LA NOVELA DEL TRANVIA!
Cuanda la tarde se obscurece y los paraguas se abren,cid se
‘ayuntamientos, con
tarlas con Jodo,
Mas alld de Ia
hhabita barrios
Desruds de examinar ligeramente las torcidas lineas
Jeravegeana ¢, montatas del ievo. mundo por sas
A 1a prematura muerte de mi abuelita,
@ la edad de % anosrra Santa. Aqui tengo una trenza de pelo que me ha
costado cuatrocientos setenta y cuatro pesos, con un pi-
00 de centavos. Yo no s¢ de donde los he sacado: el he-
‘cho es que los tuve y no los tengo. Nada; me caso
decididamente con una de las hijas de este buen sefir.
‘As{ las saco de penas y me pongo en orden. ¢Con cual
rubia? gcon la morena? Serd mejor con
Y8 Mo teniré nada que deen
Una heredad en et bosque: :
Una casa en ta heredadh
En la casa, pan y amor
esis, qué felicidad?
sedemds, va es preciso que me case Esta situacton no
Puede prolangarse, como dice el gran dans asa G
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‘sona decente. ¢Habrin comido esas chiquillas?
En el asiento que antes ocupaba el cesante, descansa
abora una matrona de treinta afios. No tiene malos ojos;
sus labios son gruesos y encarnados: parece que los
acaban de morder. Hay en todo su cuerpo bastantes re-
dondeces y ningiin angulo agudo. Tiene hica,
Jee mas las novelas de Gustavo Droz que el Menosprecio
del mundo éel padre Kempis. “Tiene wna
ssi hablara, serfa un grito pidiendo bom!See
fien Uds., aunque las vean tan fj
rman la lengua. rescas en el agua: que-
sefiora de treinta afios ‘graciado! jqué tranguilo estard en su
novenario. tm va indudablemente a] jo? Yo debo conocerie.... jAh!..._ isi
no Ser; la esposa de ese caballero murié cuando
1 altime edlera. jEs el otro! ;Tampocol pero ga m{,
‘qué me importa quien sea?
conviene conocer un secreto de
alge ni le condene.
‘arrojen a Iatigazos
y puede hacer pedazos
‘bres seres indefensos, nada pueden! La madre los aban
dona para ir a traerles su porcién de vergtienza y des-
honra, Los vende por un pufiado de placeres, como Ju-
das a Cristo por un pofiado de monedas. Ahora duermen,
Y muy tranquilo,
tie
a le loteria. EI pri.
untapiés, Ee
Eado que ti, Jas quits. Un espejo es un juez y ¢s un
festigo La mujer que recibe a su amante viéndose al
espejo, es ya la mujer abofeteada de la calle.
‘Pues bien; cuando ti estés en esa tibia alcoba y tz
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80; pero hoy estén las colocaciones por las
‘siempre se queda en la calle el pobre peso.
jo mismo , sin embargo, con aquel de la buena
‘sonrisa bonachona y del iguila que parecia
dénde me Jo dieron; pero si
debe estar su marido: IQUE tr
‘marido! en el vega aaa
a de que repetidas libaciones habian
y entorpecido su tacto. Pero,
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