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1 EL DILEMA DEL CABALLERO Hace ya mucho tiempo, en una tierra muy lejana, vivia un caballero que pensaba que era bueno, generoso y amoroso. Hacia todo lo que suelen hacer los caballeros buenos, generosos y amoro- sos. Luchaba contra sus enemigos, que eran ma- Jos, mezquinos y odiosos. Mataba dragones y res- cataba damiselas en apuros. Cuando en el asunto ~ de la caballeria habja crisis, tenfa la mala costum- bre de rescatar damiselas incluso cuando ellas no deseaban ser rescatadas y, debido a esto, aunque muchas damas le estaban agradecidas, otras tantas se mostraban furiosas con el caballero. EI lo acep- taba con filosofia. Después de todo, no se puede contentar a todo el mundo. é ‘Nuestro caballero era famoso por su armadura. Reflejaba unos rayos de luz tan brillantes que la gente del pueblo juraba haber visto el sol salir en 7 el norte 0 ponerse en el este cuando el caballero partia a la batalla. Y partia a la batalla con bastan- te frecuencia, Ante la mera mencién de una cruza- da, el caballero se ponia la armadura entusiasma- do, montaba su caballo y cabalgaba en cualquier direccién. Su entusiasmo era tal que a veces partia en varias direcciones a la vez, lo cual no es nada facil, Durante aitos, el caballero se Tz en ser ef numero uno del reino. Siempre habia otra batalla que ganar, otro dragén que matar u otra damise- Ia que rescatar, El caballero tenia una mujer fiel y bastante tolerante, Julieta, que escribia hermosos poemas, decia cosas inteligentes y tenia debilidad por el vino. También tenia un joven hijo de cabellos do- rados, Cristébal, al que esperaba ver, algin dia, convertido en un valiente caballero. Julieta y Cristébal veian poco al caballero por- que, cuando no estaba luchando en una batalla, matando dragones 0 rescatando damiselas, estaba ocupado probindose su armadura y admirando su brillo. Con el tiempo, el caballero se enamoré has- ta tal punto de su armadura que se la empez6 a poner para cenar y, a menudo, para dormir. Des- pués de un tiempo, ya no se tomaba la molestia de quitérsela para nada. Poco a poco, su familia fue olvidando qué aspecto tenia sin ella. madre qué as Cuando esto sucedia, Ji llevaba al chico hasta la ch del caballero. pudiera ver a padre en persona. —respondié brus- camente J Estaba cada vez mas harta de tener tan solo una pintura como recuerdo del rostro de su marido y a del ruido Cuan a absoluta- mente a caballero so- zailas. Julieta y Cristébal casi Cuando sea c Creo que amas mé me amas a mi —Eso no es verdad né —Lo que téi amabas —dijo Julieta, espiando a través de la visera para poder ver sus ojos— era la idea de rescatarme. No me amabas realmente en- tonces y tampoco me amas realmente ahora. —Si que te amo —insistié el caballero, abra- z4ndola torpemente con su fria y rigida armadura, casi rompigndole as costillas. —(Entonces, quitate esa armadura para que pue- da ver quién eres en realidad! —Ie exigi6. No puedo quitirmela. Tengo que estar pre- parado para montar en mi caballo y partir en cual- quier direecién —explicé el caballero. —Si no te quitas esa armadura, cogeré a Cris- tobal, subiré en mi caballo y me marcharé de tu vida. Bueno, esto si que fue un golpe para el caballe- ro. No queria que Julieta se fuera. Amaba a su es- posa y a su hijo y a su elegante cast bién amaba su armadura porque les mostraba a todos quién era él: un caballero bueno, generoso y amoroso. {Por qué no se daba cuenta Julieta de ninguna de estas cualidades? EI caballero estaba inquieto. Finalmente, tom6 una decisién. Continuar Hevando Ia armadura no valia la pena si por ello habia de perder a Julieta y a Crist6bal. ‘De mala gana, el caballero intent6 quitarse el yelmo pero, jno se movié! Tiré con més fuerza. 10 Estaba muy enganchado. Desesperado, intenté le- vantar la visera pero, por desgracia, también esta- ba atascada. Aunque tird de la visera una y otra vez, no consiguié nada. El caballero caminé de arriba abajo con gran agitacién. ;Cémo podia haber sucedido esto? Qui- z4 no era tan sorprendente encontrar el yelmo atas- ya que no se lo habia quitado en afios, pero la visera era otro asunto. La habia abierto con regularidad para comer y beber. Pero bueno, jsi la habia abierto esa misma mafiana para desayunar huevos revueltos y cerdo en su salsa! Repentinamente, el caballero tuvo una idea. Sin decir adénde iba, sé corriendo hacia la tienda del herrero, en el patio del castillo. Cuando legé, el herrero estaba dandole forma a una herradura con sus manos. —Herrero —dijo el caballero—, tengo un pro- blema, —Sois un problema, sefior —dijo socarrona- mente el herrero, con su tacto habitual. El caballero, que normalmente gustaba de bro- ‘mear, arruge el entrecejo. —No estoy de humor para tus bromas en estos momentos. Estoy atrapado en esta armadura —vo- ciferd, al tiempo que golpeaba el suelo con el pie revestido de acero, dejéndolo caer accidentalmente sobre el dedo gordo del pie del herrero. iL EI herrero dejé escapar un aullido y, olvidando Por un momento que el caballero era su sefior, le propiné un brutal golpe en el yelmo. El caballero sintié tan slo una ligera molestia. El yelmo ni se movid. —Inténtalo otra vez —ordend el caballero, sin darse cuenta de que el herrero le habia golpeado porque estaba enfadado, —Con gusto —dijo el herrero, balanceando un martillo en venganza y dejéndolo caer con fuerza sobre el yelmo del caballero. El yelmo ni siquiera se abollé, El caballero se sintié muy turbado. El herrero era, con mucho, el hombre més fuerte del reino. Si é1 no podia sacar al caballero de su armadura, {quién podria? Como era un buen hombre, excepto cuando le aplastaban el dedo gordo del pie, el herrero perci- bié el pénico del caballero y sintié lastima. —Estais en una situacién dificil, caballero, pero no os deis por vencido, Regresad mafiana cuando yo haya descansado. Me habéis cogido al final de un dia muy duro. Aquella noche, la cena fue dificil. Julieta se enfadaba cada vez més a medida que iba introdu- ciendo por los orificios de la visera del caballero la comida que habia tenido que triturar previa- mente. A mitad de la cena, el caballero le conté a 12 Julieta que el herrero habja intentado abrir fa ar- madura, pero que habfa fracasado lo te creo, bestia ruidosa! —grité, al tiem- po que estrellaba el plato de puré de estofado de paloma contra su yelmo. El caballero no sintié nada. Sdlo cuando la sal- sa comenz6 a chorrear por los orificios