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1. INTRODUCCIÓN ............................................................................................................................................. 2
OBJETIVOS DEL ESTUDIO............................................................................................................................. 6
ORGANIZACIÓN DEL ESCRITO ................................................................................................................... 7
2. ANTECEDENTES.............................................................................................................................................. 8
2.1 LA PRECORDILLERA DE ARICA ........................................................................................................... 8
2.2 PAISAJES DEL VALLE DE COPAQUILLA ...........................................................................................12
2.3 ANTECEDENTES HISTÓRICOS REGIONALES ..................................................................................17
2.4 EL VALLE DE COPAQUILLA EN LA HISTORIA REGIONAL ............................................................23
2.5 SÍNTESIS DE ANTECEDENTES GEOGRAFICOS E HISTÓRICOS ...................................................31
3. MARCO CONCEPTUAL................................................................................................................................33
3.1 POSTCOLONIALIDAD ...........................................................................................................................34
3.2 IDENTIDADES ÉTNICAS Y MOVIMIENTOS SOCIALES..................................................................37
3.3 SOBRE PATRIMONIO CULTURAL, HISTORIA Y MEMORIA .........................................................43
3.4 CONOCIMIENTO, PAISAJE Y LUGARES DE VALOR CULTURAL..................................................46
3.5. TRAZADOS PRÁCTICOS......................................................................................................................49
ii
4.6 ANÁLISIS DE AGRUPACIÓN...............................................................................................................71
4.7 RESUMEN DE RESULTADOS ..............................................................................................................76
iii
LISTA DE FIGURAS Y TABLAS
Todas las fotografías, dibujos y tablas fueron elaborados por el autor, salvo las que indican lo
contrario.
Figura 1: Mapa de la precordillera de los ríos San José y Lluta, con el emplazamiento del
valle de Copaquilla.
Figura 3: Vistas panorámicas del entorno geográfico del valle de Copaquilla: a) Quebrada
Peregrina, en el tramo sur del valle; b) Vista general del valle desde el Norte; c)
Vista general del sector Trigopampa.
Figura 5: Imagen satelital indicando los límites del polígono de prospección y de los
diferentes estratos de prospección.
Figura 10: Diferentes actividades del trabajo participativo con las Comunidades Indígenas de
Copaquilla: a) Taller de traspaso de información técnica a los comuneros; b)
Conversatorio y entrevista grupal a los comuneros; c) Reconocimiento de los
bloques grabados del Sector Angostura Norte (COP-27); d) Reconocimiento a la
iv
Estructura Circular Semi-subterránea (COP-78); e) Reconocimiento de los aleros
de Pampa El Muerto; d) Reconocimiento de las chullpa del Poblado de Copaquilla
(COP-02).
Figura 11: Mapa con la distribución de la propuesta de Zonificación Cultural del valle de
Copaquilla.
Figura 12: Imagen satelital con la distribución de lugares en las Zona 1 “Pukara del Mirador”
y Zona 2 “Angostura Norte”.
Figura 13: Imagen satelital con la distribución de lugares en la Zona 3 “De la Bajada”.
v
RECONOCIMIENTOS
Una serie de colegas amigos ayudaron en los diferentes recodos de este trabajo, ya sea
mediante actividades en terreno y/o conversaciones. Se muestra agradecimiento a
Rolando Ajata, José Barraza, Carolina Bustos, Wilfredo Faúndez, Daniella Jofré, Manuel
Méndez, Rodrigo Ruz, Thibault Saintenoy y Franco Venegas. Del mismo modo,
reconozco la tarea permanente de apoyo y preocupación de mi pequeña y gran familia
al acompañarme en este proceso.
vi
RESUMEN
Entre las primeras, se incluyó un diseño y una prospección intensiva de los componentes del
registro arqueológico del valle. Por otro lado, entre las segundas, se incorporó la difusión de
los resultados de la prospección a la comunidad local, el desarrollo de talleres participativos
con el objeto de identificar la valorización y perspectivas de la comunidad local y la
elaboración de propuestas para el manejo y gestión local del conjunto patrimonial.
1
1. INTRODUCCIÓN
Durante los últimos 50 años la arqueología del extremo norte de Chile, como en otras partes
del mundo, se ha configurado como una disciplina enfocada a la generación de un
conocimiento experto acerca de los materiales y las sociedades del pasado. Siguiendo tal
trayectoria, hoy en día, la arqueología regional se destaca a nivel nacional e internacional
como un activo centro de investigación que acumula un importante conjunto de datos y
genera reconstrucciones acerca de las sociedades prehispánicas. Esta labor repleta de detalles
especializados sobre el pasado se ha traspasado al público general mediante una
interpretación que enfatiza la presencia humana continua y variada durante más de 10.000
años en Arica y Parinacota.
Ahora bien, desde casi 15 años que a nivel internacional se están desarrollando enfoques y
perspectivas en la arqueología que enfatizan una mayor reflexión sobre el uso en el presente
del pasado y su materialidad. En tales asuntos se inscriben varias posturas, algunas más
contestatarias que otras, denominadas Arqueología Crítica (Arnold 2001, Fernández 2006),
Arqueología Postcolonial (González R. 2003, Gosden 2001), Arqueología Multivocal (Endere y
Curtoni 2006, Gnecco 2004), Arqueología Indígena (Atalay 2006, Green et al. 2003, Watkins
2005) y Arqueología Participativa (Gourds 2007). En todas estas se han incorporado críticas a
las formas convencionales que han tomado las prácticas científicas, como expresiones de
poder (Gnecco 2005). Coincidiendo con diversas corrientes de la teoría social crítica
(Fernández 2006), se ha señalado que la antropología y la arqueología, como toda ciencia y
discurso de élite, reproducen relaciones de colonialismo (Tilley 1998).
Estos nuevos enfoques yacen en el ambiente teórico generado por la Arqueología Postprocesal
que buscaba, entre otros aspectos, modificar las bases epistemológicas del acercamiento
hacia los restos materiales del pasado. De esta forma, las consideraciones sobre el sentido
simbólico y significativo de la materialidad fueron incorporadas exitosamente por la
Arqueología Postprocesal. Sin embargo, no se avanzó suficientemente en los
cuestionamientos hacia el sentido político y ético de las valoraciones y usos que hacen los
grupos sociales privilegiados de las interpretaciones y conjuntos arqueológicos. Al respecto,
2
aunque disponemos en Latinoamérica de planteamientos explícitos y análisis detallados de
contextos locales y étnicos (por ejemplo, Angelo 2005, Ayala 2005 y 2008, Benavides 2004,
Endere 2002, Gil 2005, Gnecco y Hernández 2008, Jofré 2005 y 2007, Kojan y Angelo 2005,
Nielsen et al. 2003, Politis 2001, Romero 2003a, Uribe y Adán 2003), siguen siendo una
reflexión aún marginal en la disciplina.
Estas situaciones disciplinarias han provocado la precariedad de los vínculos entre los
arqueólogos y el público regional, destacando entre éste último, a las comunidades locales e
indígenas. No se debe olvidar que la Región de Arica y Parinacota es definida como una de las
áreas con mayor presencia de individuos y comunidades indígenas. Además, de una compleja
historia colonial y republicana, esto también se debe gracias al actual panorama de
discriminación positiva de las etnias indígenas en Chile, iniciada con la promulgación de la
1
Tenemos algunas breves reflexiones sobre los usos del pasado y sus responsabilidades, cuando aún no
se generalizaba la temática postcolonial o multivocal, es decir, hace unos 10 años atrás. Por ejemplo,
Cabeza (1998), Westfall (1998) y Rivera (1999).
3
Ley Indígena Nº 19.253 en 1993 y la implementación de una serie de políticas públicas para
su desarrollo social, económico y cultural.
Frente a este escenario planteamos la necesidad de valorizar tanto las diferentes formas de
conocimiento y aproximación hacia el pasado, como también sus diferentes usos y
necesidades en el presente. Específicamente, se propone un trabajo que permita integrar los
aportes de las comunidades locales, es decir, su conocimiento tradicional, su articulación y
valorización de los elementos de su Paisaje Cultural, al proceso de conocimiento del pasado.
Por mucho tiempo el conocimiento local sólo era aprovechado por la arqueología para
identificar o registrar yacimientos que estaban presentes en la oralidad, o bien, como soporte
2
Esto se grafica en el reciente documento de la Comisión de Verdad Histórica y Nuevo Trato (2003),
iniciativa generada por el Estado de Chile, en la cual se observa la persistencia de esta visión histórica
reconstruida desde elaboraciones indigenistas andinas. En esta “historia oficial aymara” se dedica una
buena parte a especificar sus relaciones genealógicas con la entidad Tiwanaku (ca. 500-1.000 d. C.) y
su posterior incorporación al Estado Inka (ca. 1.400-1.570 d. C.). Sin embargo, no existe nombramiento
de los Desarrollos Locales, sociedades posteriores a Tiwanaku y previas al Tawantinsuyu, que un gran
número de investigaciones arqueológicas describen y detallan como de gran relevancia local.
4
auxiliar para la interpretación acerca de las funciones de ciertos objetos o rasgos
arqueológicos. Para lograr una integración cabal de los saberes y entendimientos locales se
requiere de un trabajo metodológico disciplinario y también participativo, que permita
sobrellevar la histórica y cotidiana falta de entendimiento entre especialistas y comunidades.
5
Esta experiencia arqueológica sería una de las primeras aproximaciones regionales que busca
de manera específica integrar el saber local con el conocimiento que se genera mediante la
metodología arqueológica. Sin embargo, tenemos la certeza de que una completa integración
del saber local en las diferentes etapas del estudio y uso de los yacimientos y materiales del
pasado, requiere de muchas otras experiencias en este sentido. El verdadero alcance de este
tipo de experiencia recién podría ser visto con resultados concretos en el manejo sustentable
de los recursos culturales por parte de actores fuera del ámbito académico.
Este trabajo arqueológico sigue una serie de objetivos generales que sintetizan la
problemática de estudio. En primer lugar, situar en un plano similar de diálogo y
complementariedad el conocimiento científico generado por el método arqueológico y el
conocimiento local.
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Y por último, elaborar en términos colaborativos un plan de gestión del conjunto de
inmuebles de significación cultural del territorio de Copaquilla, para desarrollar y
compatibilizar las futuras actividades de estudio, educación, identidad y desarrollo de turismo
cultural.
Este Documento de Tesis se presenta con el siguiente orden. El Capítulo Segundo presenta los
antecedentes generales de la precordillera de Arica y los antecedentes específicos del valle de
Copaquilla, tanto en sus aspectos geográficos como históricos. El Capítulo Tercero comprende
la discusión conceptual que sustenta nuestra presente experiencia arqueológica. Se revisan y
se integran una serie de conceptos desde la perspectiva postcolonial, tales como, identidades
y comunidades étnicas, conocimiento local y memoria, Paisaje Cultural y Patrimonio Cultural.
Finalmente se propone un esquema metodológico para lograr los objetivos del presente
trabajo.
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2. ANTECEDENTES
En este capítulo presentamos los antecedentes acerca del entorno natural y humano de la
precordillera de Arica, en general, y del valle de Copaquilla, en particular. Además se reúnen
datos arqueológicos e históricos que permiten tener una visión acerca de los procesos sociales
ocurridos en la larga secuencia de ocupación de este territorio.
Esta zona de contacto (o piedmont) se formó por una serie de fenómenos tectónicos y fue
rellenada por sucesivos aluviones, que han provocado monumentales fisuras, deslizamientos y
depósitos geológicos. Al respecto, los sucesos de mayor importancia corresponden al depósito
de ignimbritas provocados por sismos y vulcanismo desde el sector oriental (Seyfried et al.
1998). La topografía resultante se caracteriza por una fuerte inclinación desde Este a Oeste,
con escasos sectores llanos.
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Figura 1: Mapa de la precordillera de los ríos San José y Lluta, con el emplazamiento del valle
de Copaquilla.
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Este territorio es cruzado por una multitud de quebradas y cárcavas que siguen un curso
general de Este a Oeste. Estas quebradas cobijan una serie de afluentes secundarios que dan
forma a la cuenca del río Lluta (por ejemplo, los ríos de Socoroma, Putre y Ancolacaya), y a la
cuenca del sistema San José-Tignamar (por ejemplo, los río Seco, Chusmiza, Chapiquiña,
Belén Lupica y Oxa; Klohn 1972). Cada uno de estos afluentes secundarios es alimentado por
múltiples cauces menores irregulares, actualmente activados sólo en las temporadas de
lluvias. Estas aguas originadas por las precipitaciones están sometidas a diversos tipos de
pérdidas (tales como la evapotranspiración e infiltración hacia los niveles inferiores del
subsuelo) que hacen disminuir drásticamente los niveles de aguas superficiales de estos
cauces originados en la precordillera (Programa ORIGENES 2008).
A estos sistemas fluviales se suman aguas subterráneas que afloran en diversas vertientes y
humedales. Este recurso proviene de aguas lluvias almacenadas desde las laderas altas de los
cerros que alimentan de forma lenta los sectores inferiores, regulando, en definitiva, el
sistema de vertientes y humedales (Programa ORIGENES 2008). Frecuentemente, estos
afloramientos sólo producen zonas de humedales de superficie restringida.
Toda esta vegetación soporta una fauna silvestre compuesta por camélidos (Lama guanicoe y
Vicugna vicugna), burros salvajes (Equus sp.), taruca (Hippocamelus antisensis), vizcachas
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(Lagidium viscacia), cuyes (Galea musteloides), gato montés (Felis jacobita), puma (Felis
concolor) y diversas aves como jilguero (Opinus copenis o uropychialis) y perdiz andina
(Nothoprocta ornata, cinerscens o pentlandii).
En resumen, se debe resaltar que entre los 3.000 y 3.800 msnm se sustenta la mayor
biodiversidad de la transecta andina de la región. En consecuencia, las características del
ambiente físico y natural de este piso ecológico justifican plenamente la presencia humana
desde tiempos prehispánicos (Schiappacasse et al. 1989: 188).
Pese a las condiciones físicas y la biodiversidad presente, los terrenos con posibilidad agrícola
son irregulares, duros y de escasa fertilidad, por lo cual se requiere invertir gran cantidad de
trabajo y tiempo para preparar suelos de potencial agrícola y forrajero. Para esto desde
tiempos prehispánicos hasta el presente en la precordillera de Arica se han elaborado terrazas
y andenes 3 , además de diferentes tipos de canalizaciones, todos los cuales indican un manejo
efectivo y sustentable de la escasa cantidad de agua superficial (Santoro et al. 1998).
Actualmente, en la mayoría de los valles precordilleranos se disponen de estanques de
regulación nocturna y una extensa red de canales construidos de piedra, barro y cemento. Con
este tipo de sistema y manejo agrícola se obtiene una escasa cantidad de hectáreas, pero que
trabajadas de manera intensiva suelen ofrecer importantes cosechas.
Las tecnologías desarrolladas frente a las particularidades ambientales permiten obtener una
serie de cultivos distintivos de la precordillera. El maíz, de gran relevancia en los valles bajos,
pierde importancia en relación a la papa, con diversas variedades y amplia producción en la
precordillera. También, en la precordillera se cultiva la quinua (Chenopodium quinua) y la
haba (Fabáceas), en conjunto con especies introducidas, como el orégano (Origanum vulgare),
la alcachofa (Cynara scolymus) y el ajo (Liliaceae).
Además, en la precordillera existe una relevante producción ganadera. En este piso ecológico
las especies domésticas nativas, es decir, la llama (Lama glama) y la alpaca (Lama pacos),
3
Se sigue la propuesta de Mujica (1997) para diferenciar entre terrazas y andenes. El primer término
se refiere a superficies aplanadas sin infraestructura sofisticada, en cambio, los andenes implican la
existencia de un muro de contención, que en la mayoría de los casos corresponde a un pircado de
piedras.
11
alcanzaron en el pasado una escala de producción considerable que complementó el énfasis
agrícola (Keller 1946). Sin embargo, su importancia lentamente ha disminuido con la
presencia de especies foráneas, como los caprinos, los bóvidos y en menor medida equinos,
introducidos desde la Conquista Hispana, que igualmente se han adaptado a las prácticas y
economías tradicionales (Gundermann 1984).
La cuenca hidrográfica del río San José drena 3.060 km2 y alcanza 128 km de longitud
(Niemeyer y Cereceda 1984, en Errázuriz et al. 1997: 123) 4 . Esta cuenca se forma
principalmente por el río Tignamar y el río Seco, que confluyen conformando al río San José,
el cual drena ocasionalmente al Océano Pacífico. El río Tignamar atraviesa 45 km desde el Sur
4
Si bien Klohn (1972) indica que esta hoya sumaría 3.300 km2.
12
hacia el Norte, recogiendo diversos subafluentes que reúnen las aguas cordilleranas. En
cambio, el río Seco sólo tiene 25 km de largo y sigue una orientación opuesta, es decir, desde
el Norte hacia el Sur.
El río Seco tiene sus nacientes en la divisoria de aguas de la Cordillera Central a más de 4.700
msnm. Un subafluente importante del río Seco es la quebrada de Vilasamanani-Zapahuira,
donde se localiza la actual localidad de Zapahuira. Otros subafluentes son las quebradas de
Cabrapoco, Mulahumaña y Peregrina, las cuales llegan por el Oriente al curso principal (ver
Figura 2). Estos subafluentes alimentan al río Seco sólo en época estival, por tanto, los
recursos acuíferos más importantes de la cuenca corresponden a aquellos que provienen de
vertientes locales.
Al tramo final del río Seco, antes que se una al río Tignamar para dar forma conjunta al río
San José, se le denomina Valle de Copaquilla. Este valle es una cuenca parcialmente cerrada
por dos imponentes cañones rocosos, ubicados en sus extremos Sur y Norte. Estos farellones
apenas permiten una longitud de 1,8 km y un ancho máximo para el valle de 160 m.
El valle de Copaquilla está en los márgenes del desierto, a una altura promedio de 2.850
msnm, y no es posible caracterizarlo como un espacio típico de la precordillera de Arica. Es el
valle agrícola más cálido de este piso ecológico, pues se sitúa relativamente lejos de los
faldeos cordilleranos. Esta lejanía a las fuentes de aguas también significa que los principales
recursos de agua del valle de Copaquilla provienen de una serie de vertientes locales que
proveen de agua de alta calidad (Programa ORIGENES 2008).
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Figura 2: Imagen georreferenciada del valle de Copaquilla, destacando cursos de agua,
campos de cultivo, asentamientos actuales y la carretera internacional (CH-11).
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Sin embargo, al igual que todos los valles precordilleranos, en algunas temporadas estivales,
el río Seco recibe una gran cantidad de aguas lluvias, que inundan el lecho del río y provocan
una permanente transformación del cauce y de ciertas laderas expuestas. De esta forma, las
aguas permanentes provenientes de vertientes, los lechos usualmente inundados y una alta
radiación solar, permiten una significativa fertilidad del valle, que resalta en medio de un
paisaje completamente árido. Quizás, este contraste sea la razón del origen del nombre
“chacra verde”, una de las posibles traducciones en aymara de Copaquilla 5 (ver Figura 3).
Además, el valle se caracteriza por una orientación Norte-Sur, diferente al resto de las
quebradas precordilleranas que siguen un curso general de Oriente a Poniente. Este relieve
característico ofrece una protección adicional a los vientos y definitivamente una mayor
radiación solar. Es muy probable que desde un inicio los productos agrícolas de Copaquilla
hayan tenido características distintivas en relación a las ofrecidas por los valles desérticos y
las otras quebradas precordilleranas.
