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Era una mansin del siglo XIX, por lo que el tiempo se haba
hecho notar, pero su fortaleza y buena estructura tambin.
La puerta que estaba detrs de l cruji de pronto, y con un golpe sordo, se abri. En el
umbral haba un hombre de traje y corbata. Tena guantes de cuerina negros, y en su
mano derecha, una pistola tan negra como sus guantes.
El hombre del sof no se movi ni con el ruido que caus la puerta al chocar contra la
pared. Sac un cigarrillo de algn lugar, se lo llev a la boca y, mientras buscaba su
encendedor, exclam:
Se escuch una serie de pisadas en toda la mansin, luego solo un par. Un joven,
tambin de traje, se acerc por detrs al hombre de la puerta.
-Est despejado, jefe. En esta vieja casona estamos solo nosotros y este malnacido.
El joven llevaba un arma militar de asalto. La tena cruzada en diagonal sobre su pecho,
como si estuviese esperando cualquier motivo para usarla.
-S, jefe.
Tony, quien result ser el hombre del trono escarlata, al fin encontr su encendedor.
Estaba en un bolsillo interno de su chaqueta. Encendi el cigarro con una calma
inhumana.
-Cmo an no lo captas? Eres solo un ttere, Joseph. Hiciste bien tu trabajo, pero
pudiste haberlo hecho mejor.
No alcanz a terminar la frase cuando un disparo quebr el vidrio de la vieja ventana y fue
a parar en el corazn que estaba detrs de l, deformando su rostro de terror. Entonces
sonaron veintenas de disparos simultneos, una bala por ventana, una bala por hombre
que estaba dentro de la mansin. Cayeron veinte cuerpos al mismo tiempo, muertos
todos. Tony se par del silln con lentitud, bot a un costado las cenizas que haba
formado su cigarrillo y, aunque le quedaba un poco ms de la mitad, lo arroj al suelo y
pis lo que quedaba, extinguindolo para siempre.
La sangre del joven que estaba tras la puerta haba comenzado a mezclarse en el piso
con la orina tibia de Joseph cuando este, sin saber qu hacer, sonri.