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ÉTICA ES POLÍTICA:

confrontación-posición-intervención1

(documento de trabajo: versión 18/05/09)

Por: Alvaro Hernández Bello


alhebe@gmail.com

RESUMEN

La ética, más allá de la moral, es prácticamente un imposible. El hecho de tratar


de buscar un fundamento para la ética más allá de la moral y la religión, es el
objetivo de este ensayo. Para tal fin, se presenta la propuesta de pensar la ética
como posición. Esta visión está estrechamente vinculada con otras dos nociones
que conforman así el trinomio de la praxis que propongo en este ensayo. Estas
dos nociones son las de confrontación e intervención. Así, la puesta se instaura en
el marco que entiende que el fundamento de la ética no es la costumbre sino la
realidad en tanto que construcción. Esta realidad me interpela, sucediendo así el
momento de la confrontación. Dicha confrontación, invita a una posición (ética) y a
una intervención (política) lo que finalmente me brinda la posibilidad de entender la
ética como política en este triple movimiento.

1Ponencia presentada para el Congreso Internacional de Filosofía Política y Ética. 25 al 28 de Mayo de 2009,
La Grita, Venezuela.

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INTRODUCCIÓN

Me pregunto por el significado de ética. Me pregunto no en el sentido de una


definición precisa, sino en la actitud de una genealogía del término que me permita
establecer las bases de este discurso intencionado. De hecho, me parece que de
por sí, ésta es una actitud ética: la posición del intelectual que siempre tiene que
rehacer su discurso al tiempo que se reconfigura a sí mismo. Es esta la intención
de este ensayo: hacerle honor a la diferencia2, a aquella que no sólo entiende la
representación como lo distinto, sino también como lo diferido, lo que siempre se
aplaza, lo que no se alcanza, lo que nos sugiere movimiento, azar, incertidumbre,
diríamos los culturalistas, lo que invita al contextualismo radical.

Sin embargo, tengo que decir algo más al respecto, ya que propiamente no quiero
hacer un análisis semiológico del término ética, y esto porque simplemente quiero
usar como pretexto el hecho de que por ética podemos entender muchas cosas
según para lo que la usemos. Y perdón por la actitud un poco fastidiosa, pero no
quiero que entiendan que este según se refiere a lo que comúnmente se conoce
como “ética” aplicada. Este según se refiere precisamente a la intención, a la
desnudez del deseo en palabras de Nietzche (2000) a la pulsión que busca
corresponder con el triple movimiento que sugiere la ética como praxis, al de la
confrontación-posición-intervención que voy a proponer y a construir en este
ensayo.

Hay una tercera cosa que quisiera añadir antes de comenzar a trabajar: soy
profesor de ética. Y no en la universidad, no de una cátedra; mis interlocutores
rondan los 15 años, están en la escuela secundaria, se hacen otro tipo de
preguntas a las que comúnmente nos hacemos nosotros, y me obligan con esto a
territorializar mi pensar, a darle cuerpo, a formularlo como apuesta, a volver
concreto el saber, en otras palabras: a intervenir. Quizás sea ésta última alusión la

2 En particular la noción de différance de Derrida (1989)

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que le de “personalidad” a esta propuesta que les quiero compartir. No por el
hecho de sonar meloso, sino porque simplemente intento usar ese tipo de
paciencia que “da forma a la impaciencia” (Foucault, 1997), para que sea este
discurso en sí mismo, una muestra de lo que pretendo representar.

El ensayo consta de tres partes: en la primera, hago un breve recuento de los


distintos usos del término ética con el fin de mostrar su multiplicidad constitutiva, y
sobre todo su carácter parasitario. En la segunda parte, pretendo ilustrar la
apuesta que hago por comprender el trinomio dinámico confrontación-posición-
intervención con el cual se entiende la ética como praxis. Al final, en la tercera
parte, daré algunas pistas para la comprensión de la ética como política en su
redundancia y complementariedad.

