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Traduccién de LUCIANO PADILLA LOPEZ Serie Breves dirigida por ENRIQUE TANDETER Pierre Clastres Arqueologia de la violencia: la guerra en las sociedades Pprimitivas FONDO DE CULTURA ECONOMICA México - Argentina - Brasil - Chile - Colombia - Espatia Estados Unidos de América - ‘Guatemala - Peri - Venezuela Primera edicién en francés, 1999 Primera edicién en espaiiol, 2004 ‘Arqueblogia de la violencia se publicé el ato 1977 en la revista Libre. Titalo origina: Arcelie de a wilnce ISBN de la edicion original: 2-87678-497- © 1999, Editions de l'Aube © 2004, Fondo de Cultura Econémica, S.A. El Salvador 5665; 1414 Buenos Aires wwwfce.com.ar / fondo@fee.com ar ‘Av, Picacho Ajusco 227; Delegacion ‘Tlalpan, 14.200 México D. F ISBN: 950-557-604-8 Fotocopiar libros ests penado por la le. Prohibida su repro- dein total opatcilpor cualquier medio de impreion od fal en foa inti, extrctada © mind, en csi fo 6 cualquier otro idioma sin autorizaciOn expresa de la editorial, » Pri in Argentina Impreso en Argentina - Printed in Hecho el depdsito que previene la ley 11.723 Detengamonos a considerar la abundante li- teratura etnografica que desde hace algunas décadas se ocupa de describir las sociedades Primitivas, de comprender como funcionan: si (muy pocas veces) presta atencién a la violen- cia, lo hace ante todo para mostrar hasta qué punto esas sociedades se aplican en su con- trol, codificacién, ritualizacién; en suma, co- mo tienden a reducirla, sino a abolirla. Se ci- ta a la violencia, pero para mostrar —mas que nada~ el horror que ésta inspira a las socieda- des primitivas; para confirmar que a fin de cuentas son sociedades contrarias a la violen- cia. No causara demasiada sorpresa, entonces, Constatar que en el ambito de las investiga- ciones de la etnografia contemporanea casi no se hace presente una reflexion general acerca de la violencia en su forma a la vez mas bru- tal y més colectiva, mas pura y mas social: la guerra. Si nos limitamos, entonces, al discurso etnolégico o, con mayor precision, a la inexis- tencia de un discurso de ese tipo respecto de la guerra primitiva, el lector curioso o el in- vestigador en ciencias sociales deducira con Plena justicia que (si se exceptiian las anéc- dotas secundaria) en el horizonte de la vida social de los Salvajes ni siquiera figura la vio- lencia, que el ser social primitivo se despliega por fuera del conflict armado, que la guerra no pertenece al funcionamiento normal, ha- bitual de las sociedades primitivas. Se exclu- ye, por tanto, del discurso de la etnologia a la guerra; puede pensarse la sociedad primitiva sin pensar al mismo tiempo la guerra. Eviden- temente, el problema es saber si ese discurso cientifico enuncia la verdad sobre el tipo de sociedad que aborda: propongamonos desoir- Jo un momento para volvernos hacia la reali- dad de la que habla. Como se sabe, el descubrimiento de Améri- ca brindé a Occidente la oportunidad de un encuentro directo con aquellos que desde ese entonces habrian de ser lamados Salvajes. Por primera vez los europeos experimentaban la confrontacién con un tipo de sociedad radical- mente distinto a todo lo conocido por ellos hasta ese momento; debian pensar una reali- dad social que no podia ocupar un lugar en su representacion tradicional del ser social: en otras palabras, para el pensamiento europeo el mun- do de los Salvajes era literalmente impensable. No es éste el lugar para analizar en detalle los motivos de esa verdadera imposibilidad episte- molégica: aquéllos se remiten a la certeza, coex- tensiva a toda la historia de la civilizacién oc- cidental, acerca de qué es y qué debe ser la so- ciedad humana; certeza expresada desde el alba griega del pensamiento europeo de lo politico, de la polis, en la obra fragmentaria de Heracli- to, Mas especificamente, que la representacién de la sociedad en cuanto tal debe encamarse en una figura de lo Uno exterior a la sociedad en una