MIGUEL A. ZABALZA
1. MARCO TEÓRICO
Hay una distinción previa a hacer con respecto a la acepción currículo. En cuanto
concepto aglutinador de otras denominaciones más parciales y restrictivas se ha
utilizado en la literatura didáctica para referirse a dos aspectos muy diversos y que,
por tanto, condicionan el sentido y funcionalidad del propio término. Stenhouse se
refiere a esa doble acepción de currículo: el currículo en cuanto esquema o proyecto
de enseñanza (es decir lo que se puede o se pretende hacer), y, por el otro lado, el
currículo como esquema o marco de análisis de lo que realmente se está haciendo o
ya se ha hecho.
Ciertamente un sistema educativo como el inglés, cuya autonomía para definir el sentido
y estructura de los cursos a nivel de escuelas es muy amplia, resulta más propicio a
incorporar la segunda acepción y en tal caso hablar de currículo significa referirse a lo
que cada escuela está haciendo de hecho, a la forma real en que están funcionando las
clases, a los resultados que realmente obtienen los alumnos como consecuencia del
trabajo escolar, etc.
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Tomado y adaptado de: ZABALZA, Miguel A.: Diseño y desarrollo curricular. Capítulo II. Madrid,
Narcea S.A. de Ediciones, 4ta. Edición, 1991.
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resultados de tal o cual currículo concreto, sino que nuestro objetivo es establecer las
que consideramos que son las coordenadas generales de planificación y puesta en
práctica de un proyecto curricular.
Esta idea de currículo es suficientemente amplia como para dar cabida en ella tanto
al conjunto de experiencias programadas por la escuela y el propio proceso seguido
para programarlas (modelo de planificación) como al conjunto de experiencias
vividas por el alumno en el contexto escolar (modelo de investigación).
Algunos autores han introducido precisiones que puede ser interesante recoger aquí.
Así, Scurati define el currículo como “un proyecto educativo y didáctico realizado en
situación escolar a través de comportamientos de tipo profesional”. Dos aspectos
quisiera resaltar en esta definición de Scurati:
Sobre el primer punto seguiré insistiendo diferenciando entre los diversos cursos
(pedagógico, didáctico, técnico) que están implicados en la enseñanza. Sobre el
segundo punto se basa el propio sentido de este trabajo. Hacer una buena
programación es tarea compleja, que requiere una cierta técnica y consecuentemente
una preparación específica por parte del docente. Desde mi punto de vista esa
preparación para la construcción y desarrollo de currículos (en el sentido de las
“programaciones” a que ya hemos hecho referencia en el capítulo anterior),
apropiados a cada situación escolar concreta, debe constituir uno de los espacios
privilegiados de la profesionalidad docente, una de las competencias a que más
importancia se habría de dar en su formación.
Hay otra precisión interesante a la que hace alusión la profesora Lodini citando a
Kerr:
“El currículo como el conjunto de aprendizajes desarrollados tanto dentro como fuera de
la escuela, siempre que hayan sido planificados y guiados por ésta”.
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profesional a través del desarrollo curricular. No es preciso que la escuela lo
planifique, lo guíe y esté presente en dichos aprendizajes, puede bastar con que los
haga posibles, con que los refuerce, con que dé sentido a experiencias
extraescolares de los alumnos, etc.
Ya estamos pues, ante una idea de currículo que implica y contiene dentro de sí
todo un conjunto amplio y variado de operaciones. Si nos lo planteamos en sentido
muy amplio, todas aquellas operaciones precisas para diseñar y elaborar el
Programa y hacer el seguimiento de las diferentes programaciones a que diera
lugar. Si nos lo planteamos en un sentido más restringido y práctico, todas aquellas
operaciones relacionadas con el análisis en profundidad del Programa oficial para
un determinado nivel educativo y con su posterior desarrollo adecuándolo a las
características de cada situación.
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2. PRINCIPIOS BÁSICOS PARA EL DESARROLLO CURRICULAR
a. Principio de realidad
b. Principio de racionalidad
c. El pricipio de socialidad
Ahí es donde debe actuar este principio de la búsqueda del consenso, a través de la
obtención de puntos de acuerdo común que han de privilegiarse con respecto a
otros que supongan divergencias dentro de cada comunidad educativa.
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“Programar un currículo, señala Scurati, significa mediar en la diversidad a través de un
consenso operativo (diversidad de posiciones, de competencias, de intereses) a construir
sobre el terreno, fatigosamente pero sin quedarse en los aspectos puramente formales”.