1. Ética: un significado por construir.

Generalmente, se parten de supuestos, o mejor, de presupuestos. Alguna que otra


definición de diccionario, de la wikipedia, del “oxford”, de tal o cual libro, y
entonces con eso empezamos. Bueno, no quiero decir que no se pueda hacer,
simplemente quiero decirles que no lo pienso hacer aquí. Me gustaría construir un
término, un significado. Me gustaría además que se pudiera hacer entre todos
nosotros, pero como soy el primer interlocutor (si es que esto, por las cuestiones
que siempre suceden en un congreso, no termina siendo un monólogo) asumo el
papel de postulador. En un recorrido por los usos de la palabra ética, he visto que
se ha entendido como un término parasitario, es decir, que depende de otros para
entenderse. Y digo dependencia no en tanto que uno usa palabras distintas para
explicarse y hacerse entender, sino digo dependencia en tanto que una unión
constitutiva con otros conceptos, y más específicamente, a saber, con la moral y la
religión. De entrada esto parece obvio: la ética “naturalmente” tiene que ver con la

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moral. Si no fuera así, entonces ¿de dónde más podría venir?

Aristóteles en la Ética a Nicómaco establece lo que se conocería como el primer


tratado de Ética; en él, nos pone de manifiesto el bien que es objeto de todos los
fines: la felicidad. El camino a la felicidad entonces era la virtud y hasta aquí, todo
el mundo contento. A mí me parece la Ética a Nicómaco una obra esencial. Sin
embargo, me parece que hace falta algo en ella, que supere el mero raciocinio.
Aquí, empiezo a sospechar de los binarismos que se pueden desencadenar
cuando habla de la cuestión del bien. De hecho, Santo Tomás hace un comentario
a ésta ética, entendiéndola como filosofía moral, y aquí debemos empezar a
realizar una distinción entre términos que pueda salvar el discurso de cualquier
improvisación.

Las etimologías de ambos términos, moral y ética, coinciden en que provienen de


la palabra costumbre. Y he aquí que me quiero detener. E.P. Thompson (1995)
hace un interesante estudio del concepto costumbre a partir de la cuestión obrera
en la Inglaterra del siglo XVIII. Y empiezo con Thompson porque pienso que
recoge de una manera muy inteligente lo que ya nos había querido decir Nietzsche
en la genealogía de la moral y en verdad y mentira en sentido extramoral: la moral
son costumbres, las costumbres se asimilan como “verdades” por su uso
frecuente, tienen carácter funcional en la sociedad (regulan la vida de las
personas) y sobre todo, son construidas por las personas. Nietzsche despoja a la
costumbre su carácter “natural” y la historiza, haciéndonos saber que la pretendida
“esencia de las cosas” no se manifiesta a modo de escala en el mundo empírico,
que quien busca tales verdades, en sí busca la “metamorfosis del mundo en los
hombres” :

¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de


metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas,

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una suma de relaciones humanas que han sido realzadas,
extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de
un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y
vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que
lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible,
monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya
consideradas como monedas, sino como metal. (Nietzsche, 2009)

E.P. Thompson por su parte, va a mostrarnos los distintos usos de la palabra


costumbre y cómo siempre debe construirse ese término en orden al
entendimiento de su propia dinámica histórica. De ahí que pueda decir que por
ética no podamos entender nada tan “inocentemente” mucho menos, cuando su
propia función, no ya definición, se encuentra determinada por muchos otros
conceptos como el de moral, el de virtud, el de bien, etc. Quisiera detenerme en
esto un momento, antes de continuar:

