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Hacerse mayor, o viejo, es que de todo cuanto recuerdas hayan pasado veinte
aos. Miras atrs, haces un poco de memoria, y resulta que todo ocurri en
pretrito pluscuamperfecto. Y no digamos cuando lo que han pasado son
cuarenta. Ocurre a menudo al mirar viejas fotos o escuchar antiguas canciones,
o cuando se te cruza un rostro que ya se cruz antes, y tras escrutarlo como
quien interroga a la esfinge reconoces a un amigo de la mili, un amor de
juventud, un compaero de colegio. O no lo reconoces en absoluto, y a veces
ni siquiera te reconoces a ti mismo.
Hace tres das me dijo una seora: Soy la hija del comandante Labajos, y
dispar una intensa cadena de recuerdos y sentimientos. Hace muchsimos
aos, cuando an era un joven reportero, me acerqu a un hotel donde se
casaba esa misma seora, entonces jovencita. Su padre era el militar espaol
al que ms quise y respet en mi vida, y l me quera tanto como yo a l; as
que cuando aparec por el hotel del convite, el comandante Labajos -quiz ya
era teniente coronel, pero para m siempre fue el comandante-, vestido de azul
oscuro de gran gala, dej a la hija y a los invitados, se vino al bar a beber
conmigo, y a los tres cuartos de hora tuvo que ir su hija, enfadada, a devolverlo
a la fiesta. Estbamos hablando de sus recuerdos y de los mos. Estbamos
hablando del Shara.
Aterric en El Aain con veintitrs aos -ahora hace cuarenta-, y permanec all
nueve meses que cambiaron mi vida. El joven reportero que slo llevaba en la
mochila un par de guerras en plan pardillo, sur del Lbano y Chipre, se forj all
en la disciplina de la crnica diaria, la brega local, la censura, las autoridades
militares. Fue una aventura fascinante. En el Shara me hice de verdad
periodista, y all, testigo de la agona de aquel pintoresco mundo africano y
colonial, fui amigo de muchos de sus protagonistas, legionarios, paracaidistas,
soldados de Nmadas o de la Territorial, y compart con ellos patrullas,
sobresaltos, episodios que nunca cont -aquellas incursiones clandestinas en
Marruecos-, y tambin borracheras en el antro de Pepe el Bolgrafo y
1
confidencias en compaa de una botella, un cartn de cigarrillos y alguna
chica guapa -Silvia, la Franchute- de las que venan de la Pennsula para
animar el cabaret Oasis.
2
muchacho flaco que sonre con los brazos en los hombros de tantos amigos
muertos