de la vise- ra, se dio cuenta de que le habfan dado en la cabeza. Tampoco habia sentido el martillo del he- rrero aquella tarde. De hecho, ahora que lo pensa- ba, su armadura no le dejaba sentir apenas nada, y la habia Ilevado durante tanto tiempo que habia olvidado cémo se sentian las cosas sin ella. El caballero se entristecié mucho porque Julieta no crefa que estaba intentando quitarse la armadu- ra. El herrero y él lo habian intentado, y lo siguie- ron intentando durante dias, sin éxito. Cada dia el caballero se deprimfa mas y Julieta estaba cada vez mis fia. Finalmente, el caballero admitié que los es- fuerzos del herrero eran vanos. —iVaya con el hombre mds fuerte del reino! iNi siquiera puedes abrir este montén de lata! —grité con frustracién. Cuando el caballero regres6 a casa, Julieta le chillé: —Tu hijo no tiene mas que un retrato de su padre, y estoy harta de hablar con una visera 13 cerrada. No pienso volver a pasar comida por los agujeros de esa horrible cosa nunca mas. jEste es el iiltimo puré de cordero que te preparo: —No es mi culpa si estoy atrapado en esta armadura. Tén/a que Hevarla para estar siempre listo para ia batalla. {De qué otra manera, si no, hubiera podido comprar: bonitos castillos y caba- los para ti y para Cristobal? —No lo hiefas'por nasoires —argumenté Ju- lieta—.jLo hacfas por dil Al caballerg-lé-d6lig: en el aima que su mujer pareciera rio ‘aipatl bién temia que, si no se quitaba la atmaqlufa profto, Julieta y Crist6- bal reaimente se marcharfan. Tenia que quitarse la armadura, pero no sabig eémo. El caballero’ descarté: una idea tras otra por considerarlas pogo, Viables. Algunos planes ergn realmente peligrosos. Sabia que cualquier cabalje- ro que se: plantease fundir su.armadura 68n la antorcha de un castillo, o congelarla saltando a un foso helado, o hacerla explotar con un cafibn, es- taba seriamente’necesitado de ayuda. Incapaz de encontrar ayuda en su propio reino, el caballero decidié buscar en otras tierras. «En algtin lugar debe de haber alguien que me pueda ayudar a quitarme esta armadura», pensd, Desde luego, echaria de menos a Julieta, Cris- t6bal, y el elegante castillo. También temfa que, en 14 su ausencia, Julieta encontrara el amor en brazos de otro caballero, uno que estuviera deseoso de quitarse la armadura y de ser un padre para Crist6- bal. Sin embargo, el caballero tenia que irse, ast que, una mafiana, muy temprano, monté en su caballo y se alej6 cabalgando. No os6 mirar atris por miedo a cambiar de idea. Al salir de la provincia, el caballero se detuvo para despedirse del rey, que habia sido muy bueno con él. El rey vivia en un grandioso castillo en la cima de una colina del barrio elegante, Al cruzar el puente levadizo y entrar en el patio, el caballero vio al bufén sentado con las piernas cruzadas, tocando la flauta, El bufén se llamaba Bolsalegre porque llevaba sobre su hombro una bolsa con los colores del arco iris, Hlena de artilugios para hacer reir o son- reir a la gente. Habfa extrafias cartas que utilizaba para adivinar el futuro de las personas, cuentas de vivos colores que hacfa aparecer y desaparecer y jas marionetas que usaba para divertir a su Bolsalegre —dijo el caballero—. He venido a decirle adiés al rey. El bufén miré hacia arriba. —Bl rey se acaba de ir. No hay nada que él os pueda decir. —jAdénde ha ido? —pregunté el caballero. 15 —A uma nueva cruzada ha partido. lo espertis, vuestro tiempo habréis perdido. El caballero qued6 decepcionado por no haber podido ver al rey y perturbado por no poder unitse a él en la cruzada. —Oh —suspiré. Podria morir de inanicién den- tro de esta armadura antes de que el rey llegara—. Quiz no fe vuelva a ver nunca més. El caballero sintié ganas de dejarse caer de su montura pero, por supuesto, la armadura se lo im- pedia. —Sois una imagen triste de ver. Ni-con todo vuestro poder vuestra situacién podéis resolver. —No estoy de humor para tus insultantes ri- mas —ladré el caballero, tenso dentro de su arma- dura—. {No puedes tomarte los problemas de al- guien seriamente por una vez? Con una clara y lirica voz, Bolsalegre canté: —A mi los problemas no me han de afectar. Son oportunidades para criticar. —Otra cancién cantarias si fueras ti el que estuviera atrapado aqui —grufié el caballero. Bolsalegre continu: —A todos, alguna armadura nos tiene atra- pados. Sélo que la yuestra ya la habéis encontrado. 16 —No tengo tiempo de quedarme y oir tus ton~ terfas. Tengo que encontrar la manera de salir de esta armadura. Y dicho esto, el caballero se dispuso a partir, pero Bolsalegre le llamé: —Hay alguien que puede ayudaros, caballero, a sacar a la luz vuestro yo verdadero. El caballero detuvo su caballo bruscamente y, emocionado, regresé hacia Bolsalegre. —{Conoces a alguien que me pueda sacar de esta armadura? —Tenéis que ver al Mago Merlin, asi lograréis ser libre al fin. —{Merlin? El ‘nico Merlin del que he ofdo hablar es el gran sabio, cl maestro del Rey Arturo. el mismo es. Merlin sélo hay uno, ni dos ni tres. ;Pero no puede ser! —exclamé el caballe- ro—. Merlin y el rey Arturo vivieron hace muchos afios. Bolsalegre replicé: —Bs verdad, pero atin vive ahora. En los bosques el sabio mora. —Pero esos bosques son tan grandes. el caballero—. ¢Cémo lo encontraré ahi? Bolsalegre sonrié. Aunque muy dificil ahora os parece, cuando el alumno esté preparado, el maestro aparece. —Ojalé Merlin apareciera pronto. Voy a bus- carlo a é! —dijo el caballero. Estir6 el brazo y le dio la mano a Bolsalegre en sefial de gratitud, y por poco tritura los dedos del bufén con el guantelete. Bolsalegre dio un grito. El caballero solté répi- damente la mano del bufén. —Lo siento. Bolsalegre se frots los magullados dedos. —Cuando Ia armadura desaparezca y estéis bien, sentiréis el dolor de los otros también. —jMe voy! —dijo el caballero. Hizo girar a su caballo y, abrigando nuevas esperanzas en su corazén, se alejé galopando. 