disposicién jerérquica del espacio poli. tico, en la funci6n de mando del jefe, rey o dés- Pota: no hay sociedad, a menos que esté bajo el signo de su divisién en sefiores y subordinados. Como resultado de esa concepcién de lo social no se podria considerar sociedad a un grupo humano que no presente el rasgo de su division. Ahora bien, a quién vieron aparecer sobre las costas del Atlantico los descubridores del Nue- vo Mundo? “Gentes sin fe, sin ley, sin rey’, seguin los cronistas del siglo xvi. Se sobreentendia el ja esos hombres en estado de naturaleza todavia no habianteidosiquiera aceso a es ado de sociedad. Unanimidad casi perfecta sélo quebrada por las voces discordantes de Montaigne y La Boétie, en ese juicio acerca de los indios del Brasil. Pero, por el contrario, Ia unanimi irrestricta cuando el asunto fahinis rane bir las costumbres de los Salvajes. Desde el si- glo xvi hasta el (reciente) final de la conquis- ta del mundo, todos -exploradores 0 misione- ros, mercaderes 0 viajeros eruditos~ coinciden en un punto: ya sean americanos (de Alaska a Tierra del Fuego) 0 africanos, de las estepas si- berianas o de las islas melanesias, nomades de los desiertos australianos o agricultores seden- tarios de las junglas de Nueva Guinea, los pue- blos primitivos siempre son presentados como apasionadamente entregados a la guerra; su ca- racter especialmente belicoso impresiona, sin excepcién, a los observadores europeos. Del enorme acervo documental reunido en créni- cas, relatos de viaje, informes de sacerdotes y pastores, militares 0 traficantes surge -incon- testada, primigenia— la imagen més evidente que ofrece, en un comienzo, la infinita diversi- dad de culturas descritas: la del guerrero. Ima- gen tan dominante como para inducir a una constatacién sociolégica: las sociedades primi- tivas son sociedades violentas, su ser social es un ser-pari No es otra la impresién dejada en testigos directos, e1. todos los casos, en todos los climas y en el transcurso de muchos siglos: muchos de ellos compartieron durante largos afios la vida de las tribus indigenas. Compilar una antologia 10 com esos pareceres relativos a poblaciones de Parajes y épocas tan diferentes seria igualmen- te facil e inutil, Casi siempre se juzga severa- mente la disposicién agresiva del animo de los Salvajes. ;Como cristianizar, civilizar, conven- cer de las virtudes del trabajo y del comercio a personas fundamentalmente preocupadas por hacer a guerra a sus vecinos, vengar las derro- tas o celebrar las victorias? De hecho, a media- dos del siglo XVI la opinion de los misioneros franceses 0 portugueses sobre los indios tupi del litoral brasilefio anticipa y condensa todos los razonamientos que le seguiran: segan ellos, de no ser por la incesante guerra que llevan adelante esas tribus, unas contra otras, la region estaria superpoblada. Lo primero en capturar la atencién de los teéricos de la sociedad es la aparente prevalencia de la guerra en la vida de los pueblos primitivos, En el estado de Socie- dad que, conforme a su visién, es la sociedad de Estado, Thomas Hobbes opone la figura no real sino légica del hombre en su condiciin na- tural, de un estado de los hombres antes de vi- vir en sociedad, esto es, “bajo un poder comin que tiene a todos a su merced”. Pero cual es el rasgo distintivo de la condicién natural de los hombres? La “guerra de todos contra todos”. Sin embargo, alguien podra decir que esa gue- ll rra que opone unos contra otros a hombres abstractos, inventados para colmar las necesi- dades de la causa defendida por el pensador del Estado civil, esa guerra imaginaria no tiene in- cidencia alguna en la realidad empirica, etno- grafica de la guerra dentro de la sociedad pri- mitiva. Acaso sea asi. Pero eso no impide que el propio Hobbes crea que puede ilustrar lo fun- dado de su deduccién con una referencia ex- plicita a una realidad concreta: la condicién natural del hombre no es tanto la construccion abstracta de