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LA HIStoRioGRAFiA ARGENTINA EN EL siéLto XX ESTUDIO PRELIMINAR Y COMPILACION Frernanpo J. DEVOTO Pablo Buchbinder Fernando J. Devoto Miguel Alberto Galante Noemi M. Girba-Blacha Eduardo Hourcade Eduardo J. Miguez Nora Pagano Maria Estela Spinelli Julio Stortini Eduardo Zimmermann Carlos Zubillaga Eprrores bE América LATINA La HISTORIOGRAFIA ARGENTINA EN EL SIGLO XX ESTUDIO PRELIMINAR Y COMPILACION DE FERNANDO J. DEVOTO PABLO BUCHBINDER FERNANDO J, DEvoTO MiGuet A. GALANTE Noemi M. GiRBAL-BLACHA. EpuarDo HouRCADE Epuarpo J. MIGUEZ Nora PAGANO Maria EsTELA SPINELLI JuLIo STORTINI EDUARDO ZIMMERMANN CARLOS ZUBILLAGA EDITORES DE AMERICA LATINA La Historiografia Argentina en el siglo XX Devoto, Femando... [et. al.} Ira, Ed. Buenos Aires: Editores de América Latina, 2006 : 378 p.; 18x lem. ISBN 987-9282-19-1 1. Historia Argentina CDD 982 ISBN - 10: 987-9282-19-1 ISBN - 13: 978-987-9282-19-9 Todos los derechos reservados. Prohibida Ja reproduccién total o parcial por cualquier medio (ya Sea grafico, electronica, Gptico, quimico, mecinico, fotoco in etc.) y el almacenamiento o transmisién : yon les magnéticos, sonoros, permiso de la Editorial de contenidos en sopor- visuales o de cualquier otra tipo, sin © Editores de América Latina Libro de edicién argentina INTRODUCCION FERNANDO DEVOTO* FE] libro que el lector tiene entre manos retine en un solo yulumen los articulos publicados en 1993 y 1994, en dos pequciios tomos, por el Centro Editor de América Latina. Agotados hace tiempo surgié de un grupo editorial que aspi- i a continuar al precedente, la idea de reeditarlos. Han pasado diez afios y bastante mas se ha publicado sobre el tema desde entonces. En aquel momento la historia de la historiografia argentina era un campo todavia por des- brozar y mas allé de esfuerzos puntuales permanecia ejem- plar y solitaria la obra de Rémulo Carbia. Pese a los avan- ces que se han registrado desde entonces, no siempre signi- ficativos, tal vez no sea innecesaria esta nueva edicién que reproduce, salvo alguna errata advertida y la introduccién que reorganiza el estudio preliminar originario, los articulos tul cual ellos se publicaron en su momento. No todos, ya que uno de los trabajos de la primera edicion no aparece inclui- do en ésta y ha sido reemplazado por otro de tematica afin, El conjunto de trabajos aqui reunidos es el resultado de un largo proceso de colaboracién entre el grupo de investi- gadores reunidos en el Programa de Investigaciones en Historiograffa Argentina (PIHA), con sede en el Instituto Ravignani de la Facultad de Filosofia y Letras de la "Instituto de Investigaciones Histérieas “DrRavignani”, Facultad de Filosofia y Letras, Universidad de Buenos Aires. Universidad de Buenos Aires, y estudiosos de otras proceden- Cias institucionaies, No constituyen una historia de la historio- grafia argentina que aspire a ser integral, sino que proponen €n su diversidad algo asf como una demarcacién de] territorio a través de una serie de estudios particulares que (se anhela) puedan iluminar el cuadro general. Por ello, en su heteroge- neidad, intentan cubrir una varicdad amplia de personajes, tra- diciones, perfodos ¥ argumentos, Su eje vertebrador es la his- toriografia académica o profesional en el siglo XX y apenas el trabajo sobre el Tevisionismo nos recuerda que habia otras voces més alld. El lector que pueda estar interesado en ellas, podria leer complementariamente otro Yolumen de publica- ci6n reciente," La eleccién de la temiatica y un cierto énfasis en las dimen- siones institucionales buscaron en su momento, prestar aten- cidn a aquellas dimensiones Por entonces midis descuidadas en los estudios argentinos, Ese enfoque no fue ni puede ser un fin en sf mismo. Por mucho que el campo profesional se organi- y¥ clientelas, ellas no pueden ni remotamente agotar el tema, Considerarlo asf equivaldria a homologar la historia de la his- toriogratia a, por ejemplo, la historia de la administracién, oa la sociologia institucional Por mucho que a veces Jog debates interpretativos sobre el pasado escondan disputas de poder y demasiado a menudo estrategias de otro tipo (y atin enconos personales) no pueden reducirse a ello. Existe més alld algo que son las ideas histéricas encarnadas en interpretaciones det pasado y sustentadas en tradiciones intelectuales, lecturas, modelos de referencia, Todo ello no ha querido ser olvidado aqui y si una buena Parte de los trabajos remiten a la primera dimensién, otros aspiran a reflexionar sobre Ja segunda, En 1916 Juan Agustin Garefa, desde los Anales de ta Facultad de Derecho y Ciencias Sociales y Ricardo Beles. on Ia “Noticia Preliminar” a la reedicién us Comprobaciones Histéricas de Bartolomé Mitre, een on saludar la aparicién de una nueva generacién de estu del pasado nacional que el primero iamaria, Gon une axpresién destinada a perdurar, “Nueva Escuela c ne Argentina’.* Los jévenes aludidos —Romulo Carbia, Ricurdo Levene, Diego Luis Molinari, Emilio pevignant y Luis Maria Torres —entre otros—, eran “aes que an compacta y polémicamente se habfan manifestad een Sus braves ponencias al Congreso Americano de ent 8 Soctales como representantes de la seccion de Historia de Facultad de Filosofia y Letras de la Universidad de Busnes \ives, Rojas, que también veia en ellos a los autores ¢ e un renuicimiento de los estudios hist6ricos, les atribufa ac emis unt precisa filiacién historiogréfica: Ja nueva ni vonia a continuar las lineas metodolégicas propuestas pore wor de la Historia de Belgrano. En ese prefacio a la ree i- #idn de] Debate que Mitre y Vicente Fidel Lopez habian sos: fonido en la década del ochenta, Rojas unia pasado, presen i® y porvenir, en torno a una linea historiografica en lac a la nueva generacion era investida de una mision (ya que es @vidente que cualesquiera fueran los méritos de ios Jevenes Satuciosos era claro que en 1916 su labor académica “a " hilo, y no un pretérito): el renacimiento de los esis es hit OS a partir de Jas reglas de la critica fisiwnioa y d eles (iselplinas auxiliares, en las que Mitre habria sido el pre | a con la que sagazmente el historiador de oF, Operacién & or ds i a “ 3 1ela lf Hieratura argentina colocaba a la “Nueva Escu Histérica” como garante de la que €l consideraba la tan evi- dente victoria de aquél en su polémica con Lépez. Claro esta, como todo concepto de renacimiento, éste también pre- supone una edad media historiografica, vista como edad oscura, estéril intelectualmente, a la que viene a sustituir; y €n este punto, la interpretacién de Rojas no estaba despro- vista de otras intencionalidades, ante todo la de ajustar cuen- tas también aqui con aquella generacién de intclectuales, historiadores o cientistas sociales, tildados a la vez de improvisadores, bizantinistas ¢ innecesariamente cosmopo- litas, que fueron los blancos de esa Hamada reaccién antipo- sitivista. de Ja que el autor de “La Restauracién Nacionalista” fue uno de los adalides. Sesenta afios después, Tulio Halperin Donghi repasaba ese itinerario historiografico, que en fa Argentina conducia de Mitre a la “Nueva Escuela Histérica”, en un articulo breve cuyo titulo era en si mismo muy revelador del esque- ma interpretativo propuesto: “Treinta afios en busca de un mmbo”.* La imagen resultante no seria sustancialmente divergente de la de Rojas. También aqui una Ifnea consisten- te habrfa unido a Mitre con la nueva generacidn, aunque en la lectura del profesor de la Universidad de Berkeley no fuera tanto el amor como el espanto lo que reforzaba la filia- cidn. En efecto, habria sido lo inacabado de los modelos his- toriogrificos alternativos a Mitre (de los Ramos Mejia, Juan Agustin Garcia, Sarmiento o Joaquin V. Gonzélez) que se exploran en el treintenio que va desde la polémica con Lépez hasta la revelacién de la “Nueva Escuela” lo que habrfa obligado a los nucvos historiadores a volverse hacia el ejemplo de tarea ‘histérica mas eficaz disponible, desde la Percepcién que brindarian las reglas del oficio, y que no serfa otro que el provisto por la obra del fundador de la Junta de Historia y Numismiatica. Idea sugerente que parece repo- jar on Ia conviccién de que la valoracién de las virtudes del aficio puedan ser atemporales ¢ independientes de las or eapciones provistas por los climas culturales y por las modas historiograficas. Sin embargo, en este sentido, tam- bidn podrfa argumentarse que cl tipo: de historia Propuesto por Mitre podia aparecer como valorizable nO tanto en vir tud de sus, por lo demas, notables meéritos intrinsecos, sino eon relacién a su compatibilidad con la imagen de la tarea clentifica que proponfan los modelos historiograficos y pro- fesionales externos, escogidos como norte por la nueva generacién. Modelos que los orientaban a valorizar (o pre- ferir) una historia no sélo erudita sino también “€tico-polfti- cu” y organizada en forma narrativa, y a mirar con descon- fianza a los que juzgaban matrimonios apresurados o incon- venientes con otras ciencias (o pseudo ciencias) sociales. Desconfianza que sé proyectaba también a aquellas explora- ciones de terrenos alejados de esa historia de una nacidn que sé identificaba con la historia de sus elites, que la sociedad parecia imponer como deber civico al historiador. . Desprovisto de las posibilidades de una perspectiva secular, en la cual sin embargo tal vez influya en demasia el énfasis que los adversaries de la “Nueva Escuela Histérica pusieron en remarcar la continuidad entre ésta y Mitre, Rémulo Carbia, en su esfuerzo sistematico por colocar a la nueva generacién en la cima de un proceso historiografico acumulativo, nos dejaba una imagen diferente. Mitre era ciertamente un precursor, pero las diferencias metodoleet cas y profesionales no dejaban de ser subrayadas. Por lo demas, en una concepcién del proceso histérico tan atenta a una cronologia que era el verdadero sustento de su idea de una historia de la historiografia también ella genética, debia necesariamente incluir otras etapas intermedias entre el his- toriador de Belgrano y la nueva generaci6n.' Eran, por un lado, Groussac ¥ por el otro, aquellos ensayistas que hicie- Ton también, segtin Carbia, obra hist6rica cientifica: Juan Alvarez y sobre todo Ernesto Quesada. _ Si no hubieran bastado los numerosos actos deferentes que, por ejemplo, el Instituto de Investigaciones Histéricas de la Facultad de Filosofia y Letras deparé a Emesto Quesada, el trato cuidadosamente encomidstico que Carbia dedica a La época de Rosas hubiera debido servir por sf sélo para matizar una visién tan unilateral de la recepcidn que los medios académicos hicieron de esa obra come la que propu- 80 él revisionismo historico, y de la que se hicieron eco Iuego otros historiadores profesionales’. Ninguna conspiracién de silencio existié desde la cultura historiogrdfica académica hacia las osadfas “rosistas” del autor. Ellas eran, por otro lado, o bien una reivindicacién de un legado de su familia politica, © bien un ejercicio académico desprovisto de toda implicancia en cuanto a la lectura del presente. , En realidad, Quesada historiador aparecia a los hombres de la “Nueva Escuela Historica”, mas alld de las distancias metodoldgicas que alguna vez Narciso Binaydn se encargé “ sellon quo ct ae ee otaal en algunos puntos mas cerca- ic ¢ . Ante todo, La época de Rosas Proponfa una interpretacién de ese perfodo que les parecfa Gnas alld de que lo fuese 0 no) més neutral o imparcial que las precedentes. Estas, a juicio de los nuevos historiadores. habfan sido demasiado ideologizadas por los estudiosos del Siglo XIX, que no habrian podido escapar al hecho de haber sido ellos mistos protagonistas Politicos de esa historia acer- ¢a de Ja que querfan reflexionar. Y €n este punto no deja de Ser sugerente la observacién de Ravignani, recordada recien- temente por Diana Quattrocchi,’ de que ellos podian final- mente pensar desapasionadamente ese pasado porque no tenian lazos afectivos o familiares con el mismo en tanto no 10 pertencefan a las familias tradicionales argentinas. Fste tema remitia a un segundo en el cual Quesada apa- recfa como una figura mds préxima a la nueva escuela: su profesionalidad, derivada no sélo de la posesién de una for- macién mas sistematica (que inclufa una etapa alemana en las Universidades de Dresden y Leipzig, seguramente muy mitificable en la Argentina de entonces), sino de que no se tvataba de un politico que fue a la vez presidente de la nucién, general y ademas historiador vocacional, sino de un profesor universitario que incluso lo habia sido de varios de cllos. Y no faltaban ciertamente contempordneos que se divertian ironizando acerca del estereotipado rol de profe- sor aleman que Quesada gustaba lucir en la Universidad de Buenos Aires, pero ello no quitaba eficacia al papel que una igen Ssemejante podifa desempefiar en la nueva genera- cién. Por ultimo, las dimensiones generalizantes o tipologi- zantes de Quesada podfan aparecer también en una dimen- sién positiva, en tanto un correctivo eficaz para un Mitre al que Carbia imaginaba demasiado apegado al decimonénico culto de los héroes. Pero el lector del reflexive trabajo de Eduardo Zimmermann que abre esta compilacién podra encontrar alli otros motivos de continuidad entre Quesada, y ms en general entre los hombres de esa generacién, y los nuevos estudiosos. Motivos que pueden justificar iniciar con un estudio sobre ese autor este mosaico de imagenes sobre la historiografia argentina en el siglo XX. Dejando atrés el problema de las filiaciones locales de la nueva generacién de estudiosos, un segundo problema que surge en forma evidente es el de la legitimidad de agru- par a ese conjunto, en tantos aspectos heterogéneo, bajo un mismo rétulo. El grupo de jévenes historiadores aludidos —Rémulo Carbia, Ricardo Levene, Diego Luis Molinari, Emilio Ravignani y Luis Marfa Torres, a los que habria que agregar luego los nombres de los mas jévenes José Torre Revello, Ricardo Caillet Bois o Juan Canter, entre otros— tenia ciertamente un conjunto de rasgos comunes. Estos han permitido que sobreviviese al paso del tiempo Ja ima- gen de que constitufan una escuela, mas alld de sus diferen- tes opciones politicas, ideolégicas e institucionales, y de las. no desdefiables enemistades personales que los enfrentaron a lo largo de la prolongada hegemonfa académica que ejer- cieron en la historiograffa profesional argentina. Algunas de esas lineas de contraposicién entre historiadores 0 gru- pos dentro de la “Nueva Escuela” son exploradas por Nora Pagano y Miguel Galante en su original aproximacién al problema desde la perspectiva de las estrategias institucio- nales de algunos de sus integrantes. Contraposicién que no debe haber desempefiado un Papel menor en una gencracién de historiadores que hizo precisamente del control de instituciones la piedra de toque de su legitimacién historiografica. Por lo demas, la con- frontaci6n entre la Junta de Historia y Numismatica y el Instituto de Investigaciones Histéricas de la Facultad de Filosofia y Letras (a cuyo ambito de influencia habria que agregar cicrtamente el Instituto Nacional del Profesorado) dirigidas férreamente por Levene y Ravignani respectiva- mente, es ya muy visible en la cuidadosa politica de incor- poraciones que la primera Ilevé a cabo y en la cual resaltan el evidente retraso en la inclusién de algunos de los hom- bres del segundo (a comenzar por cl mismo Ravignani), y la exclusi6n notoria de otros (como Carbia y Molinari). Pero atin dentro de cada una de dichas instituciones, las jerarquias, las precedencias y las preferencias debieron generar otras tensiones no menos significativas. En el caso del Instituto estén ahf las amargas quejas de Torre Revello acerca de la dura conduccién ejercida por Ravignani,’ y 12 quiz bastaria tan sdlo recordar que arribado al poder el faronismo, a Emilio Ravignani se le hizo insostenible la jorinanencia en el Instituto de Ja Facultad de Filosofia y Lats (del que habia sido Director), no durante la breve goation de un historiador més alejado de su nucleo de rela- glones profesionales, el revisionista Vicente Sierra, sino gurndo éste fue sustituido por Diego Luis Molinari. Otra diferencia podria apuntarse entre ambos grupos o al menos entre las dos figuras mds relevantes de los mismos. Mientras Levene realizé6 en los afios treinta una operacion, que con los afios se revelarfa muy imprudente, de acer imlento estrecho al poder politico de turno (en la figura de general Agustin P. Justo), Ravignani aunque era un person jo politico de relieve en esos afios,0 escogid siemprr wu eulrategia mas prudente (la que por otro lado seguia la que habia desarrollade en los afios veinte, cuando su grupo “ pertenencia —el radicalismo— estaba en el gobierno). | Je ese modo la operacién de Levene que evarfa a la creacion ile la Academia Nacional de la Historia en 1938 como mt, tucién paraestatal y también a lade la Comision Nacions le Museos, Lugares y Monumentos Histéricos (entidad que buscaba explicitamente modelar ad usum delphini una memoria piblica) implicaba (0 a muchos les paver aque |mplicaba) la conversién de una historia profesional en un: ia oficial. . isin embers, més allé de polémicas que fueron también historiogréficas (como la que confronts a havent can Molinari), la historia de la historiografia ha defendis O la imagen unitaria por sobre las diferencias y no sin mo muy valederos. Ante todo, aquellos jovenes compa an mismo horizonte generacional: con la excepcion de orres (nacido en 1878), el resto de los aludidos por Garcia (Carbia, Levene, Molinari y Ravignani, que eran citados 13 Junto a Ruiz Guifiazi) lo habia hecho entre 1885 y 1889, y ello significaba no sélo que eran coetaneos, por ejemplo, de los intelectuales que crearfan esa revista tan innovadora que fue “Nosotros”, sino que un mismo clima de ideas caracte- Tiz6 sus afios formativos y, no menos relevante atin, que habiendo pasado casi todos ellos por la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, también formaban parte de redes de relaciones interpersonales superpuestas. Los apellidos revelan otro rasgo sociocultural compartido: el ori- gen inmigratorio familiar de los nuevos estudiosos. Algunos de entre ellos, ‘Molinari y el algo mds joven Torre Revello, sobre todo, pero también Ravignani y Levene, eran a su vez testimonios adecuados de la movilidad social intergenera- cional argentina. Estos rasgos sociales Parecen estar en la base de otra extendida definicién de los hombres de la “Nueva Escuela Histérica” como el primer grupo de historiadores profesio- nales de la Argentina. En este sentido, su caracterizacién como tales parece vinculada con hechos significativos pero No necesariamente suficientes, como que ejercieron el oficio desde dmbitos institucionales ¥ que en la mayoria de ellos la remuneraci6n que obtenfan como profesores constitufa sino la principal, sf una importante fuente de sus ingresos. El tér- mino “historiador” o “historia profesional”, sin embargo, conticne una pluralidad potencial de atributos que permiten. brindar una imagen més o menos inclusiva de lo que se entiende como tal y derivar de ello cronologias div acerca de su surgimiento. En el contexto europeo, por ejemplo, una definicién de profesionalidad derivada sdlo de la funcién desempefiada permite antedatar cl nacimiento de la historiograffa profesio- nal a la primera década del siglo XIX, tal como Io hace Hayden White al vincularla con la creacion de las primeras ergentes 14 catedras de historia en las Universidades.