2 EN LOS BOSQUES DE MERLIN No fue tarea facil encontrar al astuto mago. Haba muchos bosques en los que buscar, pero solo un. ., Merlin. Asi que el pobre caballero cabalgé dia tras dia, noche tras noche, debi Mientras cabalgaba en solitario a través de tos bosques, el caballero se dio cuenta de que’ habia muchas cosas que no sabia. Siempre habia pensa- do que era muy listo, pero no se sentia tan listo ahora, intentando sobrevivir en los bosques. De mala gana, se reconocié a si mismo que no podia distinguir una baya venenosa de una comes- tible. Esto hacia del acto de comer una ruleta rusa. Beber no era menos complicado. El caballero in- tent6 meter la cabeza en un arroyo, pero su yelmo se Ilené de agua. Casi se ahoga dos veces. Por si eso fuera poco, estaba perdido desde que habia entrado en el bosque. No sabia distinguir el norte 19. del sur, ni el este del oeste, Por fortuna, su caballo si lo sabia. Después de meses de buscar en vano, el caba- Ilero estaba bastante desanimado. Ain no habia encontrado a Merlin, a pesar de haber viajado mu- chas leguas. Lo que le hacia sentirse peor aim era que ni siquiera sabia cuanto era una legua. Una majiana, se desperté sintiéndose mis débil de lo normal y un tanto peculiar. Aquella misma majia~ na encontré a Merlin. El caballero reconocié al mago enseguida. Estaba sentado bajo un Arbol, vestido con una larga tinica blanca. Los animales del bosque estaban reunidos a su alrededor, y los pajaros descansaban en sus hombros y brazos. El caballero movié la cabeza sombriamente de un lado a otro, haciendo que rechinase su armadu- ra. ,Cémo podian todos estos animales encontrar a Merlin con tanta facilidad cuando habia sido tan dificil para él? Cansinamente, el'caballero descendié de su ca- ballo. —Os he estado buscando —Ie dijo al mago—. He estado perdido durante meses. —Toda vuestra vida —lo corrigié Merlin, mor- diendo una zanahoria y compartiéndola con el co- nejo mas cercano. El caballero se enfurecié. No he venido hasta aqui para ser insultado. 20 Quiz siempre os habéis tomado 1a verdad como un insulto —dijo Merlin, compartiendo la zanahoria con alguno de los otros animales. ‘Al caballero tampoco le gust mucho este co- mentario, pero estaba demasiado débil de hambre y sed como para subir a su caballo y marcharse. En lugar de eso, dejé caer su cuerpo enyuelto en metal sobre la hierba. Merlin le miré con com- Sois muy afortunado —comenté—. Estais demasiado débil para correr. —z¥ eso qué quiere decir? —pregunté con brusquedad el caballero. Merlin sonrié por respuesta. _—Una persona no puede correr y aprender a la vez. Debe permanecer en un lugar durante un tiempo. é _—S6lo me quedaré aqui el tiempo necesario para aprender c6mo salir de esta armadura —dijo el caballero. —Cuando hayais aprendido eso —afirmé Mer- in —, nunca mas tendréis que subir a vuestro caba- llo y partir en todas direcciones. El caballero estaba demasiado cansado como para cuestionar esto. De alguna manera, se sentia consolado y se quedé dormido enseguida. Cuando el caballero despert6, vio a Merlin y a Jos animales a su alrededor. Intenté sentarse, pero 2 estaba demasiado débil. Merlin le tendié una copa de plata que contenia un extrafio liquido. —Bebed esto —Ie ordend. —{,Qué es? —pregunté el caballero, mirando —jEstais tan asustado! —dijo Merlin—. Por supuesto, por eso os pusisteis la armadura desde el principio. El caballero no se molesté en negarlo, pues estaba demasiado sediento. —Esti bien, lo beberé. Vertedlo por mi visera. —No lo haré. Es demasiado valioso para des- perdiciarlo. Rompié una caiia, puso un extremo en Ia copa y desliz6 el otro por uno de los orificios de la vi- sera del caballero. —jEista es una gran idea! —dijo el caballero. Yo lo llamo una pajita —replicé Merlin. — {Por qué? —Y por qué no? El caballero se encogié de hombros y sorbié el iquido por Ia cafia, Los primeros sorbos le pare- cieron amargos, los siguientes més agradables, y los tiltimos tragos fueron bastante deliciosos. Agra- decido, el caballero le devolvié la copa a Merlin, —Deberfais lanzarlo al mercado. Os hariais rico. Merlin se limit6 a sonreit. — {Qué es? —pregunté el caballero. 2 Vida. — Vida? —Si —dijo el sabio mago—. {No os parecid amarga al principio y, luego, a medida que la de- gustabais, no la encontrabais cada vez més apete- cible? El caballero asintié. _—Bso fue cuando empezasteis a aceptar lo que estabais bebiendo. -Bstdis diciendo que la vida es buena cuan- do uno la acepta? —pregunté el caballero. —;Acaso no es asi? —replicé Merlin, levan- tando una ceja divertido. —jEsperiis que acepte toda esta pesada arma- dura? —Ah —dijo Merlin—, no nacisteis con esa ar- madura. Os la pusisteis vos mismo. 40s habéis preguntado por qué? —{Y por qué no? —replicé el caballero, irrita- do, En ese momento, le estaba empezando a doler la cabeza. No estaba acostumbrado a pensar de esa manera, —Seréis capaz de pensar con mayor claridad cuando recuperéis fuerzas —dijo Merlin. Dicho esto, el mago hizo sonar sus palmas y las ardillas, Hevando nueces entre los dientes, se alinearon delante del caballero. Una por una, cada 23 ardilla trep6 al hombro del caballero, rompié y masticé una nuez, y luego empujé los pequefios trozos a través de Ia visera del caballero. Las lie- bres hicieron lo mismo con zanahorias, y los cier- ituraron raices y bayas para que el caballero comiera. Este método de alimentacién nunea seria aprobado por el ministerio de Sanidad, pero zqué otra cosa podia hacer un caballero atrapado en su armadura en medio del bosque? Los animales alimentaban al caballero con re- gularidad, y Merlin Ie daba de beber enormes co- pas de Vida con la pajita, Lentamente, el caballero se fue fortaleciendo, y comenz6 a sentirse espe- ranzado. Cada dia le hacia la misma pregunta a Merlin: — Cuando podré salir de esta armadura? Cada dia, Merlin replicaba: —;Paciencia! Habéis Hlevado esa armadura du- rante mucho tiempo. No podéis salir de ella asi como asi Una noche, los animales y el caballero estaban oyendo al mago tocar con su laid los tltimos Exitos de los trovadores. Mientras esperaba que Merlin acabara de tocar Afro los viejos tiempos, en que los caballeros eran valientes y las damiselas eran frias, cl caballero le hizo una pregunta que tenia en mente desde hacia tiempo. —{Fuisteis en verdad el maestro del rey Arturo? 24 El rostro del mago se encendid. —Si, yo le ensefié a Arturo —dijo. —Pero {como podéis seguir vivo? jArturo vi- vié hace mucho tiempo! —exclamé el caballero. —Pasado, presente y futuro son uno cuando ests conectado a la Fuente —replicé Merlin. —1Qué es la Fuente? —pregunté el caballero. —Es el poder misterioso e invisible que es el origen de todo. —No entiendo —dijo el caballero, Eso se debe a que intent4is comprender con 1a mente, pero yuestra mente es limitada. —Tengo una mente muy buena —Ie discutié el caballero. —F inteligente —afiadié Merlin—. Ella te atra- 6 en esa armadura. El caballero no pudo refutar eso. Luego recor- dé algo que Merlin le habia dicho nada mas Tlegar. —Una ver dijisteis que me habia puesto esta armadura porque tenia miedo —{No es eso verdad? —respondié Merlin. —No, la Ilevaba para protegerme cuando iba a la batalla. —Y temiais que os hirieran de gravedad 0 que ‘os mataran —afiadié Merlin. —jAcaso no lo teme todo el mundo? Merlin negé con la cabeza. —ZY quién os dijo que teniais que ir a la ba- talla? 