Aunque gran parte del siglo XX el valle estuvo prácticamente deshabitado, actualmente 41
familias, que suman 65 personas, tienen alguna relación con el valle (Programa ORIGENES
2008). La mayoría de estas personas transita entre Copaquilla y Arica u otro pueblo
precordillerano, siguiendo el conocido patrón de residencia translocal (González 1990, 2003);
mientras que tan sólo una familia reside permanentemente en el valle. Otro grupo importante
de personas se relaciona con el valle, mediante vínculos de parentesco y sólo visita el
territorio con motivo de las fiestas de Carnavales, Las Cruces u otros eventos.
5
Ludovico Bertonio (1984 [1612]) señala que “Copa” (o Qupa) se puede traducir como “color verde”
(Segunda Parte, p. 52); mientras que Quilla (o Killa) puede ser traducido como “chácara” o incluso
como “chácara de coca” (Segunda Parte, p. 297).
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Figura 3: Vistas panorámicas del entorno geográfico del valle de Copaquilla: a) Quebrada
Peregrina, en el tramo sur del valle; b) Vista general del valle desde el Norte; c) Vista general
del sector Trigopampa.
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Con la nueva Ley Indígena de 1993, en el valle se han constituido dos Comunidades
Indígenas. La primera, Comunidad Indígena de Trigopampa, se formó en el año 1998, y posee
aproximadamente 43 socios. Mientras que, la Comunidad Indígena Pukara de Copaquilla fue
constituida el día 11 de septiembre del año 2000 y actualmente tiene 20 socios.
Existe consenso entre los investigadores acerca de las características agroganaderas de este
poblamiento prehispánico tardío. Esto se hace evidente al ver la proximidad de los
asentamientos hacia una serie de laderas abruptas donde se realizaron obras de
infraestructura, confeccionando andenerías y sistemas de canalización. Además, es muy
probable que otras laderas y terrazas menos elaboradas hayan servido para soportar pastos
para camélidos.
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mayor parte de la población y se constituyeron como centros sociopolíticos e ideológicos.
Estas aldeas y pukara estaban compuestas por unidades habitacionales de paredes pircadas,
generalmente de planta circular (Muñoz et al. 1997). Además, en todas ellas, destacan
sectores públicos como plazas, en donde se debieron practicar las principales actividades
sociales (Ajata 2004).
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expresión del culto a los antepasados (Aldunate et al. 1982, Gil 2001). Yendo más allá en la
interpretación ciertos autores sostienen que las chullpa son una expresión de los ayllu
aymaras prehispánicos (Hyslop 1977, Isbell 1997, Kesseli y Parssinen 2005).
En términos regionales, con el Inka habría continuado un equilibrio sociopolítico entre las
entidades de tierras altas y bajas, basado en la interacción, la complementariedad ecológica y
las modificaciones ideológicas del Inka (Romero 2005, Williams et al. 2007). Con la llegada de
los conquistadores españoles este equilibrio fue alterado abruptamente. El nuevo centro de
control político se ubicó en la costa y se extendió lentamente hacia los valles bajos y medios,
lo que provocó que en las tierras bajas las poblaciones originarias fueran prácticamente
absorbidas (o exterminadas desde el punto de vista cultural) por la entrega de Encomiendas,
haciendas agrícolas y una creciente vida urbana (Hidalgo y González 2003, Arévalo y Véliz
2007).
19
Con el inicio de la explotación del mineral de Potosí (1.540), y luego con la extracción de
azogue (mercurio) desde Perú, y la posterior explotación de plata de Choquelimpie, en la
Cordillera de Arica (1.640) se desarrolló un creciente auge de la actividad comercial de Arica y
sus Altos (Rivera 1995-1996). Esto conllevó a una fuerte demanda por mano de obra indígena
y tierras para forraje, la que se intentó satisfacer con las nuevas políticas administrativas del
Virrey Toledo. Así, se instauraron los Corregimientos y los “Pueblos de Indios” (1.590),
intentando limitar la movilidad de los indígenas y facilitando el cumplimiento forzoso de
mitas de trabajo (Gundermann 2003).
Pese a estas políticas, los líderes de la naciente clase social indígena mantuvieron ciertas
cuotas de poder al interior de las nuevas instituciones coloniales (Hidalgo y Durston 1998).
Esta posición privilegiada de ciertas jerarquías indígenas fue motivada, además, por el escaso
efecto político de la mantención de un dominio directo de estos espacios por parte de la
Corona Española. De esta forma, tanto la nueva actividad empresarial de arrieraje, como
también la labor administrativa de controlar los tributos, sirvieron para posicionar a unos
nacientes cacicazgos 6 indígenas (Rivera 1995-1996). Posteriormente, esto se consolidaría con
el surgimiento del Cacicazgo de Codpa y el linaje de los Cañipa (ca. 1.650). En efecto, la
administración española configuró los cargos hereditarios como mecanismo para afianzar su
dominio sobre la producción, la evangelización, pero por sobre todo para hacer efectiva la
recolección de los tributos de los indígenas (Hidalgo y Durston 1998).
6
Suelen usarse como sinónimos los términos de “kuraka” y “cacique”. Sin embargo, cacique y
cacicazgo son los términos dado a los cargos e instituciones de representación indígena otorgados por
la corona hispana. Kuraka, en cambio, sería un cargo tradicional, posiblemente originado en tiempo
prehispánico y menos afectado por la administración española.
20
Poconchile, esta última, dedicada a la evangelización de todos los sectores indígenas que
integraban los “Altos de Arica” (Hasche 1997).
Con la creación del Curato de Codpa (1.660) y el posterior traslado de la Doctrina de Lluta a
Codpa (1.668), se incrementó el esfuerzo hispano por aumentar su jurisdicción eclesiástica en
la zona indígena. Tras 100 años de actividad desde Codpa, la Iglesia buscó mejorar aún más
su rol evangelizador en el mundo indígena, escindiendo desde la Doctrina de Codpa la nueva
Doctrina de Belén (1.777), que incluyó Lluta, Putre, Socoroma, Pachama, Parinacota y
Guallatire (Hasche 1997).
Finalmente, los españoles lograron terminar pronto la rebelión, tras lo cual buscaron la forma
de controlar de manera más efectiva su dominio político y territorial sobre los indígenas. Para
ello, destituyeron los títulos hereditarios de los cacicazgos, organizaron los Cabildos en las
localidades andinas y reemplazaron los Corregimientos por Intendencias y Subdelegaciones
(Arévalo y Véliz 2007). Además, posterior al 1.800 ocurre un leve decrecimiento poblacional
en los “Altos de Arica” (Hidalgo et al. 1988).
Con la Independencia del Perú, acaecida en el año 1.824, nuevos cambios en el eje político y
económico afectaron directamente la organización de estos territorios y las poblaciones
indígenas de los “Altos de Arica”. A la presión demográfica permanente desde y hacia el
Altiplano de carangas, se sumó un nuevo movimiento de agricultores desde el sur peruano
(por ejemplo, de Arequipa y Moquegua), quienes tenían experiencias productivas en valles de
características similares (Ruz et al. 2008).
21
Las repúblicas con su filosofía ilustrada promovieron el fin del sujeto “indígena” para que
fuera reemplazado por la categoría de “ciudadano”. Del mismo modo buscaron eliminar la
comunidad tradicional, instando a sus miembros a convertirse en campesinos individuales,
estableciendo tratos particulares con el Estado (González y Gundermann 1997, Hidalgo y
González 2003).
A finales del siglo XIX, tras la Guerra del Pacífico, se inició una activa represión hacia las
poblaciones locales por parte del nuevo poder chileno. Por un lado, los indígenas, sin auto-
adscripción ni a la nación peruana o boliviana, fueron violentados para que se auto-
reconocieran como chilenos. Por otro lado, los últimamente llegados agricultores peruanos
fueron obligados a dejar sus inversiones o separarse de sus familias. La memoria sobre estos
hechos relativamente recientes de violencia a la peruanidad se mantienen, hoy en día, en las
localidades de precordillera (Díaz y Ruz 2003).
Con la consolidación en el territorio del Estado chileno y la industria del salitre, gran parte de
la agricultura regional se orientó a la venta e intercambio con las salitreras de Tarapacá. Al
mismo tiempo, muchos habitantes, especialmente los más jóvenes, afectados por la paulatina
subdivisión predial, migraron para trabajar en las salitreras. La chilenización tomó variadas
formas, algunas coercitivas, pero otras más asistencialistas. Se realizaron inversiones públicas
tanto en zonas urbanas como rurales, con el objeto de homogeneizar a la población bajo un
mismo sentimiento de nacionalismo, que buscaba desdibujar las identidades indígenas
tradicionales (González 2003).
El último proceso regional vivido por las poblaciones de raíz indígena fue la expansión de la
red vial hacia los pueblos interiores, entre los años 1.950 y 1.960 (Bascuñán et al. 2001). Esto
mejoró las condiciones para trasladar los productos agrícolas hacia las zonas urbanas pero,
también, produjo una masiva migración de los jóvenes hacia la ciudad, especialmente en
búsqueda de una educación formal (González 1996). Desde la década de 1.960, los pueblos
comenzaron a deshabitarse, quedando sólo los miembros de mayor edad de cada familia; sin
embargo, los lazos con su pueblo y su familia no se perdieron, sino que fueron transformados.
22
La ciudad fue un nuevo espacio que la familia extendida andina ocupó, esta vez mediante el
comercio y el transporte, sin dejar de lado sus actividades y territorios tradicionales (González
1990). Así, los pueblos continúan siendo masivamente visitados para las festividades
correspondientes a los Santos Patrones y Carnavales en época de vacaciones (Bascuñán et al.
2001, González 2003).
Hemos intentado resumir los resultados de una serie de antecedentes históricos relativos a la
precordillera de Arica. Sin embargo, pese a disponer de un adecuado conocimiento del
panorama regional, bastante poco es lo que se ha estudiado de manera específica sobre el
valle de Copaquilla. En términos históricos, sólo disponemos de bibliografía de carácter
arqueológico que reconoce evidencias prehispánicas en el territorio de Copaquilla
(Schiappacasse et al. 1989, Muñoz et al. 1997, Muñoz y Chacama 2006), las cuales sólo se
remiten a describir las aldeas, pukara, cementerios en cistas y chullpa.
Las primeras exploraciones arqueológicas fueron realizadas por Percy Dauelsberg (1959),
quien registró someramente el Pukara de Copaquilla, asignándole el nombre de Az-39. En la
23
década del 1960, Hans Niemeyer estudió y registró los materiales y la planimetría del Pukara
de Copaquilla y del Poblado de Copaquilla 7 (ver Figura 4).
Dos décadas después, Hans Niemeyer resalta la relevancia de las chullpa, señalando la
presencia de dos de estas construcciones en el Poblado de Copaquilla; y además, un segundo
cementerio “denominado 'El Rodado', situado en la ladera izquierda del río Seco, frente al
poblado indígena. Aquí se encuentra un conjunto de cinco chullpa, que presentan distinto
grado de conservación" (en Aldunate y Castro 1981:98).
A partir de estos estudios, en 1979 se llevó a cabo una restauración del Pukara de Copaquilla,
debido a su fácil acceso desde la Carretera Internacional Arica-La Paz. Esto significó limpiar
de escombros y piedras su superficie, levantar muros, y elaborar senderos interpretativos, que
parecen no corresponder a los senderos de comunicación internos originales (Luis Briones,
comunicación personal). En 1983, de acuerdo al Decreto Supremo N° 83, el Pukara de
Copaquilla fue declarado Monumento Histórico 8 , junto con otros yacimientos arqueológicos
de la Provincia de Parinacota.
7
Durante la realización del presente trabajo, comuneros de Copaquilla nos informaron que trabajaron
con Hans Niemeyer en la década de 1960, y que además se habían investigado otros yacimientos.
8
A partir de esta declaratoria el Pukara de Copaquilla tiene una doble protección por la Ley 17.288 de
Monumentos Nacionales, la primera y solo por el ministerio de la ley como Monumento Arqueológico,
y la segunda como Monumento Histórico.
24
Figura 4: Planimetría de los yacimientos Pukara Altos de Copaquilla (Copaquilla 1) y Poblado
de Copaquilla (Copaquilla 2) elaborados por Hans Niemeyer en la década de 1960 (Tomado
de Muñoz y Chacama 2006).
25
Luego de casi 30 años, Muñoz y Chacama (2006) nuevamente caracterizan ambos
asentamientos (Pukara y Poblado), en términos arquitectónicos y de emplazamiento, además
de los materiales culturales presentes, en especial la cerámica. La descripción del poblado
indica una variedad enorme de funciones y técnicas constructivas, denotando una presión por
ocupar intensivamente la ladera. También, señalan que este poblado fue habitado durante
largo tiempo, desde un período pre-inka primordialmente de bases costeras, hasta un segundo
período con influencia altiplánicas, y finalmente un período Inka, donde las poblaciones
locales habrían interactuado con los administradores altiplánicos (Muñoz y Chacama 2006:
238-239).
Todos estos trabajos han explicado el rol de estos poblados complejos y sus cementerios
dentro del panorama social e ideológico imperante en la precordillera de Arica, durante los
períodos prehispánicos tardíos. Sin embargo, ninguno de estos estudios se ha centrado en
cuestiones específicas del valle de Copaquilla, como por ejemplo, el funcionamiento de los
procesos sociales locales, las secuencias históricas de los asentamientos, o aspectos genéticos
o de calidad de vida de las poblaciones pasadas.
26
Pese a ello, la presencia de densos poblados arqueológicos en el valle indica que en tiempos
prehispánicos habitó una población permanente sustentada por la actividad agro-ganadera.
Poblamiento que, al parecer, cesó con la conquista hispana o un poco después, ya sea por un
probable desecamiento del valle, por el proceso de reducción en “Pueblos de Indios”, o ambos.
Como se señaló previamente, el proceso reduccional se inició en 1.590. Una de las formas
para identificar los Pueblos de Indios conformados bajo dicha política, es cotejarlos con los
pueblos que fueron visitados en el año 1.618, por el sacerdote carmelita Vázquez de Espinoza.
Al respecto, él señala que:
“…visite al año 618, los pueblos de Lluta, Socoroma, Putre, Tocrama, Lagnama, Lupica,
Sacsama, Timar, Codpa, Cibitaya, Isquiña, Pachica, San Francisco de Vmagata,
Santiago de Vmagata, Chapiquiña, Asapa, que están en distrito de mas de 70 leguas
vnos en valles calientes, otros en la sierra, apartados vnos de otros, y siendo la más
gente de buena razón, que viven en la jurisdicción de Arica en aquellos altos…”
(Vázquez de Espinoza 1948 [1648]: 481).
De esta forma, es factible suponer que Chapiquiña fuera el pueblo donde fueron obligados a
desplazarse y asentarse los indígenas que habitaban el valle de Copaquilla. Ahora bien, tras
ser listado por Vázquez de Espinoza, el pueblo de Chapiquiña no volvió a ser registrado en los
documentos. En su reemplazo comienza a aparecer Pachama, pueblo ubicado unos 4
kilómetros al sur de Chapiquiña (ver Figura 1).
Pachama aparece entre los pueblos que deben enviar personas para cumplir con una mita de
trabajo en una hacienda del valle de Azapa, mita que se extendió entre 1.680 y 1.720
(Hidalgo et al. 1988-1989: 64). Luego, en el año 1.720, el cacique José Cañipa nombra a
Pachama entre los pueblos que forman parte de su jurisdicción (Hidalgo y Durston 1998: 53).
Pachama en el año 1.739 nuevamente aparece incluida en la Doctrina de Codpa (Hasche
1997: 63), pero además se indica la presencia de un templo (Chacama et al. 1992). Luego, en
la Revisita de los Altos de Arica de Joaquín Cárdenas (1.750), Pachama registra 122 personas
(Hidalgo 1978: 116-122). Nuevamente, en la Revisita de Codpa de Demetrio Egan (1772-73)
aparece Pachama, esta vez, con 158 personas (Hidalgo et al. 2004: 108).
27
En el decreto de fundación de la Doctrina de Belén (1.777), Pachama es nombrada como parte
de dicha jurisdicción eclesiástica. Un poco después, en el listado de contribuyentes de la
Doctrina de 1.787, se ratifica la pertenencia del pueblo de Pachama al curato de Belén
(Hasche 1997: 64 y 67). Hacia 1.813 se nombran 10 pueblos que constituyen la Doctrina de
Belén, entre los cuales es nombrado nuevamente Pachama con 114 habitantes (Hidalgo et al.
1988: 23). En el recientemente localizado censo peruano de 1.866 del Departamento de
Moquegua, vuelve a nombrarse a Pachama, esta vez con 84 habitantes (Ruz et al. 2008).
Pero en 1.871, pocos años después del censo de Moquegua, se indica la existencia del pueblo
de Chapiquiña, con 105 habitantes (Wormald 1966). En 1.912, dentro del amplio proceso de
chilenización, se tienen noticias del funcionamiento de una escuela en Chapiquiña (antes se
habían fundado escuelas en Putre, Tignamar y Socoroma; Comisión Verdad Histórica y Nuevo
Trato de los Pueblos Indígenas 2003, Cuerpo I: 25). Además, en el Censo Nacional de 1.930,
Chapiquiña vuelve a aparecer, como parte de los pueblos que componen la antigua Comuna
de Belén, esta vez con 239 habitantes.
Hay dos aspectos que se deben destacar de los datos expuestos. Primero, las localidades de
Pachama y Chapiquiña nunca aparecen simultáneamente en la documentación colonial y
republicana. Segundo, durante gran parte del período Colonial y Republicano se nombra a
Pachama, específicamente entre los años 1.680 y 1.866; mientras que Chapiquiña es señalada
sólo al inicio del período Colonial Inicial (1.618) y desde un poco antes de la Guerra del
Pacífico en adelante.
Sin duda, la relación entre Pachama y Chapiquiña es peculiar y debería ser estudiada en
detalle. Actualmente, Pachama es un pueblo prácticamente deshabitado, lejos de la actual red
vial de precordillera (Ruta A-255), y que congrega a su población sólo para la festividad de
San Andrés. Esta fiesta trasciende a su propia comunidad translocal y adquiere características
de Santuario donde llegan, cada mes de noviembre, organizaciones de bailes desde Arica y
otros lugares de la precordillera y Bolivia.
El pueblo de Pachama tiene un ordenamiento urbano irregular, conformado por una serie de
casas a lo largo de una calle principal, sin formar cuadras o manzanas. Las casas, pese a estar
28
desocupadas permanecen habitables, pues son cuidadas por los habitantes que tienen su
residencia en Arica, Chapiquiña u otras estancias. En el extremo poniente del pueblo está el
pequeño cementerio, delimitado por un muro de adobones.
En el extremo oriente del pueblo, se levanta el Templo consagrado a San Andrés, que ya
habría estado levantado en 1.739, como se indicó previamente. El edificio posee muros de
adobe y piedra con varios contrafuertes, una portada de piedra y el techo a dos aguas. Se
organiza con una nave principal y dos capillas laterales. En su interior y portada exterior
destacan frescos y pinturas de fuertes colores, relacionados con la evangelización y la vida de
los santos (Benavides et al. 1977). El edificio se emplaza dentro de un amplio atrio cerrado
por un grueso y alto muro de adobe. La entrada al atrio se ubica al frente del templo,
utilizando un arco desde el muro. Adosado a una de las esquinas frontales del muro del atrio
se levanta el campanario de adobe y piedra (Benavides et al. 1977).
