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La ética en la vida del cristiano

Publicado en 29 July 2010 César Aníbal Villamil

La ética es un tema vasto y comprehensivo que constituye una de las ramas importantes de
los estudios teológicos y puede ser definida como un sistema de valores morales y deberes.
Tiene que ver con el carácter humano, las acciones y los fines. La ética también tiene que
ver con la comunidad. No es cosa de argumentación, sino de conducta frente y hacia los
demás, y su principio y su fin, por lo tanto, tiene que ver con responder a lo que da origen
al término clave de la ética: la responsabilidad.

Crisis de la ética

En 1933, de acuerdo a la cita de Julián Marías, Ortega y Gasset comenzó un discurso que
apuntaba a analizar la situación de España en aquella hora tan difícil, diciendo: No sabemos
lo que nos pasa, y eso es, precisamente, lo que nos pasa. Lo mismo podría ser dicho en
nuestro tiempo. Es hora de que sepamos lo que nos pasa, y lo que nos pasa es que
atravesamos por una profunda crisis de valores, de la que la Iglesia no está exenta.

El poeta argentino Enrique Santos Discépolo, autor de tangos imborrables, a principios del
siglo XX nos dejó palabras que hoy siguen siendo de una actualidad que impacta:

Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor,


ignorante, sabio, chorro (ladrón), pretencioso, estafador.
Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un
gran profesor.

Los que antes teníamos como valores hoy ya no lo son, por lo tanto, es lo mismo ser una
cosa que otra. Nos deshicimos de los grandes relatos de la historia y rechazamos los ideales
del futuro. Estamos en la indefinición de la posmodernidad.

Si nos sentáramos a conversar tranquilamente, es muy probable que estemos de acuerdo


sobre la ética. Qué es, qué significa, cómo aplicarla, etc. Sin embargo, muchas veces hay
brechas abismales entre lo que decimos que somos y creemos y lo que verdaderamente
somos y creemos. El mero análisis ético en el vacío es estéril y fútil; inclusive, me atrevería
a decir que es falaz, pues corremos el peligro de conformarnos con la argumentación sobre
la ética y olvidarnos de vivirla, así como de enseñarla, transmitirla.

La ética no es una teoría para contemplar al mundo, es una guía para la vida, en relación
con los seres que nos rodean. La ética es acción, es determinación, es responsabilidad. El
saber cómo actuar no conduce, necesariamente, a la acción y no se transforma en ética. Yo
puedo saber qué pide Dios de mí, pero si no actúo conforme a ello, no sirve para nada más
que para condenación (Santiago 4.17; 5.12; Romanos 8.1). No somos lo que decimos ser,
sino lo que mostramos al actuar, todos los días. Las ideas no son la moral. La moral es la
encarnación de la ideas. Actos, conductas, y debajo de ellas los valores que, obviamente, se
ven y expresan en esas realizaciones exteriores.

La razón de las cosas

La sociedad que nos rodea, gradualmente ha evolucionado hacia la permisividad, la pérdida


de valores, etc., arrastrando consigo a buena parte de la Iglesia, pues en lugar de
mantenerse inmaculada está siendo moldeada al mundo circundante. Parece ser que la
indicación paulina: «No adopten las costumbres del mundo, sino transfórmense por medio
de la renovación de su mente», (Romanos 12.2) no está siendo oída en nuestros tiempos.

El problema es que cada área que se fue degenerando no es más que una parte de un
problema mayor. La cosmovisión del sistema mundo ha ido ganando terreno en relación a
la cosmovisión vagamente cristiana que quedaba en la memoria de la gente. Una de las
razones de ello es una cosmovisión cristiana defectuosa basada en la concepción pietista de
que existe una división clara entre el mundo «espiritual» y el «material», dando poca o
ninguna importancia al mundo «material», descuidando la dimensión intelectual del
cristianismo. Sin embargo, la espiritualidad cubre toda la realidad y el señorío de Cristo
debe cubrir todo en la vida y todo de la misma manera.