25 Tenia que demostrar que era un caballero bueno, generoso y amoroso. —Si realmente erais bueno, generoso y amo- roso, {por qué teniais que demostrarlo? —pregun- 16 Merlin. El caballero eludié tener que pensar en eso de la misma manera que solfa eludit todas las cosas: se puso a dormir. A la mafiana siguiente, desperté con un pensa- miento clavado en su mente: 2Bra posible que no fuese bueno, generoso y amoroso? Decidié pre- guntarselo a Merlin. —{.Qué pensdis vos? —replicé Merlin — {Por qué siempre respondéis a una pregunta con otra pregunta? —ZY por qué siempre buscais que otros os respondan vuestras preguntas? El caballero se marché enfadado, maldiciendo a Merlin entre dientes. —jEse Merlin! —mascull6—. jHay veces que realmente me saca de mi armadura Con un ruido seco, el caballero dejé caer su pesado cuerpo bajo un Arbol para reflexionar so- bre las preguntas del mago. {Qué pensaba en realidad? —jPodria ser —dijo en voz alta a nadie en particular— que yo no fuera bueno, generoso y amoroso? 26 —Podria ser —dijo una vocecita—. Si no, gpor qué estiis sentado sobre mi cola? —iEh? —el caballero miré hacia abajo y vio a una pequefia ardilla sentada a su lado. Es decir, a casi toda la ardilla. Su cola estaba escondida. —i0h, perdona! —dijo el caballero, moviendo répidamente la pierna para que la ardilla pudiera recuperar su cola—, Espero no haberte hecho dafio. No veo muy bien con esta visera en mi camino. —No lo dudo —replicé la ardilla sin ningin resentimiento en la voz—. Por eso siempre estais pidiendo disculpas a la gente por haberles hecho daifio. —La iinica cosa que me irrita més que un mago sabelotodo es una ardilla sabelotodo —gruiié el caballero—. No tengo por qué quedarme aqui y hablar contigo. Luché contra el peso de la armadura en un intento por ponerse de pie. De repente, sorprendi- do, balbuced: —jEh.... ta y yo estamos hablando! —Un tributo a mi buena fe —replicé la ardi- lla— teniendo en cuenta que os habéis sentado sobre mi cola. —Pero si los animales no pueden hablar —dijo el caballero. —Oh, claro que pueden —dijo la ardilla—. Lo que sucede es que la gente no escucha. 27 El caballero movié la cabeza perplejo. —{Me has hablado antes? —Claro, cada vez que rompia una nuez y la empujaba por vuestra visera. —jComo es que te puedo oft ahora si no te podia ofr entonces? —Admiro una mente inquisitiva —coment6 la ardilla—, pero jnunca aceptais nada tal como es, simplemente porque es? —Estis respondiendo a mis preguntas con pre- guntas —dijo el caballero—. Has pasado dema- siado tiempo con Merlin. —1Y vos no habéis pasado el tiempo suficiente con él! La ardilla le dio un ligero golpe al caballero con su cola y trepo a un Arbol cortiendo. El caba~ Hero la Ham, —jEspera! ,Cémo te llamas? —Atdilla —replicé ella simplemente, y desa- parecié en la copa del arbol. Aturdido, el caballero movid la cabeza. {Se habla imaginiado todo csto? En ese preciso instan- te, vio a Merlin acercarse. —Merlin —dijo—. Tengo que salir de aqui. He empezado a hablar con ardillas. —Espléndido —replicd el mago. © Bl caballero le miré preocupado. —4Cémo que espléndido? {Qué queréis decir? 28 —Simplemente eso. Os estais vol ficientemente sensible como para sentir ciones de otros. El caballero estaba obviamente confi que Merlin continué explicando: —No hablasteis con la ardilla con palabras, sino que sentisteis sus vibraciones, y traduj esas vibraciones en palabras. Estoy espe dia en que empecéis a hablar con las flores. —Eso seré el dia que las plantéis en mi tumba, iTengo que salir de estos bosques! —jAdonde iriais? —Regresaria con Julieta y Cristébal, Han esta- do solos durante mucho tiempo. Tengo que volver y cuidar de ellos. —{Cémo podéis cuidar de ellos si ni siquiera podéis cuidar de vos mismo? —pregunté Merlin. —Peto les echo de menos —se quejé el caba- Mero—. Quiero regresar con ellos. Ain en el peor de los casos. —Y es exactamente asi como regresaréis si vais con vuestra armadura —le previno Mer! El caballero miré a Merlin con tristeza. —No quiero esperar a quitarme la armadura. Quiero volver ahora y ser un marido bueno, gene oso y amoroso para Julieta y un gran padre para Cristébal. Merlin asintié comprensivo. Le dijo al caballe- ro que regresar para dar de si mismo era un mara- villoso regalo. —Sin embargo —afladié—, un don, para ser un don, debe ser aceptado. De no ser asi es como una carga para las personas. —jQueréis decir que quiz no quieran que re- grese? —pregunté el caballero sorprendido—. Se- guramente me darian otra oportunidad. Después de todo, yo soy uno de los mejores caballeros del reino. —Quizas esta armadura sea mas gruesa de lo que parece —dijo Merlin con suavidad. E] caballero reflexioné sobre esto. Recordé las eternas quejas de Julieta porque él se iba a la batalla tan a menudo, por la atencién que le pres- taba a su armadura, y por su visor cerrado y su costumbre de quedarse dormido para no oir sus 4 Julicta no quisiera que él vol pero Cristébal si querria. — {Por qué no mandarle una nota a Cristébal y preguntarselo? —sugirié Merlin. El caballero estuvo de acuerdo en que era una buena idea, pero {como podia hacerle Hlegar una nota a Cristobal? Merlin sefialé a la paloma que estaba posada sobre su hombro. —Rebeca la Hlevara. El caballero estaba perplejo. 30 —Flla no sabe dénde vivo. Es sélo un estipido pajaro. —Puedo distinguir el norte del sur y el este del este —respondié secamente Rebeca—, lo cual es mis de lo que se podria decir de vos. El caballero se disculpé répidamente. Estaba completamente pasmado. No s6lo habia hablado con una paloma y una ardilla, sino que ademas las habia hecho enfadar a las dos en el mismo dia. Como era un pajaro de gran coraz6n, Rebeca acepté las disculpas del caballero y partié con la nota para Cristébal en el pico —No arrulles con palomas extrailas o dejards caer mi nota —te grité el caballero Rebeca ignoré este comentario desconsidera- do, pues se daba cuenta de que el caballero mucho que aprender. Pasé una semana, y Rebeca afin no habia regre- sado. El caballero estaba cada vez més impaciente, indo que hubiera caido presa de alguno de los halcones de caza que él y otros caballeros habian entrenado. Se estremeci6, preguntandose cémo ha- bia podido participar en un deporte tan sucio, y se arrepintié otra vez de su horrible equivoca Cuando Merlin terminé de tocar su laid y de cantar Tendrds un largo y frio invierno, si tienes un corto y frlo corazén, el caballero le expresé sus preocupaciones con respecto a Rebeca. 