Cabe traer aquí la interesante aportación de Stenhouse y en la que sin duda se hace
eco de los planteamientos de la sociología del currículo desarrollada por notables
compatriotas suyos (Lawton, Rippel, etc.), en el sentido de plantearnos los
conocimientos a impartir como comunidades de gente en lugar de como unidades
de datos. Ello da pie a un montaje curricular mucho más dinámico, dialéctico,
abordable y acomodable a cada situación. Significa plantearse no sólo la naturaleza
de las disciplinas, las actividades, los planteamientos a desarrollar, sino también su
origen, la dinámica social que los generan, etc. En nuestro caso es poco defendible a
la hora de hacer una programación que las cosas son como son y punto. O que quien
tiene la última palabra es el director o el profesor y los demás (padres, alumnos, etc.)
no tienen nada que decir. En este sentido el currículo se convierte en una especie de
“objeto transaccional”, de espacio de comunicación-negociación social. No pocas de
sus virtualidades educativas se derivarán del hecho de que se hayan resuelto a gusto
de todas las divergencias.
d. Principio de publicidad
“Un currículo, dice Stenhouse, es una tentativa de comunicar los principios y rasgos
esenciales de una propuesta educativa, de forma tal que la haga susceptible un análisis
crítico y capaz de ser trasladada efectivamente a la práctica”.
e. Principio de intencionalidad
Aquí cabe distinguir entre las dos acepciones de currículo a las que antes hicimos
referencia:
A través del proceso de realimentación curricular, a medida que estos datos se van
conociendo, se los va tomando en cuenta y se adoptan las decisiones adecuadas, bien
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para integrarlos en el marco de los propósitos intencionalmente buscados, bien para
eliminar sus interferencias de manera que los acontecimientos sigan el curso
deseado.
Con frecuencia los profesores dicen de los teóricos del currículo que lo que señalan
en sus diseños luego no es posible llevarlo a la práctica, que sus perfectos modelos
de laboratorio no funcionan en una clase normal. Eso sucede porque cada sujeto es
diferente y lo es cada escuela y lo es cada ambiente. Y por eso las previsiones
generales ni pueden ni tienen porqué funcionar en cada realidad específica. Por eso,
decíamos, la programación puede y tiene que recoger esas características de la
situación que actuarán como marco de referencia en función del cual cada escuela ha
de definir las condiciones de funcionalidad que harán que ese Programa sea viable y
a partir de las cuales se desarrollará la programación introduciendo cuantas
modificaciones sean precisas para acomodarlo a esa realidad.
g. Principio de selectividad
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h. Principio de decisionalidad
En definitiva, como señalaba Fernández Huerta, hacer didáctica no es otra cosa que
tomar decisiones. Todo el arco didáctico (objetivos, contenidos, gestión de la clase,
evaluación, construcción o manejo de materiales, etc.) constituye un complejo y
encadenado proceso de toma de decisiones, preinstructivas y/o instructivas, por
parte de la comunidad escolar en su conjunto o bien por parte del propio docente.
No sería realista suponer que tales barreras puedan desaparecer, que sea posible
hoy por hoy una autogestión curricular plena. No sería ni siquiera deseable, creo
yo. Pero sí es necesario recuperar un nuevo y real protagonismo, por parte de todos
los implicados, en la toma de decisiones curriculares. Hasta qué punto, con qué
condiciones y con qué formas de complementariedad puede eso ser factible sobre el
terreno, es algo que espero ir aclarando en los capítulos siguientes.
“Habrá que concebir los currículos como orientaciones abiertas, sometidas y expuestas a la
crítica y corrección en la teoría y en la práctica, específicas de la situación, concretizantes y
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cambiantes, enfocadas a la planificación y realización de una enseñanza emancipatoria y
orientadas hacia objetivos de aprendizaje”.
Centrado en la escuela
Es una consecuencia práctica del punto anterior. La escuela deja de constituir una
estructura institucional puesta en cualquier parte, igual siempre y cerrada. Ha de
ser, por el contrario, “la escuela de tal pueblo o barrio o lugar”. La escuela utiliza
todos los recursos (personales, laborales, institucionales, culturales, deportivos,
etc.) de su zona y está por ello muy interesada en que cada día sean mejores y
presiona socialmente para ello. Y es a la vez utilizada como un recurso cultural y
formativo más por los vecinos y organizaciones ciudadanas de ese pueblo, barrio o
lugar. Se produce así un cruce de influencias (de vez en cuando también de
conflictos) pero sobre todo se va generando una dinámica social y cultural que
cuenta con la escuela no sólo como un edificio en medio del territorio, sino como
una agencia cultural a disposición del territorio.
Consensuado
Hace ya muchos años que se nos llena la boca hablando de comunidad educativa,
de participación, etc. Un currículo basado en la programación a nivel de cada
centro da la posibilidad de irla introduciendo realmente en la dinámica de la
escuela.
Supone un esfuerzo importante por parte de los profesores que vemos así rota una
tradición de “competencia profesional exclusiva” en las cuestiones de la escuela.
Posiblemente en sus inicios la colaboración no sea tan rica como sería de desear
pues ni los padres ni los representantes del municipio tienen experiencia, ni
tampoco la tenemos los profesores en ese tipo de colaboración. Pero si se acepta el
principio, si se cree realmente que puede ser un medio privilegiado para superar el
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actual estancamiento de la escuela, cada centro irá descubriendo su propio camino
de colaboración.
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