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Sobre Rulfo lector: del sol que explota a los muertos que hablan Diana Paola Guzman Méndez Luis Gonzalez Palma, Sin Titulo, 197-2012, Técnica mista, kodalith y lminas de or0.59% 120m, Juan Rulfo (1917-1986) nacié en Jalisco, una regién situada en el occidente de México que, por la explotacién agraria excesiva, se con- virti6 en un desierto. La tierra caliente donde vio la luz Rulfo, es la misma por donde tran- sitaban sus personajes. Sin embargo, Rulfo no reconstruye su infancia tapatia, no entra a la comarca de aquello que se recupera en la re- memoraci6n; contrario a la senda proustiana, el mexicano trae la luz, los olores y colores del Jalisco de su infancia y los recompone, los. vuelve a crear. Desde nifto, Rulfo pretendié huir de la vida desolada en Jalisco y encontré en la lectura, compaftera de sus fiebres infantiles, la posi- bilidad de alejarse, de observar desde arriba, Es asi como su escritura resulta ser el eco de todo aquello que ley6, de la biblioteca de aquel cura que, huyendo de los enemigos de Cristo, decidié guardar sus libros en la casa paterna de Rulfo; porque si bien la guerra cristera le robé a su padre, la misma revolucién le trajo x la lectura de Dumas, Verne, Leopardi, entre otros, El cura temeroso protegi6 sus libros en la casa de un futuro y si- lencioso escritor. Algo que recuerda Rulfo de aquella biblioteca es que se ponfa ena tarea decomparar las obras listadas en el gran Index Papal, que reunia los siete mil titulos prohibidos, con las gue estaban en los anaqueles organizados por el cura y encontraba que varios de aquellos libros vetados estaban a su disposi- cion. Esos fueron los primeros libros que ley, los prohibidos, los tildados de lascivos, de irre- gulares, de revolucionarios. En la noche, Rulfo, hijo de una familia profundamente creyente, pedia perdén mientras apretaba el Decamerén debajo de la almohada. Muchos afios més tarde, contarfa cémo aquel cura, que velaba por la moral del pueblo, iba de casa en casa “decomisando” los libros impuros y engordando su biblioteca. El sacerdote huy6 del pueblo y Rulfo, huérfano, se qued6 como dueito y sefior de las lecturas censuradas, Rulfo, lector de Gomara Uno de los libros més apreciados por el ado- lescente Rulfo quien se autodenomino vigia de esta biblioteca, fue las Crénicas de Indias. Como lo expresard en 1979, durante un viaje a Madrid, las cr6nicas le abrieron la posibilidad 2017 | Mayo de encontrar una mirada barbara, desgarrada, fuera de lugar. Laescritura que el lector Rulfo encontré en las cronicas, especialmente en la obra de Francis- co L6pez de Gémara, tenia un tono velado y desenfocado, una mirada de lejos, asi la defini6 el escritor. Gémara, apartado, protegido por la bruma de la selva, describiria a aquellos “salva- jes canibales” que parecian un espejismo en la mitad del desierto. Rulfo apuntaba la camara, cambiaba el enfoque de su lente y volvia borro- sos a los caminantes que atravesaron el desier- to hacia Talpa porque, como él mismo lo dijo, “uno no cuenta lo que ve a primera vista’. Otro aspecto que influyé en la poética de Rul- fo fue la descripcién exasperada y desbordada del clima que los cronistas enunciaban cons- tantemente. El calor los mataba, los aminora- ba, los volvia delirantes. Para Rulfo, el calor era la impronta de Jalisco; escribia bajo el sol inclemente del nuevo desierto y ponfa a sus personajes a transitar bajo soles que parecian explotar, como el de “Luvina”’ Los cronistas vivian solos; la observacién re- quiere soledad, silencio y sombra. Rulfo sen- tarfa a sus personajes mirando el diluvio como en “Es que somos muy pobres” 0 matando ranas y hablando solos: Macario con Macario, El mismo subrayaria que la lectura de las Cro- nicas de Indias le causé una impresi6n de so- ledad y miedo que fue imposible borrar de su memoria y, como es evidente, de su obra. Rulfo, lector de Knut Hamsun Para Rulfo la lectura de crénicas y de novelas de aventuras marcarfa su infancia y parte de la adolescencia, pero la entrada a la madurez lec- tora fue determinada por la obra del escritor no- ruego Knut Hamsun. Sefialado por la historia como un escritor nazi, Hamsun creo una de las, obras més delirantes de la literatura: Hambre. Mayo 12017 El protagonista, aquel periodista signado por la pobreza y la miseria, en un coctel mortal con la locura, es uno de los personajes que Hamsun construy6 abastecido con su propia vida. Para Rulfo, ese tono quedo y sombrio del noruego fue el principio de su crecimiento. De este escritor, Rulfo leerfa los dolores del alma, las llagas del espiritu que le saldrian en todo el cuerpo a Tani- lo (en “Talpa”); adicionalmente, Hamsun le da- ria otra posibilidad a su juicioso lector, la critica. Si bien la palabra de Rulfo es un tanto silente, sale despacio de la boca, estalla cuando se en- cuentra con el ofdo, incluso cuando los hom- bres renuncian a decir lo que piensan porque hace mucho calor, como esos cuatro campesi- nos que caminan por un sendero sin orillas en “Nos han dado la tierra” La palabra necesita de la locura, de lo espectral, para decir lo que tiene que decir, para arreciar contra el hambre, contra el abandiono, contra la muerte. Hamsun le daria a Rulfo ese espacio negro donde el escritor puede alzarse y decir sin miedo al eco, pero con ganas de decir, car- gar al hijo y refutarle su muerte en la penumbra de la noche, refutarle que no oiga ladrar los pe- rros (en “No oyes ladrar los perros”). Rulfo, lector de Dostoievski Otro momento esencial en la biografia lecto- ra de Rulfo es su encuentro con la lectura de Dostoievski