Con estos pocos antecedentes históricos y actuales sólo podemos suponer que al iniciarse la
política toledana, Chapiquiña fue el “Pueblo de Indios” donde se redujeron los indígenas de las
quebradas de Laco, Cosapilla, San Andrés y el río Seco. Posiblemente, este antiguo
Chapiquiña 9 no prosperó; mientras que en torno al templo y festividad de San Andrés de
Pachama se configuró, durante gran parte de la Colonia y la República, el principal poblado
9
Según Juan Chacama (comunicación persona, 2008) el actual Chapiquiña, o al menos, su actual
fisonomía con grandes cuadras al costado de la carretera, no correspondería al pueblo que habría sido
visitado por Vázquez de Espinoza.
29
del territorio agrícola entre Socoroma y Belén. Por circunstancias aún no aclaradas desde
finales del s. XIX ocurrió el despoblamiento de Pachama y el nuevo crecimiento de
Chapiquiña.
Entre las posibles razones de este último cambio de residencia tenemos algunas de orden
administrativo, religioso y productivo. Pachama, al ser parte del Distrito de Socoroma, durante
la administración peruana, fue un espacio de frontera en relación al Distrito de Belén. De esta
forma, Pachama vio truncada la posibilidad de extender sus territorios hacia el sur, y sólo
podría crecer hacia el norte. Chapiquiña, por otro lado, se sitúa en un punto equidistante
entre Pachama, Copaquilla, Laco, Caillama y Murmuntani, los diversos terrenos productivos a
los que estas comunidades tienen acceso. Relacionado con esto, Pachama, como lo evidencia
la riqueza visual del Templo, fue un centro religioso de relevancia dentro de la antigua
Doctrina de Belén (1.771). Sin embargo, la élite política y eclesiástica de Belén,
posteriormente podría haber favorecido a Timalchaca, un nuevo santuario religioso más
vinculado a su territorio.
Como sea, los actuales pobladores de Copaquilla, reconocen que hasta hace unos 20 ó 30
años el valle de Copaquilla siguió siendo de uso temporal. Además, indican que fue explotado
exclusivamente por personas que tenían tierras en Chapiquiña y Pachama, y nunca habrían
10
Corresponde a documentación inédita proveniente del Fondo Judicial de Arica del Archivo Histórico
Nacional de Santiago, recopilada en el marco de investigación del proyecto FONDECYT N° 1070032 y
facilitada amablemente por Rodrigo Ruz.
30
llegado usuarios desde Murmuntani, Chusmiza, Socoroma o Belén, los otros pueblos cercanos
a Copaquilla. La presencia temporal de agricultores de Chapiquiña y Pachama, recién cambió
hacia una ocupación más estable cuando se pudo controlar el uso y flujo del agua, mediante
la construcción de estanques de acumulación y la extensión del sistema de canalización.
11
El primero estudiado tanto por Romero (2003) como por Muñoz (2007), y los segundos descritos por
Muñoz y Chacama (2006).
31
4. Por tanto, aparte de mayor investigación arqueológica que nos indique acerca del
potencial especifico del patrimonio material del valle de Coapquilla, como el propuesto en
esta experiencia arqueológica, se requiere iniciar un programa de investigaciones acerca
de los períodos históricos republicanos y previos en la precordillera de Arica. Programa
que debería ser interdisciplinario, incorporando el registro documental, la historia oral, los
diversos restos materiales y los significados de este conjunto de datos para las
comunidades actuales.
32
3. MARCO CONCEPTUAL
Uno de los grupos de actores que se han visto más afectados por la labor conciente o
inconcientemente colonialista de las disciplinas antropológicas han sido las denominadas
comunidades indígenas. Por largo tiempo, fueron estas disciplinas las que entregaron las
herramientas conceptuales para que el resto de los poderes económicos y políticos intentaran
de una u otra forma incorporar los distintos grupos indígenas del mundo al proyecto de
desarrollo occidental.
Frente a una nueva etapa mundial de toma de poder de los grupos indígenas, éstos han
iniciado un fuerte proceso de demandas hacia los diferentes gobiernos nacionales. A las
peticiones de restitución de recursos y tierras, han seguido requerimientos de
autodeterminación política e independencia cultural que debieran permitir hacer sustentable
en el tiempo sus identidades y colectividades.
Un aspecto fundamental para llevar a cabo todas estas demandas indígenas son las formas en
que se estructura el relato del devenir histórico de estas comunidades. Por mucho tiempo este
relato fue elaborado y administrado por grupos expertos y externos, ligados frecuentemente a
instituciones supeditados a los estados nacionales (por ejemplo, Universidades, Museos y
Academias). Pero, lentamente los estados y sus instituciones, han abierto el espacio para
incorporar nuevas voces que utilizan metodologías diferentes para dar cuenta de la historia
de las comunidades. Así, junto con las comunidades indígenas, otros grupos históricamente
desposeídos o acallados, como las comunidades rurales, las mujeres, los obreros, los
33
migrantes, tarde o temprano requerirán reconstruir una historia para sustentar su identidad y
sus demandas, en un mundo en globalización.
3.1 POSTCOLONIALIDAD
Se considera que el famoso libro “Orientalismo” de Edward Said de 1979, es el inicio de esta
perspectiva. Su análisis muestra cómo los diferentes aparatos académicos y dispositivos
culturales de Occidente trabajan para mantener una amplia serie de sutiles prejuicios que van
formando una idea estereotipada y negativa sobre las naciones del Medio Oriente (Gosden
34
2001). La reproducción persistente de estos prejuicios y su ramificación hacia diferentes
esferas socioculturales sería la base para la persistencia y profundización de las relaciones de
desigualdad.
Por su parte, los críticos literarios Homi Babha y Gayatri Spivak, ambos de origen hindú, han
hecho importantes reconsideraciones a la perspectiva inicial de Said. Mediante la herramienta
de la deconstrucción de Jaques Derrida, Spivak (2003 [1988]) analiza como se establece y
reproduce una verdad sobre las sociedades colonizadas. Ella indica que los intelectuales no
deben pretender hablar en representación del colonizado, del subalterno, pues con tal hecho
refuerzan la subalternidad y su opresión (Spivak 2003 [1988]).
De esta forma, es básico dentro del pensamiento postcolonial el rechazo a cualquier tipo de
esencialismo (o normativismo) que busca entender a las sociedades y sus expresiones
culturales como entidades monolíticas (Gosden 2001). Aunque también sería esencialista
declarar rápidamente que todos los grupos colonizados son “subalternos”, entendidos como
grupos completamente subyugados. Según Pagán Jiménez (2004) la situación
Latinoamericana sería más diversa y sería mejor hablar de grupos “alternos”.
Por otro lado, Babha postula que el colonialismo no puede ser entendido sólo como la unión
de diferentes culturas, una colonizada y otra colonizadora. Más bien, bajo la práctica
permanente de colonialismo se va forjando una nueva identidad heterogénea, previamente
inexistente (Bhabha 1994, citado por Gosden 2001). El análisis de la actual realidad cultural
latinoamericana realizado por García-Canclini (1989) utiliza de manera similar el concepto de
“hibridación” de la cultura poscolonial.
Además, los profundos métodos utilizados por el colonialismo, ha provocado algo similar al
“síndrome de Estocolmo”, es decir, una extraña mezcla de odio, rechazo y resentimiento, por
un lado, y amor, admiración y adhesión, por otro, de los colonizados hacia los colonizadores
(Fernández 2006). Con esta recreación permanente del ente colonizado, junto con una visión
esencialista sobre los grupos culturales, se ha mantenido el estatus colonizado de las
poblaciones ubicadas dentro de los límites de naciones independizadas políticamente, pero no
descolonizados, como por ejemplo las naciones latinoamericanas (Gnecco 2004). Este
35
fenómeno, que puede ser llamado “endocolonización”, además de reproducir las diferencias
sociales interiores, provoca la perpetuación de estas lógicas en donde se imponen ciertas
visiones e historias sobre otras. En este sentido, muchos de los grupos históricamente
desposeídos, involucrados dentro los movimientos globales de “empoderamiento” de las
últimas décadas (indígenas, obreros, migrantes), están utilizando los mismos códigos de
colonización, tales como, la verdad, el derecho y la historia (Fernández 2006).
36
siendo imprescindible que esta verdad sea enunciada desde el interior del sistema académico.
Por tanto, todo discurso del pasado que no es construido desde dicho espacio académico, es
aún considerado falso e inválido (Gnecco 2004).
De este giro postcolonial, la Arqueología pasa a ser una disciplina relevante y estratégica para
la acción política de los grupos históricamente desposeídos (Gnecco 2005). El análisis del
devenir histórico de las comunidades mediante los objetos y otros restos materiales, se suma
al proyecto de deconstrucción de las ideologías colonialistas basadas primordialmente en
textos, discursos y prácticas. Por tanto, toda teoría y práctica arqueológica que no se declara
abiertamente postcolonial, es decir, con una declaración conceptual y metodológica que
enfrente esta situación pre-existente, mantiene su rol colonialista y/o nacionalista (cf Trigger
1984). Caben en esta definición tanto la Arqueología Académica, como la Arqueología
Profesional 12 , las primeras sirviendo al rígido sistema científico mundial, y la segunda,
prestando servicios a los grupos económicos mundiales.
12
Según Carrasco (2006) la práctica arqueológica contemporánea en Chile estaría dada por tres
modalidades: Arqueología de Formación y Difusión, Arqueología de Investigación y Arqueología de
Impacto Ambiental. Las dos últimas serían las aludidas acá.
37
sino que a una serie de personas y comunidades en el presente, quienes buscan cierto tipo de
identificación y diferenciación (Meskell 2002).
Recientemente, tales aspectos han sido tratados con un mayor rigor analítico, primero desde
la Antropología (por ejemplo, Barth 1976 [1969], Jenkins 1996 y Eriksen 2002) y después
desde la Arqueología (por ejemplo, Jones 1997, Shennan 1989 y Stark 1998). Lentamente se
ha dejado de utilizar acríticamente el término “etnicidad” y se le reemplaza por el de
“identidad”. Este último, relacionado con el fenómeno más generalizado de autodefinición e
identificación, a nivel individual, con una serie de categorías sociales; mientras que la
etnicidad tiene que ver específicamente con la adscripción a un determinado grupo social que
involucra aspectos políticos, históricos y culturales (Jones 1997). Si bien todos estos
comportamientos individuales se desenvuelven en un marco social e histórico preexistente,
corresponde en todo momento a creaciones particulares, dinámicas e incluso irrepetibles por
parte de una misma persona que es enfrentada a nuevos escenarios (Shennan 1989).
La identidad social, por tanto, es un complejo proceso individual y colectivo que por mucho
tiempo ha querido ser visualizado en los registros y en las conclusiones de la Arqueología.
Esto ha generado no sólo debates en el campo de la metodología y la teoría arqueológica,
sino que también, ha resultado en el traslado de la Arqueología hacia el interior de demandas
políticas sobre actuales cuestiones de legitimidad, propiedad, y derechos (Meskell 2002). Gran
parte de los arqueólogos aún intentan mantener el asunto de identidad y la interpretación de
los registros materiales del pasado dentro del debate científico, y se niegan a inmiscuirse en
los asuntos contingentes de los procesos identitarios, señalando abiertamente que tales
cuestiones deberían mantenerse a distancia de las inmaculadas búsquedas de conocimiento
(Nicholas y Hollowell 2007).
En el actual contexto, en diversas partes del mundo otro grupo de arqueólogos están sirviendo
conciente e inconcientemente a nuevos proyectos políticos y étnicos. Extrañamente en los
Andes, tras el énfasis arqueológico puesto por los proyectos nacionalistas de Bolivia (Angelo
2005, Kojan y Angelo 2005, Mamani 1992), Perú (Higueras 1995) y en menor medida, el norte
de Chile (Jofré 2007, Romero 2003) los grupos indigenistas, cada vez con un mayor poder
social, que pregonan proyectos multiculturales, no están haciendo uso del pasado
38
arqueológico para sus demandas 13 . No sorprende que los mismos arqueólogos no hayan
enfatizado estos temas dentro de sus prácticas, pero lo que si se merece observar es la no
inclusión del pasado arqueológico en las narrativas y demandas indígenas de Arica y
Tarapacá. Sostenemos que esto se debe a que estas comunidades han tenido un complejo
historial de identidad étnica, en donde sus discursos de identidad tradicional han sido muchas
veces afectados y cortados por la contingencia social y política (Jofré 2007), desapareciendo
esa continuidad con el pasado remoto.
En el contexto mundial de toma de poder de los grupos que reclaman derechos políticos,
económicos y culturales basados en identidades étnicas, en el Norte de Chile destaca el
proceso de reivindicación aymara. El territorio y la historia que están reclamando actualmente
los grupos auto-identificados como aymara, corresponden a espacios en donde se desarrolló
una larga dinámica social, de la cual sólo tenemos relatos e interpretaciones de una ínfima
sección. Los arqueólogos y etnohistoriadores han elaborado las narrativas del pasado más
remoto y un largo período correspondiente al período Colonial y Republicano ha sido
escasamente estudiado 14 .
Aunque una parte de este proceso histórico fue descrito en el Capítulo 1 de Antecedentes, es
necesario acentuar el aspecto de la identidad social de las poblaciones locales. En primer
lugar, existe consenso en interpretar el pasado prehispánico de la región como altamente
multiétnico, basado en una complementariedad ecológica y un principio de autosuficiencia de
las comunidades (Jofré 2007, Muñoz y Chacama 2006, Romero 2005, Santoro et al. 2004,
Schiappacasse et al. 1989). Esta situación multiétnica de diferentes entidades políticas e
identidades sociales compartiendo un mismo territorio habría sido homogeneizada con
relativo éxito por la colonización occidental. Desde los inicios de la conquista hispana, las
sociedades originarias de los Andes fueron enmarcadas bajo el rótulo de “indios” (Haber
2007). Esta categoría sirvió adecuadamente identificando a los dos principales sujetos
colonizados por las grandes empresas hispanas: la mano de obra explotada en nombre de la
13
Un caso excepcional en el Norte de Chile, es el de los grupos indígenas de Atacama quienes hacen
uso activo de las narrativas y monumentos arqueológicos (Ayala 2008).
14
Aunque no podemos olvidar los pioneros trabajos de Hidalgo (2004) y su extenso equipo de
colaboradores, enfocados principalmente en el período Colonial.
39
Corona, y los “gentiles” e infieles que debían ser evangelizados por la Iglesia. La asimilación
cultural fue la forma conveniente de someter progresiva y definitivamente a los pueblos
conquistados, atrayendo a sus individuos a las formas sociales “modernas”.
Se puede decir que a partir de este evento de violenta rebelión macrorregional se comienza a
conformar una identidad política aymara, que a la larga fue la base de los movimientos
indigenistas del siglo XX (Albó 2000, Cárdenas 1988). Con la independencia política de las
colonias hispanas, el centro neurálgico de este movimiento social aymara, se situó en el
15
Existe una variada literatura etnohistórica y etnográfica de estos procesos de identificación en el sur
peruano y los andes bolivianos, utilizando principalmente el vestuario (Femenías 1998, Zorn 1998),
pero también otros aspectos culturales (por ejemplo, danzas, festividades y lenguaje) para mantener la
identidad social.
40
interior del estado boliviano, de mayor densidad poblacional y más cercano a los nuevos
centros de poder nacional. En Perú, la identidad indígena estuvo casi siempre supeditada al
entendimiento de una identidad de clase campesina, que actuó como fuerza política relevante
dentro del escenario republicano (Albó 2000).
Tras la Guerra del Pacífico entró en escena el estado chileno, que inicio un intenso trabajo de
ideologización de la identidad chilena en los territorios de Tarapacá y Arica, proceso
identificado como chilenización (Palacios 1974). Luego de expulsar o violentar a la gente que
de forma activa se identificó como peruana, la población originaria que vivía en las zonas
rurales fue intensamente chilenizada, mediante una serie de mecanismos coercitivos directos
e indirectos (González 2004, González y Gavilán 1990, Van Kessel 1991). Así, con una nueva
cara, el proceso de asimilación y homogeneización siguió afectando a la población originaria,
debiendo dejar prontamente el rótulo colonial de “indio”, por el rótulo nacionalista de
“ciudadano chileno”.
Sin embargo, la chilenización junto con cortar firmemente los lazos de interacción tradicional
y regional con las estrictas fronteras nacionales (Albó 2000), posibilitó la existencia y
configuración de múltiples identidades localistas (González y Gavilán 1990). Así, la
chilenización significó en cada uno de los pueblos del interior activar un intenso proceso de
inscripción de terrenos privados que tuvo disputas con otros pueblos, y también la instalación
de infraestructura pública (escuelas, retenes, postas, sedes vecinales), que dieron como
resultado el desarrollo de identidades localistas (Bascuñán et al. 2001).
41
en el sistema nacional (Gundermann 2000). Su discurso requirió de relatos y narrativas
históricas, los cuales se basaron desde un inicio en una doble fuente: por un lado, en la
memoria viva de la antigua vida comunitaria y rural; y por otro, los relatos de mayor
profundidad histórica elaborados desde los grupos étnicos de Bolivia y Perú (Zapata 2007).
El largo proceso identitario de los grupos originarios de Arica, no se puede constituir como un
relato histórico con pretensiones de objetividad. Como señala Haber, la cuestión no es
preguntar “¿Quién es Indígena?”, pues tal pregunta nos remite a la misma posición
colonialista que presume categorizar de manera esencialista a los colonizados (Haber 2007).
Si algo nos enseñan las perspectivas postcolonialistas es que las identidades son siempre
elaboraciones individuales, y que el actual contexto de toma de poder indígena los sitúa en
un punto donde pueden decidir con qué identificarse y qué soporte usar para identificarse.
Por otro lado, la recuperación de la memoria perdida, por parte de los grupos locales,
difícilmente podrá reparar o compensar aquello perdido (Scham 2001). Estos esfuerzos
tampoco se realizan para recuperar un conocimiento que forma parte del acervo histórico de
la humanidad, como pretende la empresa científica. Sin duda, el más fuerte aliciente para
llevar a cabo esta recuperación, son los beneficios en el presente que tienen tales acciones
relacionadas con el pasado.
42
3.3 SOBRE PATRIMONIO CULTURAL, HISTORIA Y MEMORIA
En la actualidad, una de las demandas más frecuentes de los grupos étnicos, luego de la
tierra, el agua y la autonomía política, es la propiedad, el uso y/o la administración de los
lugares de valor cultural, especialmente de los yacimientos arqueológicos. Esta pretensión de
los grupos étnicos busca torcer la permanente postergación de su perspectiva local, y
particular en el uso que se le da a los restos arqueológicos presentes en su territorio (Gnecco
2004).
