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JUAN VILLORO EL DOMINGO DE CANELA AGITARIO SE ATREV gordo. Marcos lo vio partir su filete con esmero y luego pasar la mano sobre Ia bolsa de la ca- misa donde llevaba Ins apuestas. Era imposible pen- sar en el gordo Echeverry sin su atuendo de lefiador cextraviado; la camisa cuadriculada de franela, las bo- tas que segi é1 (lo repetia con sospechosa insisten- cia) causaban delirio entre los montafistas. Por el momento, las botas no causaben otra cosa que tropezones entre quienes circulaban en el pasillo. ‘Marcos veta el cuero negro y las agujetas tremenda- ‘mente amarillas cuando el gordo se volvié a quejar del filete. Hiabfa desquicindo a los meseros con su pre- cisa nocién de lo que debia ser un filete sangrante; el mismo plato fue y vino varias veces, mientras Mar- cos trataba de contar las que despuntaban en Ia camisa, Eran suficientes para recordarle que lle- vaba mucho sin pagar un quinto en el hipédromo. To- mé otro trago de cuba, buses algo que lo distrajera en una mesa vecins; de cualquier forma le molesté ser incapaz de responder a la generosidad del gordo. Echeverry se hacia cargo de las cuentas con time diotaccidn, coment ademéa de lo billetos top dos de las apuestas ganadas y perdidas dispusiera de una cantidad ilimitada; en verdad silo era rico por minutos, pero no podia hacer algo sin exagerar, in- cluso como locutor tenfa un estilo tan bombdstico que en 6u vor ‘‘nosocomio”, “aromético grano”, “galeno”, parecian elecciones naturales, preferibles a sus raqui- ticos sinénimos. Y el gordo jamés le habia hecho sentir la crueldad de la cuenta acumulada, al contrario, actuaba como siel dinero fuera un sobrante, algo que en sus manos resultaria estorboeo, y como si no fuera a dar a Mar- cos sino a una causa superior, el teatro mismo. ,No fue él, a fin de cuentas, quien lo convencié de que va- Ifa 1a pena seguir trabajando con Pefialosa? (Sei ses de contorsiones y alaridos, de entender el teatro como un acvso visual, para no dar una funcién! ‘La luz daba de leno en el ventanal que separaba el restordn de la pista. La primera carrera habia ter- minado como una oscura rifaga, imposible distinguir los apretados cuerpos de los caballos, més allé del cris- tal centellante. Ahora la sombra habia ganado la tie- ra arenosa; un hombre de pies pequefios pisoteaba lag hendiduras en la pista. La segunda carrera s6lo sirvi6 para que Marcos se a todo —dijo el preocupara més. Bl gordo voleé la mantequillera y la salsa mexicana con sus purietazos en la mesa. Luego llegaron otras cubas y la siguiente carrera lo encon- tr6 més relajado, Se entretuvo viendo a las mujeres desaforadas. Le fasciné el momento en que los caba- los pasaban frente al restorén y las mujeres salta- ban entre alaridos, los pechos oscilando en blusas més vvistosas que las de los jockeys. Se distrajo tanto que le aplaudié a otro cabaillo. Tuvo que ver la cara de su ‘amigo para saber que estaban del lado equivocado de la carrera, El disgusto de Echeverry por el nuevo des- perdicio de zrifectas y candados se extendié a las mu- Jeres del hipddromo. Despreciaba ese entusiasmo ‘elemental, los brazaletes agitados con furor que en elcierre de cada carrera convertian al restorén en una jayerfa asaltada. Si Marcos podia sacar algo en claro ‘de los lances amorogos del gordo era que sélo le inte- resaban las mujeres que tuvieran complicaciones. ‘Buena parte del ceremonial del domingo consistia en fingir que también a Marcos le gustaban mucho las carreras. No se veian en otro sitio. Sus ensayos terminaban a las cuatro de la mafiana y Echeverry entraba a las seis a cabina. E] domingo se ponfan al tanto de lo que sucedia en sus horarios contrapues- tos; Echeverry le preguntaba del teatro, él procura- ‘ba no mencionar la radioy lo hacia hablar de la mujer que le habia hecho compleja la semana. ‘Empezaba a oscurecer cuando se escuché el grito de “jarrancan!” por el altavor. Esta ver Marcos siguié Ja carrera hasta su nitido desenlace: Arleguin, Mo- ‘Aoso, Neon Light. —Es lo malo de los Sagitarios —dijo el gordo—. Nos tienta el azar pero no tenemos dotes adivinatorias. jNo tengo un pinche planeta en Piscis! Una vez metido en terreno astrologico, Echeverry divagaba con pasién. Haba que cambiar de tema. ‘Woy pensando on valvor ia tsle aio Marcos, -{Qué? Si quieres dinero te presto. Basta una vide abyecta en esta mesa, ‘No habfa vuelto a pensar en el tema desde que tra- ‘bajé en una