en Noches blancas; pero su comu- nin definitiva con el escritor ruso la marcaria Los demonios. Si bien con Hamsun descubriria Jos contornos de la locura, que todo lo dice y todo lo lapida, con el ruso sentaria una posi- cién clara y definitiva frente a su oficio. “Uno no escribe lo que ve a primera vista’, escribe sobre lo que algunos no ven. Como Dostoievski, Rulfo saco de los subsuelos cien- tos de voces que estaban enterradas bajo las toneladas de una historia mal contada. Los campesinos de la revolucién mexicana no eran ax Luis Gonzalez Palma, Sin Titulo, Técnica mista, kodalithy laminas de oro, 59 x 120em. 1995-2012, Besees que permanecian silenciosos en sus mo- Semmens, eran est6magos hambrientos a los emo les quedé nada, porque nada tuvieron. go, la intencion de Rulfo no era de- por denunciar, gritar por gritar, se tra- See ss bien de hablar desde los intersticios, Seee be hizo aquel alucinado en “El suefio de ridiculo” del escritor ruso. cs prenderfa Rulfo de su lectura de Dos- Se xxi plasmarel didlogo de los muertos, See = partir de una memoria que poblaba los, Bees, los pueblos blancos como Coma- BE Sees si no los muertos, pueden saberlo jo sin reparo y sin miedo. con- muerte o agonizando, resultan ser que une a los dos escritores. El hijo © vengar al padre condenando a su muerte y el hijo del condenado que Sse padre en las manos de los verdugos, muy bien (en “Dies que no me ma- Wiemecesidad de que la muerte no termine es necesario contar lo que se dar el paso definitivo. Die etre que estan en los umbral Todo en Rulfo permanece congelado, con vo- ces que hablan desde los bloques detenidos. EL sol de los cronistas y su vista borrosa, el deli tio de una locura perdida como en Hamsun y la verdad poseida de agonia en Dostoievski, construyen esa biblioteca de un Rulfo lector que desde muy nifto se dio cuenta de que “la vida no es muy seria es sus cosas”. Bibliografia 1. Cruz, J. (1979), “Entrevista. Juan Ralfo: ‘No puedo escribir sobre lo que veo", en: EI Pais, 19 de agos- to, Madrid, disponible en digital: http:/ /elpais. com/elpais/2015/07/27 /actualidad/1437991191_ 012418.html 2. Tamargo, M. H. (1996). Siete entrevistas con escritores trigicos, México, editoral cantomenot nee oe Rer Nt eae] nm cen ae eee een etl Semin to para la Agendi mee 20171 Mayo 10. 13: 18 2: Juan Rulfo, antropdlogo Juan Carlos Orrego Arismendi Una y otra vez se ha asociado a Juan Rulfo con la antropologia. En buena parte, esa relacién la sugiere la capacidad del escritor de Jalisco para retratar la vida miserable de los campesinos in- digenas desposeidos, cuya voz colectiva y do- liente encuentra expresiGn estética en muchos pasajes de El Llano en llamas (1953) y Pedro Pé- ramo (1955). También suele verse merecimiento antropol6gico en la labor del Rulfo fot6grafo, cuyas estampas sobre la vida cotidiana, la ar- quitectura y la estatuaria monumental en va- ios estados mexicanos —Oaxaca e Hidalgo entre ellos— han tenido tanta difusion como su obra literaria. Y, por supuesto, es obligatorio te- ner en cuenta la labor cumplida por Rulfo en el Instituto Nacional Indigenista (INI) de México, al que llego en 1964 y en el que fue jefe del De- partamento de Publicaciones. Aunque parezca obvia, a propésito de su vin- culacién con la antropologia y la alusién a la labor editorial especializada de Rulfo en el INI, es poco lo que se sabe de un trabajo que Jo ocup6 hasta los ultimos afios de su vida. Pero basta echar un vistazo general a un pu- lado de escritos producidos por el autor de Pedro Péramo por los dias en que fue funcio- nario del instituto para hacerse a una idea de su amplio conocimiento de las fuentes anti- guas de la historia mexicana; de los brios de su reflexion etnoldgica e, incluso, de sus es- carceos etnograficos. En 1963, poco antes de que el arqueélogo Alfon- so Caso lo invitara a hacer parte del INI, Rulfo habia prologado la reedicién facsimilar de las Noticias histéricas de la vida y hechos de Nufio de Guzmén de José Fernando Ramirez. En el introi- to de esa obra dedicada al conquistador de Ja- Mayo | 2017 lisco logran hacerse apreciables, por un lado, el interés de Rulfo por las fuentes primarias —cita in extenso un pasaje de la carta que Garcia del Pilar envié al Rey de Espaita en 1529 para pedir- Tela merced de un escudo de armas—, y por otro su tendencia a la critica historiogratica, toda vez que identifica ciertos documentos pergefiados porel obispo Zumérraga (dirigidos contra Nuio de Guzmén) como piedra fundacional de: gen positiva, reverencial hasta la extravagancia, que algunos historiadores contempordneos han construido de Hernan Cortés. ma- Se aprecian el mismo interés por las escrituras antiguas y la misma honestidad académica en otro escrito de 1981, “Notas sobre la literatu- ra indigena en México”. Visiblemente inter sado por evaluar la obra narrativa de varios contempordneos suyos inspirados en la vida nativa, Rulfo cree necesario establecer, pre- viamente, la antigiiedad y autonomfa de la literatura aborigen mexicana, representada en los poemas, leyendas, relaciones mitolégicas e historias que sobrevivieron a las cruzadas de destrucci6n cultural ordenadas por la Iglesia, encabezadas por Zumérraga en el area azteca y por Landa en la maya; tradiciones escritu- rales materializadas en los c6dices, el Popol Vuh, el Chilam Balam, la Relacién de Michoacdn y diversas crénicas de autores tanto indigenas como mestizos, entre ellos Fernando de Alva Intlilx6chitl. Sin ambages, Rulfo hace un ba- lance positive de ese acervo: “No podemos lamentar, pues, la falta de literatura historica en nuestro pais”. Lo que realmente