En muchas regiones esto ha conllevado a una de las primeras instancias de diálogo directo
entre arqueólogos y comunidades étnicas. Antes de esto, los arqueólogos por iniciativa propia
no habían propiciado este diálogo (Endere y Curtoni 2006). Esta (mala) práctica convencional
se debió al largo monopolio mantenido por los arqueólogos en la emisión de los “verdaderos”
relatos acerca de lo que sucedió en el pasado. No bastando con eso, también fueron imbuidos
de la potestad exclusiva y excluyente, bajo el amparo de la ley, de hacer uso de los restos
arqueológicos (Londoño 2003). Este posicionamiento de la arqueología en un lugar
privilegiado del marco legal de cada una de los estados naciones, forma parte del “pecado
original” de las disciplinas antropológicas, surgidas de esta alianza colonialista entre el estado
y la ciencia, entre poder y conocimiento (Gnecco 2005).
43
Así, los arqueólogos, como especialistas del pasado, han trabajado en representación de la
oficialidad para elaborar desde su saber técnico, adecuadamente debatido en congresos y
publicaciones especializadas, el relato de lo que realmente sucedió en el pasado. De esta
forma, mientras más nitidita y profunda en el tiempo es la línea de recorrido de las sociedades
desde el pasado hasta el presente, mayor es el prestigio del investigador y mejores beneficios
para el proyecto nacionalista (Gnecco y Hernández 2008). Si bien, teóricamente el Patrimonio
Cultural pertenece a todos los ciudadanos, sólo es efectivamente apropiado, usado e
interpretado por unos pocos (García Canclini 1999). Esto no es sólo un tema de diferencias
sociales o educativas, ambas en el plano de las identidades, sino cada vez más un problema
de tipo étnico.
Se reconoce que las comunidades étnicas del interior de Arica no tienen un interés práctico
por apropiarse de un conjunto que es identificado y utilizado por el estado y que por tanto, le
es demasiado ajeno (Romero 2003a). Al menos en el Norte de Chile, esto también incluye a
los yacimientos arqueológicos presentes en el territorio donde viven las comunidades locales y
étnicas. Esta lejanía se explica por el reciente, pero profundo, proceso de chilenización en
donde los agentes estatales (científicos) fueron eficaces en divulgar el discurso de que los
yacimientos arqueológicos son propiedad de la nación. Entre líneas los actores locales
también entendieron que los discursos sobre los yacimientos arqueológicos y el pasado eran
además de exclusividad de los científicos.
Acá, es necesario discutir las maneras que han existido para elaborar las narrativas acerca del
transcurso del tiempo y dar forma al pasado. Podemos diferenciar, siguiendo a Nora (1989),
entre “la Historia” y la “memoria”. Ambas formas discursivas necesariamente realzan ciertos
acontecimientos y descartan otros, buscando validar un determinado relato del pasado que
siempre se elabora desde el presente y busca afectar el futuro (Aravena 2003). Aunque fue
exitosa y ampliamente utilizada por los modernos estados nacionales, esta forma de usar
políticamente los relatos de temporalidad no es exclusiva de las instituciones nacionales, pues
todas las comunidades poseen sus mecanismos que crean y reproducen sus relatos siguiendo
sus particulares nociones de tiempo y espacio, conformando sus identidades (Isla 2003).
44
La gran diferencia entre la Historia y la memoria yace en la forma en como se elabora dicho
relato. La memoria es una construcción más bien individual, espontánea y en permanente
evolución, que está siempre abierta a la re-elaboración de la dialéctica constante entre el
recuerdo y el olvido (Nora 1989). Esto la hace bastante susceptible a la manipulación y
apropiación frecuentemente inconsciente de los actores (Sider 1994). Pero también, provoca
que permanezca latente por largos períodos y que sea revivida periódicamente.
La Historia, por otro lado, tiene la pretensión de fijar una representación del pasado. No es
una elaboración que esté abierta al cambio y la re-elaboración (Nora 1989). No es construida
desde los actores, sino que es manufacturada en lugares específicos de poder, como, por
ejemplo, la Academia y la Ciencia. Tampoco sigue un ciclo de latencia y aparición, sino que es
hecha con el objetivo expreso de estar siempre presente, otorgando un sentido único al
pasado y hacer predecible el transcurrir futuro. La Historia ha sido largamente elaborada por
las élites de los estados nacionales con un fin hegemónico y se ha ubicado en un plano
superior a las narrativas construidas desde la memoria.
Sin embargo, las tendencias indigenistas mundiales han provocando cambios a niveles locales,
modificando las concepciones nacionales étnicamente homogéneas por orientaciones
multiculturalistas (Crespo 2005). Estos cambios, junto con la toma de poder de las
comunidades locales y la ciudadanía en general, han presionado para modificar lo que se ha
incluido convencionalmente como Patrimonio Cultural. Desde un tiempo a esta parte la
45
misma disciplina histórica se sacude de su rol hegemónico como formador de la versión
oficial de la Historia, y se encamina hacia nuevos rumbos dando forma al relato de quienes
por largo tiempo fueron omitidos del pasado utilizando el rescate de la memoria individual,
colectiva y la oralidad (Aurell 2005).
En la arqueología existen varias razones, incluyendo las éticas, las epistemológicas y las
prácticas, que hacen necesaria la incorporación de la memoria y el conocimiento local en el
proceso de investigación. Así, lo que algunos autores han señalado como falta de
reconocimiento del patrimonio arqueológico por parte de las comunidades locales, expresado
en falta de interés o acción efectiva de protección (Romero 2003a), puede ser entendido
como el efecto del intenso y largo proceso de extirpación de idolatrías y otras acciones
colonizadoras (Gnecco y Hernández 2008). Hoy en día, no considerar tales procesos históricos,
tanto en la reconstrucción del pasado como en su uso en el presente, nos indica de manera
persistente la incapacidad de la ciencia occidental para identificar las distintas clases de
vínculo que existen entre las comunidades locales y lo que denominamos registro
arqueológico.
Generalmente, existe una larga relación entre comunidades indígenas, locales y el patrimonio
arqueológico, que va más allá de la perspectiva jurídica y académica que sustentan cada uno
de los estados nacionales. Estas relaciones funcionan bajo su propia lógica y tienen una
relación directa con los particulares ejemplos de colonialismo en cada uno de los territorios.
Su acercamiento implica adentrarnos al difícil concepto de “Conocimiento Indígena”. La
mayoría de las definiciones de conocimiento indígena (conocimiento tradicional,
conocimiento local, etc.) implican un claro contraste con la ciencia occidental 16 , formando un
ejemplo más del debate filosófico de larga data entre el relativismo y el universalismo (Green
2008). En dicho sentido, la defensa de un tipo de conocimiento tradicional implica la defensa
de formas diferentes de organizar el conocimiento y la imposibilidad de que exista una verdad
absoluta. Lejos del relativismo y de la aceptación automática de diversos saberes, Green
16
Con el riesgo de que el mismo uso de este concepto, implica perpetuar la diferencia (artificial, según
Green [2008]) en relación a la ciencia.
46
(2008) asume que los diversos tipos de conocimientos dependen de los objetivos que se
buscan. Lo que importa es que el conocimiento sea lo “suficientemente verdadero” como para
sustentar una práctica, y esto ocurre muchas veces tanto en la ciencia como en el
conocimiento tradicional.
Muchas veces, se asume que el conocimiento local posee un cierto grado de creencia, pero se
descarta el hecho epistemológico que la ciencia también posee grados de aprobación y
consenso basados en creencias. Como dice Green (2008: 154, siguiendo a Elguin) “los modelos
explicativos (…) dibujan un punto medio entre el conocimiento y la creencia, que dan forma a
la aceptación”. El conocimiento no es un fin en si, sino que más allá de eso, los diferentes
modos de saber y conocer deben ser evaluados según su capacidad para hacer una práctica
reflexionada y contingente.
En ese sentido, la arqueología es sólo una de las maneras de comprender el pasado, mientras
que el conocimiento tradicional posee otras formas para acceder a él. La evaluación de estas
diferentes alternativas debería ser en relación al uso que se le da al conocimiento que emana
o se transmite desde tales prácticas. Desde una perspectiva postcolonial, se ha propuesto una
“Arqueología Indígena” que no sólo tiene pretensiones de ser “una arqueología con, para y por
las personas indígenas”, sino que busca un efecto más allá de los grupos étnicos (Atalay 2006:
292). Una práctica descolonizadora que tiene como fin hacer migrar desde el centro a los
tópicos y las metodologías que por largo tiempo han imperado en la arqueología (Atalay
2006, Smith y Jackson 2006). La descentralización teórica debe impulsar cambios en el
discurso sobre el pasado y en las prácticas que surgen de ese conocimiento.
Una de las posibilidades más inmediatas y efectivas para iniciar este diálogo entre las
diferentes formas de acceder al conocimiento, y con esto lograr la descentralización del
pasado y la disciplina, es poner atención en la noción de Paisaje Cultural. Existe un creciente
uso de este concepto en arqueología, al punto de utilizarlo para enfatizar una multitud de
aspectos dentro de la amplia relación que existe entre las sociedades y su entorno. Sin
embargo, lo que más caracteriza este uso reciente del concepto es su capacidad de unir y
complementar diferentes posiciones teóricas, siendo el estudio del paisaje la más clara
expresión de la dualidad práctica y simbólica del habitar humano (Anschuetz et al. 2001).
47
Entendemos como Paisaje Cultural a la siempre dinámica construcción cultural que se
compone de conjuntos significativos de normativas y convenciones comprehensivas, por
medio de las cuales los seres humanos le otorgan sentido al territorio que habitan (Castro et
al. 2004). Dicho de otro modo, los Paisajes Culturales son el amplio lugar donde una
comunidad transforma el mundo natural, apropiándolo mediante sus prácticas cotidianas,
conceptos y marcos valóricos. De alta relevancia es la capacidad sintética y compiladora de
las nociones relativas al paisaje, configurándolos como sistemas que organizan y estructuran
las interacciones que cotidianamente tienen las comunidades con su entorno (Anschuetz et
al. 2001: 160). La dimensión espacial del paisaje es complementaria a su dimensión temporal
e histórica, pues un espacio humanizado es un sistema de significación que permite a las
sociedades perpetuarse y a la vez transformarse. A través del tiempo, cada uno de los paisajes
de la humanidad se ha transformado, por una sucesión de eventos naturales y culturales
(Endere y Curtoni 2003). La forma en que esta significación se realiza es mediante la acción,
elaboración y re-elaboración de la memoria. Así, como la Historia, para reforzarse y
perpetuarse, requiere de materialidades patrimonializadas; la memoria, se reconstruye
constantemente a través de la significación de un Paisaje Cultural. En este sentido, el Paisaje
Cultural se convierte en una materialización de la memoria, un dispositivo nemotécnico que
las personas suelen usar para recordar interacciones pasadas e informar y legitimar sus
relaciones presentes (Zedeño 2000). La significación que le dan los pueblos originarios a su
paisaje es una construcción particular, y pueden ser valorizados elementos del entorno que
otras sociedades o las ciencias cartesianas no vislumbran, como por ejemplo montañas,
árboles y piedras (Carrol et al. 2004, Nicholson 2006).
Este Paisaje Cultural se compone y articulan múltiples hitos, los que no son siempre
homologables a los sitios que conforman el Patrimonio Cultural y el discurso histórico. Los
hitos del Paisaje Cultural necesitan de los otros hitos para elaborar su discurso, y no son
independientes ni autorreferentes como los bienes patrimoniales de la Historia. Además
existen formas específicas en que las sociedades vinculan cada uno de estos hitos en el
paisaje, ya sea a través de ejes imaginarios, sendas rituales o circuitos míticos. De esta forma,
los “espacios vacíos” de hitos también son significativos y necesarios de incorporar y estudiar.
48
En el trabajo con comunidades indígenas de América del Norte se ha utilizado el concepto de
“Lugares de Significación Cultural”, que comprende unidades definidas e identificadas por las
mismas comunidades (Carrol et al. 2004), complementando lo que ha sido definido como
registro arqueológico. Frecuentemente lo que compone el registro arqueológico y lo que es
culturalmente significativo es definido a priori. El concepto de Lugares de Significación
Cultural ha servido para entender un aspecto sustancial de la relación pasada y actual entre
las comunidades y el territorio que habitan: la transformación histórica y dinámica de los
espacios naturales hacia paisajes culturales.
49
“empoderamiento” de las comunidades en asuntos de la memoria y el pasado utilizando
herramientas de la antropología social (por ejemplo, Atalay 2006, Green et al 2003, Wilson
2007).
Sin embargo, las comunidades locales de la ruralidad de Arica no son ni tan tradicionales, ni
han alcanzado tanto poder social como para convertirse prontamente en una contraparte a la
larga tradición académica de la arqueología regional. Nuestro esfuerzo es menos ambicioso,
buscando sólo modificar gradualmente elementos de la práctica arqueológica convencional,
con miras a convertirse en prácticas estandarizadas. Si bien, es cierto que muchos de estos
cambios, relativos a la práctica arqueológica, ya se vienen realizando en los Andes de Chile
desde hace casi una década (por ejemplo, Ayala et al. 2003, Jofré 2005, Romero et al. 2004).
Sólo en segundo término se realiza un esfuerzo por incorporar a los actores locales. Para esto
se llevan a cabo diferentes instancias de diálogo y traspaso de la perspectiva arqueológica
hacia los miembros de las comunidades locales. Tras esto, una vez que los actores locales
tuvieron la posibilidad de “reconocer” el patrimonio arqueológico de su propio paisaje
cultural, se les solicitó compartir su conocimiento local, memoria y oralidad, para su registro.
Finalmente, sumando los datos arqueológicos y de percepción local se propuso una
zonificación del paisaje cultural, con miras a gestionar a futuro su conjunto patrimonial
inmueble.
50
Aunque en definitiva no se logra una verdadera horizontalidad entre el conocimiento
académico y el conocimiento local, se logra avanzar en la valorización del discurso y saber
propio, a tal modo que las comunidades pueden entregar una primera versión del relato de lo
que sucedió en el pasado y de cómo se articula y se vuelve significativo el Paisaje Cultural
que habitan. En el actual contexto social y económico esta apropiación, mediante la
identificación conjunta de Lugares de Significación Cultural, se torna más sustentable si se le
incorpora, al discurso de la memoria, el tema del uso económico a través del turismo
planificado y administrado por las organizaciones locales.
51
4. PROSPECCIÓN ARQUEOLÓGICA DE COPAQUILLA
De esta forma, una prospección sistemática nos entrega datos de un conjunto de evidencias
arqueológicas, los cuales en su mayoría han sido obviados tradicionalmente de las
interpretaciones arqueológicas. Además de reportar y homogeneizar los datos acerca de los
yacimientos arqueológicos de alta densidad, es decir, los más visibles e investigados, este tipo
de estudio sistemático enfatiza el registro de los yacimientos de baja densidad. Entendidos
éstos últimos como aquellos lugares con evidencias arqueológicas de menor dimensión y
visibilidad, que sirven para representar una gran variedad de actividades del pasado y que
complementan la información proveniente de los yacimientos de alta densidad (Nielsen et al.
1997).
Así, el registro y estudio de los yacimientos de alta y baja densidad son fundamentales para
tener una visión integral y articulada del territorio. Aunque es válida una crítica desde el
postcolonialismo a esta práctica de definición a priori de lo que se incluye en el registro
arqueológico este trabajo se incluye en un diseño de mayor alcance. Se hace necesario tener
este conjunto de datos para posteriormente compararlos con el conjunto de Lugares de
17
Esta etapa del trabajo formó parte de las actividades del proyecto “Apoyo A La Transferencia De
Predios Fiscales Que Utilicen Las Personas, Comunidades Y Demás Organizaciones Indígenas Aymaras
De Las Provincias De Arica Y Parinacota, 2006”, financiado por la Corporación Nacional de Desarrollo
Indígena.
52
Significación Cultural que reconoce la comunidad local a través de su experiencia de vida y la
oralidad. Además, este conocimiento exhaustivo del denominado registro arqueológico y su
complemento con el conocimiento y las expectativas locales, permitirá proponer una serie de
acciones de gestión y manejo de los recursos culturales inmuebles del valle de Copaquilla.
En términos generales, debido a las características físicas del valle de Copaquilla, con
múltiples quebradillas y desniveles, sectores de difícil acceso y escasos espacios planos, se
hizo necesario planificar una estrategia de prospección con una cobertura parcial mediante
un muestreo estratificado dirigido. El máximo potencial de la prospección de una muestra del
territorio es mediante la selección de diferentes transectas recorridas íntegramente con una
táctica pedestre (Gallardo y Cornejo 1986). La táctica pedestre y una adecuada separación
entre los prospectadores permiten identificar la mayoría de los rasgos arquitectónicos, así
como una buena parte de las evidencias arqueológicas aisladas y acotadas.
El área prospectada corresponde a un polígono cuadrangular de 744 hectáreas, que posee 3,1
km de largo, en el sentido Norte-Sur, y 2,4 km en el sentido Este-Oeste (ver Figura 5). Este
polígono encierra por completo al valle de Copaquilla, es decir, la sección baja de la cuenca
del río Seco. Además, incluye gran parte de la quebrada Mulahumaña y la quebrada Peregrina,
cuencas menores que alimentan el valle desde el Nordeste.
53
Figura 5: Imagen satelital indicando los límites del polígono de prospección y de los diferentes
estratos de prospección.
54
El Estrato B comprende al fondo y laderas del cauce del río Seco, el cual presenta una
vegetación arbustiva y pastos naturales que cubren el fondo del valle, así como laderas de
superficie plana e inclinada que han sido aprovechadas agrícolamente. Este estrato cubre
86,33 há, lo que equivale al 11,6% del polígono de prospección. Hay que considerar que el
mismo lecho del valle presenta una escasa posibilidad para el registro de evidencias
arqueológicas debido fundamentalmente a dos situaciones: la primera relacionada con la
intensa actividad agrícola realizada en este sector; y la segunda relacionada con la dinámica
fluvial que ha debido modificar intensamente las evidencias arqueológicas.
El Estrato C corresponde al margen suroeste del valle de Copaquilla, la cual está conformada
por la cumbre rocosa al sur de la Carretera Internacional CH-11. Además, incluye un sector de
planicie con una pendiente leve y un sector de accidentadas y abruptas quebradillas que
tienen su origen en la formación denominada Pampa El Muerto. Su extensión es de 212,57
há, lo que equivale al 28,6% del polígono de prospección. Esta área presenta condiciones
similares al margen norte, cuyos filos de quebradas se disponen de manera perpendicular a la
del valle, presentando una mayor posibilidad de encontrar evidencias de tránsito y estructuras
de uso temporal dispersas en el terreno.
Se delimitó un cuarto estrato, denominado Estrato D o Lomadas Altas, con una superficie de
18,57 há, es decir, 2,5%. Este estrato, que se ubica inmediatamente al Noroeste de la
Carretera Internacional CH-11, no fue prospectado, pues al encontrarse relativamente lejos
del valle de Copaquilla, presentaría menores posibilidades de presencia de evidencias
arqueológicas.
Un resumen cuantitativo de la superficie que posee cada uno de los estratos de prospección
se expresa en la Tabla 1.
55
Tabla 1: Superficie y proporción de los estratos de prospección.