Cuando decimos que el cristianismo es verdad, lo es para toda nuestra realidad. El


cristianismo no es una serie de verdades sino La Verdad, sobre toda nuestra circunstancia.
En palabras de Ortega y Gasset: Yo, soy yo y mi circunstancia. No podemos separar nuestra
existencia y pretender comportarnos de una manera cuando interpreto el papel de ser
cristiano y otra muy diferente cuando de negocios se trata, por ejemplo.

Fallamos al no comprender que la Verdad tiene que ver con todo el entorno y no solamente
el religioso. Nuestra visión de la realidad determinará nuestra posición en cada tema que
enfrentamos hoy, y también nuestra visión del valor y la dignidad de la gente, la base para
el tipo de vida que el individuo y la sociedad viven.

Yo creo que nuestra cultura, sociedad y gobierno están en la condición en la que están, no
solo a causa de alguna conspiración maléfica, sino porque la Iglesia no cumple en su
totalidad su deber de ser luz y sal de la cultura. Es nuestro deber —y privilegio— usar la
libertad que tenemos para ser la sal de nuestra cultura.

Esta concepción maniqueísta —reducir todo a dos principios creadores, uno para el bien y
otro para el mal—, ha llegado hasta nuestro tiempo provocando una espiritualidad
excluyente que olvida incluir bajo el señorío de Cristo a todo el espectro de la vida.

Aristóteles disertó ampliamente sobre la ética


Los antiguos avivamientos instaban a la salvación personal, pero también impulsaban claras
acciones sociales. Por lo tanto, no solamente llevaban a la gente al arrepentimiento sino que
también producían un cambio en la vida de la comunidad toda.

El costo de vivir éticamente

Los medios están inundados de informes sobre ética pecaminosa en los negocios —
últimamente dos de las más grandes empresas del mundo fueron encontradas culpables de
falsear la información contable para no pagar los impuestos correspondientes. En todos los
niveles nos encontramos con corrupción, manipulación, evasión impositiva, malversación
de fondos, etc.

Generalmente sabemos qué deberíamos hacer, pero evaluamos el costo de hacer lo correcto
y desistimos de hacerlo cediendo a la presión de personas o circunstancias, en lugar de
mantener la integridad que Dios requiere de nosotros. Si creemos que tenemos que hacer
cualquier cosa para mantener nuestro negocio o empleo, podríamos terminar sirviendo al
amo incorrecto. Es imperioso que nos convirtamos en individuos centrados en principios.
Que estemos dispuestos a pagar cualquier costo antes de quebrar esos principios sobre los
cuales hemos afianzado nuestras vidas.

Los hombres no son dueños de sus fines, sino de sus caminos —aunque esos caminos
puedan determinar sus fines. Malos dueños de nuestros caminos somos cuando empezamos
a descuidarlos. El que va en busca de días y noches opulentas, vuelve por el triste camino
del cuidador de cerdos.

Para el hombre íntegro se presenta el dilema de Dostoiewski: el valor absoluto o la nada


absoluta. No me digas cómo es tu vida íntegra. Déjame observar tus conductas y en ellas
podré ver las convicciones y valores a los que respondes. Niestzsche decía: Muéstrame tu
vida redimida y creeré en tu redentor.

El profeta Isaías ve que en el pueblo de Dios los valores se habían subvertido, pues a lo
malo le decían bueno y a lo bueno malo (Isaías 5.20); que no había un referente moral en
quien confiar (Isaías 5). Todo se dirigía hacia el precipicio. Nada había en el futuro.
Deprimido, el profeta va al Templo de Dios y allí ve al Señor. El velo se descorre y el
profeta recibe fuerzas al ver la santidad de Dios. Ante la santidad de Dios el profeta puede
verse a sí mismo con total claridad y sinceridad (Isaías 6.5): «¡Ay de mí! Que soy muerto;
porque siendo un hombre inmundo de labios…han visto mis ojos al Rey, Jehová de los
ejércitos».

Ese es el camino a recorrer, vayamos al Templo de Dios a contemplar su hermosura y


poder. Ver el rostro de Dios nos permitirá vernos desde otra perspectiva. No vivamos vidas
representadas sino reales de acuerdo a los parámetros del Dios de la gloria, a fin de que a
través de nuestras vidas seamos la luz y la sal que nuestro mundo necesita tan
desesperadamente.

Fuente: Sociedades Bíblicas Unidas.

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