ly his- toria no se limita, en efecto, a la negacién de las fal- sificaciones o las imposturas. Puede y debe someter a criterios objetivos de validacién o de negacién las construcciones interpretativas, Si se asigna esa funcién a la historia, necesaria- mente se plantea la pregunta sobre los criterios de ese juicio. 2Se los debe vincular ala coherencia inter- na de la demostracién? ;A su compatibilidad con los resultados logrados? Y, por otra parte, zes legitimo postular una pluralidad de regimenes de prueba de Ia historia que serfa exigida por los diversos objetas y métodos histéricos? ;O debemos esforzarnos por elaborar una tcorfa de la objetividad que establezca 30, Erie Hobsbawn, «Lhistorien entre la quéte d’universalité et la quéte d'identité», Diogine, 168, octubte-diciembre de 1994, igs. 52-86. a7 La historia 0 la leenera del tiempo criterios generales que permitan distinguir entre in- terpretaciones aceptables o inaceptables? Estas cucs- tiones, que algunos historiadores consideran intiti- les, conllevan un reto esencial. En una época en que nuestra relacién con.el pasado esté amenazada por la fuerte tentacién de crear historias imaginadas o ima- ginarias, la reflexidn sobre las condiciones que per- miten sostener un discurso histérico como una re- presentacién y una explicacién adecuadas de la realidad que fue, es fundamental y urgente. Supo- niendo en su principio la distancia entre saber criti- co y reconocimiento inmediato, esa reflexién parti- cipa en el largo proceso de emancipacién de la historia con respecto a la memoria y con respecto a la fébula, incluso verosimil. 7 De lo social a lo culeural En estos tiltimos afios, tal como demuestran las nu- merosas obras que se esfuerzan por delimitar los ob- jetos y los métados," la historia cultural se ha vuelto —— 31, Lynn Hunt The New Cultrinad History (cd.), Berkeley, Los Angeles, Londres, Universitty of California Press, 1989; Peter — 48 emp a XEN, i é 8 Roger Chartier uno de los Ambitos mds vigorosos y debatidos del Ambito histérico, Trazar sus limites no es empresa ficil. Se debe hacer a partir de los objetos y las pric- ticas cuyo estudio serfa lo propio de esta historia? Exisre un gran riesgo de no poder trazar una frontera segura y clara entre la historia cultural y otras histo- rias: la historia de las ideas, la historia de la literatu- ra, la historia del arte, la historia de la educacién, la historia de los medios de comunicacién, Ia historia de las ciencias, etcéteray@Debemos por ello cam- biar de perspectiva y considerar que toda historia, la que sea, econémica o social, demogrdfica o politica, es cultural, en la medida en que tadas los gestos, to- das las conductas, todos los fenémenos objetiva- mente mensurables siempre son el resultado de las significaciones que los individuos atribuyen a las co- sas, a las palabras y a las acciones? Desde esa pers- pectiva, fiundamentalmente antropoldgica, el riesgo Burke, Varieties of Cultural History, Cambridge, Polity Press, 1997 (Trad. cast: Formas de historia cultural, Madrid, Alian- 2a Editorial, 2000]; Philippe Poieriee, Ler enjewse de histoire culsuyelle, Paris, Editions du Seuil, 2004; Pascal Ory, Libistoi- ve cutturelley Paris, Presses Universitaires le France, 2004; Justo Serna y Anaclet Pons, La historia enltumal. Autores, obras, dugares, Macid, Akal, 2005. — 49 La historia o la tectura del tiempo es el de una definicién imperialista de la categoria que, al identificarla con Ia historia misma, conduce asu disolucién. Esta dificultad halla su razén fundamental en las multiples acepciones del térming «cultura». Pueden distribuirse esquematicamente entre dos familias de significados} fa que designa las obras y los gestos que, en una sociedad dada, se sustraen a las urgen- cias de lo cotidiano y se someten a un juicio estético o intelectu que apunta a las prdcticas ordina- tias a través de las cuales una sociedad o un indi duo viven y reflexionan sobre su relacién con el mundo, con los demas o con ellos mismos,, EI primer orden de significados conduce a cons- truir la historia de los textos, de las obras y de las pricticas culturales como una historia de dimension doble. Es lo que propone Carl Schorske: «El histo- riador intenta ubicar ¢ interprerar el artefacto tem- poralmente en