31 Merlin le dio confianza con un alegre verso: —La paloma mis lista que jamas haya volado, no puede ir a parar a ningin guisado. En ese momento, un gran parloteo se levanté entre los animales. Todos miraban al cielo, asi que Merlin y el caballero miraron también. Muy alto, sobre sus cabezas, dando circulos para aterrizar, estaba Rebeca. El caballero se puso de pie con gran esfuerzo, al tiempo que Rebeca se posaba en el hombro de Merlin. Cogiendo la nota de su pico, el mago la mité y le dijo al caballero con gravedad que era de Cristobal. —iDejadmela ver! —dijo el caballero, quitan- dole el papel con impaciencia. Dejé caer la mandi- bula con un ruido al tiempo que miraba, incrédu- lo, el papel Esta en blanco! —exclamé—. {Qué quiere decir esto? —Quiere decir —dijo Merlin suavemente— que vuestro hijo no os conoce lo suficiente como para daros una respuesta. EI caballero permanecié quieto un momento, pasmado, Iuego lanz6 un gemido y lentamente cayé al suelo. Intent6 retener las légrimas, pues los caballeros de brillante armadura simplemente no Horan. Sin embargo, pronto su pena le venci6. Luego, exhausto y medio ahogado en su yelmo por las lagrimas, el caballero se quedé dormido. 32 3 EL SENDERO DE LA VERDAD Cuando el caballero desperté, Merlin estaba sen- tado silenciosamente a su lado. —Siento no haber actuado como un caballero —dijo—. Mi barba est hecha una sopa —afiadié disgustado. -No 08 excuséis —dijo Merlin—. Acabais de dar el primer paso para liberaros de vuestra arma- dura. ~~ Qué queréis decir? —Ya lo veréis —replicé el mago. Se puso de pie—. Es hora de que os vayais, Esto molest6 al caballero. Estaba empezando a disfrutar de estar en el bosque con Merlin y los animales. De cualquier manera, le parecia que no tenia ad6nde ir. Aparentemente, Julieta y Crist6- bal no lo querian en casa. Es verdad que podia volver al asunto de la caballeria’e ira alguna cru- 33 zada. Tenia una buena reputacién en batalla, y habia muchos reyes que se sentirfan felices tenién- dolo a su lado, pero ya no le parecia que luchar pudiese tener sentido. Merlin le recordé al caballero su nuevo propé- sito: liberarse de su armadura, —iPor qué molestarse? —pregunté el caballe- ro Asperamente—. A Julieta y a Cristébal les da igual si me la quito o no. —Hacedlo por vos mismo —sugirié Merlin—. Elestar atrapado entre todo ese acero os ha causado muchos problemas, y las cosas empeoraran con ef paso del tiempo. Incluso podriais morir a causa de una neumonia por culpa de una barba empapada. —Supongo que si, mi barba se ha convertido en un fastidio —replicé el caballero—. Estoy can- sado de cargar con’ ella y estoy harto de comer papillas. Ahora que lo pienso, ni siquiera me pue- do rascar la espalda cuando me pica. —iY cuando fue la ultima vez que sentisteis el calor de un beso, olisteis la fragancia de una flor, o escuchasteis una hermosa melodia sin que vues- tra armadura se interpusiera entre vosotros? —Ya ni me acuerdo —murmuré el caballero con tristeza—, Tenéis razén, Merlin. Tengo que liberarme de esta armadura por mi mismo —No podéis continuar viviendo y pensando como lo habéis hecho hasta ahora —dijo Mer- 34, lin—. Fue asi cémo os quedasteis atrapado en ese montén de acero al principio. —Pero, ,cémo puedo cambiar todo eso? —pre- gunté el caballero intranquilo. —No es tan dificil como parece —explicé Mer- lin, conduciendo al caballero hacia un sendero—. Este es el sendero que seguisteis para llegar a estos bosques. —Yo no segui ningin sendero —dijo el caba- Hero—. {Estuve perdido durante meses! —La gente no suele percibir el sendero por el que transita —replicé Merlin. —1Queréis decir que el sendero estaba ahi pero yo no lo podia ver? —Si, y podéis regresar por el mismo, si asi lo deseais; pero conduce a la deshonestidad, la avari- cia, el odio, los celos, el miedo y la ignorancia, —~Estiis diciendo que yo soy todo eso? —pre- gunté el caballero indignado. —En algunos momentos, sois alguna de esas cosas —admitié Merlin en voz baja. EI mago sefialé hacia otro sendero, Era més estrecho que el primero y muy empinado. —Parece una escalada dificil —observé el ca- ballero. —Bse —dijo Merlin asintiendo— es el Sende- ro de la Verdad. Se vuelve mas empinado a medi- da que se acerca a la cima de una lejana montafia, 35 sin entusiasmo. —No estoy seguro de que valga la pena. ;Qué conseguiré cuando Ilegue a la cima? —Se trata de lo que no tendréis —exph lin—. jVuestra armadura! El caballero reflexioné sobre esto. Si regresaba por el camino por el que habia venido, no tendria esperanzas de liberarse de su armadura y, proba- blemente, moriria de soledad y fatiga. La unica manera de quitarse a armadura era, por lo visto, seguir el Sendero de la Verdad, aunque pudiese, en tal caso, morir intentando trepar hacia la empi- nada montafia, El caballero observé el di Il sendero que te- nia delante. Luego miré hacia abajo, y contempls el acero que cubria su cuerpo. —Esta bien —dijo con resignacién—. Probaré el Sendero de la Verdad. Merlin asintis —Vuestra decision de transitar un sendero des- conocido, teniendo que cargar con una pesada ar~ madura, requiere mucho coraje. El caballero sabja que tenia que comenzar de in- mediato, porque, si no, podria cambiar de opinién. —lré a buscar a . —Oh, no —rebatio Met moviendo la cabe- za de lado a lado—. El camino tiene partes dema- 36 siado estrechas como para que un caballo pueda pasar, Tendréis que ir a pie. Horrorizado, el caballero se dejé caer sobre una roca, —Creo que prefiero morir por culpa de una barba empapada —dijo, perdiendo todo el coraje con una rapidez impresionante. —No tendréis que viajar solo —le dijo Mer- lin—. Ardilla os acompafiard. —(Qué pretendéis, que cabalgue sobre una ar- dilla? —pregunt6 el caballero, asustado ante la idea de tener por compafiera en tan arduo viaje a un animal sabelotodo. —Puede que no me podais montar —dijo la ardilla— pero me necesitaréis para que os ayude a comer. {Quién, si no, masticar las nueces para vos y las pasar por vuestra visera? Cuando Rebeca oyé la conversacion, volé des- de