No existe la costumbre como algo dado de por sí. De ahí que la moral deba
entenderse en su propia dinámica histórica como una construcción social. Si
entendemos la moral de esta forma, veremos que se nos abre una luz sobre la
cual podemos construir un discurso pertinente e intencionado, o lo que veremos
en el último punto, un discurso político. Pero fijémonos que he utilizado en este
momento el término “moral” y no el de “ética” para referirme a tamaña distinción.
Lo he hecho porque pretendo mostrar la “parasitariedad” del concepto ética y
también para ver cómo se ha hecho casi imposible una distinción clara. Pero, si
hemos visto que la moral es una construcción, ¿puede la ética fundamentarse en
la moral? La pregunta es un poco tramposa, claro. Digamos mejor: ¿Puede la
ética fundamentarse en la costumbre? Yo diría en un primer momento que no. La
ética antes que ser una perpetuación de la realidad me parece que es una
posición frente a la realidad. Esta distinción, según se puede notar, asume el

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carácter construido y por lo tanto artificial de la realidad. De esta forma, cuando
contrapongo posición a perpetuación, pero también a repetición, costumbre,
asimilación, lo hago no en virtud de señalar un nuevo binarismo sino con el
propósito de devolverle su carácter histórico. De ahí que ya no hablemos de la
ética en su sentido parasitario, (se le libere) y pasemos a considerar su carácter
relacional y práctico, es decir su identidad crítica y política.

2. Confrontación - Posición - Intervención.

He dicho hasta aquí que mi apuesta es por entender y construir la ética como
posición. Lo he hecho en virtud de una somera contrastación con otros usos de la
palabra, en especial, con el de costumbre en el sentido moral del término. Sin
embargo, no me he explicado lo suficiente con respecto a tal formulación. Pienso
que la ética es parte de un complejo y único sistema que denomino praxis, en
consonancia con el pensamiento social latinoamericano, y en especial el
pedagógico (Freire, 2005). La praxis tiene bajo mi propuesta tres momentos que
se distinguen de modo analítico pero no siempre en la vida concreta y que
superan al mismo tiempo el concepto tradicional de praxis entendida como la
reflexión hecha realidad.

La ética como posición asume una relación tan compleja con la “realidad” que esta
última aparece como su constitución. Así, no es la moral, ni la religión, ni la ley las
fuentes de la ética sino lo es la “realidad” en tanto que lo dado construido por los
seres humanos. No la realidad como un todo homogéneo, preexistente, sino como
resultado de unas fuerzas y dinámicas culturales y políticas que dan forma al
pensamiento y a la acción, y que me confrontan y retan como ser humano. La
constatación de lo artificial de la realidad, indica que sobre ella no recae nuestra
aceptación plena e inocente a modo de reconocimiento de lo dado, de lo que
estaba ahí “naturalmente”, de lo que siempre ha sido así, sino por el contrario,
indica que sobre ella los seres humanos no podemos más que tomar posiciones.

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De hecho, la indiferencia o incluso la inocencia que pretende ver la realidad como
algo fuera de la dinámica social que la construye, es también una posición frente
la realidad: la del inocente ideológico. Pero sin duda alguna, existen posiciones
alternativas frente a la lectura de la realidad, siempre que esta es sometida a un
determinado tipo de análisis, posiciones que al compararse entre sí, me permiten
ver el grado de compromiso con la transformación de dicha realidad, cuestión que
se erige por lo tanto, en criterio de validez de las posicionalidades que sobre el
mundo, de manera crítica, se sostienen. De ahí que sostenga que la ética es
constitutivamente una posición frente a la realidad, y esto debe entenderse al
menos en dos momentos complementarios:

Primero, ética es posición frente a la realidad porque descubre en la lectura de


ésta última su verdadero fundamento, lo que trae como consecuencia una visión
de la ética tremendamente contextual, a diferencia de una ética de principios
universales, generalmente ajenos a las problemáticas individuales. No quiere decir
que no haya principios, sino que el movimiento de ellos no es de orden vertical
sino horizontal: nacen de una posición frente al contexto y no de una costumbre
venida de afuera, o incluso de un cliché, como sucede comúnmente con el tema
de los valores. De lo anterior se refuerza la idea que no puede ser una moral, una
religión, el sustento de la ética por sí mismas, ni siquiera un pretendido código,
sino por el contrario la realidad en su problemática y complejidad, la que me
confronta y me hace tomar posiciones frente a la misma3. Si bien no puedo hablar
de fundamento, diría que corresponde a la ética el pensar en comunión con las
ciencias sociales y humanas las categorías con las cuales se piensa e interpreta la
realidad, de tal manera que se pueda deconstruir como disciplina y constituirse
como problemática transdisciplinar.