ESTRATOS AREA (Há) %
Estrato A: Margen Nordeste 426,55 57,3
Estrato B: Fondo y Ladera del Cauce 86,33 11,6
Estrato C: Margen Suroeste 212,57 28,6
Estrato D: Lomas Altas 18,57 2,5
TOTAL POLIGONO DE PROSPECCIÓN 744,02 100,0
Para el registro pedestre de los diferentes tipos de evidencias arqueológicas, se utilizó una
ficha especialmente diseñada. Esta ficha (ver Anexo 1) tuvo como objetivo optimizar las
labores de registro en terreno y unificar los campos y valores de registro para su posterior
traspaso a una base de datos digital. La prospección fue realizada por cinco personas 18 , a los
cuales se les entregó una ruta preestablecida de los sectores a prospectar, con una separación
promedio entre las transectas de aproximadamente 60 m. De esta forma cada registrador,
trabajando en promedio tres días, abarcó un área total de 120 há, logrando un área
prospectada aproximada de 600 hectáreas, es decir, se completó casi un 80% de la superficie
total del polígono.
Una pequeña parte de las evidencias registradas eran previamente conocidas en la literatura
arqueológica local y han desempeñado un importante papel en la interpretación histórica y
cultural de la Precordillera de Arica (Schiappacasse et al. 1989, Muñoz et al. 1997). Estos
incluyen los yacimientos arqueológicos Pukara de Copaquilla (Copaquilla-01) y Poblado de
18
Se contó con el apoyo en terreno de los arqueólogos Rolando Ajata y Daniella Jofré, además del
geógrafo Manuel Méndez y el profesor de historia Jacinto Santana.
56
Copaquilla (Copaquilla-02), de los cuales tenemos la reciente re-edición de las planimetrías
inéditas de Hans Niemeyer, elaboradas en la década de 1960 y un breve análisis cerámico
(Muñoz y Chacama 2006).
Aunque, más adelante se hará el análisis cuantitativo y espacial de los registros, es necesario
destacar algunos de los componentes más conspicuos que integran el Paisaje Cultural del
valle de Copaquilla. Se trata de los lugares con mayor potencialidad interpretativa, ya sea por
su monumentalidad, accesibilidad y estado de conservación. Además, estos lugares, la
mayoría registrados durante el presente estudio, podrían ser los mejores candidatos para ser
utilizados en la siguiente etapa del estudio para activar la memoria local y re-construir un
Paisaje Cultural en el valle de Copaquilla.
57
Figura 6: Mapa de distribución de las evidencias arqueológicas registradas en el valle de
Copaquilla.
58
Aleros Pampa El Muerto: En dos quebradillas que atraviesan la Pampa El Muerto se ha
registrado un conjunto de 17 aleros o refugios rocosos en una superficie que alcanza
unas 64 há. 19 Estos aleros poseen muchas evidencias de ocupación humana, como
fogones y muros pequeños, pero además muchos de ellos presentan pictografías en
sus paredes. Se reconocen pinturas hechas en color negro, rojo, amarillo y verde.
Probablemente estas ocupaciones y las pinturas habrían sido realizadas por antiguos
cazadores, pastores y arrieros que atravesaron la pampa uniendo la precordillera con
el valle de Azapa. Las investigaciones que actualmente se están llevando a cabo
indican una variedad de motivos y estilos rupestres, junto con fechas radiocarbónicas
que inscriben ocupaciones desde 5.750 años de antigüedad hasta apenas 450 años
atrás (Sepúlveda 2008 y 2009).
19
Este yacimiento fue inventariado originalmente por L. Briones y C. Santoro (UTA), a fines de la
década de 1990.
59
se orientan hacia el noroeste. El muro defensivo principal tiene 200 m de largo y 1 m
de ancho. Además, se compone por un conjunto de más de 50 recintos ovoidales de
muros pircados de doble hilada de 10 m de diámetro promedio, dispuestos en
aproximadamente 8 planos nivelados. Salvo muy pocos fragmentos de cerámica sin
decoración y deshechos líticos, no hay materiales culturales en superficie, y tampoco
en el subsuelo, lo que avalaría la interpretación que indica su uso por temporadas.
20
La principal de estas chullpa es identificada como R-18 y tiene muros de piedra con argamasa de
barro. Posee una planta casi cuadrangular, de 2 m de largo, y 1,8 m de ancho, con una puerta de 0,7 m
de altura con dintel de piedra laja orientada hacia el oriente. Su altura máxima es de 1,8 m y al
parecer el techo sería de un agua.
21
Este edificio es de planta rectangular de 2,3 m de ancho y 1,8 m de largo, con una altura máxima de
1,2 m, con techo de un agua.
60
en el sector residencial. Además, la expansión de los terrenos e infraestructura
agrícola (canales, estanques, cercos) durante los últimos 15 años han alterado sus
márgenes y su entorno inmediato.
Otros componentes del patrimonio monumental del paisaje de Copaquilla son los cementerios
o lugares de carácter funerario. Se observa gran diversidad de tipos de entierro, lo que puede
significar la coexistencia de diversos grupos en el valle con variantes en los aspectos
religiosos. De esta forma, junto con las chullpa ya descritas en el Poblado de Copaquilla,
existen otros dos conjuntos relevantes.
22
En concordancia con lo indicado en la Nota 4, es probablemente que este yacimiento haya sido
investigado por Hans Niemeyer en la década de 1960.
61
Figura 7: Yacimientos arqueológicos de mayor potencialidad museográfica e
interpretativa del valle de Copaquilla: a) Pukara de Copaquilla (COP-01); b) Poblado de
Copaquilla (COP-02, destaca en la cima una chullpa de piedra); c) Pukara de
Trigopampa (COP-84); d) Conjunto de chullpa de El Rodado (COP-27); e) Conjunto de
chullpa del cañón del sur (COP-04).
62
Chullpa de El Rodado (COP-27): Se trata de un conjunto funerario que correspondería
al yacimiento El Rodado identificado por Niemeyer (en Aldunate y Castro 1981). Se
emplaza sobre el camino vehicular que lleva al sector de Estanques. Comprende un
sector funerario donde destacan 3 chullpa bien conservadas. La primera es de barro
con paja y lajas sobre una plataforma delimitada por un alineamiento de piedra. Posee
una planta rectangular de 3 x 2 m, encontrándose muy deteriorada y alcanzando una
altura máxima de 40 cm. Un poco más arriba se observan otras dos chullpa de
tamaños y forma casi idénticas (ver Figura 7d). Ambos monumentos están compuestos
de piedras lajas y barro con un tono de color blanco, que le confiere una visibilidad
especial en este territorio de tonalidades café. El alto máximo conservado de esta
estructura es 1 m y presenta una planta rectangular de 3 x 2 m. Estas chullpa, en
especial las de piedra trabajada, deberían ser contemporáneas al Poblado de
Copaquilla, como un tercer cementerio de este asentamiento.
Chullpa del cañón del sur (COP-04): Conjunto de estructuras funerarias aéreas o
chullpa de piedra 23 . Se ubican en una pared rocosa casi vertical en la banda sur del
Río Seco, a unos pocos metros de la angostura sur del valle. Se trata de diversos
conjuntos de dos, tres o cuatro estructuras pequeñas de piedra que comparten los
muros laterales (ver Figura 7e). Poseen una planta en forma de “U” y sus puertas
miran hacia el oriente. Están construidas con muros dobles con relleno y techo
abovedado, alcanzando 70 cm de altura. El largo promedio es de 1,2 m y el ancho es
de 1,5 m. Algunos pocos edificios poseen pasillos exteriores y están construidos sobre
plataformas formados por muros de contención de piedra.
Por último, destaca una gran construcción aislada, con un particular diseño semi-subterráneo,
con una función aún indeterminada.
23
Inicialmente, durante el registro en terreno y análisis de evidencias, estas estructuras fueron
identificadas como Rasgo Funerario. Sin embargo, tras el trabajo de reconocimiento en conjunto con
los actores locales, se nos planteó la idea de que se trataba de “bodegas”. Así, esta última
interpretación es la más aceptable, dada la falta de restos óseos humanos y materiales culturales, y
dado que en las cercanías sólo se registran campos de cultivo.
63
Estructura Circular Semi-subterránea (COP-78): Se trata de una estructura
excepcional, nunca antes descrita para la precordillera de Arica. Se localiza muy
próximo al camino vehicular de bajada, en una explanada de pendiente suave.
Consiste en un recinto de 10 m de diámetro y 1,1 m de profundidad, formando una
construcción semisubterránea circular a la cual se accede por una puerta ubicada
hacia el Norte. El muro pircado está compuesto por grandes piedras monolíticas
rodeadas por otras de menor tamaño. La sección sur de la estructura se halla
colapsada hacia el interior de la estructura. En el interior se observan fragmentos de
cerámica decorada con líneas negras sobre la superficie rojiza natural de la pasta
(Altiplánica), más otros fragmentos de cerámica gruesa con engobe exterior. También,
se observan lascas de basalto y una piedra de moler quebrada.
64
Tabla 2: Categorías de evidencias arqueológicas y tamaños promedio de las categorías.
TOTAL DE SUPERFICIE TAMAÑO PROMEDIO
CATEGORÍAS DE EVIDENCIAS N %
POR CATEGORÍA (m2) POR CATEGORÍA (m2)
Asentamiento Complejo 6 6,4 94.775 15.796
Campos de Cultivo 6 6,4 19.383 3.231
Rasgo Funerario 8 8,5 15.945 1.993
Rasgo Lineal 10 10,6 17.772 1.777
Espacio Social 2 2,1 2.316 1.158
Asentamiento Simple 15 16,0 16.642 1.109
Arte Rupestre 4 4,3 1.628 407
Hallazgo Aislado 2 2,1 757 378
Estructura Aislada 27 28,7 9.100 337
Señalizador 11 11,7 1.447 132
Alero 3 3,2 282 94
TOTAL 94 100,0 180.046 1.915
La categoría con el tercer mayor tamaño promedio es la compuesta por los Rasgos Funerarios
(8 casos). Este registro de evidencias ha confirmado una importante diversidad de patrones
funerarios. Junto con las conocidas chullpa de barro y piedra con distintas formas, se
reconocieron cementerios con cistas aglomeradas ortogonales y montículos de piedras (ver
Figura 8b).
65
Tenemos dos casos en la categoría Espacios Sociales, que corresponden a lugares con escasa
infraestructura, en donde debido a su tamaño (en promedio 1.158 m2) tendrían una función
pública. A veces poseen ciertos alineamientos que lo delimitan o muros de contención para
nivelar su superficie.
Como Asentamiento Simple (15 casos) hemos caracterizado a los yacimientos que poseen
entre 2 y 4 estructuras (ver Figura 8d). Algunos de estos asentamientos consisten en unidades
funcionales del tipo estancias temporales, según la diversidad de sus estructuras. Mientras
que otros, solo contienen estructuras de tamaño pequeño que podrían corresponder a
conjuntos de depósitos.
La categoría identificada como Estructuras Aisladas es la más frecuente (27 casos). En esta
categoría se han incluido distintos tipos de rasgos, entre los que destacan diversos tipos de
paravientos o refugios expeditivos y unidades pircadas posiblemente habitacionales. Destaca
aquí la estructura circular semi-subterránea de muros pircados de 10 m de diámetro (COP-
78), descrita previamente. Salvo dicha unidad, la mayoría de las estructuras aisladas son de
tamaño pequeño, teniendo en promedio 337 m2.
La categoría identificada como Señalizador (11 casos) esta compuesta por distintos tipos de
apilamientos de piedras, tales como apachetas y marka. En estricto rigor, corresponden a
Estructuras Aisladas, pero que debido a su especificidad funcional han sido divididas de tal
66
conjunto. Esto porque están relacionadas, ya sea, con mejorar la visualización de otros lugares
relevantes, o bien, como indicadores de límites o caminos (ver Figura 8f).
Son escasos los indicadores temporales que se pueden consignar en las evidencias
arqueológicas registradas en la prospección. Como se observa en la Tabla 3, una amplia
mayoría de los registros pueden ser adscritos exclusivamente a tiempos prehispánicos
(59,6%), mientras tan solo 5 lugares (5,3%) han sido descritos con ocupación Prehispánica y
Post hispánica. También, es significativo que exista un amplio número de lugares, cuyas
evidencias no permiten establecer con certeza su época de origen (35,1%).
Por otro lado, el tamaño de las evidencias arqueológicas presenta una amplia distribución
entre 18 m2 y 34.945 m2. Para su análisis se han definido 5 rangos de tamaño: Mínimo (menor
a 99 m2), Pequeño (entre 100 y 599 m2), Mediano (entre 600 y 1.999 m2) Grande (entre 2.000
y 9.900 m2) y Muy Grande (mayor a 10.000 m2).
67
Tabla 4: Rangos de tamaño de evidencias arqueológicas.
SUMA SUPERFICIE
RANGO DE TAMAÑO N % %
RANGO (m2)
Muy Grande 3 3,2 83.898 46,6
Grande 16 17,0 65.828 36,6
Mediano 21 22,3 20.112 11,2
Pequeño 33 35,1 9.081 5,0
Mínimo 21 22,3 1.126 0,6
TOTAL 94 100,0 180.046 100,0
Esto es inversamente proporcional a la suma de la superficie que poseen cada uno de los
rangos de tamaño. Así los 3 yacimientos con rangos de tamaños grandes (pukara y poblados)
alcanzan casi la mitad de la superficie de todas las evidencias registradas.
Cuando se hace el ejercicio de separar los rangos de tamaño y las categorías de evidencias, se
confirman ciertas tendencias. No es de extrañar, observando la Tabla 5, que la categoría
Asentamiento Complejo, es la única que posee evidencias de tamaño Muy Grande, o que las
categorías Señalizador o Alero sólo posean evidencias de tamaño Mínimo y Pequeño.
68
Tabla 5: Categorías de evidencias y rangos de tamaño de evidencias arqueológicas.
RANGO DE TAMAÑO
CATEGORÍAS DE
MUY
EVIDENCIAS MINIMO PEQUEÑO MEDIANO GRANDE TOTAL
GRANDE
Asentamiento Complejo 1 2 3 6
Campos de Cultivo 2 4 6
Rasgo Funerario 1 3 1 3 8
Rasgo Lineal 1 1 5 3 10
Espacio Social 1 1 2
Asentamiento Simple 7 5 3 15
Arte Rupestre 4 4
Hallazgo Aislado 1 1 2
Estructura Aislada 12 9 5 1 27
Señalizador 6 5 11
Alero 1 2 3
TOTAL 21 33 21 16 3 94
Se pondrá atención en las categorías que tienen una amplia diversidad de rangos de tamaño.
En dicho sentido el Rasgo Funerario presenta tres evidencias arqueológicas de tamaño Grande
y una de tamaño Mediano, las cuales corresponderían, sin duda, a cementerios de cierta
complejidad. Mientras que otras 4 evidencias arqueológicas son de tamaño Pequeño y
Mínimo, es decir, entierros humanos o tumbas de limitada extensión.
Las evidencias arqueológicas categorizadas como Rasgo Lineal también tienen una amplia
diversidad de tamaños. Esto se debe principalmente por el estado de conservación de estas
evidencias, junto con su relación con el registro en terreno y las imágenes satelitales
disponibles. No podemos sacar ninguna conclusión acerca de la longitud total de los caminos
considerando tan sólo una prospección local del valle, debido a su conocido carácter regional
(cf. Muñoz y Briones 1996).
Finalmente, la categoría denominada Estructura Aislada, que cuenta con el mayor número de
casos, también presenta una diversidad de tamaños. Estos, sin embargo, se concentran en los
tamaños Mínimo y Pequeño (21 casos), mientras que sólo 5 casos se incluyen en la categoría
Mediana y 1 caso con un tamaño Grande. Este último corresponde al yacimiento previamente
descrito correspondiente a la estructura circular semi-subterránea de muros pircados (COP-
78).
69
4.5 EMPLAZAMIENTO DE LOS YACIMIENTOS
Al observar la información de la densidad, calculada por la división del área del estrato por el
número de evidencias, se establece otra situación. La densidad general de evidencias
arqueológicas en el valle es de 7,9 sitios por há. Dicha cifra es muy similar a la que se registra
para el Estrato A, con una densidad de 8 sitios por há. Además, destaca el Estrato C, como el
estrato con mayor densidad de evidencias, con 10,6 sitios por há. Mientras que, una densidad
mucho menor es la alcanzada por el Estrato B, del cauce del río, con apenas 4 sitios por há.
Ahora bien, cada uno de los estratos puede ser dividido en distintos tipos de emplazamientos
relacionados con la topografía específica donde se disponen los sitios. Para este trabajo nos
basta diferenciar 5 tipos de emplazamiento: las cimas o cumbres, los sectores llanos o planos,
las laderas de pendiente abrupta (entre 15° y 25°), de pendiente suave (entre 5° y 15°) y los
fondos de las quebradas y quebradillas.
En la Tabla 7, se indica como se distribuyen las diferentes evidencias en los tres estratos de
prospección y en los cinco tipos de emplazamiento. La mayoría de las evidencias se emplazan
70
en sectores con pendiente suave (47,9%). Mientras que las evidencias situadas en pendiente
abrupta poseen la segunda mayor frecuencia (28,7%). En tercer término, se consignan las
evidencias situadas en terrenos llanos o planicies (14,9%).
Los lugares emplazados en pendiente abrupta se presentan con mayor frecuencia en el Estrato
B, con un 52,4%. La otra mitad de evidencias arqueológicas del Estrato B, se reparte entre
pendiente suave y fondo de quebrada, cada una con 23,8%. Por otro lado, los lugares
emplazados en pendiente suave, son los más frecuentes en el Estrato A (50,9%) y el Estrato C
(65%). También, ambos Estratos A y C tienen similares proporciones de sitios en los
emplazamientos de planicies y pendiente abrupta. Así, en el Estrato A, las planicies tienen un
número de 11 sitios (20,8%) y la pendiente abrupta otros 13 sitios (24,5%). En el Estrato C,
las planicies tienen 3 sitios (15%) y la pendiente abrupta otros 2 sitios (15%).
71
Mediante la aplicación a los 84 casos de un análisis de distancia simple utilizando espacios
buffer 24 (García 2005), se logró delimitar cuatro áreas y dos subáreas de distribución de
evidencias arqueológicas (ver Figura 9). Tres áreas fueron elaboradas a partir de zonas de
amortiguamiento o buffer de 100 m, mientras que la cuarta área fue realizada a partir de un
buffer de 200 m. El Área 1 y el Área 2, poseen subáreas asociadas, identificadas
respectivamente como 1B y 2B. Estas cuatro áreas y dos subáreas suman 81 casos, es decir,
hay tres evidencias arqueológicas (COP-36, COP-37 y COP-43) que no fueron agrupados en
estos sectores debido a que estaban muy lejanas del resto, correspondiendo a señalizador o
marka.
24
En términos de análisis espaciales, un buffer o un área de amortiguamiento es una zona en torno a
un objeto espacial (punto, línea u otra zona) medido en unidades constantes de distancia (García
2005).
72
Figura 9: Mapa con la distribución y densidad de evidencias arqueológicas de las áreas de
agrupamientos (buffer).
73
El Área 1 es la de mayor tamaño con 91 há, y es una de los sectores más densos, integrando
44 evidencias. Esta área incluye los sectores de la Angostura Norte y del Pukara y también la
sección baja de la quebrada Mulahumaña. Se le asocia directamente al Área 1B, una pequeña
zona que incluye 5 lugares en la parte más alta del río Seco.