lamenta es la manera inapropiada como ha sido estu- diado, difundido e interpretado ese legado por parte de algunos historiadores, antropélo- gos y escritores, Un historiador antiguo como ax el dominico Gregorio Garcia, autor de El origen de los indios del Nuevo Mundo e Indias Oc- cidentales (1607), merece de Rulfo el calificativo de “ré- mora” por no haber dado un paso més all de lo que, en materia de reconstruccién de la historia india y denuncia de Jos desafueros espafoles, ya habia adelantado Bartolomé de las Casas. Incluso, un an- tropélogo del siglo xx, Miguel Leon Portilla, es llamado a jui- cio por el escritor de Jalisco: le parece que se ha concentrado excesivamenteen el tema de la poesia azteca, y que de hecho lo ha extremado hasta ver, en algunos de sus elementos dis- cursivos, los conceptos de una “filosofia nahuatl” ? Luis Gonzélez Palma Para Rulfo, la gran dificultad que deben encarar quienes pretenden interpretar la escritura y, en gene- ral, las culturas aborigenes, reside en el ac- ceso vedado a la mentalidad realmente indi- gena. En el articulo mencionado escribié: “a pesar de ser Jefe del Departamento de Publ caciones del Instituto Nacional Indigenista, y habiendo publicado més de 80 obras de an- tropologia social, todavia desconozco como y Por qué motivos actua la mente indigena”> Entre otras cosas, esa conviccién explicaria por qué la expresion estética del universo in- digena en la literatura rulfiana, antes que co- rresponder a una compleja reanimacién mito- légica al estilo de un Miguel Angel Asturias, se “reduce” a la ejecucién de una voz comu- nitaria, casi fantasmal, que se emite por fuera de la focalizacion narrativa. Sin embargo, no debe creerse que el escritor de Jalisco fuera escéptico frente a la corriente indigenista de la narrativa mexicana que le fue contempo- ranea; por el contrario, supo manifestar un a EI Rey-La Muere-La Mas La Sirona), Fotografia mas tecnica mixta, La Rosa x 150em. juicio muy positivo de la autenticidad antro- poldgica de las novelas y cuentos de autores como Andrés Henestrosa —indio zapote- co-, Cipriano Campos Alatorre —natural del poblado indio de Tonalé—, Eraclio Ze- peda, Mauricio Magdaleno, Francisco Rojas Gonzalez, Rosario Castellanos, Ramén Rubin y Miguel Angel Menéndez. Rulfo tuvo una consideracién especial por Bernardino de Sahagiin, cuyo exhaustivo tra- bajo de recuperacién de la historia y memoria cultural aztecas —con base en sus interaccio- nes en lengua néhuatl con los sobrevivientes de la arremetida espafiola, en Tlatelolco — le merecié el reconocimiento de “primer antro- POlogo americanista"; de hecho, “El mejor de todos”.* Esa seguia siendo la conviccién de Rulfo en 1985, un afto antes de su muer- te, cuando suscribié el prélogo a un estudio de Claus Litterscheid sobre la relacién de Sa- 2017 | mayo ul hagdin con sus informantes aztecas; entonces el escritor puntualiz6 que el misionero fran- ciscano habia probado ser un “antropélogo innato”, y asoci6 ese talento a su capacidad lingiiistica.* No sorprenderia si se dijera que Rulfo vio en la Historia general de las cosas de Nueoa Espafia la obra més relevante escrita al- guna vez sobre la vida indigena; anota en el texto de 1985 que se trata de “el més famoso y mas completo relato de la vida prehispénica”* El conocimiento de las fuentes primarias de Ia historia mexicana Ilev6 a Rulfo al terreno del anilisis propiamente etnol6gico. De eso ofrece una prueba, al menos, el texto de una conferencia dictada en Colima en 1983. Alli, el escritor jalisciense confronta informacién lin- gilistica —sobre todo topénimos—, arqueo- logica, histrica e incluso etnogréfica para defender la tesis de que el reino de Colima del que hablan las cr6nicas habria tenido su origen en las oleadas migratorias que, prove- nientes de Azatlén, conformaron buena par- te de los grandes estados precolombinos de Mesoamérica. Los elementos y modos de la argumentacién de Rulfo siguen, en términos generales, el modus operandi de la reflexion etnol6gica de Paul Rivet, quien yuxtapuso in- formacién de diversa naturaleza disciplinar para establecer su teoria sobre el poblamiento de América. Conviene tener en cuenta que la primera version en castellano de Les Origines de Vhomme américain, de 1943, se publicé en México, donde Rivet fue agregado cultural de Francia entre 1944 y 1945. No solo lama la atencion esa perspectiva es- pecializada de Rulfo sino el brio con que ataca otras interpretaciones sobre la historia regio- nal, proclives a la idea de una Colima some- tida al dominio de los tarascos o dependiente de fenomenos de difusién cultural o de migra- cin poblacional relativamente tardios. Para el novelista metido a etndlogo esas explicacio- nes son infundios, y dice sin empacho que “al mentiroso Nicolds Le6n, y aun a Bravo Ugar- ayo | 2017 te, habra que ignorarlos”. Con no poca ironfa se refiere a la tesis de este altimo a propésito de las contiendas por los yacimientos salinos al sur de Jalisco: “Bravo Ugarte nos dice que nunca existieron las guerras del salitre. Cual- quiera de ustedes puede comprobar, al pasar por Teocuitatlan, Corona 0 Zacoalco, como esta lleno de flechas y de hachas. Légicamente no las pusieron ahi para adornar la laguna”” Con su conferencia, Rulfo se proponia de- nunciar algunos errores crasos cometidos en la ensefianza de la historia a los niftos de los estados de Jalisco y Colima, por mas que él mismo reconociera que, en materia de recons- trucciones del pasado, “Todo es hipotético, todo es un supuesto”, y que “nada nos acer- ca a la verdadera realidad” una advertencia escéptica pero coherente con la