* Otra defin icénen cambio atenta a la existencia o no de una formacion aca mica a la vez sistemdtica y especifica le que deman : como prerrequisito la organizacién superior de la ensefianza de Ja historia, cursus honorum, maestros, alumnos, ‘ logm: historiograficos, ergo, los rasgos de una comporacin ae monopoliza institucionalmente ese saber especia Fen “ posponer el nacimiento de la historiografia pro esi : Ultimo tercio del siglo XIX para aquellos paises europe: mas avanzados. En este sentido no era el patrimonio familiar (el hijo de una familia de Ja rica burguesia provestamte como Gabriel Monod no era por ello menos profesional que w Ernest Lavisse de modestos origenes familiares), ni tampo- co el desempeiio de cargos universita 108, lo que convert un profesional en tal, sino la integracion en una corporac ca através del recorrido de etapas profesionales especificas que supuestamente habilitaban para el ejercicio de ese off ie ete iiltimo sentido es claro que los historiadores de la nueva escuela no cran profesionales, O si se prefiere " posefan una formacién profesional especifica, ya que fon ‘ excepcién de Carbia, doctor en Historia por la Univer Sis ad de Sevilla, casi todos habian cursado sus estudios univers tarios completos en la Facultad de Derecho (una 2 excepcién sera Torre Revello a quien la precaria Posici " econémica familiar le impidié incluso la realizacién le es! ue dios secundarios), El resultado no hubiera sido de todos modos diferénte si hubiesen estudiado en Ja Facultad “e Filosofia y Letras, no sélo por la tardia eae on 3 Argentina de una ensefianza superior especifica en ise ; * sino mas en general, por el diletantismo evidente | ‘o mayoria de los gentlemen-profesores que ocupaban las “ dras en esa Facultad en los primeros afios del nuevo siglo. 15 La opcién juridica era, por lo demas, muy comin en Ambi- tos en transicién hacia estadios de mayor especializacién como el espafiol finisecular (piénsese en los itinerarios de figuras como Rafael Altamira o Eduardo de Hinojosa), o en los restantes pafses sudamericanos. Y si una formacién uni- versitaria completa que inclufa, en muchos casos, el Doctorado en Jurisprudencia ers un dato a priori no desdefia- ble en un contexto como el argentino, donde los estudios superiores completos no habfan sido la regla, diffcilmente en el curriculum studiorum de aquella Facultad de Derecho podf- an hallarse los componentes de una sistemdtica formacién metodoldgica. Baste releer los antiguos trabajos de Agustfn Pestalardo o de Alfredo Colmo para percibir cudn poca profe- sionalidad habia alli, y no sdlo en lo que concieme a los estu- dios histéricos. En este sentido es quiz4 més licito observar que la Nueva Escuela Histérica, mas que la primera genera- cin de profesionales, fue la que creé la historiografia profe- sional en la Argentina, en cuyos confortables espacios se ins- talé. ¥ el hecho de que una generaci6n tan joven accediera al control de instituciones, que aspiraban a monopolizar el saber histérico “legitimo” y que ellos mismos en parte habjan crea- do, es una de las posibles explicaciones de la larga hegemonia que impondrfan sobre Ja historiografia académica argentina, Cierto, la profesionalidad de la Nueva Escuela Histérica podia derivar no de su formaci6n sino de la legitimacién que en ese sentido la sociedad local o sus elites estaban dispuestas a concederle, en tanto una historiografia profesional académi- ca aparecia como una necesidad funcional para la constituci6n de un pasado nacional que cobijara la identidad argentina que se esperaba construir desde Ja educacién patriética. Y nunca se remarcara lo suficiente hasta qué punto el éxito de las ini- ciativas historiogrdficas de la “Nueva Escuela” (que requerfa de ingentes fondos ptiblicos) derivaba no sélo, de los fluidos 16 eontactos que sus miembros tuvieron con los distintos gobier- nos de tumo, sino con el inesperado papel estelar que ahora se le asignaba a Ja historia y a los historiadores devenidos cons- tructores 0 al menos garantes de la identidad nacional. La aspiracin a la profesionalidad podfa también derivar- ae de la eficacia para ejercer el métier que podia provenir no de los estudios sisteméticos sino de ciertas lecturas, Pero en este punto es claro que la invocada posesidén que los nuevos historiadores hacfan de las recetas que supuestamente conte- nia el Lehrbuch de Bernheim —y que Groussac, que descon- finba o fingfa desconfiar de que los conocimientos lingtiisti- cos de los nuevos historiadores les permitieran acceder a aquellas, sugerfa malignamente que debian derivar mas pro- bablemente de Ja versién (que él a su vez presuponfa mas liviana y digerible) que de ellas habian brindado Langlois y Seignobos— era algo muy distinto a haberlas aprendido en el curso de la propia formacién profesional. Y aunque la imagen de Groussac fuese puntualmente incorrecta ya que algunos de aquellos jévenes sf lefan aleman y otros que no lo hac/an, como Ravignani, empleaban la versién resumida que de una parte del “Lehrbuch” habfa hecho en italiano Amedeo Crivellucci (como exhibe el ejemplar del mismo que tenia en su biblioteca) no dejaba de sefialar un tema relevante. Ese “método” eran recetas librescas que estaban al alcance de la mano de cualquier estudioso de formaci6n no sistematica. Y el panorama no era menos desconsolador si a Bernheim agre- gamos la figura de Altamira, cuya fascinante personalidad, amplisima erudicién y versatilidad de intereses encandil6 a Buenos Aires y a los nuevos historiadores en su visita en 1909", pero cuyas abundantes y especificas reflexiones sobre metodologia de la historia dificilmente puedan, haber brinda- do un suplemento titil a lo que ya contenfan los manuales antes citados." Los limites verificables en el ejercicio del oficio de his- toriador que generaciones posteriores creyeron poder perci- bir en muchos de los hombres de la Nueva Escuela, y que. contribuyen a explicar los pronunciados desniveles que se observa entre los distintos autores (en sefial de que los m tos eran mas personales que grupales) son pues menos resul- tado de la concepcisn historiogrfica que decidieron emular, que del hecho de que el vinculo con dichas concepciones prescindia de un paralelo contacto efectivo con una larga tra- dicién en el ejercicio de operar con los documentos yenla forma de organizar y presentar el material empirico. Tradicién de la cual los historiadores europeos habfan podi- do aprovecharse a través de las correas de transmisién que constituian los centres de ensefianza superior en Historia. Todo lo expuesto no intenta ser una reflexién ociosa sino, precavernos a contraponer tan tajantemente, al menos desde una perspectiva estrechamente historiografica, histo- tia profesional y contrahistoria amateur en la Argentina de las tres primeras décadas de este siglo y atin después. Por lo demas, puede sugerir la conveniencia de indagar acerca de en qué medida pudo aparecer como ejemplo a emular, el iti- nerario académico de una generacién que vio facilitado su acceso temprano a posiciones preeminentes de la historio- grafia profesional, también a los cambios politicos que com- portaron la Hegada del radicalismo al poder y la Reforma Universitaria, Una generacién cuya profesionalidad (en el sentido antes aludido) encontraba algunos de sus motivos legitimantes en ¢] control que ejercieron sobre esas institu- ciones académicas —es decir que podia ser percibida, Ia de los fundadores, ciertamente no la de los numerosos discipu- los que desde ellas crearon—, como una legitimidad ex posi. Ejemplo a imitar para las sucesivas contrahistorias (pero también para otros grupos profesionales més recientes), a 18 goemenzar por los revisionismos que también en varios Momentos aspiraron (aunque con limitado éxito temporal) a sustituir a la vieja historiograffa, a través de un itinerario ilo formalmente semejante: esto es, apoderarse de las ins- fituciones profesionales enancandose en las nuevas opciones polfticas nacionales (fueran la revolucién de 1943, Perdén, Ongania o Cémpora) para desde ellas crear una nueva histo- flografia oficial, una nueva academia. Cierto, cualesquiera fueran los limites de la formacién historiografica y metodolégica de la “Nueva Escuela”, ellos ho repercutian en Ja probidad intelectual con la cual los imejores de entre ellos ejercieron su tarea en el convenci- micnto profundo de que era posible, a la vez, un conoci- imiento imparcial de ese pasado y lograr una utilidad de ese conocimiento para fortalecer el destino de la propia comuni- dud nacional. Esa probidad intelectual los llevaba a la escru- pulosa erudicién que muchos de sus integrantes exhibieron y que ha sido el mejor legado que intentaron dejar a la his- toriograffa argentina posterior. No siempre con éxito, como lo prueba no sélo el vigor de una contrahistoria que no creyé necesario cultivar esa virtud mds que formal o ret6ricamen- ino también la actitud hacia ella de otros historiadores ionales posteriores. Acerca de aquella conjuncién de probidad y erudicién, los paradigmas europeos adoptados por la Nueva Escuela, si ho les provefan instrumentos mas eficaces para la tarea con- creta que las demasiado obvias recetas que se englobaban pomposamente bajo los rétulos de heurfstica y hermenéuti- ca, si les proponian un modelo de actitud a adoptar hacia ese pasado que defendia la aspiracién a narrar de modo aparen- temente neutral (y en cualquier caso no adjetivado) exacta- mente lo sucedido. Aspiracién que esos mismos historiado- res europeos, en el ejercicio de su tarea concreta, no siempre fe, pro! 19 Ja persiguieron consecuentemente, imbuidos como estaban también ellos de misionalismos pedagdégicos y civicos. . El sistemético estudio de Pablo Buchbinder sobre 1a figura de Ravignani muestra una parte de la riqueza de moti- vos historiograficos y pedagdgicos y de nuevos horizontes tematicos e interpretativos que proponfan los hombres de la “Nucva Escucla” y cuanto ellos emergian del paradigma que proveia la historiografia erudita europea. BAstenos aqui sefialar un ejemplo: los esfuerzos de edicién documental que contenfan ya tempranamente en Ravignani la aspiracién a que ellos “hablaran” por sf mismos y tuvieran tanta o mayor persuasividad argumentativa que las obras de los his- toriadores, como le argumentaba en una temprana carta al decano de Ja Facultad de Filosofia y Letras, Matienzo, efle- jan muy bien las deudas con una precisa estacién historio- grafica."* Los fundadores de Ia “Nueva Escuela” y los discipulos que formaron a lo largo de los afios desde las Universidades de Buenos Aires y La Plata o desde el Instituto del Profesorado ocuparon sin fisuras el espacio de la historio- grafia académica argentina. En su cuadro de referencias europeas pudieron a su vez incorporar también a aquellos nuevos historiadores que proponian una forma de trabajo diferente (del Croce invocado por Ravignani al Henri Berr integrado por Levene) sin encontrar en ello motivos de con- tradiccién. Ese cardcter formalmente a la vez omnimodo y ecumé- nico dejé poco espacio para disidencias organizadas. {Dénde podrian buscarse las raices para la misma? Adolfo Prieto sugirié una vez que un historiador de intereses inte- lectuales tan divergentes de los de la “Nueva Escuela” como José Luis Romero —como podfan comprobar los privilegia- dos jévenes estudiosos uruguayos que observaban el contra- 20 punto de las lecciones que éste y Ravignani impartfan en la Universidad de la Reptiblica en tiempos del primer peronis- jo — habfa buseado inicialmente una interlocucién posible ot Paul Groussac." No diversamente de un maduro Julio Iruzusta que en busca de un marco académico legitimador pura una corriente que él hubiera preferido, sino mas insti- lucional, al menos més erudita, buseé explorar en un texto, Paul Groussac y el revisionismo”, las filiaciones posibles entre el autor del “Mendoza y Garay” y los historiadores de ja corriente a la que él adscribfa —en una operacién que por jo demas recordaba a la que Maurras habia intentado con Fustel en 1905." Y ciertamente Paul Groussac parecerfa una buena pista, ya que, saludando él también a su modo en 1916 la aparicién de la “Nueva Escuela”, en el prefacio del libro citado, se dedicé a polemizar metodolégicamente con c¥ta nueva generacién que crefa hacer ciencia a través del metodo. Pero en esa polémica, Groussac, que conoce {por- que los cita) los debates contempordneos que en Francia cenfrentan a historiadores y socidlogos, prefiere no apoyarse en éstos tiltimos sino recurrir a los argumentos, envejecidos por entonces, que Taine habfa empleado en sus ensayos de 1866. En realidad, los limites para una disidencia eficaz con los modos de hacer historia que consagrara la “Nueva Escuela” estdn tal vez menos en la historiograffa que fuera de ella. Finalmente, en otros contextos, los estimulos para una renovacién problematica provinieron las mas de las veces de otras ciencias sociales que de la propia disciplina; baste recordar los estimulos que la sociologia de Chicago y la economia neocldsica proveyeron a los nuevos historiado- res sociales 0 econémicos norteamericanos, o lo que la escuela durkheimiana y la geograffa vidaliana significaron para los primeros Aanales, 0 lo que la filosofia idealista, la 21 naciente ciencia politica y los economistas liberisti implica- ron para los mas renovadores de los historiadores italianos. En Argentina esas influencias de las otras ciencias sociales tardaron demasiado en Megar, por el propio estado de sus respectivas disciplinas y por una escasa intercomunicabili- dad institucional. Pero cuando lo hicieron finalmente —por ejemplo en los afios sesenta, los economistas del desarrollo y la sociologia germaniana— no dejaron de impulsar la renovacion de la ya por entonces demasiado tradicional practica historiogrdfica profesional. Si no hubo disidencias académicas de nota, al menos en el dmbito de la historiograffa sobre temas argentinos y ame- ricanos, si hubo una frondosa contrahistoria: el revisionis- mo. Este movimiento histérico ha recibido ms atencién his- toriogréfica que la “Nueva Escuela” y muchos historiadores profesionales han crefdo necesario emplear parte de su tiem- po en estudiarlos.'® La mayorfa de estos estudios ha enfatiza- do sobre todo los vinculos, innegables, entre historia y poli- tica que han regido los intereses de los revisionistas o han puesto de manifiesto el cardcter ensayistico y la debilidad heuristica de -sus trabajos, mostrando que, en realidad, muchos de entre los revisionistas estaban mas interesados en reinterpretar la historia argentina que en dedicar ingentes esfuerzos a estudiarla cuidadosamente. EI sugerente retrato que de los origenes del revisionis- mo nos propone Julio Stortini, desde el estudio de las pagi- nas del Boletin del Instituto Juan Manuel de Rosas, muestra el momento de surgimiento del mismo y la tensién que desde el comienzo recorre a ese proyecto. La historia acadé- mica es a la vez un enemigo al que combatir y un presunto modelo (ya desde el titulo de la publicacién que remite tex- tualmente al Boletin que publicaba el Instituto de Investigaciones Histéricas de la Facultad de Filosofia y 22 (otis), Aunque para hacer historia académica a Ja manera en «j4#@ por entonces se practicaba, no se necesitaba mucho, como a@ialamos mas. arriba. Finalmente la mayoria de los revisio- ii§{As cran abogados como los hombres de la “Nueva { wquela”, Dos diferencias resaltan inmediatamente. Una con- #igme a los propésitos Ultimos del revisionismo, que eran flagde luego politicos y no historiograficos (en la nueva escue- {i-ambos registros eran paralelos mds que superpuestos). El #fre era el tiempo a dedicar a la labor hist6rica. Es claro que Mico de los nuevos revisionistas no tenfan la paciencia i@eevaria para desempefiar una tarea verdaderamente erudita. Surgia de ese modo, por ejemplo en la figura quizés mas @iiblemitica de esa época del Instituto, Ramon Doll, no el wr io esfuerzo por entender el pasado sino la combinacién de Whi perspectiva abogadil (defender los argumentos de una parle Como si se estuviera en los tribunales) con las habilida- des retoricas de su formacién, en una critica literaria de rasgos vanguardistas (es decir a la vez polémica y presuntuosa). Si los clivajes politicos y las insuficiencias eruditas del fevisionismo —con las debidas excepciones consensualmen- (6 admitidas, de las que Ja mas notoria es la de Julio Trazusta— han sido prolijamente inventariados en muchos lugares, mucho met e han indagado las ideas y los modelos histo- riogrificos de referencia que el movimiento utilizé. Cierto, muchos estudiosos estarén tentados de adoptar aqui la postu- fA que sostuviera Croce, acerca de lo innecesario de una his- toria de las ideas del fascismo, al afirmar que esto no sélo no (enia ideas, sino que se vanagloriaba de no tenerlas.'’ Las sin embargo, no son tan sencillas. Pongamos, por ejemplo, una obra como Defensa y pér- dida de nuestra independencia econdmica de José Maria Rosa, Los economistas de la Revista de Economia Argentina no encontraron nada tan escandaloso en ella como para no 23 incluirla en las paginas de la misma, lo que sugiere que no era incompatible con el nivel de desarrollo de la historia econd- mica y atin de la economia en la Argentina de entonces. Con todo, la obra mirada en perspectiva comparada no estaba ala altura de los tiempos en el campo de la historia econdmica. Ciertamente su problema no era que su autor no hubiera lefdo los trabajos de Mendels, como peregrina e indirectamente se sugiris hace algunos aiios cuando se temié que la interpreta- cién de Rosa pudiese ser asociada (y desde alli revalorizada) a los nuevos estudios sobre la “protoindustralizacién” (lo que en terminos borgeanos hubiera sido un anacronismo descu- bierto a la larga). El problema era en cambio que no parecfa tener en cuenta tampoco otras, cronolégicamente a la mano. de Wilhem Abel a Gino Luzzatto 0 Paul Mantoux. Mas ain, podria también recordarse en cudn gran medida todo el esque. ma interpretativo reposaba en una imagen bastante rudimen- taria de las vias posibles para un proceso do industrializacién. Desde luego también, el modo con el cual el problema de la evolucién econémica argentina era tratado por Rosa signifi- caba un retroceso con respecto a lo que en la Argentina habia escrito el admirable Juan Alvarez, aunque no con relacién alo producido en un modo atin mas descriptivo (pero més crudi- to) por Ricardo Levene. Sin embargo, por reducido que fuera el bagaje de lecturas de los revisionistas, no por ello dejaban de estar insertos en una trama de relaciones intelectuales e interpersonales por las que circulaban también libros e ideas. Algunas de las ideas del libro de Rosa, acerca de la necesidad de la industeializa- cién y de la utilidad para ello de politicas proteccionistas 0 mis genéricamente heomercantilistas, podfan filiarse con el clima intelectual presente en los Ambitos académicos argenti- nos de esa época, de un modo previsible con las ideas de su suegro, Alejandro Bunge. 24 En este punto es quizds interesante confrontar “Defensa y Pérdida” con el libro que un economista, Luis Roque Gondra (admirador de los neoclaésicos en general y de Wilfredo Pareto en particular) publicé en el mismo 1943: Historia Econémica Argentina. El mismo reposa sobre una contraposicién entre dos regimenes econdémico-sociales que denomina contractualista (y que no es otro que el de la liber- tad econémica) y monopolista (es decir proteceionista) que el autor lauda sin matices en favor del primero. Aunque la obra incluye muchas referencias a cuestiones monetarias y financieras y a Ja teorfa del ciclo econémico no parece ni mucho mis sofisticada (en especial por tratarse de un eco- nomista) ni mucho mds (o menos) erudita que la de Rosa. Ambos libros se confrontan con desventaja con el trabajo que el ingeniero Dorfman publica en 1942, desde una posi- cién por otro lado proteccionista ¢ industrialista, no slo por la masa de evidencia empfrica que éste tiene sino por la sen- sata razonabilidad de su esquema interpretativo.