un campo donde se intersectan dos lineas. Una linea es vertical, o diacrénica, y a través de ella establece la relacién de un texto o sistema de pensamiento con expresiones previas en la misma rama de actividad cultural (pintura, politica, etcéte- ra). La otra es horizontal, o sincrénica, y a través de Gpmx "p88 @ NEA Roger Chartier ella evahia la relacién del contenido del objeto inte- © lectual con lo que aparece en otras ramas 0 aspectos de-una cultural mismo tiempo» De mado que'se frit de pencar’ cada peoduceldn ouleieal @ la vexen la historia del género, de In disciplina o del campo donde se inscribe y en sus relaciones con las otras creaciones estéticas o intelectuales y las otras practi- iaique lesen comempodnenn La segunda familia de definiciones de la cultura se apoya en la acepcidn que la antrapologia simbdlica dade la nocién ~y en particular Clifford Geertz: [eI concepto de culrura que sostengo [...] denora tun patrén histéricamente transmitido de significa- dos expresados en simbolos, un sistema de concep- ciones heredadas expresadas en formas simbdlicas por medio de las cuales los hombres comunican, perpettian y desarrollan su conocimiento sobre la vi- da y sus actividades hacia ésta»."\ Asf pues, la totali- 32, Cail Schorske, Fin-de-sitcle Vienna. Politics and Culture, Nue- va York, Cambridge University Press, 1979, pégs. XXI-XXIL. (iad. cast: Fit de siglo, Barcelona, Gustavo Gili, 1984.] 33, Clifford Geri, The Jnserpretation of Culture, Basic Books, Nueva York, 1973, pig. 89. [Trad. cast.: Interprenacién de las culturas, Barcelona, Gedisa, 1988.] a La historia 0 la tectura del tiempo dad de los lenguajes y las acciones simbélieas pro- pios de una comunidad constituye su cultura, De ahi la atencién que prestan los historiadores mds ins- pirados por la antropalogia a las manifestaciones co lectivas donde se enuncia de manera paroxfstica un sistema cultural: o fiestas carnavalescas. —Segiin sus diferentes herencias y tradiciones,(la historia cultural ha privilegiado objetos, ambitos y ituales de violencia, ritos de pasaje métodos diversos, Enumerazlos es una tarea imposi- ble.) Mas pertinente es, sin duda, la identificacién de algunas cuestiones comunes « esos enfoques tan dis- tintos, Lalprimera se relaciona con Ia necesaria arci- culacién entre las obras singulares y las representa- ciones comunes 0, dicho de otro mado, el proceso $ espe Pe ; textos (0 a las imagenes) de los los oyentes dan sentido. jue se apropian. La pregunta se ha hecho eco, en reac- cién contra el estricto formalismo de la Nueva criti- cao New Criticism, de todos los enfoques que se han propuesto pensar la produccién dei significado co- mo construida en la relacién entre las lectores y los textos. El proyecto adopté diversas formas dentro de la critica literaria, centrando la atencién en la rela- —59— epee XCA, Roger Chartier 4 cin dialégica entre las propuestas de las obras y las @ expectativas estéticas o las categorfas interpretativas * de sus ptiblicos,* 0 en la interaccidn dindmica entre el texto y su lector, comprendida en una perspectiva fenomenolégica," o en las transacciones entre las obras mismas y los discursos o las practicas ordina- tias que son, a la vez, las matrices de la creacién es- tética y las condiciones de su inteligibilidad.* Enfoques similares han hecho que se alejen las lec- turas estructuralistas o semidticas que relacionaban el sentido de las obras con el mero funcionamiento au- tomitico e impersonal del lenguaje pero, a su vez, se han vuelto el blanco de las criticas de la historia cul- tural. Por otro lado, la mayorla de las veces conside- ran los textos como si existieran en si mismos, fuera de los objetos o las voces que los transmiten, mien- tras que una lectura cultural de las obras recuerda 34, Hans Robert Jauss, Litenaturgeschichte als Provokation, Pranc- fort del Meno, Suhrkamp Verlig, 1974. (Thad. cast.: La histo- ria de le literatura como provocacién, Barcelona, Peninsula, 2000, 35. Wolfgang Iser, Der Ake des Lesens, Munich, Wilhelm Fink ‘Verlag, 1976, [Tradl. cast.: 2 acto de leer, Madrid, Taurus.) 36. Stephen Greenblatt, Shakespearean Negotiations: The Ciscule- tion of Social Energy in Renatsance England, op. cit, —53—

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