telenovela sobre un santo, Actué de misio- nero y ofrecié caridad en un espaol tan histérico que venfa de alguna etapa anterior a Ia gramética. Des- pués de su tltimo capitulo, en el que bess un crucifi- Jo olorose a Resistol, hizo una auténtica profesién de fe: no regresaria a la televisin, seguiria para siempre en la madera cruda de los escenario. Pero esto tam- poco le trafa grandes recuerdos; actué en condiciones Vuelta 138 26 Mayo de 1988 Ex pommao pe CANELA que merectan la intervencién del Tribunal Russel: azoté y fue azotado, lo ataron de pies y manos, se desnudé infinidad de veces, fue rocindo de saliva por recitadores exaltados, lo suspendieron de cabeza en 1o alto del escenario, aprendié a despojaree de su cuer- po, a someterlo a un castigo exultante, se convirtié enccarne eloeuente. Y luego, por fortuna, vino el cam- bio, la austera elegancia de los parlamentos, el tea- trode voces, en ocasiones Peter Handke, casi siempre Harold Pinter. Basté que Marcos insinuara que ahora sf iba a clau- dicar para que Echeverry hablara del teatro pobre con. ‘entusiasmo suficiente para desatender dos carreras; nunca era tan buen amigo como en los momentos en. que le recordaba su historia teatral, trabéndola con una légica que sélo 61 era capaz de ver. —Ahorita vengo —dijo al fin, seguro del efecto de "Deel foleto de hipsdromoacbre la mean, Ret Dejé el fo i mesa, Retinto xy Barcelona enmarcados en évalos de tinta. Los reflectores se encendieron. Las plantas al cen- trode la pista adquirieron mayor relieve. Marcos vio los arbustos en forma de trébol y herradura mientras Jos caballos se paseaban calmosamente con sus cober- tores. Encendié un cigarro y aspiré despacio, disfru- tando del restorén donde los platos y los meseros habian desaparecido. Una agradable modorra antes de volver a las mujeres frenéticas y Ia ansiedad de Echeverry, que llegé con nuevas tiras de papel en su ‘camisa. La carrera se inicié con un tropel de rui- dos en las meeas. Echeverry se pasé las manos por el pelo, o lo que quedaba de él, los mechones hirsutos que flanqueaban su amplisima frente. Se concentré ‘en la pista, Marcos veia los brazos bronceados de una mujer cuando los gritos de Echeverry lo hicieron des- viar la vista a la carrera. Canelase nla pri mera curva, punted en todo el recorrido y cerré con dos cuerpos de ventaja sobre Barcelona. El jockey en- tré a la meta como una réfaga violdcea y Echeverry alzé au boleta como un pendén triunfal. Abrazé a Mar- con, le grits al ofdo, lo palmes cuatro, cinco veces, 9e enjugé las lagrimas. {No le ibas a Retinto? —pregunté Marcos, tin in- capaz de compartir la excitacién. —Cambié en el altimo momento. ;Una inspiracién! Nos habta ido pésimo con loe favoritos. En el marcador de las apuestas empezaron a cus- jar némeros luminosos. Marcos vio la cara tensa de ‘su amigo, la mirada que parecia seguir tratando de discernir los caballos confundidos en la meta, y de- 226 que la apuesta pagara mucho, mucho, como para justificar las manos aferradas al mantel en tantos do- mingos de derrota. Echeverry habia hecho tal eecéindalo que cuando el marcador se detuvo en una cifra excepeional, recibié aplausos de Ins mesas vecinas. Agradecié con excesi- va parsimonia, tal vez para mostrar que estaba acos- tumbrado al triunfo. El pasillo estaba repleto, pero 41 se abrié paso con facilidad; su atuendo tenfa una autoridad propia: nada més légico que la apuesta ré- cord fuera a dar a un lefiador extravagante y no a los expertos que llevaban en la corbata un fistol con una pequefia herradura, Echeverry disfrutaba inmensamente su momento, como si cada uno de sus actos le reportara un triunfo adicional. Regresé a la mesa, Ia bolsa de la camisa hinchada en una forma casi alarmante, no quieo ver la siguiente carrera, dejé una propina exagerada y ha- bi6 de celebrar toda la noche. Las mesas estaban dispuestas en distintos niveles, El gordo vio a un conocido alld abajo; se despidi6 con tun ademén que parecié abarear el restorén entero. Marcos lo siguié y aleanz6 a escuchar que brindarian en una terraza magnifica a la salud de Canela y Bar- celona y las almas de cuarenta y cinco kilos que los habfan tripulado. Echeverry anunciaba sus ocurren- cias en vor alta, un heraldo de sf mismo, hasta que n su entusiasmo menosprecié un peldaiio y resbalé aparatosamente. —jPuta madre, mi tobi Marcos lo ayud6 a incorporarse y se dio cuenta de algo que no supo como acomodar en su mente, ‘una sorpresa malbarajada entre