* La reduccién del revisionismo a puro discurrir politico 0 a una sucesién de inexactitudes trae, entre otras consecuen- cias, lo que parece scr una perspectiva demasiado local de explicacién de los orfgenes y del devenir del movimiento. Parece como si éste fuera un fendmeno (o una fatalidad) slo argentina, 0 como si la combinacién de espeefficas cir- cunstancias polfticas, econdémicas y sociales de los afios ireinta y luego la lucha peronismo-antiperonismo bastaran para explicar el nacimiento y el desarrollo posterior del mismo. Pero ese enfoque pasa por alto que movimientos historiograficos surgidos en Ja periferia de Ja historia profe- sional son una caracteristica constante en el siglo XX, en Ambito europeo y latinoamericano, desde el precursor revi- sionismo francés (la historia capeta) hasta el tan cercano movimiento uruguayo. Y no sélo el argentino fue una medi- 23 tacion decadentista: ya precedentemente Ratil Girardet habia sefialado esa caracterfstica para el nacionalismo francés que surge en la Tercera Reptblica y como ignorar que el revisio- nismo uruguayo nacfa él también en Ja crisis del modelo bat- llista.” La combinacidn de demasiada politizacion y escasa eru- dicin fue también comin a los otros movimientos contra- hist6ricos. Un notable historiador italiano heredero en parte de la gran tradicién idealista —cuya maxima figura, Benedetto Croce, no sélo no habia realizado estudios siste- maticos sino que tampoco hab/a ensefiado nunca en una Universidad, atendiendo por muchos afios en la trastienda de una librerfa napolitana— crefa necesario fustigar a log histo- tiadores comunistas desde la fortaleza académica, con argu- mentos que no difieren demasiado de los utilizados en la Argentina para criticar al revisionismo: apriorismo ideolégi- co, extremada simplificacién de la complejidad histérica o una escasa familiaridad con la investigacién empirica origi- nal. Colocar al revisionismo en un contexto historiogréfico permite a su vez revelar otros arcafsmos de muchos de sus cultores, en tanto sus modelos procedian de aquellos histo- riadores del siglo XIX que precedian a la estaci6n de la his- toria erudita finisecular. Pero esa tensién entre modelos dccimonénicos y la necesidad de confrontarse con una escuela que reclutaba su arsenal argumental en estudiosos que habjan constituido su cientificidad criticando a los his- toriadores decimondénicos, generaba no pocos problemas argumentativos al revisionismo. En este sentido, una de sus debilidades més evidentes era que a diferencia, por ejemplo, de un Vicente Fidel Lopez, para quien el punto de vista era mas decisivo ala hora de los resultados historiograficos que los documentos reunidos para probarlo, eran volens nolens 26 iributarios formalmente de los criterios de “verdad” impues- los por sus adversarios. Ello los llevaba a argumentar ape- lando alternativamente al problema del punto de vi ta poli- tito © ideolégico que seria inherente a todo conocimiento hist6rico y a la “verdad” que contendrian las fuentes. Al hacerlo asf, no s6lo se movian en un terreno conceptualmen- le contradictorio sino que, al apelar también ellos aun pasa- do que habria asf efectivamente sucedido, adquiria mucha mas gravedad lo fragil de la base documental que a menudo utilizaban. La revolucién de 1943 y el advenimiento del peronismo cambiarén mucho de los ejes del debate politico en la Argentina, la légica de funcionamiento de la instituciones y los alineamientos de los intelectuales. Este libro dice muy poco de ello. Una obra que fue editada hace unos pocos afios por parte de integrantes del mismo proyecto de investiga: cién enfoca algunos de esos aspectos y a ella remitimos. Desde luego una lectura construida interesadamente prime: ro por los adversarios del peronismo y después asumida por el lider de éste movimiento. Tras su caida, insisti en cons- iruir una dicotomfa en la que aquel bloque politico-cultural ¢ historiografico en que estaba inserto el revisionismo habia derivado hacia el nuevo movimiento politico y en cambio su rival, la historiograffa académica, parte de una imaginaria wadicién liberal, habfa confluido en el antiperonismo. En realidad parece mas plausible argumentar que Ja aparicion del peronismo dividid en dos a casi todas las tradiciones intelectuales argentinas y también a las personas enancadas en las instituciones estatales. Desde Inego que el problema 27 se desplaza aqui a las proporciones de la mezcla, pero ese es otro tema. , . En cualquier caso, al menos la “Nueva Escuela Histérica” aparece fuertemente dividida entre aquellos que fueron obligados a abandonar sus catedras por su militancia en partidos de oposicién (Ravignani, Barba) , los que opta- ron por acomodarse a las instituciones en el nuevo régimen con una dosis grande de pragmatismo y desde una posicién pretendida o realmente profesionalista (de José Torre Revello a José Luis Busaniche 0 a Andrés Allende) y unos pocos que se sumaron activamente al nuevo curso (como Molinari). Quizas el ejemplo mejor de las ambigiiedades fue Levene, siempre disponible a una colaboracién que, si no pudo ir mas alld, se debié menos a su voluntad que a las resistencias que su figura generaba, sino en Perén, en muchos de los cuadros culturales y educativos del peronis- mo. : Por el lado del revisionis dh i nalismo argentino, Ja disyuntiva qu ee event sa ena > s ‘a que se presentaba e1 SuMarse a un nueva régimen, cuyo estilo plebeyo fes desa- gradaba vivamente pero que permitia obtener ventajas prebendas, o permanecer fieles a algunas convicciones si. cas Y mantenerse en una oposicicn silente que solo prome- diando el segundo gobierno de Perdn se harfa activa. En cualquier caso es un lugar acreditado que desde el punto de vista del régimen peronista (aunque no necesariamente ne ‘toe movimiento politico) serfa una variante de la ueva Escuela”, la que ocuparfa cl lugar preemi las instituciones de cisofanva superior ewe aos, men La situacién abierta en 1955 tendrfa muchas novedades. En primer lugar las generadas por ja intervencién a todas las instituciones de ensefianza superior con las consiguientes purgas y mas importante atin con el problema de reponer a 28 los antiguos profesores cesanteados afios antes, a la vez que dar espacio alas nuevas generaciones. Esa situacin era mas compleja, ademas, por la aparicién de un nuevo actor, el movimiento estudiantil, que reclamaba su lugar entre los vencedores y que seria un fuerte aliado y a la vez una pesa- da hipoteca para los nuevos sectores renovador Mas alla de los émbitos de educacién superior también volvfa la Academia Nacional de la Historia (cuya actividad junto a las de las otras academias habfa cesado con Ja hiber- nucién de las mismas en 1952). La Revolucién Libertadora pronto dictarfa un decreto-ley (noviembre de 1935) que las volverfa a poner en funcionamiento, La Academia reabrié sus pue inmediatamente con un emblemiatico acto de homenaje a Bartolomé Mitre que tuvo como orador princi- pal a su presidente, Ricardo Levene, quien hizo una larga jntervencién sin referencias a la situacién presente ni al B pusade cercano”. Quizas la dimensidn mas novedosa de la situacién abier- tu en 1955 fue que el campo de las disputas se habia amplia- do significativamente. No se trataba ya solo de debates enue lu historiograffa académica y la historiograffa militante, que eon los afios devendrian un lugar habitual en la nueva pren- 4a de los afios sesenta, sino también de polémicas y enfren- tamientos mas o menos velados en el seno mismo de cada una de ellas. Nueva Escuela Histérica vs. historiadores renovadores en un caso, antiguo revisionismo vs. diferentes marxismos en e] otro. El problema de las estrategias y las tensiones en el terre- no de la historiografia académica y en algunos de los Ambi- tos institucionales es indagado en tres de los trabajos aqui reunidos (Girbal, Hourcade y Devoto), Las complejas rela- clones entre la Nueva Escuela Histérica e historiadores renovadores se modula de modo diferente en tres lugares 29 como Rosario, La Plata y Buenos Aires y los distintos itine- rarios seguidos por cada Facultad muestran la complejidad del momento abierto en 1955. Lo que la aproximacién insti- tucional revela, por lo demas, en especial confrontando los casos de La Plata y Rosario, es cudnto el resultado del pro- ceso dependié de la diferente situaci6n preexistente a 1955, desde el punto de vista de su solidez institucional —Ila quea su vez no era independiente—, como muestra el caso platen- se, de la fortaleza de la red de relaciones interpersonales internas de cada sector. Dependié también de la capacidad de gestién administrativa y politico-académica que cada grupo tuvo luego de aquella fecha, y no de las reales © pre- sumibles excelencias de sus Propuestas historiograficas, Revela asimismo que el avance de la historiograffa renova- dora estuvo lejos de ser un desfile victorioso y cudntas difi- cultades mayores 0 menores, segtin el caso, ellos encontra- ron para tratar de imponer una hegemonia historiografica ante la institucionalmente inagotable “nueva escuela”. Ciertamente esa capacidad de pervivencia es sin duda uno de los rasgos més singulares del caso argentino en el siglo XX en una perspectiva comparada. Por otro lado, a medida que el decenio posterior a Ja caida del primer peronismo avanza, los conflictos siguen amplidndose y abarcan ya, por ejemplo, a los mismos histo- tiadores renovadores. Crisis de centrifugacién que sf afecta, al menos visiblemente, menos a la nueva escuela histérica no deja de ser un dato general del estado de extrema conflic- lividad que aquejaba a la cultura argentina de entonces y a la Vida de las universidades en particular. La situacién luego del infausto golpe militar de Ongania de 1966 y la interven- cidn de las Universidades Ievara esa centrifugacién a nive- les atin mds elevados, al combinarse con una dindmica poli- tica ella misma presa de una accleraci6n sin frenos. Tema de 30 yan interés pero que escapa a los propésitos originales de libro que bien puede considerarse, desde una Perspecti- vil institucional, culminando en el momento de aquellas intervenciones. / Esas tensiones emergentes de los intentos de controlar las instituciones académicas eran paralelas a un debate mas propiamente historiografico entre dos formas de hacer Bisto- ria. menos perentoriamente entre temas, modelos y re cren- clus historiogréficas contrapuestos. Por supuesto si la nucva escuela histérica” podia poseer alguna homogenci- (lad no ocurrfa lo mismo con las distintas vias de Ja renova- cién, Estas parecfan unidas sdlo por el enemigo al cual com hatir mas que por ninguna convergencia en cuanto a ies caminos por recorrer. Escuela de Annales, historia de la cu - jura, economfa del desarrollo, sociologfa de la moderniza- vin, marxismos, nueva demografia, se combinaban de dis- (inta manera segiin los autores. En ocasiones se atrafan, en otras se repelfan. Avin dentro de los cultores de un mismo registro, por ejemplo la historia econémica, no existla imuc ha compatibilidad posible entre los Secuaces del mode- lo cepalino y los seguidores de la historia serial a la manera francesa (Simiand-Labrousse). El problema de Ja historiografia renovadora ° de Jas nue- vas ciencias sociales con vocacién histérica (0 incluso de esa tradicién profesional lejana a ambas que eran los inge- nicros) de las que muchas veces emergid la verdadera reno- vac ién de las miradas sobre el pasado, es cn este libro estu- diado en los trabajos de Spinelli y Miguez. Esa mirada toma en consideraci6n dos terrenos: la historia pol cay la histo- ria econdémica. En éste tiltimo caso el andlisis cs llevado mas alla y propone una comparacién entre los enfoques en “se campo en los afios sesenta con los de los afios ochenta. ec Hega asf hasta el comienzo de Ia transicién democratica que 31 si no es el punto terminal de la investigacién si brinda un espejo desde el que es posible leer de otra manera a esos anos sesenta, El trabajo de Buchbinder y Pagano propone también una aproximaci6n a la historiografia de la Argentina democritica, a través de una cuantificacién de la producci6n a la historio- grafia profesional posterior a la transicién democritica inicia- da en 1983, a partir de lo publicado en las principales revistas especializadas. La propuesta permite realizar un balance de las orientaciones teméticas y cronolégicas predominantes que a Su vez sugiere, por una via diferente a Ja de Miguez, una refle- Xi6n acerca de Jas continuidades y discontinuidades existentes entre las historiograffas renovadoras de los Sesenta, con aque- Has de los ochenta. Finalmente, el articulo esctito por Zubillaga, e incluido como apéndice, propone un recorrido por el itinerario profe- sional de un notable historiador como José Luis Romero en Ja Universidad de la Reptiblica de Montevideo, El mismo permi- te no sdlo indagar acerca de la historiograffa uruguaya sino percibir a la Argentina en el tornasol Propuesto por un caso tan cercano, pero a la yez con claves intelectuales bien diferentes. Semejanzas y diferencias que habilitarfan (segtin las conoci- das ideas de Marc Bloch) para un Sptimo ejercicio comparati- Yo. Asi llegamos al final de un libro del que dijimos en el pre- facio a la primera edicién que esperdbamos que no fuera un punto de Hegada sino un punto de partida para nuevas investi- gaciones, Algunas se han realizado ya, otras estén en curso, otras vendriin Iuego. Todo ello colabora a construir un espacio de reflexi6n acerca del modo en que los historiadores argenti- hos miraron al pasado nacional en el turbulento e inasible siglo XX. 32 Novas P. Devoto-N. Pagano (eds.), La historiografia académica y la historio- xraffa militante en Argentina y Uruguay, Buenos Aircs, Biblos, 2004. )—J-A.Gareia, “Advertencia”, en Anales de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, 3, 1, 1916; R. Rojas, “Noticia Prcliminar” a B. Mitre, Comprobaciones Histéricas (Primera Parte), Buenos Aires, Libreria La Facultad de J. Roldan, 1916, pags. XXXVIEXXXIX. ‘,--Tulio Halperin Donghi, “La Historiografia: teinta afios en busca de un rumbo” en G, Ferrari-E. Gallo (compiladores), La Argentina del Ochenta al Centenarie, Buenos Aires, Sudamericana, 1980, Pags, 829-840 4, R. Carbia, Historia critica de la Historiografia Argentina (desde sus origenes en el siglo XVI), Buenos Aires, Coni, 1940, pigs. 143-165. De todos modos, en este punto, Luis Maria Torres en su intervencién en el Congreso de Americanistas de Tucuman de 1916 y publicado en la Revista Argentina de Ciencias Politicas, habia tomado menos dis- tancia, prefiriendo enfatizar las continuidades entre Mitre y ellos mis- mos. L, M, Torres, Principios que dirigen los estudios de Historia Argentina en la Facultad de Filosofia y Letras, en La seccién de Historia de la Facultad de Filosofia y Letras en ol Congreso Americano de Ciencias Sociales, Buenos Aires, Impremta José Tragant, 1916. \.~ A, J. Pérez Amuchastegui, El historiador Ernesto Quesada, en G. Ferrari-E. Gallo, op. cit., pag. 841-850, 6. — D. Quattrocchi-Woisson, Un nationalisme de déracinés. L’Argentine pays nralade de sa mémoire, Paris, Editions du Centre National de la Recherche Scientifique, 1992, pig. 44. 7.—G. Furlong, sj. Torre Revello. A self made man, Buenos Aires, Universidad del Salvador, 1968, pags. 68/70. 8 H. White, Mctahistoria. La imayinacidn histérica en la Europa det siglo XIX, México, Fondo de Cultura Econémica, 1992, pag. 135. Yo A. Gerard, A Vorigine du Combat dos Annales: positivisme histori- que at systéme universitaire, en AAVY, Au berceau des Annales, Toulouse, Presses de I’Institut d’Etudes Politiques, 1981, pags. 70-88. '0.— Acerca de historiografia y nacién en el caso argentino, me permito remitir a F, Devoto, “Idea de nacién, inmigracién y cuestién social en la historiograffa académica y en Jos libros de texto de Argentina”, en Estudios Sociales, 2, 3, 1992, pigs. 9-30. Para ejemplos semejantes en otros contextos latinoamericanos, cfr: M, Rickenberg (comp.), 33 Latinoamérica: Ensefianza de la historia, libros de texto ¥ conciencia histérica, Buenos Aires, Alianza Editorial, 1991, J1.— Acerca de Ja obra de R. Altamira y de su viaje a la Argentina, algu- nas indicaciones titiles cn Rafael Altamira (1806-1951), Alicante, Generalitat Vatenciana ¢ Instituto de Estudios “Juan Gil-Albere”, 1987. 12.— E. Ravignani a J. N. Matienzo, 25/8/1909, en Archive de la Facultad de Filosoffa y Letras, B. 5-15, n. 1. 13.— A, Prieto, “Martinez Estrada, el interlocutor posible”. en Boletin det Instituo de Investigaciones Histéricas “E. Ravignani”, Tercera Serie, 1, 1989, p: 14.— J Trazusta, Paul Groussac y el revisionismo, manuscrito original dac- tilografiado, passim. Acerea de la apropiacién de Fustel, Como histo- riador nacional por Maurras, eft. F, Hartog, Le XiXe siécle et VHistoire. Le cas Fustel de Coulanges, Paris, PUF, 1988, pags. 168- 201. 15 P. Groussac, Mendoza y Garay, Buenos Aires, Academia’ Argentina de Letras, 1949, pags. 3-29. La respuesta de Ia “nueva cscuela”: D. L. Molinari, Groussae y el métode, 10, 89, 1916, pags. 257-267. 16,— Entre ellos merecen destacarse T. Halperin Donghi, El revisionismo, histérico argentino, Bucnos Aires, Siglo XXT, 1970 (y la respuesta al mismo de E, Zulcta Alvarez, El nacionalismo argentino, Buenos Aires, La Bastilla 1975); C. Buchrucker, Nacionalismo ¥ peronismo, La Argentina en la crisis ideolégica mundial (1927-1965), Buenos Aires, Sudamericana, 1987; J. C. Garavaglia, Los textiles de ta tierra en el contexto colonial rioplatense: una revolucin industrial fallida?, en Anuario del Instituto de Esudios Histéricos y Sociales, 1, 1986, pags. 45-87 y sobre todo ¢l reciente importante libro, de D. Quattrocchi- Woisson, Un nationalisme... cit. Atento al contexto historiogrdfico, el articulo de M. Montserrat, “La apropiacién ideolégica en ta historio- grafia argentina reciente”, en Criterio, n. 1870, 1981, pags. 630-640. 17.— B. Croce, Per una nuova vita dell’ Malia. Scritti a discorst. 1943-44, Napoli, Ricciardi, 1944, pags. 55-56. 18. L. R. Gondra, Historia econdmica de la reptiblica Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 1943; A. Dorfman, Historia de ta industria argentina, Buenos Aires, Losada, 1942, 19.— R. Girardet, Le nationalisme francais, Parts, Ed du Seuil, 1983, pdgs. 16-25. Sobre el revisionismo uruguayo en el contexto de la historiogra- fia uruguaya, eff. las perspicaces; obscrvaciones de C. Real de Azua, “El Uruguay como reflexién”, en Capitulo Oriental, 7, Montevideo, CEAL, 1969. 34 HM Sud, 1956, a, 1978, R. Romeo, “La storiografia politica marxista”, en Nord a reeditado en Id., Risorgimento a capitalisme, Bari, Late 1 9-83. N. Pagano-M. Rodriguez (compiladoras), La Aistoriografia rioplaten- se en [a posguerra, Buenos Aires, La Colmena, 2001. Reinstalacién de ta Academia Nacional de la Historia y Homenaje al General Bartolomé Mitre, Montevideo, Instituto Histérico y Geografico del Uruguay, 1956. ERNESTO QUESADA, LA EPOCA DE ROSAS Y EL REFORMISMO INSTITUCIONAL DEL CAMBIO DE SIGLO EDUARDO A. ZIMMERMANN* Ln 1898 fue publicada la primera edicién de La época de Kosas, de Ernesto Quesada. En 1923, al cumplirse el vigési- mo quinto aniversario de la publicacién, el Instituto de Investigaciones Histéricas de la Facultad de Filosoffa y Lotras de la Universidad de Buenos Aires preparé una edi- ion especial, en la que se incluyé una recopilacién de la bibliograffa critica que la obra de Quesada habia inspirado y Wn estudio preliminar de Narciso Binaydn.' La carrera aca- démica de Quesada hasta ese momento habia sido notable: nidicado en el pafs tras haber acompaiiado a su padre en sus viajes como diplomatico, y en la Nueva Revista de Buenos \tves durante la década del Ochenta, se desempefié como juez y fiscal de Camara, fue el primer catedratico de Sociologia en la Facultad de Filosofia de la Universidad de Buenos Aires y de Economia Polftica en la Facultad de Ciencias Juridicas y Sociales de la Universidad de La Plata. Por encargo del decano de ésta ultima, Rodolfo Rivarola, entre 1908 y 1909 Quesada visité veintidés universidades alemanas para escribir su informe de mil trescientas paginas * Universidad de San Andrés 37 La ensefianza de a historia en las universidades alemanas (1910), Fue miembro honorario de Jas academias de la his- toria de Venezuela, Colombia y Ecuador, y la American Academy of Political and Social Science, en cuyos Anales publicé “La evolucién social argentina” (1911) y, una vez establecido en Alemania, profesor en la Universidad de Berlin, Se ha sefialado frecuentemente la importancia de La €poca de Rosas como punto inicial de una reinterpretacién de la era rosista y de una renovacién metodoldgica en la his- toriograffa argentina: para Carbia el libro fue “un verdadero pantallazo de luz para el criterio con el que se debia estudiar, cientificamente, la época de la dictadura”, y parecidos dictd- menes recibié en anélisis posteriores? En este trabajo se intentaré por una parte reflejar en qué consisti6 la interpretacién que del rosismo hizo Quesada, y por otra establecer la conexién que tienen algunos de los postulados incluidos por Quesada en La época de Rosas con Sus posiciones reformistas en materia institucional y social, y en general con el movimiento reformista del cambio de siglo. 