que ya habia manifestado sobre la dificultad de acceder a la mente indigena. La imposibilidad ontolégica de ver el mundo como lo ve el indigena no impidi6, en todo caso, que Rulfo participara de la suprema ex- periencia antropologica de la etnografia. Una anécdota ilustra la importancia que el escritor concedié a esa practica, En un breve pero de- moledor texto de 1979, en el que se pronuncia sobre ciertos intelectuales de época, Rulfo acu- sal antropélogo Carlos Castaneda de escribir imposturas sobre los indios yaqui de Sonora; tiene para s{ que, en la ignorancia de las cos tumbres reales, Castaneda ha escrito “tonte- rfas” y ha inventado précticas nativas a propé- sito de las sustancias alucinégenas. Entonces, para mostrar la competencia que no ve en el antropélogo, Rulfo anexa un dato etnografico cuyo detallismo se antoja excesivo dada la bre- vedad de la nota: “Por ejemplo, los huicholes durante la Semana Santa realizan una pere- grinacion que dura 29 dias por zonas dridas. Durante el tiempo de luna recorren unos 100 kilometros y, con la luna nueva, flechan, como si fuera un venado simbélico y también el sol, a un cacto muy pequenito que crece a ras de tierra y es muy dificil de encontrar. Esa bizna- & ga, el peyote, tiene una pulgada de alto, y sera recolectada para el ritual” ? Ha quedado testimonio mas formal de la acti- vidad etnogréfica de Rulfo en la breve mono- grafia “Los chinantecos de Oaxaca’, escrita en 1962 y publicada por el INI en 1986, Se trata de un reporte escueto, por més que el escritor conociera la regi6n ya desde los aftos cuarenta, cuando viaj6 en cumplimiento de sus itinera- ios de fot6grafo. El informe, plegado al for- mato de la exposicién académica, organiza la descripci6n bajo los subtitulos de “Ubicacién geogréfica”, “Poblacion”, “Estado cultural”, “Organizacién politica”, “Vida familiar”, “Ar- tesanias”, “Medios de subsistencia”, “Creen- cias y practicas religiosas” y “Problemas so- ciales”, todo ello dispuesto en pocas paginas. Esto hace que, por fuerza, se presenten pocos datos en cada item; y asimismo ocurre que esos datos se presentan como enumeraciones antes que como descripciones detalladas. Solo a propésito de las costumbres matrimoniales (pago en dinero y en especie por la novia, resi- dencia en casa de los padres de la novia, etc.) se ofrece un cuadro relativamente detenido, sin duda porque Rulfo ve en ello un elemento intensamente tradicional; esto escribe bajo el subtitulo “Vida familiar”: “La Gnica supervi- vencia entre las costumbres primitivas de los chinantecos esta relacionada con el proceso matrimonial”. Mientras tanto, ofrece pocos detalles de la vida religiosa de la etnia, la cual reconoce sustancialmente influida por la evan- gelizaci6n espafiola; del mismo modo, cuando aborda cuestiones como la cultura material y los modos de habitar el espacio, tiende a des- enfocar la mirada cuando encuentra que algu- no de esos elementos esta ligado a procesos de mestizaje. Es claro que la orientacin indigenista del Rulfo antropélogo lo llevé a privilegiar, en su apreciacién de las culturas mexicanas, aquellos elementos que en ellas percibia como les 0 auténticos, a diferencia de la perspectiva & implementada por José Maria Arguedas frente la compleja realidad indigena peruana, de la que quiso entender ciertos procesos de cambio cultural (recuérdense, al respecto, sus estudios “Puquio, una cultura en proceso de cambio. La religion local”, culminado hacia 1956, y “Evolucion de las comunidades indigenas”, de 1957). El autor de Pedro Péramo no transigié con el mestizaje, a tal punto que, en 1985, en el ltimo articulo escrito para la agencia EFE, dijo que dicho proceso “fue una estrategia criolla para unificar lo disperso, afirmar su dominio, llenar el vacio de poder dejado por los espa- oles”; estrategia dirigida contra “inmensas mayorias predominantemente indigenas que, cuatro siglos después, aun sufren la derrota de 1521”." De ahf que llegara a experimentar cierta desconfianza frente a la etiqueta de lo “mexicano”, la que, en cierto sentido, no de- jaba de antojérsele como una entelequia civil. Le parecia que ese rutilante proyecto nacional sofocaba la voz de los pueblos indigenas, qui- 2 del mismo modo como el suelo de Comala ahoga a los muertos murmurantes Referencias 1 Rulfo,J. (1996). Toda Ia obra, Madrid, ALLCA/F.C.E., p43. Ibid, p. 414. idem. Ii, p. 416. Ibid, p. 440, Bid, p. 441, Ibid, pp. 426, 27, Ibid, p. 421, 9 Ibid, pp. 410-411, 10 Ii, p.373. 11 Ii, p. 443. Juan Carlos Orrego Arismendi « Tenens teem) 242 peers agenda cultural Alma Mater Mayo 2017 iDiles que no me maten! Juan Rulfo —jDiles que no me maten, Justino! Anda, vete a decitles eso. Que por caridad. Ast diles, que lo hagan por caridad. —No puedo. Hay alli un sargento que no quie- re ofr hablar nada de ti —Haz que te oiga. Date tus mafias y dile que para sustos ya ha estado bueno. Dile que lo haga por caridad de Dios. —No se trata de sustos. Parece que te van a ma- tar dea de veras. Y yo ya no quiero volver alla. —Anda otra vez. Solamente otra vez, a ver qué consigues. —No. No tengo ganas de ir. Segtin eso, yo soy tu hijo. Y, si voy mucho con ellos, acabarén por saber quién soy y les dara por afusilarme a mi también. Es mejor dejar las cosas de este tamafio. — Anda, Justino. Diles que tengan tantita lasti- ma de mi, Només eso diles. Justino apreté los dientes y movié la cabeza diciendo: —No. Y siguié sacudiendo la cabeza durante mucho rato. —Dile al sargento que te deje ver al coronel. Y cuéntale lo viejo estoy. Lo poco que valgo. ;Qué ganancia sacaré con matarme? Ninguna ganancia, Al fin y al cabo él debe