otras sorpresas: en la bolsa de la camisa no habia més que papeles revueltoa. —Pero site caiste de un escalén —dijo por decir algo. Sf, pero lo tengo falseado de por vida. Hace sigloe me dieron con un bastén de hockey. {De hockey? Basta un resbalén para que mejores tu biografia. El gordo se apoyé en él y siguié en el mismo tono delirante: —Jugaba en una liga bastante respetable para un pais tropical. Yo era pésimo, naturalmente. Mi fun- cién consistia en tirarme como obstéculo en el hielo. Recibi més bastonazos de los que merece un ree cogi- tana, Todavia tengo astillas incrustadas —saltaba en un pie, la mano derecha aferrada al antebrazo de Mar- 06; parecta increible que un tobillo se pudiera torcer dentro de eos bota acorazada, —Agh, no puedo ni apoyarme. Vas a tener que ma- nejar ti. Ya lo sabia, tengo a Saturno en la sexta Ca- aa, Date de santos que no me maté. Fue tan dificil introducirlo al coche que Marens ape- nas tuvo energia de preguntar adénde iban. —A mi casa, jadénde més?, tengo el tobillo de elefante. Hacia mucho que no iba 9 1a casa, de modo que Echeverry tuvo que guiarlo en la marada de calles de un solo sentido. Tal vez la construccién fuera me- nos vieja de lo que aparentaba, en todo caso, el slti- ‘mo brochazo a ta fachada debe haber cafdo por 1960, Echeverry sacs un manojo con tantas Ilaves como si fuera colador de un internado. —Los roboe estén cabrones —-dijo, mientras Marcos abria la dltima cerradura, a nivel del piso. La casa estaba en total desorden. Marcos recogié ‘una estatuilla que habia cafdo al suelo. Increfble que Echeverry viviera de ese moo. Realmente hacia mu- cho que slo eran amigos durante cinco horas del domingo. Pasaron a la cocina, el nico sitio de la casa que pe- recia habitado, ‘Vuoita 138 27 Mayo de 1968 Juan Vittoro —1Se te antoja un 16? —el gordo abrié una lata y hasta Marcos llegé un olor a tabaco de pipa. TLuego Echeverry se senté con trabajo. Resopl6. Hur- g60n sus bolaillos y sacé cosas que hecfan pensar en la otra parte de la casa: un paiiuelo revuelto, céscaras de cacahuates, la cuenta del restorén, las ilaves, un cortautias oxidado, un objeto pequetio tallado en hue- 0, semejante a la eapina de un pez sierra, Echeverry Joe vio uno por uno y los guardé distraidamente en bolsillo. Sélo las cdscaras quedaron en Ia mesa. La revelacién del gordo le produjo un estupor sin sorpresas, como si entrara en contacto con algo frio j[tilade, pero no demasiado extraso, un utenti de ‘cocina, tal vez, Peneé en abelanzarse sobre él, ¥ por o2o oo hig abla algo mus abwurdo que pensar sus impulaos? Ya estaba demasiado lejos, en un sitio donde Sandra guardaba reliquias que a élle parecian ridiculas, trozos de tepaleate, aquel objeto dentado que ahora se complicaba en su mente, convirtiéndose en tun signo de otro tiempo. Tuvo la impresién de dispo- ner de una contrasefia invertida, que elo servia para cerrar puertas que hab(an quedado abiertas En una época en que la obra de moda se Ilamaba Et efecto de los rayoe gama sobre las caléndulas todo pa- Fecia posible, incluso que ellos fusran actores. La‘i- da Joa habia juntado en algo que a la distancia parecta una fraternidad con las mismes, ciegas, preferencias. Las conversaciones crecian hasta el amanecer y refe- rirse al teatro era como anunciar una forma del futu- 10; s6lo se interrumpfan en los momentos de crisis en que se acababan los cigarros y alguien (casi siempre el gordo Echeverry) tenia que ir a loe velatorios del ISSSTE, a le vuelta de donde vivia Sandra. ‘La habfan conocido en uno de tantos ciclos dedica- doe a los Actores Eternos. Marcos y Echeverry aca- baban de entrar a la Facultad, encontrar oémpli. era ya un poco estar en un reparto, Esa noche, James Stewart best lentisimamente a Grace Kelly. Cuando 1a gala los devolvié a su molesto resplandor, Marcos la deacubrié entre el pablico, o mejor, deecubrié la bol- sa delgadita que sostenia en sus dedos y parecia un estuche para guardar lépices. Le dijo algo que luego nadie podria recordar, pero que de algin modo esta- blecié un punto de contacto entre ellos y Grace Kelly, que tal vez habia usado ef mismo estuche en la pan- talla, Horas después el gordo dibujé un a do Planotes on uo sergcas wn enambre Las efemérides de hoy. Asi anda el cielo. Pidi6 otra ronda de cervezas y durante media hora eatreverd sus tres destinos con el sistema solar. A ‘Marcos le hubiera dado igual que hablara de la Cons- telacién de la Langosta, pero de cualquier forma