un filésofo como, antes bien, la suerte efectiva, observable, de un hombre re- descubierto. “Acaso se piense que nunca existid un tiempo como ése, ni un estado de guerra de esa indole. Efectivamente, creo que, de un mo- do general, nunca fue asi en sitio alguno del planeta, Pero en la actualidad hay gran canti- dad de comarcas donde los hombres viven asi. De hecho, en no pocos parajes de América, los salvajes, a excepcion de pequefias familias cu- ya concordia depende de la concupiscencia ne- tural, no tienen gobierno alguno, y en estos dias viven de la manera casi animal que antes mencioné."' No causara excepcional sorpresa ) Hobbes, Leviardn, Paris, Sitey, p. 125 [trad, esp. Levi. tan, Mexico, FCE, 1980]. 12 el punto de vista despreocupadamente peyora- tivo de Hobbes respecto de los Salvajes; en ello se perciben lugares comunes de su tiempo ~re- chazados, no obstante, por Montaigne y La Boétie-: una sociedad sin gobierno, sin Estado, no es sociedad; por ende, los Salvajes quedan fuera de lo social, viven en la condicién natu- ral de los hombres, en cuyo seno impera la guerra de todos contra todos. Hobbes no igno- taba la intensa belicosidad de los indios ameri- canos; por eso veia en sus guerras efectivamen- te realizadas la clamorosa confirmacién de su certeza: la ausencia de Estado permite la gene- falizacion de Ja guerra y toma imposible ins- taurar la sociedad. La ecuacién mundo de los Salvajes = mun- do de la guerra, al hallar una constante veri- ficacién “de campo”, atraviesa toda la repre- sentacion, popular o erudita, de la sociedad primitiva. Asi, otro filésofo inglés, Spencer, es- cribe en sus Principios de sociologia: “En la vi- da de los salvajes y los barbaros, las guerras son los acontecimientos predominantes”, co- mo una suerte de eco de aquello que tres si- glos antes decia de los tupinamba de Brasil el Jesuita Soarez de Souza: “Como los tupinam- ba son muy belicosos, toda su preocupacion es saber como hardn la guerra contra sus con- 13 trarios.” ¢Pero los habitantes del Nuevo Mun- do tienen el monopolio de la pasion guerre- ra? Para nada. En un volumen ya antiguo? Maurice R. Davie reflexionaba acerca de las causas y funciones de la guerra en las socie- dades primitivas, y proponia un muestreo sis- tematico de lo que se ensefiaba a ese respecto en la etnografia de la época. De su meticulo- so sondeo surge que, salvo excepciones muy acotadas —los esquimales del centro y del es- te-, ninguna sociedad primitiva escapaata violencia; ninguna de ellas, sin importar su mo- do de produccién, su sistema tecno economi- co o su entorno ecolégico, ignora ni rechaza el despliegue en forma de guerra para una vio- lencia que involucra el ser mismo de cada co- munidad implicada en el conflicto armado. En consecuencia, parece ser incuestionable: no se puede pensar la sociedad primitiva sin pensar también la guerra, que -como dato inmedia- to de la sociologia primitiva~ adquiere una dimensién de universalidad. Asa solida presencia del hecho de la gue- rra responde, si podemos Ilamarlo asi, el silen- cio de la etnologia mas reciente, para la cual 2 M.R. Davie, La Guerre dans les sociétés primitives, Pa- ris, Payot, 1931 14 violencia y guerra no existen, al parecer, mas que en los medios especificos de conjurar- las. {De dénde proviene ese silencio? Para empezar, con toda seguridad, de las condicio- nes en que viven actualmente las sociedades que ocupan a los etnélogos. Como se sabe, en este planeta ya no existen mas sociedades absolutamente libres, auténomas, sin con- tacto con el entorno socioeconémico “blan- co". Dicho de otra forma, los etndlogos ya no tienen demasiadas oportunidades de ob- servar sociedades lo suficientemente aisla- das como para que el juego de fuerzas tra- dicionales que las definen y sostienen pueda seguir libremente su propio curso: la guerra primitiva es invisible porque ya no hay gue- rreros para hacerla. En ese sentido, la situa- cién de los yanomani de la Amazonia es tini- ca: su secular aislamiento permitié que esos indios, sin duda la ultima gran sociedad pri- mitiva del mundo, vivieran hasta hoy como si América no hubiera’sido descubierta. En- tre ellos también puede observarse la omni- presencia de la guerra. Una vez mas, ése no €s motivo para realizar, como hicieron cier- tos autores, un retrato caricaturesco de ella, donde el gusto por lo sensacional eclipsa largamente la capacidad de comprender un 15 poderoso mecanismo sociolégico En suma, si la etnologia no habla de la guerra, se debe a que no hay margen para hacerlo, a que ~cuan- do se vuelven objeto de estudio~ las socieda- des primitivas ya estan comprometidas en la senda de la dislocacién, de la destruccién y de Ja muerte: ccomo podrian brindar el espectécu- lo de una libre vitalidad guerrera? Pero acaso és¢ no sea el tinico motivo. Es da- ble suponer que, cuando estan por poner ma- nos a la obra, los etndlogos asedian a la sociedad elegida no solo con su bloc de notas y su gra- bador sino también con una concepcién, ad- quirida previamente, del ser social de las so- ciedades primitivas y —por consiguiente- del estatuto que en aquélla recibe la violencia, de las causas que la desencadenan y los efectos que ejerce. Ninguna teoria general de la so- ciedad primitiva puede eludir tomar en con- sideracién la guerra. El discurso acerca de la guerra no solo forma parte del discurso acerca de la sociedad, sino que le otorga sentido: la idea de la guerra es un parametro de la idea de sociedad, Por eso, en la etnologia actual se podria explicar la ausencia de reflexion sobre 3 CEN.A, Chagnon, Yanomand. The Fierce People, Holt, Rinehart and Winston, 1968. 16 la violencia ante todo con la desaparicién em- pirica de la guerra que siguié a la pérdida de la libertad, hecho que ubica a los Salvajes en un pacifismo forzado; pero también con la adhesién a un tipo de discurso sociolégico que tiende a excluir la guerra del campo de las relaciones sociales en la sociedad primitiva. Evidentemente, la cuestin es saber si un dis- curso de esa indole es pertinente a la realidad social primitiva. También, antes de indagar esa realidad, conviene exponer aunque sélo fuera brevemente el discurso corriente acer- ca de la sociedad y la guerra primitivas. He- terogéneo, sigue tres vectores principales: hay sobre la guerrra un discurso naturalista, un discurso economicista y un discurso basado sobre la nocién de intercambio. El discurso naturalista encuentra una formula- cin de peculiar firmeza en A. Leroi-Gourhan, quien en su volumen Le Geste et la Parole -y muy especialmente en el antetltimo capitu- lo del tomo u- desarrolla un panorama de in- discutible (y muy discutible) amplitud de su concepcién histérico etnolégica de la sociedad primitiva y de las transformaciones que la mo- difican. Segan la indisoluble conjuncién entre sociedad arcaica y fenémeno de guerra, la pro- 17 puesta general de Loeroi-Gourhan légicamente incluye una vision de la guerra primitiva, cuyo sentido esta suficientemente marcado por el espiritu que atraviesa toda la obra y por el titu- lo del capitulo en que se ubica: “El organismo social”. Inequivocamente enunciada, la perspec- tiva organicista de la sociedad reclama y subsu- me, de modo absolutamente coherente, cierta concepcién de la guerra, (Qué resulta de la violencia, entonces, en Leroi-Gourhan? Su res- puesta es clara: EI comportamiento agresivo es inherente a Ja realidad humana desde al menos los aus- tralopithecus; y la evolucién acelerada del mecanismo social no cambié en ningtin as- pecto el lento desenvolvimiento de la madu- racién del phylum (p. 237), Asi, se remite la agresion como comportamien- to -es decir, el uso de la violencia— a la humani- dad en cuanto especie: resulta ser coextensiva alla. De acuerdo, en definitiva, con dicha pro- piedad zoolégica de la especie humana, se iden- tifica la violencia como un hecho de caracter irreductible, como un dato natural que hunde sus raices en el ser