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. nOTENKHA | EL MOTIN DEL fee |EL MOTIN DEL POTEMKIN Ilemos querido que sean dos libros de historia y de lucha —Milicia Popular y el Motin del Potemkim— los primeros que salieran como tesultado de nuestro trabajo editorial. Sobre antecedentes que nos han sido arrebatados, reprimidos y prohibidos pretendemos proycctar nuestra funcién de difusion del conocimiento critico y socialista. Htatames no sélo de denunciar todo un sistema de relaciones ca- pitalistas sino también de investigar y apoyar el trabajo de crea- clon de una nueva concepcién de la vida que sea liberalizadora. Y q cn nuestro papel de extender el pensamiento que surge de esta labor nos sentimos solidarios con todos los hombres y mujeres que participan en los distintos movimientos de emancipacion. Por esté razén a los mas prdéximos les dedicamos este primer es- fuerzo, y queremos hacerlos participes nombrdndoles atin con el temor de olvidos involuntarios. A nuestras compafieras y compafieros de A.C., Internacional Nditores, del Carmelo, Xoc, Plastoquimica, Leonor, Luisa, Pilar, Isabel M., Jaume, Ferran M. JE L MOTIN DEL POTEMKIN (‘CHE POTEMKIN MUTINY ) RICHARD HOUGH HUIMERA EDICION EDITORIAL BARCELONA Titulo Original THE POTEMKIN MUTINY Traducido por JOSE R. ALDAZ de la 1.8 edicién de Curtis Brown Ltd., London 1960 Maqueta y Disefio Portada FERRAN MEGIAS © Curtis Brown Ltd. 1960 © R. Ediciones Hacer, 1977 Rosellon, 282, entlo. 1.3 - Barcelona-9 (Espafia) Primera edici6n Reservados todos los derechos IMPRESO EN ESPANA PRINTED IN SPAIN ISBN 84-85348-00-1 Depésito Legal B/4 7048-1977 Fotocomposicién Hur-bis Impreso en: Gréficas Instar, 8. A. El acorazado Potemkin anclado en Constanza 111 ‘Torpedero N 267, cémplice rescio en el motfa, antes de abandonar Constanza por (iltima vez. 6 Nicolaiev Odessa RUMANIA VIl VU. Ix. INDICE CUESTION DE INS EL MARTIR EN EL MUELLE EL ENTIERRO...........-. bes EL BOMBARDEO .......... EI, ENCUENTRO LEJOS DE ODESSA. . UNA TRIPULACION INDECISA .. UN VIAJE POR ELMAR NEGRO .... LOS EMIGRANTES.......-....-5--55 TOS .......-.-5 UNA CIUDAD SUBLEVADA......... EL ZAR DECLARA LA .GUERRA.... Pag. 1S 39 49 63 84 96 - 108 -127 - 140 155 PREFACIO El tiempo y la propaganda han oscurecido tanto la verdad so- bre el mottn del Potemkin que debemos situarlo entre los més inexactos sucesos de la historia naval. Las descripciones rusas ac- tuales, e incluso los relatos escritos en diferentes ocasiones, por los mismos testigos presenciales estén en desacuerdo global y ninguna de éllas concuerda con los relatos de los oficiales de la Flota del Mar Negro que todavta permanecen vivos. La dificultad principal es que, aunque se desarrollé hace sdlo 55 afios, ha pasado a ser le- venda en la U.R.S.S., donde el acorazado es recuerdo sagrado y Afanasy Matushenko es considerado méartir venerado de la revolu- cion de 1905. Las mermorias de los hechos estén naturalmente te- fhidas de vergtienza e indignacién para los emigrados oficiales rusos, y es absurdo esperar que la versién rusa sea imparcial, de la misma manera que no podemos esperarlo de los Tudores dando cuenta de Ja Batalla de Bosworth, No hay discusién en cuanto a los principales sucesos y al orden en que tuvieron lugar. Donde existen descripciones conflictivas he tratado de hacer lo ‘mejor por mi parte para coneiliarlas y he mantenido un equilibrio razonable entre supuestos y probabilida- des donde ha sido necesario, fiandome donde lo he considerado po- sible sobre lo que es conocido acerca del cardcter de los participan- tes, Ejemplo: los relatos de los oficiales no hacen mencidn del in- cidente de la lona embreada; los oficiales siempre han negado que hubiese amenaza de fusilamiento para los lideres del motin, mien- tras que todos los marineros destacan el hecho de que los hombres fueron cubiertos por medio de la lona embreada, Mi conclusion, y lo que parece Ia interpretacién mds razonable es que el comandan- te Giliarovsky se encontré en una situacién desesperada en su in- tento de tratar de intimidar a los marineros y orden6 al peloton abrir fuego en un momento de pdnico. Las fuentes mds titiles de donde se ha extraido el material son los detallados relatos eicritos por Afanasy Matushenko Y Cons- tantine Feldmann, los relatos del matin de Robert L. Hadfield, Tom Wintringham, Irving Anthony, y el admirable arttculo escri- to por el capitén Geoffrey Bennett, R. N., publicado recientemen- te en el periddico de la R.U.S.L Las comunicaciones consulares procedentes de Odessa y el diario privado del Consul general Bri- 13 tdnico poseen un valor indudable para establecer las fechas concre- tas y aclarar algunos detalles dudosos. Quiero dar las gracias también a los miembros de Sociedad Americana para ef estudio de Historia Naval Rusa; La Asocia- cién de los Oficiales Navales de la Rusia Imperial en América; a MissHellen Romanova, vicepresidente de la Comision en el Exte- rior de la Union de Escritores de U.R.S.S.; y al Instituto Historico de la Academia de Ciencias de la U.R.S.S. por la informacion que me han suministrado, Tengo una deuda especial con el Comandan- te George Taube, R.I.N. de Nueva York por el tiempo que me ha dedicado, contestando mis requerimientos y escribiendo a sus compafieros oficiales de la Marina Imperial Rusa. Mayo, 1960 Richard Hough i : 1 CAPITULO I CUESTION DE INSECTOS {Qué importaban unos pocos insectos? La carne era excelente. EL honorable cirujano mayor, Consejero Smirnov, la habia decla- rado de primera calidad; segtin él, no habfa ninguna justificacion para las reclamaciones. El alboroto, que se habia iniciado al amanecer como rumor, circulando lentamente, se extendio y ampli6 posteriormente tanto en volumen como en acritud. Los agitadores del navio, como bus- cadores de petréleo en un pozo petrolifero, habian surgido y lu- chado para emplear tan repentinas riquezas.en su propio bien. Habia sido su mafiana més ocupada desde la sublevacin de no- viembre en Sebastopol, y para la hora en que los toques de cam- pana indicaban la comida del mediodia, habfan tenido éxito en la creacion de un ambiente amenazador. El motin se palpaba en la atmésfera, aproximandose rd4pidamente al acorazado Potemkin con la seguridad de un tif6n ya vaticinado. * eR El Capitan del Potemkin Eugene N. Golikoy tenfa razén en estar satisfecho con el nivel moral de su barco hasta aquella mafiana del 27 de junio de 1905. Su tripulacién, comparada con muchas otras de la Flota del Mar Negro, parecfa estar libre de elementos revolucionarios, y no sc habia producido ningiin desorden en tierra mientras la tripulacién era reequipada en Sebastopol. El vicealmi- rante Krieger, temporalmente al mando dada la ausencia del almi- rate Chukhnin, tenia también confianza en el Potemkin como lo muestra el hecho de que lo destacase como navio seguro, aunque procedente de los barcos de la Flota le Hegaban noticias de activi- dad sediciosa. El capitin Golikov recibid ordenes, el 25 de junio, de navegar hasta el Estrecho de Tendra para comprobar los nuevos revestimientos de sus cafiones de 6 y 12 pulgadas antes de que se iniciasen las maniobras generales. El gran acorazado, pintado nue- vamente de negra, con sus obras muertas de amarillo oscuro y chi- meneas con rayas negras, zarp6 de Ja base central de la Flota del Mar Negro el 25 de junio y puso su timén rumbo noroeste para al- 18 canzar su destino a 150 millas de distancia. La esposa de Golikov se embarcé en el buque transporte Viekha para mantenerse cerca de su marido durante el periodo de maniobras pues éste esperaba poder pasar varias noches en la ciudad. El viaje estuvo exento de acontecimientos notables, pero cuan- do cl Potemkin eché anclas en la Bahia de Tendra el amanecer del 26 de junio a unas pocas millas de la larga cinta de Ja Isla Tendra, el mar estaba demasiado picado y el viento demasiado fuerte para poder realizar la prueba con éxito, no obstante permanecer alta la temperatura. Golikov, al iniciarse el atardecer, hizo una sefial a su escolta, un torpedero de 100 toneladas comandado por el Teniente Barén Klodt von Jurgensburg, ordendndole ir a Odessa para abaste- cerse de provisiones en los almacenes de carne y alimentos del drea portuaria de dicha ciudad. Parecia una manera correcta de mante- ner ocupado el tiempo y asf el N267 realizaria practicas si el tiem- po lo permitia. El N267 regresd, por la noche, cargado con sacos de harina, comestibles, vino y golosinas para la cémara de oficiales del Potemkin. A lo largo de su pequefa cubierta venian extendidos los cuerpos de las vacas que estaban destinadas a las ollas del Po- temkin y que constituian la dieta bdsica de la tripulacién, deno- minada borstch (!). Habfa bastante carne para abastecer las caci- nas hasta que el navio se uniese al resto de la flota para realizar las maniobras de verano, que debfan iniciarse el 4 de julio. La comida fue izada a bordo, mas tarde, al ariochecer y colgada en la cubier- ta superior por medio de garfios. Estaba demasiado oscuro durante la noche para observar si la carne estaba en esiado de putrefaccion, por lo que no fue hasta la mafiana siguiente cuando un marinero que realizaba la guardia de cuatro oO ocho en Ja cubierta superior fue atrafdo por el desagrada- ble olor que despedfan los cuerpos de la reses. Comprobd, tras una atenta inspeccién, que la carne estaba cribada por larvas blancas y que éstas estaban vivas. Quizds ya estaban cuando carga- ron la carne en Odessa 0 aparecieron posteriormente debido al calor excepcional existente incluso para el Mar Negro en junio. Al cabo de unos minutos, un pequefio grupo de hombres rodeaba los putre- factos objetos colgantes; estos hombres armados con cubos y es- tropajos y con las mangas remangadas a Ja altura de los codos per- tenecian al equipo de limpieza. El grupo crecié cuando la noticia (1) _Bortsch: Sopa rusa compuesta de varios ingredientes, carne entre ellos, remolacha y muchas especias, (N. d.'T.) 16 se extendid por los domitorios de la tripulacién y a los comedores, donde el turno de guardia de la mafiana desayunaba pan negro y te. Cuando el turno de guardia cambié habia ya més de un centenar de hombres protestando de manera desorganizada, murmurando con indignacién y empujandose unos a otros para poder ver con claridad las serpenteantes larvas. Los marineros comenzaron a gritar sus protestas cuando uno de los suboficiales corrié alli a investigar que sucedia, y entre las voces que se alzaron pudo distinguir frases como: ‘‘Esto no es dig- no ni para cerdos’’. “Dejemos que el médico eche una mirada a to”, “Arrojemos esta apestosa mierda al mar”. Era evidente que los agitadores iniciaban su trabajo. Los marineros se retiraron len- tamente ante las 6rdenes de los suboficiales, de la misma manera que la mosca azul se retira cuando sale el sol, pero volvieron con sus protestas al retornarles el corage. “Muy bien, que llamen al mé- dico”, y una voz grit6 desde la parte de atrds, “‘ni los japoneses nos alimentarian con mierda como €sa”. Cuando las noticias del alborote promovido por la tripulacion, Ilegaron a oidos del Capitan Golikov durante la mafiana del dfa 27 de junio es inprobable que se alarmara. Dentro del standart de la Marina Imperial Rusa y en contraste con su segundo comandante y muchos de sus propios oficiales, el Capitan Golikov era tolerante y atin negligente, y después de todo, las protestas sobre la comida eran bastante habituales en el servicio, por lo que pensdé que no existia motivo para preocuparse. Envié un mensaje, desde su pues- to de mando en el Potemkin, a su cirujano mayor para que inspec- cionase las reses y le comunicase su estado. El Cirujano Smirnov, oficial de elevada estatura, cara estrecha, vestido con su uniforme completo y sus tres estrellas negras distin- toras de su rango colocadas en sus charreteras de plata, abandond la cdmara de oficiales al instante y caminé, acompafiado por un suboficial, hacia la cubierta donde un pequefio grupo de marineros se hallaba atin reunido. Este grupo habfa rehusado dispersarse, y habfa ya contemplado la Ilegada y partida del carnicero del barco con suficiente carne para guisar la cena del dia. Smirnov se dié cuenta de la inusual actividad de desaffo ¢ insubordinacién de los 17 hombres por el modo como le miraron y por el hecho de que s6lo le permitieron investigar sdlo de mala gana. “Qué pasa, qué es lo que sucede?” pregunt6 Smirnoy. Escon- did lo que podian haber sido sus primeros sintomas de miedo mo- viéndose rigidamente y hablando secamente, mientras se colocaba los lentes y se inclinaba para examinar los cuerpos de las reses. Su examen fue breve y superficial. “Es una carne excelente’, dijo al Suboficial. “No hay nada maio en élla, solo necesita, quizds, un ba- no de vinagre’’: y se alejO, empujando a los marineros, para dar su informe satisfactorio y las tranquilizantes nuevas a su capitan. Tan pronto como el Capitén Golikov se enteré del informe dio el incidente como terminado; considerando que habia sido solo una pequefia explosion de las que cada vez surgian mds frecuente- mente en la flota que no participaba en los combates que se desarro- llaban en el Lejano Oriente, y que tenfan por causa la desmoraliza- cién causada por las derrotas acaecidas en Manchuria y por la casi total destruccién del resto de la Marina Imperial. Al mismo tiempo los hombres estaban perfectamente enterados de los grandes levan- tamientos sociales que tenian lugar en todo el Imperio, desde Var- sovia a Vladivostock, de San Petesburgo a Crimea. El Capitan Goli- kov not6 que el tiempo parecia mejorar; con un poco de suerte po- dia mandar por la tarde el torpedero con los blancos y podian comprobar el funcionamiento de sus cafiones. Su mujer llegaria a Odessa la tarde siguiente y el esperaba haber completado el ejer- cicio para entonces y poder reunirse con élla. Como medida de precaucion, dado que, segan el Cirujano Smirnov, la marineros ha- bifan mostrado una insubordinacién desusual, ordend que se colo- case un centinela en la cubierta superior para tomar nota de cual- quiera que se aproximase a la carne. De ese modo los marineros sentirian temor rapidamente, eran campesinos alistados, por lo que confiaba en que tal medida evitaria posteriores transtornos. Al mediodfa el viento habia desaparecido, el mar estaba tran- quilo y el sol caia verticalmente sobre las vacias cubiertas del na- vio. E] Potemkin, resplandeciente tras haber sido pintado, tan lim- pio y visiblemente plicido como si estuviese preparado para una revista real, parecia completamente ajeno a actos de violencia. Uni- camente existia un oficial que se sentia responsable de no haber arrestado a los que habjan participado en el incidente. Era el Co- mandante Ippolit Giliarovsky, segundo en el mando y partidario de la disciplina inflexible; joven y elegante aristécrata, era el Ofi- 18 cial més temido y odiado del navio. Giliarovsky se habia preocupa- do mas que su capitan de estar al tanto del verdadero estado moral de la tripulacion del navio, a través de frecuentes inspecciones que ambos realizaban y por medio de consultas regulares con algunos de los suboficiales de mas confianza. A sus oidos habian llegado noticias de que un peligroso cambio se estaba operando en la tripula- cidn ya que los agitadores del navio habian tenido éxito, al menos temporalmente, en convertir para la causa de la revoluci6n a mu- chos de los miembros antes no comprometidos. Alli donde los panfletos y la persuasion habfan fracasado las semanas anteriores, algunos apestosos cuerpos de reses estaban produciendo el cambio. Mientras sus companeros oficiales respondian a la llamada rea- lizada para celebrar un banquete en Ja camara de oficiales, Gilia- rovsky, escoltado, realizé una repentina inspet mn, por los come- dores de cubierta, para a: ¢ de que sus temores no tenfan motivo. Encontr6é a los marineros mds inquietos y amenazadores de lo que esperaba; el lugar estaba alborotado, los marineros grita- ban sus exigencias y golpeaban con sus cacerolas de hierro sobre las mesas del comedor, Daba la impresién de que en cualquier mo- mento iba a iniciarse un incidente grave. Los calderos de bortsch permanecian humeantes y preparados en el fogén del navio, o en el pasillo, pero ninguno de los 600 o mds hombres presentes comia un bocado de éllos. Giliarovsky, sdlo apercibido por unos pocos hombres, caminé rapidamente sobre las abiertas escotillas y pre- guntO qué sucedia y por qué no estaban comiendo los hombres. “No quieren probar su bortsch, sefior’”’, afirm6 uno de los coci- neros, denominado Ivan Daniluc. “Dicen que debemos arrojarla por la borda, y !o mismo el resto de la carne”; sefialé a la mesa mas cercana.”’ Puede ver, sefior, que unicamente estén comiendo su pan y su agua aunque también nos han pedido té, y mantequilla”. Giliarovsky giré coléricamente hacia los hombres situados mas cerca a las escotillas que se habian inmovilizado por miedo a su presencia, y aleanzo a alzar su voz para hacerse oir por encima de los gritos que lanzaban el resto de la tripulacion.“‘Silencio!, jno ofs??) grit6.‘*;Pensais lo que estafs haciendo? Esta es una demostra- n vergonzosa. {Porqué no comeis vuestro borstch?”’. Giliarovsky pudo oir, entre la algarabia de gritos y burlas, una o dos frases que destacaban: “* ;Porque la came hiede!”. “Comela tu, nosotros nos mantendremos con pan y agua!”’. Viendo que la situacion escapaba a su control y furioso por se- c 19 mejante humillacién, Giliarovsky se dirigié a consultar con su capi- tan, pero, en su camino, se dirigié en la cdmara de oficiales hacia el Cirujano Smirnov y le pregunt6é en voz baja para evitar crear la alarma entre los otros oficiales., ‘‘ Sefior Smirnov, la tripulacién rehusa comer su sopa. Dicen que esta en mal estado. gSabe Ud. el motivo?”