de tener un alma, Dile que lo haga por la bendita salvacion desu alma. a Justino se levant6 de la pila de piedras en que estaba sentado y camino hasta la puerta del corral. Luego se dio vuelta para decir: —Voy, pues. Pero si de perdida me afusilan a mi también, gquién cuidara de mi mujer y de los hijos? —La Providencia, Justino. Ella se encargara de ellos. Ocapate de ir alla y ver qué cosas haces por mi, Eso es lo que urge. Lo habian traido de madrugada. Y ahora era ya entrada la mafiana y él seguia todavia alli, amarrado a un horcén, esperando. No se podia estar quieto, Habia hecho el intento de dormir un rato para apaciguarse, pero el suefio se le ha- bia ido. También se le habia ido el hambre. No tenfa ganas de nada. Sélo de vivir. Ahora que sabia bien a bien que lo iban a matar, le habian entrado unas ganas tan grandes de vivir como s6lo las puede sentir un recién resucitado. Quién le iba a decir que volveria aquel asunto tan viejo, tan rancio, tan enterrado como creia que estaba. Aquel asunto de cuando tuvo que matar a don Lupe. No nada més por noms, como quisieron hacerle ver los de Alima, sino porque tuvo sus razones. El se acordaba: Don Lupe Terreros, el duefo de la Puerta de Piedra, por mas sefias su compadre. Al que él, Juvencio Nava, tuvo que matar por eso; por ser el duefto de la Puerta de Piedra y que, sien- do también su compadre, le nego el pasto para sus animales. Primero se aguant6 por puro compromiso. Pero después, cuando la sequia, en que vio 2017 | Mayo 10 13 18 cémo se Je morfan uno tras otro sus anima- les hostigados por el hambre y que su com- padre don Lupe seguia negandole la yerba de sus potreros, entonces fue cuando se puso a romper la cerca y a arrear la bola de animales flacos hasta las paraneras para que se harta- ran de comer. Y eso no le habfa gustado a don Lupe, que mand6 tapar otra vez la cerca para que él, Juvencio Nava, le volviera a abrir otra vez el agujero. Asi, de dia se tapaba el agu- jero y de noche se volvia a abrir, mientras el ganado estaba alli, siempre pegado a la cerca, siempre esperando; aquel ganado suyo que antes només se vivia oliendo el pasto sin po- der probarlo. Y él y don Lupe alegaban y volvian a alegar sin llegar a ponerse de acuerdo. Hasta que una vez don Lupe le dijo: —Mira, Juvencio, otro animal mas que metas al potrero y te lo mato, Y él contests: —Mire, don Lupe, yo no tengo la culpa de que los animales busquen su acomodo. Ellos son inocentes. Ahf se lo haiga si me los mata. me maté un novillo. “Esto paso hace treinta y cinco aftos, por mar- zo, porque ya en abril andaba yo en el monte, corriendo del exhorto. No me valieron ni las diez vacas que le di al juez, ni el embargo de mi casa para pagarle la salida de la carcel. To- davia después, se pagaron.con lo que quedaba només por no perseguirme, aunque de todos modos me persegufan. Por eso me vine a vi- vir junto con mi hijo a este otro terrenito que yo tenia y que se nombra Palo de Venado. Y mi hijo crecié y se casé con la nuera Ignacia y tuvo ya ocho hijos. Asf que la cosa ya va para viejo, y segiin eso deberfa estar olvidada. Pero, segiin eso, no lo esta Mayo | 2017 “Yo entonces calculé que con unos cien pesos quedaba arreglado todo. El difunto don Lupe era solo, solamente con su mujer y los dos mu- chachitos todavia dea gatas. Y la viuda pronto murié también dizque de pena. Y a los mucha- chitos se los llevaron lejos, donde unos parien- tes. Asi que, por parte de ellos, no habia que tener miedo. “Pero los demas se atuvieron a que yo anda- ba exhortado y enjuiciado para asustarme y seguir robindome. Cada vez que llegaba al- guien al pueblo me avisaban: “ —Por ahi andan unos fuerefios, Juvencio. “Y yo echaba pal monte, entreveréndome entre los madrofios y pasindome los dias co- miendo verdolagas. A veces tenfa que salir ala media noche, como si me fueran correteando los perros. Eso duré toda la vida. No fue un afio ni dos. Fue toda la vida”. Y ahora habian ido por él, cuando no espera- ba ya a nadie, confiado en el olvido en que lo tenia la gente; creyendo que al menos sus til- timos dias los pasaria tranquilos, “Al menos ‘esto —pens6— conseguiré con estar viejo. Me dejaran en paz” Se habfa dado a esta esperanza por entero. Por eso era que le costaba trabajo imaginar morir asi, de repente, a estas alturas de su vida, des- pués de tanto pelear para librarse dela muerte; de haberse pasado su mejor tiempo tirando de un lado para otro arrastrado por los sobresal- tos y cuando su cuerpo habia acabado por ser un puro pellejo correoso curtido por los malos. dias en que tuvo que andar escondiéndose de todos Por si acaso, zno habia dejado hasta que se le fuera su mujer? Aquel dia en que amanecié con la nueva de que su mujer se le habia ido, ni siquiera le pas6 por la cabeza la intencién de salir a buscarla. Dejé que se fuera sin indagar & Laais Gonzalez Palma, 13-8 para nada ni con quién ni para donde, con tal de no bajar al pueblo. Dej6 que se fuera como se le habia ido todo lo demas, sin meter las ma- nos. Ya lo tinico que le quedaba para cuidar era la vida, y ésta la conservaria a como diera lugar. No podia dejar que lo mataran. No po- dia. Mucho menos ahora. Pero para eso lo habian traido de alla, de Palo de Venado. No necesitaron amarrarlo para que los siguiera. El anduvo solo, inicamente maniatado por el miedo. Ellos se dieron cuen- ta de que no podia correr con aquel cuerpo viejo, con aquellas piernas flacas como sicuas ae su mirada, Pelicula ortocromat Himinas de oro. 89 x87 em / 50x50 em secas, acalambradas por el miedo de morir. Porque a eso iba. A morir. Se lo dijeron Desde entonces lo supo. Comenzé a sentir esa comez6n en el estémago que le llega- ba de pronto siempre que vefa de cerca la muerte y que le sacaba el ansia por los ojos, que le hinchaba la boca con aquellos bu- ches de agua agria que tenfa que tragarse sin querer. Y esa cosa que le hacfa los pies pesa- dos mientras su cabeza se le ablandaba y el coraz6n le pegaba con todas sus fuerzas en las costillas. No, no podia acostumbrarse a la idea de que lo mataran. 