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Los nios, asustados, huyeron lo ms rpido que pudieron mientras oan gritar al
enano con voz de trueno:
El enano levant un muro y puso una verja para evitar que los nios volvieran por
all. Todos los das los nios miraban entre los barrotes el jardn y luego se
marchaban tristes a buscar otro lugar donde jugar.
-La primavera no ha querido venir a mi jardn -se lamentaba una y otra vez el
enano.
Solo un nio que no haba conseguido subir a ningn rbol lloraba amargamente
porque era demasiado pequeo y no llegaba ni siquiera a la rama ms baja del
rbol ms pequeo.
El enano sinti compasin por el nio y baj para ayudarle. Mientras bajaba las
escaleras pensaba:
El enano tom al nio en brazos y le dijo con dulzura mientras lo colocaba en una
rama de un rbol cercano:
-No llores.
Cuando los dems nios comprobaron que el enano se haba vuelto bueno
regresaron corriendo al jardn y la primavera volvi con ellos.
Pero los nios no lo saban. El enano se senta muy triste, porque se haba
encariado del pequeo. Solo ver jugar a los nios y compartir con ellos sus
juegos le haba feliz.
Con el paso de los aos el enano se hizo viejo, tanto que lleg un momento en el
que ya no pudo jugar con los nios.
Muy contento, el enano fue hasta donde se encontraba el nio. Pero al llegar junto
a l se enfureci:
-Quin te ha hecho dao? Tienes seales de clavos en las manos y en los pies!
Por muy viejo y dbil que est, matar a quien te haya hecho esto.
-Hace mucho tiempo me dejaste jugar en tu jardn -respondi el nio-. Ahora quiero
que vengas a jugar al mo, que es el Paraso.
Esa tarde, cuando los nios entraron en el jardn para jugar con la nieve,
encontraron al enano muerto debajo del rbol. Pareca dormir plcidamente y
estaba entero cubierto de flores blancas.