. “Claro”, respondié el cirujano de mal humor, “Ya Ja he exami- nado y he dicho que la carne traida ayer era excelente. Las larvas no son sino huevos dejados por las moscas. Se pueden quitar ficil- mente lavando con vinagre y agua”’. “Gracias, Sefior Smirnov’. El desarrollo de los sucesos se aceleré cada vez mas en el Po- temkin entre los oficiales y la tripulacion ya que ambos eran cons- cientes de que Ja crisis podia estallar y actuaron de conformidad con éllo. Giliarovsky interrumpio el almuerzo que e] Capitan Goli- kov estaba tomando en su camarote y le explicé la situacion. “Ha- brd que hacer algo, sefior, y rapido”, le dijo. Golikoy estuvo de acuerdo, pero como hombre precavido que era, no consideré necesario realizar una accién voilenta sino que llamé a un correo y le did ordenes de que notificase al cirujano je- fe y a su asistente, Dr. Golenko, que se presentasen ante él al ins- tante. Golikoy queria estar seguro de sus acciones antes de tomar una decision. Pregunto una vez mas si la carne, estaba fresca y si habfa algun motivo por el que los hombres rehusasen comerla. Smir- nov diffcilmente podia controlar su paciencia. Se expresd de la manera mis clara. “Muy bien, doctor, y gracias”, dijo el capitin. “Comandante Giliarovsky, quiere Ud. ordenar a los tambores que convoquen ala tripulacién desde el alcdzar’’. Era la una del mediodia hora en que se iniciaba la guardia de la tarde cuando el Capitin Eugene Golikov abandoné su camarote por ultima vez como comandante del navio, y se dirigié al alcdzar con el oficial de guardia, Teniente Primero Alexeev, y el coman- dante Giliarovsky. Toda la tripulacion, compuesta de unos 670 hombres, con la escepcién de los oficiales, que permanecian en la camara de oficiales, estaba alineada a ambos lados de la torreta de cafiones de 12 pulgadas de popa. Estaban vestidos con su uniforme de verano, de botones blancos, blusas blancas y jerseys rayados de azul y blanco, con gorra portando una cinta en su parte trasera. Tenian un aspecto ordenado y limpio y excepto por sus bigotes, el 20 aspecto eslavo de sus facciones morenas, y su corta estatura, po- dian haber sido la tripulacién de un acorazado de la Armada Real (1) de la Flota del Mediterraneo esperando una inspecci6n. Pareefan haber perdido enteramente su espiritu de sedicién ante la perspectiva de un castigo por parte de su capitan, y su si- lencio y orden aparente debid de haber confiado a Golikov en su lealtad por lo que pas6 a través de éllos situéndose en el lugar que le correspondia. Era un hombre de cuerpo pesado por lo que subié con dificultad al cabestrante del centro del alcazar. El Capitan Golikov miré, desde su elevado puesto, las cerradas hileras que cubrian enteramente la cubierta del alcdzar; tenfan el aspecto de un tranquilo mar de movientes gorras blancas recor- tadas contra el azul del mar y el negro oscuro de Ja torreta de ca- fiones de12 pulgadas. Era consciente que entre éllos apenas existia un auténtico hombre de mar; excepto los contramaestres, los sub- oficiales y unos pocos veteranos, casi todos ellos eran campesinos, totalmente iletrados y de hdbitos rudos; hombres que nunca hu- Diesen sido marinos y que estarfan trabajando el campo de Bessa- rabia o Ukrania sino hubiese sido. por la guerra del Lejano Oriente; por lo que consideraba que debiales tratar severamente pero de una manera simple, mds como a nifios obstinados que como a pe- ligrosos insurgentes. “Os hemos dicho repetidamente que desordenes como éste no se pérdonan facilmente en un navio de la Marina Imperial. Parece que no entendefs que por suscitar esta algarada podeis ser colgados de las vergas del barco sujetos por los brazos.” Comenz6 a decirles con firme voz; y luego sefialando el mAstil para aclarar su garganta continué: “El honorable Cirujano Smirnov, nuestro cirujano ma- yor, ha examinado la carne de la que os quejais y me asegura que su calidad es excelente. Ahora, hombres, terminemos con esta ton- teria. Los que estén dispuestos a comer bortsch den dos pasos al frente”’. Por un instante rein6 el silencio y ningtin hombre se movid, después, lentamente, como por impulso, varios de los suboficiales, contramaestres y algunos de los marineros de mds edad avanzaron, pero nadie les siguid, y el silencio que repentinamente reind sobre la cubierta del alcdzar, parecid mas peligrosamente amenazador que el anterior tumulto que se habfa desarrollado en los comedo- res. (d) Se refiere el Autor a la Royal Navy, es decir la Armada Inglesa (N. d. T.) 2 “Muy bien”, dijo Golikov en tono terminante, “si no quercis comer vuestro borstch no hay nada mas que hablar. Pondré un tro- ZO de la carne en una botella para que la puedan analizar y enviaré un informe de lo sucedido al Comandante en Jefe. El decidira que hacer con Uds. Pueden romper filas”. El capitan salt6 al suelo desde el cabestrante sobre el que se hallaba sin hablar o mirar a sus hombres retorndé a su camarote como si temiese proseguir, seguido a un paso por el Teniente Alexeev, Los cabecillas no esperaban una capitulacién tan completa, pe- ro si se sorprendieron y el curso de los eventos los dejé boquiabier- tos, al comandante Giliarovsky ésto le espantd. Sabia que los hom- bres, tras esta victoria , serfan incontrolables y la situacion del na- vio llegaria a ser cadtica. ;Qué le habfa sucedido al capitan para que los tratase con tanta benevolencia?. Giliarovsky decidié tomar la iniciativa antes de perderlo todo. Saltando al cabestrante antes in- cluso de que Golikov desapareciese ordené: “Formad filas, Fir mes ,Contramaestre Mame a la guardia y traiga una lona embrea- a”, Sélo algunos de los marinos de mas edad, los suboficiales y los sargentos mayores entendieron el posible significado de tal orden. En la antigua practica naval disciplinaria, tiempo ha desapa- recida, el comandante de un navio podia ordenar a un peloton abrir fuego sobre los amotinados, pero Para proteger tanto como fuese posible la identidad de los amotinados, se colocaba sobre éllos para taparlos una lona embreada antes de que recibiesen los dispa- tos. Giliarovsky, como estaba furioso, tenia unicamente intencién de que el significado de su orden les atemorizase. La disciplina de la Marina Imperial no cra ni mejor ni peor que la de la Marina Real (1), y mds sabiendo Giliarovsky que sdlo le estaba permitido castigar con 15 latigazos o un mes de encarcelamiento y que si se exced{a en sus atribuciones podia encontrarse en una situacién pe- ligrosa. Parece que no hay duda de que el comandante Giliarovsky es- taba, “echando un farol’” y que ninguna reaccién pod{a darse entre los marineros dado que la orden habja sido dada en un tono tan bajo de voz que no parecfa posible que la hubiesen escuchado. Ra- pidamente corrié la voz procedente de los hombres mas viejos, del significado de la orden indicando que una lona embreada signifi ba_muerte por fusilamiento y que los cabecillas pronto estarian (1) Vuelve a referitse el autor a la Marinal Real Inglesa (N. d. T.). 22 frente al peloton de ejecucién. Procedente del centro del navio co- menz6 a oirse el paso acompasado del peloton, y precediéndolos venian ocho cabos de gotra puntiaguda trayendo consigo la pesada lona. Giliarovsky, desde su posicién elevada, altivo y amenazador, miraba impasiblemente por encima de las cabezas de sus hombres y esperaba, en el cabestrante, la Hegada del peloton armado. Esta accion que estaba realizando bajo su propia iniciativa podia ser drdstica e incluso peligrosa, pero el confiaba en su eficacia. Eran hombres como Afanasy Matushenko, Fyodor Mikishkin y Josef Dymtchenko quienes habian obrado toda la mafana para crear tal estado de cosas desde sus pucstos en el barco. El cabo de torpedos Matushenko cra el supremo lider revolucionario y cabe- cilla Social-Demécrata del Potemkin; era un hombre bajo de esta- tura, fornido, vigoroso con los altos pomulos de los eslavos y con el profundo brillo del fandtico en sus pequefios ojos oscuros. No habfa hombre en las cubiertas bajas del navfo que no pudiese dar fe de la capacidad de. persuasién de Matushenko; y aunque mu- chos podian estar cansados de sus balandronadas y de su personali- dad panfletaria y otros temer su sentido de poder y fanatismo, era muy respetado y se reconocia su gran valor y osadia. Matushenko sabia que los conversos le seguirian a cualquier parte; los demas los seguirian a su vez como simples campesinos que eran. Matushenko y sus lugartenientes se daban cuenta ahora, repen- tinamente, de que habja Hegado el momento de encender lo que podia ser la mecha. Primero la carne y la negativa del cirujano a re- tirarla; y ahora esta inesperada amenaza de violencia. Ellos no hu- biesen podido preparar mejor los acontecimientos que como lo es- taban haciendo aquellos oficiales que parecfan querer su autodes- truccién. Matushenko slo tenia que calcular el momento de pro- vyocar la chispa y ese momento se estaba aproximando. Los doce hombres de guardia, con jerseys y pantalones azules y armados con fusiles con bayoneta, Ilegaron a la cubierta en dos hileras dirigidas por un contramaestre y se colocaron cara a popa dando la espalda a la tripulacion y directamente frente al coman- dante. Giliarovsky bajO Ja vista hacia éllos y después miré las ca- bezas de los hombres que estaban a sus pies y cuyo movimiento contrastaba con la inmovilidad de los guardias. “Probaremos otra vez”, comenzd Giliarovsky, abstraido apa- rentemente del ambiente onminoso que se cernia sobre la tripula- cién que esperaba su decision. ‘Todos los que estén dispuestos a comer bortsch que se adelanten”. 23 Otra vez se produjo un instante de incertidumbre, y de nuevo avanzaron los hombres de mas edad. Giliarovsky esperaba, confian- do en que la presencia del peloton armado cambiase la situacién. perd un poco mas, pero no fue mas que un instante. Su pacicn- se agotaba antes que el corage de sus hombres. “Os amotinais, eh? , “hablé furiosamente por tiltimo.” Muy bien, sabemos como ocuparnos de ello. Si pensats que no hay dis- ciplina en la Marina, os demostraré lo equivocados que estais. Con- tramaestre, traiga a los cabecillas aqui.” El contramaestre camin6 entre las estrechas filas acompafiado por miembros de la guardia, seleccionando arbitrariamente un hombre aqui, otro alld, que fueron arrastrados fuera de la forma- cién por los miembros de la guardia, hasta que una docena de marineros fueron agrupados en un desordenado grupo ante la barandilla. “Arrojad la lona embreada sobre éllos”’, orden6 a los cabos que habian permanecido alli.“ Vamos a ver lo que los otros amo- tinados tienen que decir”. Otra vez volvié la espalda a sus hom- bres, y esta vez su pregunta tenia un inequ{voco tono de histeria en su voz. “Los que vayan a comer bortsch, rompan filas, los que se queden verdn que hacemos en la Marina con los amotinados”’. Nunca se sabrd, si en este punto, el primer oficial del Potem- kin se dio cuenta repentinamente de que su “bluf” se habia hecho realidad y que se enfrentaba a la obligacion de ordenar disparar ai peloton, 0 se dio cuenta como su capitan que estaba obligado a capitular, Pero si fue dominado por la duda, el periodo de inde- isin fue breve. Afanasy Matushenko partiendo desde las filas de atrds recorria las filas hablando a los hombres en tono silencioso. Los otros cabecillas siguieron su ejemplo, como batidores a través de un campo de trigo, y la agitacién dejada a su paso consiguid romper la simetria de las filas. Enfrente se encontraba la doble li- nea de marineros con los fusiles reflejando brillos de plata alla donde el sol heria la hoja de las bayonetas; al otro lado se encon- traba el motivo de su miedo, con la espada colgando a un costado ylas estrellas reveladoras de su graduacion sobre sus hombros, y mas alld agitandose y amontonados bajo la lona embreada, mos- trando sdlo sus pies, estaban los doce hombres que esperaban su ejecucién. Un répido intercambio de palabras parecié tener lugar entre Giliarovsky y el Alférez Liventzov que habia permanecido a su la- 24 fee ci do desde que se habfa subido al cabestrante. Para los hombres que contemplaban la escena el momento de la decision parecia haber Ilegado y todos entendieron que Giliarovsky daba instrucciones al alférez para que éste a su vez transmitiese la orden de disparar al suboficial que comandaba el peloton. Matushenko avanzé, ahora, rdpidamente hacia las primeras fi- las con firme determinacién, empujando a los hombres que se in- terponian a su paso y gritando a los hombres del peloton armado: “No dispareis a vuestros camaradas, no podefs matar a vuestros compafieros!” Este grito pronto se extendid, y comenzaron a al- zarse una voz tras otra. “Conservad vuestros fusiles y municiones”, se oy6 gritar, “va- mos a tomar el navio’’. Con estas palabras el motin estallaba y ya nada podia salvar al Potemkin y a sus oficiales. Los indecisos fucron empujados por la repentina marea, y atin aquellos que en espiritu seguian fieles a la autoridad del mando se vieron arrastrados. Unos setencientos hom- bres atacaban ciegamente y tinicamente una descarga cerrada podia haberlos detenido. El Comandante Giliarovsky se dio perfectamente cuenta de éllo durante aquellos angustiosos segundos y, cualquiera que hu- biese sido su intencion anterior, ordend abrir fuego al pelotén. El tenfa, como su capitan, una baja opinién sobre el valor de sus hom- bres y confiaba que el sonido de los disparos terminarfa con la in- surreccidn. Pera habia subestimado el poder de mando que los ca- becillas habfan adquirido. Los marineros estaban ya sin control y muchos corrian hacia el puente donde se encontraba la radio y ha- cia la armeria. El peloton se negé a alzar sus fusiles, temiendo mds la ira del populacho que al desarmado oficial que continuaba orde- ndndoles disparar, Giliarovsky, desesperadamente, salté de su cabestrante y arran- co ef fusil al hombre mds proximo. “Estais de acuerdo con ésto, también, jno es as{?”, grité furiosamente al resto del pelotén.” Vosotros obedecereis drdenes 0 ....”; en aquel momento se oyé el primer disparo y la primera bala pas6 sobre su cabeza. El Potemkin, como cualquier navio de guerra, habia tenido sélo un estricto cédigo de disciplina desde que habia sido puesto en servicio cinco afios antes. La insurreccién en ninguna circuns- tancia es tan violenta, y el contrasie entre moderacién y anarquia tan aterrador en su impacto, como cuando centenares de hombres 25 viven amontonados en un casco de acero sin otro propésito que mantener la estricta rutina de su existencia. E] ambiente reinante en el Potemkin estaba sobre excitado por el espfritu de la revolu- cién que recorria la nacion y este espiritu de odio y de desespe- racién surgfa de las cubiertas mds profundas de cada navio de la Flota de! Mar Negro. Ningtin otro motin de la historia estallé tan tapidamente, endureciéndose y haciéndose practicamente incon- trolable como el motin del Acotazado Potemkin. El habil marinero Gregori Vakulinchuk fue el primero en re- gresar de la armerfa situada al final de popa, donde los fusiles eran almacenados formando pirdmides. Habia sido una frenética arrera por parte de los hombres mas decididos mientras muchos otros vacilaban o corrian y gritaban sin propésito alguno, ya que aun dentro del motin reconocian intuitivamente que sdlo perma- neciendo neutrales en aquellos momentos podfan salvaguardar su supervivencia, Vakulinchuk habia disparado ese primer tiro, pero igualmente podia haber sido realizado por la pistola de uno de los iniciadores del conflicto que disparase por reaccién. Giliarovsky corrié hacia el, por el alcdzar disparando precipitadamente dos veces sin acer- tarle y se aproximé al amotinado cerca de la escotilla de la torreta de uno de los cafiones de 12 pulgadas. Valukinchuk trato de apuntar con su fusil al oficial, pero Giliarovsky disparo primero y Vakulinchuk cayé medio cuerpo dentro de la torreta y medio cucrpo fuera. Afanasy Matushenko encabezaba el grupo de hombres armados que salian de la cubierta superior en aquel momento. Vid al hom- bre herido yaciendo a los pies de Giliarovsky; vid que Giliarovsky balanceaba su fusil y luego apuntandole disparaba dos veces fallan- do en ambas ocasiones; a continuacion le oyé gritar “ jSuelte su fusil!, gno oye?. ;Suelte su fusil!””. “Tendrd que matarme primero”, replicé Matushenko, “Aban- done el barco, ahora es nuestro”. Giliarovsky alzé de nuevo su fusil, pero Matushenko fue mas rapido que él. Se oyé un disparo y el primer oficial del Potemkin cayé muerto en cubierta. El resto de los hombres armados, unos cincuenta en total, no detuvieron su ataque a través del alcdzar. El alférez Liventzov, que habia permanecido al lado del cabestrante, confuso e indeciso, contemplando horrorizado el intercambio de disparos entre Gilia- 26 rovsky y Vakulinchuk y la Hegada del grupo de hombres encabeza- «dos por Matushenko, intent6 alcanzar un fusil de los que tenia el peloton para apoyar a su oficial superior; pero fue demasiado tar- de, El peloton no permanecid indeciso y fue rechazado, recibiendo una Iluvia de balas a s6lo unos segundos de la muerte de Giliarovs- ky. E] siguiente en morir fue el Oficial de Artilleria, Teniente Neoupokoev que salia imprudentemente de la camara de oficiales, donde fas noticias sobre el motin hab fan legado sélo con el sonido de los primeros disparos, Matushenko fue el primero que lo divisd y al instante alz6 su fusil y dispar6. El disparo fue corto, rebotan- do el proyectil sobre la cubierta, y Neoupokoev brincd como reac- cion ante el disparo fallado “Prueba de nuevo”, grité una voz. Varios hombres refan incon- trolablemente y disparaban sus fusiles al aire por falta de blancos. mo Neoupokoey comenzé a correr por cubierta, Matushenko disparé de nuevo, y luego dos veces mds apuntando deliberada- mente a los pies dei teniente, por lo que este se vid obligado a sal- tar varias veces sobre cubierta. Después cansado de este deporte apuntdé cuidadosamente y lo mato. “Fuera con él”, ordend. Era hora de organizar el] motin, de arrojar a los otros oficiales y de ha- cerse con el control del navio. Para la gran masa de los marineros no comprometidos el curso futuro de los acontecimientos no estaba claro. La violencia se ha- bia desencadenado repentinamente, por ambos lados, aturdiéndo- les y situindolos en peligro; pero no cabfa duda del lado en que se habia inelinado la victoria, Como nifios respondiendo a la llamada del director de juegos se esforzaron en arrojar por la borda los cuerpos que yacian en cubierta y dieron vivas cuando los cadaveres se hundieron en el mar. Ahora habfa muchos que habian tomado fusiles y revélveres de la armerfa y estaban deseando encontrar blancos donde poder disparar; cosa que no era dificil porque alli habia 18 oficiales, ademas del capitan, y todos ellos se encontra- ban todavia a bordo. “Wamos camaradas cacémosles!”’ gritaba una voz desde la par- te superior de la torreta del gran cafién’’, “‘Todavia no es nuestro el navfo”’; y Ja sanguinaria multitud continuaba gritando, desparra- mandose por la cubierta principal, por la cubierta superior, por el puente de cafiones, buscando los estrechos pasadizos que condu- cfan a las bodegas interiores del navio y por popa donde se encon- 27 traban la cdmara de oficiales y los camarotes de los mismos. Crea- ban una tremenda algarabia cuando corrian por los puentes de ace- ro, arrancaban y cerraban escotillas y puertas de acero gritando con la mayor potencia que podian. Incluso los menos entusiastas y los ignorantes politicos gritaban frases sobre libertad y venganza y muerte para Jos tiranos. Parecia como si toda la tripulacion estu- viese intoxicada por la descarga de tensién y por el shock de las muertes que habian contemplado, y esta intoxicacién se manifes- taba por el aumento del alboroto que organizaban y por las muer- tes que realizaban. Alguién vislumbr6 al Teniente Vakhtin saliendo de su camaro- te e inmediatamente abrié fuego. Siguieron otros disparos y se rea- nudo el griterfo cuando un grupo de hombres le persiguié por la cubierta principal, y después por. la sobrecubierta donde fue al- canzado por dos disparos antes de que pudiese alcanzar la baran- dilla y arrojarse, él mismo, al mar. Otros oficiales saltaron también al mar, y durante algunos minutos se pudo ver el espectdculo de varios oficiales de la Marina Imperial, sin gorra, emergiendo del agua a intervalos como conejos de un vedado perseguidos por hu- rones 0 escondiéndose en la cubierta superior y en la sobrecubierta esperando poder lanzarse al agua. Cada uno de ellos era perseguido por un vociferante grupo, de més o menos gente, que les disparaba cundo eran avistados e incluso cuando no estaban a la vista. Varios hombres armados tomaron posiciones estratégicas en el puente su- perior disparando sobre los oficiales durante el breve instante en que podian verlos arrojéndose por Ja borda; otros marinos se situa- ban en las barandillas y disparaban, apuntando cuidadosamente a los oficiales mientras estos nadaban alejandose del navio. Algunos de los oficiales que hufan tuvicron Ja fortuna de poder salir de Ja camara de oficiales y de correr por cubierta y arrojarse al mar sin ser alcanzandos por los disparos. El Teniente Contable Ma- karov y los Oficiales Ingenieros Nazarov y Zaouskevitch se encon- traban entre éstos, Un subteniente salté al agua y fue conducido al torpedero N267 al ser herido por una bala. Esta practica de tiro al blanco, en el agua, se puso de moda entre los amotinados ya que las victimas, aunque buenos nadadores en general, al estar comple- tamente vestidos no podian alejarse rdpidamente del navio. E] Te- niente Grigoriev desaparecid bajo una granizada de balas y no rea- parecié en la superficie. Estaba asignado al Potemkin sdlo tempo- ralmente y no podia haber contra él ningtin motivo de rencor. No 28 se identificaba a los oficiales, sino que durante aquellos minutos se disparé a matar contra tados los que tenfan el rango de oficial. Pe- ro durante el histérico pandemoniun seis oficiales més pudieron arrojarse al mar y alejarse nadando del acorazado, llegando ilesos al torpedero. Sélo un oficial del Potemkin traté de contener el motin tras la muerte de Giliarovsky. Era el Oficial de Torpedos del navio, Te- niente Wilhelm C. Tonn, un joven que siempre habia sido mirado con miedo y respeto por los marineros debido a su estricta disci- plina. Aparecié en el alcdézar cuando mayor alboroto existia y cuando la matanza estaba en su apogeo; reconozcamos que desa- fiar a los amotinados en este momento requeria valor y unas nota- bles dotes de mando. Revélver en mano, por su comportamiento podia verse que no tenia ninguna intencion de huir. Varios hom- bres lo vieron desde la cubierta de cafiones y le dispararon con sus revélveres y fusiles, pero no fue alcanzado por ninguna bala aun- que permanecia de pic, estatico, gritando, “Soltad las armas, locos, sereis fusilados por ésto”. Paralizados momentdneamente por esta actitud de desafio, el tiroteo cesd, y Tonn pudo aprovechar esta pausa para llamar a Matushenko, ‘‘Ven aqui, y discutamos largo y tendido. Podemos arreglar esto sin disparar un solo tiro mas”. Matushenko camin6 a popa y bajé la escalera como impulsado por una automiatica obediencia a la autoridad, escoltado y cubier- to por las armas de varios de sus mas proximos secuaces. Estos le avisaban contra los peligros de tener un parlamento con el oficial, pero Matushenko no hizo el menor caso de sus protestas. El Te- niente Tonn, aun con el revélver desenfundado, se introdujo en la torreta de uno de los cafiones de 12 pulgadas a través de la esco- tilla principal, y Matushenko le siguid. Si hubo intercambio de palabras entre ambos hombres, este de- bid ser breve pues, casi al instante, se oyeron dos disparos, y simul- taneamente uno de los escoltas de Matushenko cay6 herido a cu- bierta. Tonn fue el primero en emerger, y si estaba ya herido, o quien de los dos disparé primero nunca se sabra pues murié instan- taneamente acribillado a balazos, y Matushenko, que surgié: un momento mas tarde de la escotilla desarmado y tan tranquilo co- 29 mo un asesino profesional pregunto. “Sabeis que todavia no hemos encontrado al capitin. ,Alguno le ha visto?” ““~Dénde estd el capitdén?”, grité otra voz, “Queremos al capi- tan, es el hombre que queremos. Queremos al capitan...”. Los gri- tos se alzaron como si procediesen de un extrafio coro tras el in- termedio, y la caceria se reanud6. También habian olvidado al Ci- rujano Mayor Smirnov y el hombre indirectamente responsable del motin hubiese podido salvarse sino hubiese intentado suicidarse en su camarote. El profuso y alocado tiroteo que habia caracterizado los momentos iniciales del motin desaparecio y el sonido de dispa- ros de revélver llevG alos hombres a la cerrada puerta de un cama- rote. Los detalles de los acontecimientos que siguen son inciertos; todo lo que se sabe, es que el Cirujano Mayor Smirnov con heridas de cuchillo y disparos fue arrastrado por cubierta llevado por un grupo de marineros. Estos todavia le insultaban y le decfan que co- miese la carne que habia tratado de hacerles comer a éllos; todavia se movfa débilmente cuando fue arrojado al mar y desaparecid arrastrado por la corriente. see El motin del Potemkin se apacigué, ahora, répidamente de la misma manera que habia sido violento, despiadado y sangriento en su melodrdmatico inicio. Desde el primer grito de Matushenko al pelotén armado los acontecimientos se habian desarrollado con la veloz confusion de una repentina masa de hombres que se habia amotinado alzdndose, cubriendolo todo, uniéndose y separdndose en fragmentos como células en una violenta mutacin. Pero los dos actos finales sobresalen tan claramente que todos los hombres del acorazado, atin los que no fueron testigos, los recuerdan destacdn- dolos de la orgia general. 1] primero se inicia con las palabras de aviso producidas por el panico que recorria el navio de proa.a popa. Los marineros irrum- pieron en el grupo que contemplaba el espectdculo del Cirujano Mayor desapareciendo por la popa, rompiéndolo como si una gra- nada hubiese caido entre éllos. ‘‘;Vamos a explotar!” era el grito que se extendia segundos mis tarde ya que llegaban nuevas de que un grupo de oficiales habfa bajado hasta la bodega principal reple- ta de las espoletas para las minas del navio. 30 E] panico y las ganas de vivir llevaron a muchos hacia los botes y a los mas valientes les condujo a bajar por las escotillas que con- duefan a las bodegas del navio. Pero la crisis pasé mas rapidamente de lo que se habia iniciado, cuando algunos de los que habian des- cendido a las bodegas surgieron arrastrando al Teniente Primero Alexeev, el oficial que habia permanecido al lado del capitan Goli- kov durante su arenga y que se habia retirado con él antes del ini- cio del motin. “Lo hemos encontrado tratando de hacer explotar las minas”, explicé un jadeante marinero”. Trataba de lanzarnos hacia el cie- lo. Hemos Ilegado justo a tiempo” “ Arrojémosle por la borda como al resto de éllos”. Matushenko encontré este grupo cuando emergfa desde la cu- bierta superior y les ordend detener su violencia. “Sdlo estaba alli uno de Uds., {no es asf?” preguntd. ,Quién le envid al polvorin?. “El capitén”, respondid Alexeev. “Me dijo que era mejor sa- c ‘ar el navio para perder su control. Pero me gustaria unirme a yosotros. No me mateis; he estado siempre de vuestra parte, vo- sotros lo sabeis’’. Alexeev habia sido el menos impopular de los oficiales, sin aplicar la disciplina estrictamente y mostrando, ocasionalmente, camaraderfa “Muy bien, arrancadle los galones y dejadle ir”, orde- né Matushenko. “Decidiremos sobre él mas tarde. Al que debemos buscar es al capitan. La primera cosa que. debes hacer es decirnos donde se halla”, dijo al teniente. “Lo encontrarefs en su camarote, alli es donde yo lo vi por ul- tima vez’, respondié sorprendentemente Alexcev. El camarote de Golikov habia sido uno de los primeros en ser registrados; mds tar- de se descubrid que el capitan y Alexeev fueron primero al cama- rote del almirante que permanecfa desocupado y tnicamente mas tarde regresaron al camarote del capitan. La Ultima muerte fue un asunto inconexo y aburrido, carente de La célera inicial y del furor que caracterizé la cacerfa organizada durante los primeros momentos, Giliarovsky cra, a los ojos de los hombres, el tirano del Potemkin, mientras Golikov no habia sido mas que una figura decorativa para sus hombres. No podfa ser facil inducir a los marineros a matar al hombre que surgié en cubierta ante un atropellado grupo de hombres. Estaba sin sombrero, zapa- tos y pantalones; vestido nicamente con la camisa y la ropa inte- rior prepardndose evidentemente a nadar una vez explotase el na- 31 yio. Sin los distintivos de su mando y sin dignidad y valor era una figura patética. EI capitan fue conducido ante Matushenko cogido de cada bra zo por un marinero. “Se que voy a ser culpado de ésto”, dijo Goli- koy, “Es mi culpa; pero espero que me perdonarejs, no me hagafs nada. Bastantes muertos ha habido ya. Matushenko permanecié, durante un’ instante, en silencio co- mo-si considerase la validez de esta declaracién. El capitén quizds tenfa raz6n; no tenian ningun interés en matar a esta infeliz per- sona. “Yo no tengo nada contra Ud. personalmente”’, respondié Ma- tushenko al final. ‘Pero depende de la tripulacién’’, y se alejé co- mo si abandonase toda responsabilidad. Entre la mayor parte de los hombres que se amontonaban de- sordenadamente en el alcdzar, sobre la cubierta superior o en lo alto de la torreta de los grandes cafiones, la pasién habia decrecido al saciar sus instintos; pero como una multitud de torrentes tributarios de un rio mayor, la corriente de sentimientos, opiniones y reso- luciones que habfa en el Potemkin fluctuaban constantemente, y su fuerza y caudal, durante los once dias que siguieron, fueron ca- paces de moderarse como el nivel del agua tras un aguacero. Pero, en aquel momento, todavfa habfa miembros de la tripulaci6n que consideraban que un motin no podfa considerarse finalizado mien- tras permaneciese vivo el capitdn; y otros todavia sentfan resenti- miento. Entre éstos se hallaba e] marinero Sirov degradado recien- temente por mala conducta, y fue este mezquino rencor quien de- cidié la suerte de Golikov. “Dijo que iba a colgarnos de las vergas por los brazos, jno es yerdad?”, grité repentinamente Sirov. “Pensaba matarnos. maté- mosie a él”. Se abalanz6 furiosamente seguido por varios de sus camaradas tomando al capitan de entre sus guardianes, que no ofrecieron la menor resistencia. Nadie protesté y parece que hu- bo una total indiferencia sobre la suerte que podia correr el capi- tdén, Unos pocos acompafiaron al capitan como escolta hasta la ba- randilla del navfo, pero fue una muerte sencilla, fria, desapasiona- da: un Gnico disparo del revélver de Sirov, un rdpido vuelco del cuerpo sobre la barandilla. Eso fue todo; nadie se molesté en mirar al semidesnudo cuerpo que se desliz6 hacia popa empujado por la corriente. aa 32 { Vicealmirante Chukhnin, Comandante en Jefe de la Flot del Mar Negro oe a Oficiates y suboficiales del Potemkin fotografiados antes del motfn. El capitin Golikov esté en el centro; el comandante Giliarovsky a su derecha: el Padre Parmen en el extremo iznquierdo de la fotosratfa 33 Las escalinatas Richelieu de Odessa, fotografiadas en 1905. Podemos ver Ia estatua del Duque de Richelieu en el centro de la parte superior de las escalinatas. 34 Las noticias del motin tardaron en llegar a los oficiales y mari- neros del torpedero N267 y Ia réplica ante esta accién tardé en producirse debido a la incredulidad y a la indecisién que reinaron. lntre el primer disparo y la muerte del capitan slo habfa transcurri- do media hora y la orden del Teniente Klodt de escapar del holo- causto recibié — contraorden cuando los oficiales que lograron al- canzar el torpedero le comunicaron lo sucedido. Permanecer pré- ximo al Potemkin podiacomprometer, porasi decirlo,su neutralidad; escapar serfa desleal y podfa ser, ademds, causa de una accion gerante. Desafiar los cafiones de 12 pulgadas del acorazado acercdndose o alejandose era suicida. E] Teniente Barén Klodt permanecié anclado contentdndose con esperar la llegada de los oficiales supervivientes, observando con sus prismaticos ¢l espectd- culo de las figuras escapando por las cubiertas del navio y arrojan- dose al mar, donde desaparecfan momentdineamente para luego reaparecer siendo recibidas por una descarga de fusilerfa que convertia el agua que las rodeaba en un blanco torbellino. El Subteniente Vakhtin fue el primero en ser recogido y, alza- do a la cubierta del torpedero, gravemente herido y exhausto. Li pocas palabras que musité confirmaron tnicamente lo que podia ser visto por todos los tripulantes del torpedero. La tripulacién del Potemkin se habia amotinado y la matanza general estaba en su upogeo. Un oficial que confiase en su tripulacién y mas decidido y resuelto que el Oficial Teniente Klod1 podia, en aquellos instantes, haber torpedeado al acorazado en su linea de flotacién antes que los amotinados tuviesen tiempo de organizarse. Pero, en vez de éllo, csperd la Hegada de los Ultimos supervivientes y entonces ordend levar anclas y alejarse a toda velocidad. E] pequefio navio cobro ve- locidad rdpidamente y su comandante giré el timén 180 grados pa- ta escapar, sobrepasando la popa del Potemkin, hacia mar abierto. A su lado, en el puente de mando, su oficial de navegacién estaba calculando. el tiempo que tardarfan en alcanzar Sebastopol. A su maximo de velocidad, 25 nudos, tardarian 8 horas; careciendo de equipo telegrdéfico era muy importante que pudiesen llegar, tan pronto como fuese posible para relatar las graves noticias del mo- tin del Potemkin al Vicealmirante Krieger. Habian pasado por la popa del acorazado y estaban ya a una distancia de media milla cuando soné el primer cafionazo. he ke La peligrosa huida del torpedero produjo entre los amotinados la calma y el autocontrol. Al oir el grito de advertencia, Afanasy Matushenko se div cuenta de sus responsabilidades. Hasta que el cuerpo del capitdn fue arrojado al mar no se habia esperado de él mas que lo que se espera de un cabecilla de barricada que anima a sus hombres a actuar, pero ante tan repentina y decisiva victoria le fueron exigidas nuevas cualidades que nunca antes habia probado. Toda la compleja organizacién de un gran acorazado y su agitada tripulacién estaban en sus manos. Pero, por el momento, tnica- mente se le pedia accion. “7A los cafiones, y hacedles un disparo a proa!” orden6 Ma- tushenko. “Pronto se detendran. Esos locos no pueden escapar”’. Habfa municién preparada en los cafiones pues habfan estado aguardando para realizar una practica de tiro, por lo que dos hom- bres en uno de los cafiones de popa de 47 milfmetros tardaron uni- camente un minuto en cargar el arma y disparar sobre el torpede- ro. El primer disparo cayd ante el navio a bastante distancia el segundo levanté un surtidor de agua cerca de su popa. Sonaros otros dos cafionazos; el N267 proseguia su ruta a toda mdquina si! mostrar ningdn indicio de cambiar el curso. La tripulacion del Po temkin contemplaba ansiosamente gritando y animando a los arti lleros desde el alcézar donde se encontraban amontonados. El tor pedero era un veloz y ligero nav{o, que pod {a acercarse a la orilla y permanecer fuera de la vista de los artilleros del Potemkin antes de que la artillerfa pesada pudiese estar preparada. “No falleis”, se ofa gritar, “Acertadle”. Entonces se oyé un mds serdo y profundo estampido proce- dente de la popa del Potemkin. Uno de los cafiones de 3 pulgadas habia abierto fuego. El primer disparo fue corto; el segundo arran- cé limpiamente la chimenea del torpedero. La respuesta fue instan- tanea; el Teniente, Barén Klodt giré el timén del N267 y lo dirigié dibujando media circunferencia hacia el Potemkin. Para el Teniente Klodt esta decision podia conducirle a la muerte, pero los amotinados no podian sentir ningin especial ren- cor contra él y contra sus dos suboficiales, aunque podia ser dife- rente en lo que afectaba a los oficiales que habia recogido del mar, amontonados, ahora, en la pequeiia camara de oficiales y que espe- raban ver qué suced{a mientras secaban sus ropas. Cuando el torpedero se aproximé al Potemkin, descendié des- de éste una escalera para recibirlo, encontrandose Matushenko en 36 oll. “Suba a bordo”’, dijo al Teniente Klodt, “‘y traiga a los oficiales con Ud. Su barco pertenece al pueblo, lo mismo que este acoraza- do” “;Los conducimos a bordo y los fusilamos como a los otros?” pregunté uno de los marineros préximos a Matushenko. Todos los wnotinados se encontraban, armados, en las barandillas, y algunos (ras ver el intento de huida del torpedero se hallaban furiosos. “No, se ha derramado ya bastante sangre”, ordené Matushen- ko de modo que todos pudieron oirle. “‘Dejémosles en paz ahora. Arranquémosles sus insignias de mando, y encarcelémosles”, Ca- iurada Mikishkin vaya con doce hombres al torpedero y avise a la (ripulacion que estén ahora bajo nuestras érdenes. El] N267 es aho- rauna unidad de la marina de la Rusia Libre’. ane Para las tres de la tarde, con el sol todavia en lo alto del firma- mento, el motin de! Potemkin habia finalizado. El futuro mostra- ba ante éllos multitud de peligros, decisiones y problemas que no (enfan precedente. Una poderosa flota se hallaba en Sebastopol y pronto atacaria y tratarfa de capturar o destruir el acorazado. El temple de los 700 hombres, muchos de los cuales no veian el] mo- tivo de tal motin sino que habj{an sido inducidos a realizarlo, seria incierto y de poca confianza por lo que habia que exigir de ellos una continua estimulacién. El navio mismo, con cl insaciable ape- lito de cualquier acorazado, exigirfa, igualmente, carban y agua en prandes cantidades; y su tripulacién los viveres de una gran ciudad. Uncerrados en el Mar Negro por las baterfas turcas del Bésforo, el Potemkin no podia abastecerse de viveres y asistencia en los puer- (os rusos; y su Ilegada a uno de ellos desencadenarfa, inevitable- mente, un conflicto de una amplitud mucho mayor que la breve violencia del motin. Los problemas con que se enfrentaba Matushenko podian, considerados globalmente, hacer vacilar su espiritu, pero por aque- lla noche sdlo te afectaban en lo que concernfa a limpiar las evi- dencias del combate, levando anclas y alejando al acorazado y a su satélite de la Bahfa de Tendra y de la escena de su violencia. “Zarpemos juntos, y limpiemos las cubiertas’”’, dijo a Mikishkin. “Fs desagradable tener sangre por todos lados, Después veremos 37 como esté Vakulinchuck; parecfa estar peor la Ultima vez que lo vi’. Matushenko contemplé el alcdzar, ahora casi vacfo de hom- bres por primera vez desde el amotinamiento, y vio los odiosos testimonios que habian desencadenado todo: la abandonada lona embreada yacia arrugada alli donde habia sido arrojada; las desor- denadas piezas del equipo, varias gorras, un revélver y dos fusiles; las manchas rojas producidas por las heridas de Vakulinchuck y que permanecian donde éste habia cafdo; y proximo a la torreta el charco de sangre dejado por Giliarovsky, el primero de los cente- nares de muertos que iban a producir el motin y sus secuelas. A Matushenko la escena le parecid “un cuadro terrible pero victorio- so”. 