2017 | mayo ti 2t Tenia que haber alguna esperanza. En algin lugar podria aan quedar alguna esperanza Tal vez ellos se hubieran equivocado. Quiz buscaban a otro Juvencio Nava y no al Juven- cio Nava que era él Caminé entre aquellos hombres en silencio, con los brazos caidos. La madrugada era oscura, sin estrellas. El viento soplaba despacio, se llevaba la tierra seca y traia mas, llena de ese olor como de orines que tiene el polvo de los caminos. Sus ojos, que se habfan apeftuscado con los afios, venfan viendo la tierra, aqui, debajo de sus pies, a pesar de la oscuridad. Alli en la tierra estaba toda su vida. Sesenta afios de vivir sobre de ella, de encerrarla entre sus manos, de haberla probado como se prueba el sabor de la carne. Se vino largo rato des- menuzandola con los ojos, saboreando cada pedazo como si fuera el tiltimo, sabiendo casi que seria el ultimo. Luego, como queriendo decir algo, miraba a los hombres que iban junto a él. Iba a decirles que lo soltaran, que lo dejaran que se fuera: “Yo no le he hecho dao a nadie, muchachos", iba a decirles, pero se quedaba callado. “Més adelantito selos diré”, pensaba. Y sélo los veia Podia hasta imaginar que eran sus amigos; pero no queria hacerlo. No lo eran. No sabia quiénes eran. Los veia a su lado ladeandose y agachéndose de vez en cuando para ver por donde segufa el camino. Los habfa visto por primera vez al pardear de Ia tarde, en esa hora destefiida en que todo pa- rece chamuscado. Habfan atravesado los sur- cos pisando la milpa tierna. Y é1 habia bajado a eso: a decirles que alli estaba comenzando a crecer la milpa, Pero ellos no se detuvieron. Los habia visto con tiempo. Siempre tuvo la suerte de ver con tiempo todo. Pudo haberse escondido, caminar unas cuantas horas por el cerro mientras ellos se iban y después volver a bajar. Al fin y al cabo la milpa no se lograria de Mayo | 2017 ningan modo. Ya era tiempo de que hubieran venido las aguas y las aguas no aparecian y la milpa comenzaba a marchitarse. No tardaria en estar seca del todo. Asi que ni valia la pena de haber bajado; ha- berse metido entre aquellos hombres como en un agujero, para ya no volver a salir. Y ahora seguia junto a ellos, aguantandose las, ganas de decirles que lo soltaran. No les veia Ia cara; s6lo veia los bultos que se repegaban o se separaban de él. De manera que cuando se puso a hablar, no supo si lo habian ofdo. Dijo: Yo nunca le he hecho dafio a nadie —eso dijo. Pero nada cambié. Ninguno de los bultos parecié darse cuenta. Las caras no se volvieron a verlo, Siguieron igual, como si hubieran ve- nido dormidos. Entonces pens6 que no tenia nada mds que decir, que tendrfa que buscar la esperanza en algain otro lado. Dejé caer otra vez los brazos entré en las primeras casas del pueblo en me- dio de aquellos cuatro hombres oscurecidos por el color negro de la noche. —Mi coronel, aqui esté el hombre. Se habian detenido delante del boquete de la puerta. El, con el sombrero en la mano, por respeto, esperando ver salir a alguien. Pero slo salié la voz: —{Cuél hombre? —preguntaron. —El de Palo de Venado, mi coronel. El que us- ted nos mando a traer. —Preguintale que si ha vivido alguna vez en Alima —volvié a decir la voz de allé adentro. —iEy, ta! Que si has habitado en Alima? —repitié la pregunta el sargento que estaba frente a él. a =i. Dile al coronel que de alla mismo soy. Y que alli he vivido hasta hace poco. —Pregintale que si conocié a Guadalupe Terreros. —Que dizque si conociste a Guadalupe Terreros. —(A don Lupe? Si. Dile que sf lo conoci. Ya muri6. Entonces la voz de alld adentro cambié de tono: Ya sé que murié —dijo. Y siguié hablando como si platicara con alguien alla, al otro lado de la pared de carrizos: —Guadalupe Terreros era mi padre. Cuando creci y lo busqué me dijeron que estaba muer- to. Es algo dificil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enraizar esté muerta. Con nosotros, eso pasé. “Luego supe que lo habian matado a mache- tazos, clavandole después una pica de buey enel estémago. Me contaron que duré mas de dos dias perdido y que, cuando lo encontraron tirado en un arroyo, todavia estaba agonizan- do y pidiendo el encargo de que le cuidaran a su familia. “Esto, con el tiempo, parece olvidarse. Uno trata de olvidarlo. Lo que no se olvida es llegar a saber que el que hizo aquello esté atin vivo, alimentando su alma podrida con la ilusion de la vida eterna. No podria perdonar a ese, aunque no Io conozco; pero el hecho de que se haya puesto en el lugar donde yo sé que esté, me da dnimos para acabar con él. No puedo perdonarle que siga viviendo. No debia haber nacido nunca”. Desde acd, desde fuera, se oy6 bien claro cuan- do dijo. Después ordens: —(Liévenselo y amérrenlo un rato, para que padezca, y luego fusilenlo! a —|Mirame, coronel! — pidio él—. Ya no valgo nada. No tardaré en morirme solito, derrenga- do de viejo. No me mates... —{Llévenselo! —volvié a decir la voz de adentro. —..Ya he pagado, coronel. He pagado mu- chas veces. Todo me lo quitaron. Me castiga- ron de muchos modos. Me he pasado cosa de cuarenta afios escondido como un apestado, siempre con el pélpito de que en cualquier rato me matarian. No merezco morir