3 Por supuesto, es importante aclarar que precisamente lo que hacen las religiones es asumir posturas, al
menos en sus orígenes, sobre la realidad que viven. Sin embargo, el peso del tiempo y de la tradición hacen
que sus posturas de vuelvan “costumbres” y se naturalicen.

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Segundo, la ética es una posición frente a la realidad porque sugiere antes que
nada movimiento. Frente a una visión de la ética tremendamente cerrada, con los
principios ya elaborados de ante mano, es decir, frente a una visión ideológica,
facilista, de historias continuas y saberes prefabricados, la apuesta por una ética
como posición nos devuelve el carácter complejo que quien se dice ser un sujeto
de ética. Ya que hemos visto que tiene como fundamento lo real y su
correspondiente problematización, la noción de posición sugiere algo que no está
acabado, algo que siempre debe hacerse y rehacerse, es decir, una práctica que
verdaderamente corresponde a una visión de mundo más crítica y coherente
frente a las grandes problemáticas que nos acechan hoy y que ponen en duda la
supervivencia del mundo y de nosotros en él, en un futuro no muy lejano. Y es que
asumir posiciones se refiere también a una cuestión de territorialidad, es decir, a la
noción de posición como conciencia de un locus desde el cual se habla, un locus
atravesado por la nitzscheana, “desnudez del deseo” que ve la realidad desde un
nodo concreto de experiencia y reflexión. Considero que ésta última intuición
desborda comprensiones más generalizantes de la ética, pensada por pocos para
ser impuesta a muchos. A propósito, y como ejemplo, no es raro ver hoy en día la
apuesta que hacen las grandes empresas locales y multinacionales por desarrollar
la “conciencia ecológica” desplazando la responsabilidad que tienen en dirección a
un dispositivo moralizante hacia las masas, quienes crean el imaginario que, en su
vida cotidiana, la cuestión de “salvar el planeta” está en sus manos. Estados
Unidos, que arroja al mundo el 25% de la contaminación mundial, no ha firmado el
protocolo de Kioto. Frente a esta realidad, por un lado planetaria y por el otro
ideológica, se pueden tomar varias posiciones, pero todas ellas marcadas desde
un locus concreto: la conciencia ecológica como un “valor” que pretende ser
infundido en las masas bajo un aparato ideológico moralizante, infunde
ciertamente algunos principios éticos “universales” como el cuidado del ambiente.
Sin embargo, esta posición ética se hace desde un locus concreto: el de la
producción capitalista. Recordemos que Estados Unidos no firmó el protocolo por

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considerarlo “injusto” y “perjudicial” para su economía. ¡El resto del mundo lo
firmó! Pero, lógicamente, pueden y deben existir distintas posiciones construidas
desde distintos territorios del pensar y el actuar. Me gustaría pensar que el
auditorio que me escucha en este momento, ha territorializado sus reflexiones
frente a un tema como el anterior, y que de ahí considera que puede asumir
distintas posturas éticas correspondientes a una lectura crítica de la realidad. Sin
duda alguna, lo anterior es mucho más complejo que utilizar las bolsas
biodegradables del supermercado y salir con una sonrisa pensando que somos
mejores seres humanos porque “contribuimos” al cambio climático. El tema de los
biocombustibles por ejemplo, que en palabras de Fidel Castro suena de forma
brillante como “la idea siniestra de convertir los alimentos en combustible” (Castro,
2007) representa sin duda una posición ética contextualizada, más allá de una
cuestión estética o sentimental de sentirse “comprometido” con el mundo.