un Arbol cercano y se posé en el hombro det caballero. —Yo también os acompafiaré. He estado en la cima de la montafia y conozco el camino —dijo. La buena disposicién que mostraban los dos animales para ayudarle, proporcioné al caballero el coraje que necesitaba. «Bueno, bueno —se dijo—, juno de los princi- pales caballeros del reino necesitando que una ar- la y un pajaro le den coraje!» Se puso de pie con gran esfuerzo, indicdndole a Merlin que estaba listo para comenzar el viaje. Mientras caminaban por el sendero, el mago sacé una exquisita lave dorada de su cuello y se la dio al caballero. —Esta lave abriré las puertas de los tres casti- Hos que bloquearan vuestro camino. —iLo sé! —grité el caballero—. Habré una princesa en cada castillo, y mataré al dragén que la retiene y la rescataré... —;Basta! —lo interrumpié Merlin—. No ha- bré princesas en ninguno de estos castillos. E, in- cluso si las hubiese, en estos momentos no estais capacitado para rescatar a ninguna. Tenéis que aprender a salvaros vos primero. Tras la reprimenda, el caballero permanecié en silencio, mientras Merlin continuaba: —EI primer castillo se Hama Silencio; el se- gundo Conocimiento y el tercero Voluntad y Osa- “dia. Una vez haydis entrado en ellos, encontraréis Ia salida s6lo cuando hayais aprendido lo que ha- béis ido a aprender. Desde el punto de vista del caballero, esto no parecia tan divertido como rescatar princesas. Ade- ‘més, en aquel momento de su vida, visitar casti- Hos no era lo que més le apetecia. —Por qué no puedo simplemente rodear los castillos? —pregunté malhumorado. 38 —Si lo hacéis, os extraviarsis del sendero y seguramente os perderéis. La tinica manera de lle- gar a la cima de la montafia es atravesando los castillos —dijo Merlin firmemente. El caballero suspiré profundamente mientras contemplaba la empinada y estrecha senda. Des- aparecia entre los altos Arboles que sobresalfan hacia unas nubes bajas. Presintié que este viaje seria mucho més dificil que una cruzada, Merlin sabia lo que el caballero estaba pen- sando. —Si —afirmé—, es una batalla diferente la que tendréis que librar en el Sendero de la Verdad. La lucha sera aprender a amaros —{Cémo haré eso? —pregunté el caballero. —Empezaréis por aprender a conoceros —res- pondié Merlin—. Esta batalla no se puede ganar con la espada, asi que la tendréis que dejar aqui —a tierna mirada de Merlin descansé en el caba- ero por un momento. Luego afiadié—: Si os en- contréis con algo con lo que no podais lidiar, lamadme, y yo acudiré. —iQueréis decir que podéis aparecer donde- quiera que yo me encuentre? —Cualquier mago que se precie lo puede hacer —replicé Merlin, Dicho esto, desaparecié. El caballero quedé asombrado. —iPero bueno... si ha desaparecido! El yelmo del cal do éste asintié detras, el caba e Rebeca volaba en mision exploratoria y voivia para informaries de lo que Jes esperaba mas adel a viajar sin c: , de todas maneras i de noche, Rebeca y Ardilla decidicron parar para dormir, Rebeca vold «1 ustos y regresé con algunas bayas, que empujé a través de cios de la visera del caballero. Ardilla fue a un arroyo cercano y lend algunas céscaras de nuez con agua, que el caballero bebié con Ia pajita que Merlin le habia proporcionado, Demasiado agota- do como para esperar a que Ardilla le preparara més nueces, se qued6 dormido, A la mafiana siguiente le desperté el sol cayen- do sobre sus ojos. La luminosidad le molestaba. Su visera habia dejado pasar tanta luz. Mien tras intentaba entender este fendmeno, se dio cuenta de que Ardilla y Rebeca le estaban observando, al 40 tiempo que parloteaban y arrullaban con excita- cién. Hizo un esfuuerzo por sentarse y, de repente, se dio cuenta de que podia ver mucho mas que el dia anterior, y que podfa sentir la fresca brisa en sus mejillas. iUna parte de su visera se habfa roto y se habia caido! «Cémo habrd sucedido?», se pregunt6. Ardilla contest6 a la pregunta que él no habia, formulado en voz alta. —Se ha oxidado y se ha caido. —Pero ,cémo? —pregunté el caballero. —Por las lagrimas que derramasteis después de ver Ia carta en blanco de vuestro hijo —dijo Rebeca. El caballero medit6 sobre esto. La pena que habia sentido era tan profunda que su armadura no habia podido protegerle. Al contrario, sus ligri- mas habian comenzado a deshacer el acero que le rodeaba. —jEso es! —grité—. jLas lagrimas de auténti- cos sentimientos me liberardn de la armadura! Se puso de pie més rapido de lo que habia hecho en afios. —jArdilla! jRebeca! —grité—. |Espabilad! iVamos al Sendero de la Verdad! Rebeca y Ardilla estaban tan Ilenas de alegria con lo que estaba sucedigndole al caballero que no 41 le dijeron que su rima era malisima. Los tres con- tinuaron la ascensién de la montafia, Era un dia muy especial para el caballero. Noté las diminutas particulas iluminadas por el sol que flotaban en el aire, filtrandose a través de las ramas de los arbo- les. Miré con detenimiento las caras de algunos petirrojos y vio que no eran todas iguales. Le co- menté esto a Rebeca, que dio pequeiios saltitos, arrullando alegremente. —Estéis empezando a ver las diferencias en otras formas de vida porque estais empezando a ver las diferencias en vuestro interior. El caballero intenté comprender qué queria de- cir Rebeca exactamente. Era demasiado orgulloso para preguntar, pues todavia pensaba que un caba- Hero tenia que ser mas listo que una paloma. En ese preciso momento, Ardilla, que habia ido a explorar, regresaba alborotada. —El Castillo del Silencio esta justo detras de la proxima subida. Emocionado ante la idea de ver el castillo, el caballero apuré el paso. Llegé a la cima del monte sin aliento, Era verdad, el castillo se veia a lo lejos, bloqueando el sendero por completo. El ca- ballero les confes6 a Ardilla y a Rebeca que esta- ba decepcionado. Habia esperado una estructura més elegante. En lugar de eso, el Castillo del Si- lencio parecfa uno mas. 42 Rebeca rié y dijo: —Cuando aprendais a aceptar en lugar de es- perar, tendréis menos decepciones. El caballero asintié ante la sabiduria de estas palabras. # —He pasado casi toda mi vida decepcionando- me. Recuerdo que, estando en la cuna, pensaba que era el bebé mas bonito del mundo. Entonces mi nifiera me miré y dijo: «Tenéis una cara que s6lo una madre podria amar. Me senti decepcio- nado por ser feo en lugar de hermoso, y me decep- cioné que la nifiera fuera tan poco amable. —Si realmente os hubierais sentido hermoso, no