bioldgico del hombre. Esa violencia especifica, concretada en el compor- tamiento agresivo, no es inmotivada ni carece 18 de finalidad; es, en todo momento y lugar, orientada y dirigida hacia un objetivo: Durante todo el transcurso del tiempo, la agresion aparece como una técnica eminen- temente ligada a la adquisicién; entre los pri- mitivos su rol inicial reside en la caza, don- de se confunden agresién y obtencion de alimento (p. 236). Inherente al hombre en tanto ser natural, la vio- lencia se delimita como medio de subsistencia, como medio de asegurar la subsistencia, como medio para una finalidad inscrita naturalmente en el nucleo de ese organismo vivo: sobrevivir. De alli, la identificacion: economia primitiva como economia de la predacién, El hombre pri- mitivo esta, de por si, destinado al comporta- miento agresivo; en tanto primitivo, esta a la vez capacitado y determinado para sintetizar su na- turalidad y su humanidad en la codificacién téc- nica de una agresividad desde entonces util y rentable: es cazador. Admitamos esa articulacién entre violencia ~disciplinada como técnica de adquisicién de alimentos y el ser biolégico del hombre, cuya integridad debe conservar aquélla. Sin embargo, {donde se sitéa esa agresién tan peculiar mani- fiesta en la violencia de guerra? Leroi-Gourhan 19 nos da una explicacion: “entre la caza y su ré- plica, la guerra, se establece progresivamente una sutil asimilacién, conforme una y otra se concentran en una clase nacida con la nueva economia: la de los hombres de armas” (p. 237). Vemos, entonces, cémo se disipa con una frase el misterio del origen de la division social: por “asimilacién sutil" (¢?), los cazadores devienen poco a poco guerreros que desde entonces, po- seedores de la fuerza armada, tienen en sus ma- nos los medios para ejercer en su provecho el poder politico sobre el resto de la comunidad. Puede sorprendernos la ligereza de semejantes argumentos, salidos de la pluma de un erudito cuya obra es, con pleno derecho, ejemplar en su especialidad, la prehistoria. Todo esto requeriria una exposicién especial; pero la leccion a deri- var es evidente: hay mucho mas que impruden- cia en la apuesta al continuismo cuando se ana- lizan acciones humanas, en supeditar lo social a lo natural, lo institucional a lo biolégico. La so- ciedad humana no dimana de una zoologia, sino de la sociologia Volvamos, entonces, al problema de la gue- rra, Esta ultima heredaria de la caza -técnica de obtencion de alirnentos- su carga de agresi- vidad; la guerra no seria mas que una repeti- cion, una “réplica", una reorganizacién de la 20 caza: dicho de modo mas prosaico, para Leroi- Gourhan la guerra es dar caza al hombre. (Es esto verdadero o falso? No es dificil averiguar- lo, pues basta consultar a aquellos mismos de quienes cree hablar Leroi-Gourhan, los primi- tivos contemporaneos, {Qué nos ensefia la ex- periencia etnografica? Es muy evidente que, si la finalidad de Ja caza es obtener alimento, el medio de conseguirlo es una agresién: sin mas, es preciso dar muerte al animal para comerlo. Pero entonces hay que incluir en el ambito de la caza, como técnica de adquisici6n, todos los comportamientos que destruyen otra forma de vida con el propésito de tener alimento: no s6- lo los animales, peces y aves carnivoros; tam- bién los insectivoros (agresion del pichén a la mosca que engulle, etc.). De hecho, todas las técnicas violentas de adquisicién de alimento deberian logicamente analizarse en términos de comportamiento agresivo; no hay fundamento alguno para privilegiar al cazador humano por sobre el cazador animal. En realidad, la princi- pal motivacién del cazador primitivo es el ape- tito, con exclusién de cualquier otro senti- miento (el caso de las cazas sin fin alimentario —esto es, rituales— pertenece a otro ambito). Lo que distingue radicalmente la guerra respecto de la caza es que la primera reposa por com- 21

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