Si bien he sugerido que la posición nace de una lectura crítica de la realidad,


lectura interpeladora, no he descrito lo suficiente el momento de confrontación que
da origen a la posición. La realidad me interpela, me mueve a pensar y a actuar,
porque me descubro en ella misma, en sus relaciones constitutivas de poder, en
su lucha por las significaciones. El hecho que exista conciencia crítica sugiere que
algo no anda bien, de lo contrario no sería necesaria tal crítica. Cuando decimos
pensamiento crítico, y sin duda es así en un congreso de filosofía política y ética,
decimos que algo debe cambiar, y que hay que problematizarlo y, finalmente,
transformarlo. Es decir, sugiere que existe un momento de confrontación que
determina la necesidad de conciencia, de posición. Sin confrontación es imposible
tomar posición, pues si no me confronto, sólo tengo una opción: la indiferencia. Y
quiero subrayar aquí el sentido extramoral que tiene la noción de confrontación en
el desarrollo de las ideas que propongo en este discurso, en el sentido en que no
es una cuestión puramente moral el hecho de confrontarse, de, perdonen la ironía,
“sentir con el pueblo sus angustias y anhelos” sino de sentirse pueblo, con las

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propias angustias y los propios anhelos, es decir, no es una cuestión de “buen
obrar” profesional, ni de solidaridad siquiera, es una cuestión que atañe a la
misma configuración constitutiva del pensamiento, que se entiende no nacido de la
nada, no en sí mismo, sino en el movimiento que representa la conciencia de ser y
estar en el mundo. Desplazo así la noción de confrontación del puro “virtuosismo
moral” al espacio de constitución del pensamiento crítico, que se entiende más allá
de una práctica “valiosa per se” a una necesidad de correspondencia con una
lectura decidida y crítica de la realidad.

Ahora bien, el movimiento confrontación-posición queda incompleto si no hay nada


que lo vehicule hasta la misma realidad que lo instituyó. No puede ser
coherentemente un movimiento si se queda en una etapa contemplativa. Asumir
una posición significa actuar. Uno no toma posiciones para verse en el espejo
cómo quedó, uno las toma para algo, en un horizonte de sentido, en una
perspectiva de acción. De ahí que no pueda pensarse una confrontación sin
posición, pero tampoco una posición sin intervención, es decir, una ética sin
política. Por esto, puedo decir que la ética no es una cuestión que tiene la gente
que “practica” la política, sino que la ética es política o no es ética. La posición o
es intervención o no es verdadera posición, sino puro reflejo ideológico, postura
racionalista e indiferente. De hecho, la política en el horizonte de este movimiento
cobra mayor significado en la perspectiva de su comprensión dentro del
movimiento de la confrontación y la posición. La política como intervención,
vinculada a una ética como posición y a una lectura de la realidad como
confrontación da sentido al movimiento al completarlo en la vuelta a la realidad
para transformarla. Me gustaría representarlo como un ciclo que parte de la
realidad para volver a ella, como mucho de las perspectivas de pensamiento
latinoamericano nacidas del método ver-juzgar-actuar, salvando claro, todo intento
de reducir a un esquema, la complejidad de una experiencia; lo hago más en
virtud de una aclaración metodológica que contribuya al análisis:

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confrontación
(REALIDAD)

intervención posición
(POLÍTICA) (ÉTICA)

3. Ética es política: de la redundancia a la complementariedad

He decidido dejar para el final, y en título aparte, el desarrollo de la comprensión


de política como intervención según el trinomio que he presentado anteriormente.
Lo he dejado para el final para mostrar cómo la comprensión de la ética como
política puede verse desde su redundancia a la vez que desde su
complementariedad. El hecho de realizar una apuesta de este tipo, sugiere una
necesidad de coherencia interna para que el discurso sea pertinente y al menos,
significativo. Tal coherencia viene dada por la correspondencia entre cada una de
las apuestas que conforman el trinomio confrontación-posición-intervención pero

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sobre todo, desde su comprensión como experiencia y como dinámica, antes que
como etapas o pasos sucesivos de un proceso homogéneo.