crey6 cen loa milagros de esa noche: Sandra habia ido sola al cine, odiaba a los actores franceses que recitaban sus, parlamentos como si Llevaran cinco afios en peicoand- isis, era actriz, nunca habia actuado. Esa fue la pri- ‘mera noche en que Marcos vio al gordo resistir la ten- tacién de desviar la plética a una partida de péquer. ‘Curiceo que uno recordara las casas por sus desper- fectos, al menos a 61 le gustaba hacerlo asi; esas pe- ‘quefias fisuras hacian interesante la vida de entonces. La casa de Sendra fue primero la puerta defectuea que habia que atrancer con un pelo de eacoba, y luego seria la Have de agua sin llave (s6lo quedaba el torni: Moy para hacerlo girar habia que entrar a la regadera ‘con una moneda de cinco centavos), Pero en la primera visita, la sala fue ante todo una coleccién de cosas ex trafias que no pensaron que ella tuviera: tepalcates y puntas de obsidiana que debian venir de otro tiem. ‘Po; no les costé trabajo adivinar Ia desagradable pre- sencia de un antropélogo; de cualquier forma vieron con falsa admiracién los flautistas de barro, las més- caras, un amuleto con forma de espina (el gordo se interesé en el tema cuando supo que era un signo adi vinatorio mexiea, pero dejé de hacer preguntas cuando ‘eacuché que también se usabs para el autosacrificio). Poco a poco se fueron acostumbrando a la casa en 1a que no todo tenfa que ver con Sandra, y una noche el gordo fue a comprar cigarros, se tardé més de la ‘cuenta, ya no regress, Marcos se quedé con el pelo cas- tafio de Sandra, sus senos pequetios, los lunares es- condidos, y no le molesté que la ausencia de su amigo Jo guiara como una mano secreta hacia esa zona vi- va, al aliento que se mezclaba con el suyo; al contra- rio, le parecié inverosimil haber tenido que hablar tanto, tanto preludio para llegar a la boca de Sandra. Luego los primeros ensayos, regresar de madruga. da al barrio leno de conventos y manicomios, acos- tarse en el momento en que las calles se poblaban de uuniformes grissiceos, negros, blancoe. Tenderse en la ‘eama con los masculos entumecidos, perderse en una regi6n cada ver més blanda y lenta y silencioea, lejos del mundo de afuera, donde todos tenfan prisa. ‘Nunes le pregunté a Echeverry si esa noche habia ‘dejado pasar el tiempo en los velatorios, fumando en- ‘tre lantos ajenos y el agobiante olor de las coronas finebres, o si se habia ido directamente a casa. En todo caso habia sabido leer las miradas antes que cellos, Marcos no quiso mencionar el asunto porque es- taba harto de entrar al dominio astrolégico. Para el gordo, los temas intimos pasaban par los planetas. Me- Jor hablar det teatro, alguna brutal genialidad de Pe- ‘alosa, que empezabe a llevar el teatro a la frontera con el crimen. ‘Sandra entré y salié de su vida como en un cambio de escena. Hubo muchos montajes y de golpe ese ins- tante: Marcos ya no estaba en el soft beige de Viejos tiempos sino en el sofé marrén de Tierra de nadie. To- do parecia una mudanza equivocada: el escenario ca si idéntico al de la obra anterior —Ias mismas luces mortecinas, el mismo rumor de Iluvia—, pero sin un sitio para Sandra, Ensay6 con la mente en otro lado, con Sandra en el sofé beige. Ella lo acompaaié a algiin ensayo y siguié la obra con estudiada indiferencia. Nada le importaba menoa que el éxito de Vigjoe tiempos se prolongara con una obra sin mujeres, —iPinter es un opiot —le dijo al salir del con una vor tan cortada que 61 entendié “api divirtié que se traicionara de ese modo; su vanidad nunca habia sido tan franca como la de las actrices ‘menos inteligentes que ella, y también le gusté eaa fragilidad que hasta entonces sélo le habia visto en ‘Vuote 188 28 Mayo de 1988 Ex. pominco pe CANELA ‘el escenario; anticipé sus ojos enrojecidos, el lal {erior mordido con fuerza, el mohin de reprocbe que Je salia tan bien. Pero Sandra fue la misma de siem- pre en su cuarto de Tlalpan. Al otro dia acepté una absurda gira a la provincia. ‘La ausencia de Sandra aumenté la confusién de los. ensayoa. En las primeras lecturas de ia obra habla sentido que se sometia a los caprichos de un dios des- ordenado; nada de lo que decia tenia mucho sentido. Ahora las largas distancias de Sandra sonaban en los ‘momentos mas ineaperados. Tal ver por eso se tard en preocuparse de Echeverry. Pero cuando las cosas encajaron en su sitio y las frases inconexas del pri- mer acto adquirieron {a carga de un final dominado, ‘Marcos se dio cuenta de algo