El Área 2 tiene un tamaño de 62,2 há, pero está ocupada con una baja densidad, con apenas
0,29 evidencias por há. Esta Área 2 se ubica en el tramo medio del valle, sector de
Trigopampa, ocupando tanto la ladera Nordeste como la ladera Suroeste. A esta Área también
se le añade el Área 2B, un pequeño y denso conjunto ubicado en la parte media de la ladera
Suroeste.
El Área 3 es un pequeño sector de 27 há, ubicado en el cañón del extremo sur del valle, en la
Angostura. Esta área posee sólo 4 evidencias y por tanto muestra una densidad muy baja, de
0,15 evidencias por há. El Área 4 es la única que se formó por una zona de amortiguamiento
(buffer) de 200 m, sumando una superficie de 67 há. Esto se realizó para incluir 7 evidencias
arqueológicas muy distanciadas entre sí, en el interior de la quebrada Peregrina, extremo sur
del valle. Por esta razón posee la densidad más baja del valle, de 0,1 evidencias por há.
74
Tabla 9: Categorías de Evidencias en las Áreas de Agrupamiento.
CATEGORIAS DE ÁREA 1+1B ÁREA 2+2B ÁREA 3 ÁREA 4 TOTAL
EVIDENCIA N % N % N % N % N %
Asentamiento
4 8,2 2 9,5 6 7,4
Complejo
Campos de Cultivo 2 4,1 1 4,8 3 75,0 6 7,4
Rasgo Funerario 6 12,2 1 4,8 1 25,0 8 9,9
Espacio Social 2 4,1 2 2,5
Asentamiento
11 22,4 1 4,8 3 42,9 15 18,5
Simple
Arte Rupestre 3 6,1 1 4,8 4 4,9
Hallazgo Aislado 2 4,1 2 2,5
Estructura Aislada 17 34,7 10 47,6 27 33,3
Señalizador 5 23,8 3 42,9 8 9,9
Alero 2 4,1 1 14,3 3 3,7
TOTAL 49 100,0 21 100,0 4 100,0 7 100,0 81 100,0
Se debe destacar que en el Área 1 (más el Área 1B), existen todos los tipos de evidencia
registradas para el valle de Copaquilla, salvo la del tipo Señalizador. Además, es la única área
que posee evidencias del tipo Espacio Social y Hallazgo Aislado. También, existen importantes
proporciones de los tipos Arte Rupestre (3 casos) y Rasgo Funerario (6 casos). Otro aspecto
interesante es que los dos Espacios Sociales se encuentran en la vertiente Nordeste del valle
en las inmediaciones de yacimientos funerarios.
En el Área 2 (más el Área 2B), también posee una importante diversidad de tipos de evidencia,
pero en cambio ahí sobresalen las evidencias del tipo Señalizador. En esta Área 2, las
Estructuras Aisladas y Señalizadores alcanzan una importante presencia, correspondiente al
47% y 23%, respectivamente. También, es relevante la importancia relativa de la categoría
Asentamiento Complejo, con 2 casos (9,5%).
En el Área 3 sólo se presentan tres ejemplos de la categoría Campo de Cultivo y una evidencia
del tipo Rasgo Funerario 25 . Así, en esta Área 3 no se presentan otros tipos de evidencia.
Mientras que en el Área 4, emplazada en la quebrada Peregrina, se registraron principalmente
25
Corresponde al registro COP-04, que también puede corresponder a una categoría no prevista:
Estructuras de Almacenaje (ver Nota 22).
75
evidencias del tipo Asentamiento Simple (3 casos) y Señalizador (3 casos), ambos con un
42,9%.
Finalmente, se puede indicar que el análisis de agrupación muestra claramente un espacio del
valle que destaca por poseer la mayor densidad y diversidad de evidencias. Este espacio
corresponde al Área 1 ó Tramo Norte del valle. Mientras que existen otros espacios que
presentan una menor densidad y una mayor especialización. Por ejemplo, las Áreas 2 y 4
presentan una mayor cantidad relativa de rasgos señalizadores y estructuras aisladas, dando
cuenta de un espacio caracterizado por senderos de tráfico, tanto hacia el Oeste (el Área 2
relacionada con el valle de Azapa, sector Livilcar) como hacia el Este (el Área 4, relacionada
con el tráfico hacia los sectores de Murmuntani, Chapiquiña y Pachama). Por último, el Área
3, destaca por su énfasis productivo además de la probable función de tipo ceremonial
funerario (sino de almacenaje).
76
4. En relación a la distribución de las evidencias, se registra similar densidad de evidencias
en ambos márgenes del valle, y mucho menor presencia en el fondo de la quebrada. Esto
último, es fácilmente explicable por las características de inundación del fondo del valle,
que inhibiría el asentamiento humano o al menos su conservación.
5. El análisis espacial de las evidencias muestran que el Área Norte del valle destaca por
poseer la mayor densidad y diversidad de evidencias. El resto de los Áreas presentan una
menor densidad de evidencias, pero una mayor especialización, relacionada con
actividades tales como el tráfico o la producción agrícola.
6. Esto es consistente con un patrón de asentamiento prehispánico, con una continuidad
posthispánica, registrado para otros sectores de la precordillera de Arica (Ajata 2004,
Muñoz y Chacama 2006). Este patrón general consiste en la presencia de grandes
asentamientos aglutinados, que concentran vida productiva y social, que se desarrollan en
cierto grado de contemporaneidad a asentamientos menores satélites relacionados con la
producción agroganadera específica y el tráfico intrarregional.
77
5. INTERPRETACIONES CULTURALES EN COPAQUILLA
En este capítulo se detalla la segunda parte de este estudio, la cual comprende el diálogo con
los actores locales y con las dos principales organizaciones locales del valle de Copaquilla, en
relación a los Lugares de Significación Cultural presentes en su territorio. También, incluye las
propuestas de gestión del Paisaje Cultural, elaboradas a partir de este diálogo y colaboración
entre comuneros y técnicos.
Como se ha señalado, este acercamiento no tiene como fundamento principal lograr una
reconstrucción histórica o una interpretación más próxima a lo que “realmente sucedió”,
usando el conocimiento local, con miras a llenar los vacíos de conocimiento de la práctica
arqueológica. Tampoco, tiene como objetivo hacer una reconstrucción etnográfica del valor
que tienen los recursos arqueológicos o el pasado mismo para los comuneros en su proceso de
identificación étnica. Este contacto entre las interpretaciones locales y académicas ha sido
planteado a partir de lo que las mismas comunidades estiman para identificar, valorizar y
utilizar de estos recursos culturales y sus narrativas. El objetivo último no es incrementar el
conocimiento por si, sino incrementar el uso del conocimiento y elaborar de manera conjunta
un conocimiento lo “suficientemente verdadero” como para iniciar nuevos proyectos
colaborativos, multivocales y que integren múltiples objetivos.
78
Por tanto, esta experiencia de trabajo con las Comunidades Indígenas del valle de Copaquilla
se inició recién como una socialización de los resultados de la prospección extensiva del
territorio (ver Figura 10) 26 . Como se indicó en el capítulo de Antecedentes, a través de la
actual institucionalidad indígena, se han constituido dos Comunidades Indígenas en el valle
de Copaquilla. La más antigua es la Comunidad Indígena de Trigopampa, con casi una década
de existencia y con mayor cantidad de socios; mientras que la Comunidad Indígena Pukara de
Copaquilla es la más reciente y con menos socios. No existen buenas relaciones entre las dos
organizaciones, pero al parecer el punto más álgido de esto ya sucedió y se vive una situación
de tenso diálogo, para algunos temas, pero una activa colaboración en otros. Entre estos
temas trabajados conjuntamente se incluye la presente experiencia en relación al patrimonio
tangible del valle.
En nuestro trabajo se realizaron diversos talleres, los cuales fueron ejecutados de manera
independiente para cada organización (ver Figura 10a). Estos talleres, que incorporaron temas
como la legislación patrimonial, la conservación del patrimonio arqueológico, la valoración de
la memoria y la interpretación local, sirvieron para contextualizar la difusión de los resultados
de la prospección arqueológica. La participación de los comuneros fue irregular, logrando a
veces poca interacción con los expositores, pero sin duda, lo que más les llamó la atención
fueron los detalles acerca de los Lugares de Significación Cultural, de tipo arqueológico
presentes en su territorio. Se sorprendieron de la cantidad y variedad de lugares que se habían
logrado registrar y mapear, a parte de los ampliamente conocidos poblados y las diferentes
chullpa. Muchos de estos lugares y tipos de inmuebles los reconocían (especialmente
apacheta y paskana), pero se sorprendieron al ver que estos lugares tenían algún valor
informativo o se les podía reconocer algún valor cultural o étnico.
26
En esta socialización de los resultados arqueológicos y en todas las demás instancias de diálogo y
trabajo con las Comunidades Indígenas se contó con el apoyo de los antropólogos Carolina Bustos y
Franco Venegas.
79
Figura 10: Diferentes actividades del trabajo participativo con las Comunidades Indígenas de
Copaquilla: a) Taller de traspaso de información técnica a los comuneros; b) Conversatorio y
entrevista grupal a los comuneros; c) Reconocimiento de los bloques grabados del Sector
Angostura Norte (COP-27); d) Reconocimiento a la Estructura Circular Semi-subterránea
(COP-78); e) Reconocimiento de los aleros de Pampa El Muerto; d) Reconocimiento de las
chullpa del Poblado de Copaquilla (COP-02).
80
En forma paralela a los talleres se fueron realizando entrevistas individuales y grupales (ver
Figura 10b). En estas conversaciones se exploraron diferentes aspectos de la historia de la
comunidad y las historias de vida de los comuneros, relacionándolas con los lugares y
elementos que dan forma al actual Paisaje Cultural del valle. Una última actividad con las
Comunidades Indígenas, fue el reconocimiento en terreno de los yacimientos arqueológicos
más representativos de su territorio (ver Figura 10c-f). En dicha ocasión se activaron con
fuerza las memorias colectivas y las interpretaciones acerca del uso antiguo de los lugares
visitados.
Esta zonificación se realizó con miras a un futuro manejo y administración de estos lugares
por parte de los comuneros. Aunque este proceso se ve aún lejano, esta zonificación se ve más
como una herramienta para articular la narrativa del espacio y del tiempo que reside en la
memoria de los comuneros, con la posible planificación del uso futuro de los recursos
culturales.
81
identificar algunos ejes y tópicos permanentes en la dialéctica local, que permiten delinear
algún particular entendimiento del Paisaje Cultural y la historia local.
Hasta hace unos 30 años atrás, en el valle de Copaquilla sólo existían terrenos de cultivos y
un conjunto de habitaciones muy precarias, ya que las personas de Chapiquiña sólo venían
por algunas semanas a cultivar y cosechar. Los actuales habitantes del valle de Copaquilla
recuerdan que acompañaban a sus padres desde Chapiquiña hacia Copaquilla, siguiendo el
camino tropero que cruza por la cuesta de Laco, atraviesa el Cerro Copaquilla y se encamina
por la quebrada Peregrina.
“Teniendo la edad más o menos de 15 años venía a hacer unos trabajos y ayudar a mi
papá, porque mi padre tenía esas tierras ahí. Venía siempre a trabajarlas él. Solamente
venía a hacer siembras, porque la siembra siempre se hace en el mes de Octubre en
adelante. Antes de eso no, porque hay helada allá. Entonces, en esos meses de
temporada yo le ayudaba a él. Llegábamos en lomo de caballo. Ese recorrido se hacía
en dos horas de camino de Chapiquiña al valle de Copaquilla. Ya allá en el valle se
estaba a veces una semana trabajando, después nos retornábamos otra vez al pueblo”
(E. O.)
Así, las tierras de Copaquilla formaron parte del territorio de la localidad principal de
Chapiquiña, ubicada a casi 10 km hacia el oriente. De acuerdo a los antecedentes
previamente expuestos, se puede agregar que Copaquilla fue un anexo productivo de
Chapiquiña, y que los actuales propietarios y comuneros de Copaquilla se separaron de
Chapiquiña. Sin embargo, aún mantienen ciertos lazos sociales, de parentesco y ceremoniales
con la marka (pueblo principal) de Chapiquiña y Pachama.
Este hecho particular, de un poblamiento discontinuo y por temporadas, ha provocado que los
habitantes tengan hoy en día un conocimiento fragmentado del territorio. Las personas
venían exclusivamente a realizar trabajos agrícolas por unos contados días, y luego, se
retiraban hacia el pueblo principal. De esta forma, los actuales comuneros de Copaquilla
tienen un conocimiento acabado de ciertos puntos que alcanzan la mayor relevancia de su
paisaje.
82
Entre estos lugares está el sector de la encajonadura norte o sector Pukara donde las
formaciones rocosas, las bodegas encaramadas en los roqueríos, las chullpa que se observan
desde lejos y la concentración masiva de estructuras con muro de pirqa han llamado la
atención a los habitantes durante generaciones. Así, los actuales pobladores tienen
conocimiento de lo que hay y de lo que hubo en lo que hoy denominamos Poblado
Arqueológico de Copaquilla. Conocen las características de sus construcciones y de los objetos
antiguos que aún se conservan:
“Antes en [el valle de] Copaquilla las viviendas eran unas chocitas no más, no eran
como ahora. Se copiaron de la gente antigua, de los gentiles, que en el medio le
paraban un palo, entonces de ahí a todos lados le ponían otros palos, le ponían techos
de los montes que hay. De ese estilo vivía, así, la gente” (I. V.)
“Yo preguntaba ¿qué eran esos corrales que estaban ahí?, los que están en Pukará
[poblado Copaquilla], me decían que no son corrales, son casa, son chozas” (E. O.)
“Alguna vez llegué allí donde el Pukará [poblado arqueológico], en esa población, y
encontraba piedras grandes labradas, que eran tan bonitas, así con fondo para
ocuparla quizás para moler, no sé. Y encontraba también puntas de flechas labradas
de la misma piedra y otras cosas más de piedra.” (E. O.)
Cuando se les consultó acerca de quienes dejaron tales restos, todos los pobladores actuales
reconocen con claridad que fueron dejados por antiguos agricultores:
“En Pukará [Poblado Copaquilla] vivieron gentiles, pero igual que nosotros vivían, igual
trabajaban. Ahora está todo destruido” (I. D.)
83
En Copaquilla, como en muchos otros lugares de los Andes del Sur, a los antiguos habitantes
los reconocen como “gentiles”, nombre que proviene de la influencia de la temprana
evangelización. Así, los “gentiles” son todas aquellas personas que vivieron antes de la llegada
española y que por tanto no fueron bautizadas. Junto con la evangelización, también, se
expandió la idea de que esos lugares eran peligrosos, pues la gente podía enfermar y morir.
“Mi madre decía que no hay que ir para allá, no hay que ir donde han vivido los
gentiles” (I. V.)
“Mi mamita siempre nos decía que nunca había que tocarlos, no había que
molestarlos, no hay que jugar con ellos, molestarlos, ni siquiera hacer pichi en ellos,
ahora esta todo saqueado” (I. D.)
“Se respetaban esos cerros antes, daba miedo, cuando uno subía por ahí daba miedo
hasta mirar para adentro, que eran como unas casitas ahí. Ahora parece que esta más
deteriorado” (H. V.)
Además, los habitantes de Copaquilla reconocen un relato que otorga a estas personas una
menor altura, ciertos poderes extrahumanos y sobre todo la particularidad de vivir en un
mundo donde no existía el sol.
“Eran unas personas chiquititas. Para cosechar, para hacer una casetita, llamaban no
más, agua ven, el agua iba, en aymará, entonces, uma purma, y el agua iba a ellos,
cala purma, y las piedras corría hacia ellos, ¿quién va llevar tantas piedras para allá
arriba?” (I. D.).
“Decían que ellos vivían de noche, no conocían el sol, sino que vivían de noche. Y la
luna era el sol de ellos. Entonces, ¿que pasó con ellos?, resulta que vino el juicio para
ellos, así vino el sol y los quemó. […] Pero otros me decían que no era así, que los
gentiles que estuvieron acá fueron gente como nosotros.” (E. O.)
Incluso existen versiones más sofisticadas que explican con detalle la forma en que estos
antiguos habitantes desaparecieron.
84
“Yo pienso que […] así como hoy en día predicamos que se va a destruir el mundo,
antiguamente también se predicaba así, que iba a salir el sol, porque no había sol,
había solamente luna y la gente vivía con la luna, trabajaba así sus cosechas. Entonces
se predicaba que iba a salir el sol y que tenían que hacer sus casas con la puerta
mirando para abajo [hacia el poniente], porque el sol quema. Algunos escucharon y
otros no, pero los que escucharon hicieron las puertas hacia abajo, vieron que el sol se
perdió para allá [hacia el poniente] y dijeron que sol de allá iba a salir y dieron vuelta
las puertas [hacia el oriente], pero el día siguiente el sol de allá salió, y por eso
quedaron como chicharrón por el sol, quedaron así completitos porque el sol salió y
los quemó” (J. M.)
Este tipo de relatos se basan en la idea de que las chullpa son casas, y no recintos funerarios,
como indican los arqueólogos. Otra alternativa, es que en vez de casas o tumbas sean
bodegas:
“En Copaquilla, todas esas casetas que hay con puerta arriba, las cuadradas, ahí esa
gente acumulaban mercadería para salvar cuando vinieron los españoles” (I. V.)
Además, cuando se visitó el lugar Chullpa del cañón del sur (COP-04), aunque la mayoría de
los comuneros admitieron desconocer ese lugar, hubo una persona que indicó que no le
convencía un uso como cementerio, como era propuesto por nosotros. El comunero indicaba
que no había evidencias de momias ni de saqueo, por eso, él sugirió que se trataba de un
sistema de bodegas del tiempo de los “gentiles”.
Por otro lado, con una mayor reflexión, algunos contrastan las versiones de “gentiles” como
seres pequeños con su experiencia, discrepando parcialmente de los saberes tradicionales:
“Los gentiles eran igual que uno no más. Tenían que ser igual que uno, porque ahí
están los huesos igual que los de uno, los gentiles han sido iguales que uno, chicos y
grandes, yo los he identificado por los huesos. Allá en Pukará [Poblado Copaquilla] un
sureño midió el hueso y dijo que era más alto que él, y era alto el sureño” (I. V.)
85
De esta forma, al no considerarlos seres de otra “generación” o “raza”, ven a los “gentiles” de
alguna forma como sus ancestros:
“Después vine a entender a qué se referían con gentiles. La verdad es que eran los
aymara. […] Y antes de nosotros eran los aymara, ellos fueron dueños de la tierra,
vivieron ahí, trabajaron la tierra” (E. O.)
“[Los gentiles] también eran aymara, de esa misma generación somos. [Después de la
salida del sol] de todo eso que hemos vivido, quedó una familia sola, era una familia
gentilar, por eso nos llamamos hermanos, de esa generación somos nosotros” (I. D.)
También, los actuales habitantes se sorprenden de la calidad de las obras realizadas por los
antiguos, especialmente las relativas al trabajo agrícola:
“Todo [ha sido] trabajado por los gentiles, los gentiles han trabajado más. El canal
antiguo se ve. Han sembrado papa, la muestra esta clarita. ¡Cómo venía tanta agua!,
¡tremendo canal! Dijeron que venía agua desde Caquena, que era un canal, pero nunca
he ido” (I. V.)