asi, co- ronel. Déjame que, al menos, el Sefior me per- done, jNo me mates! jDiles que no me maten! Estaba alli, como si lo hubieran golpeado, sacu- diendo su sombrero contra la tierra. Gritando, En seguida la voz de alla adentro dijo: —Amérrenlo y denle algo de beber hasta que se emborrache para que no le duelan los tiros. Ahora, por fin, se habia apaciguado. Estaba alli arrinconado al pie del horcén. Habia veni- do su hijo Justino y su hijo Justino se habia ido y habia vuelto y ahora otra vez. venia. Lo eché encima del burro. Lo apretalé bien apre- tado al aparejo para que no se fuese a caer por el camino. Le metié su cabeza dentro de un cos- tal para que no diera mala impresi6n. Y luego le hizo pelos al burro y se fueron, arrebiatados, de prisa, para llegar a Palo de Venado todavia con tiempo para arreglar el velorio del difunto. —Tu nuera y los nietos te extrafiaran —iba di- ciendo—. Te mirardn a la cara y creeran que no eres ti. Se les afigurard que te ha comido el coyote cuando te vean con esa cara tan Ilena de boquetes por tanto tiro de gracia como te dieron, 20171 Mayo Para contradecir al maestro Juan Rulfo Andrés Vergara Aguirre A Juan Rulfo le gusta levar la contraria. Y siempre busca el silencio. Por eso, en vez de afiadirles paginas a sus obras, de por si dema- siado flacas para la grandeza y la fama que han conquistado en la literatura universal, quisiera sustraerles paginas hasta que se desvanezcan de nuestras bibliotecas. No obstante, si lograra sucometido, en un acto de infinitas humildad y arrogancia simulténeas, los testimonios sobre sus obras no podria borrarlos. Podria llevarse sus cuentos y su novela, y tal vez convencernos de que nunca existieron sino que apenas los sofiamos, en un mundo parecido a ese de los murmullos que de Comala se extiende por toda América Latina, pero ya no podria negar lo dicho por tantos de sus lectores. Como Elias Canetti, quien afirma sobre “Diles que no me maten”: “No he conocido cuento mas perfec- tamente construido, mas conmovedor y mds entrafiable. Es dificil encontrar un cuento don- de la emocién, la inteligencia y la expresion se junten y constituyan un herofsmo literario”* ‘© como Jorge Luis Borges, quien dice que 5 Pedro Paramo “es una de las mejores no- vvelas de las literaturas de lengua hispa- ~ nica, y aun de toda la literatura”? Cuando se le pregunta qué tantos recuerdos de su infancia hay en su obra, Rulfo, por llevar la contraria, insiste en que “recuerdos simple- mente no los hay”, pero a renglon seguido se contradice: “lo que hice fue ubicarme en esa regiGn [de Jalisco], porque la conozco algo, porque la conozco, y porque la infancia es lo que més influye en el hombre. O sea, es una de las cosas que menos se olvida, que mas per- siste en la memoria de cualquier hombre y, efectivamente, hay el ambiente, la atmésfera, la luz, la misma situacién social, todo eso lo recuerdo y por eso decidi ubicar todo lo que he hecho en esa region”? Contradictorio afirmar que los recuerdos no estén, porque su obra y sobre todo su silen- cio son un constante murmullo en el que evo- ca aquellos tiempos de infancia, de la Guerra Cristera, que de cierto modo lo favorece por- que entonces a su casa llevan, para custodiar- Ia, la tinica biblioteca del pueblo, la del cura, y alli sacia su temprana voracidad de lector, con mucha “subliteratura’, calificativo que da a obras como las de Emilio Salgari y de Ale- jandro Dumas, por ejemplo. Pero también encuentra obras “serias’, dice, especialmente de escritores nérdicos, como Knut Hamsun, de quien lo impresionan hondamente algunas de sus novelas, entre ellas Hambre (1890), que gira en torno a la miseria en la urbe. A sus catorce aiios se traslada a Ciudad de México, donde asiste como oyente a algu- nos cursos de arte en la Facultad de Filoso- fia y Letras de la Universidad Nacional (hoy, UNAM). Alli, como parte de las lecturas de clase, se aproxima a los escritores de la revolu- cién mexicana, entre los que le causa una gran impresion Rafael Felipe Munoz, quien dedica varias de sus obras a exaltar la vida de Pancho Villa. Estas lecturas también marcan la trayec- toria de Rulfo. En esa época, por presién de la familia, inten- ta estudiar leyes, pero no aprueba los exame- ax Fotografia Jairo Osorio. Juan Rulfo en Medellin, (@la izquierda, Darfo Ruiz Gémez) c, 1978 Archivo del autor nes de ingreso a la Facultad de Derecho, y en- tonces entra a trabajar con el gobierno como agente de inmigracién, cargo que desempefia entre 1936 y 1946. En ese cargo coincide con el poeta y cuentista Efrén Hernandez, quien cuando descubre el interés de Rulfo por la literatura lo anima a publicar sus primeros cuentos, que més tarde seran parte del volu- men El Llano en llamas. Después trabaja como agente viajero en la Goodrich-Euzkadi, don- de tiene la oportunidad de conocer “toda la teptblica’, dice para aludir a una larga corre- ria por los més apartados pueblos mexicanos, donde entra en contacto con campesinos que todavia conservan muchas de las tradiciones indigenas; este encuentro ser decisivo en sus futuros relatos. Es contradictorio que el escritor diga que en su obra no estan los recuerdos de la infan- cia, cuando en esa imagen de Juan Preciado prometiéndole a su madre moribunda que buscar a Pedro Péramo evocamos al peque- fio Rulfo, de diez aftos, junto al cadaver de su madre difunta. Y en la voz triste del sar- gento dispuesto a consumar la venganza en “Diles que no me maten” también hay un eco del autor a sus seis aftos, junto al cadaver de su padre asesinado. Por eso, la voz del perso- naje se funde con la del escritor cuando dice: “Guadalupe Terreros era mi padre. Cuando 2017 | Mayo creciy lo busqué me dijeron que estaba muer- to. Es algo dificil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enraizar esta muerta. Con nosotros, eso pas6”.