38 CAPITULO I UNA CIUDAD SUBLEVADA La gran ciudad y puerto de Odessa yace en el centro de una an- cha bahia en la costa norte del Mar Negro y esta situada al sudoes- te de Mosca y a una distancia aproximada de 700 millas. En 1905 con una poblacién cercana al medio millon de habitantes era la cuarta ciudad del imperio. Barcos de todas las nacionalidades saca- ban del puerto de Odessa maiz, cebada, madera, aziicar, carnes, aves de corral y otros productos procedentes de las granjas y bos- ques de Bassarabia, Ukrania, y del feraz valle de] Dniepper por va- lor de unos veinte millones de libras, incluyendo en esta cantidad también el valor del pescado seco y del excelente caviar proceden- te de las zonas piscfcolas situadas entre la desembocadura de los tfos Dniepper y Danubio. La ciudad estaba considerada como una de las mas hermosas del imperio y su zona central parecfa mds una ciudad monumental francesa que una tradicional y provincial ciudad rusa de calles pol- vorientas y embarradas y con edificios de madera. Las principales vfas ptiblicas era anchas, poseyendo tres carriles para circular, bor- deadas por amplias aceras, casas particulares con balcones y tien- das; la aristocracia, los ricos mercaderes, banqueros y fabricantes, con sus familias paseaban arriba y abajo en carruajes y droshkis (1), mientras que el proletariado lo hacfa en modernos tranvias con una tnica plataforma. Los domingos y las noches veraniegas la gen- te acomodada pascaba por el Bulevar Nikolaevsky situado encima del puerto y que contaba con magnificas vistas sobre los jérdines publicos, la bahfa, y el mar al fonda. No carecfa ni de Ja cultura, comodidades, y confort de Moscii o San Petesburgo. La ciudad, vista desde la torre de la iglesia de San Nicolas, presentaba un or- denado aspecto con sus zonas verdes y jardines, anchas calles, ca- piteles, minaretes, las ciipulas de la universidad y de la catedral, el ayuntamiento, la biblioteca, el museo de antigitedades y el gran palacio de Justicia con sus columnatas de piedra. La impresién que causaba la ciudad, vista desde la iglesia de San Nicolas, era de atractiva y elegante prosperidad, y la mayor parte de los dias el humo o una cdlida bruma oscurecia los diques y las areas industriales mas alejadas. Esto era tan claro para el es- (1) Droshki: Carruaje ruso de cuatro ruedas y estructura baja. (N. d. T.). 39 pectador como que su existencia era despreciada por los que vi- vian en el centro de la ciudad, donde las lineas fronterizas estaban tan claramente delimitadas como las divisiones de clases, que eran aceptadas por ambas partes. En el norte y noreste, estaban situa- dos los diques, muelles, almacenes, los humeantes apartaderos del ferrocarril y el gran arsenal de Belino; al norte y noroeste se encon- traban las fabricas mas recientes, el miserable suburbio de Peresyp, donde millares de cabanas de falsa madera se amontonaban cerca de las Fundiciones Roestal, de las Hilaturas de algod6n y cdfiamo, y de las mas pequefias fabricas de maquinarfa. Durante 1904, la guerra del Lejano Oriente habia afectado escasamente a la vida industrial, de negocios, municipal y social de la ciudad. Muchos de los ciudadanos la consideraron como otra guerra cualquiera, estando de acuerdo con la pré ‘a expansionis- ta e imperialista de los poderes occidentales y en particular con las empresas privadas y expediciones punitivas de los Romanov. Estos puntos de vista habfan sido muy comunes durante los ultimos 50 aflos. En aquellos afios el General Kuropatkin queria arrojar a los arrogantes japoneses al mar, No es que haya nada que reprochar por querer arrancar o defender un territorio ocupado, mientras se tenga éxito; si se fracasa, como les habia ocurrido a los britdnicos en los primeros afios de la guerra de los Boers, se cae meramente en el ridiculo, y la opinién internacional contaba poco. Durante los primeros doce meses del conflicto, mientras los Ejercitos del Este se rendian ante los fandéticamente entusiastas y expertos japoneses y les entregaban la peninsula de Corea entera, el pueblo de Odessa se beneficiaba mas que sufria por éllo. La ciu- dad perdié unos pocos jévenes que subieron al ferrocarril Transsi- beriano vistosamente uniformados, por lo que hubo que reempla- zat parte del trabajo masculino de las fabricas y muelles por traba- jo femenino. Hubo quizds una cierta ansiedad entre los educados ciudadanos durante los ultimos meses de 1904, pero el desempleo alcanz6 un nivel bajo e incluso continuaron Ilegando pedidos por parte del gobierno a un ritmo creciente. Los inviernos son apaci- bles en el Mar Negro, y la gente de Odessa no experiment6 ningu- na de las privaciones sufridas en San Petesburgo 0 Mosct debido a la gran produccién de alimentos realizada por las granjas. La ciu- dad parecfa un lugar inadecuado para que se iniciase una revolu- cién. abe Et curso de la actividad revolucionaria clandestina habia sufri- (lo altibajos en el imperio ruso durante los altimos cincuenta afios, :umentando con las privaciones y las muestras de incompetencia y corrupcién existentes durante las guerras de Crimea y contra Tur- (uta; y cayendo con las politicas mas liberales de Alejandro II y von la emancipacion de los siervos en 1861. En 1894, cuando Ni- volis I sucedi6 en el trono a su formidable y tirdnico padre Ale- jandro TI, el Impero habia incorporado por la fuerza nuevos y gravo- sos lerritorios en Asia y Europa y habia estrechado su cerco sobre las nominalmente independientes estados del Caticaso, Finlandia, y las provincias Bdlticas. Polonia, tras la sangrienta y fracasada revo- lucion de 1863 estaba tan agitada como siempre. La situacién en cl Lejano Oriente, donde un nueve y mal acogido imperialismo ja- ponés estaba demostrando su poder contra China en 1894-5, era omninosa y amenazante. El reinado de inflexible autocracia del padre de Nicolas II habia coincidido con la muy atrasada revolu- cvion industrial rusa, y el nuevo zar heredé no sdélo varios estados semibérbaros sino también una inmensa y creciente clase de traba- jidores industriales, que estaban subpagados, trabajando juntos en an namero y muy préximos unos.de los otros, viviendo apifia- dos, y altamente susceptibles de sublevarse dadas estas 'condicio- hes Los primeros diez afios del reinado de Nicolds I] habian con- lemplado un tremendo crecimiento de extension y organizacién de lus actividades subversivas variando desde moderados,e intelectua- les movimientos reformistas de la aristocracia, pasando por Men- cheviques, Bolcheviques y sus numerosas facciones, hasta el terroris- io nihilista caso del que habia logrado el asesinato del abuclo de Nicolas IT y que habia creado numerosos incidentes con bombas y ciifrentamientos armados en todas las ciudades del Impero. Esta ‘cumulacién de impulsos revolucionarios que iba a conducir a la anarquia en 1905, y doce anos mis tarde a la desaparicién de los Ro- manov, tenfa su causa primera en el cardcter de Nicolés II y dé su cimatilla de intransigentes reaccionarios, tales como Vyacheslav, Vichve y Konstantin Pobedonostsey, quienes crefan que las masas incultas eran ineptas y seguirfan siendo ineptas, para todo lo relati- vo a su propio bienestar, gobierno y futuro. La vasta extension del Impero ruso, alcanzando miles de millas y englobando territorios tri- hales con una inmensa poblacion que hablaba lenguas extranjeras, podia ser mantenido dnicamente por una oligarquia que poseye- 41 se una mezcla de poder ilimitado, un lider mistico, fuerza militar, policia y servicios secretos contrarrevolucionarios. , Imprudente aunque bicnintencionado, encantador, delicado, condicionado por su educacién a aceptar la dignidad y divinidad de su trono, el Zar Nicolas I] fue turbado y profundamente ofendi- do por los repentinos estallidos de violencia que surgieron desde Vladivostok a Varsovia, y desde Crimea a San Petesburgo, en 1905. Las terribles noticias de la marcha del Padre Gapon sobre el Palacio de Invierno. en enero, y el subsecuente fusilamiento de unos 500 de los pacificos manifestantes, fue inmediatamente se- guido por nuevas de grandes desastres en el Lejano Oriente con la pérdida de miles de hombres con sus arsenales y equipos. Fue un invierno especialmente amargo y con el repentino cese de los pe- didos de atmas, debido a la inminencia de una cafda del gobierno, centenares de miles de hombres fueron despedidos de su trabajo, al mismo tiempo que el peor de Jos inviernos los dejaba apenas sin alimentos. El 28 de diciembre de 1904, Port Arthur, sitiado desde hacia mucho tiempo, piedra sillar del poderfo militar en Man- churia , y la Unica gran base naval que Rusia poseia en Oriente, cay6 en poder de los japoneses en circunstancias especialmente humillantes. Lo que siguid fue todavia peor. Los japoneses avan- zaron inconteniblemente por tierra y en mayo aniquilaron una gran, semiequipada, y heterogénea armada de acorazados, cruce- ros, y torpederos, enviados desde el Baltico y dando Ja vuelta a medio mundo en un desesperado intento de evitar el desastre. Pero la derrota de Tsu-Shima convencid al gobierno ruso de que no conseguirijan nada continuando su excesivamente cara e inefi- caz campafia. . La gente vulgar hab{a perdido desde hacia mucho el espiritu que habian poscido debido a esta desgraciada, innecesaria, y san- grienta guera, Para la fecha de Tsu Shima y mucho antes del Trata- do de Portsmouth en agosto de 1905, lostrabajadoresincrementa- ban por todas partes su lucha comin por el sustento y la libertad. En casi todas las comunidades, desde los pequefios pueblos hasta la misma capital, surgfan células revolucionarias preparadas para ac tuar violentamente que organizaban huelgas y manifestaciones donde hiciese falta y con armas de fuego cuando era posible; todo ésto era apoyado moralmente por muchos pafses de Occidente, es- pecialmente por los Estados Unidos. sete Odessa apenas habia sido afectada por las huelgas y por la in- guietud que siguieron a la masacre del Palacio de Invierno. Las condiciones de trabajo que imperaban en la ciudad estaban lejos de ser satisfactorias y existia mucha pobreza y miseria entre las mas vobres y no especializadas clases trabajadoras, pero los lideres -volucionarios carecian de la ventaja de la amarga desesperacion y hambre que se habian aduefiado de las ciudades situadas en la zona norte de Rusia o de las ciudades industriales, donde las mar- chas, las asambleas al aire libre y las perfectamente organizadas huelgas chocaban diariamente con la policia intercambidndose bombas y disparos. Pero la situaci6n comenzé répidamente a cambiar durante las primeras semanas de febrero. “La seccién local de la Socialdemo- cracia dirigié sus esfuerzos a conseguir la sublevacion del pueblo fracasando inicialmente, pero ias condiciones econdémicas pronto suministraron un mas favorable campo para su agitacion”, escri- bid un estudiante (1) en la Universidad de Odessa, que posefa una de las mas activas y afortunadas células socialdemécratas. “Aun- que los trabajadores todavia encuentran Hevadero su modo de exis- tencia, existe un gran malestar entre éllos, y crece el temor ante un cicrre de las fabricas. Los duefios estan acortando las horas de tra- bajo cada vez mds con el consiguiente decrecimiento de los sueldos diarios. Muchas de las fabricas con escasa estabilidad han cerrado ya El 21 de abril estallé Ja primera gran huelga de los diques, don- de los Aliancistas y los Socialdemécratas habian concentrado sus actividades encontrando condiciones favorables. Los empleados de lx Compafiia Rusa de Navegacion a Vapor salieron ‘‘en masa”’, y fueron seguidos al instante por los trabajddores de la Compafiia Rusa de Transporte y los de la Compafifa del Danubio. Personal naval fue enviado para paliar la situacion, pero sélo pudo hacerse cargo de las mds importantes y perecederas mercancias. Los perfec- tamente organizados panaderos fueron los siguientes en saltar en protesta contra los inadecuados salarios, las condiciones de traba- jo, que inclufan la semaria de siete dias, y las normas que les obli- gaban a dormir en alojamientos suministrados por sus patronos. Los sastres, zapateros, impresores, y carniceros los siguieron; y la policfa, alarmada ahora por la creciente crisis y los signos de desa- sosiego entre los trabajadores de las fabricas, urgieron a los duefios para que pactasen. Los agitadores aprovecharon répidamente esta (1) Constantine Feldmann, La sublevacién del Potemkin; transcrito por Constance Gamet (1908), rdpida capitulacién ¢ intensificaron sus esfuerzos, sefialando a los trabajadores la fuerza de su posicién si actuaban unidos. E] 12 de junio lograban su primera victoria en Peresyp cuando saltaron los trabajadores del cdfiamo y se iniciaron los enfrentamientos violen- tos cuando algunos miembros de los delegados de la asamblea fue- ron detenidos. El desarrollo de los acontecimientos se aceleré ahora rdpida- mente con cada nuevo trabajador en paro, con cada palabra des- templada, cada acto de desafio, fortaleciendo la posicién de los agitadores. Los trenes que procedian del norte eran detenidos en los suburbios por grupos de trabajadores y de sus esposas, que apa- gaban las calderas de las locomotoras y arrancaban los railes. Una gran manifestacién convergiéd sobre la comisaria de policfa en la que se hallaban encerrados los delegados y ante la inmediata capi- tulacién de la policia marcharon triunfalmente cantando la Varshavianka. Los metalargicos, algodoneros, y empleados de fe- rrocarriles saltaron e] 25 de junio, y todos los partidos revolucio- narios estuvieron de acuerdo en considerar la fecha del 27 de junio como el momento de iniciar una huelga general en toda la ciudad. El Gobernador Militar de Odessa y General del ejército Kokha- nov, tenia bajo su mando un regimiento de cosacos, bastantes fuer- zas de la policfa perfectamente armadas y tropas de reserva en Ti- raspol, Belets, Vender y Ekaterinoslavy que sumaban tres regimien- tos y una brigada con las que podia contar en caso de emergencia. Kokhanoy comenz6 a mostrar gran alarma ante la situacion y la bien organizada sublevacion, y como primer paso, presioné a los patronos para la celebracién de una reunién de inspectores de fa- brica para discutir sobre los salarios, las condiciones dé trabajo y la jornada de nueve horas, una de las reclamaciones mds fuertes por parte de los trabajadores. Pero la situacion habia Ilegado a un punto critico que Kokhanov no se habia imaginado. Minuto a mi- nuto la situacién sc deterioraba pasando de la desobediencia civil a la abierta sublevacién. El lunes 26 de junio, mds de 5.000 obre- ros celebraron una asamblea en el exterior de las fabricas Gena y Hochnen en Peresyp, para organizar una manifestacion que atra- vesase la ciudad. Kokhanov tenia pleno conocimiento de esta de- mostracién y envié policfa armada reforzada por una sotnia (una centuria de cosacos). Antes de que se iniciasen los discursos, inter- vino la policia y un capitin a caballo ordendé la dispersion de la asamblea al tercer toque de corneta, o que se atuviescn a las conse- cuencias. 44 Los hombres podian ver a la policia formada ante éllos de ma- hera ostentosa, a caballo y armados con sables y revlveres, y mds ‘iris los cosacos con sus brillantes chaquetillas blancas y puntiagu- das capas, pantalones negros y altas botas de igual color. Desafiar- los solo podia producir una matanza y la mayor parte de los hom- bres se habfan retirado ya cuando partido un disparo desde la venta- nu de un edificio cercano, en el momento que se ofa el segundo to- que de corneta, y un Oficial de cosacos cay6 de su caballo herido. Este disparo de revolver realizado por un desconocido revolu- cionario destruy6 el orden civil y la disciplina que reinaba en Odes- sa tan repentina y dramaticamente como el disparo de rifle del ma- tinero Vakulinchuk sefialaba el fin de la autoridad sobre ¢] Potem- kin, 24 horas mds tarde. Lo sucedido en ef acorazado iba a producir gloria, notoriedad y fama para sus hombres; para Odessa sdlo iba a representar, de allf en adelante, un periodo de desorden civil y de terrorismo que produjo la destruccién de la mayor parte de la ciudad y la muerte de millares de sus habitantes. Ninguna otra ciudad del Imperio iba a sufrir tal desastre y derramamiento de sangre en todas las revo- luciones que tuvieron lugar en Rusia durante 1905. Los cosacos se lanzaron, a los pocos segundos, para vengar la herida infligida a su comandante, haciendo uso de sus revdiveres mientras realizaban una carga y después sacaron sus sables para golpear a los obreros que escapaban. La primera carga. apoyada por la policia armada hubiese dispersado la asamblea en unos pocos minutos y con sensibles pérdidas de vidas entre los desar- mados obreros; podia haber sido una aterrorizada desbandada si- no hubiese sido por la accion de las mujeres de los obreros que habian estado reunidas en la parte de atras de la asamblea y que ahora les urgfan arrancar piedras y contratacar para vengar, a su vez, la muerte de sus camaradas que yacian en la polvorienta carretera. El efecto de estos gritos de escarnio y rabia debié asom- brar incluso a las propias mujeres. “‘Una nube de piedras cay6 so- bre los cosacos”, conté un testigo presencial mds tarde, “y los valientes soldados del Don vacilaron, giraron y huyeron en di- ferentes direcciones perseguidos por los trabajadores. Estos cele- braron su victoria; algunos de ellos persiguieron a los cosacos, otros comenzaron a construir barricadas; dos tranvfas y algunos carros fueron volcados... Todo Peresyp estaba sublevado ahora, y convocamos a Ja. multitud a celebrar una asamblea. Millares de 45 trabajadores de todas partes de la ciudad fluyeron a torrentes Transcurrian los primeros minutos y podfamos contemplar una majestuosa y enorme escena de solidaridad y hermandad de tra- bajadores”’. La apacible existencia ciudadana habia dejado de exisiir du- rante la tarde del lunes 26 de junio y la mafiana siguiente Ja situa- ciOn era tan amenazadora que Kokhanov establecié la ley marcial, ordend patrullas durante la noche para recorrer las calles y prote- ger los