que todo mundo parecia haber notado: Spooner era una ruina. Echeverry ha- bia hecho de su personaje un viejo vacilante; se ha- bia sobreactuado de un modo agénico. El director le pidié que hablara con él, « fin de cuentas era su me- Jor amigo. No sirvié de nada. Acepté su derrota con excesiva facilidad; e) personaje estaba mas allé de él. —Ademés ya consegui chamba de locutor — afiadié como ai hublera algo bueno en eo. Marcos le dijo que buscara otros papeles, después de todo, no cualquiera convence como anciano. Hay que aceptarlo: soy un gordo que no da el an- cho, o que aélo lo da en un papel que implique carca- jadas joviales, una masa enorme, puras virtudes ‘anatémicas,y ademés, eudntos papeles de gordo po- sitivo hay en el teatro? Luego vino el ensayo general, Sandra que nunca re- saab del todo, y Mare dajé de ponsat eu la carre- ra trunca de Bcheverry. El dia del estreno oo fjé ms en su saco de ante (acababa de grabar un comercial de sopas) que en la cara que tenia. Pasé varios meses en el departamento semiamue- blado de Tierra de nadie sin que es0 le ayudara a le gar al fin do Ins quincenas, Otra ver la ameneza de rematar sus discos favoritos, y el temor de que nadie quisiera comprarlos. Pero Echeverry resulté ser un amigo til desde su nueva profesién. Le empezS a prestar dinero en loe dias criticos, y con bastante re- gularidad olvidé en ou coche un sobre con marigua- na. No habia el menor recelo en esta ayuda.‘Seguia viendo a Marcos deade otro tiempo; su mirada entu- siasta era la misma de los aice de Facultad: el futu- ro abierto, el teatro posible. ‘Los breves retornos de Sandra no habfan sido muy afortunados. Una noche la oyé hablar con el mondto- ino desapego de tun personaje de Pinter, un tono mo- nocorde, neutro, que lo hizo desconfiar del furor con el que Luego grité en la came. Sin embargo fingié no darse cuenta, perpetué aque] juego de sombras al das de sus cuerpos. En oan dpora vera nus amigos se convirtg en tan (camo no vel Sanara: vole ina tian en las frases desgastadas quo 6l mismo le habia dicho a otra gente: dos actores no pueden estar en un cuarto sin robarse el oxigeno, etestera. De cualquier forma acabé por creer que ella de veras no habia s0- portado lo de Tierra de nadie. A fin de cuentas a 61 también le molesté que reapareciera en una obra sin 41, Pefialoga la hizo exponer sus senos bajo una luz lechoua. Y ahora af Ia expresién de fragilidad, la es- palda dolorosamente arqueada, Sandra inerme, acu- chillada por los reflectores. Marcos tuvo una ereccién ble al ver los castigos que asimilaba Sandra. Nada hubiera sido més sencillo que salir del teatro, pero la brutalidad de Petialosa era de una eficacia de- leznable; en todo caso é1 no logré oponérsele; siguis ahi, y hacia el final fue capaz de un distanciamiento que lo asombré, como si ese cuerpo nunca hubiera dor- mido entre sus manos. La obra tuvo tanto éxito que los eriticos amigos de Pefialosa se sintieron obligados a demostrar que no era pornogréfica. E] perfume de Sandra se habia quedado en los coji- nea de la sala. Un domingo sin teatro ni carreras de ‘aballos, Marcos ensayé un guiso hindG y todo el de- Partamento se impregné de un olor dulzén. Quizé fue al perder el olor de Sandra cuando se le ocurrié qui- tar la gorra de baiio que ella habia olvidado y desde hacia semanas le estorbaba al abrir el agua fria. La ‘guardé en un cajén donde tenia sus guantes de porte- To y otras cosas que no usaba. Ella podia alejarse de él, pero no desaparecer, en ‘algtin momento coincidirian en el reparto de una obra. Pero no coincidieron. Sélo la volvié a ver una tarde, en la cafeteria de los estudios de television. Llevaba ‘un impermeable, seguramente para actuar en un pro- grama; una léstima que en México nadie usara im- permeable; ella se veia bien con paraguas, pafioletas, as cosas de la lluvia. Esta vez le parecié que habis ‘adquirido una expresiGn de inteligencia algo neuré- tica, el tipo de rostro que fotografia mejor en blanco y negro, rodeado del ineesante humo del cigarro. Le Tecord6 a las bellezas del cine francés que tanto he- ban detestado, La saludé de lejos, ella apuré su café, Je hizo una seria vaga, salié del lugar. Cuando probé el café supo que se necesitaba mucha desesperacién para beber de un trago aquella miasma. ‘Sandra cancelé a dltima hora su participaciém en ‘una pelicula en la que él tenfa un papel modesto, y no volvié a entrar en su vida, como no fuera a través de algunas fotos que