1. Quesada y la vision “revisionista” de Rosas “La época més obscura y compleja de la historia argen- tina ¢s, sin duda, la €poca de Rosas”, comienza sosteniendo Quesada. El propdsito de su estudio no seré una narracién detallada sino “dejar sentadas las razones que sirven de base al criterio filoséfico con que debe estudiarse aquel periodo hist6rico”.’ De esto resulta claro que existe una profunda insatisfaceién con el “criterio filos6fico” predominante hasta el momento. Para Quesada, la subsistencia de los pre- 38 jullcios nacidos de viejos enfrentamientos ha hecho perdurar \na imagen de Rosas que no se condice con la que surgirfa de un estudio desapasionado. La imagen que subsiste es en foalidad una construccién heredada de los opositores al roxismo: dictadores hubo en muchas repiblicas sudameri- 6fnas, pero “ninguna tuvo un partido emigrado tan numero- o y lan dado a la imprenta: estos voceros han creado la excepeional celebridad de Rosas”. Rosas es “en gran parte, lina figura histérica levantada sobre el pedestal convencio- fal de la exageracién”, cuando en realidad debfa ser estu- diacdo como “un gobernante mds o menos malo adaptado a | época que lo produjo”.* Quesada se muestra también insatisfecho con los estu- dios que Saldfas y Ramos Mejia dedicaron a Rosas —los dos trabajos mas destacados de lo producido hacia el cam- bio de siglo—. Califica a la Historia de la Confederacién del primero como un “notable y concienzudo trabajo [que] involuntariamente es mds panegirico que historia, y debe scr utilizada cum grano salis”.’ Sobre la obra de Ramos Mejfa la critica se volvia mucho mas dura. En el prélogo de 1923 se refiere a Rosas y su tiempo (1907) como una obra de “autosugestién médica, que busca reducir a hombres y cosas al lecho de Procusto de su teorfa preconcebida de las neurosis de los hombres célebres, [y] deforma sin quererlo ja verdad histérica, malogrado el enorme material utilizado (an tendenciosa y unilateralmente”. En el texto original de 1898, sin mencionarlo, aunque obviamente refiriéndose a la primera parte de Las neurosis de los hombres célebres (1878)* que Ramos Mejia dedicara a Rosas, el tono es mas duro (probablemente porque no existia ni siquiera el ate- fuante del “enorme material” que Ramos Mejia utilizarfa en 1907): 39 Es pues, insubsistente la teorfa de considerar a Rosas “como la encarnacién misma de la neurosis”. Y debe ponerse esto bien en claro, por cuanto es grande entre nosotros el influjo de las doctrinas lombrosianas, 0 de las arriesgadas afirmaciones de Tarde, segtin las cuales, gracias al desarrollo que han dado a esa tesis los juristas italianos, nada justificarfa mas a Rosas, eximiéndole en absoluto de responsabilidad, que consagrarle como un neurdtico, un desequilibrado, un enfermo, un irres- ponsable, en una palabra. Los médicos, cuando se disfrazan de historiadores, usan y abusan del arsenal esotérico de nombres de enfermedades buscando, con tan ffeil recurso, escamotear lo penaso de la investigacién previa, y ereyendo que basta un término técnico sonore —y lo es, en sumo grado, el de “neuro- sis” y “neurético"— para qua todos asientan, deslumibrados, a la ruidosa calificacién. Pero eso no es historia, ni erénica, ni siquiera “informe médico legal”: es simple literatura de menor cuantia. Decididamente, no. Entendemos que hay cobardia civiea en solucionar Ia dificultad con tan ingenua sencillez; y que es adular irrespetuosamente a un pueblo el querer librarlo de la responsabilidad histérica que le eorresponde como sus- tentador de un gobierno, pretextando qua ha sido victima de un demente? Mas alla de la responsabilidad “civica” que Quesada pretendfa asumir en esta denuncia, estaba claro qua al enfo- que “médico-psicolégico” de Ramos Mejia era diametral- mente opuesto al punto de partida de Quesada: Rosas no era para éste mds que un producto de su época, y no debjan bus- carse explicaciones al estilo de la “teorfa de los héroes” de Carlyle, a la que Quesada calificaba de errénea y peligrosa: errénea porque finalmente “todo hombre es producto de su tiempo”; peligrosa porque los pueblos no deben acostum- brarse a ser “rebafio a merced de cualquier pastor”: 40 Rosas encarné su tiempo, pero no hizo ni pudo hacer ma: decir, no torcié los acontecimientos ni los amold6 a su paladar ( w.) Lejos de eso, su criterio fue normal y reducida su ideal: por eso no sera una figura descollante de la historia, como pudo serlo.!° Las caracterfsticas de la €poca, entonces, son los pard- metros con los qua la accién de Rosas debe ser medida. Quesada no introduce ninguna reserva sobre los problemas que encerraba el atribuir a “la época” toda la responsabili- dad por los hechos del rosismo. Hay para Quesada mal cri- terio histérico y hasta “cobardfa cfvica” en el determinismo “inédico-psicoldgico” de Ramos Mejia, porque al consagrar como “neurético” a Rosas se lo exime de responsabilidad al imas puro estilo de la criminologia lombrosiana; pero Quesada no parece percibir que en algunos pasajes su enfo- que puede ser susceptible de una acusacién parecida: es ahora el momento histérico, en lugar de la conformacién bioldgica o psicolégica, el que ha determinado el fendmeno rosista. Por otra parte, dadas las reiteradas referencias que tanto Quesada como Ramos Mejfa hacian a la obra de Taine, conviene recordar que para éste tanto la raza como el medio y el momento eran los factores que impulsaban una determi- nada configuracién histérica, por lo que el distanciamiento que Quesada pretendfa establecer respecto a las bases meto- dolégicas de su trabajo y el de Ramos Mejfa era en realidad s6lo aparente." / Quesada dedica una buena parte del libro al estudio de algunos de los logros mds destacables del Tosismor el legar bases para la construceidn de un estado nacional, domi- nando a los “sefiores feudales” durante “la edad media argentina” que comienza con la crisis del afio veinte; un escrupuloso control de las finanzas publicas, a la vez que 41 una astuta utilizaci6n del tesoro como herramienta de patro- nazgo; una politica exterior que Quesada califica como “un capitulo brillante de la historia patria”, haciendo respetar la soberanfa nacional por “naciones tan poderosas como Francia e Inglaterra”. @ . El terror desatado por la mazorca es visto como una reac- cin casi inevitable frente a las circunstancias impuestas por la “Traicién” unitaria de 1840, y una consecuencia de los anteccdentes hist6ricos, entre los que Quesada destaca el “plan de operaciones” de Moreno de 1810 y la generalizada tendencia a recurrir a Ja violencia tanto de unitarios como federales. Rosas queda asi reducido a un intérprete de las necesidades histdricas del momento: En citcunstancias semejantes nadie pensaba en instituciones Mas 0 menos liberales; s6lo se queria el orden material, a cual- quier precio. Rosas era el hombre que encarnaba y realizaba esa, aspiracion, ¥ que, imbuido en los mismos prejuicios de sus Coetaneos, ante todo y sobre todo aspiré a cimentar el anhela- do orden material, considerando como cosa secundaria y como simples formalidades las instituciones liberales, con su ropaje Parlamentario y su gobierno ministerial, En un pafs normaliza- do y Con educacién difundida, un hombre semejante habria sido una calamidad; en nuestro pais y en aquella época, era una salvacién,"? Pero ademds de garantizar ese “orden material” Quesada le atribuye a Rosas el haber sido agente de conso- lidacién de las dos grandes tendencias histéricas de la época que marearfan la evolucién histérica argentina posterior. Estos principios eran “el Sentimiento demédcrata de la muchedumbre”, y “la politica de federalismo y autonomia™ que crecieron como reaccién al predominio de los “persona- Jes de ciudad” (p. 87). El estudio del papel jugado por Rosas 42 én lu consolidacién de esos dos principios le permite a Quesada la oportunidad para reflexionar sobre la evolucién uc los mismos habian experimentado hacia fines de siglo, y es en estas reflexiones donde la influencia del reformismo liberal se nota mas claramente. 2, Quesada, Rosas y el federalismo argentino Como bien ha sefialado Natalio Botana en La libertad politica y su historia, Mitre habia dejado en su Historia de Helgrano un reconocimiento tanto de Jas raices coloniales del instinto demoeratico en e] Rio de la Plata, como del papel que los caudillos habian jugado en mantener vivo ese impulso social igualitario que para Mitre necesariamente ilebfa ser reconocido y canalizado por un marco institucio- nal apropiado. Los caudillos significaban para Mitre, ade- mis, el espfritu de autonom(/a que se constituirfa en elemen- to fundador del federalismo argentino. Este dltimo punto esluvo lejos de ser compartido por 1a historiograffa constitu- c¢ional posterior hasta comienzos del siglo XX, cuando la siccién de los caudillos comenzo a ser revalorizada," Quesada adopta una linea de andlisis que parece acusar la influencia de ese antecedente, dedicando el primer capitu- lo de La época de Rosas a estudiar el “caracter federal de la organizacion colonial”. El punto de partida es un territorio que ofreciendo pocas oportunidades para las comunicacio- nes y el comercio engendra “una poblacién nativa con habi- los de independencia semi-salvaje, obligada a desparramar- xe en desiertos y a vivir en comarcas donde rara vez se hacia sentir la influencia de las autoridades coloniales.” En las ciu- dades, los cabildos fomentaban la “vida comunal (...) res- tringida pero perfectamente deslindada.” A este primer reco- 43 nocimiento Quesada agrega un anilisis de las instituciones del virreinato del Rio de la Plata tomado de un artfculo escrito en 1881 por su padre, Vicente G. Quesada, en el que se intentaba demostrar que lejos de promover la creacién de Ja provincia-metrépoli de Buenos Aires a través de un regi- men centralizador, como Alberdi habfa sugerido, el régimen espaiiol habia promovido un gobierno equilibrado entre la autoridad local de los gobernadores-intendentes y Ja autori- dad general del virrey.'’ En La época de Rosas Quesada con- cluye que esto se vio reforzado por una inclinacion histéri- ca de los conquistadores hacia la descentralizacién adminis- trativa: Lo espafiol, lo heredado por los colonos y la sociedad colonial en el Rio de la Plata, fue el amor tradicional a la descentraliza- cién administrativa, que es la base de los fueras; los conquis- tadores Hevaron la idea madre, bebida y guardada en cada regién de Espafia, y no Ja idea artificial del centralismo con el rey, porque eso era lo convencional. Este amor a la descentralizacién administrativa hereda- do por los colonos quedé encarnado, segtin Quesada, en los cabildos e intendencias, influencias locales y regionales, concluyendo, que “la idea federal, aunque el nombre sea moderno, estaba en la vida colonial por la naturaleza de las cosas”. La herencia colonial, en consecuencia, no servia como justificativo o explicacién para la centralizacién del régimen politico. Tras la independencia, la nueva nacién obedecié a la ldgica que imponfa esa tradicién, lo que demostraba que, contrariamente a lo que hubiera sido en otras naciones con otras tradiciones (por ejemplo Pert y Chile), “el federalismo argentino no ha sido una invencidn, ha sido una evolucidn”." {Qué papel cumplid Rosas en esa evolucién? Quesada dedica otro capitulo del libro a discutir la posicién personal ile Rosas frente al federalismo. Comentando el texto de la ewrta de Rosas a Facundo Quiroga escrita desde la hacienda de Figueroa en diciembre de 1834, Quesada concluye que Rosas “no sostenia propiamente una federacién, sino una confederacién”, Rosas habia sostenido que “el gobierno general en una repUblica federativa no une los pueblos fede- rules: los representa unidos; no es para unirlos, es para representarlos ante las naciones. No se ocupa de lo que pasa interiormente en ninguno de los estades, ni decide las con- ticndas que se suscitan entre sf.“Esta preferencia por la forma confederal de facto, y el rechazo a constituir formal- mente al pais bajo un régimen federal, expresado en la carta Quiroga, se justificaba segtin Quesada, una vez mas, por las circunstancias histéricas: Carecia el pafs de las condiciones mas elementales de cultura politica, de habitos electorales, de indispensable autonomia econémica local: era un juego de palabras peligroso hablar de sistema federal de gobierno representativo o de constitucion federal, cuando faltaba toda base seria para ello, De ahf que prefiriera el régimen de una confederacién, en la cual intervic- nen las provincias —en el estado en que se encuentra— como entidades polfticas semi-soberanas: tal lo realiz6 durante su jargo gobierno. (p. 94) Quesada coneluye que resultaba erréneo calificar al perfodo como uno de caos institucional: habfa una formula constitucional definida, que podfa ser calificada como buena o mala —y Quesada no tenia simpatia alguna por el régimen de confederacién—, pero no podfa argumentarse que no fuera legftima para la época (p. 97). Por otra parte, sostenfa Quesada, y aqui aparecian las preocupaciones reformistas 45 del momento, la evolucién posterior de la polftica argentina no permitia asumir una posicién exageradamente critica de la estructura institucional rosista; éPuede afirmarse acaso que la prictica parlamentaria argentina ha depurado hoy en absoluto la composici6n de las legislaturas nacionales 0 provinciales, y que sean éstas la expresidn ms genuina de los pueblos, y fepresenten mejor las autonomfas locales, sin obedecer a la influencia deprimente dle gobierno local o general, como sucedia €n aquella época? La respuesta seria diffcil. (p. 148) _ El anilisis se dirige a partir de ese punto a una critica de Ja poderosa influencia que el tesoro nacional tenia en los Presupuestos locales de varias provineias, que culminaba hacia el cambio de siglo en una inevitable regulacidn y absorcién de la vida provincial por el gobierno nacional, a Quesada ampliarfa en su introduccién a la edicién En “La evolucién sociolégica argentina’, el trabajo de Quesada publicado originalmente en 191] y agregado como Introduccién ala edicién de 1923 de La época de Rosas,'la Continuacién de este andlisis de la evolucién del federalismo argentino refleja las preocupaciones caracteristicas del reformismo institucional del Centenario, y las reflexiones de Quesada deben ubicarse en el contexto marcado por Jos inte- Trogantes planteados por Rodolfo Rivarola y José N. Matienzo, entre otros, sobre la crisis del sistema federal argentino. En 1908, en Del régimen federativo al unitario Rodolfo Rivarola postulaba la necesidad de poner punto final al experimento federalista, producto de las circunstan- Clas del momento histérico de 1853-1860 y adoptar un régi- men unitario basado en la centralizacién politica y Ia des- 46 @eniralizacién administrativa. En 1910, en El gobierno representativo federal en la Republica Argentina, José N. Maticnzo proponia mantener el régimen federal pero retor- fuindo a la formula original de 1853, eliminando las refor- mas de caracter federalista de 1860, y reforzando asi el eardicter centralizador de la férmula mixta de Alberdi." Para Quesada en 1911, la formula mixta consagrada en la consti- tucién de 1853 habia tenido entre sus méritos el reflejar ade- euadamente en su férmula transaccional federal-unitaria la ayolucién histérica del pais, incluyendo “la trascendental época de Rosas”. Esta férmula del ‘53 se habfa visto desbor- dada por “la prepotencia presidencialista” (alimentada, segtin Quesada, por las equivocadas interpretaciones consti- tucionales que durante la presidencia de Sarmiento fueron inspiradas por seguir a “tratadistas yanquis”) que habfa cul- minado en “un unitarismo centralista, un régimen presiden- clal todopoderoso, y una invasora esfera de accién de las provincias...” Estas han ido entregando al poder central el wostenimiento de las escuclas y obras piiblicas de caracter local, y poco a poco, “los gobiernos locales se van transfigu- rando en sombras de poder”: Va el pafs asf hacia un unitarismo practico bajo la mascara de tin federalismo teGrico en el texto legal: por una singular ironfa del destino, cuando han desaparecido los hist6ricos partidos unitario y federal, consagrado por todos el triunfo del segundo sobre el pri- mero, viene éste insensiblemente a imponerse en la realidad con ota desgraciada evolucién constitucional.'? Rivarola habfa concluido en términos similares, en su libro de 1908, que “mientras los factores unitarios se han mantenido y acentuado enormemente, los federativos se han atenuado, desvanecido, esfumado.”” Pero mientras para 47 Rivarola esto era un Tasgo positivo, ya que el federalismo habia sido una ficci6n ttil en su momento que debfa ahora desaparecer (“E] equivoco del federalismo ha sido titil para legalizar la existencia de un Gobierno central, que existié ilegalmente con Rosas; pero cumplida esta funcién, es una de las causas perturbadoras de Ja paz”, decia en Dei régimen federativo al unitario); para Quesada, que enfatizaba las raf- ces hist6ricas del federalismo argentino y lamentaba la “des- graciada evoluci6n constitucional” que amenazaba la conti- nuidad de ese régimen, todavia valia la pena intentar la pre- servacion del mismo: Casi se diria que el ideal constitucional del momento, entre nosotros, es remedar la areaica constitucién de la oligarquia chilena del tiempo de Portales y de Montt. Y desgraciadamen- te todos han aceptado, abiertos los brazos, esta desviacién constitucional como un hecho consumado, desnudando el cue- lo para recibir el golpe; y llenan de voces los recintos Jegisla- tivos y truenan las salas de comités para. proclamar que es ino- cuo o simple pérdida de tiempo el tatar de enderezar ese entuerto ( ... ) Creo —en cuanto a mi— firmisimamente y a macha martillo que, por las condiciones del medio geografico y por la tradicién de nuestro pasado, el sistema federal repre- sentativo, respetuosisimo de lag autonomias provinciales, es el exigido por las necesidades de nuestro pais, y no es posible pensar de vivir sin él... 2! En consccuencia, Quesada se inserta en ese Proceso de reivindicaci6n historiogréfica del federalismo de comien- zos de siglo que tiene lugar en un contexto de crisis del sis- tema federal, y que seria continuado, como ha sefialado Pablo Buchbinder, por Emilio Ravignani, entre otros.” 48 4, Rosas y la democratizacién de la sociedad argentina Como ya se ha mencionado, Quesada adopta un punto de partida parecido al establecido por Mitre en la Historia de Helyrano con respecto a los orfgenes de] sentimien 0 ¢ im f rac o en el Rfo de la Plata. La marcha de la colonizaci m distingue a la sociedad aristocratica creada por la corvien golonizadora del Perti, que se extiende hasta el norte argen- tino, de la sociedad ce “Buenos Aires y el litoral, sin wet dad, sin aristocracia, con mds Pinjados gue ricos (... [donde] la vida era mds Hena y democratica e 4 ten. Ln este marco tuvo Sugar la revolucién de lain a ee ala que tuvo “un comienzo aristocrético y arpa que condujo en consecuencia a la “crisis social arse \ hn Pero esta crisis, lejos de ser la catastrofe que muc! ° in ereido ver, ha tenido un resultado benéfico, “pues el aha fexuclto el problema més dificil de la organizacion nac nel? Suerte ha sido que haya pasado esa lucha, porque ” le sucumbié el cardcter aristocratico y oligdrquico de nucs a Pe mera revolucidn y, poco a poco, predominé el caricter de erdtico y popular, que la historia y las condiciones | specials de nuestro territorio imponian. (...) Esa transformaciéi "radi del carécter de nuestra revolucién, ha permitido sowuele ve conjuntamente él problema social, dando vida propia a as masas, impidiendo la division de castas y democ iandlo = absoluto el pais. No ha sucedido lo mismo en as dem: Esecion nes de la América latina, y vemos a muchos pafses contemp. 