os hubiera importado lo que ella dijo. No os hubierais sentido decepcionado —explicé Ardilla. Esto tenia sentido para el caballero —Estoy empezando a pensar que los animales son mis listos que las personas. —EI hecho de que poddis decir eso os hace tan listo como nosotros —replicé Ardilla. —wNo creo que todo esto tenga nada que ver con ser listo —dijo Rebeca—. Los animales acep- tan y los humanos esperan. Nunca oiréis a un co- nejo decir: «Espero que el sol salga esta mafiana para poder ir al Iago a jugar». Si el sol no sale, no le estropeara el dia al conejo. Es feliz siendo un . conejo. El caballero pensé en esto. No recordaba a nin- 43 guna persona que fuera feliz simplemente por ser una persona. ‘Al poco rato Uegaron a la puerta del enorme castillo. El caballero cogié la lave dorada de su cuello y la introdujo en Ia cerradura. Y mientras abria la puerta, Rebeca le dijo: —Nosotras no iremos contigo. El caballero, que estaba empezando a amar ya confiar en los animales, se sintié decepcionado por que no le acompafiaran, Estaba a punto de decirlo, cuando se dio cuenta. Estaba esperando otra vez. Los animales sabjan que el caballero dudaba enire entrar 0 no en el castillo, —Os podemos mostrar la puerta —dijo Ardi- la—, pero tendréis que entrar solo. Al alejarse volando, Rebeca le llamé alegre- mente. —Nos encontraremos al otro lado. 4 EL CASTILLO DEL SILENCIO Abandonado a su suerte, el caballero asomé la cabeza con precaucién por la puerta del castillo. Las rodillas le temblaban ligeramente, por lo que producfa un ruido metalico a causa de su armadu- ra. Como no queria parecer una gallina frente a una paloma, en caso de que Rebeca pudiera verle, reunié fuerzas y entré valientemente, cerrando la puerta a sus espaldas. Por un momento dese no haber dejado atras su espada, pero Merlin le habia prometido que no tendria que matar dragones, y el caballero confia~ ba plenamente en el mago. Entré en la enorme antesala del castillo y miro a su alrededor. Sélo vio el fuego que ardia en una enorme chimenea de piedra en uno de los muros y tres alfombras en el suelo, Se senté en a alfombra més cercana al fuego. 45 El caballero pronto se dio cuenta de dos cosas: primero, pareeia no haber ninguna puerta que lo condujera fuera de la habitacién, hacia otras areas del castillo. Segundo, habia un extraordinario y aterrador silencio. Se sobresalt6 al notar que el fuego ni siquiera chasqueaba. El caballero pensaba que su castillo era silencioso, especialmente en las épocas en que Julieta no le hablaba durante dias, pero aquello no era nada comparado con esto. El Castillo del Silencio hacia honor a su nombre, pens6. Jamas en su vida se habia sentido tan solo. De repente, el caballero se sobresalts por el sonido de una voz familiar a sus espaldas. —Hola, caballero. El caballero se gird y se sorprendié al ver al rey aproximarse desde una esquina lejana de la habitacion, jRey! —dijo con la voz entrecortada—. Ni siquiera os habia visto. Qué estais haciendo aqui? —Lo mismo que vos, caballero: buscando la puerta. El caballero miré a su alrededor otra vez. —No veo ninguna puerta. —Uno no puede ver realmente hasta que com- prende —dijo el rey—. Cuando comprendais lo que hay en esta habitacién, podréis ver la puer- ta que conduce a la siguiente. —Definitivamente, eso espero, rey —dijo el 46 caballero—. Me sorprende veros aqui. Habia ofdo que estabais en una cruzada. —Eso es lo que dicen siempre que viajo por el Sendero de la Verdad —explicé el rey—. Mis stib- ditos lo entienden mejor asi. El caballero parecia perplejo. —Todo el mundo entiende las cruzadas —dijo el rey— pero muy pocos comprenden la Verdad. —Si —asintié el caballero—. Yo mismo no estaria en este Sendero si no estuviera atrapado en esta armadura. —La mayorfa de la gente est atrapada en su armadura —declaré el rey. —{ Qué queréis decir? —pregunté el caballero. —Ponemos barreras para protegernos de quie- hes oreemos que somos. Luego un dia quedamos atrapados tras las barreras y ya no podemos salir. —Nunea pensé que vos estuvierais atrapado, rey. Sois tan sabio... —dijo el caballero. El rey solt6 una carcajada. —Soy lo suficientemente sabio como para sa- ber cuando estoy atrapado, y también para regre- sar aqui para aprender mas de mi mismo. El caballero estaba entusismado, pensando que quizas el rey podria mostrarle el camino. —Decidme —dijo el caballero, su rostro ilumi- nado—, {podriamos atravesar cl castillo juntos? Asi no seria tan solitario... 47 El rey negé con la cabeza. Una vez lo intenté, Bs verdad que mis com- pafferos y yo no nos sentiamos solos porque ha- blébamos constantemente, pero cuando uno habla nposible ver la puerta de salida de esta habita- —Quiza podriamos limitarnos a caminar jun- tos, sin hablar —sugirié el caballero. No le apete- cia mucho tener que caminar solo por el Castillo del Silencio. : El rey volvié a negar con la cabeza, esta vez con més fuerza, —No, también lo intenté. Hizo que el vacio! fuera menos doloroso, pero tampoco pude ver la’ puerta de salida. El caballero protesté. —Pero si no estabais hablando... —Permanecer en silencio es algo mas que no hablar —dijo el rey—. Descubri que, cuando esta- ba con alguien, mostraba s6lo mi mejor imagen. No dejaba caer mis barreras, de manera que ni yo nj Ia otra persona podiamos ver lo que yo intenta- ba esconder. —No lo capto —4ijo el caballero. —Lo comprenderéis —replicé el rey— cuando haydis permanecido aqui el tiempo suficiente. Uno debe estar solo para poder dejar caer su armadura, El caballero estaba desesperado. 