se habfen tomado juntos, mostrando ‘una felicidad tan delirante que a le distancia parecia patética, o de la gorra de baiio que de vez en cuando ‘asomaba en el cajén y le recordaba la lave del agua en la otra casa y Is vieja moneda para abrirla. ‘Y ahora volvia por otro medio, Marcos vio aquellas cosas absurdas salir de los bolsillos del gordo, y de Bronto el troso de hueso se volvé absurd de otro mo ‘Sélo.al ver esa reliquia de Sandra en las manos de Echeverry fue eapaz de algo que ya parecia una tor- peza: adivinar hacia atrés, predecir en tiempo pasado, Echeverry tomé una naranja de una cesta y la mon- 46 con un cuchillo pequeiio y curvo; produjo una ré- ida espiral que dejé en la mesa, junto a las demas céscaras. En cambio, se tardé mucho con los gajoe. Le ofrecié uno a Marcos, en la punta del cuchillo, —No aguanto el pie —desat6 el complicado nudo, quité la bota y una caleeta de rombos. Marcos masti- caba maquinalmente. Hubiera querido retomar la conversacion por otra Vuelta 188 29 Maye de 1968 Juan Vittoro punta, pero en verdad le llamaron la atencién las ra: Yyitas negras que el gordo tenia en la pantorrilla. Le pregunts por el hockey. —Son astillas, ya te dije —y se lanz6 a una divaga- ign lena de detalles: el suéter de los Osos Grises, el chirriar de los patines afilados, las nubes de vaho sa. liendo de las mascaras, los bastones vendados con cin- ta sislante, las tribunas casi vacias, la gloria ain testigos de un deporte minoritario. —Esas fueron mis primeras puestas en escens. No tan salvajes como las de Pefialoea, por supuesto Lo aabia demasiado bien, el gordo era una mezcla de impulsoe y letargos. Le enseié el amuleto que le trajo a Sandra pero aélo para lanzarse a borrosas es- peculaciones. Lo haba escuchado justificar su carée- ter muchas veces: “Sagitario es el centauro, la bestia magica, mitad impulso, mitad raz6n. Lanza le flecha yy la pervigue sin saber adénde va. Mientras avanza es aventurero; apenas se detiene es cerebral, un jine- te de af mismo" Se pregunté en qué direccién caeria, la siguiente flecha, pero en eso vio una hatea con ver- duran remojadan. Una frase le legs de algin sitio: Tal vez ella sea vegetariana. Vegetarians? “reds. Un parlamento de una obra en la que ya no saliste. Se repite una y otra ver: Tal vez ella sea vegetariana. ;De veras eras tan mal actor? “Me viste on Tierra de nadie, Me sobreactué hasta Ja madre, por pura inseguridad, Leo només no llegé «8 mi eequema —Mejor el teatro secreto, actuar sin piblico: un par- tido de hockey en un lugar donde a nadie le gusta el hockey. ;Has visto a Perialosa? —No —cantests Echeverry, sin dejar de masticar; 1 roatro se le habia encendido, come si morder gajos de naranja fuera un trabajo extenuante, —Supe que otra vez dirigié a Sandra. E] maestro sigue haciendo de las suyas. (Quién iba a decir que duraria tanto! —Es un cabrén con suerte. A veces vamos al hips- drome un domingo gané de la primera a la novens. ‘no te ha ofrecido un papel? chase fuera. Troné. ;Quién puede tomar en serio aun locutor que ni siquiera se niega a participar en la Hora Nacional? —No 86, tal vez con la euforia de las apuestas... ade- més no has dejado de practicar; tal vez con el hockey te pasaba igual y seguias dando bastonazos fuera de la cancha. Pensé en las mujeres ficticias que ocultaban a San- dra en las conversaciones del domingo. Quiz4 hubiera algo de verdad en lo que contaba el gordo, la historia de la astréloga era tan descabellada que debia tener un fondo cierto; sin embargo, a estas alturas lo que menos importaba era ai Echeverry habia inventado con autoridad o si él era capaz de creer cualquier cosa. Tomé un sorbo del t¢ atabacado que le habia servido Echeverry. Le hizo bien sentir la taza hirviendoen la mano derecha; controlé el temblor. Echeverry habia atado y desatado su vida, y tal vez lo que més le moles- taba no era que hubiera forzado ia ruptura, sino que de algdn modo también hubiera causado el comienzo, la noche en que no regresé a casa de Sandra. Sintié el calor insoportable en los dedos, aflojé la mano. {Por qué me lo dices ahora? —pregunté de prisa, antes de que el otro viera la palma enrojécida. —No te he dicho nada —Echeverry habia dejado de masticar, ahora tenfa un tono més tranquilo. —Me enseriaste el amuleto. Era de Sandra, me ima- gino que tienes otras cosas de ella. —No estaba seguro de que te acordaras de un signo adivinatorio. A fin de cuentas el apostador soy yo. ‘Vuelta 138 30 Mayo de 1968 