* ;Cuan- ta angustia en esa voz! Adentrarse en Comala, en ese mundo de mur- mullos interminables que hardn reventar un coraz6n por el miedo, es escuchar la voz de aquel muchachito que se empefia en recuperar las voces de sus muertos, porque no se resigna ala temprana orfandad. Ahi, detrés de Juan el personaje, esté el otro Juan, el escritor, dialo- gando con sus muertos. Y vuelve a contradecirse el escritor cuando afirma: “Yo no reflejo los problemas de mi pais”.® ;Claro que si! En esas paginas estan los problemas sociales, las desigualdades, la opulencia de unos cuantos frente a la mise- ria de tantos, la inconformidad de los cam- pesinos, la ignorancia, la sequia, las guerras, el fanatismo de un mundo en el que la Igle- sia ejerce un poder irracional e ilimitado, la mitologia, el sincretismo religioso en el que se mezclan, por ejemplo, tradiciones indige- nas y catolicismo en los rituales frente a la muerte. Si no, gentonces qué es Pedro Péramo? Precisamente, un canto a la hibridez religio- sa de México y de Latinoamérica, en el que la conquista espiritual “quedo a medias”, se- gtin dice el escritor, donde el pueblo es “mi- tad cristiano, mitad pagano”. Es también un canto al lenguaje popular convertido en arte a través de un uso cuidadoso, calculado, que le confiere una gran dimensién estética, lo mis- mo que esas miles de imgenes que el Rulfo fotégrafo capt6 de la cotidianidad mexicana, y en las cuales, a partir de un uso también cuidadoso de la luz, logra que el espectador vea o intuya muchos de los mismos fantas- mas que pueblan sus relatos Y en este punto también vale contradecir al maestro, 0 mas bien sefialar sus propias contradicciones cuando dice que es fot6gra- Mayo| 2017 fo para plasmar la realidad porque cuando escribe lo hace sobre un mundo imaginado. No, Maestro, perdone usted: sus fotografias tienen tantos fantasmas y seres imaginarios como sus relatos, y al mismo tiempo sus rela- tos tienen tanto de la realidad como aquellas imégenes. Tantas contradicciones, seguramente le faci- liten entender que muchos de los lectores no comprendan su Pedro Péramo, ni siquiera los criticos, que la reciben con diatribas; incluso el propio Ali Chumacero, jefe de produccién del Fondo de Cultura Econémica, que habia pu- blicado la novela, reniega de ella, y entre otras, cosa sefala que es “una desordenada compo- sicién que no ayuda a hacer de la novela la unidad que [...] se ha de exigir de una obra de esta naturaleza”, y ante la incredulidad del es- critor por semejante despropésito del editor, este le responde: “No te preocupes: de todos modos no se vendera”.* Y efectivamente, al comienzo fue un fracaso editorial, como suele ocurrir con una obra que rampe esquemas, en este caso en su juego con el espacio, el tiempo y la estructura narrativa, por ejemplo. Y que estas Iineas no parezcan diatriba, cuando en verdad son un homenaje —en el centenario de su natalicio— a toda la grandeza de sus pa- ginas, en las que logro plasmar con maestria un mundo tan propio: su obra literaria y sus, fotografias constituyen, como el pueblo de Comala, un mundo donde Rulfo, que siempre se negé a levantar la voz, nos sigue hablando con sus incesantes murmullos, en ese retrato magistral que logr6 plasmar sobre este lugar sinerético que es América Latina; relato que, segtin conté alguna vez, comenz6 con “un ideal llamado Susana San Juan”, inspirado en “ana muchachita a la que conoci brevemente cuando yo tenia trece anos”. ;Si ve? Todo hace Por cierto: también qued6 el testimonio de que escribié tres versiones de la novela, y cada vez ae Fotografia Jairo Osorio, Juan Rulfo en Medellin, 1978, Archivo del autor le quitaba paginas y mas paginas, hasta que el editor logré arrebatarsela. Si no, quizé él hu- biera condenado a la hoguera a Pedro Péramo, como dicen que ocurrié con otras obras que estuvo escribiendo y que al final no queda- ron sino en murmuraciones, como Cordillera y Ozumacin, entre otros proyectos que al fin ar- dieron en el fuego de su rigor, del que al final se salv6 El gallo de oro, publicada en 1980. Hay que agradecerles a Efrén Herndéndez, a Juan José Arreola y a Antonio Alatorre, a Ar- naldo Orfila y Joaquin Diez, y también a Alf Chumacero, que lograron sonsacarle los cuen- tos para publicarlos en distintas revistas, y fi- nalmente en el volumen El Llano en ilamas, en 1953. Dos afios més tarde, en 1955, después de muchas bregas, el editor logré imponerse ante la indecisién del escritor, y al fin se impri- mi6 Pedro Péramo, considerada hoy una de las obras literarias més importantes de América Latina. a Referencias Borges, J. L. (2003), en: VV. AA., Subidos de tono. Cuen- de amor, Lima, Coedicion Latinoamericana, p. 167. italo en: Diez, M. (2006). Letralia, vol. X (143), Vene- zuela,en linea: http://letralia.com/143/ensayo0 htm Cruz, J. (1979). “Entrevista. Juan Rulfo: ‘No puedo escribir sobre Io que veo”, en: El Pais, 19 de agosto, Madrid, disponible en digital: hitp./ elpaiscom/el- pais/2015/07/27 /actualidad/1437991191_012418 html Rulfo, J. (1985). Obra completa, Caracas, Biblioteca de Ayacucho, p. 58, Cruz, J, op. cit, Chumacero, A. (1955). “El Pedro Paramo de Juan Rulfo”, en: Universidad de Mérico, vol. IX (8). México. CUR Corea eee eee oie eee meter renee lombiana de la Facultad de Comunicacione de la Universidad de Antioquia. Es autor del oe Fi 2017 | Mayo

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