56 4 con terror la solucién del problema. En la introduccién de 1923 (“La evolucién social argen tina”) Quesada destacaba “la inconsciente accién democr: 49: tica de las masas plebeyas y analfabetas”, que durante la epoca de Rosas habfan Contribuido a destronar Ja forma én aristocratica de la sociedad colonial, y a amalgamar definiti, vamente la sociedad argentina. Este punto podria haber apn recido como otro probable canal de acercamiento 2 ) explorado por Quesada— a la obra de Ramos Mejia, que cn Rosas y su Uempo, si bien en un tono mas critico y esi mis- ta que el de Quesada respecto a las caracteristicas de eSe€ pro- ceso, habia enfatizado el e €cto democratizado plel 1 efecto ¢ ti d zador de la “plebe Gon él nuevo orden de cosas que se establecfa, la ansiada mocracia iba a llegar a su febril acme: la plebe portefia ocu- Paria las alturas en medio de] triunfante clamoreo alrededor de] bien no venga”: después que el enorme mar bravio se relira a sus cauces naturales, deja en su largo recorrido de veinticinco afios, el limo fecundo de una Conquista que constituye en la Sociedad la tinica verdad verdadera: la igualdad ant: t1 vaio y las aptitudes.25 . etieae . La referencia de Quesada a Ios otros paises de América latina que atin no habfan resuelto el problema de la democra- lizacién. Se Inscribia cn una comparacin entre la evolucion de Argentina y Chile que Quesada realiza en los dos titimos capttulos del libro (titulado “Rosas y Portales: Ia democracia y la oligarquia” y “La evolucién argentina durante la epoca de Rosas, Comparada con la evolucién social en el resto de América, principalmente en Chile”). Chile ha sido un caso especial en la historia de las nuevas naciones sudamerica- nas; contra la tendencia general ha mantenido la paz y |. estabilidad politica durante casi todo el siglo XIX ceo 5 que ha Hegado a su fin unos Pocos affos antes de la vublicn. ci6n del libro de Quesada, con la revolucién de ‘1391 que 50 ierrocé al presidente Balmaceda. Este abrupto final de ese iparcntemente exitoso experimento institucional le sugiere a Quesada que tras el manto republicano que cubria a la nacién chilena se escondia la presencia do un pueblo “que iguc inmutable viviendo de la vida de antafio, feliz en su volonial inquilinaje”, no muy distinto al de las otras nacio- fies americanas en cuanto a su incapacidad para enfrentar las exigencias de una evolucién politica ordenada. Asi, para Quesada el enyidiable orden chileno no se debié a una propensién natural de su pueblo sino, muy por el contrario, a “la dedicacién admirable de un centenar de furmilias terratenientes y que podriamos Ilamar patricias”. Gracias a este patriciado republicano Chile ha tenido gobiernos serios y administraciones honradas, politica esta- ble, y una severidad britdnica en la vida ptiblica” mientras LI pueblo chileno ha podido vivir tranquilo, contento y feliz, sin preocuparse de politica ni de guerra, sino de su embrutecedor trabajo y del embriagador placer de Ja chi- cha...” (p. 157). Esta comparacién con la historia chilena le \igiere a Quesada un nuevo motivo para revalorizar la era rosista: la reciente revolucién chilena no es mds que “el cho- que de los principios democratico y oligdérquico”, lo que indica que Chile atin tiene por delante el problema que la Argentina solucion6é durante la época de Rosas. Sin embar- go, el reconocimiento que Chile ha propiciado a Portales, artifice del orden chileno del siglo pasado, no tiene su con- iruparte en el reconecimiento que Argentina debiera tributar- le a Rosas: -En lo tnico en que Rosas no se parece a Portales, es que a éste su partido y su patria han levantado una soberbia estatua, frente al palacio de gobierno de Chile, como si fucra su genio tutelar; mientras que a Rosas sus adversarios y su patria execra- Si fon primero su memoria y la contemplan atin con antipatica indiferencia, cuando no con aversién. Verdad es que Portales utiliz6 su omnimodo poder en consolidar la oligarquia chilena, mientras qua Rosas empleé el suyo en asegurar del todo la democracia argentina: ahora bien, las oligarquias han sido constantemente agradecidas y han glorificado a sus sostenedo- res, mientras las democracias son de antiguo olvidadizas y acostumbradas a escarnecer a los que por ellas se sacrifican. (p. 153) La valoracién que Quesada hace de Rosas como un agente integrador de la sociedad argentina esta alimentada Por las preocupaciones en torno a la cuestién social de Jas que el cambio de siglo fue testigo. Para Quesada, a fines del siglo diecinueve debe reconocerse un rasgo de la sociedad argentina tan o mds importante que la estabilidad institucio- nal lograda; éste es el reconocimiento que “la igualdad de las clases sociales es un hecho, todas las capas han sido entreveradas...”, lo que permite vislumbrar un futuro menos comprometido que el de las otras naciones sudamericanas: “a nuestras espaldas no hay problemas pavorosos: el porve- nir se nos presenta despejado” (p. 159). La época de Rosas, dado ese cardcter integrador, adquiere entonces tasgos fun- dacionales para quienes sostenfan ya a comienzos del siglo XX que en la Argentina no existian condiciones que hicie- ran temer el surgimiento de una cuestion social “a la euro- pea”. Quesada fue un ferviente partidario de esta tesis: El antagonismo social originado por et enfrentamiento de una plutocracia arrogante por un lado y un prolctariado empobreci- do por el otro no se presenta como un problema argentino, por- que las riquezas est4n todavia en proceso de formacién, y cam- bian facilmente de manos. 52 Si bien Quesada partia de esta interpretacion de lo inade- cuudo de aplicar a la Argentina un tipo de andlisis “europeo” sobre la cuestion social, él estaba lejos de sostener una poli- lica de neutralidad del estado en esta materia, abogando por ‘e] criterio sociolégico de la colectividad y de la solidaridad sobre el viejo criterio romanista del individualismo y del liberalismo...”* En la conformacién de ese “criterio sociolé- gico de la solidaridad”, inspirado segtin Quesada por las nuevas orientaciones de la sociologia y la economia, la his- \ria jugarfa un papel central. Pero también Ja ensefianza de tn historia, como herramienta para difundir determinades vulores y concepciones sobre la sociedad y la nacionalidad, estaba llamada a cumplir una importante funcién frente a los nuevos conflictos sociales, como Quesada demostraria en su estudio sobre la ensefianza de la historia en Alemania. 4, Quesada, la ensefianza de la historia y las ciencias sociales Entre 1908 y 1909 Quesada viajé por Alemania € Inglaterra, realizando un estudio en veintidds universidades alemanas sobre los métodos de ensefianza de la historia, por encargo de Redolfo Rivarola, decano de la facultad de cien- clas juridicas y sociales de la Universidad de La Plata. A su regreso publicé su informe, La ensefanza de la historia en las universidades alemanas.” En este informe, la vinculacién entre la ensefianza dela historia y el papel del estado en la solucién de Ja cuestién social ocupa un lugar prominente. Uno de los puntos a los que Quesada le dedica mayor atencidn es la forma en que la ensefianza de Ja historia en Ja educacién primaria y secunda- ria prusiana estaba orientada a reforzar una concepcion 53 nacional, dindstica y social determinada, que la convertia en “el eje mismo del plan de estudios” (p. 104). En esto, Guillermo II habia demostrado ser un perspicaz observador de las caracteristicas del emergente conflicto social, conclu- yendo, acertadamente segtin Quesada, que la ensefianza de la historia en las escuelas piblicas era un arma poderosa para orientar al pueblo alemdn: “el actual emperador se ha mostrado ,.. profunda e intimamente convencido de que al peligro social del sectarismo nihilista y anarquista, hay que combatirlo no tan sdlo con leyes sociales represivas, por dra- Conianas que puedan ser, sino con medidas de estadista ...” (pags. 127-128). Entre esas “medidas de estadista” de Guillermo II orientadas hacia los problemas sociales, Quesada destacaba la forma en que en la ensefianza de la historia en las escuelas piiblicas se insistfa sobre “el amor de la casa reinante por las clases proletarias y sobre la legisla- ci6n social del ultimo cuarto de siglo”. El objetivo era claro: Se ve, con ello, la tendencia a combatir indirectamente las doc- trinas socialistas, preparando generaciones que resulten refrac- tarias a la propaganda de los partidos extremos, y buscando que, al ejercer més tarde su derecho electoral, lo hagan en sen- tido antagénico al de dichos partidos.* Esta cuestion de la utilizacién de la ensefianza de la his- toria como una herramienta necesaria para imprimir un con- tenido nacional y una concepcién de la sociedad determina- da en Ja poblaci6n, aclaraba Quesada, tenfa al momento de escribir su informe una importancia central para la Argentina. El tema habia sido planteado por un trabajo de similares caracteristicas al informe de Quesada: La restaura- cién nacionalista de Ricardo Rojas, publicado en 1909 por encargo del ministerio de instruccién publica. Para Quesada, | trabajo de Rojas era excelente, aunque le objetaba el estu- dir la ensefianza de la historia en Alemania a través de fuen- igs sccundarias inglesas, norteamericanas y francesas, y no por una investigacién directa, tal vez por no conocer el idio- ima, Aparte de este inconveniente, resultaba claro para Quesada que Rojas adheria a la orientacién alemana porque @olncidfa con su tesis de “hacer que la escuela sea nuestra... (pags. 137-38). En definitiva, Quesada compartia con Rojas el principio d@ que el estado debia tener un papel activo en la definicién de los contenidos de la ensefianza de la historia: Si en la ensefianza de la historia se dejara a cada maestro en ibsoluta libertad para exponerla segtn su propia ciencia y con- clencia, con arreglo a sus pasiones individuales se Negaria pro- bablemente a una verdadera anarquia; porque cada cual inter- pretarfa los heches histéricos a su manera, segtin la amplitud de su informacién o la inelinacién de su propio criterio, de modo (joc Ja juventud que pasara por las escuelas Iegarfa a la vida real con las ideas m&s contradictorias respecto del pasado, incluso el de su propia nacionalidad, lo que forzosamente lnfuiria en los destinos de la patria de un modo pernicioso: cl estado, entonces, que ha tomado a su cargo la instruccién de los eludadanos, ... no puede abandonar la ensefianza a esa anarquia «de los infinites criterios individuales, sino que debe fijarle ram- bos, imprimirle tendencias, sefialarle orientacién.” El contexto intelectual en el cual estas afirmaciones de Quesada se insertan esté marcado por los origenes de la edu- @Acién pateiética y su vinculacién con Ja reconsiderdcién de la inmigracién y los nuevos problemas sociales.” En 1908, José Maria Ramos Mejia asumia la presidencia del Consejo Nacional de Educacién, en 1909 se publica La restauracién nacionalista de Rojas, y durante el Centenario, en medio de 55 un rebrote de activismo anarquista y una fuerte reaccién’ nacionalista, Quesada publicaba esas reflexiones sobre el papel del estado, en la educacién. En La evolucién social argentina, también publicado en 1910, Quesada concluyé: El plasmar el alma nacional por la escuela ptiblica comin y obligatoria, y la lenta adaptacién de la masa inmigratoria a la tadicién histérica y a las aspiraciones patristicas futuras, demanda mucho tiempo y esté ahora en pleno estadio evoluti- vo: la celebracién del centenario de la emancipacién ha puesto de relieve que tal evolucién se encuentra mucho més adelanta- da de lo que podia colegirse, pues no sélo nifios de las escue- las, hijos de extranjeros solos, o de éstos y argentinas, sino hasta los propios padres, no naturalizados atin, enarbolaron vivamente los colores nacionales ¥ los ostentaron con patriéti- co orgullo por las calles, cuando el pasajero y exdtico desbor- de anarquista parecié exigirlo ... 2! El estudio sobre Ja ensefianza de la historia en Alemania le permitié a Quesada reflexionar también sobre la influen- cia que la historiograffa alemana habfa ejercido sobre todas Jas ciencias sociales, algo que el mismo Quesada habia apuntado cn numerosas oportunidades previas a su viaje de 1908-1909. Tanto desde su catedra de Sociologia como de Economfa Politica de comienzos de siglo, Quesada hab{ia reflejado la influencia del historicismo en su enfoque de las Ciencias sociales, “ide manera que realmente existen tantas fases de nuestra ciencia como naciones...”"= Pérez Amuchastegui ha destacado la influencia que Ranke, Droysen y Dilthey tuvieron sobre la formaciGn metodoldgi- ca de Quesada.” Tanto o mas influyentes parecen haber sido los economistas de la llamada escuela histérica alemana, como Roscher, Knies, y sobre todo Gustav Schmoller, que encabezaron la reacci6n historicista contra las pretensiones 56 universales de la economéa politica clasica. / Aunque Quenada sostenfa que el verdadero “enfoque sociolégico de la economia implicaba tanto la superacién “del abuso decuctivo de la escuela smithiana inglesa, como del induc- tive de la escuela cameralista alemana”, sus preferencias gstuvieron siempre del lado del historicismo alerndn.” @aiu consagracién del modo de pensar historico y su infer ala sobre las nuevas disciplinas sociales terminaba sien do pura Quesada la principal contribucién de la historiografia flemana: el “sentido histérico” que ha implantado en todos los cono- vimientos humanos es, quizd, una de las mas grandes congue: tas del sighe XIX, ... de modo que todo se eneara con crterio histérico, como un momento que pasa y que debe investors exactamente como un momento que ha pasado, pues nad a pay absoluto ni definitivo y todo se ha convertido en categorfas his- FF m 35 téricas mas o menos amplias 0 concretas. Esta concepcién de la historia y del peso de la historia, ent@ también presente en La época de Rosas: el tervorose rechazo de Quesada por la tesis de Ramos Mejia sobre la neurosis de Rosas se explica en gran medida por la achesian tle Quesada a ese “sentido histérico.” La interpretacion fe Ramos Mejia es vista por Quesada como un derivado ge ote forma de explicacién a priori con pretensiones universal is: ia (cl determinismo biolégico) que debia ser superada por la investigacién hist6rica minuciosa, que era en definitiva ! (nico camino para conocer ese “momento pasado” del rosis Mo . Como conclusién, La época de Rosas y las contribucio fi istos Slo nies historiograficas de Quesada pueden ser vistos, no 86 como un importante antecedente del revisionismo histérico ode una renovacién metodolégica en Ia historiografia argen- tina ——Tasgos que han sido reiteradamente destacados por las historias de la historiografia argentina—, sino también como un tipico producto del enfoque reformista de cambio de siglo. A través del estudio del rosismo, Quesada ensayé una reflexion sobre la evolucién del federalismo y la centraliza- ci6n, la falta de legitimidad de las instituciones representati- vas, los antecedentes de la igualdad social y el papel del estado como respuesta al surgimiento de los nuevos conflic- tos sociales, en un momento en que estos temas se conver- fan €n preocupaciones centrales para una buena parte de los intelectuales que conformaban la generacién reformista del Centenario, Ademés de la destacada posicién que Quesada alcanz6 como catedratico de Sociologia y de Economfa Politica, su rescate del “sentido histérico” con el que debfan analizarse esas cuestioncs —ue por otra parte, estaba pre- sente en su interpretacién de esas nuevas ciencias sociales— fue una influyente contribucién al debate sobre la sociedad y las instituciones argentinas de comienzos del siglo XX. Notas 1.— Emeste Quesada, La épaca de Rosas, su verdadero cardcter histérico (Buenos Aires, Moen, 1898); La épaca de Rosas (Buenos Aires. Peuser, (1923) - Esta edicién de 1923, que no tuvo alteraciones en el texto Original, salvo la inclusién del trabajo de Quesada “La evolucién socioldgica argentina” de 1911 como introduccién, es Ia utilizada en este trabajo, citada de aqui en adelante como La época. En ediciones Posteriores de La época fueron incluidos otros trabajos que Quesada Publicé entre 1926 y 1927 (aparecidos previamente como articulos en diarios y revistas); Lamadrid y la coalicién del Norte: Lavalle y la batalla de Quebracho Herrado; Pacheco y la campaiia de Cw Oc ch ¥ la batatla de Angaco. Tanto en los ob Jetivos como en la forma este . trabajos difieren de La época: utilizan una forma narraliva tradicional 38 nas que la del ensayo y apuntan mis bien a una reivindicacin de figura de Angel Pacheco (por vinculaciones familiares Quesada hal recibido el archivo personal de Pacheco). En la década del veinte, tras fracasar una gestién con el gobierno de Marcelo T, de Alvear, Quesada dond su biblioteca personal de 80.000 volamenes al Instituto Ibero-Americano de Berlin. Cf. Nicolas Matijevie, “La Biblioteca de Ermesto Quesada y el Instituto Ibero- Americano de Berlin”, Docuntentacion Bibliotecoldgica, No. 33, 1972. Romulo D. Carbia, Historia de la historiografia argentina (La Plata: Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educacién, 1925), pag. cof. también M. A. Scenna, Los que escribieron nuestra historia (Buenos Aires, Ediciones La Bastilla, 1976), pags. 103-108; A. J. Pérez Amuchdstegui, “EI historiador Ernesto Quesada”, en Gustavo Ferrari y Ezequiel Gallo, compiladores, La Argentina del Ochenta al Centenario (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1980), pags. 841 y 8.3 Angel Cuastellin, ‘Accesos historiograficos”, en Hugo Biagini, compilador, Et movimiento positivista argentino (Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1985), pags. 78-88. Sobre el aporte de Quesada a la visi6n reformista de la cuestién social que surgié desde las incipientes ciencias sociales argentinas de los pri- meros afios del siglo XX, véase Eduardo A. Zimmermann, “Los inte- lectuales, las ciencias sociales y el reformismo liberal: Argentina, 1890-1916", Desarrollo Econdmico, vol. 31, No. 124, enero-marzo 1992, pags, 545-564. La época, pgs. 41, 45. Halperin Donghi ha apuntado que el trabajo de Quesada comparte con otros representantes de. la renovacién historio- ica del cambio de siglo —Francisco Ramos Mejia, El federalismo argentino (1889); Juan Agustin Gareia, La ciudad indiana (1900); Joaquin V. Gonzilez, El juicio det siglo (1910)— el apartamiento de la forma narrativa, dada Ia centralidad que ese modelo habja tenido en la historia politica tradicional. Tulio Halperin Donghi, “La historiografia: treinta afios en busca de un rumbo”, en Ferrari y Gallo, La Argentina del Ochente al Centenario, pigs. 829-840 La época, pigs. 142-43. Esta afirmacién se encuentra en el prélogo a la edicidn de 1923 de La época, Anteriormente, Quesada habia expresado criticas mas duras cn Es e] doctor Saldias un historiador?” Criterio de la Historia de Rosas. “La decapitacién del General Acha”, Revista Nacional, vol. XVIII. 1893, pags, 230-93. José M. Ramos Mejia, Las neurosis do los hombres célebres en Ia his- toria argentina (1878) (Buenos Aires, La cultura argentina, 1915), 59 Rosas y su tiempo (1907) (Buenos Air vols. Ramos Mejfa, pese a ta dura critica de Quesada, en el capitulo Sobre los historiaclores de Rosas. de su Rosas y su tiempa hace referen- valiosas contribuciones a Ja historia de la €poca que vamos. 4 estudiar” publicadas por Quesada, aunque sin mayor andlisis de las mismas, Cf. Rosas y su tiempo, vol, pigs. 89-91, 9.— Quesada, La epoca, pix. 83, El determinismo biolégico impulsado por el “influjo de Jas ideas lombrosianas” (entre varias Corrientes intelec- tuales de signe parecide al que Quesada hace teferenci: » Ediciones Jackson, nd.) 4) “Racial Ideas and Social Reform: Argentina, 1890-1916”, Hispanic American Historical Review vol. 72, No.1, 1992. Sobre la influencia del biologicismo en et Pensamiento de Ramos Mejfa, véase también Hugo Vezzetti, Za locura en la Argentina (Buenos Aires, Editorial Paidés, 1985), pags. 97-98; Oscar Tern, Positivismo y Argentina (Buenos Aires, Puntosur, 1987), pags, 22-23), 10.— Quesada, La época, pigs. 89, 98 11—~ Sobre Taine y su influencia en Ramos Mejia y la historiografia argen- tina véase Fernando Devoto, “Taine y Les Origines de ta France Contemporaine en dos historiografias (francesa y argentina) finisecu- lares” en Comités Argentino Para el Bicentenario de la Revolucién Francesa, Imagen y Recepcién de la Revolucion Francesa en tg Argentina (Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1990), 221-246. Para ta influencia de Taine sobre la obra de Ramos Mejia véase también el prélogo de Antonio Dellepiane a la edicién de Rosas ¥ Sut tempo, 4 vols, (Buenos Aires, Ediciones Jackson, n. d.), vol 1, pags. X1-LIX. Algunas ilusteaciones del debate en Ia historiografia del Siglo diecinueve alrededor del papel de las leyes y los uccidentes en la historia pueden verse en Ezequiel Gallo, “Lo inevitable y lo accidental en la historia”, en Oscar Comblit, compilador, Dilenras det conocimien- to histérico: argumentaciones y controversias (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1992), pigs. 145-163. 