mas importantes edificios municipales, e hizo colocar por toda la ciudad el siguiente aviso de tres lineas: Ayer en un enfren- tamiento entre tropas y ciudadanos, dos de éstos perecieron y tres fueron heridos. El Gobernador llama a todos los habitantes a man- tener la paz y para evitar accidentes les recomienda no se sumen a Jos grupos de obreros”’. Estaba claro, viendo ésto, que las autoridades habian aceptado la inevitabilidad de mds actos de protesta, y dado que estaban pro- hibidos daban por supuesto que iban a ser sangrientos. Era, por otro lado, de vital importancia impedir cualquier mezcla de clases. Kokhanov, quizds, se sentfa capaz de enfrentarse con manifestacio- nes de obreros acom pafiados de sus mujeres, gracias a que tenia ba- jo su mando la policfa y los cosacos; pero si los elementos intelec- tuales y liberales de las clases cultas se unian a los grupos de obre- ros, existia el gran riesgo del estallido de la guerra civil por toda Ukrania. Los primeros disparos se oyeron a las once de la mafiana, cuan- do las tropas dispararon contra un grupo de obreros que lamaban a la huelga a los empleados del Servicio Municipal de Aguas. Conti- nuaron oyéndose disparos intermitentes hasta las primeras horas de la tarde, cuando el movimiento comenzé a tomar cuerpo; y los trabajadores con sus mujeres e incluso con sus hijos, marcharon en grupos dispersos hacia el centro de la ciudad formando cada vez mas afluentes que convergian por docenas en la calle Preobra- zhensky, principal arteria y Campos Eliseos de Odessa. Grupos de policfas a caballo y de cosacos corrian de un lado a otro tratando de hacer que los grupos se retirasen, envidndoles unas veces huyendo calle arriba y otras veces retirdndose éllos debido a fas barricadas y a la Iluvia de piedras que los obreros les enviaban. Los pasajeros de bastantes tranvias fueron obligados a desalojarlos y éstos fueron convertidos en barricadas, reforza- dos por adoquines extraidos del pavimento de las calles, siendo contestados los diparos de rifle por gritos de desafio, piedras 46 y aislados disparos de revolver. Al final de la tarde, las calles de Preobrazhensky, Richelieu y del Explorador Alezandrowski cestaban atestadas por una gran multitud vociferante que conti- uuaba fluyendo desde los muelles y las fabricas de la periferia de la ciudad; multitud que rompia las ventanas de las tiendas cuando se les antojaba, incendiaba tranvias y autobuses, droshkis, carro- matos, carruajes una vez abandonados éstos y creciendo cada vez mas en niimero . Esta marcha no tenfa propésito aparente y no constituia sino una prueba de solidaridad. Después, vacilantes como las aguas de un estuario cuando cambia la marea, la masa de millares de mani- festantes intentaron descubrir cual era su propésito y su destino, pero no encontraron ni uno ni otro. Como demostraci6n de fuer- a habian alcanzado un éxito espectacular; pero las fuerzas del cnemigo atin estaban intactas acechando desde sus posiciones, at- mados de fusiles y sables y con las inmensas reservas y autoridad del poder central que les apoyaba. Los manifestantes podfan des- trozar los vidrios del Crédit Lyonnais y de un centenar de otras oficinas, tiendas y mansiones privadas, pero el Ayuntamiento, la residencia del Gobernador, los alojamientos militares, el Tribunal de Justicia y los acuartelamientos militares permanecian custodia- dos y bajo el estricto control del Estado. Al anochecer, la marea humana comenz6 a menguar y dece- nas de millares de personas abandonaron las concentraciones, de- teniéndose para oir a un orador en la esquina de una calle, para prestar ayuda a un hombre herido, para romper un vidrio con ra- bia, pero siempre abandcnando cl centro de la ciudad y retirindo- se hacia sus s de madera en los suburbios. No existfa en dllos espiritu de realizacién, ni de triunfo; slo existia frustracién, inde- terminacion y rabia ante las desgracias que habfan sufrido. {Qué mas podian esperar realizar sin armas?. El siguiente dia no tendrian trabajo, casa, ni futuro. Estaban obsesionados con la desesperacién, viendo su tnica salida en la revolucién pero care- ciendo de los medios para realizarla y para derribar al poder auto- critico. “Los gritos solicitando armas podfan escucharse por todas partes”, esctibid Feldmann aquella noche, “y supimos que a me- nos que los socialdemécratas pudiesen satisfacer esta necesidad, las masas nos abandonarian y la huelga-habria terminado”, Era el dile- ma con que todo revolucionario debié enfrentarse en Rusia duran- te 1905, ya que poseyeron todo lo necesario para poder realizar la 47 revolucién excepto el ingrediente vital y unificante de las armas. E] poder de la autoridad no tenia limites: infanterfa, caballerta, arti- llerfa, reuniendo varios regimientos, cosacos perfectamente equipa- dos y leales al zar. Entre los sublevados sumaban unos centenares de revélveres y unas pocas docenas de fusiles; posefan bombas también, pero poco podian realizar con éllas, tinicamente un aten- tado aislado. A las diez de la noche un joven judio hizo estallar una bomba que transportaba cuando fue arrestrado en la Plaza de la Catedral. El sonido de la detonacién se ay6 por toda la ciudad, y el judio, el aguacil y un tal Dr. Spicak que pasaba casualmente por allf en un groshki quedaron despedazados. Mas de una docena de cosacos y policias habian perecido du- rante las doce horas precedentes y en contrapartida entre los amo- tinados podian contarse varios centenares de heridos; pero no se habia realizado ningtn progreso real en la revoluciOn, no se habia destruido el gobierno de la ciudad cosa que no podia realizarse sin canones. Las bombas y las barricadas no bastaban. A las ocho de la noche un acorazado fue visto entrando en la bahia, acompafiado por un torpedero. Algunos de los empleados de los muelles mds entendidos identificaron, desde su camino de regreso a sus casas atravesando el Bulevar Nikolaevsky, a dicho bar- co como el Kniaz Potemkin Tavritchesky, la unidad més poderosa de la Marina Imperial Rusa, un gran acorazado armado con cafio- nes de 12 y 6 pulgadas y bautizado con el nombre de Potemkin en honor del Principe Gregorio Alexandrovitch Potemkin, favorito de Catalina la Grande, y despiadado Primer Ministro. De- bid haberles parecido que eran las represalias por un dia de violen- cia y destruccién y que dichos nav{os harfansentir sobre éllos toda su fuerza. Durante el creptsculo y a una distancia de cuatro millas, donde habia anclado, era imposible distinguir que en su mastil principal y en el situado a Ja popa, en lugar de la Cruz de San An- drés, ondeaba la Bandera Roja. 48 CAPITULO IIL EL ZAR DECLARA LA GUERRA Siete de tos oficiales del Potemkin habian perecido durante la media hora de violencia que se habia desarrollado sobre el acora- zado, y de los once supervivientes habian sido heridos siete; el Te- niente Vakhtin gravemente. Incluso el Capellan Parmen, de larga y espesa barba y que era un inofensivo sacerdote,habfa sido furiosa- mente zarandeado por algunos de los sobreexcitados marineros y habfa tenido que ir a la enfermerfa para recibir tratamiento por parte del Dr. Golenko. Golenko, asistente del Cirujano Smirnov, era un hombrecillo, palido y calvo, cuidadoso en el vestir y melancdlico siendo consi- derado por la tripulacion mas como una figura de quien reirse que con el respeto debido a su cargo. Este “tipico noble mimado”, co- mo Feldmann lo denominaba, habia décidido permanecer con los amotinados porque “Creo que es mi deber cuidar de los enfermos y heridos que hay entre Uds. y los oficiales”. Los motivos de los otros tres oficiales que se habfan unido a los amotinados eran me- nos claros. El Teniente Alexeev habia ya proclamado que ‘‘siempre habia estado de su parte”; y dos de los oficiales de maquinas estu- vieron répidamente de acuerdo en permanecer en el navio, al suge- tirselo Matushenko, para cuidar y supervisar al personal de calde- ras; o bien tenfan miedo de negarse o simpatizaban con los amoti- nados. Estos hombres eran el Teniente Kovalenko un campechano joven de amistosa cara y rubio cabello cortado al rape al que nunca se le habfa oido pronunciar una palabra insultante; y el Alferez Ka- tujny un pequefio y débil joven para quien lo ocurrido habia sido demasiado para poder ser soportado. Todos los demas oficiales su- pervivientes habfan sido encerrados en un camarote guardado por hombres armados, con el Teniente Klodt y sus dos alféreces, mien- tras las cubsertas eran limpiadas y la calma regresaba al navio. Su futuro era incierto, pero a menos que una camarilla mas extremis- (a consiguiese el control del navio, sus vidas parecfan estar a salvo por el momento. Para la tripulacion del Potemkin, que ahora saboreaban los pri- meros frutos de la revolucién marxista, el sistema democratico se inicid cuando Matushenko los reunié en el alcdzar y les informo 49 mediante un largo discurso, el primero de los muchos que iban a seguir, que la Unica cosa que debfan acatar era la disciplina. Ma- tushenko era una curiosa mezcla de romdntico y realista y bastan- te bueno como orador. En aquel momento, la mayorfa de los hom- bres estaban en un estado emocional exultante ante su triunfo y tan poco temerosos de las muertes que habfan cometido y de Ja sangre que habian derramado que hubieran podido ser dirigidos en su aturdido entusiasmo, atravesando las llanuras, sobre el mismo Kremlin. Matushenko reconocié que era el momento de conside- rar las cosas realmente y que los hombres tenian que asumir la rea- lidad de su situacién. De este modo, Matushenko, desde el mismo cabestrante sobre el que el capitin del navfo y el comandante les hab{an arengado una hora antes, les dijo que el mantenimiento del orden era el pri- mer requisito a cumplir ahora que los odiados oficiales habian sido expulsados y el navio pertenecia ‘‘al pueblo”. E] término “cama- radas”’ fue usado muchas veces, y realizé multiples referencias a la gloriosa revolucidn, a la libertad de los pueblos y a la destruccion de los tiranos. El habia vivido entre estos hombres lo suficiente para permitirse hablar de los propositos de la més compleja filoso- fia Bolchevique. Con éllos no se podia simplificar las conclusiones, y Matushenko, pequetia, gesticulante y tensa figura sobre su peque- fia isla, rodeado de un océano de caras, explicé los peligros exacta- mente igual que el excitante futuro que pod{an alcanzar si trabaja- ban unidos y combatian también unidos. “Toda Rusia estd esperando el alzamiento y poder arrojar las cadenas de la esclavitud. El gran dfa esté proximo. Y es sobre este navio donde se ha iniciado la revolucion. Pronto se nos unirdn los otros navios de la flota del Mar Negro y entonces nos uniremos con nuestros hermanos de tierra, los trabajadores de las fabricas y con los campesinos que permanecen esclavos en el campo. Las re- vueltas estén estallando ya en Bessarabia y Ukrania y las huelgas estallan en las fabricas de Odessa y Sebastepol. “Poseemos el mds poderosc navio y con cafiones mds moder- nos de la Marina. El Potemkin puede combatir contra ejércitos en- teros y derrotarlos. Pero estaremos perdidos si combatimos desuni- dos. Por esta razén debe haber disciplina. Nunca volver a existir la tirania sobre el Potemkin, pero debe haber alguien que de las érde- nes y alguien que las cumpla si queremos vencer. Por éso debemos tener un “Comité del Pueblo”. 50 El poder del Comité debe ser absoluto, continud explicando Matushenko ya que sin poder no puede existir ningtin control. Es- te Comité debe mantener la disciplina de forma correcta y no como se venia haciendo antes del motin pudiendo autorizar el arresto y castigo de cualquier marino que incumpla las normas que se establezcan en el navio. Serd también responsable de todas las acciones que se Heven a cabo contra el régimen zarista, y de las fu- turas negociaciones con é! y con las demas organizaciones revolu- cionarias; seré igualmente responsable del dinero contenido en la caja del navio. Los puestos del Comité, de acuerdo con la correcta practica marxista, serdn publicos ya que ahora el Kniaz Potemkin ‘Tavritchesky es una Democracia Popular. La eleccién del Comité se llev6 a cabo con apresurada eficien- cia. Estuvo compuesto de treinta miembros, y estos puestos fueron ocupados, tras rapida y ruidosa nominacién a mano alzada, por los lideres del motin, que eran igualmente los oficialmente acredita- dos representantes Socialdemécratas en e] Potemkin, Como Dipu- tados Presidentes del Comité tras Matushenko fueron elegidos Mi- kishkin y Dymtchenko. Fyodor Mikishkin era un alto, delgado, sofiador revolucionario, “mas filésofo que marino” como lo des- cribid. Feldmann; excelente orador que estaba interesado particu- larmente en los aspectos religiosos y humanitarios de la revolucion, aunque siempre estaba dispuesto a ejercer Ja violencia si esta fuese necesaria y “durante todo el motin, tanto en el Comi como en- tre la tripulacién, fue el promotor de las mds audaces médidas”’. Josef Dymtchenko cra también un idealista, pero un sofiador sin capacidad de iniciativa, un irresoluto hombre de corazon sensi- ble que se habia introducido en los puestos dirigentes pero que se abstrajo répidamente cuando Ilegaron los momentos de crisis; un simple y sentimental campesino musculoso y de anchos hombros. El tercer Diputado de Matushenko debiera haber sido Vakulin- chuk. Pero mientras la tripulacién de] Potemkin estaba reunida en el aledzar celebrando su primera asamblea, Gregori Vakulinchuk yactfa en la enfermeria, bajo los cuidados del Dr. Golenko, herido por los disparos .recibidos. Permanecié inconsciente la mayor par- te del tiempo, pero segtin los presentes, tuvo un momento de cons- ciencia cuando el navio levé anclas y abrié sus ojos brevemente pa- ra ver a un grupo de sus amigos que se apifiaban alrededor de su li- tera * 2Qué sucede en el navio?, pregunté en un murmullo. 31 “Te hemos vengado camarada”, se le dijo, “Hemos matado a los oficiales y el navio nos pertenece’”’. “Bien, bien”, fueron las ultimas palabras que pronuncié Gre- gori Vakulinchuk antes de morir, y ser el mas famoso martir de la revolucién de 1905. sok El Comité Popular del Potemkin se reunié inmediatamente, a la disolucién de Ia asamblea, en el camarote del aimirante, donde se acomodaron en los blandos sofas de plumas y sillones sirviéndo- se vino y cigarros. Todos éilos eran conscientes de su situaci6n de bienestar y optimismo, y hubo ciertas bromas, sobre las comodida- des que estaban disfrutando, antes de que Matushenko pusiese or- den en la reunion, Afirm6 severamente que no era hora de bromear. Estaban fue- ra de la ley y todos los soldados y marinos leales se pondrian con- tra éllos por lo que podian esperar ser atacados por mar y tierra. Debian estar preparados a combatir. Debfan obtener combustible para su navio y viveres para la tripulacion, Debfan conectar con los elementos revolucionarios del exterior del navio y unirse a éllos en la causa comun,. Matushenko, una vez establecidos estos principios generales, entré en los detalles practicos: tenfan que decidir su destino y te- nian que nombrar un capitan y oficiales. La cleccién de un puerto donde poder cubrir sus necesidades estaba limitada a Nicolaiey, Se- bastopol, Batum y Odessa. Existfan otros puertos mds pequefios y pueblos pesqueros, pero en ninguno de éllos podian abastecerse de carbén y alimentos para mds de un dia o dos. De los principales puertos, los tres primeros eran bases navales y hasta que tuviesen conocimiento que el motin habia estallado en éllos era lo mas pru- dente evitar problemas con sus unidades y baterias. Odessa, era cla- ramente la mejor eleccién, Antes de que hubiesen abandonado Se- bastopol las huelgas y alborotos de Odessa habian sido de dominio publico, y habia corrido la voz por todas las células revolucionarias de que era inminente una huelga general. isttan en esta drea fuertes fuerzas de cosacos y de otros regimientos, pero una vez en Odessa podian confiar en contat con el apoyo de la mayor parte 52 de la poblacién trabajadora. Odessa era indudablemente el lugar mas favorable del sur de Rusia para que se iniciase la revolucién. Irian alli y declararian la guerra al régimen. La eleccién de los oficiales que comandasen el navio y dit sen la situacién era més diffcil, y se establecié entre los miembros del Comité una larga discusién a este respecto. La dificultad era principalmente sicolégica, La iletrada y sencilla marinerfa estaba lo suficientemente molesta con su situacion para seguir cualquier su- blevacion que mejorase sus condicones, pero eran igualmente seres preparados para seguir la rutina y respetar a sus superiores. La idea de ser dirigidos por hombres sin distintivos de rango en un unifor- me semejante al suyo, hombres con los que habfan vivido durante meses ¢ incluso afios en términos de igualdad, les darfa la sensacién de inseguridad. La vida en cualquier navio depende de la tradici6n y de la compleja estructura del rango, y Afanasy Matushenko era Jo bastante receptivo para reconocer que si el Potemkin queria funcionar como una organizada y efectiva unidad combatiente, tendria que establecerse una privilegiada jerarquia, que operase no mediante el terror, ya que el acorazado pertenecia al pueblo, sino por el propio respeto a la autoridad. Por razones de conveniencia convenia mantener en sus cargos a los contramaestres, cabos y suboficiales y a algtin oficial que dirigiese el navio. Un oficial en el mando servirfa como credencial de respetabilidad en cualquier ne- gociacion y frenarfa a los més desobedientes elementos de la tripu- lacién, Los hombres estaban mas acostumbrados a obedecer las Or- denes de un oficial que de extremistas marxistas procedentes de las bodegas inferiore: El Comité decidid, por otro lado, undnimemente que los Inge- nieros Kovalemko y Kalujny continuasen encargdndose de Ja sala de maquinas, y que el Teniente Alexeev ocupase el cargo de capi- tan bajo la supervision del Comité con el contramaestre Mursak co- mo primer oficial. Alexeev declaré posteriormente que habia acep- tado el cargo bajo coaccion, que se Jo habian ordenado a punta de pistola desde el inicio, pero parece que ésto es falso ya que tuvo numerosas ocasiones para escapar si lo hubiese deseado. No fue, en todo caso mas que un titere, un simbolo de autoridad, recibiendo ordenes de Matushenko y de sus diputados, siendo olvidado en los momentos de crisis. cred 53 Durante e! corte viaje a Odessa los beneficios inmediatos del motin parecieron escasos a algunos de los marineros del Potemkin. Estaban en los mismos equipos y grupos bajo la direccién de los mismos suboficiales que antes, trabajaban las mismas horas, esta- ban sujetos a la misma disciplina y con los mismos castigos si la in- fligfan. La rutina y administracién del navio no habian