Aunque hay quienes sostienen que los andenes no fueron de creación local, sino que fue un
desarrollo foráneo:
“Ese sistema de trabajo de las terraza la trajeron los incas, eso me dijeron a mi, porque
los aymara no sabían como trabajar la tierra. Los incas venían más adelantados en ese
trabajo, que venían desde el norte, ellos le enseñaron esa forma, de las pircas para el
sembrío” (E. O.)
Ambas versiones podrían ser parcialmente ciertas. Ya que los andenes fueron una tecnología
colectiva con aportes de diferentes sociedades andinas prehispánicas, en Copaquilla gran
parte de los andenes fueron de creación pre-Inka (Muñoz y Chacama 2006). Pero, sin duda,
con la llegada de influencias Inka es probable que se hicieran importantes modificaciones
técnicas, especialmente en los cultivos y canalización, como ha sido registrado en el valle de
Socoroma (Santoro et al. 1987).
86
Ahora bien, la relación que existe entre el Poblado Copaquilla (COP-02), que denominan
“Pukara”, y el Pukara Altos de Chapicollo (COP-01), que denominan “Gentilar del Mirador”, ha
sido utilizada para sustentar un interesante relato histórico, en donde además de los
“gentiles”, se habla de los inkas y también de los conquistadores españoles.
“Lo que yo tengo entendido, me cuentan, que arriba de Copaquilla, en la parte del
Mirador, se ve como un fuerte, y según dicen que es un fuerte para defenderse. Hay
unos muros, como parapetos, así para tenderse. Cuentan que los quechuas venían
desde el norte y avanzaron mucho más al sur, y pasaron por acá y barrieron con la
gente que había ahí, fueron más fuertes, más capaces que los aymara. Entonces el
aymara para defenderse hicieron esos parapetos arriba fuertes ahí, al ser atacados se
esparcieron, se fueron por ahí. Eso quedo abandonado por un tiempo, de ahí vienen los
otros, alguien tiene que haber quedado, tiene que haber venido de los otros hasta el
día de hoy, que somos nosotros. Eso me lo contaron mis padres, en esos tiempos.” (E.
O.)
“En el Gentilar del Mirador hay unos muros, tremendas pircas, han sido muro de
defensas, hicieron guerra, por qué hubo guerra, por las riquezas. En Copaquilla había
mucha riqueza, la riqueza en esa época, acarreaban riqueza de Bolivia.” (I. V.)
“Después de la generación de los gentiles, vino la guerra de los españoles, allá arriba
pelearon, esta clarito arriba, las divisiones. Los españoles en ese tiempo vinieron a
saquear, y después los animales, por ejemplo, los de Choquelimpe, cargaban los
animales, los burros, caballos, y tenían que acarrear el oro acá hacia Arica, lo traían
cargado por el río Cardones” (I. D.)
87
“Un día caminando yo ahí [en el Poblado Arqueológico], tropecé con una cabeza, la
boca tenía puro oro, todos los dientes tenía oro, y del susto yo vine volví y le eche
tierra”. (I. D.)
“Me han contado mucha historia de los gentiles, que había mucha riqueza acá. Los
niños de los gentiles estaban jugando, estaban hurgando por ahí, hurgando, hurgando
sacaron oro, porque acá hay mucha riqueza en Copaquilla, pero es más hondo, el oro
esta en el fondo, por eso no lo encuentran, los que vienen a buscar no buscan hondo”.
(I. V.)
“A don Hans, nosotros le decíamos “Juan”. Ese caballero anduvo harto por ahí, y fue
uno de los primeros que vino. Yo trabaje con él. Él fue a tres lugares, el Pukara del
Mirador, al poblado, y después a donde le dicen la puerta de la Iglesia, pero ahí no
pudo poner números. También en un Pukara arriba de Trigopampa. Ese caballero se
fue, y después volvió.” (H. V.)
88
Respecto a los Aleros de Pampa El Muerto, los comuneros reconocieron que ese lugar es un
punto en el recorrido que conectaba Chapiquiña con Livilcar, y que más de alguna vez habían
recorrido estas quebradas y se habrían refugiado en muchos aleros con muros de pirqa. Sin
embargo, no habían logrado notar que algunas de estas cuevas tenían dibujos pintados.
Ahora bien, en relación a los caminos troperos, los diferentes habitantes de Copaquilla
conservan en la actualidad una serie de conocimientos acerca de los hitos en sus recorridos y
aspectos técnicos y logísticos del arrieraje mediante mulas y caballos. Esta práctica se siguió
realizando intensamente hasta la década de 1960, y hasta esa época tuvo una importancia
extrema, pues fue la única forma de trasladar sus productos y a ellos mismos hacia el exterior.
Podemos observar diferentes tipos y alcances de este tráfico. El más intenso fue el tránsito
casi cotidiano entre los diferentes sectores que formaban parte de su territorio, el cuál debió
extenderse entre 10 y 5 km desde Chapiquiña y Pachama. El otro uso importante fue el
traslado de sus productos agrícolas hacia el creciente mercado de Arica, e incluso hacia las
salitreras de principios y mediados del s. XX. Al regreso, parte de las ganancias se invertían en
productos industrializados como harina, azúcar y otros artículos de consumo, como
vestimentas y calzado.
Se registran dos tipos principales de estructuras relacionadas con los caminos troperos. Por un
lado, están las apacheta, a las cuales le reconocen una gran antigüedad y tendrían un uso
esencialmente ceremonial.
“Las apachetas son cosas muy antiguas. Dicen que cada arriero que pasaba por ahí,
tiraba una piedra. Eso significaba para ellos, dejar el cansancio, porque si ellos están
viajando con animales, cuantos días por ahí, con una piedra podían dejar el cansancio
de todos los animales” (E. O.)
89
En cambio, las paskana serían lugares de descanso y merienda, que ellos mismos reconstruían
cada vez que las utilizaban.
“Se llevaba fiambre, antes ‘hacíamos mantel’ le decíamos nosotros, saco de harina,
carne, papa chuño, surtido, maíz tostado, con sopaipilla, trozo de carne, había que
llevarse ollita chica para cocinarse, agüita. Eso era para bajar no más, en Arica se
abastecía para volver”. (I. V.)
En este largo viaje se pasaba por una serie de paradas de descanso más o menos establecidas:
“De ahí, en cada instancia tenía nombre. Alojábamos, descansábamos con los
animales, por ejemplo, hoy día salíamos a las 6 de la mañana, todo el día y toda la
noche y llegábamos a casa con animales, descansábamos en esas pascanas. Están
como a dos kilómetros las pascanas, están claritas, hay partes que el agua lo deshizo
pero hay partes que está todavía con las pirquitas, piedritas. Ahí primero está Sirca
Sirca [1ª], después Negro Muerto [2°], después Cardones [3°], después en aymará le
llaman Jancojaque [4°], el Hombre Blanco, es de piedra, esta arriba en el cerro.
Después está Roncadero [5°], después esta Milagros, seis; después esta Maxocruz,
siete. Esas pascanas son las que van a Azapa. Ocho con Resbaladera y llegamos a
Azapa. En Azapa dejamos los animales, o sino nos vamos a Arica, y acá en O´Higgins
[con Vicuña Mackenna] en todo la esquina había un tambo, donde dejábamos los
animales y alojábamos ahí” (I. D.).
Además, desde Copaquilla y otros sectores agrícolas de precordillera y los valles de Arica, se
viajaba a la costa para extraer guano y usarlo como abono para los cultivos.
90
“Yo iba a las guaneras a ir a buscar guano con animales. Las guaneras las conozco
todas, desde Corazones, después, Alto Cutipa, Bajo Cutipa, y así, todas esas tienen
nombres, que son entradas de animales a la playa. Se va por aquí, por quebrada Acha
y se llega al alto y tienen sus entradas para abajo y cada una tiene su nombre. Y había
en esos años cualquier cantidad de guano, porque estaba la pajarada acá. Entonces
había guano en todos lados, se sacaba guano blanco, en sacos se llevaba. Y eso se
preparaba con guano de cordero, se hacía una buena mezcla, y ese era el abono que se
ocupaba para todas las siembras” (E. O.)
Ahora bien, respecto al tema de los saqueos de los cementerios prehispánicos, los habitantes
de Copaquilla reconocen que estos han sido deteriorados en los últimos años. Según sus
propios relatos ellos saben cuando ocurrió y posiblemente vieron a quienes los hacían. Pero
no tienen claridad acerca de la finalidad de dichas extracciones de materiales o de la
profesión de los responsables. A veces los identifican como investigadores profesionales, otras
como buscadores de tesoros.
“En Copaquilla habían momias enteritas, con dientes de oro, con sus trenzas enteritas,
entonces yo lo vi y lleve a mi hermano, cuando fui no había nada, y me di cuenta que
estaba todo saqueado, estaba todo enumerado. Antes veíamos eso, los cementerios y
miedo, no había que tocarlos nada porque se podía enfermar” (J. M.)
“En estos momentos hay unos gringos que han revolvido en Copaquilla y en Chulpane
[Pukara de Caillama], han sacado al gentil, puro hueso. Me llevó el gringo a Chulpane,
sacaron todo los gringos, las momias estaban enterradas, iban con una máquina, y
después cuanto más habrán sacado. En Copaquilla igual, los gringos, y cuando sacaron
el oro me dieron las conservas y yo contento.” (M. D.)
“Llegaron los de la Universidad, y se llevaron todas las momias, los oros. Estaba
todavía, un caballero lo sacó y estaba intacto. De qué año, de hace 2.000 años atrás
po’, la mazorca de maíz, la frazadita que era chiquita, porque la gente era chiquitita,
todo eso todavía existe esta cerradito” (I. D.)
91
Por largo tiempo y como en muchos otros lugares de la región, los investigadores y
arqueólogos llevaron a cabo su trabajo en terreno sin establecer diálogos efectivos con las
comunidades locales. Estas prácticas se ven como una continuidad lógica a las concepciones
colonialistas comunes de los períodos históricos coloniales y republicanos. Todo este conjunto
de actitudes y acciones, fueron dejando idearios e imaginarios colectivos en las comunidades
locales, que es necesario comenzar a de-construirlos. Incluso, en un contexto regional y
nacional en que los diferentes grupos sociales, incluidos los investigadores y arqueólogos,
están asumiendo una mayor cuota de respeto y consideración hacia las comunidades locales e
indígenas, llama la atención que las mismas comunidades no muestran aún una clara actitud
de defensa respecto a los Lugares de Significación Cultural que integran su Paisaje Cultural.
“Creo que no debemos abandonarlos, porque si eso está dentro de un sitio de la gente
de ahí, vendría a ser patrimonio de uno y habría que cuidarlo, porque no puede estar
entrando gente a excavar y a estar buscando cosas así. Eso habría que evitarlo.” (E. O.)
Una primera revisión de los significados y usos tradicionales reunidos en este apartado,
parecería indicar que los conocimientos locales se presentan de manera escasa o que existe
un limitado número de representaciones locales respecto a los componentes de la herencia
cultural. En un tono más dramático, se podría decir que actualmente se vive un proceso de
intensa modificación (e incluso pérdida) de los significados y usos tradicionales de muchos de
estos Lugares de Significación Cultural.
92
5.3 UNA PROPUESTA DE GESTIÓN DEL PAISAJE CULTURAL
Una línea para iniciar el diálogo y la colaboración entre las comunidades y los investigadores,
más allá del mero conocimiento y reconocimiento de los Lugares de Significación Cultural, es
mediante proposiciones de gestión a nivel local del conjunto patrimonial presente en su
territorio. Esta estrategia tiene como fin revertir la creciente desarticulación y la pérdida
constante de significados que habrían unificado en ciertos momentos el Paisaje Cultural de
Copaquilla.
Este esquema tradicional fue violentado abruptamente, como muchas de las modificaciones
occidentales en el territorio, con la masiva excavación de los yacimientos arqueológicos en los
últimos 50 años. A los pobladores locales no les importa mucho si fueron saqueadores o
investigadores los que realizaron esas excavaciones. El resultado es que las piezas que
encontraron fueron sacadas del lugar. Ellos estiman que esas piezas eran objetos valiosos,
“tesoros de oro”, ya que ésta es la única manera que tienen ellos para explicar la llegada de
personas desde lejos, que trabajaron duramente excavando para finalmente llevarse los
objetos.
93
Hoy en día, cuando ya sucedieron los hechos, los pobladores locales, consideran inapropiado
el actuar que tuvieron dichas personas que excavaron los gentilares. Con esto, ellos
lentamente van asumiendo esta nueva etapa mundial y nacional de toma de poder de las
comunidades indígenas. Ahora, las comunidades van reconociendo derechos sobre los
componentes culturales de su territorio y se imaginan cuidando y administrando los lugares
más relevantes y representativos de su Paisaje Cultural.
Toda esta situación nos indica la necesidad de iniciar un trabajo colaborativo con la
Comunidades Indígenas y otras organizaciones locales, para que gestionen de manera integral
sus recursos culturales. Siguiendo las normativas legales y las recomendaciones técnicas,
estas organizaciones pueden regular el uso que ellos mismos hacen de estos lugares, ya sea
con fines identitarios o ceremoniales. Pero, además, incorporar de manera sustentable otros
nuevos usos como el turístico, y quizás en un futuro próximo también un uso investigativo.
También, otra oportunidad de carácter contextual que puede ser aprovechada por las
Comunidades Indígenas es la preponderancia que está tomando el tema patrimonial dentro
del fenómeno más amplio de la globalización. Cada vez es más frecuente la descentralización
de la definición de patrimonio, desde aquellos enormes monumentos que han sustentado
grandes y complejas nacionalidades, por lugares de características menos grandiosas, que
sustentan la memoria y la narrativa de historias y procesos de valor local.
94
elaboración de las bases generales para el uso no-científico de estos recursos 27 . Se trata de
experiencias y recomendaciones técnicas (ICOMOS 1999) que buscan activar el rol de estos
Lugares de Significación Cultural para lograr, por un lado, el uso sostenible en el tiempo de
tales sitios, y por otro, fomentar la activación y toma de poder social de las comunidades.
Una vez identificados los ejes de la activación cultural del territorio, se da inicio a la tercera
etapa, correspondiente a la elaboración de Planes de Manejo y Diseño de Puesta en Valor
delimitados a ciertos Lugares de Significación Cultural con los mayores potenciales.
27
Expresado en las recientes declaratorias como Patrimonio de la Humanidad protegido por la
UNESCO, de las Salitreras Humberstone y Santa Laura, y también en las que preparan
mancomunadamente las repúblicas de Ecuador, Colombia, Perú, Bolivia, Argentina y Chile, respecto al
Qhapaq-ñam o Camino Principal Andino.
95
la Segunda Etapa, desarrollando una propuesta de zonificación del paisaje cultural de
Copaquilla.
Por definición, los diferentes Lugares de Significación Cultural son valorizados por las
personas que ejercen acción en el territorio, ya sea residentes permanentes o personas que
llegan desde el exterior al territorio (por ejemplo, turistas o investigadores). Su valoración
puede ser apuntada hacia diferentes características que los lugares poseen, traspasándoles
significado ya sea por su rol histórico o por una función productiva actual o potencial.
Además, se pueden definir distintos tipos de valoraciones, según el aspecto que los diferentes
actores les resaltan. Todos los lugares son interpretados de manera diferente, por cada una de
las personas, pues la valoración es un acto individual. Sin embargo, un lugar valorado sólo por
una persona o una familia, ya sea por su relativa importancia económica, histórica o
ceremonial, no se convierte en un Lugar de Significación Cultural para la comunidad. Del
mismo modo, los lugares no tienen solamente un tipo de valoración, sino que sus diferentes
características les permiten ser valorados por distintos aspectos.
Así, dentro de la amplia gama de posibilidades, hemos podido definir, sólo para fines
operativos, tres tipos diferentes de valoraciones o significados, enfocadas a distintos ámbitos:
96
Valoración Interpretativa o Local: Se refiere a la capacidad del lugar para ser utilizado
e interpretado dentro de los parámetros y valores tradicionales o desde una
perspectiva eminentemente local. Su potencial reside en su uso para producir o
reproducir socialmente a la comunidad, ya sea mediante su función como elemento de
fortalecimiento de la identidad local y la memoria tradicional.
A continuación se indica una propuesta de zonificación del Paisaje Cultural del valle de
Copaquilla (ver Figura 11). Esta se basó en los antecedentes técnicos disponibles, y además,
las propuestas sugeridas por la gente de la Comunidad Indígena Pukara Copaquilla y de la
Comunidad Indígena Trigopampa Copaquilla.
97
Figura 11: Mapa con la distribución de la propuesta de Zonificación Cultural del valle de
Copaquilla.
98
Hoy en día, es visitado por una gran cantidad de turistas, quienes acceden sin ningún tipo de
control al Monumento Nacional. Salvo una señalética informativa ubicada delante de uno de
los muros perimetrales, no hay mayor infraestructura museográfica. Peor aún, no existe
ningún tipo de monitoreo que evalúe periódicamente el estado de conservación del
yacimiento, ni tampoco existe alguna institución pública o privada que esté a cargo de su
administración y sustentabilidad.
Pese a todo esto, el estado de conservación de los muros reconstruidos es bueno, ya que su
altura y claridad ha impedido el deterioro por el tránsito descontrolado de turistas sobre ellos.
No se observan grafitis, ni tampoco una cantidad excesiva de basuras en sus recintos y
pasillo.
Esto es indicador que el uso primordial de esta zona es de tipo turístico, y que su función
puede potencializarse sumando obras de puesta en valor, por un lado, y por otro, la
organización de una administración del yacimiento. Ambas tareas son necesarias para generar
un Museo de Sitio, y convertirlo en un aporte efectivo al desarrollo de las Comunidades
Indígenas presentes en el territorio. Adicionalmente, este uso de tipo productivo podría servir
para el fomento de un segundo tipo de función, correspondiente al uso identitario que le
pueden dar las mismas Comunidades Indígenas y otras organizaciones locales.
Zona 2 “Angostura Norte”: Corresponde a la parte baja de la Angostura Norte del valle de
Copaquilla, caracterizada por un estrecho cañón rocoso que da inicio al valle (ver Figura 12).
En esta zona se incluyen varios Lugares de Significación Cultural, destacando el Poblado
Arqueológico de Copaquilla (COP-02), además de cementerios arqueológicos chullpa (COP-82,
COP-81 y COP-27), petroglifos (COP-92, COP-90) y un conjunto de bodegas de difícil acceso
(COP-94). Además, en esta zona está el único Lugar Ceremonial en uso del valle.
99
Figura 12: Imagen satelital con la distribución de lugares en las Zona 1 “Pukara del Mirador”
y Zona 2 “Angostura Norte”.
100
Se expresa en esta zona una gran densidad de interpretaciones culturales por parte de los
habitantes locales. En este paisaje se cruzan discursos acerca de los habitantes prehispánicos,
de la explotación minera de los conquistadores, de los saqueadores y buscadores de tesoros y
un conjunto de relatos mágicos que hablan de apariciones, experiencias auditivas, pasajes
secretos, campanas sumergidas, y otros. Esta situación es favorable para la conservación de
los lugares, ya que por siglos se evitó y controló su visita. Pero también, se han elaborado
muchas historias y discursos que se superponen a los usos y significados originales de los
Lugares de Significación Cultural.