12.— Quesada, La époce, pags. 170-71. 13.— Quesada, La época, pig, 140 14.— Natalio Botana, La libertad politica y su historie (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1991), caps. IT ¥ VII; José Carlos Chiaramonte y¥ Pablo Buchbinder, “Provincias, caudillos, nacién y la historiografia constitucionalista, argentina, 1853-1930", Decumento para discusién interna, Instituto, de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, abril de 1991; José Carlos Chiaramonte, nacion en la & “El mito de los 60 Wa ina” en “ i rigenes en nes en la historiografia argentina” en “El mito de les a {genes wrlyer 5 : 1 sen i loriografia latinoamericana”, Cuadernos del Instituto R vignan istoriogratia 1 nos de tuto Rav . u " octubre de 1991; Pablo Buchbinder, “Emilio Ravignani, [O- No. 2, 3 cid as pr en este mi libro, as provincias”, en este mismo ria, Ia nacidn y | P ' s , la, La época, pags. 47-48. El articulo de Vicente G. Quesada, del Doctor di weva Revi: Buenos Aires, vol. f ye vista de Bu vol. I, 1 Doctor Alberdi”, Nueva Re 352-384, es una cesefia critica de Juan B. Alberdi, La Que: Las teoria BBL, ps i de Buenos Rejniblice Argentina consolidada en 1680 con la cindad de ‘epee Aires por capital, aparecido ese mismo aiio. El argument cent wpe in " i sostenfa, equi- (ide insistentemente por Quesada (padre) es que a vise ae vocadamente, que el virrey tenia dos gobiernos: cl e eymato ol de _— ‘ ? idad estos eran cargos c es, cuando en realidac ln provincia de Buenos Aires, ° cargos dis: t ' vs, ejercidos por personas distintas, con lo que gran parte. ret intos, ejere ién colonial perdfa sustento. sntacién de Alberdi sobre la central: n. cr "atberd Obras completas (Buenos Aites, 1887), vol. VIII, pags 193-201. esata, La época, pigs. 48-51. ; _ 4 see velnsioe social argentina” fue publicado originalmente en la 3 i ftulo cias Polit vol. II, 1911; y bajo el titu Revi gentina de Ciencias Politicas, Hy ie oh ool Evolution of the Argentine Republic * en America ne ' Academy of Political and Social Science, Amals. Mayo eros aires - i égii derative al uni Rodolfo Rivarola, Del régimen fe Bu " } tee 1908): José N. Matienza, El gobierno representative federal la z " niblica Argentina (Buenos Aires, Coni Hermanos, ! an o Véanse iimnbign los trabajos de Chiaramonte y Buchbinder i sosen| rots 6 gentina™, en La dp aS, . La evolucién sociolégica argent a de Rosas, pi 1). Radotio Rivarola, Del régimen federativo al unitario, an a, 44, — Quesada, “La evolucién social argentina”, en La época, pags. J ’ublo Buchbinder, op. cit. a sucign , eae La época, pag. 19. Este texto pertenece, a a “0 “es ial argentina”, agregado como introduccién a ta edicién c 192 wocial arg > agreg: i sta 3 nk ado originalmente ¢n 1911, Tiene una gran similitud con a ta tis hecho por Mitre en el capitulo I de la Historia de Bel tra w Cla e Be ‘ina: - ”, Cf. Botana, op, cil., pags. 4 vocinbitidad argentina: 1770-1794". Cf. Botana, ep. cit. pags. 35 " : mde 1914, Quesada retomé la distincién ‘mitrista’ de las dist i ¢ 5 s Fas dit i 8 corrientes colonizadoras: “en las regiones de la primera co he tae sn iedad colonial fue eminentemente aristocritea, , Re mientras que sn inst i ‘iedad colonial st -giones del Rio de la Plata, la socies ; u neal fh voeritea” Emesto Quesada, “La evolucién econémico Soria ae ig democratica”’. Ernes “La ie ‘sod it época colonial en ambas Américas”, Revista de la Universi Auenos Aires, vol. XXVII, 1914, pags. 193-260, 61 24.— Quesada, La épaca, pigs. 161-162, 25.— Ramos Mejia, Rosas y su tiempo, vol. 1, pdgs. 286-288; también, vg Tl, capitulos VI y VIL Le debo a Fernando Devoto la referencia al paray lelo entre Quesada y Ramos Mejia Fespecto a los efectos igualitarios q la ¢ra rosista, Sobre Ja influcncia de Taine en el Watamiento que Ramos Mejfa hace de la plebe, véase Devoto, op. cit., pags 240-241. En Li nutltitudes argentinas (1899) (Buenos Aires, Editorial de Belgrano 1977), Ramos Mejia desarrollaria con im: Ss detalle sus interpretaciong sobre cl fenémeno de las miasas. Para la influencia de Gustave Le Bo; en ese trabajo, véase Vezzetti, La locura en ta Argentina, pags. Ue 114: Torin Positivismo y Nacién, pags. 18-22, 26.—E. Quesada, La teoria y la préctica en la cuestion obrera. EL marxise mmo a la luz de la estadfstica en los comienzos del sigle (XX) (Buenog Aires, A. Moen y Hno., editores, 1908), Otros de los escritos principay les de Quesada sobre la cuestion social fucron Ernesto Quesada, La) Iglesia Catdlica y la cuestin social (Buenos Aires, A. Moen, editor 1895); La euestién obrera Y SH estudio universitaria {Buenos Aires, Libreria de J. Menéndez, 1907); y El Problema nacional obrera y ta ciencia econémica (La Plata, 1907), CF Eduardo A, Zimmermann, OS intclectuales, la ciencias sociales y el reformismo liberals Argentina, 1890-1916”, Desarrollo Econdémico, No. 124, vol. 31! enero-marzo 1992, pags, 545-564, 27.— Emesto Quesada, La ensefianza de la historia e: alemanas (La Plata, 1910). A la misién encargada por la Universidad de La Plata se agregaron otras del Ministerio del Interior, para estudiar cl problema de las habitaciones obreras y del ministerio ae Relaciones Exteriores, para estudiar la organizacién de Ia beneficencis publica en Europa. 28.—Quesada, La enseftanze de la histor fa, pag. 157. 29.-—Quesada, Lat enseftanza de la historia, pig. 143, 30.— Como ha mostrado Adolfo Pricto, Quesada extendié su preocupacion Por la integracién social de los inmigrantes al campo de la literatura, en su ensayo ET “criollisme” en la literatura argentina (1902). CR Adolfo Prieto, El diseurso crioltista en la formacién de la Argentina moderna (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1988), Pigs. 168-177. 31— Quesada, “La eyolucién social argentina”, en La época, pag. 36. Sobre el nacionalismo, los origenes de la educacién Patridtica y su vin- culacién con los conflictos sociales del] Centenario, cf. Maria Inés Barbero y Fernando Devoto, Los nacionalistas (Buenos Aires: CEAL, 1983); Mariano B, Plotkin, “Politica, Educacién y Nacionalismo en el Centenario”, Todo es Historia No. 221, 1985; Carlos Escudé, El fraca- n las universidades 62 i a ‘ ‘ res: lel proyecto argentino. Educacién a Ideologia (Buenos an iit . D i “y inciones ide lidlitorial Tesis, 1990), Para otros ejemplos de ‘aprepiacion = ideolégi de fa historia véase Marcelo Montserrat, apropiaes Foe hist + sents” Crite ctubre de , gicw en La historiografia argentina reciente”, Criterio, Octul le pilys, 630-640 . sinfca (La ' H, Quesada, El problema nacional obrero y la ciencia econdmica (1 Plata, 1907), pag. 6. —_ oon cf ALJ Péter Amuchastegui, “El historiador Ernesto Quesada”, a i" i es reentina de Gustavo Ferrari y Ezequiel Gallo, compiladores, La weenie Oy Qchenta al Centenario (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, . 45. 841-49, - voller Quesada destacaba especialmente la obra de Gustav Schme a Urundriss der allgemein volkswirtschaftslehre: “no candace ott indo que pueda compardrsele en toda Ja literatura aeons nea” ic i ig cambién - ‘Quesada, El problema nacional obrero, pag. 12. Cf. im : inane janza de la historia, pags. 958-59, sobre la influencia de a socioloa “ c i Schmoller. i it Jas obras de Roscher, Knies, y obre la economia politica en Trae Oumstce i 5 de sociologia y economia + Sobre el contenido de los cursos 2 omnia esad t bi 1ardo A, Zimmermann, “Los intelectuales, las ciencias sociales y ef Edua , semo Tiberal” d «| rcformismo liberal’, ya citas a ada destavaba Quesada, La ensefianza de la historia, pag. 556. Quesada dest a , c: ionales de Ja historiografia ana. Asi, también los aportes instituci i ema AS efianza de ta historia en las sobre la forma de organizar Ia ens: historia en si dudes argentinas, Quesada recomendaba fervientemente impulsar el is ‘d ni ” e sta i “a la alemana” (corrigiendo a istema de scminarios “a , “stanisiag Zeballos quien se habia manifestado en contra de los nina nine 1 i storia 1 la Universidad de La Plata la creacién de un Instituto x istori Univer instituei Lamprecht (a quien imitara a la institucién que Karl La Universal que imitara a 6 ampre “wien dedicé el libre) habfa creado en la Universidad de Leipzig. Cf. La fianza de la historia, pags. 1034-1148. 63 LA NUEVA ESCUELA HISTORICA: UNA APROXIMACION INSTITUCIONAL DEL CENTENARIO A LA DECADA DEL 40 ! NORA PAGANO* MIGUEL ALBERTO GALANTE** Introduccién En 1916, el director de los Anales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, Juan A. Garcia, llamaba “Nueva Escuela Hist6rica” (NEH) a un grupo de jévenes estudiosos integrado por Diego L. Molinari, Ricardo Levene, Enrique Ruiz Guifiazi, Luis M. Torres, Emilio Ravignani y Rémulo Carbia.? En su “Historia de la Historiografia argentina” éste liltimo sefialaba a la NEH 6omo una importante etapa en el desarrollo de los estudios hist6ricos con centro en el Instituto de Investigaciones Histéricas (ILH) de la facultad de Filosoffa y Letras (FFyL) de la Universidad de Buenos Aires. La integraban los ya eitados ademas de C. Correa Luna y A. Larrouy. Asimismo, #@n 1925, Alejandro Korn alude a la NEH en los siguientes terminos: Salvo alguna que otra excepcidn, no falta quien con mayor fle- xibilidad es miembro a Ia vez de la NEH y de la Junta de Numismética, solemne consagracién de antipodas que dicen ocuparse también de la historia.‘ Facultad de Filosofia y Letras de la Universidad de Buenos Aires “* Pacultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. 63 Poco tiempo después de ser reconocida en el Ambito his- toriografico, uno de los miembros de la misma “escuela” dird: creo que no todos los que se nos ha agrupade ofrecemos una afinidad ni en la orientacién ideolégica ni en los métodos de trabajo ... el conjunto es heterogéneo: algunos ya se arrepienten de la clasificacién.> Retrospectivamente, Ricardo Levene al homenajear la figura de Ravignani, dedica un significativo espacio a negar el advenimiento de una “nueva escuela histérica” tal como lo planteara Garcia; niega particularmente “la revelacién de una nueva obra histérica distinta de la existente segtin sus bases, estructura y composicién”; sostiene en cambio, “el descubrimiento de nuevos espacios de la realidad nacional y sus hombres representativos” a la luz de renovadas investi- gaciones.Indica ademés las principales instituciones respon- sables de la indagacién histérica en la Argentina: la Academia Nacional de la Historia (ANH) y el Instituto de Investigaciones Histdricas.* Las anteriores manifestaciones plantean un fecundo espacio para la reflexién en torno de una parte constitutiva y relevante de la historia de la historiograffa argentina: la NEH. Desde las apreciaciones que niegan su existencia,’ pasando por aquellas que dan por sentado la emergencia de un grupo homogéneo,* hasta las que matizan Ja supuesta organicidad del mismo,’ todas coinciden en referir explicita © implicitamente a dos instituciones: el IIH y la Junta de Historia y Numismética Americana GHNA), futura Academia Nacional de la Historia. Esta perspectiva institucional es la que precisamente intentames desarrollar en las siguientes paginas; creemos 66 similar aportaria nuevos e interesantes ins- ive un enfoque Wumentos analiticos a los problemas que suele presentar la historia de la historiograffa argentina, En efecto, los escasos saliidios sobre el tema siguen en general lineas interpretati- vas conducentes a resultados poco satisfactorios. Se trata de: 4) los trabajos centrados en casos individuales, omitiendo tilu pertenencia del autor considerado a corrientes historio- giificas amplias o grupos profesionales; b) el andlisis de surrientes historiograficas a partir de reales o atribuidas per- ienencias ideolégicas y c) la definicién de los bloques histo- flogrdficos en funcién de su adscripcién a una precisa meto- dulogta derivada de modelos externos, Los enfoques que otorgan prioridad al andlisis institucio- nul por sobre las citadas aproximaciones mis tradicionales, ‘6 (evelaron como altamente eficaces al ser aplicados al onludio de la corriente sociolégica durkheimiana”: poste- rormente a la corriente llamada positivista en Francia" y en 6) andlisis de Ja revista Annales.” En este caso, dicha perspectiva serd utilizada para descri- hire interpretar el comportamiento de dos niicleos de activi- (lad historiografica: la JUNA-ANH y el ITH. A fin de hacer vomparable e] andlisis de ambas instituciones, hemos homo- geneizado las variables a tratar en cada caso en las siguien- {es a) conexiones interpersonales; y/o interinstitucionales con el exterior e interior del pafs, con particular énfasis en el minio alcanzado en las redes relacionales (académicas, historiograficas 0 de otro tipo). b) desarrollo de actividades académicas tales como con- gresos, jornadas, conferencias, ediciones, tareas de exten- siOn, proyectos curriculares. c) relacién con los poderes ptiblicos, particularmente vinculos politicos y politica de subsidios. ‘ 67 Dos vertientes Desde que fuera proclamada la existencia de la NEH, sus integrantes se lanzaron a una febril actividad académi- ca y a la conquista de espacios institucionales. Como resul- tado de este proceso, que sc prolonga por espacio de un quinguenio, los comienzos de los afios veinte encuentran a E. Ravignani al frente del flamante ITH y aR. Levene en su carrera hacia la presidencia de la JHNA. Ya puede percibir- se claramente el nacimiento de la “historia profesional’ y de la “corporacidn de historiadores” con todas sus impli- cancias, procesos vinculados no sélo a factores enddgenos a la propia disciplina sino a una coyuntura socio-politica, La Historia era “la convidada de honor en el proceso de argentinizacién’*; ya los intelectuales de Principios de siglo (XX) la sefialaban como un instrumento capaz de colaborar eficientemente en el proceso de transformacién social, dotdndola de una centralidad inusitada. En este con- texto, la emergencia de una institucién que encarnase tales objetivos asi como la construccién de un discurso autoriza- do sobre el pasado nacional, no sélo seran una necesidad politica y académica sino un motivo de pugna al interior de la corporacién. Mientras se cuestionaba la existencia de una “nueva escuela histérica” tal como sejialdramos, el ITH reeditaba en 1923, con motivo del cuarto de siglo de la primera edicién, La época de Rosas de Ernesto Quesada, obra consi-derada herética cuando vio la luz por primera vez en 1898. Lo importante de esta reedicién reside en que en el Prdlogo, su autor replantea “el criterio doctrinatio de estas investiga- ciones histéricas” a propésito del debate Mitre-Lépez y, al considerar superada la controversia, traza los rasgos de lo que deberfa ser la historiograffa nacional. 68 Micntras esto ocurria en el Institute, en Ja Junta, su por Silonces presidente, Ramén J. Cércano, pronunciaba un Mvendido discurso en los siguientes términos: Preside siempre estas reuniones el primero que supo inventar- lus. Su morada estd ahora en el cenit de la Historia, Pero su uxiento no esta vacfo, porque estd Ileno de su gran memoria. (Ma es para la Junta fuente de origen y también fuente de vida. Resulta evidente que en tanto Mitre continuaba siendo el fuitudigma para los numismiticos, el Instituto ofrecfa el Hepucio necesario para la revision. Ello se explica si se tiene §f cucnta que por entonces la Reforma invadfa los claustros y ti rcnovaci6n se refleja en Ja antigua seccién Historia re- prescntada por un grupo de estudiosos que inauguran una iridicién novedosa en materia de estudios histéricos: la ifivestigacion cientffica sistemdtica comenzaba a no ser jena a la universidad. El IIH se afirmaba asi en una actitud somplacidamente polémica respecto a historiadores argenti- fos de formacién no especializada."* Estos y otros indicios avalarian la hipstes de la existen- cin de dos vertientes al interior si no de la NEH al menos al interior de la corporacién de historiadores. Tales vertientes fo serian tan solo institucionales, sino historiograficas,” funque aqui nos ocuparemos de la primera de ellas. No debe Hamar a engaiios el hecho de que ambas insti- (ueiones se muevan en espacios relacionales similares, ya que este fendmeno es caracterfstico de todo grupo hegem6- nico; lo notable es la puesta en marcha por parte de cada una de cllas, de una serie de mecanismos, derivados de sus res- pectivos condicionamientos institucionales, de sus respecti- vos objetivos y de la politica estatal. 69 Respecto de los condicionamientos institucionales, debe. mos destacar que el ILH forma parte de la estructura univer Sitaria, circunstancia que posibilita su incumbencia ¢ aspectos como la expedicidn de titulos, la seleccién di recursos humanos y otros vinculados a !a actividad profesio nal. Sus limites son los marcados por la propia insercién del Instituto en el contexto universitario y en tal sentido, los d la politica universitaria en conjunto. Ello prefigura un deter minado tipo de vinculos extrainstitucionales. Por su parte, la JHNA ostenta otros condicionamientos' que tienen que ver con su calidad de “academia” en tanto estructura cristalizada, cerrada, autoselectiva, con poder decisional auténomo y cuyos miembros revisten una variada extraccién profesional y cardcter vitalicio. Factores todos que al igual que en el caso del Instituto, configurardn un unis verso relacional particular, como referiremos a continud- cion, La Junta de Historia y Numismatica Americana— Academia Nacional de la Historia Hacia la tiltima década del siglo XIX, un grupo de estus diosos se reunia en tertulias més o menos informales; en 1893 deciden constituirse institucionalmente como Junta de Numismdatica. A partir de entonces el organismo inicia un rapido proceso expansivo caracterizado por la ampliacién de sus miembros y de sus actividades. Tres afios después pasa a denominarse Junta de Numismatica ¢ Historia Americana, en L901 cuenta con su primera mesa directiva y con sus pri meros cstatutos. La Junta surge asf como el primer anclaje institucional en el que se desarrollard la vertiente “erudita” 70 #e li historia argentina, disciplina que todavia no ocupa la AOntvatidad de las actividades. Sin embargo creemos Ifcito ine este primer intento de institucionalizacién a partir de iis tempranas resoluciones: adopcién de la denominacién Ge ostentard hasta 1938, Junta de Historia y Numismatica \inericana; fijacién de la cantidad y condiciones de sus Micmbros numerarios y correspondientes; regularidad en el fosirrollo de sus actividades consistentes en la lectura y oomentario de monograffas, disertaciones, reimpresién de libros referentes a la historia americana, acompafiada por Hielas hist6ricas, etnograficas, bibliogrdficas y apéndice con documentos inéditos. A todo ello se sumaba el tradicional fiehacer numismdtico, nunca abandonado pero cada vez fis invadido por las tareas relacionadas con la historia, Merce destacarse el hecho de que a nombre del presidente de la Reptiblica, el director del Archivo General de la Nacién, Juan J. Biedma ofrece a la Junta en 1904, el local ile! repositorio para efectuar alli sus reuniones. Se colocaban wimismo al servicio de la institucién, el fondo documental éxistente y cl personal especializado." La vinculacién externa mds importante durante estos pri- fmeros tiempos fue la establecida con el “bibliéfilo” chileno loxé Toribio Medina, gran impulsor de los estudios histéri- 08 cn su pais y de la constitucién de Ja JHNA, asf como de buena parte de sus actividades. La muerte de B. Mitre no alteré absolutamente el funcio- hamiento del organismo, el que comienza a moverse en un mapa mucho mds complejo desde el punto de vista institu- sional.” La Junta contintia su proceso expansivo, sin vincu- Inciones ostensibles con la estructura universitaria; la multi- plicacién y diversificacién de sus actividades se evidencia en