48 —iNo quiero quedarme aqui solo! —exclamé, golpeando el suelo con el pie, y dejindolo caer involuntariamente sobre el pie del rey. El rey grité de dolor y comenzé a dar saltos. iEI caballero estaba horrorizado! Primero al herrero; ahora al rey. —Perdonad, sefior —dijo, disculpandose. El rey se acaricié el pie con suavidad. —Oh, bueno, Esa armadura os hace mas dafio a vos que a mi —Iluego, mind al caballero con expresién sabia—. Comprendo que no querdis quedaros solo en el castillo. Yo tampoco lo desea- ba las primeras veces que estuve aqui, pero ahora me doy cuenta de que lo que uno ha de hacer aqui, lo ha de hacer solo. —Dicho esto, se alejé cojean- do al tiempo que decia—: Ahora debo irme. Perplejo, el caballero pregunts: —jAdénde vais? La puerta est por aqui. —Esa puerta es sélo de entrada. La puerta que lleva a la siguiente habitacién est en la pared més Iejana. La vi, por fin, cuando vos entrabais —dijo elrey. i . —4 Qué dueréis decir con que por fin la visteis? iNo recordabais dénde estaba, de las otras veces que estuvisteis aqui? —pregunté el caballero, sin comprender por qué el rey continuaba viniendo. —Uno nunca acaba de viajar por el Sendero de la Verdad. Cada vez que vengo,a medida que voy 49 comprendiendo cada vez mds, encuentro nuevas puertas. —El rey se despidié con la mano—. Tra- taos bien, amigo mio. —jAguardad, por favor! —le suplicé el caba- lero. El rey se volvié y le miré con compasién. (si? El caballero, que no podia hacer que tambalea- se la resolucién del rey, pidid: —— {Hay algiin consejo que me podais dar antes de ios’? El rey lo pensé un momento, luego respondi6: —Fsto es un nuevo tipo de cruzada para vos, querido caballero: una que requiere més coraje que todas las otras batallas que habéis conocido antes. Si lograis reunir las fuerzas necesarias y quedaros para hacer lo que tenéis que hacer aqui serd vuestra mayor victoria. Dicho esto, el rey se gird-y, estirando el brazo como para abrir una puerta, desaparecié en la pa- red, dejando perplejo al caballero. El caballero corrié al sitio donde habia estado el rey, esperando que, de cerca, también podria ver la puerta. Al encontrar tan s6lo lo que parecia ser una pared solida, comenz6 a caminar por toda la habitacion. Lo tinico que'el caballero podia oft era el sonido de su armadura resonando por todo el castillo. 50 Después de un rato, se sentia més deprimido que nunca. Para animarse, canté un par de cancio- nes de batalla: Estaré contigo para levarte a una Cruzada, carifio y dondequiera que deje mi yel- mo, ésa seré mi casa, Las canté una y otra vez ‘A medida que su voz se fue cansando, Ia quic- tud comenzé a ahogar su canto, envolviéndolo en cl silencio més absoluto. Sélo entonces pudo el caballero admitir francamente algo que ya sabia: tenia miedo de estar solo. En ese momento, vio una puerta en la pared més lejana de la habitacidn. Fue hasta ella, la abrié entamente y entré en otra habitacién. Esta otra sala se parecia mucho a la anterior, s6lo que era mas pequefia. También ésta estaba vacia de todo sonido. Para pasar el tiempo, el caballero comenz6 a hablar consigo mismo. Decia cualquier cosa que le venia a la mente. Hablé de cémo era de peque- fio y de qué manera era diferente de los otros nifios que conocfa. Mientras cazaban codomices y jugaban a «Ponle la cola al burro», él se quedaba ‘en casa y leia. Como en aquel entonces los libros eran manuscritos de los monjes, habia pocos y, muy pronto, los hubo leido todos. Fue entonces cuando comenzé a hablar con todo aquel que pa- saba delante de él. Cuando no habia con quien hablar, hablaba consigo mismo, igual que ahora. 51 Se encontré diciendo que habia hablado tanto du- rante toda su vida para evitar sentirse solo. EI cabailero pens6 profundamente sobre esto hasta que el sonido de su propia voz rompié el aterrador silencio. —Supongo que siempre he tenido miedo de estar solo, Mientras pronunciaba estas palabras, otra puer- ta se hizo visible. El caballero la abrié y entré en la siguiente habitacién, Era mas pequefia ain que la anterior. Se senté en el suelo y continué pensando. Al poco rato, Ie vino el pensamiento de que durante toda su vida habia perdido el tiempo hablando de To que habia hecho y de lo que iba a hacer. Nunca habia disfrutado de lo que pasaba en el momento. Y entonces aparecid otra puerta. Llevaba a una habitacién alin mas pequefia que las anteriores. Animado por su progreso, el caballero hizo algo que munca antes habia hecho. Se quedé quicto y escuchd el silencio. Se dio cuenta de que, durante la mayor parte de su vida, no habia escuchado realmente a nadie ni a nada. El sonido del viento, de la Iluvia, el sonido del agua que corre por.los arroyos, habian estado siempre ahi, pero en reali- dad nunca los habia odo. Tampoco habia oido a Julieta, cuando ella intentaba decirle cémo se sen- tia; especialmente cuando estaba triste, Le hacia 52 recordar que él tambign estaba triste. De hecho, una de las razones por las que habia decidido de- jarse la armadura puesta todo el tiempo era porque asi ahogaba Ia triste voz de Julieta. Todo lo que tenfa que hacer era bajar la visera y ya no la ofa. Julieta debia de haberse sentido muy sola ha- blando con un hombre envuelto en acero; tan sola como él se habia sentido en esta ligubre habita- cién. Su propio dolor y su soledad afloraron. Co- menzé a sentir el dolor y Ia soledad de Julieta también. Durante ajfios, la habia obligado a vi en un castillo de silencio. Se puso a Ilorar. El caballero lloré tanto que las lagrimas se de- rramaron por los agujeros de la visera y empa- paron la alfombra que habia debajo de él. Las lagrimas fluyeron hacia la chimenea y apagaron el fuego. En realidad, toda la habitacién habia empe- zado a inundarse, y cl caballero se hubiera ahoga- do si no fuera porque en ese preciso instante apa- recié otra puerta. Aunque estaba exhausto por el diluvio, se arras- tr6 hasta la puerta, la abrié y entré en una habita- cién que no era mucho mayor que el establo de su caballo. —Me pregunto por qué las habitaciones son cada vez mas pequefias —dijo en voz alta. Una voz replicé: —Porque os estas acereando a vos mismo. 53 Sobresaltado, el caballero miré a su alrededor. Estaba solo, 0 eso habia creido. ,Quién habia ha- blado? —Tié has hablado —dijo la voz como respuesta a su pensamiento. La voz parecia venir de dentro de si mismo. Era eso posible? —Si, es posible —respondié la voz—. Soy tu yo verdadero. —Pero si yo soy mi yo verdadero —protesté el caballero. —Mirate —pronuneié la voz con ligera aver- sin—, ahi sentado medio muerto, dentro de ese mont6n de lata, con la visera oxidada y la barba hecha una sopa. Si ## eres tu verdadero yo, jlos dos estamos en problemas! —Ahora éyeme iti a mi —dijo el caballero—. He vivido durante todos estos aiios sin ‘ni una palabra sobre ti, Ahora que oigo, lo primero que me dices es que iti eres mi verdadero yo. ;Por qué no me ha hablado antes? —He estado aqui durante afios —replicé la yoz—, pero ésta es la primera vez que estés lo La voz replicé amablemente: —No puedes pretender aprender todo de gol- pe. {Por qué no te vas a dormir? —EstA bien —dijo el caballero—, pero antes, quiero saber cémo debo Ilamarte. —iLlamarme? —pregunté la voz, perpleja—. iPero si yo soy fi! —No puedo Ilamarte yo. Me confunde. —Esté bien, Llamame Sam. —(Por qué Sam? —

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