Ex posanco pe CANELA ~Otra cosa. No tienes billetes en la bolsa. Me di cuenta cuando te eaiste, :para qué tanto teatro? —Querfa darte més armas.en mi contra: un traidor repugnantemente millonario, No queria que penaaras nel dinero que he perdido por tu culpa en estos afos. iY ahora me pasas la factura! Eres una mierda —No te podia ver en los ensayos, me sentia de la chingnda, dj a obra, qc ms quieres? Tal ves de toloe motioe yu ecabe fanra del teatro, pero.no ev lo trsmo fenaacter que renunciar en fave deat S te engatiaba te podia ayudar, era la ‘nica forma de que aceptaras algo. ~jl rain Reroica! No mames. ytd hubieran acabado on celdas acolcho- nadas, a la vuelta de su casa. La ‘nica diferencia en- tre ustedes es que ella se queria suicidar y ta estabas 4 punto de lograrle por accidente. —Tu intervencién fue un acto sanitario. Gracias. Qué mia? “Nadie separa a nadie, no seas pendejo. —Simplemente aprovechaste lo que toda mujer se re- serva para una tarde lluvioea, Qué es eso? ra de nadie. Yo te lo decia a ti. El té estaba tibio, Marcos bebié un {46 un sabor cargado y aélo entonces se que no le habla echado axécar. —Segut siendo tu amigo justo porque te engaiié — Echeverry vio su reloj. —=¥ ahora qué esperas? {La Ceremonia del Perdén? Ko. Te tengo otra sorpresa. Se levanté con soltura y fue a la estufa. —Necesitamos més té. Fingi la caida para traerte aqui, Nunca quieres venir. Nunca me invitas, tira, Rechazaste tantas invitaciones que pen- 6 que sablas lo de Sandra. feria que nos viéramos en otro sitio, es todo. =No lo sabias porque no querias. Todo mundo #e entera de esas cosas, —2Y por qué decirmelo ahora? No me has con- teniado No #6. Me cansé de no saber si lo sabies. Si fin- gias no darte cuenta eras un caso limite de nobleza, largo. Sin- fio cuenta de insoportable. =Y bi te digo que siempre lo supe. —No lo creo. Tu cara te traicion6 al ver el amuleto, Note quisiste dar cuenta, que es distinto, Nobleza in- voluntaria, supongo. Ahora ya lo sabes. Me arrieego aque la amistad se vaya al earajo, pero a fin de cuen- tas queria cambiar de preocupaciones. ‘Marcos buseé la azucarera con la vista; prefirié apurar el té tal como estaba. Luego le pregunts a Echeverry: —{Hace cudnto que no vas al hipédromo con Pe- alosa? —Bastante. {Hace mucho que no trabajas con él? —Lo suficiente para no saber por qué no va al hips- dromo contigo. Mareos vio la tetera al fuego. Echeverry volvié a consultar su reloj. —Y Sandra, jva a venir? ~Seria un buen fin de escena —dijo el gorde—. ,A qué desenlace apuestas? ‘Traté de recordar las derivaciones astrolégicas del gordo, los planetas répidos, los planetas lentos, el sis- tema solar como mmo recorrido por ciclistaa in- cesantes. ;De qué servia estar en el centro de la pista? Las explicacionea se le habian esfumado, y quiza fue- ra mejor sai, a fin de cuentas las supersticiones y el azar no eran m&s que figuras de humo pera ocultar una sélida impostura. Ahora, despejada de tantas apuestas neblinosas, la misma corpuleneia de Eche- verry parecia una forma de Ia arbitrariedad. Y sin em- argo lo habia ayudado. ‘Junto a la batea habia un periédico. Marcos aislé ese rino6n de la cocina: naturaleza muerta can periédico. Pensé en un bodegén cubista que le habia regalado Sandra. Echeverry veie Ins cAscaras en la mesa, como si ya no esperara una respuesta. Marcos se levanté y tomé el periédico. Le Ilamé la atencién una noticia escueta. La releyé con calma, como si ese fuera el mo- ‘mento propicio para enterarse de que el universo te- ia un horizonte fracturado, No pudo saber si snunciaba o refutaba algo decisivo; lo énico inteligi- ble eran los alarmantes imeros de los afios luz. :Ha- bia realmente un sitio donde el hidrégeno se cansaba de llegar tan lejos? El universo no desembocaba en ‘una tersa curvatura sino en tijeretazos apremiantes. —Tantos afios para terminar con prisas —dijo al fin; luego se volvié hacia Echeverry—. Supongo que es: 4s esperando a Sandra. El gordo respiré pausadamente. periédico so- bre la mesa y contesté como si leyera una noticia: -Ajé. No debe tardar. ‘Vino un momento muerto, Echeverry desmenuz6 las céscaras, Marcos buscé manchas en la pared. Luego oyeron una lave en la cerradura, varias més. Laela- borada cadena de cerrojos cedié al fin. Las pisadas de Sandra sonaron en la sala. Marcos recordé el desor- den de la casa y se dio cuenta de que atin no llegaba al final. La casa sélo estaba habitada por los restos de una vida anterior. Sandra