el aumento de cargos en la mesa directiva que ya para 1906 cuenta con dos vice presidentes y un prosecretario 71 tesorero. Se continia con la obra de reimpresién acompafias das por las consabidas notas.” El centenario de la Revolucién de Mayo marca un hitg: importante en Ja historia institucional; el Congreso Nacional le encomienda mediante la sancién de la respectiva Icy, la reimpresién de la Gaceta de Buenos Aires (1810-1821) en seis tomos,”' se trataba no sdlo de la externalizacién de la labor de la Junta sino de su vinculacién con los poderes publicos, de los que a partir de entonces se constituird en referente a lo largo de un proceso gradual que alcanzara sw més alta expresi6n a partir de 1930. Debe destacarse que este tipo de actividad conlleva el otorgamiento de subsidios; los que también comienzan lentamente a incrementarse; hecho que tiene su correlato en cl cargo de prosecretario: tesorero antes mencionado. El otro hecho notable es el establecimiento de relaciones interinstitucionales con el exterior como con la Sociedad Hispdnica de Nueva York que designa a la Junta como miembro honorario, actuando ésta en reciprecidad. Se reci- be la visita de intelectuales extranjeros tales como Leo Rowe, presidente de la Academia de Ciencias Politicas y Sociales de la Universidad de Filadelfia; Bernard Moses; profesor de Historia y Ciencias Polfticas, de la Universidad! de California,” y fundamentalmente la presencia de Rafael Altamira, decano honorario de la facultad de Derecho de Madrid, cuyas influencias historiograficas resultan innega- bles. Altamira fue designado inmediatamente, miembro: correspondiente, desarrollando un fecundo intercambio con- tinuado por otros académicos espafioles entre los que se des- taca Marcelino Menéndez Pelayo. Por lo demis, la biblioteca de la Junta se incrementa con obras notables por su rareza que en ocasiones se traen del exterior (particularmente de Espajia). Continia la recepcién: 72 fe subsidios para la reimpresién del Redactor de la \samblea General Constituyente de 1813 y del Telégrafo Mercantil, rural, politico, econdmico e histérico del Rio de fa [ata (1801-1802). Paralelamente se producen reajustes en el reglamento de jo Junta en lo concerniente a la cantidad de miembros Qnrrespondientes en el exterior, lo que da cuenta del creci- fiiento de sus vinculaciones. Las tareas de asesoramiento a erga-nismos oficiales se suscitan con mayor frecuencia, tlebicndo expedirse sobre asuntos de interés histérico, sien- flo sometidas a su dictamen las mas diversas cuestiones, las que motivan minuciosas investigaciones. Asf, algunos de jis informes sirvicron de fundamentacién a decretos del Poder Ejecutivo, a resoluciones ministeriales, provinciales y fin a consultas de instituciones privadas. Mencionaremos a modo de ejemplo el asesoramiento sobre los simbolos piilrios, las estaciones de ferrocarriles, las vifietas y préceres an los billetes de papel moneda, ruinas y obras ptiblicas. Con motivo del Centenario de la Independencia, se le @ieomienda la reimpresién de las Actas secretas del Congreso de Tucumdn, la ereccién de monumentos y ]a acu- facién de medallas conmemorativas. Restan consignar dos hechos de singular importancia: el proyecto presentado por David Pejia orientado a constituir ventros de estudios en el interior del pafs y el traslado de la Junta a su nueva sede del Museo Mitre. Respecto del primer proyecto, el mismo fue encomendado a Juan A. Garcia, R. Levene y a su autor; su notoriedad reside en ser demostra- live de una cierta intencionalidad por controlar fondos docu- mentales, mercado historiografico y recursos humanos. Por su parte el cambio de sede se vincula con otros dos aspectos destacables: el incremento de conferencias piblicas en las que un auditorio cada vez mds numeroso de aficionados 73 escuchaba las disertaciones de los académicos, y la publica- cién en el diario La Nacién de una pormenorizada resefia de las actividades desarrolladas por Ja Junta.‘ Puede afirmarse: que la segunda década del siglo XX se cierra para Ja Junta con gran cantidad de realizaciones y algunos proyectos no mate- rializados, entre ellos el presentado por Clemente Fregeiro encaminado a confeccionar una historia argentina integral, confiando cada tema a un especialista, Era ésta una antigua demanda surgida no sdlo del ambito historiografico, sino del clima politico y de ideas imperante desde fines de siglo XIX. Eila encarné también en el IH —como més adelante se veré— aunque tal proyecto no se ejecutaria sino veinte afios después, cuando la Junta goce de los favores de la administra- cién conservadora. La década del veinte constituye una etapa de transicién en. Ja historia de la Junta en la medida en que, si bien se continiia con las actividades que venimos refiriendo, la presencia de R. Levene en la mesa directiva, anticipard el nuevo impulso que: la institucién detentar a partir de los afios treinta. Creemos que es en este punto donde la historia institucional se entre- cruza con la de algunos de sus miembros mas activos, circuns- tancias que suelen imprimir a tal historia, el sello peculiar de esas individualidades. Ello se refuerza con una coyuntura’ favorable que posibilita la expansiédn y hegemonja del orga-: nismo en cuestiOn, Es por estas razones que parece pertinente referir ciertos datos contextuales considerados utiles para comprender mejor el despliegue de ciertas estrategias.* Lo que importa analizar aqui, son las redes que vinculaban las instituciones dedicadas a la Historia entre sf, destacando el hecho de que la JHNA no estaba sola en el terreno del queha- cer histérico e historiogrifico, principalmente desde que, a principios de Jos afios veinte, la otra gran individualidad, E. Ravignani, es colocado al frente del T1H. 74 Sobre el esquema de actividades tradicionales —reedi- % ¢lones,* asesoramiento,” conmemoraciones de batallas y americanos, acufiacidn de medallas, fluida relacién nismos similares,”* estrechamiento de vinculaciones paiia” y con otros organismos especializados en estu- americanistas—” comienzan a percibirse nuevas inicia- proce tiVas Se incrementa la cantidad de miembros numerarios a tra- yés de la incorporacién de estudiosos de las mds diversas oxtracciones;* el rasgo mas sugestivo en este aspecto, es la tnodalidad implantada por los integrantes de la Junta de Ila- marse a sf mismos, “académicos”. En 1924 gracias a la obtencién de fondos y a las gestio- ies de R. Zabala, comienza a publicarse el Boletin de la ins- (itucién, rica fuente de informacién sobre las actividades de ja misma de la que el mismo Zabala sera director. Es quiza durante esta etapa en que la Junta termina por asumir un cardcter netamente americanista; son numerosfsi- inas las notas cursadas a organismos oficiales, reparticiones pili 1s, Civiles y militares, recorddndoles los onomAsticos «le personalidades argentinas y americanas, asi como aconte- eimientos relevantes de la historia del nuevo continente. En uimilar sentido, se produce el envio de “académicos” a even- {os internacionales relacionados con Ja historia de América, purticularmente congresos: el celebrado en Rfo de Janeiro y el XX Congreso de Americanistas. Como sefialaramos anteriormente, en ocasiones, la histo- ria de la institucidn se reactiva gracias a la gestidn de algu- nos de sus miembros. Asi parece suceder con R. Levene, quicn logra crear, consolidar y ampliar las redes que vincu- Jaron a la Junta con otros organismos. Desde 1913, Levene es docente en Ia facultad de Ciencias de la Educacidn de la universidad de La Plata; un afio después, es designado Consejero y en 1920 llega al decanato, cargo que volvié a desempefiar en 1926. Desde esa funcién, impuso reformas profundas en la orientacidn y contenido de las materias hist6ricas, en los métodos de ensefianza y en las funciones de la facultad en su contexto académico y social, Resultado de este proceso fue la crea- cidn de la facultad de Humanidades y Ciencias de la Educacién de la universidad platense.” Tal facultad serd la sede de numerosos eventos académicos tales como congre- sos, disertaciones de visitantes extranjcros destacados, pu- blicaciones € investigaciones, ademas de la consabida fun- cién docente. Levene intensificd los estudios de historia argentina y americana mediante la creacién y de la reforma al plan de estudios; paralelamente abre un espacio a través de la extension universitaria (y consolida el paradigma historio- grdfico), organizando cursos de perfeccionamiento para maestros. Funda la revista Humanidades en 1921, en la que participaban con investigaciones inéditas, los docentes de la casa y diversos especialistas. Complemento de esta iniciativa, es la creacién dos afios después de la Biblioteca de Humanidades y del Instituto Bibliografico (1926), orientado a inventariar los trabajos de intelectuales argentinos, es decir, se trataba de un organis- mo centralizador de la actividad investigativa en nuestro pats. Una mencién especial merece la propuesta que Levene realizara en 1925 al gobernador bonaerense José L. Cantilo (miembro ademas de la JHNA), a fin de propiciar la crea- cién de un archivo provincial. Tal institucién dirigida por su promotor a partir de 1926, serd el repositorio de toda la documentacién oficial procedente de las diversas reparti- ciones. 76 Obviamente existia una vinculacién entre todas estas éslructuras académicas, ya que el Archivo Histérico de la Provincia de Buenos Aires funcionard estrechamente ligado i la facultad de Humanidades en la tarea de formacién de investigadores, quienes canalizardn el producto de sus inda- gciones en el 6rgano de expresidn: la revista Humanidades, los egresados universitarios ocupaban los cargos del archi- yo, participaban en la organizacién de seminarios y cursos de extensién, aspectos que vinculaba estrechamente a la ins- Ultucién con la Direccién de Escuelas de Ja provincia. El Archivo mantenfa a su vez, fluida comunicacién con sus pares de las diversas localidades bonaerenses mediante las instrucciones que impartia para la conservaci6n de sus fon- dos documentales; ello provefa a su vez de informacién sobre el material existente en cada repositorio. Todas estas recles conflufan en la Junta, la que operaba como referente institucional, académico e historiogrdfico. Un ejemplo del funcionamiento del circuito puede observarse en el empren- dimiento “Contribucién a la Historia de los Pueblos de la Provincia de Buenos Aires”. La actividad de Levene durante la década de 1920, no se ayota en la enunciada; a Jo largo de este perfodo en el que lumbién se desempeiia como secretario y luego vicepresi- dente primero de la Junta, docente en la Universidad de Buenos Aires e infatigable exhumador de documentacién inédita, multiplicara sus conexiones académicas en el Ambi- to latinoamericano. En 1920 es designado miembro corres- pondiente del Instituto Histérico y Geografico del Uruguay; on 1922 fue, como se indicara, delegado por la Junta al Primer Congreso Internacional de Historia Americana reu- nido en Rio de Janeiro, ¢ incorporado al Instituto Histérico y Geografico de Brasil. En 1924 fue re-presentante argenti- no y de las universidades de Buenos Aires y La Plata, al III 77 Congreso Cientifico Panamericano que tuvo lugar en Lima; allf establecié contacto con profesores y los comprometié a dictar cursos en la facultad de Humanidades, inviténdolos asimismo a publicar, Fue designado profesor Honoris Causa y miembro correspondiente del Instituto Geogrdfico de Pert. En todos los casos, estas instituciones 0 sus miembros, fue- ron designados correspondientes de la JHNA. Como saldo de esta etapa, puede afirmarse que la Junta ha logrado vincularse exitosamente con varias de las institu- ciones enumeradas por Levene: el AGN y el Musco Mitre, ambas sedes de Ja futura Academia Nacional de la Historia, con la universidad platense, a partir de la facultad de Humanidades, el Archivo Histérico de la provincia y me- diante éste, con buena parte de los repositorios locales. En la Universidad de Buenos Aires, el baluarte sera la facultad de Derecho, como a continuacién se vera. * Una verdadera confluencia de factores favorables para la expansiOn institucional, posibilitardn que los afios treinta, resulten indudablemente los mas prddigos en realizaciones de envergadura. En efecto, la coyuntura politica abierta en 1930 con el acceso al poder por parte del conservadorismo, tuvo amplias y variadas implicancias en el campo historiografico. La cri- sis del liberalismo agudizé la reflexién que un sector de inelectuales vinculados al nacionalismo“ venfa realizando décadas atras. Convencionalmente visto, este es el origen del Revisionismo Histérico. Surgfa asf una versién diversa de la historia argentina, la que asume explicitamente un cardcter instrumental y pragmdatico; fundamentalmente, el revisionismo toma el compromiso de revelar las verdaderas causas de la postracién argentina. Sin embargo, esta “visién decadentista”* del pasado nacional, encontrar poco espacio en el Ambito académico y sus mecanismos de vulgarizacién 78 y difusi6n seran sumamente circunscriptos; su mds notable hase institucional, el Instituto de Investigaciones Histéricas Juan Manuel de Rosas, situado fuera de los circuitos oficia- Jes, serd el reflejo de la heterogeneidad de la corriente. A pesar de la aparicidn de un bloque historiografico con- lestatario y de la crisis econdédmica que hizo racionar los recursos del erario, o tal vez, por ello mismo, la versién “tra- dicional” de la historia argentina se fortalece hasta llegar a convertirse én historia “oficial”. Sera la escrita por la ANH; u continuacién trataremos de exponer las razones que avalan (al afirmaeidn, ‘Tres iniciativas marcan el tono del perfodo: la creacién del sistema de juntas filiales y adheridas, la edicidn de la Historia de la Nacién Argentina (HNA) y la transformacién de la JHNA en ANH. El primer punto se origind en un proyecto que conté con In respectiva aprobaci6n, y tenfa por objeto crear organismos similares a la Junta en las ciudades del interior del pafs que contasen con miembros correspondientes, vale decir, institu- cionalizar fuertemente el vineulo. La primera Junta filial fue la de Cérdoba en 1928, presidida por Pablo Cabrera.* Un aio mas tarde se inaugura la de Rosario, bajo !a direccién de juan Alvarez, Bl establecimiento de estos cuerpos que guar- dan relaciones orgdnicas con la JHNA, se complements con el funcionamiento de Jas juntas adheridas; en este caso se a de entidades; dedicadas también a los estudios histéri- cos, pero que conservan su autonomia. Mendoza y San Juan fueron las primera ciudades que contaron con instituciones de este tipo,” Las consecuencias historiograficas de tal iniciativa, resultan obvias; destacaremos aqui el fendémeno de expan- sién de las redes interinstitucionales a escala nacional. Otro tanto podria afirmarse a nivel internacional, ya que, 19 a lo largo del perfodo, la Junta designaré miembros corres- pondientes en casi todos los paises de América .* En tales designaciones, no es inusual Ja intermediacién de alguna instancia diplomatica, vgr. que la designacién de miembro correspondiente recaiga en la persona del embajador extran- jero acreditado en nuestro pais. Asimismo se da el caso de numerarios de la Junta que cumplen funciones diplomiticas en el exterior.” Esta circunstancia, inscribe a la institucién en una estera doblemente pitiblica y oficial, ya que algunos de sus miembros revisten una representatividad que por su indole se vincula con el aparato estatal y que en determina- das instancias implica la presencia de funcionarios de simi- lar jerarquia (diplomAticos, ministros, secretarios de Estado y, en ocasiones, el presidente de la Reptblica).” Esta estrecha vinculacién con los poderes ptblicos, se ve reforzada por las consabidas tareas de asesoramiento en las que ahora la Junta pasa a tomar la iniciativa, sugiriendo a los diversos ministerios y reparticiones oficiales las mas diver- sas actividades: nombres para establecimientos educativos, calles y estaciones de ferrocarril, homenajes. Otro circuito de conexién con el aparato estatal es el pedido de subsidios al Poder Ejecutivo y Legislativo o a algunos de sus miembros en particular.” Durante su segun- da presidencia, R. Levene solicité subsidios al gobierno para la ampliacién del salén de conferencias del Museo Mitre (sede de la Junta), Et Congreso Nacional otorga tales fondos, al igual que los acordados para la compra de colec- ciones numismiaticas, la reedicién de periddicos y funda- mentalmente para la edicién de la HNA, obra para la cual se concede la abultada suma de 175.000 pesos. Tal obra, reconoce dos antecedentes: el proyecto presen- tado por Fregeiro en 1918 y el de Levene de 1927, aunque se inscribe en el clima de ideas ya aludido. Cabe recordar asi- 80 mismo que era un anhelo del ITH que no pudo Ilevarse a la prictica. El interés por convocar a especialistas para que oxcribiesen la versién autorizada del pasado nacional, no era adlo una cuestiOn pertinente a la corporacién de histo-riado- yes; conocidas son las funciones extraacadémicas de la his- (oria —relacién historia politica, relacién pasado presente— Ie tal suerte, Estado y corporacidn necesitaban de un dis- curso legitimador que dificultosamente podria proce-der del Instituto o del revisionismo histérico.* Fue la JHNA la que por iniciativa de su presidente, R. Levene en 1934, constru- y6 la versién por largo tiempo inmutable de la Historia Argentina, versi6n que no sélo cristalizé en medios acadé- micos y universitarios, sino que, sometida a un notable pro- veso de vulgarizacién, integré (e integra) el contenido de la inanualistica escolar. También éste tiltimo aspecto fue objeto de preocupacién por parte de algunos miembros de la Junta.* la que final- mente participa, en 1933 en la creacién del Instituto Internacional para ja ensefianza de la Historia, clara volun- tad de uniformar y controlar, desde lo institucional, los mecanismos de difusién del conocimiento histérico.* La Junta logra hegemonizar el campo historiografico desde el punto de vista institucional, en 1938 cuando por decreto del Poder Ejecutivo, es convertida en Academia Nacional de Ja Historia. Dos afios antes, la comisién forma- da por R. Zabala, 0, Amadeo, C. Pueyrredén y J. Echagiie, fue la encargada de analizar la posibilidad de esa transfor- macién, a fin de proporcionar al organismo, “un cardcter nacional y elevar oficialmente su jerarquia”.** Levene ges- tiono ante el mismo presidente de la Reptiblica, general Justo, la promulgacién del decreto correspondiente; el 28 de enero de 1938, la antigua JHNA adquiere el status de Academia. 