cambiado. Aquella noche al menos, s6lo comieron pan, bizcochos y el bortsch realizado con la carne podrida si asf querian hacerlo, Y a juzgar por la actuacién de aquella tarde, Matushenko podia ser un co- mandante mas formidable e intimador que el Capitan Golikov. Pero no parecfa existir mas desaliento o miedo ante el futuro que el que existia durante la tarde en las cubiertas inferiores. Una racion extra diaria consistente en la cuarta parte de una pinta de vodka fue distribuida entre los hombres y més tarde se desarrolla- ron las payasadas y canciones de costumbre. Considerando 1a im- portancia histérica de lo que habfan realizado aquel dia la celebra- cién era moderada. Las primeras luces de las calles de Odessa se estaban encendien- do cuando el Potemkin, seguido a popa por el torpedero N267, se aproximé a la ciudad procedente del este, y la tripulacion del aco- razado contemplé primero la ciudad bajo un débil resplandor que se reflejaba contra las colinas que la rodeaban. Al dia siguiente de- sembarcarian. Los hombres reaccionaron ante ésto de diversas ma- neras; los mas ardientes revolucionarios pensaban en un glorioso asalto, con muertos, entre el sonido de la fusileria, seguido por la union con sus camaradas, y una gran marcha hacia la revolucion. Para hombres como Matushenko y Mikishkin que habian trabajado durante mucho tiempo como jefes de célula dentro del navio, la jlegada a Odessa en su propio acorazado era un conmovedor mo- mento, la culminacion de sus ambiciones. Ahora no podian volver- se atrds; estaban inmersos en la insurreccién con todas sus formida- bles posibilidades y su incierto porvenir. Pero a pesar de la arenga de Matushenko Ja mayor parte de los marineros contemplaban su inmediato futuro como una oportunidad de oro para el desenfreno y para la satisfaccién de sus propios apetitos en un ancho y abierto puerto, ftil para sus deseos y sin policia naval o gendarmeria que interfiriera en sus acciones. Hab{an disfrutado con el motin, y de- seaban ahora con excitacién que continuase el combate. El namero de los que en su interior se oponian al motin y ha- bfan quedado horrorizados por el desarrollo de los acontecimien- 54 tos nunca serd conocido, Pero eran muchos, quizds un tercio de los 700 hombres de la dotacién del navfo, haciéndose sentir mucho es- ta influencia a bordo y siendo posteriormente decisiva en el curso de los acontecimientos. Entre éllos podian contarse los que esta- ban alarmados y los que querfan desembarcar y unirse a los huel- guistas de la ciudad para extender la revolucién por toda Ukrani: Sentimientos de miedo, triunfo y realizacién, de excitada anti- cipacion, todos estaban presentes en el Potemkin cuando éste an- clé en la ancha bahia, en la parte exterior de la boca del puerto a las diez en punto del anochecer del 27 de junio. a El joven que iba a protagonizar una parte fundamental en los acontecimientos que siguicron al motin del Potemkin fue curiosa- mente uno de los tiltimos en apercibirse del arribo del acorazado a Odessa. Era Constantine Feldmann, estudiante universitario y uno de los Ifderes de la amplia célula Socialdemécrata alli existente. La tarde anterior habia visitado Peresyp disfrazado de obrero y habia sido testigo del abatimiento y frustracion de los manifestantes en su regreso tras la demostraci6n realizada por ei centro de la ciudad. “:Qué nos traerd el mafiana?”, escribié (1) aque! anochecer de erf- tica incertidumbre. “Todos nos fuimos a dormir aquella noche con esta pregunta en la mente, y ninguno encontraba la respuesta ver- dadera”. Feldmann, la mafiana siguiente, atin con ropas de obrero dejo su alojamiento a las diez y se encaminé a la casa de un compafic.o estudiante. Bajé por las principales calles de Ja ciudad hacia el Bu- levar Nikolaevsky y el gran espectdculo de las Escalinatas Riche- lieu que se alzaban desde el drea del puerto hasta el bulevar y la estatua del Duque de Richelieu, famoso emigrado francés y gober- nador de Odessa en 1803, principal responsable del crecimiento y desarrollo de la ciudad. Feldmann se sorprendié al encontrar las calles repletas de nuevo de huelguistas y de grupos de curiosos a pesar de las ineficaces manifestaciones y asambleas del dia ante- rior, y sintié la excitacién de una proxima crisis No fue hasta que Ileg6 al piso de su amigo que oyé Jas asom- brosas noticias sobre que el acorazado y el torpedero habian ancla- (1) Feldmann, obra citada. aw “Antes de enterrar el cuerpo de Gregori Vakulinchuk”, se po- dia leer, “marinero salvajemente asesinado por el primer oficial del acorazado Kniaz Potemkin por quejarse de que el bortsch estaba malo, hagamos el signo de la cruz y digamos, “Paz a sus cenizas”’. Venguémonos en nuestros opresores. Muerte para éllos ;Y viva la Libertad!”. La guardia de honor Ilevé a ticrra armas para resistir cualquier interferencia por parte de la policfa o los cosacos, y una lona y pértigas con las que poder erigir una tienda. Tenfan érdenes de permanecer al lado del cuerpo hasta que el funeral pudiese ser pre- parado. Otro grupo dejé el navio inmediatamente después de la parti- da del citer funerario para investigar los muelles e informar sobre la situacién del carb6n. Incluso anclado, el Potemkin consumia va- rias toneladas de combustible diarias, y a su velocidad maxima (que seguramente se emplearia tan pronto la flota zarpase de Se- bastopol) su consumo alcanzaba unas cifras muy altas. Era de im- portancia fundamental que sus carboneras estuviesen Ienas al ma- ximo de su capacidad. Al mediodia el grupo de reconocimiento report6 que habia un barco carbonero semilleno, el Esperance, con 160 toneladas amarrado al puerto, por lo que el torpedero fue enviado al instante para remolcarlo hasta el Potemkin eee Aquellas primeras horas del 28 de junio estuvieron plenas de una resuelta actividad y el Animo de la mayor parte de los hombres estaba alegre. Aquella misma tarde o noche podria haber calma o iniciarse la batalla. Con la oleada de confianza en si mismos y de poderfo que tenfan, deseaban ambas cosas con igual apetencia, E! sentido de omnipotencia que posefan aquellos hombres se refiejaba en los manifiestos y ultimatuns que se propusicron en una reunion durante la primera mafiana. “‘Pedimos a los cosacos y soldados abandonar sus armas al instante rindiéndose, y unirse a los trabajadores de Odessa en su causa comin”, expresaba el ulti- matun enviado a los militares. “{Derribemos la autocracia!. He- mos soportado Ja ultima hora de nuestro sufrimiento y ahora libe- raremos al pueblo de Odessa y de toda Rusia. Si se nos opone re- sistencia, pedimos a todos los ciudadanos pacificos que abando- 58 nen la ciudad ya que la bombardearemos con nuestros cafiones”. Era, como el gobierno ruso admitié mds tarde en un boletin ofi- cial, una declaracién de guerra. El bombardeo de la ciudad: tal era el topico dominante en las conversaciones de los huelguistas, de tas clases altas, la administra- cin y militares de Odessa, y entre toda la tripulacién del Potem- kin, desde el amanecer del 28 de junio. E] General Kokhanov te- nia motivos para alarmarse. El poder de los cafiones navales se ha- bia incrementado enormemente desde que la ciudad habia sido el objetivo de un bombardeo intermitente por parte de la fuerza na- val combinada franco-britdénica durante la guerra de Crimea. Los cuatro cafiones de 12 pulgadas situados en dos torretas a proa y popa del Potemkin eran del mds moderno tipo existente en la Marina Imperial y podian derrotar a los de cualquier otro navio. Construidos en las fabricas estatales de cafiones de Obukoff. a orillas del Neva, estos cafiones de calibre 40 pod fan lanzar un obs de alta capacidad explosiva de 730 libras a un maximo de distancia de 20.000 yardas aunque la precision era algo menor. Con una can- dencia de tiro de tres minutos para cada cafion, el Potemkin podia haber arrojado sobre Odessa 25 toneladas de alto poder explosivo solo desde su armamento principal y otro tanto desde su armamen- to secundario compuesto de 16 cafiones de 6 pulgadas y 14 cafio- nes de 3 pulgadas, y ésto durante sdlo una hora de fuego. Ademas podia correr, disparar, y maniobrar més rapido que cualquier otro navio de la Flota del Mar Negro. La situacién con la que se enfrentaban las autoridades era un. extremo alarmante. La mayor arma destructiva que poseifa Rusia estaba en manos de un grupo de violentos insurgentes, que habjan ya mostrado su determinacién matando e hiriendo a la mayor par- te de sus oficiales en primer lugar, y segundo amenazando con des- truir mediante disparos de cafiones la cuarta ciudad més grande del imperio. Esta situacion era ya lo bastante delicada en circunstan- cias ordinarias; pero en aquellas fechas cuando los campesinos (1) y los trabajadores industriales, mineros, descargadores de puertos y todas las ramas industriales estaban al borde de una revoluci6n (1) Un despacho del Cénsul General de Odessa dice: “Se oye,pracedente de todas las fuentes, que los campesinos estén on abierta rovuelta aqui y en los distzitos de los alze- dedores. El incendio es una de las principales armas empleadas, y ayer la residencta del General Tschertkoff, antiguo Gobernador General de Varsovia, estuvo en gran peli- gto. En todos los pueblos sin excepén hay agentes de la violencia revolucionaria rea- lizando su funcién de incitar a la gente a atacar a los “propieiatios”.” 59 violenta, las circunstancias eran peligrosas en extremo. El corres- ponsal en San Petesburgo del periédico The Times cablegrafidé que en la capital “‘no s6lo se admite la revoluci6n como posible, sino que se considera que est4 teniendo lugar en el presente. Puede decirse sin exageracién”, continuaba el corresponsal, “que la suble- vacion de Odessa ha causado mayor impresién a las clases dirigen- tes que las derrotas experimentadas en Manchuria y la aniquilacién de la Flota del Mar Baltico juntas”. Este desastre naval, destruccién final de las esperanzas de im- pedir la derrota en el Lejano Oriente habfa producido desesperan- za tanto en las fuerzas armadas como en la poblacion civil, y habia inclinado las fuerzas en favor del movimiento revolucionario en millares de fabricas y poblaciones, Los 23 navios de guerra que ha- bian sido hundidos en la batalla de Tsu-Shima se habian levado consigo unos cinco mil marineros; como una gran proporcion de éllos eran opositores al régimen que habjan planeado amotinarse una y otra vez, quizds podemos decir que no murieron en vano, ya que un mes més tarde, Afanasy Matushenko habia logrado el éxito alla donde éllos habfan tantas veces fracasado; en un acorazado de la Marina Imperial ondeaba la Bandera Roja. En San Petesburgo, el Zar Nicolas II respondié al ultimatun del Potemkin a sus tropas y a la amenaza del bombardeo de la ciudad mediante un edicto‘que comenzaba: “Para garantizar el orden pur blico y poner fin a los desérdenes de Odessa y localidades proxi- mas hemos creido necesario declarar el estado de guerra.. 60 Manifestantes en Ins calles de Odessa el 28 de junio de 1905; ¢ identificacin de algu- nos de Los muertos por sus parientes tras la masacre de la targa noche. 62 Cosacos vivaqueando en la plaza de la catedral de Odessa. CAPITULO IV EL MARTIR SOBRE EL MUELLE “Camaradas, estamos aquf por millares, y ninguno de nosotros sufrird la esclavitud y la opresién del gobierno por mis tiempo. Marineros, trabajadores, descargadores, abandonad vuestros navios y asientos y marchemos unidos hacia la ciudad. Con fusiles, y bajo la proteccién de los cafiones del Potemkin, podremos alcanzar nuestra libertad?’ El marinero A.P. Brzhezovsky, uno de tos com- ponentes de la guardia del Potemkin que habfa cambiado su papel de solemne custodio de féretro por cl de agitador de masas bajo de la canasta donde se habia subido con un grito final apremiando a la multitud que se agrupaba de modo compacto a su alrededor. Mediada la tarde, el cuerpo situado sobre cl muelle todavia es- taba concentrando a huelguistas y espectadores. Toda la calurosa maifiana la gente se habfa amontonado, algunos con curiosidad y mu- chos como muestra de respeto al marinero que habia fallecido por causa de la libertad, dejando ofrendas para costear el funeral. Nun- ca en la historia de los martires hubo un homenaje tan rdpido. “Era imposible moverse”, conté Brzhezovsky a Matushenko mds tarde. “Todo el mundo queria ver el cadaver. Mucha gente se aproximaba, se quitaba los sombreros, se santiguaban e inclinaban ante fa salvaje victima de la tirania. Las mujeres Nloraban y besaban las manos del fallecido guerrero del pueblo. Se ofan sollozos y po- dian verse ldgrimas en los ojos de muchos hombres”. El respeto y la pena se tornaban en rabia y demandas de repre- salias conforme iba transcurriendo el caluroso dfa. Algunos de los mas furiosos oradores se procuraron barriles y colocaron sobre éllos una plataforma desde Ia que los oradores de las diversas orga- nizaciones revolucionarias de la ciudad, mencheviques, anarquis- tas, las diversas facciones mayoritarias y minoritarias de los social- demécratas, agrupaciones semitas y los populistas, lanzaron por turno apasionados discursos a la multitud. Se olvidaron momenté- neamente las diferencias entre los partidos, y en rdpidas resolucio- nes se tomaron decisiones y se hicieron llamamientos a la accién en medio de gritos y diatrivas contra los tiranos y opresores a los que acusaban de matar de hambre y de hacerlos trabajar hasta mo- rir, Entonces en un momento impredecible, grupos diversos ha- ciendo caso de las llamadas a Ja acci6n, saltaron ruidosamente de la 63 muchedumbre gritando slogans y agitando banderas apresurada- mente construidas subieron las Escalinatas Richelieu y marcharon contra corriente hacia el centro de la ciudad. Sus intenciones eran indefinidas como Io habian sido durante la demostracién multitu- dinaria del dia anterior, y si no hubiese sido por unas pocas pisto- las hubiesen estado completamente desarmados. Pero esta vez sa- bian que tenfan un acorazado respaldéndoles. Tenian la promesa del apoyo de los triunfantes marineros del Potemkin, e incluso po- dfan contemplar las negras fundas y los cafiones de las baterfas del navio a través de las aguas de la bahia. Tenian un aliado mas pode- roso que todas las fuerzas de la gendarmerfa, policfa, cosacos y soldados juntos. Marcharon por la ciudad en desordenados grupos con fe en el poderio del Potemkin y nueva confianza en la revolu- cion. El alcalde de Odessa hab{a reaccionado rdpidamente ante las noticias de la Ilegada del Potemkin a Ja bahia. Tomé el tren para Mosci y San Petesburgo el primer dia dejando un mensaje en el Ayuntamiento expresando que su deber personal era explicar al gobierno la crftica situacién de la ciudad. Desde una de las estacio- nes del ferrocarril por donde pas6, envié un telegrama a sus ciuda- danos “rogéndples mantuviesen la calma y cesasen de tomar parte en los desordenes”. Sus asuntos en la capital desafortunadamente le mantuvieron ocupado hasta que la crisis estallé; y tanto la res ponsabilidad civil como la militar recayeron durante estas horas di- ficiles en los hombros del General Kokhanoy. El mediodifa del 28 de junio, el general estaba desesperadamen- te preocupado por la situacién que se desarrollaba en los muelles. Se enfrentaba a un dilema nico para un G.O.C, (1) establecido en el corazén de una gran ciudad. Era el tinico responsable de la vida de mas de 400.000 ciudadanos, de los que tres cuartas partes esta- ban en huelga, eran activos revolucionarios o simpatizaban con uno u otro de los partidos politicos que pretendian derrocar la autoridad existente. La vida se habia paralizado durante mas de 24 horas en Odessa, y el comercio, transporte y todos los departamen- tos de la administracion estaban parados; aunque por el momenta (1) G.O.C.: General en Jefe. (N. d. T.). los edificios del gobierno y del ejército, policia, etc. estaban segu- Tos. El peligro inmediato era de hecho la guerra civil. Esto s6lo po- dia evitarse anticipandose y evitando los tumultos, los incendios y la muerte de clases gobernantes. Sabia también que cada enfrenta- miento entre policfa y cosacos y los manifestantes, toda herida de sable o disparo incrementarfan el peligro de que se Ilegase a la anarquia o a la masacre. Habfa bastado la muerte de un solo huel- guista en el Peresyp para iniciarse una huelga general. La delicada senda de las negociaciones que Kokhanov tenia que llevar a cabo habia sido ya afrontada millares de veces por los “gobernadores militares de las ciudades alteradas. Pero la repentina intervencion del Potemkin aumentaba la delicadeza de la situacion multiplicndola por cien. Los imponderables eran legién. ¢Cudéndo Hegarfa Krieger con el resto de la flota? Era fuerte el control de los amotinados sobre el Potemkin? ;Desembarcarian o entregarfan primero armas a tos huelguistas? Ante todo, gcontinuarfan con su amenaza de bombardear la ciudad? Las consecuencias de esta ul- tima posibilidad eran demasiado terribles de contemplar, no sélo por la destruccién que podian causar las granadas incendiarias, sino por el estimulo tremendo que unas pocas salvas provocarian en el entusiasmo y determinacién de los trabajadores. Pero al mismo tiem- po Kokhanov sabia que sila situacién se deterioraba mas, el riesgo de bombardeo era uno de los que podia encarar. Desde las ventanas de su H.Q. (1) podia ver las muchedumbres recorriendo la calle Preobrazhensky, el Bulevar Nicolaevsky y ba- iando las Escalinatas Richelieu para Megara los muelles cada vez en mayor ntimero. La legada del cadaver y la exposicion del féretro desde las tempranas horas del dia le hab{an planteado un arduo problema, y Kokhanov debe haberse preguntado muchas veces, mas tarde, durante la insurreccién si no pudo prever el desastre ac- tuando prontamente entonces y arrestando al grupo. Pero a las nueve de la mafiana las noticias de la llegada del acorazado, y la ame- naza de sus cafiones le atemorizaron y no le dieron tiempo a adop- tar decisiones. Mientras la muchedumbre que permanecia sobre el muelle tres- cientos pies por debajo de su vista se dedicaban Unicamente a ren- dir homenaje al marinero asesinado, Kokhanov contuvo a sus cosa- cos, aunque habia dado ya ordenes para que le fuesen enviados re- (1) HO: Cuartal General. (N. d. T,) 65 fuerzos desde Belets, Tiraspol, Vender, Ekaterinoslav ¢ incluso se habia telegrafiado a lugares mds distantes como Sebastopol solici- tando la intervenci6n de la flota. Entonces, poco después del mediodia Ilegé en forma de tele- grama el edicto del Zar. La declaracién del estado de Ley Marcial significaba poco, ya que Kokhanov poseia ya los mas amplios po- deres y los habia empleado; lo que era mds importante era que de- jaba entrever la ansiedad del gobierno, concediendo a Kokhanov li- bertad de accién para emplear cualquier medio a su