y el gordo habian ter- rinado, ella iba s recger sus cosas; evo era lo que estaba detrés de las suplantaciones de Echeverry. cuch6 los pasos inconexos que sorteaban el tirade ‘Sandra se detuvo en el quicio de Ia puerta. Era evi- dente que no esperaba encontrarlo ahi. Echeverry ha- bia alargado el domingo para llegar a ese momento, La fluminacién de la cocina, el té humeante, Marcos sentado en el centro del euarto, todo habia sido dis- puesto para humillarla. ‘Marcos vio las rayitas de cansancio debajo de los ojos que no le habia notado en las peliculas. —{Un tecito? —pregunté Echeverry. La mirada de Sandra vacil6 de un extremo a otro de la cocina. Su pelo parecia reseco. Tal ver después de muchas horas de suetio volveria a ser atractiva, En ese momento parecia a punto de desplomarse. Se froté el empeine de] zapato sobre la pantorril —No —la respuesta fue tan tardia que podia refe- riree a otra cosa. ‘Vuelta 198 31 Mayo de 1968 Juan Vitioro ron un par de trivialidades. Sandra respondié con nonntlnbos desde wna vorfila Se ents a me a; se Iev6 las manos @ la cara. Cuando separé los codos de Ia mesa, Marcos vio el suéter manchado de harina. El gordo sonrié a un extremo, —Creia que ya no se velan —dijo Sandra —Ya lo ves —dijo Echeverry—; buen: ‘mo en los viejos tiempos. Ya lo dijo mi vorito: “Ia fidelidad es para el instante, la lealtad para 1a eternidad” ‘Marcos se dio cuenta de que el cansancio, la cara desvelada de Sandra habian hecho que le concediera una ventaja excesiva al gordo. La vio revisar el pe- riddieo con calma; lo que sucedia en la cocina le im. portaba tan poco como que el horizonte del universo estuviera hecho cisco. También Echeverry habia fra- casado al buscar la fragilidad de Sandra. Marcos no era capaz de romper su indiferencia. Casi le dio gus- to ver esos ojos que ya no lo inclu‘an, la mano segura que sostenia el periédico. Ella sélo habia ido a reco- Ger sus cosas, ahora estaba seguro, —Llegé una vee y se fue dos —recit6, en un tono rea: nimado. Sandra se acordaba. Sonrié, como si no quisiera ha- cerlo, una mueca torcide fialosa es buen director, siempre lo ha sido — ‘Mareos estiré La mano, sus dedos pasaron por la hat na, Sandra se levanté, cHubiera servido de algo decirle que tampoco 61 es. peraba encontrarla ahi? Habian llegado al final, San- dra estaba a punto de irse, romperia el cerco sin 2 ayuda. La vio con una mirada que en otra época hu- biera sido de entendimiento; imposible saber lo que ella captaria ahora; tal vez lo mismo que acababa de decir; sf, Pefialosa era buen director. Echeverry tenia una expresién disminuida, extra- viada, que no le vela desde Tierra de nadie, Qué bru- to, Echeverry; se pocria haber ahorrado todo eso guar dando silencio hasta el préximo domingo, y otra vez las carreras, otra ver el amigo generoso y su vida co- rregida con libertad en la mesa de siempre. Pero ha- bia soltado la sopa y abi estaba, vencido por los ojos cansados de Sandra, en Ia orilla de su dltima es- cena, Marcos recordé los ensayos de Tierra de nadie; los otros actores le pidieron que le hablara, era su me- jor amigo, sélo a 61 lo escuchaba. Le sorprendié la facilidad del gordo para aceptar el fracaso, y no sistié gran cosa, lo dejé ir, con suavidad, apenas qui- soconvencerlo, nada menos comprometido que la ma- no desasida, los dedos que soltaron a Echeverry. Hubiera querido volver a las sencillas apuestas de In tarde; empezaba a verse de un modo distinto, ya no era el angulo pasivo de la historia, sino otra cosa, otra posibilidad a la que no queria llegar. En eso San- dra se puso de pie. Marcos alzé la vista y de pronto recupers la luz dolorosa del cine donde la vieron por primera vez. ‘Yan la puerta pregunté, como si siguiera una in- dicacién para salir de escena de manera natural: —{Fueron juntos al hipédromo? Echeverry parecié regresar de otro lado, una mira. da penosa, que hacia pensar en lastimaduras, en una violencia desarmada. Cruzé una mirada con Marcos. —jUna fortuna! dijo, y empezé a hablar de eaba- os; de golpe su vor adquirié el apremio de una sor. presa a punto de ser dicha. Marcos sintié léstima por el entusiasmo del gordo xy su deseo de seguir la historia desbocada; aun asi pensé en contradecirlo, en atajar al menos esa inven- ccidn, Pero no fue necesario, Cuando la mano de Eche- verry barrié el aire como Canela en la séptima carrera, ella ya se habia ido. Vuelte 138 32 Mayo de 1988,

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