81 EI segundo articulo del citado decreto, fija en 40 la can- tidad de miembros de ntimero y en 25 la de los correspon- dientes en el pats, y hasta 10 en cada nacién extranjera; todos revestirian un cardcter vitalicio. Reconoce ademas como Socios a los integrantes de las juntas filiales creadas y por crearse. Por lo demas, ratifica en todos sus términos el estatuto dictado por la propia Junta en 1935, + Bien mirado, este hecho no tiene nada de sorprendente’ sino que es el corolario apropiado de la coyuntura antes refe- rida: una institucion en expansion y un poder politico intere- sado en tal expansidn. Ademds de los subsidios, cada vez: més numerosos y abultados, puede percibirse la presencia sistemdtica de los diversos miembros del Poder Ejecutivo en los actos de envergadura de Ja Junta. Recuérdese en tal sen- tido, que el mismo Justo se hizo presente en el Museo Mitre en ocasién de inaugurarse el nuevo salén de conferencias, obra para la cual, como ya se apuntara, también habia auto- rizado fondos ptiblicos. Enrique de Gandia recuerda por su parte,* que las conferencias pronunciadas por los. académi- cos, eran transmitidas por la radio del Estado, y que la Unién Telefénica del Rfo de Ia Plata instalé gratuitamente las Ifne- as telef6nicas para la irradiacién de dichas conferencias. Por lo demas, son numerosfsimas las notas aparecidas en los dia- rios La Prensa y La Nacién, que dan cuenta de la actividad del organismo.” Un hecho reflejado con amplitud inusitada, fue la reu- nidn del XXV Congreso de Americanistas, que tuvo lugar en La Plata, presidido por Levene en 1932. Cuatro afios des- pués, la Comisi6n Oficial del TV Centenario de la Primera Fundacisn de Buenos Aires, encomendé a la Junta a sumar- se a los actos conmemorativos _y la institucién lo hizo orga- nizando el Segundo Congreso de Historia de América, Presidido, como no podia ser de otra manera, por R. Levene, 82 9) evento fue un éxito académico e institucional ya que las fexoluciones del organismo colocaron a la Junta en el cami- fio de convertirse en un centro historiografico hegeménico, Mntre ella citaremos la adhesién a la politica de revisién de lxlos escolares de historia y geografia americana y nacio- nal, asf como, a Ja ensefianza ilustrada y practica de esas dis- eiplinas en establecimientos secundarios. Se establecié la @HOperacién internacional para la conservacién de monu- mentos y obras histéricas artisticas: la creacién de la Hiblioteca Americana de Historia y Geografia y publicacién de un diccionario, biografico americano, de archivos diplo- miticos, de correspondencia y escritos de personalidades del iglo XIX. Se estipulan becas para estudiantes y egresados liniversitarios a fin de efectuar investigaciones en archivos, bibliotecas y museos; americanos. Se proyecta la creacién ile catedras universitarias sobre Historia de la Civilizacién spafia, Portugal e Inglaterra, asi como la organizacién (le profesorados de Historia y Geograffa. Se prevé el inter- cambio de material y de recursos humanos. Estas disposiciones tomadas a nivel continental y lleva- das a cabo por Levene en casi todos sus términos, colocaban ala JHNA en la posicién de organismo rector y coordinador de los estudios histéricos a nivel nacional, siendo a su vez reconacido a escala internacional como el vocero auto-riza- do de la historiografia argentina. . Nada tiene pues de extraordinario la emergencia en 1938 de la AHN, ni la febril actividad que a partir de entonces encara, El cincuentenario de la muerte de Sarmiento, es un claro ejemplo: el P.E. encomienda a la novel Academia, la realizacién de actos conmemorativos. En consecuencia la entidad decide reeditar el periddico El Zonda, publicar diversos trabajos sobre el sanjuanino y sus escritos mds notables, asi como los 11 tomos de las Actas del primer y segundo Congreso de Historia de América. Ofrece ciclos de conferencias ptiblicas y en oportunidad del acto central, asiste al Museo, Mitre, el ministro de Justicia e Instruccion Publica y miembros del Cuerpo Diplomatico.” La vinculacién de la Academia con el ministerio de Instruccién Pablica, fue estrecha y permanente; en el mismo, ano 1938, un pedido ministerial requiere que la institucién: elaborase un plan tendiente a difundir el estudio de la histo- ria argentina. Solicita un asesoramiento en cantidad de cues- tiones, siendo Levene quien personalmente se ocuparé de algunas de elias." Las redes institucionales con el interior del pafs se refuerzan a partir de la incorporacién de las juntas filiales y adheridas, a las que delegados de la Academia visitan con motivo de alguna conmemoracién histérica. El hecho més relevante en tal sentido fue la reunidn del Congreso sobre Historia de Cuyo, celebrado en Mendoza; a partir del mismo se resuelve la realizacién cada tres afios, de un congreso regional y otro nacional. Tampoco se descuida la representacién de la Academia en actos internacionales particularmente latincamericanos. El americanismo fue, ademds de la historia argentina, la tematica predominante en los estudios hist6ricos yen la actividad editorial. Desde 1929 en que Levene propusiera la publicacién de la “Biblioteca Histérica Argentina y Americana”, aparecieron 12 voltimenes con la colaboracién de otros tantos académicos; otro tanto ocurrié con la “Biblioteca de Hombres representatives de la Historia Argentina”. Buena parte de la actividad historiografica se canaliz6 por via de las cditoriales; la Historia de América, planeada y dirigida por Levene en 14 tomos, fue impresa por Jackson; Espasa Calpe edit la “Biblioteca de autores brasilefios” en 10 tomos, con traduccién al castellano yla 84 ‘Coleccién de Hombres Representativos de la Historia Argentina” en 4 tomos. Tales publicaciones se realizaron entre 1940 y 1945. Con subsidios estatales y con motivo del cincuentenario de la institucién, se publican voliimenes bi- bliogréficos sobre B, Mitre y A. Lamas; otros fondos se eneauzaron hacia la edicién de las Actas Capitulares de las Provincias (por ley del Congreso Nacional), para conme- imorar a Rivadavia, el Dean Funes, a Toribio Medina y otras menores.* Desde su cargo de presidente de la Comisién Nacional de Museos y Monumentos histéricos entre 1938 y 1946, cuya creacién promueve, cl presidente de la Academia, des- urrollé también una intensa labor cultural a cargo de diver- sos museos, cuyas actividades coordiné. Publicd el Boletin del organismo y emprendié obras de restauracién y creacién como e] museo Sarmiento y Juan M. de Pueyrredén.* Cabe destacar que la articulacién de estos organismos con la ANH fue constante y fluida, como lo ser con otras dos instituciones creadas por Levene: el Instituto de Historia del Derecho Argentino (1936), y el Instituto de Sociologia de la Facultad de Filosofia y Letras (1940).* EI primero de los mencionados fue una verdadera escue- la de docencia e investigacién. Sirvié de foro para las con- ferencias dictadas por notables personalidades que visitaron cl pais (y la ANH), particularmente espafoles, y promovid cantidad de investigaciones originales entre sus estudiantes y graduados (algunos de ellos miembros también de la ANH). Las infaltables publicaciones se convirtieron en cla- sicos de la literatura de la historia juridica: en 1939 salié el Primer tomo de la “Coleccién de Textos para la Historia del Derecho Argentino”. A la Introduccién a la Historia del Derecho Indiano le cominus la Intreduccién a ta Historia del Derecho Patrio (1942) y una serie de publicaciones que 85 culminaron con Ja Historia del Derecho Argentino, obra. en 11 tomos aparecidos entre 1945 y 1958. En 1949, Levene funds la Revista del Instituto de corta pero prolifica cxisten- cia. Finalmente, es durante esta fecunda década de 1930 en la que Levene llega a presidir la Universidad de La Plata, intensificando asombrosamente la labor que venia desem- pefiando como decano , Es mas que un simbolo de los tiem- pos, el hecho que, paralelamente Ravignani fuera separado del decanato de Filosofia y Letras e incorporado un tanto tar- diamente a la Junta. En sintesis, es abrumadora la cantidad de datos que fun- damentan el enunciado inicial, la hegemonia adquirida por la institucién durante este perfodo. En estas paginas hemos, consignado solamente los considerados mas representativos de la gran masa documental que puede hallarse cn el Bolerin de la JHNA y de la ANH, periédicos y material édito citado. Restarfa. efectuar una salvedad: la referencia casi abusiva al desempefio de R. Levene, la que no debe entenderse como la adjudicacién a talentos individuales del éxito institucional. Lo que si sostenemos es que no existe institucién hegem6ni- ca sin hombres capaces de llevar a la practica las estrategias conducentes a tal hegemonia.* El Instituto de Investigaciones Histéricas El caso del ITH, ofrece aspectos comunes y diferenciados respecto de la JHNA - ANH.” El origen del IIH fue la Seccién de Historia de la Facultad de Filosofia y Letras de la Universidad de Buenos Aires, creada por una ordenanza de 1905, junto con las sec- ciones de Geografia, Lingiistica y Etnografia. Puede consi- 86 derarsé antecedente de tal iniciativa cl modelo de la “Escuela de Historia” disefiado para la F. F. y L. de la UBA por Ricardo Rojas en su obra, La Restauracidn Nacionalista, modelo basado en L’Ecole de Chartes.** Tal Uscuela de Historia, que deberfa depender de la F F y L, pensada en 1909, seria el futuro IH como tendremos oca- sion de demostrar. Hasta 1912, la seccién Historia depen- did directamente de los sucesivos decanos de la facultad. La ordenanza de 1905, autorizaba al decano Norberto Pificro a “organizar trabajos de investigacién de geografia, historia, lingiifstica y etnograffa argentina”, disponiendo la constitucidn de una “‘seccién de trabajos” para cada una de estas disciplinas. El producto de las investigaciones serfan publicados por la Revista de la Universidad o por la propia facultad. La ordenanza especificaba asimismo que los tra- bajos serfan realizados por los profesores de la casa de estudios y por los “adscriptos —figura ahora creada— a cada seceién. Podian ser adscriptos los alumnos y ex alum- nos que hubiesen aprobado la asignatura, y aquellos que dedicados a la materia, solicitaran y obtuviesen la corres- pondiente autorizacién a la solicitud cursada al decano.” De inmediato comenzaron las reuniones convocadas por e] decano, de los profesores de historia y materias afi- nes. Una de Jas tareas iniciales, fue la reunién de documen- tos para realizar publicaciones, segtin consta en las actas del Consejo Directivo de marzo de 1906, Ese afio, ese organismo propicié un proyecto orientado a elaborar una “Historia de la Reptiblica Argentina”, para lo cual ofrecié recursos la Comisién Nacional del Centenario. Finalmente el proyecto fue suspendido ya que en el Consejo Directivo primé el criterio planteado por el profesor Clemente Fregeiro: para realizar con éxito la obra, debian agotarse antes las consultas en fuentes inéditas.® Esa historia “cien- 87 tifica y nacional "6 que sirvicra a los fines del Estado, seria la realizada por la JHNA - ANH, No obstante, el decano ya habfa escrito a varios gobier- nos provinciales (Cérdoba, Corrientes, Mendoza, Salta, Jujuy), solicitando colaboracién para una “Historia Politica de la Republica Argentina”, a Jo que las provincias acecdie- ton enviando Ja bibliografia local existente y poniendo los archivos a disposicion de los investigadores dela. Fy L.@ De esta manera quedaba expedito el camino Para. las futu- ras actividades de la secci6n. Este fue el origen de la tarea de copia decumental para su posterior publicacién, actividad que caracteriz6 a la sec- cién y luego al ITH de manera mas sistematica. Aparece nuevamente aqu{, asociada con el relevamiento de fuentes, la idea de escribir una Historia Nacional. En tal sentido, recordemos que la coincidencia temporal entre el proceso de profesionalizacién de la Historia, la institucionalizacién de los centros de produccién historiografica y el surgimien- to de la NEH, ha sido ya destacada en algunos estudios, ® los que relacionaron estos aspectos con la necesidad del Estado de afirmar una conciencia nacional —utilizando para ello a Ja Historia—, en un pais de fuerte y creciente presencia inmigratoria. En esta Ifnea argumentativa, suelen citarse los trabajos de Ricardo Rojas, La restauracién nactonalista (1909), de Juan P. Ramos, Historia de la Insiruccién primaria en Argentina 1810-1910, (1910), de Ernesto Quesada , La ensefanza de la Historia en las Universidades alemanas (1910) y de Juan A. Garefa, “Advertencia™ en el tomo I de los Anales de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires (1916). Los mencionados autores ponfan el acento en Ia necesidad de realizar “manuales verdaderamente nacionales” y una “Historia Nacional”, 88 No obstante tal necesidad habfa comenzado a circular con anterioridad en ambientes politicos e intelectuales; la obra de Mitre, los manuales de José M. Estrada (1868), Lucio V. Lépez (1878) y Clemente Fregeiro (1885), son wna prueba de ello. / El padre Antonio Larroy fue el encargado de los prime- fos trabajos ordenados por el decano José N. Matienzo, comenzando en 1907 por las bibliotecas de los archivos portefios.* En 1908 su tarea fue realizar informes sobre los repositorios documentales cxistentes en las provincias de Entre Rios, Santa Fe, Cérdoba, La Rioja, Santiago del Estero, Catamarca y Tucumén," informes que fueron publicados por la seccidn. Simultaneamente enviaba copias de documentos sobre algunos temas especfficos (general- mente del perfodo colonial, de Jas primeras décadas revolu- cionarias y de la década 1852-1862). También se ordenaron copias de documentacién procedente del Archivo General de Indias en Sevilla por intermedio del sefior Gaspar Garcia Vilas. ; A partir de 1911 comenzé la publicacién de las prime- ras series documentales, basadas en las fuentes recopiladas por Larrouy y por Emilio Ravignani, quien en 1909 habfa sido enviado a los archivos de Parana para investigar sobre la “Organizacién Constitucional”. Ese mismo afio se lanz6 la serie “Documentos relatives a Ja Organizacién Constitucional de la Repiiblica Argentina” en tres voltime- nes, y en 1912 “Documentos para la Historia del Virreinato del Rfo de la Plata”, también en tres voltimenes, cn el pri- mero de los cuales se inclufa un plan de publicaciones escrito por Matienzo, que no legé a concretarse. Asimismo se edité “Documentos relativos a los antecedentes de la Independencia Argentina” en dos voltimenes. 89 Las tareas cobraron mayor forma institucional a partir de la designacidn de Luis M. Torres como director de la seecién de E. Ravignani como encargado de investigaciones (1912), quien ya trabajaba en ellas. En efecto, para 1910, se habfan iniciado las ediciones documentales; en 1913 comienza la publicacién de la monumental y sistematica obra “Documentos para la Historia Argentina”; R. Carbia yDL. Molinari se suman al trabajo de la Seccién, desempefidndo- se en el Archivo General de la Naci6n.” En el plan de edi- ciones documentales, la labor en los archivos europeos era un anhelo que comenzé a ser realidad con el envio de Torre Revello (1914 a 1935) a trabajar sistematicamente en el Archivo de Indias (Sevilla) y otros archivos espafioles. La década del ‘20 se inicia con dos hechos relevantes en la historia de la institucidn: la designacién de Ravignani como director de la Scccién (1920), y la transformacién de sta en Instituto de Investigaciones Histéricas (1921).” Procesos éstos que deben contextualizarse_en el clima del reformismo imperante en las universidades nacionales y en particular en la F F y L bajo la conduccién de Ricardo Rojas, quien asi parecia concretar en un marco politico propicio, aquellos proyectos vinculados a la jerarquizacién y profesio- nalizacion de la Historia, planteados en 1909, como ya refe- rimos.” Las actividades se multiplican en todo sentido; los recursos financieros crecen notablemente, asf como la can- tidad de personas que allf se desempefiaba.” Otro tanto suce- de con las investigaciones y publicaciones. Torre Revello en Sevilla tiene varios investigadores y copistas a su servicio.” En 1926, Jorge Fiirt es enviado a explorar archivos alemanes (aprovechando un viaje particular del estudioso);” en 1927, un residente de Paris, es contratado para consultar archivos franceses. Lo mismo se realiza para. obtener copias de docu- mentos en los repositorios de Berlin (1930), Londres (1932) 90: y Lisboa (1936); los enviados del ITH a los repositorios de Kuropa, revestfan la. condicidn de “comisionados”.* Esta actividad, era complementaria de la realizada en los archivos provinciales argentinos, en los que, a partir de 1921, se intensifica la consulta. .Desechando la metodologia anterior enviar un investigador de Buenos Aires—, ahora se esta- blece contacto con un historiador local o un empleado jerar- quico de esos archivos, al que se le encarga informes de los inismos, y copias de documentos.” Similar estrategia se ruid con la Biblioteca Nacional de Chile (su director, José loribio Medina era el contacto)” y en los archivos brasile- hos (1935).* Toda esta accién del ITH se vio reflejada en el incremen- to de sus publicaciones. Si entre 1910 y 1920 se editaron 26 obras, entre 1921 y 1930 el mimero se elev6 a 62 publicacio- nes; ellas incluyendo series, “Biblioteca de libros raros ame- ricanos”, “Coleccién de viajeros y memorias geograficas”, y un crecido némero de informes, estudios y monografias. Por otra. parte, a ellos se suma la publicacién pe- riddica, el Boletin del Instituto, el que aparece regularmente desde 1922 hasta 1945, La relacién con las instituciones académicas nacionales y extranjeras, también aumenta significativamente. Se pro- cura establecer el canje sistematico de publicaciones con facultades y universidades del pais, asi como con archivos, revistas, biblictecas y museos de relevancia. Respecto de las instituciones extranjeras, sucede lo mismo, con gran éxito a juzgar por la correspondencia recibida. A diferencia del Iberoamericanismo de la JHNA- ANH, el ITH se vincula no s6lo con ese dmbito sino con museos do EE.UU. y Europa (particularmente Francia, Alemania e Inglaterra). Al respec- to deben desta las visitas y consultas de importantes personalidades a la sede del ITH y de la RRyL. Durante la OL década. del 20, los historiadores Raymond Ronze, Albert Mathiez, Paul Riet y Alexandre Noret,” dictaron cursos y conferencias, seguramente gracias a la relacién que el JIH mantenia con el Instituto de Ja Universidad de Paris en Buenos Aires. La relacién con P. Rivet (Sociedad de Americanistas de Paris), fue tal, que por su intermedio Ravignani, en representacién de la FRy L. (decano entre 1927 y 1930) y del LH, gestions que socidlogos e histo-ria- dores franceses dictaran cursos en la facultad.*' Es destacable asimismo que A. Mathiez y G. Garcopino (RFyL. de Paris), fueron adscriptos correspondientes del IIH y que varios autores franceses colaboraron en las publi- caciones del Instituto. La diversa extraccién politica de los intelectuales mencionados anteriormente, refuerza la hipé- tesis sobre el cardcter inminentemente institucional del vin- culo. De manera especial, debe destacarse la visita de sir Malcom Robertson. A través de él, el ITH y su director, fue- ron requeridos por la Cambridge History Press de Inglaterra, acerca del proyecto sobre una historia de las naciones sud- americanas —segtin el modelo de la Cambridge Modern History— que impulsaba el profesor Temperley. El Instituto ofrecid su colaboracién, pero el proyecto no se concreté.” Ademis, el Instituto cra representante argentino exclusi- vo en el Comité Internacional de Ciencias Histéricas, orien- tado, entre otros, por H. Pirenne, A. Dopsch, G. de Sanctis y H. Temperley, siendo el delegado argentino ante dicho Comité, el sefior Torre Revello. Este Gltimo y Ravignani, imtegraron algunas comisiones preparatorias para el Congreso de Oslo (1930), al que sin embargo, ningtin miem- bro del IIH asiste.* 92 En 1926, el historiador espafiol, Rafael Altamira, co- frespondiente de la JHNA, realizé consultas epistolares al IIH para su trabajo “Constituciones Americanas”." Ese mismo afio, Pérez A. Martin (Duke University), visité el Instituto y asistid a las clases de Ravignani, prometiendo rea- lizar una nota al respecto en la Hispanic American Historical Review* En 1927, L. Bernard, consulté a Ravignani en Buenos Aires por su obra The Development of the Social Sciences in Argentina.™ Tgualmente se destaca la consulta al director del ITH por parte de Raymond Ronze a cargo del Groupment des Universites y Grandes Ecoles de France pour les Relations avec ’Amerique Latine, de la Sorbonne, a fin de publicar una historia argentina.” Particularmente relevante, resulta la vinculacién con el Centro Internacional de Sintesis “Pour la Science”, y con la seccidn de Sintesis Histdérica, dirigida por Henri Beer y Lucien Febvre. La correspondencia dirigida por esa insfitu- cién a Ravignani, revela que se invitaba al director del JIH, y a quienes éste indicara, a colaborar en la Revue de Synthese Historique. En 1928, Ravignani fue designado miembro titular de la Section de Synthese Historique dirigi- da por el propio Beer y de la que Febvre era director adjun- to. Se lo invité ademas, a constituir en Buenos Aires un cen- tro filial de Pour la Science, que de esa forma pasaria a ser el tercero (después del parisino y del existente en Bruselas).* A pesar de que estas iniciativas no se concreta- ron, las mismas son demostrativas de la vinculacién del IIH con centros historiogrdficos de cardcter renovador. Indicios igualmente importantes, son las invitaciones y participaciones a congresos internacionales de historia, En 1926, The American Philosophical Association, invité al IIH a participar en el VI Congreso Internacional de Filosofia

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