elecci6én para suprimir los desdrdenes civiles y sugeria que no debia permitir, con el riesgo de destrozar su carrera, que la situacion se deteriorase mas. Debid ser este aguijon lanzado por el Zar el que decidi6 a Kokhanov a pasar a la accién cuando hacia mediodia oyé que los agitadores y oradores habian pasado a ser el centro de atraccién de los muelles en detrimento del cadaver de Vakulinchuk. Mas tarde, cuando el primero de los grupos surgi6 a través de la parte superior de las Escalinatas Richelieu, ordené a una sotniade cosacos dejar la Plaza de la Catedral donde estaban vivaqueando y reprimir cualquier desorden. El trdgico y horrible acontecimiento que siguié ha sido inmor- talizado en la famosa secuencia de las escaleras del film de Eisens- tein: “El Acorazado Potemkin’. Los cosacos entrenados para combatir la violencia civil y menos inhibidos de atacar a sus com- patriotas que la policfa o incluso el ejército, habian sido humilla- do en Peresyp el lunes y su estado de frustracién aumento cuando durante las manifestaciones del martes, fueron la policia o la gen- darmeria quienes principalmente destruian las barricadas construi- das por los manifestantes. Durante toda aquella mafiana, mientras los huelguistas y los simpatizantes marchaban por millares gritando por las calles, éllos habian estado esperando que se les Ilamase para entrar en accién. Cuando este momento lltegé, es cierto que estaban tensos y no tenian ganas de pactos. Se ordené que la mitad dela sotnia se dirigiese a la parte superior de la escalinata y el resto al muelle, por otro camino, para cortar la retirada a los manifestan- tes. La llegada de los cosacos coincidid con el inicio de la marcha hacia Ja ciudad de una gran multitud de manifestantes, cuya van- gurdia habia alcanzado ya la cima de las escalinatas cuando cin- cuenta cosacos a caballo surgieron de ambos lados del monumen- to a Richelieu situado en el centro de la parte superior de las esca- 66 linatas. La carga de los cosacos con los sables ya desenfundados mostraba un terrorifico cuadro de poder y crueldad. Era la escena de pesadilla que todo trabajador y campesino habfa aprendido a (emer desde la nifiez, y nunca esperaban sobrevivir al fustigamien- to, a los golpes de los sabies, a los sincronizados disparos de los fu- siles y a las torturas y trabajos que se verian sometidos los supervi- vientes hasta morir. Era el cardcter de la tirania zarista. Pero esta vez la multitud ni pestafieé al principio. Los hombres que dirigfan la marcha estaban inflamados del espir{tu de confian- za y de desaffo. La flota estaba apoydndoles. El mayor acorazado estaba ya de su parte y se les habia dicho que pronto les seguiria el resto de la flota. Centenares de marincros armados. Monto- nes de cafiones de 12 pulgadas, baterias de cafiones de 6 y 3 pulga- das, cafiones de tiro rapido y ametralladoras.gComo pod tan fraca- sar con un apoyo de tal magnitud?. Si hubiese batalla, el Potemkin abriria fuego y los marineros desembarcarian en el muelle como se les habia prometido. Tal era la fe en el poder e invencibilidad del Potemkin, que muchos de los huelguistas deb{an imaginarse que los obuses explosivos milagrosamente apuntados desde una distan- cia de cuatro milas, destruirian en el tiltimo segundo la carga de los cosacos y los despedazarian ante sus ojos. Para completar ésto lanzaron piedtas y palos a los caballos y varios disparos fueron rea- lizados cuando el grupo de cosacos se encontré a pocas yardas. Desacostumbrados al desaffo, los cosacos refrenaron momen- taneamente sus cabalgaduras, y a una nueva orden de su coman- dante cargaron de nuevo. Unos pocos estaban ligeramente heridos, todos sintieron el deseo de destruir esta repentina e inesperada vio- lencia. Con los sables alzados, cargaron con renovado vigor. Las escalinatas Richelieu eran de unas 25 yardas de anchura y constaban de 12 cuerpos cada uno de ellos con 20 escalones, 240 escalones en total, existiendo tras cada cuerpo una plataforma de 20 pies de largo. Bloques de granito elevados a ambos lados actuaban como frontera separando las escalinatas de los jardines que descen- dian en declive desde cl Bulevar Nikolaevsky. Fue singularmente curioso y simbélico que las mds famosas escalinatas de Ukrania que separaban la riqueza y placeres del rico bulevar de Ja desali- fiada y poca atractiva zona portuaria de la parte inferior, fuesen el escenario de el primer choque de la guerra civil de Odessa. Estas escalinatas existen atin hoy dia, y probablemente nunca serin destruidas ya que son lugar sagrado para el pueblo de Rusia, 67 de Ja misma manera que Runnymede o Yorktown lo son para Bri- tanicos y Americanos La masacre que siguid al corto enfrentamiento con los cosa- cos, se desarrollé a lo largo de todo el descenso de las escalinatas alcanzando su culminacién en la base de las mismas. Los primeros manifestantes fueron rechazados desde la parte superior de las es- calinatas que constitufa un auténtico cuello de botella; los que es- caparon de los sables y de las coces de los caballos forzaron a re- troceder a centenares mds, que seguian fluyendo desde las escalina- tas desconociendo la presencia de los cosacos. Se desarrollaron instantes de angustiosa y atropellada confusién cuando ambas co- trientes chocaron entre desesperados gritos de siplica e insulto. Y entonces sonaron los primeros disparos. Un grupo de cosacos hab{a desmontado en la parte superior de las escalinatas y se habfa situado en formacion con sus fusiles alzados. A la orden de un oficial, apuntaron sus fusiles y dispara- ron a quemarropa contra los atemorizados manifestantes, multitud de hombres y mujeres que intentaban escapar, recargaron sus fusi- les, descendieron tres escalones, se apoyaron sobre una rodilla, to- dos el unisono, y dispararon de nuevo. Los muertos y heridos cayeron por los escalones; algunos de éllos rodando a gran velocidad y derribando a los vivos, otros ya- ciendo cruzados e inertes a través de los peldafos. La fuerza e im- pulso aumentaba con el avance de la linea de cosacos que iba al- fombrando las escalinatas con cadéveres, arrodillandose, disparan- do, descendiento tres escalones mi sobre miembros y torsos, disparando de nuevo; deteniéndose un instante para colocar las bayonetas y posteriormente descendiendo escalon tras escalon sobre sus altas botas negras, clavando sus bayonetas en los grupos de personas que encontraban a su paso. El segundo grupo de cosacos galopé a lo largo del muelle y alcanzé a la retaguardia de Ja multitud en Ja base de las escalina- tas. Acababa de sonar la alarma y la inquictud cuando el sonar de los cascos sobre los guijarros hizo volverse a la multitud. Se dieron cuenta al instante que no era una simple dispersién de la manifes- tacién sino que era una matanza. Los sables alzados descendieron cuando los cosacos alcanzaron a los primeros manifestantes que huian. Hombres, mujeres y uno o dos nifios cayeron sobre el pavi- mento algunos de éllos gritando. Las descargas de disparos que 68 proventan de la parte superior confirmaron que se trataba de una verdadera masacre. Empujados por amboslados de la retaguardia , lu multitud giré hacia el norte a lo largo del muelle hacia la multitud «que codeaba el féretro, mientras otros fueron obligados a introdu- citse en el agua o a lanzarse a élla desde veinte pies de altura para (tatar de escapar nadando. Ambos grupos de cosacos, unos a pie sun en formacién y el otro montado, se juntaron en la base de la sscalinata ensangrentada y cubierta de cuerpos, uniendo sus luerzas y avanzando en formacion continuando con su masacre a lo largo del muelle hacia la ain compacta multitud que rodeaba la tienda, acuchillando, disparando y clavando sus bayonetas con la clicacia ritmica de una cosechadora mecdnica de trigo. Los palos, lvozos de ladrillos y slogans fueron pisoteados, los barriles y plataformas de los oradores derribadas. Solo el desguarnecido féretro permanecié intacto y a su lado el ytan cuenco de madera que habia recogido las ofrendas de la gen- ie, un montén de monedas para pagar el funeral del martir. En el interior de la tienda de Jona yacia el cadaver vestido con su traje de lino blanco sin una arruga, en majestuoso contraste con los cai- dos cuerpos vestidos de diversos colores que lo rodeaban por todas partes, y que sefialaban una ancha senda de cadaveres ascendiendo por las escalinatas Richelieu hasta el Bulevar Nikolaevsky. kok Miembros dirigentes del partido Socialdemécrata, que era con mucho el mds amplio de todos los grupos politicos de Odessa,. acord6 en las tempranas horas del dfa que debfan establecer lazos estrechos con la tripulacién del acorazado. Entre éllos'se encontra ba Constantine Feldmann. No obstante haberse sentido impresio- nado ante la Ilegada del Potemkin, Feldmann era un hombre de mente realista, y s6lo se detuvo por un instante ante el caddver de Vakulinchuk antes de encontrar un bote y persuadir a algunos tra- bajadores para que remasen con él. El puerto estaba repleto de pequefias embarcaciones de pesca y botes de remos que intentaban aproximarse al Potemkin, algunos de ellos transportando activos revolucionarios como Feldmann y ociosos mirones otros. Pronto se hizo evidente que la tripulacién del Potemkin, que estaba ansiosa de impedir la invasién cadtica de 69 una masa de gente, tenfa dificultades en mantenerla a distancia. De todos los costados surgian gritos mezcla de alegria y felicitaciones seguidos por protestas al ser rechazados. Un ctiter cambid su ruta hacia el bote de Feldmann y una voz grité desde él, “;Ddnde vais?”. “Al navfo revolucionario libre”, contesté el pequefio y oscuro marinero situado a popa. “7 Quiénes sois, socialdemdcratas?”. Feldmann lo confirmo y fue requerido a probarlo. ‘“‘No puedo probarlo”, respondio, “Ellos nos encierran en carceles 0 nos en- vfan a Siberia sin pruebas”. “Muy bien, venid con nosotros”. Feldmann pronto descubrié que habia sido interceptado por el mismo lider del motin, “nuestro jefe y comandante”’, como fue descrito por uno de los marineros, y tras un corto viaje hasta el acorazado traté de descubrir a través de Matushenko cuales eran los planes inmediatos de los amotinados y su estrategia. La excitacién que habia experimentado Feldmann cuando des- cubrié que el mds poderoso acorazado de la flota se habia amoti- nado y unido a la causa revolucionaria, se transformé en amargo desengafio y desdnimo tan pronto como puso el pie en las cubier- tas del Potemkin. No tardé mucho en descubrir que la gran masa de la tripulacién del Potemkin aunque complacidos con el nuevo régimen democratico que habian ayudado a crear, aunque sdlo fuese mediante la abstenci6n ante los opositores, no apreciaba la importancia de la ocasién. Mas que como el triunfante primer round de una revolucion que pronto se extenderia a toda Ukra- nia y posteriormente a todos los rincones de Rusia, aque- Hos politicamente incultos marineros parecfan contemplar su mo- tin como parte de una diversion y de una buena excusa para ir a la costa y desembarcar tan pronto como pudiesen abandonar el na- vio, 0 lo contemplaban como la explosion particular de antiguos agravios, un asunto purante local sin heroicidades. El hecho desilu-- sionante con el que Feldmann se enfrentaba era que el Potemkin no era un foco de insurreccién dispuesto a derribar el régimen ti- rdnico En la actitud de muchos de los miembros del Comité podifa apreciatse yael predominio de un tono de preocupaci6n, haciendo que su Ifderes siguiesen una politica de moderacién, quizds como reaccion a la violencia incontrolada de la tarde anterior. Por el momento estaba descartada cualquier accién de desembarco y de 70 \nidn con Jos huelguistas de la ciudad. No estaban dispuestos a dis- regar sus fuerzas y a dejar al navio Unicamente con Ja mitad de su dotacién hasta que Hegasen refuerzos. No realizarian una invasion ar- inada ni apoyarfan a los trabajadores hasta que el gran motin al- cazase el éxito. Por el momento, la tripulacién del Potemkin esta- ba en la hermética seguridad que le proporcionaba su casco de ca- (orce pulgadas de acero; incluso Matushenko parecfa haberse sua- vizado © haber repentinamente perdido su decisién de lanzarse a tna cruzada contra la tirania hasta que la flota Hegase de Sebasto- pol. “Su firme y definitiva determinaciOn era... no abandonar el havfo bajo cualquier circunstancia, y no tomar una accién decisiva hasta la Hegada de toda la escuadra”, escribio Feldmann més tat- de. “Unicamente solicitaban de los socialdemécratas su apoyo mo- ral? Si Kokhanov y las autoridades civiles de tierra descubrian la aetitud real del Potemkin, como Feldmann comprobd, todas las perspectivas de éxito en la planeada revolucién serian destruidas, la huelga general fre xfa y la mayor oportunidad de que habian dispuesto para derribar la tiranfa zarista se habria perdido. Al ins- tante, él y dos agitadores n que habia Ilegado también al cama- rote det almirante atacaron al Comité mediante un rdpido curso de adoctrinamiento. Los tres civiles eran oradores experimentados y los efectos de sus ardientes discursos llamando a la cooperacién, pensaban éllos que habian empezado a lograr resultados, cuando el barco carbo- nero se situé al lado del acorazado y la larga operacion del abaste- cimiento de carburante se inicid. Debian saber que en Ja martina to- do se detiene cuando se abastece de carburante, pero a duras penas podfan haber supucsto tan violenta interrupcién ni tan repentina partida de la mayor parte de su audiencia. El estruendo de los montacargas, el siseo de las calderas, los gritos de los hombres y e] ruido del carbén al caer en Jas carboneras hizo imposible la conti- nuacién de los discursos acallando todo otro ruido y como Feld- mann recordé con evidente exasperaci6n, “nos vimos condenados una breve interrupcion”. Los tres socialdemécratas permanecieron bajo las cubiertas esperando impacientemente la conclusién de esta vital operacién de la rutina naval. Pero ni aunque hubiesen permanecido arriba en cl camarote del almirante, hubiesen podido ver nada de los acon- lecimientos que se desarrollaban en tierra; y dada la cacofonia pro- 71 ducida por el carb6n que tapaba cualquier otro sonido, ademas de la negra nube de polvo que se alzaba sobre el acorazado, aislaban a éste de la ciudad, del puerto y de las escalinatas de Richelieu donde se estaba desarrollando la masacre. oe Se habia celebrado un pequefio acto sobre el Potemkin al lle- gar el barco carbonero, remolcado por el torpedero N267, con su preciosa carga de carbon. La tripulacion del Esperance y algunos descargadores que se les habian unido comenzaron a cantar la Varshavianka cuando anclaron a !o largo del acorazado siendo con- testados por los vitores de los marineros de] Potemkin. Para Matus- henko y otros veteranos revolucionarios la escena era una simple muestra de la solidaridad de los trabajadores, una ocasi6n que ha- bfan estado anhelando desde hacfa mucho tiempo. Las primeras noti de que centenares de trabajadores y sus mujeres habian sido asesinados y que los marineros habfan sido apartados del féretro de Vakulinchuk, dejindolo desguarnecido, llegaron mds tarde, ya al atardecer, cuando una embarcacién diri- gida por un representante oficial de los socialdemocratas arribé al acorazado solicitando contraatacar y el bombardeo de la ciudad. El Comité Popular del Potemkin convino en considerar al instan- te la situacion, y se permitié a Feldmanny a los otros dos represen- tantes no oficiales que permaneciesen presentes y tomasen parte en las discusiones. Hubo una urgente solicitud para el envio a tierra de un grupo armado que se enfrentase con los cosacos y conquistase los edifi- cios administrativos de la ciudad antes de que la situacién se des- bordase y se desorrollasen otras. masacres, De nuevo el Comité fue inexorable en su negativa. Un grupo armado para poder enfrentar- se a un regimiento de casacos tendria que ser tan amplio que deja- ria al navfo expuesto a un contrataque. Arguyeron que la tripula- cion tenia que permanecer unida; era esencial que no dividiesen sus fuerzas antes del arribo de la flot: {Pero qué pasa con vuestros cafiones? respondieron los civiles. Los trabajadores confian en vuestros cafiones. Es su unica esperan- za contra las fuer: de la represién. En tierra estamos siendo ma- sacrados, sefalé lastimeramente un representante, mientras que vo- 72 solros poseefs aqui grandes cafiones que podrian destruir el régi- nen terrorista en minutos. ;Bombardear?. Ahora que era algo di- {erente los miembros del Comité hicieron concesiones. Podfan abrir fuego, no habia ningtin problema en hacerlo. ;Pero contra que disparaban?. No tenijan idea de la situacion del H.Q. (1); el ciército, la policia y las unidades de Cosakos estaban desparrama- das por toda Ja ciudad. No posefan siquiera un mapa de la ciudad donde pudiesen localizar el Cuartel General del Gobernador Mili- tar, el Ayuntamiento u otros blancos posibles. No, un bombardeo iba fuera de lugar hasta que Legase Ja flota. En cualquier caso, ie decidiéd organizar en las primeras horas un solemne funeral por Vakulinchuk; una enorme manifestacién que sirviese como prueba de la unién de marineros y trabajadores. El Comité confiaba que con ésto, con el siempre presente temor a un bombardeo y con el tmotin que podia surgir en las tropas debido a los llamamientos que realizaba el Potemkin, se IHegase a la capitulacién de las auto- riades. No, no se realizaria por el momento ni bombardeo ni de- sembarco. No se Hamaria a la acciGn violenta,se confirmé de nuevo ula delegacion antes de ser expulsada. Se adoptarian, no obstante, pusos encaminados a evitar nuevos brotes de violencia. El pueblo debfa ser protegido, la solidaridad de los trabajadores mantenida. Poco después de la partida de la desilusionada delegacion y tientras continuaba Ja carga de carburante en el acorazado, se en- vid un eter a tierra con marineros. Estos levaban consigo un ma- nifiesto preparado por el Comité y dirigido al Consul Francés, re- presentante de un pais que habfa conocido la opresién y triunfa- do sobre élla mediante la revolucion. “Honorable poblacién de la ciudad de Odessa”, podifa leerse “Miembros de la tripulacién del acorazado Potemkin trajeron a licrra hoy el cuerpo de un marinero, custodiado por la guardia, viva la ceremonia de enterrarlo. Algtin tiempo después, arribé al navio una embarcacién conducida por trabajadores, y con la infor- imacion de que la guardia que custodiaba al cadaver habia sido ex- pulsada por los cosacos, “La tripulacién del Potemkin ruega a la poblacién de Odessa: 1) No poner obstdculos al entierro del marinero. 2)Ayudar para asegurar que el entierro se lleva a cabo con toda ceremonia. 3) Persuadir a la policia y alos cosacos de que no intervengan. 