De esta forma, esta zona es propicia tanto para el uso científico, como para fines identitarios
por parte de la comunidad, y también para el uso turístico. Aunque ya se han realizado
diversas investigaciones arqueológicas en los últimos 40 años, aún hay aspectos y Lugares de
Significación Cultural que merecen nuevos estudios arqueológicos. Estas investigaciones,
además, de solucionar objetivos generales de la prehistoria andina y regional, deberán incluir
respuesta a cuestiones de interés local y aspectos técnicos que permitan reconstruir las
formas específicas de vida de las antiguas poblaciones del valle.
Junto con el uso investigativo, es posible fomentar y fortalecer el uso identitario de los
diferentes Lugares de Significación Cultural por parte de las Comunidades Indígenas, y otras
organizaciones locales. Este punto es de suma importancia para integrar los Lugares de
Significación Cultural al Paisaje Cultural y a la vez contribuir a su conservación.
Finalmente, el uso como recurso turístico de los Lugares de Significación Cultural de esta
zona, en especial el Poblado Arqueológico de Copaquilla, se debe relacionar directamente con
el yacimiento Pukara Altos de Copaquilla. Así, se requiere un importante número de
intervenciones para lograr un Museo de Sitio del poblado. Las acciones necesarias
corresponden a limpieza de recintos, plazas y pasillos, reconstrucción de muros, demarcación
de senderos interiores, señalética interpretativa y un sendero peatonal, seguro y bien
elaborado que lo comunique con el Pukara Altos de Copaquilla.
101
Zona 3 “De la Bajada”: Corresponde a parte de la ladera Oeste del valle, próximo a la cuesta
de bajada de la huella vehicular hacia el valle de Copaquilla (ver Figura 13). Esta zona
concentra tan sólo algunos Lugares de Significación Cultural, destacando diez estructuras
aisladas distribuidas en toda la extensión de esta área; un bloque con petroglifos (COP-73),
un cementerio (COP-77) y un área social. Entre las estructuras aisladas destaca, por su
envergadura, un yacimiento que hemos descrito como “Estructura Circular Subterránea”
(COP-78) de importantes características, pero de la cual aún no se ha determinado la función
y cronología.
Entonces, la función primordial de esta zona viene dada por los usos identitarios o
ceremoniales que se le da al espacio abierto más amplio. Pero, además, tras nuestra
colaboración, las personas que utilizan este espacio mostraron interés en investigar
arqueológicamente la Estructura Circular, y poder conocer que función tenía el yacimiento.
Por tanto, un uso científico también sería importante para complementar la valorización de la
zona.
Zona 4 “Trigopampa”: Agrupamiento que se localiza hacia el Noroeste del valle de Copaquilla
en el sector de Trigopampa (ver Figura 14). Este sector se compone esencialmente de dos
yacimientos arqueológicos de características complejas; además de otras evidencias menores,
como un asentamiento simple, nueve estructuras aisladas y un alero.
102
Figura 13: Imagen satelital con la distribución de lugares en la Zona 3 “De la Bajada”.
103
Figura 14: Imagen satelital con la distribución de lugares en la Zona 4 “Trigopampa”.
104
El primer yacimiento complejo corresponde a un asentamiento prehispánico dispuesto en el
borde afilado de una ladera de cerro que desciende hacia el valle en sentido Norte-Sur. Se ha
denominado Pukara de Trigopampa (COP-84). Aquí, en un espacio estrecho, se disponen más
de una treintena de aterrazamientos pircados de función habitacional. Según lo informado
por los pobladores locales, este yacimiento fue investigado en la década de 1960 por Hans
Niemeyer 28 . El segundo es un asentamiento habitacional dispuesto en una explanada al Norte
del actual caserío de Trigopampa (COP-85). Este yacimiento arqueológico presenta escasa
inversión en arquitectura, pero en cambio muestra en superficie una gran cantidad de
materiales arqueológicos.
Por tanto, el potencial que se vislumbra para esta zona, debe ser inicialmente el uso
investigativo, es decir, completar la investigación en el Pukara de Trigopampa e iniciar un
estudio en el asentamiento bajo de Trigopampa. Esto es importante para el conocimiento de
todo el valle, pues apunta a entender los procesos históricos locales y complementar la
información disponible para la zona de Angostura Norte.
28
No conocemos mayores antecedentes científicos del yacimiento o de las labores realizadas por
Niemeyer, aunque en terreno se observó una numeración pintada de los recintos.
105
complejo (COP-24) y cuatro asentamientos simples (COP-18, COP-19, COP-20 y COP-23)
localizados en la quebrada de Mulahumaña. También hay dos cementerios prehispánicos, uno
en la quebrada de Mulahumaña (COP-21) y otro en la lomada que se forma entre río Seco y
Mulahumaña.
También destacan tres rasgos lineales. Uno es un sendero tropero que proviene desde el Norte,
cruza la quebrada de Mulahumaña y baja hacia el valle de Copaquilla. Otro corresponde a un
sendero que cruza el río Seco y que permite la comunicación entre ésta área y el sector del
pukara de Copaquilla. El tercero es un canal de regadío que se desplaza por el borde oriental
del río Seco, desconociendo el lugar de su bocatoma, aunque su destino final debió haber sido
los campos agrícolas de Copaquilla.
En esta zona existe una diversidad de Lugares de Significación Cultural, que presentan un
importante potencial para el uso identitario. Esto en consideración que esta zona fue, hasta
hace pocas décadas, una ruta frecuente del tránsito local precordillerano. El tráfico de arrieros
con mulas, utilizó este camino para comunicarse con las tierras de Murmuntani y Chusmiza,
pero además, la existencia de pastales permanentes permitió su utilización por otros arrieros
que hacían viajes más largos, conectando los valles desérticos con el altiplano. Junto con la
zona Angostura Norte, esta zona posee diversos relatos referidos al arrieraje y las duras
circunstancias de este trabajo, y también las “apariciones” de características mágicas.
El uso turístico de esta zona se encuentra íntimamente ligado al uso identitario y tradicional
de estos sectores. Esta zona presentaría cierto potencial en relación a la identificación de
rutas de caminatas y cabalgatas que puedan basarse en la interpretación cultural tradicional,
y en menor medida en las evidencias arqueológicas, las cuales, en general, son de escaso
potencial museográfico. Finalmente, el uso científico, se limita al estudio de algunos
yacimientos, especialmente los cementerios y canales, de rasgos particulares y que pueden
complementar la información de las investigaciones de mayor envergadura llevadas a cabo en
la zona Angostura Norte.
106
Figura 15: Imagen satelital con la distribución lugares en la Zona 5 “Mulahumaña”.
107
6. REFLEXIONES FINALES
Por otro lado, esta experiencia, enmarcada en la teoría y práctica arqueológica postcolonial,
puede entregar algunas reflexiones adicionales. Algunas de ellas acerca de la actual situación
y de las potencialidades futuras de la activación local del patrimonio arqueológico en la
región. Finalmente, este proceso de investigación, también puede ofrecer comentarios
generales al hoy en día cada vez más necesario proceso de descentralización de la práctica
arqueológica local.
108
de distanciamiento debió aumentar debido al constante flujo y recambio poblacional,
caracterizado por descensos demográficos y la continua movilidad de las poblaciones andinas,
durante los últimos 500 años.
Sólo recientemente, mediante la sostenida toma de poder del movimiento étnico indígena, se
ha puesto atención en el recurso arqueológico. Sin embargo, este interés proviene
especialmente de las parcialidades urbanas de las comunidades traslocales tradicionales,
quienes ven a los yacimientos más cómo una fuente de desarrollo económico, que como un
respaldo a la identidad cultural. Por tanto, esta visión como una potencial fuente de recurso
económico a través de un turismo cultural tiene un limitado eco en las comunidades rurales.
Esta situación de las comunidades rurales puede ser entendida como una desventaja; que se
puede confundir con el aparente distanciamiento físico de los comuneros rurales frente a los
Lugares de Significación Cultural presentes en su territorio. Sin embargo, desde nuestra
perspectiva, esta lejanía física y también respecto a la visión productiva de los recursos
arqueológicos puede ser considerada una oportunidad. Así, las comunidades locales, mediante
un trabajo colaborativo pueden iniciar un acercamiento a su Paisaje Cultural, desde los
valores identitarios, lo cual debería ser más sustentable e integral.
Por otro lado, la pretensión de uso de los recursos patrimoniales por parte de las
organizaciones étnicas, especialmente urbanas, se ha basado en una supuesta continuidad
cultural de los actuales grupos con los remotos habitantes del territorio. Por ejemplo, existen
reconstrucciones históricas que dan sustento a tendencias mesiánicas en relación al
resurgimiento de las altas sociedades andinas, como por ejemplo Tiwanaku y Tawantinsuyu.
Tal idea general sobre una continuidad cultural de las poblaciones carece aún de un sustento
específico, pues faltan muchas investigaciones arqueológicas, principalmente de los períodos
históricos, para tener cierta claridad al respecto. Incluso los relatos orales de las poblaciones
locales (parcialidades rurales de la comunidad translocal) no sustentan completamente tales
aseveraciones.
En tal sentido, frente a tales imprecisiones históricas sigue siendo más rentable sustentar
estas demandas de propiedad y uso de los bienes arqueológicos, en la pertenencia a un
109
territorio determinado, que en una relación genética y/o histórica demasiado improbable de
verificar. Esa lógica de patrimonizar un territorio es la misma que ha usado el estado chileno
para declarar Monumentos Arqueológicos o el patrimonio cultural nacional. Tales
declaraciones se enfocan en los elementos presentes en un territorio, sin ninguna pretensión
de reconocer una línea directa entre los antiguos habitantes y los actuales ciudadanos.
Nuevamente, tiene más sentido y mayor rentabilidad apoyar a las comunidades locales en el
reconocimiento de su territorio y su Paisaje Cultural, que pretender utilizar, al igual que las
arqueologías nacionalistas (en el sentido de Trigger 1984), los datos arqueológicos para
sustentar predeterminadas narrativas históricas.
A partir de nuestro trabajo podemos formular una recomendación general para lograr un
manejo efectivo, sustentable y una activación del patrimonio arqueológico del valle de
Copaquilla y del resto de la precordillera de Arica. Para esto hay que recordar que los
arqueólogos por mucho tiempo han fundamentado su diálogo con otros actores, a partir de su
conocimiento experto, es decir, desde lo que es mejor conocido por ellos: los procesos
históricos y culturales ocurridos en el pasado. Consciente o inconcientemente esta narrativa
sobre el pasado se ha convertido en un discurso que nos mantiene en un lugar de privilegio
como especialistas y confina a las comunidades locales en el presente, sin ninguna relación
con la elaboración de las narrativas sobre el pasado.
Proponemos que el eje de la actividad sea puesta en un trabajo colaborativo con las
comunidades y habitantes locales para investigar, no sólo sobre lo que sucedió en el pasado,
sino sobretodo para entender significativamente cómo se forma y transforma el Paisaje
Cultural en que habitan. En este sentido, en el estudio en conjunto acerca de las
características y componentes del Paisaje Cultural, la arqueología puede ponerse en un plano
de horizontalidad respecto a los demás actores locales, reconociendo sus limitaciones
respecto a reconocer ciertos elementos del territorio y entender sus articulaciones
significativas.
110
tecnológicos alcanzados por las sociedades del pasado y una serie de aspectos mágicos, tales
como, tesoros escondidos, edificios que aparecen en determinadas situaciones y sanciones
extraordinarias para los que saquean los entierros.
Esta investigación ha utilizado una metodología arqueológica para llevar a cabo el diseño de
prospección, el registro sistemático de las evidencias y el análisis espacial de los yacimientos.
Sin embargo, como ya subrayamos, las preguntas iniciales y los resultados esperados
traspasan el objetivo de reconstruir una historia cultural de los procesos pasados del valle de
Copaquilla. Más allá de destacar los datos objetivos que nos permiten realizar
interpretaciones que tengan cierta validez académica, creemos que es necesario que estos
resultados se concreten en una serie de propuestas para ser trabajados con la comunidad
local. Estudios de este tipo servirían para apoyar y sustentar la identidad local y las versiones
de la historia de las comunidades locales.
Por otro lado, nuestro análisis ha mostrado que en el valle de Copaquilla existe un potencial
en términos patrimoniales e identitarios que radica en su concentración de yacimientos
arqueológicos de alta densidad y diversidad, especialmente en las zonas “Pukara del Mirador”
y “Angostura Norte”. Incluyen además inmuebles que han sido estudiados sistemáticamente y
que poseen una primera interpretación cultural e histórica. Sin embargo, falta aún que sean
efectivamente apropiados por la comunidad local, para que junto al conocimiento técnico
pueda preservarlos y utilizarlos ya sea para su desarrollo identitario u otro uso que como
comunidad local debidamente informada estimen necesario llevar a cabo.
Esta colaboración permitiría reunir dos visiones distintas sobre un mismo territorio, lo que
significaría aumentar su valor intrínseco como recursos interpretativo. Primero, los habitantes
locales reconocen estas zonas como sectores en donde la presencia de los gentiles es
altamente significativa. Segundo, los investigadores han realizado estudios de sus
características, pero enfocándose más bien a problemas generales de la prehistoria regional y
no en relación a los procesos internos del valle.
111
especialmente en como éstos pueden ser utilizados sustentablemente para la activación
patrimonial. Estas sugerencias y reflexiones derivadas de un estudio concreto también nos
permiten indicar, por último, que la amplitud de la tarea de apoyar a las comunidades andinas
en su proceso de identificar y revalorizar sus Lugares de Significación Cultural, es un proceso
largo y que recién se está iniciando.
Un rápido recuento de los temas de escrutinio arqueológico en la región, nos demuestran que
éstos se encadenan con preocupaciones teóricas contingentes a nivel mundial,
permanentemente evolucionando en su complejidad teórica y metodológica. Sin embargo,
siempre se ha manteniendo una continuidad con las preocupaciones originales, de la
disciplina antropológica como práctica colonial. Aunque, con el incremento gradual de la
objetividad científica se ha podido dejar de lado el valor estético y monumental contemplado
por largo tiempo en la materialidad del pasado, no se ha podido aún desechar las frecuentes
referencias al exotismo reflejado en la búsqueda de la otredad en el pasado.
Así, siguen siendo frecuentes, rentables tanto científica como socialmente, las investigaciones
centradas en las sociedades más antiguas, las instituciones y ceremonialismos más disímiles y
diversas particularidades del desarrollo cultural local. Al respecto, es paradigmático el
reciente posicionamiento de la temática “Chinchorro” en la Región de Arica y Parinacota. Se
observa como este afán de exotismo desborda, todavía de manera poco coherente y clara,
hacia asuntos de desarrollo social, turismo cultural e identidad regional, siempre con la
ciencia y la arqueología manteniendo una posición privilegiada. La arqueología se ha
dedicado más bien a armar y conformar a “el Otro” que yace en el pasado, pero sigue
presentando escaso interés en ser parte de un proyecto mayor de elaboración y reelaboración
de identidades desde el presente hacia el pasado.
En ese sentido, llama la atención el hecho de que la arqueología regional se haya centrado
exclusivamente en escudriñar los períodos prehispánicos, desechando los períodos coloniales y
republicanos. Esto es negativo por diversas circunstancias. En primer lugar, el registro
material de períodos posthispánicos es mucho más abundante que el de períodos previos, y
112
sobretodo es altamente frágil, pues permanentemente es destruido con las ampliaciones y
reconstrucciones arquitectónicas y urbanísticas en las localidades rurales y urbanas.
Pareciera que los arqueólogos se sintieran más cómodos siendo las únicas voces capaces de
reconstruir e interpretar el pasado prehispánico y perdieran esa comodidad cuando los
problemas traspasan desde el ámbito académico hacia aspectos políticos e identitarios. Esta
comodidad dentro de la ciencia no ocurre porque manejan recursos técnicos y sofisticados, ni
escriben de manera críptica, sino porque estudian períodos históricos que no tienen una
abierta relación con las actuales preocupaciones sociales. Al respecto, sería altamente
relevante para la arqueología aprender a conversar con otros estudiosos como historiadores y
con otros usuarios del pasado reciente, especialmente los miembros de las comunidades
locales, acerca de la forma en que se investiga y se dialoga con el pasado.
En este trabajo hemos revisado la amplitud de conceptos y temas arqueológicos que pueden
ser discutidos y relacionados desde la teoría postcolonial. Se ha discutido el origen
postcolonial de la disciplina y de todo un conjunto de sistemas de saberes que se imponen, no
sólo como verdades científicas, sino también como verdades jurídicas. Por otro lado, se ha
visto que la identidad de los grupos étnicos surge de esta realidad colonial, pero sólo algunos
de estos movimientos se enmarcan dentro de un proceso claramente postcolonial o
descolonizador. Esto se debe al carácter mismo de la empresa colonizadora, que traspasa
hacia una serie de esferas, incluyendo aquellas que definen a la memoria y la historia,
traspasando hacia lo que se denomina “Patrimonio Cultural”.
Sin embargo, aún existen espacios donde se conserva el denominado conocimiento local y la
relación de éste con el territorio que tradicionalmente han ocupado las comunidades
originarias. Una forma de descentralizar la arqueología es utilizar metodologías
complementarias para identificar y entender significativamente los Paisajes Culturales. Se
113
requiere complementar lo que se ha denominado registro arqueológico con los lugares e hitos
que dan forma significativa al Paisaje Cultural.
En esta tarea deben ser incluidas perspectivas participativas y sobretodo que generen una
activación a nivel local, para que las comunidades reconozcan los hitos significativos,
reconstruyan su memoria local y se apropien de su territorio y cada uno de sus componentes,
con miras a su uso futuro. Esta tarea de la arqueología, no sólo consiste en metodologías para
alcanzar mayor veracidad científica de los relatos acerca de lo que sucedió en el pasado, sino
que tiene como objetivo hacerse cargo también de la construcción y uso presente y futuro de
estos relatos.
El actual contexto lleva a pensar que más temprano que tarde, el arqueólogo, que por mucho
tiempo tuvo una posición superior, ya sea por estatus académico o por el respaldo estatal,
cederá su espacio y democratizará su monopolio en la producción de “conocimiento lo
suficientemente útil” a favor de las comunidades locales y los ciudadanos. Enfrentados a tales
circunstancias, podríamos dejar el tono pesimista de la pregunta de Yannis Hamilakis: “¿Quién
dijo que, tras la ‘pérdida de la inocencia’, la arqueología se vuelve una empresa grata?”
(citado por Fernández 2006: 206). Ciertamente, a medida que nos alejamos de la comodidad
de la ciencia y la academia, nos volveríamos adecuadamente eficaces dentro de otras esferas
de la sociedad.
114
Nosotros por mucho tiempo hemos tenido una fe exacerbada respecto a la ciencia, como la
única manera de tener un conocimiento válido acerca del pasado. En un mundo postmoderno
y postcolonial, nada es más lejano que aquello.
Pareciera que efectivamente nos hemos acercado a dicha verdad, pues así lo indican las
numerosas publicaciones que año a año se editan y el tono experto que nos rodea cuando nos
enfrentamos a otras esferas de la sociedad interesadas fortuitamente en el pasado (políticos,
prensa, organizaciones, entre otras). Sin embargo, no podemos desconocer que desde otros
puntos se nos señala con reiterada frecuencia que nuestra verdad, aquella pretendida verdad
acerca de lo que ocurrió en el pasado, no tiene sentido alguno si no es lo “suficientemente
útil”, al menos para alguna de las muchas demandas que cotidianamente nos acechan afuera
de la cuadrícula.
115
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