Pensar la ética como política, sugiere una redundancia, marcada en la afirmación


que hacía arriba: no puede haber una toma de posición sin una intervención, ya
que la posición se constituye como tal en un doble jalonamiento: el de la realidad,
de la que parte, (confrontación), el de la realidad a la que tiende (intervención). La
redundancia está marcada aquí no en sentido negativo, sino más bien en sentido
de énfasis. La política como intervención entiende que el movimiento ético tiene en
su constitución una necesidad de materialización, es decir, una búsqueda de
concreción en la realidad. Por esto, la redundancia como énfasis quiere mostrar
que la política es, en últimas, el criterio de validez de la ética. Si ética es política,
es porque ésta última representa su valoración ontológica, y no sólo su
consecuencia posible. Si ética es política, es porque entiende que posición sin
intervención es ficción, de la misma forma que lo es posición sin confrontación.
Ficción porque el trinomio es constitutivamente relacional y no puede entenderse
de manera separada, por lo que cualquier intento de comprender los términos por
separados, será reducirlos a unas representaciones vacías.

La complementariedad entre ética y política se sugiere a modo de diferenciación


de identidades. Si bien el trinomio es constitutivamente relacional e
interdeterminante, cada una de sus partes guarda sus rasgos característicos, que
son los que nos permiten hacer énfasis sobre una y otra. Complementariedad
también, porque la ética da sustento a la política, pero esta le da su verdadero
sentido, en términos del criterio de validez enunciado en la parte superior.

He terminado de presentar a grandes rasgos mi propuesta. Debo mucho a un gran


número de autores y compañeros que han hecho comentarios a esta propuesta.
En este texto, particularmente por su extensión, no he tenido lugar a profundizar

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en los elementos teóricos y prácticos que le dan una plataforma sólida al discurso.
Sin embargo, no me excuso por eso. Me parece necesario, que entre todos los
intelectuales vayamos buscando andar nuevos caminos y desandar tantos otros
en búsqueda de ser cada vez más, y mejor confrontados por la realidad que nos
constituye y que constituimos. Más y mejor situados en posiciones que nos
permitan asumir con radicalidad intervenciones para transformar la realidad. No
puedo despedirme sin agradecer, desde la distancia, mis estudiantes-colegas de
noveno grado del Instituto San Bernardo De La Salle, con quienes he compartido
esta propuesta en clase. Ellos, con sus preguntas, inquietudes y emoción, han
dado forma a este escrito, y a ellos particularmente, va dedicado.

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BIBLIOGRAFÍA

Aristóteles. (2002) Ética a Nicómaco. Madrid: Alianza. 314 págs.


Castro, F. (2007) Condenados a muerte prematura por hambre y sed más de 3 mil
millones de personas en el mundo. En: Revista Debates / Enero-Abril de
2007. Medellín: Universidad de Antioquia. págs 8 a 10. Fuente: Embajada de
Cuba en Colombia.
Derrida, J. (1989) La escritura y la diferencia. Madrid: Anthropos Editorial.
Traducido por Patricio Peñalver. 413 págs.
Foucault, M. (1997) La arqueología del saber. Siglo XXI Editores. 355 págs.
Freire, P. (2005). La pedagogía del oprimido. Siglo XXI Editores. 246 págs.
Thompson, E.P. (1995) Costumbres en común. Edición: ilustrated. Publicado por
Crítica. 602 págs.
Tomás, de Aquino, Santo. (2001) Comentario a la ética a Nicómaco de Aristóteles.
Pamplona, España: Universidad de Navarra. 594 págs.

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