4) Ayudar a la tripulacion del Potemkin en la obtencién de provisiones de carbon. (1) HQ: Cuartel General. (N. d. T)) B “En el supuesto de incumplimiento de estos requerimientos, la tripulacion del Potemkin se verd obligada a bombardear la ciudad. con todos sus cafiones. Avisamos, ademds, a la poblacién que en el caso de que se bombardee, todos los que deseen tomar parte activa en la revolucién deben abandonar la ciudad inmediatamente. Que- remos avisar que esperamos refuerzos procedentes de Sebastopol en breve, cuando la situacién se haga atin mas critica”. Fue quizds a causa de la solidaridad que este manifiesto no se hizo publico ya que su leve protesta sobre el hecho de que la guar- dia que custodiaba el caddver hubiese sido expulsada podia ofen- der a los parientes de los centenares de personas que habia muerto mientras rendfan tributo al martir. Pedir al pueblo de Odessa que “persuadiese” a los cosacos para que no intervinieran durante el funeral de Vakulinchuk era una dura cesién en una huelga gene- ral, especialmente sin contar con el apoyo de los cafiones del Po- temkin. Al anochecer de aquel primer dia, hombres como Feldmann y otros socialdemécratas pudieron permanecer en el acorazado, don- de comenzaban a preguntarse de qué lado estaba Matushenko y los otros amotinados. Una fuerta campafla de propaganda era urgente- mente necesaria, y Feldmann plane6 una serie de discursos que de- bian ser oidos por los marineros durante aquella noche y el si- guiente dia. Para apoyarle contaba con un micmbro de la Liga, y un compafiero socialdemécrata, Kirill, alto y fuerte campesino de espesa barba rubia y “una poderosa voz”; un honesto y sencillo hombre que vefa la revolucién en sencillos términos de blanco y negro, de la falta de justicia del terrorismo y de la justicia de la igualdad de los hombres. El joven intelectual Feldmann no pod{a tener un aliado mas deseable, aunque Kirill estaba ya exhausto an- tes de que llegase al navio procedentes de la manifestacion que se celebraba en tierra, y tras lanzar un fiero discurso se estird en una de Las sillas del camarote del almirante y se qued6 dormido. aeiok La no intervencién durante la masacre de las escalinatas de Richelieu habia reducido la confianza de la poblacién en el poder del acorazado y de sus marineros amotinados, y durante todo el atardecer y anochecer se experaba ansiosamente el bombardeo. Los cafiones de 12 pulgadas del Potemkin eran un talisman; contra 74 el se estrellarfan las fuerzas de la represion, y las odiadas y asesinas lropas cosacas serian despedazadas por sus obuses. El Potemkin seguia siendo objeto de curiosidad, y tan pronto como se terminé la carga de carbon, Hegaron tantas embarcaciones a su alrededor que no pudieron ser mantenidas a distancia. Algunas llevaban grupos familiares o de curiosos que se paseaban por todo vl navio desde las salas de maquinas de la parte inferior, por los pa- sillos y cubiertas e incluso por las torretas de cafones, tocando la maquinatia, realizando innumerables preguntas y entrando en el navfo de cualquier modo. Las cubiertas estaban siendo lavadas tras la carga del carbon, y ellos pisotearon el polvo y tropezaban con las mangueras. De tiempo en tiempo, los exasperados marineros se vengaban lanzindoles chorros de agua que no eran enteramente bromas. Otros Hegaron con intenciones mas serias, y los discursos reali- zados por numerosos oradores amateurs por todo el navio forma- ron grupos de marineros afiadiendo al desorden y trajeron a las cubiertas el toque de atmésfera irreal de un dia de fiesta. Tras cierto tiempo, los marineros cansados de esta ruidosa y desperdigada multitud de desalifiados marineros de agua dulce que interferfan la tradicional rutina del nayfo, de hombres y ni- fios qué hacfan girar las ruedas de los sisternas de disparo, de mu- jcres que comentaban en yoz alta el almacenamiento del carb6n, de la ardiente y joven muchacha socialdemécrata que habia atrai- do la audiencia mas amplia y habia informado a los marineros que lenfan el deber de desembarcar y derrotar a las fuerzas de la tira- nia; hab{fa después de todo un limite para la hospitalidad atin en tal dia como aquel. E] navio era su casa, y amotinados o no las cubiertas eran sagradas, y la rutina y la limpieza eran componen- tes de la vida diaria. En resumen, que se enfadaron bastante con las travesuras de estas sencillas personas. Una vez expresado el sentido de indignacién, éste se extendid ripidamente por todo el navio y en poco tiempo el grito de “Arro- jemos a los marinos de agua dulce” fue un clamor general. Grupos de marineros expulsaron de las cubiertas inferiores a indignadas fa- milias, y los bien intencionados oradores se vieron obligados a in- terrumpir sus peroratas y a unirse a la multitud que era empujada por las esealeras hacia los botes. Este desembarque fue menos vio- lento que el protagonizado por los oficiales el dia anterior, pero igualmente ruidoso y casi tan rapido. Al finalizar la tarde, las cu- 75 biertas estaban limpias de extrafios indeseables, se habia izado las escaleras, los turnos de guardia estaban preparados para realizar el relevo y la paz reinaba en el navio. En los comedores, los satisfe- chos marineros se aprestaban a su rutina doméstica, a cenar gachas y mantequilla con te negro; todos murmuraban sobre Ja ignorancia y la falta de respeto de Jos civiles. Tales incidentes servian para ci- mentar la lealtad de los marineros a su profesi6n, y no a otras. A través de las aguas Ileg6 el repentino fragor de una ametra- lladora disparando. Evidentemente en tierra se producian mas de- sordenes. ae Pero el largo dfa de los marineros del Potemkin todavia no ha- bfa finalizado. Durante toda la noche embarcaciones dirigidas por persistentes y nerviosos agitadores y ansiosos mirones se aproxi- maron al acorazado para ser rechazados por los vigfas y obligados a dirigirse a los muelles. Un pequefio bote de remos no se detuvo sin embargo, y a pesar de las amenazas de los marineros continud dando vueltas al casco del navio. *; Qué quereis?, Alejaos, no se permite a nadie subir a bordo”’, gritaban los hombres desde cubierta. “Pero nosotros venimos respondiendo a vuestra llamada”, fue la triste respuesta. “Somos los delegados de nuestro regimiento”’. Feldmann que habia sido atraido por este intercambio de fra- ses se asomo por la barandilla y vid que los ocupantes del bote eran soldados vestidos de uniforme. “Arrojadles una escalera’’, or- dend, “Ellos pucden subir a bordo”’. Los temerosos soldados, que habian ya arrostrado grandes ries- gos saliendo de sus guarniciones y que serian fusilados si confrater- nizaban con los amotinados subieron por la escalera y pronto estu- vieron en cubierta jadeando por sus esfuerzos. “Hermanos”, dijo al final uno de éllos, “los soldados de nuestros dos regimientos, el Is- mailovsky y el Dunaisky, nos han enviado para deciros que esta- mos con vosotros. Estareis a salvo si desembarcais, ninguno de no: sotros os disparard. Y en cuanto desembarqueis nos pondremos a vuestro lado”. “Buena cosa”, replic6 un marinero, “los amigos deben comba- tir unos junto a los otros. Ya era hora de que ésto ocurriese. Pero 76 no podemos desembarcar atin de todas maner: Uo al resto de la flota’”’. Los soldados abandonaron el navfo a los pocos minutos una vez cumplida su misién, y podian proclamar al menos que no ha- bian sido obligados a abandonr el navio por la fuerza. Comenzaba a amanecer y los disparos de fusil y las réfagas de ametralladora cada vez se hacfan més frecuentes. istamos esperan- ae punto culminante de este primer dia ocurrid poco después de la partida de la delegacién militar, cuando un repentino grito de alarma procedente del puesto de vigia pronuncid las siguientes pa- labras “la Escuadra”. En pocos minutos toda la tripulacién del acorazado estaba en cubierta; amontonados hombro con hombro contra las barandillas y escrutando ansiosamente 2 través de [a an- cha bahfa de Odessa. {Era el inicio del fin, o el fin del inicio?. Lle Vlota del Mar Negro? Y si asi era, segufa leal al Zar, 0 el planeado motin habfa tenido lugar y los oficiales hab{an sido expulsados 0 muertos?. No habfa medio de saberlo hasta que los navios estuvie- sen mas proximos, hasta que las banderas de los mdstiles pudiesen ser identificadas, o quizds hasta que sonasen los primeros disparos. Todo lo que podfa ser visto al principio era una tnica columna de humo clevandose por el este en el horizonte; después se pudo percibir un pequefio casco. Claramente podia verse que no se trata- ba de un acorazado. “Es el Vickha”, grit6 un marinero de aguda vista. Pronto pudieron percibir el pequefio navio auxiliar de 150 toneladas, un buque movido por ruedas empleado para transporte, reparto e inspeccién. No habia nada que temer de él, ni siquiera Mlevaba un cafién de tres libras, Habfa abandonado Sebastopol dos dias antes para encontrarse con el Nicolaiev. Sobre el Potemkin se habia izado la bandera con la cruz de San Andrés en lugar de la bandera Roja mientras el Viekha se aproxi- maba, y el pequefio navio auxiliar salud6 al navio principal y soli- cité instrucciones. Matushenko ordené al encargado de banderas que contestase y enviase instrucciones al Viekha de que anclase al lado del acorazado y subiese el capitan para entregar sus informes. aba realmente la kk 77 La esposa del Capitén Golikov permanecfa en cubierta del Vicekha con su nifio en brazos, esperando ver en el puente de man- do del Potemkin a su marido, y estaba preparada para responder con alegria. Pero no vefa ninguna sefial de su presencia por lo que presumié que o bien estaba en su camarote o hab{a desembarcado por algtin motivo. Vio al comandante del Viekha con su uniforme completo descender a una embarcacién para atravesar la pequena distancia que separaba ambos navios, y saltar a la escalera para presentar sus respetos a su oficial superior. No habia signos de que el Capitan del Potemkin o cualquier otro oficial estuviese prepara- do para recibirlo sobre e] puente de mando, y ésto era desusual. Era extrafio también que hubiese sobre cubierta tantos marineros a la vez a esta hora de la nache, muchos de éllos portando fusiles y formando grupos en lugar de filas en la parte superior de las escale- ras. La Sra. Golikov cambié su sorpresa por franca ansiedad cuan- do vio que los marineros rodeaban al capitén apenas ponfa el pie sobre cubierta, le apuntaban con sus rifles y gritaban aparentemen- te tratanto de atemorizarlo. En el centro de esta refriega se encon- traba un oscuro marinero, mds bajo que los otros que hacia frente al oficial con un revélver. sete “Bsta Vd. arrestado”, dijo Matushenko asperamente al capitan del Viekha. “Este navfo pertenece ahora al pueblo. Quitese la ¢s- pada y las charreteras”’. E] oficial (ransabillo asombrado, siendo sujetado por todas par- tes, “No hay razon para que me hagafs dafio, siempre he tratado a mis hombres cortesmente”’, dijo. “Muy bien, hablaremos de ¢tlo mds tarde. Pero quitese rapida- mente la espada y las charreteras; el centinela cuidard de Ud”. “Debe dejarme volver a mi barco”, continué hablando el ofi- cial. “No trataré de escapar, pero mis responsabilidades estan alli...” “Qué clase de responsabilidades?”’, preguntd una voz. “Tengo una mujer con un nifio a bordo”’. “7Su mujer’, pregunté otro marinero mofandose. “No, la esposa de otro’. Esto produjo un coro de care: das. 78 “Debo ir y protegerla”, persistio el oficial; y las risas cam- biaron a gritos de rabia mientras Matushenko alzaba amenazad: ramente su revélver y preguntaba, ‘*;Piensa Ud. que somos crim nales o alguna cosa por el estilo?. No la tocaremos. Ahora sigame antes de que sea herido”. El resto de los oficiales del Viekha fueron los siguientes en su- bir a bordo e igualmente privados de sus armas y charreteras y en- viados custodiados al camarote del almirante donde se reunieron con su capitén y con algunos centenares de espectadores de la tri- pulacion del Potemkin. Alf oyeron un vigoroso discurso de Veldmann que actuaba perfectamente como jefe propagandista de la causa revolucionaria. “Por fin ha llegado el dfa”, concluyé agitando ostentosamente su revdlver hacia delante y atrds, ‘“‘en que los que tanto han sufrido y han sido pisoteados en este pats se al- zan para juzgar a sus opresores por sus crfmenes”. Feldmann proclamé més tarde que este discurso hizo una po- derosa impresién sobre los oficiales cautivos y que se pusieron amarillos de miedo, pero su perfodo de inquietud fue breve ya que los marineros del Viekha habfan enviado ya una urgente comunica- cion al Comité Popular del Potemkin rogando respetasen tas vidas de sus oficiales que siempre los hab{an tratado de forma correcta. Evidentemente el Viekha era un navio feliz. Por lo tanto no hubo mas sangre derramada sobre el acorazado aquel dia, y el capitdn y los oficiales del Vickha junto con la Sra. Golikoy y su nifio fueron enviados a tierra, siendo obsequiado cada oficial, en un gesto de magnanimidad, con 100 rublos. Aquella no- che la desconsolada Sra. fue Ilevada a ver el cuerpo de su marido que habia sido enviado a tierra junto con el resto de los cadaveres de los otras oficiales tras ser recogidos del agua por el N267. et Para los hombres del Potemkin habja sido un completo y me- morable dia que podia ser contemplado con satisfaccién. Habian tenido éxito después de todo al revituallizarsu navio y ampliar sustancialmente su abastecimiento de combustible; habian lleva- do a tierra al héroe de Vakulinchuk y lo habian presentado al pue- blo de Odessa como un mirtir; habian hecho sentir su influencia cn las autoridades, y ain no habian sufrido pérdidas ni usado nin- yuna de sus preciosas municiones; habia conseguido otro navio (y 79 2.000 rublos menos las gratificaciones entregadas a los oficiales) y ahora podian denominarse una escuadra rebelde. Las cubiertas del Potemkin estaban listas para la accién y estaban preparados para encontrar al dfa siguiente tanto amigos como enemigos, Cuando la noche se extendid sobre la bahia, el sonido de dis- paros esporddicos crecié en intensidad, y desde el drea de alma- cenes del puerto surgian llamas. Todavia habia en tierra desérde- nes. Pero de hecho, eran incapaces de intervenir. Como el Comité Popular habia informado a la delegacién de trabajadores aquella tarde, serfa de lo mas imprudente dividir sus fuerzas en aquella etapa: “Unidos resistiremos, divididos seremos derrotados”. Si los manifestantes pudiesen resistir solos al menos hasta que el resto de la flota amotinada se les uniese. Mientras tanto, surgia el conflicto, en grado mas restringido, sobre el acorazado. Desde la expulsién de los civiles habia creci- do un nucleo de opinién que queria liberar al navio del liderazgo del agente socialdemécrata y de sus companeros. Ellos eran una influencia desestabilizadora. Desde que habia subido a bordo casi doce horas antes, Feldmann en particular habia estado vagando por el navfo reuniendo grupos de marineros a su alrededor como lo hacfan los oradores callejeros en las plazas del mercado, inicial- mente intentando animarles para realizar un desembarco armado y cuando habia perdido su audiencia proclamando en términos emo- cionales sus responsabilidades respecto a la revolucion. El hombre no era sino un fandtico. Feldmann era completamente consciente de este antagonismo y se propuso acallarlo. Su gran oportunidad Ilegé aquella noche an- te una audiencia de 700 personas, cuando el Comité Popular orga- nizé una asamblea para toda la tripulacién del navio. Se celebrd en la calurosa y fétida atmésfera de la cubierta de cafiones, en la inconfortable proximidad del fogdn principal y de la sala de mé- quinas, formando los marineros un gran semicirculo cuyas prime- ras filas se hallaban sentadas y las filas traseras de pie, y con el Te- niente Alexeev, Matushenko, Dymtchenko, Feldmann y el repre- sentante de la Liga situados en el centro, Un formal sumario del capitan marioneta del navio sobre los progresos realizados hasta la fecha y un informe sobre los motores fue seguido por un breve discurso de Dymtchenko introductorio de los representantes del partido socialdemécrata; “chombres de confianza que os quieren decir unas palabras”. Al instante surgid un grito, “ ;Expulsémosles a tierra!” “* ;Librémonos de los marinos 80. de agua dulce !*;No tienen ya bastantes problemas entre las ma- nos?” Esta interferencia exterior era intolerable. Casi la totalidad de la tripulacién se unié al coro de protestas, haciendo ,imposible que Feldman pudiese iniciar su discurso. Dymtchenko le miré con Jas manos alzadas expresando en su cara absoluta desesperacidén. Pero tras un rato los gritos de protesta bajaron la suficiente para que Feldman hiciese oir su voz. El joven estudiante debid haber sido un brillante orador pues al poco rato reinaba el silen- cio en la cubierta de cafiones, y mantuvo reunidos a los marine- ros durante dos horas mientras describia la llegada de la revolu- cion lo funesto del régimen zarista y los sufrimientos de Ja clase trabajadora. Les hizo un relato grafico acerca de la marcha sobre el Palacio de Invierno y la masacre subsiguiente.” Los trabajadores de Odessa os han dado pruebas ya de su lealtad con vosotros’, les dijo Feldman,” y vosotros sois los primeros que os habeis atrevido a construir un puente entre las fuerzas de opresién del Zar y los trabajadores y campesinos que luchan por su libertad. Marchemos unidos sobre este puente y undmonos con las masas’ en la cercana revolucién”. Los marineros estaban fascinados, nunca habfan oido nada tan conmovedor. Esto daba base y justificacion a su motin, No era ya el bortsch cocinado con carne .podrida y el rencor que sentian ha- cia sus oficiales lo que les habia hecho destruir la tiranfa mediante la violencia. Ellos eran la vanguardia de un gran alzamiento nacio- nal que borrarfa la injusticia y la crueldad de la faz de toda Rusia. Esto era una noticia tremenda. Eran héroes. Un gran estallido de yitores acompaiio el final del discurso de Feldman, y hubo gritos por parte de la audiencia pidiendo que continuase el discurso. Solo los oradores parecian conscientes del insoportable calor y amontonamiento de la cubierta de cafiones. Pero si; habria mas discursos y de buena gana, si los marineros se trasladaban a la cu- bierta domitorio donde ellos pudiesen respirar. Los hombres si- guieron a sus Ifderes con entusiasmo pareciendo insaciables sus an- sias de oir a los oradores: Afortunadamente Kirill habia despertado y proporcionaria su apoyo al grupo; salto sobre un cabestran- te para continuar alli donde Feldman habia terminado. Hacia frio sobre cubierta en contraste con el calor sofocante que existia antes, cuando la figura de Kirill salt6 sobre el cabestrante y comenzé soli- citando de los hombres coraje. “Su voz se elevé musicalmente en 81

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